Nunca disfruté tanto
Llega un día en el que descubres otro modo de disfrutar.
Al cabo de unos meses después de casarme, el jefe de mi marido me tiró los tejos. Me encolericé, me había tomado por una cualquiera el imbécil. Estas cosas me sublevan y decidí darle un escarmiento.
Le hice creer que me interesaba tener una aventura. Y entonces comenzamos a mantener charlas telefónicas subidas de tono, hasta que descubrí que lo que le iba al muy cabrón era el sado. Quería darme azotes el tío sinvergüenza, mas yo le animé declarándome sumisa.
Llegó el día de la primera cita en su casa. Llegué y vi todos los instrumentos que tenía preparados: fustas, cuerdas, látigos, antifaces, vibradores Me asusté en un principio, pero si mi plan daba resultado iba a darle una lección.
Le convencí de tomar una copa antes de empezar la fiesta y aceptó. Menos mal que no me vio vaciar aquel somnífero en su copa, la cual se bebió y en unos minutos lo transportó a los jardines del sueño. Cuando despertó se halló desnudo, atado a una silla, con un antifaz y conmigo frente a él en ropa interior.
-¡Te vas a enterar! le grité esgrimiendo un consolador de látex.
Jamás hubiera pensado que yo iba a hacer algo así, pero llegó lo peor: descubrir que aquel tío le gustaba el trato recibido y que a mí me gustaba, que digo gustaba, me fascinaba, tratarle así.
Recientemente me he separado de mi marido y me he ido a vivir con su jefe.