Nunca digas nunca

Quién lo iba a decir. Yo, que soy el macho más macho del mundo, caí rendido ante una polla. Lo peor de todo es que me gustó, y más lo que vino después; aunque he de reconocer que hasta que no la tuve frente a mí, nada me hizo sospechar lo que era.

Quién lo iba a decir. Yo, que soy el macho más macho del mundo, caí rendido ante una polla. Lo peor de todo es que me gustó, y más lo que vino después; aunque he de reconocer que hasta que no la tuve frente a mí, nada me hizo sospechar lo que era.

Todo empezó un viernes en el trabajo, poco antes de la hora de plegar. Mario, un compañero muy de la broma, me propuso irnos de copas a un pub que había descubierto hacía muy poco. Me aseguró que jamás había visto mujeres como las de aquel lugar, y que con un poco de suerte, no volveríamos a casa solos. Siendo los dos jóvenes, solteros y con ganas de juerga, no hizo falta pensármelo dos veces para aceptar su propuesta.

A la salida, quedamos en vernos en el restaurante al que solíamos ir, y en casa, llamé a Lidia, una follamiga muy marchosa con tendencias lésbicas que acostumbraba a acompañarnos en nuestras correrías.

  • ¿Tienes planes, guapa?

  • Estoy con la regla, Tony. Hoy no tengo el coño para verbenas.

  • Va, Lidia, no seas aguafiestas. Tómate una de esas pastillas milagrosas que te quitan todos los males. Mario nos va a llevar a un sitio nuevo, dice que está lleno de mujeres espectaculares.

  • ¿Vas a hacer caso de ese capullo? La última vez que propuso algo casi terminamos en comisaría.

  • No seas así, Lidia, no fue su culpa. El garito no estaba mal, y sabes que cuando bebe más de la cuenta, no controla y le tira la caña a cualquiera. Tú también lo haces.

  • Sí, pero no a la novia de un motero, y si me rechaza, desisto.

  • Él también.

  • Le entró cinco veces.

  • Porque iba pasado de vueltas y no se dio cuenta.

  • Cinco veces, Tony. Si hubiesen sido dos, podría entenderlo; tres, tiene un pase; pero, ¿cinco?

  • Vale, tienes razón. Se encoñó con la motera y casi nos parten la boca, pero reconoce que hasta ese momento lo pasamos bien.

  • Claro, porque tú no acabaste con sus dedos marcados en el culo. Si no fuese tan borracho, me lo habría follado aquella misma noche, porque otra cosa no, pero el muchacho está para mojar pan.

  • Entonces tuve suerte, al que te follaste fue a mí.

  • No como me hubiese gustado.

  • Te he dicho mil veces que mi culo es sagrado. Por ahí, ni el bigote de una gamba.

  • Algún día te follaré con “pepe” . Acabarás siendo mío cueste lo que cueste.

  • Ven esta noche y quizás me lo piense -traté de convencerla amparándome en los entresijos de la frase.

  • Perfecto. No es un sí, pero tampoco no, así que aún tengo posibilidades. ¿Cenareis antes?

  • Sí, donde siempre.

  • Allí estaré, pero como Mario intente meterme mano, le rompo las piernas.

Lidia es una mujer de las que paran el tráfico, alta, pelirroja, ojos verdes, guapa a rabiar y con un par de tetas que quitan el hipo. Su culo debería ser patrimonio de la humanidad, respingón, redondo y duro en su justa medida.

Desde que la conozco -va para quince años-, está obsesionada con taladrarme el ojete con “pepe” , su arnés. ¿Por qué “pepe” ? Sencillo. Cuando lo compró, le dijo al dependiente de la sex shop que quería algo para darle bien a su “pepe” , nombre con el que se conoce vulgarmente al coño en algunos lugares de la geografía española. El dependiente estaba convencido de que “pepe” era una persona, ofreciéndole el arnés pensando que quería practicar pegging con su pareja. La confusión, acabó con el dependiente rojo como un tomate y el arnés en poder de Lidia, que debido a sus tendencias lésbicas, no le pareció mala idea comprarlo; a fin de cuentas, el pene del arnés es de quita y pon, perfecto para su “pepe” , y junto al arnés, para el de sus conquistas femeninas.

Me sentí orgulloso por haber conseguido convencerla, si no me ligaba a ninguna en el pub, acabaría echando un polvo con Lidia, o en su defecto, por estar con la regla, una buena mamada de sus carnosos y apetecibles labios, o quizás sexo anal. De una forma u otra, esa noche no acabaría solo.

Nos reunimos en el restaurante. Mientras cenábamos, mantuvimos una banal charla saltando de tema en tema. Ya en los postres, y con el ambiente caldeado -el vino, junto a una conversación un tanto picante, aceleró el proceso-, las miradas cómplices cargadas de lujuria se sucedieron entre Lidia y yo. Ella, a pesar de su reticencia a salir, se mostró juguetona. Sus pies buscaron mi entrepierna por debajo de la mesa, y Mario, que empezaba a achisparse por momentos, dio muestras de impaciencia por emprender nuestra aventura en el nuevo Olimpo de Diosas descubierto.

Después de los cafés pedimos unas copas, empeñándose Lidia en averiguar cómo había descubierto Mario aquel lugar.

  • Me habló de él una compañera de trabajo -dijo sin darle importancia.

  • ¿Quién? -pregunté con curiosidad. Si había sido una compañera de trabajo, tenía que conocerla, sí o sí.

  • Marta, la de recursos humanos. Me dijo que cuando está cachonda y no tiene a nadie en reserva, va allí y siempre encuentra compañía.

  • ¿Sabes que Marta, no es lo que parece?

  • A mí me parece que está buena. Me la estoy trabajando para hacérmelo con ella.

  • Mario, Marta es una transexual.

  • Imposible. Tiene un culo casi perfecto, mejorando lo presente -matizó para que Lidia no se sintiera despreciada-. Cuando va en leggins, se le marca el coño de una manera que más de una vez he tenido que ir al baño a cascármela.

  • Te lo dije, Tony -intervino Lidia-, este capullo nos va a meter en un bar de ambiente. Por mi, perfecto, pero dudo mucho que os sintáis cómodos en un sitio así. Además, por lo que está contando, nunca ha ido a ese sitio.

  • Vale, me habéis pillado -continuó Mario-, pero sobre Marta os digo que es imposible, es una mujer muy mujer.

  • El año pasado fui con ella a una playa nudista -tuve que matizar para sacarlo de su error-. Te puedo asegurar que de entre sus piernas, cuelga una polla con todas las letras. Bien es cierto que no la tiene muy grande, por lo menos en reposo, eso facilita ocultarla cuando va ajustada.

  • ¡No jodas! Y yo que me la quería cepillar... mi gozo en un pozo.

  • Si la pones a cuatro patas y se la endiñas por detrás, ni se nota.

  • ¿Te la has follado?

  • No, pero ese día hablamos de muchas cosas, entre ellas del reparo que tenemos muchos hombres a experiencias nuevas. Es pasiva, así que... adelante, campeón.

  • Dos pollas, aunque una sea pequeña, son demasiadas para mi gusto, con la mía es suficiente; creo que voy a pasar.

  • Menudo par de gilipollas -atajó Lidia-. Será mejor que nos vayamos antes de que vuestros comentarios homófobos os dejen sin dientes.

Mario hizo intento de replicarle -el vino de la cena y las copas de la sobremesa le envalentonaron-, obligándome a levantar la mano en gesto de hacerlo callar. No es que Lidia sea una persona agresiva, ni mucho menos, ya se sabe que perro ladrador, podo mordedor. Con esto no estoy diciendo que sea una perra, solo quiero dejar claro que entre nosotros hay confianza, y entre amigos, si algo nos molesta, lo decimos claro.

Otro motivo que me obligó a callarlo, fue que si en mis planes estaba llevarme a Lidia a la cama en el caso de no conseguir a otra, tenía que tratarla con cariño. No había tenido en cuenta que Lidia se encontraba en esos días del mes en los que la mayoría de mujeres, bellas todas, tenéis la sensibilidad a flor de piel por culpa de la dura batalla hormonal que mantenéis en vuestro interior. Como muestra de arrepentimiento por nuestra actitud, abonamos su parte de la cena y salimos del restaurante rumbo al prometido jardín de las delicias.

El lugar estaba situado en una zona no muy concurrida. La oscuridad, rota por los neones luminosos de los establecimientos y las escasas farolas, reinaba en la calle. En la entrada, un portero con cara de pocos amigos nos repasó con la mirada de arriba abajo.

  • Buenas noches, ¿es la primera vez que vienen? ¿conocen las normas del establecimiento?

Nos miramos extrañados. ¿Dónde coño nos había traído Mario?

Un atractivo grupo de chicas nos pidieron paso para acceder al local. Saludaron cordialmente al portero y atravesaron las puertas del supuesto paraíso.

  • Sí, es la primera vez -traté de aparentar firmeza, aunque interiormente estaba cagado.

Nos informó de las normas de comportamiento advirtiéndonos que su incumplimiento, traía consigo la expulsión inmediata del local. Nos entregó las típicas tarjetas de consumición obligatoria y entramos. Primera parada obligatoria, la barra.

Pedimos las bebidas y nos dispusimos a dar una vuelta de reconocimiento. A simple vista, una gran sala con una pista de baile en el centro; rodeándola, mesas de mimbre con sillas a juego. Todo estaba muy oscuro, a excepción de la mencionada pista de baile, iluminada por las típicas luces intermitentes y flashes.

A medida que la vista se acostumbraba a la escasez de luz, pudimos apreciar que el local era más grande de lo que parecía. En el suelo, líneas de luces que no vimos al entrar, delimitaban caminos que conducían a puertas cerradas. Un largo pasillo se perdía por una de esas puertas, sobre ella, un letrero con la leyenda “Reservados” despejaba toda duda de lo que había dentro.

Tomamos asiento en un cómodo sofá dejando que el ambiente nos embriagara. Un grupo de cuatro chicas se acomodó en el sofá de al lado, parecían clones. Todas vestían de forma similar, llevaban el mismo corte de pelo y ninguna de ellas destacaba sobre las otras. Mario decidió abordarlas dejándonos solos a Lidia y a mí.

  • ¿Qué te parece el sitio? -preguntó Lidia.

  • Tiene buena pinta. Desde fuera, engaña.

  • No hay muchos chicos, puede que aún sea pronto.

  • Puede ser. Siento lo de antes, no he tenido en cuenta que estás en esos días.

  • No ha sido tu culpa, Mario saca lo peor de ti.

  • Hola, ¿puedo sentarme con vosotros? -interrumpió una voz femenina- Parecéis majos.

Alzamos la vista encontrándonos a una joven de veintipocos años, morena, con ojos de un azul penetrante y cuerpo delicado. Vestía blusa blanca de gasa y minifalda negra ajustada; en sus pies, unas sensuales sandalias de tacón estilizaban sus piernas.

  • Claro, ponte donde quieras -contestó Lidia.

  • Gracias, soy Diana -se acercó a Lidia dándole un piquito.

  • Encantada, soy Lidia -replicó confusa mi amiga.

  • ¿Y tú eres? -preguntó aproximándose a mí.

  • Tony -contesté levantándome para besarla. Al igual que a mi acompañante, el beso fue en los labios.

  • ¿Es la primera vez que venís? -se acomodó entre los dos- No os tengo vistos.

  • Sí, es la primera vez, y puede que no la última -contesté tratando de ser amable.

  • Os gustará. Un consejo, dejad los perjuicios en la puerta. Si mantenéis la mente abierta, os haréis asiduos y vuestra relación mejorará... en todos los aspectos -terminó diciendo con una pícara sonrisa en sus labios.

  • Te confundes, no somos pareja, solo amigos -la corregí.

  • Si quieres seguir con ese rol, perfecto, pero que tu novia te coma con los ojos, no lo hace muy creíble -susurró a mi oído.

El volumen de la música, aunque no excesivo, no permitía una conversación relajada, por lo que tuvimos que incorporarnos para poder escucharnos bien. El desparpajo de Diana, nos dejó claro que era una habitual, y para salir de dudas, le preguntamos de qué iba aquello.

  • Es un local liberal, que no de intercambio. Aquí vienen parejas y gente con ganas de pasarlo bien. Esta es la sala del conocimiento, donde se hacen los primeros contactos. Si hay química y según se acuerde, se pasa a una de las salas de juegos, que son las que están por aquí -señaló las puertas que había distribuidas por el local-. Una vez dentro... bueno, puede pasar de todo.

  • ¿A qué te refieres? -dijimos los dos al unísono.

  • Pues eso, de todo. Unos terminan la fiesta allí y otros se van y terminan fuera, ¿dónde? Allá cada uno. Creo que es la primera vez que me encuentro a una pareja que entra sin saber qué es esto. Podéis marcharos si queréis, nadie os dirá nada -colocó una mano sobre el muslo de Lidia y terminó con voz melosa-, pero si os parezco buena compañía...

Acercó su cara a la de Lidia y la besó en los labios. Ella correspondió el beso y la tomó por la nuca, la otra mano se aferró a uno de sus pechos. Diana la tomó de la cara con sus manos y acentuó la pasión del beso. Sus bocas se abrían y cerraban dejando entrever una danza erótica de lenguas. Me convertí en espectador del beso más libidinoso que he presenciado en mi vida. Estuve tan embobado mirándolas, que no me di cuenta que una de mis manos había ido a parar a mi paquete, acariciándolo.

Lidia entreabrió los ojos y miró hacia mí. Estoy convencido que verme con cara de bobo tocándome la polla, fue lo que la despertó de su trance e hizo que su boca se separase de la de Diana.

  • ¿Y si pasamos a una de esas salas de juegos? Como este siga así, hará un charco de babas.

Se levantaron cogidas de la mano dirigiéndose a una de las salas. A medio camino, Lidia se giró deteniendo sus pasos, susurró algo al oído de Diana y se acercó a mí.

  • ¿No quieres venir?

  • ¿Lo dices en serio? -la propuesta me sorprendió-. Esto es nuevo, pensé que querías estar a solas con ella.

  • Tony, tú eres tonto, ¿tengo que escribírmelo en la frente?

  • ¿De qué hablas?

  • De que te calles y vengas con nosotras -respondió en tono autoritario alargándome la mano.

Correspondí su gesto. Me levanté y nos reunimos con Diana, que guiándonos hacia una de las puertas, nos hizo esperar mientras hablaba con uno de los camareros. Volvió con una tarjeta en la mano y la introdujo en la ranura de la cerradura; sobre la puerta, un piloto rojo se iluminó.

  • Por ser vuestra primera vez, yo invito -abrió la puerta-. Adelante, bienvenidos al templo de los sentidos.

Entramos en la habitación y aluciné. La estancia, presidida por una gran cama redonda con sábanas negras de satén, estaba iluminada por una cálida luz anaranjada. Las paredes estaban completamente enmoquetadas con colores granate y negro. Por único mobiliario, una mesita con una lámpara de lava, una papelera junto a ella y el equipo de aire acondicionado.

Diana se quitó las sandalias y se recostó en la cama. Con cara de vicio, dio unas palmaditas sobre el colchón indicando que nos acercáramos. Lidia me soltó la mano y se arrodilló en la cama echándose sobre Diana, que la recibió gustosa mientras le comía la boca como si le fuese la vida en ello.

Mi miembro, prisionero en el pantalón, clamaba por ser liberado de su encierro; leves pinchazos me hicieron desabrocharlo para liberar un poco de presión. Mientras, en la cama, las dos mujeres acariciaban sus cuerpos sin dejar de besarse.

Lidia desabrochó la blusa de Diana, dejando a la vista sus redondos y bien proporcionados pechos enclaustrados en un fino sujetador de encaje. Una de sus manos se posó en la entrepierna de Diana. Esta, sujetándola por la muñeca, le susurró algo al oído mientras la retiraba con delicadeza.

Ambas me miraron con lujuria sin dejar de acariciarse.

  • ¿Te vas a quedar ahí como un pasmarote o vas a participar? -preguntó Lidia con voz melosa.

  • Estoy disfrutando del espectáculo.

  • Es más divertido ser actor que espectador -añadió Diana.

Hice un gesto de aprobación y me uní a la fiesta, empezando por comerle la boca a nuestra nueva compañera de juegos. Lidia aprovechó el momento para desnudarse, quedando en ropa interior. Volvió a tumbarse con las piernas muy abiertas y acarició su sexo por encima del tanga. Al notarlo, Diana se deshizo del beso que compartíamos arrodillándose entre las piernas de Lidia. Agarró el tanga por los lados y tiró con fuerza de él. Tras un leve chasquido, el tanga terminó balanceándose entre los dedos de Diana.

  • ¡Ups! Lo siento, he tirado demasiado fuerte. Te debo un tanga.

  • Cómeme el coño y te lo perdono -farfulló Lidia fuera de sí.

  • ¿Estas con la regla? -preguntó al ver el hilo del tampón.

  • Es mi cuarto día, si te da reparo, déjalo.

Tiró del hilo del tampón, apareciendo este con restos de sangre pegadas a él, lo lanzó a la papelera y sin pensárselo dos veces, se tumbó boca abajo hundiendo su cara en el sexo de Lidia. No aguanté más y me desnudé por completo. Mi pene brincó de alegría al verse liberado. Me acerqué a la cama y ofrecí mi polla a los labios de mi amiga, que sin mediar palabra, la introdujo en su boca.

La morbosa situación, Diana comiéndole el coño a Lidia y esta practicándome una mamada, hizo mella en mí y me derramé.

  • ¡Me corro!

Mi advertencia fue ignorada. Borbotones de leche escaparon por la comisura de sus labios. Tras una última ráfaga, retiré el miembro de su boca, que tragaba los restos de mi esencia cual delicioso manjar. Segundos después, su cuerpo se convulsionó, elevando la pelvis mientras Diana continuaba lamiendo su fruto.

  • ¡Ah... Dios... qué gusto! No te pares... no te pares...

Un último espasmo la dejó derrengada. Diana alzó la cabeza. La satisfacción se reflejaba en su rostro bañado de sudor, saliva, restos de sangre y flujo.

  • Delicioso, tu sabor me enloquece -dijo limpiándose la boca con la mano.

  • Ahora me toca devolverte el favor -añadió entre jadeos mi amiga.

  • Aún queda mucha noche -sentenció Diana.

Lidia se incorporó y la besó con lujuria. Mi polla había recuperado parte de su rigidez, ansiosa por que aquellas dos bellezas la calmaran. Comencé a pajearme lentamente sin perder de vista el espectáculo. Lidia sustituyó mi mano por la suya entre aquel enredo de brazos y piernas.

Diana, a excepción de la blusa y las sandalias, continuaba vestida. La falda se le había subido hasta las caderas dejando entrever el tanga del mismo color. Se desabrochó el sujetador y ante nosotros aparecieron sus perfectos pechos coronados por pequeños pezones.

  • ¿Te han atado alguna vez? -preguntó Diana en tono sugerente.

  • No, nunca se ha dado el caso -respondí sorprendido a la pregunta.

  • ¿Te gustaría probarlo?

  • Puede... algún día... no sé.

Como suele decirse, esa práctica la tenía en tareas pendientes. Soy de los que piensa que en esta vida, para saber si algo te gusta o no, hay que probarlo.

Seguro que alguien pensará si los que pensamos eso lo cumplimos. En mi caso, sí. Por poner un ejemplo, puedo afirmar rotundamente que no me gustan los hombres. Si alguien se pregunta si lo he probado, la respuesta es sí, pero esa es otra historia; aunque algo tiene que ver.

Lo que pasó a continuación me dejó pasmado. No sé lo que habría pensado Lidia, que permanecía espatarrada con los brazos en cruz sobre aquella inmensa cama redonda; el shock inicial me lo llevé yo.

Diana fue abriendo cajones situados en el canapé de la cama, y eso solo lo sabes si has estado muchas veces allí, o tienes algo que ver con el local, y por la soltura con la que se movía, la segunda opción cobraba fuerza.

Lidia se incorporó agitada por el ruido.

  • ¿Qué pasa? ¿Qué es ese escándalo?

  • Vamos a jugar, por eso se llaman “salas de juego” -aclaró Diana.

  • Tú... esto... no es la primera vez, ¿verdad? -pregunté confuso señalando los cajones.

  • Trabajo aquí, soy captadora -dijo haciendo una leve inclinación de rodilla en un gesto desenfadado.

  • ¿Captadora? -preguntamos al unísono cruzando nuestras miradas.

  • Sí. Entre otras cosas, mi trabajo consiste en explicarle a los clientes cómo interactuar. Esto no lo suelo hacer, pero vuestro caso me ha llamado la atención.

Lidia y yo nos miramos confundidos. Muy buena tenía que ser la explicación de Diana para continuar la fiesta. Al menos eso pensaba yo, que me estaba entrando un miedo terrible al ver aquellos “juguetes” , que más que eso, parecían instrumentos de tortura. La cara de Lidia, más que miedo, reflejaba curiosidad.

  • ¿A qué te refieres con que te ha llamado la atención?

  • A que me habéis gustado y me he tomado el día libre, pero si queréis, lo dejamos.

  • Por mi parte, adelante. ¿Qué te parece Tony, seguimos?

  • ¿Esto va de rollo sado? -a mí, el dolor, como que no me va.

  • Bondage -respondió Diana-, yo no hago sado.

  • Va Tony, siempre dices que hay que probar cosas nuevas. Además, nunca hemos hecho un trío juntos, y Diana tiene un algo que me pone. No sé qué es, pero te aseguro que nunca había estado con una chica como ella.

  • Una cosa os puedo asegurar -añadió la aludida-, esta noche no la olvidareis jamás -un halo de misterio envolvió sus palabras.

Mi voluntad iba cediendo a medida que las chicas hablaban. Sí, estaba dispuesto a probarlo, pero no de cualquier manera. Las humillaciones no me van, me hacen sentir mal. La dominación, bueno, según se tercie, puedo pasar de ella; no me apasiona. El problema eran las ataduras. Estar a merced de dos bellezones desvalido e indefenso, no me atraía en exceso, pero por probar, nada se pierde.

  • Está bien, pero con condiciones.

  • Cualquier práctica BDSM se ha de consensuar. Aquí estamos para pasarlo bien, no para sufrir -aclaró Diana.

Negociamos los puntos dejando claro hasta dónde queríamos llegar sin imaginarnos que las sorpresas, aún no habían terminado.

  • Antes de continuar, he de informaros de un detalle importante que puede haceros cambiar de opinión.

Diana se despojó de la falda y se giró, dándonos la espalda. Se bajó el tanga lentamente y colocó las manos tapando su sexo. Volvió a girarse. Con mirada pícara, retiró las manos de su entrepierna.

  • ¡Tachán! -exclamó como si de un espectáculo circense se tratara.

Mis ojos se abrieron como platos contemplando lo que apareció ante nosotros. Un ensordecedor grito salió de la garganta de Lidia, que aplaudía con ilusión como si fuese una niña que acababa de recibir el mejor regalo de su vida.

  • ¿En serio? -acerté a decir.

  • ¡Sí! Voy a hacer realidad una de mis fantasías -Lidia estaba loca de contenta.

De pronto dejó de aplaudir. Recordó la conversación en el restaurante sobre Marta, mi compañera transexual. Me miró con ojos de cordero degollado.

  • Por favor -dijo haciendo pucheritos.

Arrodillada como estaba, con las palmas de las manos juntas en posición de súplica, no pude más que acceder. En ese momento me pareció la mujer más maravillosa del mundo. Algo en mi interior se removió, y aunque quede cursi decirlo, sentí las famosas mariposas en el estómago, algo que nunca, en todos los años que hacía que la conocía y después de habernos acostado infinidad de veces, había sentido.

  • Esto va a ser duro -dije con resignación.

  • Dura hay que ponérsela a Diana. Como está ahora, poco se puede hacer.

A mi mente acudió la tarde de borrachera en la finca de los padres de Mario junto a otros compañeros de trabajo, un pasaje de mi vida que no estaba dispuesto a repetir -quizás, en un futuro, cuente lo que pasó-, aunque aquella situación era, a todas luces, diferente.

Ante mí se encontraba una joven de cuerpo increíble, pero con un pequeño detalle, ¡tenía polla!

No sentí repulsión, ni asco, nada por el estilo. Hasta ese momento había disfrutado de los besos de aquella ninfa sin saber que en un pasado no muy lejano, había sido un hombre. Sin embargo, ahora podría competir en cualquier concurso de belleza con mujeres biológicas teniendo las mismas posibilidades, o mayores.

Me recordó un poco a Marta, mi compañera de trabajo, con la diferencia que a ella no le había comido la boca ni la excursión a la playa rezumaba el erotismo de aquella habitación. Lo que son las cosas, me estaba dando un morbo increíble.

Rodeé con mi brazo a Lidia por los hombros. Mis sentimientos hacia ella estaban cambiando. Ya no la veía como a esa amiga con la que compartes noches de fiesta, sexo por gusto o una aburrida tarde de domingo viendo películas antiguas. Comencé a verla como la persona con la que compartir el resto de mi vida. Una vocecilla en mi interior me decía “lánzate, ella siente lo mismo” , haciéndola callar de inmediato por lo extravagante de la situación.

Con cara de no haber roto nunca un plato, se abalanzó sobre mi cuello. Sus labios buscaron los míos fundiéndose en un beso cargado de algo más que agradecimiento por acceder a su petición.

Diana se aproximó a nosotros y aprovechó para quitarle el sujetador a Lidia. Noté en mi pecho sus manos acariciando los senos de mi amiga, que presa del deseo, emitía gemidos que elevaron más mi lívido.

Lidia separó sus labios de los míos. Con una mirada cargada de intención, y mordiéndose el labio, se giró hacia Diana, echándose sobre ella obligándola a tumbarse.

La cubrió de besos desde la cabeza hasta el pecho, donde se detuvo recreándose. Con una mano aferró su verga, estrujándola con delicadeza tal como me había hecho a mí innumerables veces. Unos irracionales celos me asaltaron. ¿Qué coño me estaba pasando?

Lidia y yo nos hicimos follamigos porque precisamente, ninguno de los dos quería compromiso, era algo que teníamos claro desde el principio, y ahora, verla gozar con otra persona, estaba removiendo mis entrañas. Tenía que hacer algo o lo echaría todo a perder.

Me levanté de la cama y empecé a dar vueltas por la habitación. Intenté calmarme, mantener la mente en blanco. Lástima que en aquella habitación no hubiese habido un mueble bar, lo habría asaltado.

  • Tony, ¿qué te pasa? -Lidia había dejado lo que estaba haciendo y vino hacia mí.

  • Nada, no te preocupes, un sofoco.

  • Y una mierda. Estás hiperventilando.

Diana se acercó a nosotros con una bolsa de papel en la mano.

  • Siéntate y respira en la bolsa.

No estaba muy seguro de que aquello me calmara, pero para no parecer descortés, hice caso.

  • Me cago en la puta, ¿no te irás a poner enfermo? ¿Qué voy a hacer sin ti, irme sola con ese capullo de Mario? Mierda, mierda, mierda.

  • Tranquila Lidia, yo sé lo que le pasa. Déjalo en mis manos.

Me hizo levantar y me llevó a una pared -aquella habitación estaba llena de sorpresas-, empujándola con la mano. Ante nosotros se abrió una puerta; el baño. Me hizo pasar y sentarme en el inodoro. Cerró la puerta tras de sí y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas frente a mí. Yo continuaba respirando en la bolsa.

  • Te gusta esa chica, ¿verdad?

No respondí, continué respirando en aquella bolsa con los ojos fijos en ella.

  • No hace falta que digas nada. Llevo mucho tiempo en esto y he visto de todo, desde parejas que creían que estaban hechos el uno para el otro, y se han dado cuenta que no tenían nada en común, hasta gente que se odia pero en temas de sexo se complementan al cien por cien. Casi me haces creer que erais solo amigos, y si no hubiese pasado esto, por tu parte me lo habría creído, pero esa chica está loca por ti y tú por ella.

  • Eso es imposible -dije retirando la bolsa de mi boca-, Lidia es bisexual y muy liberal, no creo que sienta por mí más que una gran amistad, lo mismo que yo por ella.

  • Por mí no ha sido.

Un rayo de luz me iluminó en ese momento -metafóricamente hablando, no hubo ninguna luz celestial o sustancia psicotrópica que lo justificase, o ser divino que quisiera apuntarse a la fiesta. Tampoco se encendió ninguna bombilla, todas las luces estaban encendidas cuando entramos, que hay que explicarlo todo-. Como decía, un rayo de luz me iluminó en ese momento. Si podía hacerla creer que me causaba repulsión su polla, quizás volviéndose a poner el tanga se solucionaba el problema.

  • ¿Por qué estás tan segura? Puede haber sido eso.

  • Cariño, si al verme la polla no has salido corriendo o me has insultado como a un bicho raro, te aseguro que es porque te ha dado morbo y querías probarlo con alguien como yo. Han llegado a amenazarme de muerte, esperarme a la salida para darme una paliza, me he tenido que cambiar de casa dos veces porque me acosaban... te podría explicar tantas, que estaríamos aquí hasta mañana. Créeme, no he sido yo.

  • No sé qué decir... tu vida... -enterarme así, de pronto, de lo dura que tenía que ser la vida para esa chica, me hizo pensar que mi problema era un grano de arena comparado con los millones de problemas que tendría ella.

  • ¡Tranquilo! Me gano muy bien la vida. Voy al psicólogo una vez a la semana para que me ayude a no matar a esos capullos, pero tú puedes seguir engañándote y no querer ver la realidad. Te aseguro que a Lidia le importas más de lo que crees y que ella, te importa más de lo que quieres creer. Te has puesto celoso al verla gozar conmigo, no es la primera vez que lo veo, es más habitual de lo que te piensas en parejas que se creen liberales, pero sí la primera vez que lo veo en dos... ¿cómo lo has llamado? ¿amigos?

Después de escucharla decir lo que realmente pasaba por mi cabeza, no tuve más remedio que claudicar.

  • Sí, me importa. Creo que estoy enamorado de ella, pero no puede ser. Cuando nos conocimos dejamos claro que nada de compromiso, solo sexo y pasarlo bien. No sé qué ha pasado para cambiar eso. Estábamos bien, sin complicaciones.

  • Ha pasado que la has visto conmigo y te has dado cuenta que si seguís así, la puedes perder. Hay tres posibles soluciones para que el día de hoy termine bien. Una es que dejemos las cosas como están, nos vistamos y tan amigos; lo que pase fuera de aquí, es cosa vuestra. La segunda es que uno de los dos se marche. Si soy egoísta, es la que prefiero.

  • Has dicho tres, ¿cuál es la tercera?

  • Bueno, esa no siempre funciona, pero es posible que sea la que más conveniente para ti... y volviendo a ser egoísta, para mí.

  • De qué se trata.

  • De caracterizarnos. Nos ponemos pelucas y antifaces y fingimos ser otras personas.

  • ¿Funcionará?

  • No lo sé. Dentro de mi campo, es la única opción que nunca he probado. Solo sabía de su existencia, pero nada más.

  • ¡Hagámoslo!

  • ¿Seguro? Tienes que ser una persona completamente diferente a la que eres, si no, no funcionará.

  • Si haciéndolo puedo conseguir que Lidia no olvide esta noche, merece la pena intentarlo.

  • ¡Ah... vive l'amour! -susurró en un perfecto francés poniendo cara de bobalicona enamorada, con sus manitas cogidas junto a la mejilla y todo. Solo le faltó pestañear... un momento, creo que lo hizo.

  • Me jode que tengas razón... perdona mi lenguaje, es que me siento muy bien contigo y te he hablado como si fueras mi amiga, lo siento. Tienes razón y siento rabia porque es verdad, pero Lidia no tiene que saber ni una palabra. Prométeme que no le vas a decir nada.

  • Tranquilo, no pasa nada. Soy una tumba -algo me decía que Diana era mucho más inteligente de lo que parecía, es lo que pasa cuando prejuzgas a la gente sin conocerla.

  • ¿Cómo lo hacemos?

  • Quédate aquí. Sal cuando me oigas decir Marco Antonio, dejaré la puerta abierta. Del resto me ocupo yo. En lo mío, soy buena.

Diana salió del baño. Como me dijo, dejó la puerta abierta regresando al cabo de unos segundos con una peluca en sus manos y un antifaz. Me lo puse y volvió a salir.

La espera se me hizo eterna. Aproveché el tiempo para mentalizarme. Debía convertirme en otra persona. Pensé en el carácter, forma de hablar e incluso cómo actuar sexualmente.

Ensimismado en mis pensamientos, la voz de Diana me devolvió a la realidad al escucharla gritar “Marco Antonio”.

Salí del baño dirigiendo mis ojos directamente a la cama. Allí estaban aquellas dos bellezas, Diana con peluca rubia y antifaz veneciano con motivos florales y Lidia, peluca morena y antifaz dorado, veneciano también.

  • Ven aquí mi Marco Antonio, haz feliz a tu Cleopatra -dijo con voz sensual la pelirroja convertida en morena.

  • Sus deseos son ordenes para mí, mi reina.

Me acerqué a ella y me aferré a sus labios. Me tumbó boca arriba, echándose sobre mí, sin abandonar el pasional beso. Mientras, unas habilidosas manos se aferraron a mi miembro junto a una juguetona y húmeda lengua.

Mi pene no tardó en recuperar todo su vigor. Lidia separó sus labios de los míos y agarrándose los pechos, los condujo a mi boca.

  • Suave, mi vida, están muy sensibles.

Con extremo cuidado, pasé mi lengua alrededor de su areola, rozando con timidez sus erectos pezones, alternando ambos pechos. La boca de Diana engullía mi miembro, recorriéndolo con su lengua en toda su longitud; con la mano, acariciaba mis testículos.

Lidia se sentó a horcajadas sobre mi cabeza, ofreciéndome su sexo completamente húmedo. La alcé para saborear aquel manjar, acariciando con mi lengua los labios de su intimidad ofrecida.

La lengua de Diana recorría el perineo mientras su mano subía y bajaba por mi mástil. Notar ese contacto me hizo estremecer. Una fuerza desconocida me hizo abrir las piernas, jamás pude imaginar el placer que podía ofrecerme esa parte de mi cuerpo al ser acariciada con aquella maestría. De pronto noté como su lengua jugueteaba con mi ano. Estuve a punto de correrme al notar la humedad y las caricias en aquella zona. Mintió al decir que era buena en lo suyo, se quedó corta; no era buena, era la mejor.

Lidia notaba a la perfección mis convulsiones, poniéndose de espaldas y agachándose hacia mi polla en posición de sesenta y nueve. Engulló mi masculinidad hasta el fondo de su garganta. Estaba a punto de explotar. Un dedo de Diana se posó en el centro de mi cerito, los ojos se me abrieron, y justo cuando me disponía a protestar, lo introdujo en mi interior.

Juro que el placer que me produjo es imposible de describir. Mi cuerpo dejó de responder a mi cerebro, abandonándose a aquella experiencia única e inenarrable. Intenté en vano retrasar la corrida, un increíble orgasmo recorrió mi cuerpo dejándome exhausto. Diana continuaba metiendo y sacando el dedo sin compasión, elevándome al nirvana del placer. Me daba igual lo que me hiciera aquella Diosa, estaba dispuesto a aceptarlo sin más.

Sacó su dedo y untó mi dilatado ano con algo frío. Segundos después noté sus manos aferradas a mis piernas y algo presionando el ojete, luchando por abrirse paso. Supuse que era su polla penetrándome lentamente. A medida que lo introducía, un agudo, aunque soportable dolor, hizo que mi cuerpo se tensara al notar la invasión de su miembro.

  • Relájate y disfrútalo -dijo Diana sin dejar de presionar.

Una vez lo introdujo hasta el fondo, se quedó quieta unos segundo para iniciar después un lento vaivén de sus caderas, aumentando poco a poco el ritmo de sus embestidas.

Dejé la mente completamente en blanco. Si había algo que pensar, ya lo haría en otro momento. Si tenía que arrepentirme de algo, que fuese de no haber cedido antes a las pretensiones de Lidia al querer taladrarme con “pepe” .

Mi pene continuaba flácido sobre mi pubis, aunque notaba las mismas sensaciones que sentía al correrme. Al tener a Lidia sobre mí, no podía ver qué estaba sucediendo allá abajo, solo deseaba que aquello no terminara nunca.

Tras unas fuertes y pausadas sacudidas de sus caderas, noté algo cálido en mi interior, la muy guarra se estaba corriendo dentro de mí. Lo peor, era que me estaba volviendo loco de gusto.

Las sacudidas cesaron. Lentamente sacó su miembro. Me invadió una agradable sensación de alivio, rota por un ligero escozor en mi retaguardia. Estaba tan extasiado que ni tan siquiera pude moverme. Permanecí tumbado por no sé cuanto tiempo. Ya no sentía el cuerpo de Lidia sobre mí, ni las manos de Diana en mis piernas, solo una sensación de relax jamás experimentada. Me quedé profundamente dormido.

Abrí los ojos y desperté exaltado. Me incorporé y busqué a mis dos Diosas.

  • Buenos días, bello durmiente -sonó la voz de Lidia tras de mí.

Me giré y allí estaban, abrazadas una a la otra pecho contra espalda. Se habían desprendido de los antifaces y las pelucas.

  • ¡Uf! Ha sido raro -acerté a decir.

  • ¿No te ha gustado? -preguntó Diana.

  • Al contrario, me ha encantado, por eso es raro. No soy maricón, eso seguro, pero lo que me has hecho me ha dejado sin palabras.

  • Tendrás que practicar más. No ha sido muy caballeroso por tu parte dejar a dos damas insatisfechas. Menos mal que entre nosotras, nos hemos apañado bastante bien, ¿verdad Diana?

  • Y que lo digas. No dejes escapar a esta preciosidad, Tony. Es puro vicio.

  • Te vuelvo a repetir que somos amigos.

  • Lo que tú digas.

  • ¿Se puede saber qué coño te pasa? -preguntó alterada Lidia.

  • ¿A mí? Nada. Aquí la amiga, que se empeña en pensar que somos pareja.

  • ¿Tan malo sería?

El que se quedó sin palabras en ese momento, fui yo.

  • ¿Cómo? yo... bueno... no sé... lo que pasa

  • Yo sé lo que pasa gilipollas -replicó Lidia-. Pasa que eres tonto del culo y no te das cuenta que llevo semanas lanzándote indirectas y no las pillas, capullo. Pasa que lo de follamigos está bien, pero llega un momento en que quieres más. ¿Piensas que aguanto al papanatas de tu amigo porque me cae bien? ¿Acaso piensas que una mujer en plena menstruación está dispuesta a tener sexo porque sí? Algunas puede que se pongan cachondas con pensarlo, pero llevas bastante tiempo conociéndome y sabes que cuando estoy con la regla, o lo haces con mucha delicadeza o nada.

  • Pensé que tú...

  • No pienses tanto y actúa más.

  • Perdona, no ha sido buena idea venir aquí.

  • Lo dicho, eres tonto. Escúchame capullo, más claro no te lo puedo decir. Me gustas y quiero empezar algo serio contigo ¿te has enterado ya?

  • ¿Se puede saber qué le has dicho a Lidia? Teníamos un trato, Diana.

  • No he roto ningún trato. No le he dicho absolutamente nada -respondió con total calma.

  • ¿Estas diciendo que has hablado con ella sobre mí? ¿Qué pasa, no te gusto?

  • Claro que me gustas. Me gustas mucho, pero me daba miedo decírtelo porque teníamos un acuerdo.

  • A la mierda el acuerdo. Quiero estar contigo, ¿quieres estar conmigo? No voy a volver a preguntarlo.

Me acerqué a ella y la besé con furia. Al terminar el beso nos miramos fijamente a los ojos.

  • Supongo que eso es un sí -una presión en mis oídos hizo que su voz sonara lejana.

  • Es un sí -logré contestar con la garganta seca.

  • ¡Qu'il est beau...

  • Ni se te ocurra, zorra insensible -dije a Diana señalándola con el dedo.

  • ...l'amour -y terminando de decirlo, estalló en carcajadas.

  • ¡Oye! ¿Qué confianzas son esas? -replicó Lidia.

  • Joder, me ha roto el culo, creo que me he ganado ese derecho.

Estallamos en risas dando por concluida una de las mejores sesiones de sexo que he tenido en mi vida.

Ni que decir tiene que Lidia y yo iniciamos una relación que a día de hoy, aún perdura. Nuestro secreto es simple, una vida sexual nada monótona. Diana tuvo mucha culpa de eso, convirtiéndonos en íntimos amigos, bueno, follamigos.

Si alguien se pregunta qué pasó con Mario, la respuesta es que lo encontramos borracho en un sofá de la sala de conocimiento, con el culo en pompa y Marta, nuestra compañera, trabajándole el trasero. Me había dicho que era pasiva, quizás no fuera del todo cierto.

Con esta historia he querido dejar claro que las cosas, a veces, no son lo que parecen, y que si alguna vez os proponen algo que no sabéis si os gustará o no, por probarlo, nada se pierde. Así que hacedme caso. Nunca digas nunca.

¿Fin?