Nunca es tarde (1)

Juanita descubre el placer gracias a su sobrino.

-Pedro, el abuelo ha muerto.

-Oh, mami, cuanto lo siento.

-Al fin descansó. Ya estaba muy mayor. Esta tarde iremos al pueblo para el entierro.

-Claro, mami.

Pedro es un chico de 20 años, que vive en la gran ciudad junto a su padre y su madre, Ana. Tiene un hermano mayor, que ahora está estudiando en la universidad. Es una familia humilde, por lo que él no pudo seguir estudiando. Trabaja junto a su padre y ayuda en la casa.

Los padres proceden de un pueblito pequeño, de muy pocos habitantes. Cuando su madre quedó embarazada de él se mudaron a la ciudad. Pedro ha ido muy poco al pueble de sus padres, y conocía muy poco a su abuelo. Aún así, sintió su muerte.

Al entierro acudió muy poca gente. La mayoría de los habitantes eran gente mayor. Los jóvenes emigraban a la ciudad en cuanto podían. Después, los tres fueron a la casa del abuelo, junto con Juanita, hermana de la madre de Pedro.

Juanita, una mujer de 42 años, un entradita en carnes, se había quedado en el pueblo a cuidar de sus padres cuando Ana, su hermana, se marchó. Cuidó de su madre hasta que murió hacía unos años, y cuidó de su padre hasta que les dejó. La vida de Juanita no había sido fácil. Quedó viuda al siguiente día de casada. Su marido murió en un accidente. En un pueblo tan pequeño como aquel no había oportunidades para que una viuda volviera a tener oportunidades, así que se decidió que se quedara con sus padres y fuera ella la que los cuidara. Los siguientes veinte años, por lo tanto, Juanita se había marchitado en aquel pueblito. Siempre sintió deseos de marcharse, pero la responsabilidad con sus padres se lo impidió.

Pedro fue a dar un paseo por el pueblo mientras Juanita y Ana se quedaban a hablar. Cuando volvió, su madre lo llamó para hablar con él.

-Pedro, ven un momento. Tenemos que hablar.

-Dime, mamá.

-Verás. Esta casa en realidad no era del abuelo. El dueño le permitió vivir aquí mientras viviera. Ahora que ha muerto, habrá que devolvérsela.

-No lo sabía.

-Juanita, tu tía, ahora tiene a donde ir. Hemos hablado tu padre y yo y hemos decidido que se quede en casa una temporada.

-¿En casa? Pero si no hay sitio.

-Se quedará en tu cuarto. Tú dormirás en el salón.

-Pero..

-Pedro, es mi hermana. Se ha sacrificado por nosotros cuidando de mis padres. Ahora no voy a dejarla tirada.

-¿Cuánto tiempo será?

-No lo sé.

Pero estaba enfadado. Eso significaba no sólo dormir en el sofá. Significaba perder su intimidad. Se marchó dando un portazo. Cuando salía de la casa, se cruzó con su tía.

-Hola Pedrito.

Le echó una mirada glacial. Le quitaba su dormitorio y encima le llamaba Pedrito.

En el viaje de vuelta Pedro no dijo ni media palabra. Juanita se dio cuenta e imaginó que al chico no le gustaba la nueva situación. Si por ella fuera, no iría, pero no podía hacer otra cosa.

Juanita se instaló en el cuarto de Pedro. Lo miraba de vez en cuando, pero él la evitada. Se sentía mal. Había trastocado la vida de su sobrino.

Por la noche, en la cama, no dejaba de pensar en el pobre Pedrito en el salón. Salió con su camisón largo y fue a verlo. Estaba acostado en el sofá, tapado con la manta, viendo la tele.

-Pedrito, podemos hablar?

-Me llamo Pedro.

-Oh, perdona Pedro.

-¿Qué quieres?

-Sé que esta situación no es justa para ti, pero...yo..lo siento. No tengo a donde ir.

-Ese no es mi problema. Mi problema es que me he quedado sin cuarto. Sin intimidad.

Juanita no supo que decir. Su vida había sido una muerda. Enterrada en vida en aquel pueblucho, cuidando de sus padres para que su hermana pudiese marcharse, y ahora se veía en la calle. Sus ojos se aguaron y las lágrimas cayeron por sus mejillas. Se llevó las manos a la cara y empezó a llorar.

Pedro se sintió como un auténtico hijo de puta. Él sabía perfectamente por lo que aquella mujer estaba pasando. Era su tía. Su situación era terrible y él en vez de ayudar, lo que hacía era empeorar las cosas.

-Perdóname tía.

La abrazó. Ella seguía llorando.

-Soy un bestia. Eres mi familia, y ...no te preocupes por mí. Estaré bien. Mi cuarto será tu cuarto cuanto tiempo sea necesario.

Ella también lo abrazó. Hacía muchos años que no se abrazaba a un hombre.

-Lo siento, Pedro. Buscaré trabajo, y un piso. Desde que pueda te devolveré tu cuarto.

-No pasa nada, de verdad. Este sofá en cómo. Si hasta tengo tele!!

Juanita se sintió mejor. Dejó de llorar.

-Me voy a dormir, Pedrito...digo, Pedro. Gracias por ser..tan comprensivo.

Antes de irse le dio un beso en la mejilla. Luego se acostó y se durmió.

Pedro, como todo jovenzuelo de 20 años, era un salido. Cuando Juanita la abrazó sintió contra su pecho sus tetas. Las notó grandes, pesadas. Se empezó a acariciar sobre el pantalón del pijama. Lo que más iba  echar de menos era su ordenador. Todas las noches, antes de acostarse, solía ver algo de porno y leer los relatos de la estupenda página www.todorelatos.com . Ahora no podría hacerlo.

Juanita estaba un poco gordita, pero de cara era guapa. Además, a él las maduritas siempre le habían gustado. Cuando estuvo excitado del todo, sacó su polla. Estaba dura. Se hizo una lenta paja pensando en muchas cosas. En chicas, en vecinas..y en su tía. Se corrió pensando en como sería meter su polla entre aquellas dos tetas que había sentido contra su pecho. Llenó su propio pecho de una gran cantidad se semen. Se quedó un rato así, respirando agitadamente. Luego se limpió y se echó a dormir.

Por la mañana se levantó con dolor de espalda y de cuello. Maldito sofá. En el desayuno Juanita se dio cuenta de que se dolía. Se le encogió el corazón. Era por su culpa. Se fue a buscar a su hermana.

-Ana, el pobre Pedrito ha pasado mala noche. Ese sofá no es nada cómodo.

-Juanita, no se puede hacer nada.

-En el cuarto hay dos camas.

-¿Quieres decir que durmáis los dos en la misma habitación? No es correcto.

-Lo que no es correcto es que se le vaya a fastidiar la espalda por mi culpa. Ya somos mayorcitos. Sólo se trata de dormir.

-Bueno, es tu decisión. Si él está de acuerdo por mi no hay problema. Pero no tendrás intimidad. Y el tampoco.

-Ya nos las arreglaremos.

Juanita volvió a la cocina.

-Pedro, has dormido fatal, verdad?

-NAhhh

-Se te ve. He hablado con tu madre. Podemos compartir la habitación.

-Ah? Pero...no sé.

-Es tu habitación. A mí...no me importa que tu duermas junto a mí. Eres un caballero, no?

-Por supuesto.

-Pues no se hable más.

Los primeros días todo fue bien.  Por las noches hablaban un poco antes de dormir. Se fueron conociendo. Al ser verano, Pedro dormía sin la parte de arriba del pijama. Juanita se fijó en su sobrino. Era un chico guapo. Le gustaba mirarlo. Era extraño. Nunca había sentido esas cosas.

Con su marido no tuvo sexo hasta la noche de bodas. Tenía vagos recuerdos de su desvirgamiento. Los dos eran inexpertos. Recordaba haber sentido al final algo de placer. Pero la repentina muerte de su marido truncó su vida y los siguientes 20 años el sexo no existió en su vida. Y ahora aquel guapo chico, su sobrino, le hacía sentir cosas extrañas. Pero a donde iba a ir una vieja gordita como ella, sin ninguna experiencia, con un jovenzuelo de la ciudad como él. Pero no por eso dejaba de mirarlo. Mirar no hace daño a nadie.

Pero no era ella la única que miraba. Pedro también la miraba a ella. Cuando ella dormía, él la contemplaba en la penumbra de la habitación. Si estaba de espaldas a él podía ver su redondo y abultado culete. Y si estaba boca arriba, veía el perfil que formaban sus dos estupendas tetas. Mirándolas, se sacaba la polla y sin hacer ruido se masturbaba hasta llenar su mano de caliente semen. Aquella mujer madurita estaba empezando a atraerle mucho.

Una mañana, Juanita se despertó antes de Pedro. Había sido una calurosa noche y Pedro al moverse se había destapado. Cuando Juanita se fijó, se dio cuenta que su sobrino tenía una gran erección bajo el pijama. Apartó la vista, pero volvió a mirar. Algo enorme había allí debajo. Ella conocía las 'cosas de la vida', por supuesto, pero nunca había visto el pene de un hombre. Bueno, sin contar el de su padre cuando lo bañaba. Pero ese no contaba. No estaba como el de Pedro. El pijama era ajustado y la forma se definía perfectamente. Ni siquiera el de su difunto marido. No tuvo tiempo.

Se sintió rara. Sintió algo como lo que recordaba de aquella única noche con su marido. Notó que se humedecía entre las piernas. Era extraño, pero placentero. No sabía lo que le pasaba. No sabía que hacer. Cuando se movió en la cama, notó que al frotar las piernas el placer era mayor, así que empezó a frotar una pierna contra la otra. Nunca se había masturbado. No sabía lo que era. Sólo sabía que aquella sensación era muy placentera.

Su respiración se hizo más agitada. Miraba a su sobrino. Su linda cara relajada mientras dormía. Su pecho musculoso, y sobre todo aquel bulto. Deseba saber que se escondía debajo.

Aquello que se imaginaba grande. Se frotó más rápido, más fuerte. Aquel placer iba en aumento. Se sentía cada vez más mojada.

Algo iba a estallar dentro de ella. Sus músculos se fueron tensando poco a poco hasta que sintió como una corriente que la atravesaba. Tuvo que apretar la cara contra la almohada para no gritar. Nunca en su vida había sentido tanto placer. Aquello era maravilloso.

Juanita había tenido el primer orgasmo de su vida, frotándose las piernas mientras miraba la polla de su sobrino.

Cuando él se despertó Juanita todavía se recuperaba de su intenso placer.

-Ummmaahhhh, buenos día, tía.

-Bu..Buenos días, Pedro.

Pedro se dio cuenta de que su tía tenía las mejillas coloradas, y que su respiración era agitada. Y se dio cuenta de que su erección matutina era claramente visible.

-Ops! Lo siento, tita. Es que por las mañanas...se me sube sola.

-¿Qué? Oh...no pasa nada, no pasa nada. - le dijo mientras los colores se le subían.

Los colores se le subieron. Menos mal que Pedro se tapó con la sábana.

Durante varios días, la situación se repetía. Por la noches, Pedro se masturbaba mirando dormir a su tía, mirando su gran culo o sus tetazas. Y por las mañanas, Juanita se frotaba con las piernas hasta estallar en un fuerte orgasmo. A veces no podía ver nada porque Pedro amanecía tapado o porque le daba la espalda. Pero cuando conseguía verlo, los orgasmos eran más fuertes.

Una mañana Pedro se despertó. Juanita no se dio cuenta. Él entornó los ojos y se dio cuenta de que Juanita le miraba la polla y que se frotaba las piernas. Su corazón se aceleró al comprender que ella se estaba masturbando mirándolo. Se excitó más aún. Se fingió dormido y se puso de manera que ella tuviera mejor vista.

Con cuidado de no delatarse, la miró. Sus pezones se notaban contra la tela, como dos pitones. Veía como gemía en silencio. Como sus piernas se frotaban la una contra la otra. Como cerraba los ojos y se pasaba la lengua por los labios para humedecerlos. Y como se mordió el labio inferior cuando su cuerpo fue atravesado por el orgasmo. Su tía se había corrido mirándolo. Pedro nunca había estado tan excitado como en ese momento. Sintió como la punta de su polla se mojaba de líquido preseminal.

Cuando Juanita se dio la vuelta, el se levantó y se fue al baño. Bastaron sólo dos movimientos de su mano para que el lavamanos se llenara con su semen. En el espejo se reflejaba su cara de placer. Deseaba a su tía.

Todo cambió la mañana siguiente. Como el día anterior, Juanita se frotaba pare conseguir ese estallido de placer que tanto le gustaba, mirando a su sobrino. Gemía, sin hacer ruido. Cerraba los ojos para sentir... Y cuando miró  a la cara de Pedro, vio los ojos de él, abiertos, clavados en los suyos.

Se sintió asustada. Él la había descubierto. Se puso roja como un tomate. Y paró de frotarse.

.No pares. Sigue.

Estaba tan excitada que hizo lo que Pedro le dijo. Siguió frotándose. Lo miraba a é a los ojos. Miraba su pijama, abultado. Que él la mirara, lejos de enfriarla, la excitó aún más. Cuando le llegó ese estallido tan rico, fue el más fuerte que había tenido. Sintió los líquidos de su sexo correr por sus muslos.

Se quedaron los dos, mirándose. Luego pedro le habló.

-¿Quieres ... verla?

CONTINUARÁ