Nunca danzarás en el circo del sol (08)

El payaso desentraña muchas de las intrigas que le rodean, y de paso se vuelve a enamorar.

NÚNCA DANZARÁS EN EL CIRCO DEL SOL

VIII

El Circo del Sol.

Sucede a menudo en el mundo de las intrigas que el personaje central de la misma es emboscado por un grupo de lobos, los cuales lo hacen trizas y lo llevan al borde de la muerte, o a la muerte misma. Así sea en política, en una oficina o en un grupo social, si el emboscado ha demostrado sus habilidades para sobrevivir, más vale para quienes quieren exterminarle acabar con él cuando éste se encuentra débil, pues también sucede frecuentemente que se le ataca y se le hiere y se comete el error de dejarle vivo, entonces, el emboscado se dirige a su cama o a su mazmorra, y duerme.

Duerme y durante el sueño se recupera, se reconstituye en espíritu y su fortaleza regenera su entusiasmo y vitalidad, al grado que a la mañana siguiente amanece más cabrón, y entonces ya no pueden abatirle.

Cualquiera que haya estado personalmente en medio de una emboscada o una trampa, sabrá que la diferencia no la marca el que uno sea muy fuerte o no, sino si cerca de uno se encuentran aliados leales que sostienen la situación mientras el emboscado está ofuscado y debilitado, pues esos aliados entienden que su protegido es también humano, y le salvan porque le admiran, porque les gusta fuerte, no débil. Quizá la mayor fortaleza de un líder es rodearse de aliados que le ayuden a cargar la cruz en medio de las desgracias, pues el propio garbo hará la reconstrucción que sea necesaria para volver y vencer. Estas palabras no tendrán sentido para quien no haya sufrido nunca una trampa como la que voy contando, pero quienes la hayan sufrido sabrán que digo la verdad.

En cualquier caso, quien sobrevive a una emboscada terminal puede presumir de estar vivo, sin embargo no podría decirse que se está completamente vivo. Sucede como si se entrara en una planicie en la cual la vida se vuelve una rutina de omisiones en la que las cosas resultan por inercia y no por ejercicio pleno de la voluntad y de la suerte. Yo sobreviví, o al menos eso creía, a la trampa de Ruana, pero en verdad no me recuperaría sino hasta meses.

Fue hasta el día siguiente de aquel horrible parto que comencé a interpretar lo ocurrido. Estaba a mi lado Salomé, mirándome llena de compasión con el único ojo que le quedaba.

-Por fin despiertas.- me dijo.

-¿Dónde estoy?- Pregunté.

-Estás a salvo. Por ahora.

-¿Dónde está Ángela?

-Ella está terminando tu trabajo.

-¿Mi trabajo?

-Si, lo hiciste excelente.

-No entiendo nada.

-Tal vez estés confundido y creas que las cosas van muy mal, que has fallado, pero no es así. Durante meses cruzamos los dedos de que las cosas ocurrieran como habíamos pensado, que no nos traicionarías al final, que aguantarías. Sólo había una forma de acabar con Ruana, y esa forma era hacerle creer que ella estaba ganando en esta lucha. Una mezcla de argucias legales y de amor eran suficientes. Fuiste muy convincente, caray, hasta yo estaba confundida creyendo que en verdad la amabas.

-No sé ni qué he vivido. Créeme que cualquier cosa que hice la hice de la manera más inocente, si me viste enamorado probablemente lo estuve, y tal vez fue lo mejor y lo peor, pues Ruana es más hábil que yo en el engaño, así que no podría haberla engañado más que sintiendo auténticamente las cosas. Maldita arpía. ¿Qué pasó?

-Lo que ya sabes. Veníamos vigilando a Ruana desde hace tiempo, y a ti también desde que el patrón le dio a Ángela el dato de tu paradero. Ella ha sido tu sombra durante meses. Ha cambiado mucho, olvídate de aquella Rosi tonta que conocías. Esta es una mujer nueva que ha descubierto que sus talentos son muchos.

Guardó silencio. Como vió que no había nada que aclarar respecto de lo que había dicho, prosiguió:

-Ruana tenía chantajeado a su ginecólogo. En una de las primeras citas llevó una cámara en uno de sus bolsos y la colocó dentro del consultorio del doctor, se dejó hacer un tacto y luego comenzó a seducirlo. Le empezó a decir cosas que le hicieron creer al doctor que la estaba excitando. Ella exaltó todas las perversiones del médico e hizo que se la jodiera en el consultorio, en la cama esa que tiene unos descansadores de piernas. El doctor primero le metió sus dedos; primero uno, luego dos. Ruana llevó las cosas para que el doctor se sintiera cómodo metiéndole cada vez más dedos. Dentro de un tiempo el doctor no podía pretender ignorar que aquello que él le estaba haciendo era una penetración con el puño nada ética. Luego ella incitó al morbo del doctor y le planteó una realidad bien simple, que entre lo que él hacía con su puño y lo que podría hacer con su pene no había diferencia, el médico supo que no había espacio para los escrúpulos y se trepó en ella. Ella abrió las piernas. Bien sabes que ella es capaz de hacerlo cuantas veces sea necesario. La cámara captó todo. Con ese video ella lo chantajeó y le obligó a guardar silencio pese a que el médico le había hecho saber que en las entrañas llevaba un monstruo. A ella no le importaba el niño. Sólo le importaba que naciera vivo para interponer un medio legal de obtener la herencia que el patrón dejó.

-¿El doctor no podía argumentar que ella lo había seducido?

-Al final del revolcón ella le dice al doctor que se descargue dentro de ella, que al cabo no quedará preñada. Cuando el doctor comenzó a eyacular en el cuerpo de Ruana ella lanzó frases como "Si, baña mi bebé. Eres el mejor ginecólogo. Ningún marido debería confiar en ti, cabrón" y el médico, créeme, no veía ofensa alguna en estas insinuaciones, por el contrario, parecía estar de acuerdo con aquellas ideas y gimió algunas majaderías, entre ellas dijo, "quisiera joderlas a todas". No importa lo que él alegue para limpiar su reputación. Ningún marido en su sano juicio mandaría a su esposa con él luego de ver el video.

-¿Cómo les dio el doctor la información?

-Recuperamos el video para él. Él nos dijo de las malformaciones del niño.

-¿El niño vive?

-No, murió casi en el acto. Sin embargo estuvo vivo lo suficiente para decir que nació vivo.

-¿Y Ruana?

-Está histérica. No creas que por el hijo. Dentro de las muchas cosas que hizo Ángela fue dar con el paradero de tus amigos del barrio bravo, esos que tenían encerrado a un viejo amigo que les encargaste...

-El señor Durón...

-Esa cualidad de duro ya no existe más. Horas antes del parto me di cuenta que Ruana daría a luz. Llamé a Ángela para que cumpliera una parte del plan. No sé qué asunto pendiente tenían Durón y Ángela, pero ella decidió acabar con él también. Fue a la mazmorra donde lo tenían, esperó a que tuviera la verga bien parada y con una navaja le cortó el motivo de todo su orgullo. Ángela dice que el negro berreó como un cerdo, y como tal quedó desangrándose en el cuartucho. La verga la ligó con una cuerda para que mantuviera durante algunas horas su volumen hinchado. Cuando Entramos al hospital la confusión era tal que Ángela pudo colocar entre las sabanitas del bebé la verga mutilada de Durón. Ruana no gritó de ver al niño, por el que no sentía ni siquiera pena, sin embargo, al ver la verga cortada que estaba ahí junto al malformado cuerpecito supo de quién era, supo que nunca más podría tener a Durón, quien muy a su pesar fue el amor de su vida. Y eso, el saber que había desaparecido de este mundo la única verga que le satisfacía, le hizo gritar de horror, o tal vez gritó solamente de ver la verga púrpura y mutilada, o de saber que Ángela le cortaría las piernas o las tetas a la menor provocación, o gritó de saber que alguien se había encargado de su propia venganza y que ya no sería ella quien castrara al negro traidor. Ruana entró en crisis y comenzó a aullar como poseída.

-¿No sanará?

-Le conviene no sanar. Está loca de remate, pero si sana no será grato, pues Ángela ha demostrado que Jonatán se hizo la vasectomía hace dos años, lo que automáticamente hace que las intenciones de Ruana de hacerse de la herencia estén en ruinas. Ángela también ha demostrado que Ruana envenenó a Jonatán y a Ligia, tiene notas de pedido a la farmacia con letra de ella, los botecitos con polvo de arsénico aun con las prescripciones para su esposo e hija anotados de propio puño. El abogado de Ruana, al ver tantas pruebas, de plano la abandonó. Ella sabe que está perdida. Fue a dar a una casa de salud mental.

Me recosté y volví a dormir. Sentía paz, pero una paz incómoda. Tal vez en el fondo mujeres como Ruana no están vencidas del todo hasta que están muertas. Pensé en el hecho de que era rico de manera definitiva pero que esa riqueza no me hacía sentir mejor. Supe que habría de repartir la herencia entre estas aliadas. A Ángela le daría una mansión que Jonatán tenía en las Lomas, además de una fuerte suma. A Salomé otra casa y una suma igualmente importante. Podían quedarse a vivir en mi mansión si quisieran, en fin, todo me daba lo mismo.

Salomé me apapachaba y yo me dejaba. Sentía como su cuerpo de pegaba al mío y cómo sus senos tibios reptaban por encima de mi pecho. Ella llevaba blusa y sostén, pero sus pezones eran tan primitivos que mi piel era capaz de dibujar la huella que éstos dejaban a su paso. Adolorido y medio inconsciente boqueaba como un pez que mendiga la llegada de una teta salvadora. Sentir el peso de aquel par de pechos me sumía en una tranquilidad y un cobijo insuperables. Acostumbrado a volar como un pájaro histérico, sentí por fin, en el pecho de Salomé, el calor de un nido milenario, un recinto donde los seres terminan de madurar y de crecer, como si nada de lo vivido anteriormente sirviera y tuviese que aprender, de nueva cuenta, a vivir.

Entre sueños sentí cómo ella estaba trepada encima de mi. Dormía y despertaba, y a cada despertar me encontraba con su cuerpo más sudado o más desnudo. Desde luego mi verga estaba bien despierta, pero quizá por la fiebre no alcanzaba a endurecerse como es costumbre, sino que mantenía su longitud pero con una flexibilidad de serpiente. Mi serpiente ondulaba entre las arenas de su vulva. Algún encanto tenía para Salomé que el pene estuviese gordo y largo, pero fláccido a la vez, así que a cada sentón se doblaba el cilindro húmedo como una anguila, y en su impredecible vocación se salía de vez en vez de su guarida, y ella tomaba mi verga entre sus dedos y la colocaba rumbo a la dirección correcta, y así, mi herramienta, previo doblez, como si fuese una oruga bañada en gelatina, se metía. Tarde o temprano reaccionó y se puso bien tiesa, y entonces Salomé pudo cabalgarme a horcajadas. Estaba bien, aquello me hacía olvidarme de todo. Se puede decir que yo estaba muerto y ella era una necrófila que me violaba. En todo caso, la adrenalina que segregaba mi cuerpo al encontrarme en medio de aquel trance delicioso operaba maravillosamente en mi salud.

Entre mi sueño y mi vigilia me encontraba la figura de Salomé, desnuda y montándome. Con su parche en el ojo se asemejaba a una pirata que consumaba un ultraje en uno de los muchos puertos que atacaba, y yo, pobre nativo de esa isla desierta que era yo mismo, me sentía incapaz de resistir u oponerme. Con sus manos me asía del cuello, como si quisiera matarme, y luego me soltaba como si reflexionara en que vivo podría servirle más. Mi miembro era un banco de coral en el que su barco encallaba deliciosamente. La espuma blanca era fruto de mi esperma vertida, batida por el contoneo de las caderas de Salomé.

Pasaron unos días. En ellos me había reencontrado con Ángela. En efecto era una chica bien distinta a la que yo había conocido. Mirarla actuar era una delicia. Caminaba con un porte audaz. Sus nalgas enfundadas en unos pantalones blancos me hacían suspirar, pero por alguna razón interpreté que a esta nueva mujer no le interesaba, por ahora, tener sexo conmigo, o tal vez con nadie.

Salomé me platicó cómo había perdido el ojo.

Sus palabras me llenaron de inquietud por razones muy diferentes a las de sentir pena por lo ocurrido a su hermoso ojo perdido. Me contó como antecedente la forma en que habían sucedido los hechos la noche que nos fuimos Ligia y yo de la casa, describió con tanto colorido la furia de Ruana que por momentos sentí que ella estaba aun en casa, bufando de odio, y yo temblé y Salomé supo que mi temblor no se debía a ningún tipo de frío, me narró los días atroces que siguieron a este evento y que, pese a que Ruana no sospechó que Carvajal había estado junto con su familia en el cilindro, sí había decidido poner a Salomé una vez más en aquel artefacto. Aquel encerrón en el cilindro fue el marco de su tragedia, lo supe aun antes de que me lo dijera. Ella me dijo que aquella noche habían traído a una puta muy joven para meterla en el cilindro, y que ella la acompañaría.

Me cuenta que la puta joven hizo un trabajo extraordinario y que hizo eyacular a todas las vergas que se metieron por las distintas cavidades del cilindro. Yo le espeté que eso era lo que regularmente sucedía, sin embargo Salomé me aclaró que ella le dijo a la chica que no era su deseo estar ahí. La chica se ofreció a hacerse cargo ella sola de todos los caballeros. Cuando Salomé dijo eso yo dibujé una mueca en mi cara que ella entendió como una burla, como si yo en mi cabeza pensara que la chica joven era una reputa y nada más. Salomé entró en defensa de la chica diciendo que, según su opinión, la chica estaba desorientada y que la hacía de puta porque no tenía otra cosa qué hacer, que en esos términos le salvó del mal trago de estar atendiendo vergas anónimas, que después de todo a la puta joven le daba lo mismo cualquier cosa. Me comenta Salomé que hubo un cliente del cilindro que estaba muy necio, que metía la verga y gritaba demandando un servicio de calidad. La chica comenzó a darle una mamada muy buena, pero el tipo parecía no estar conforme. Salomé escuchaba que el hombre hablaba con Ruana, es decir, él estaría pegado al muro con la verga en el orificio y Ruana a lado de él, platicando cosas. Comenta Salomé que el tipo descargó el cilindro unas tres veces, bañándolas con agua helada. Comentó que ella quería saber la identidad del tipo para vengarse cuando la vida le diera oportunidad, sin embargo, al asomar el ojo por la hendidura, lo único que vio fue una navaja que le fue a pinchar el globo ocular. Cuenta que escuchó las risas del tipo y de Ruana, que seguramente creían haber perforado el ano o el coño de cualquiera de las dos chicas, no el ojo.

La puta, que era la única mujer coherente en aquella fiesta sacó a Salomé del cilindro y la llevó al primer cuarto que vio, que resultó ser el que yo había abandonado. Allí curó como pudo el ojo y dejó a Salomé lista para que fuera trasladada a un hospital. Salomé comenta que la chica pareció muy consternada luego de ver mi habitación. Salomé cuenta que la chica se robó uno de mis collares y una imagen de Lakshmi. La puta acompañó a Salomé durante el trayecto al hospital, y fueron platicando de cosas, entre ellas de mi. Salomé comenta que la puta estaba interesada por la historia de Ligia y yo, como si quisiera creer aun en las historias de hadas en las que un hombre salva a una damisela en peligro.

Le pregunté a Salomé si no le cuestionó a la chica el por qué de su interés y me dijo que sí, que le preguntó justo así, y que la chica le había contestado que para ella era importante creer aun en los héroes, que ella era una damisela en constante peligro, y que su salvador estaría por ahí, perdido. Salomé concluyó que en el peor de los casos yo podía contar, en la persona de aquella prostituta, con una admiradora incondicional. Le pregunté a Salomé si tenía datos de aquella muchacha, pero me dijo no tener ningún dato. Insistí para saber siquiera el nombre. Salomé pareció recordar ese detalle y me dijo que la chica parecía empeñada en llamarse bajo un juego de palabras, pues la chica comentó llamarse Soledad, pero que en ocasiones podría llamársele simplemente Sol.

-Sin embargo era claro que no se llamaba de ninguna de las dos maneras- concluyó Salomé, y se quedó pensando en el juego de aquellas palabras de significados tan opuestos.

Los días transcurrieron extraños. Yo regresé por un tiempo al apartamento donde habíamos vivido Monserrat y yo. Los recuerdos me asaltaban por todas partes. Regresar al antiguo apartamento no fue algo exactamente sencillo. Entrar y ver todo abandonado me sumía en una profunda tristeza. Al parecer el apartamento estaba igual, pero ya no estaba Monserrat, y eso hacía que todo se convirtiera en algo abandonado. Sin saber por qué me dirigí al cajón en el que tenía arrumbado mi medio collar. Lo encontré sórdido y un tanto opaco, pero con un brillo que latía con pulsaciones de esperanza.

Intenté incorporarme de nuevo a las clases de danza, creyendo que el sujetarme a disciplinas físicas absorbería mi atención y me haría olvidar los últimos acontecimientos. Descubrí que aquellas aulas me traían muchos y muy malos recuerdos, sobre todo cuando veía la aula contigua donde las parejas de futuros padres que se preparaban para el porvenir llenos de ilusión. Por otra parte, volver a coincidir con Joanna me enseñó que un punto fundamental para relacionarse con una mujer es no resultarle incómodo. Si lo vemos bien, mi único pecado había sido seguirla, pero ella no sabía que la había seguido, igual, cualquier bailarina desnudista, al trabajar en un lugar público se arriesga a ser descubierta por sus hermanos, amigos o esposo. Mi otro error había sido acudir en su ayuda cuando la vi en peligro. Saber todos esos secretos me volvía una persona indeseable para ella, al grado de que en la misma clase y aun en un mismo pasillo, ella no se dignaba a mirarme, ya no digamos saludarme o tenerme algún poco de estima. Eso sí, se vistió de manera cada vez más atrevida, sabiendo que el deseo me resultaría cada vez más doloroso.

No estaba yo para desprecios. Los desplantes de antipatía de Joanna me perforaban el alma de una manera irracional. En mi cabeza sólo resonaba su sentencia: La principal diferencia entre tu y yo es que tu, a diferencia de mi, nunca danzarás en el Circo del Sol . Así, el concepto Circo del Sol, sin saber yo en qué consistía exactamente, se convertía para mi en un paraíso inasequible. Mi corazón insistía, el Circo del Sol puede ser la vida misma, y en su pista sí quería danzar y nunca dejar de hacerlo.

Salí a dar algunos espectáculos, pero divertí poco. Algunas personas me identificaban como el payaso famoso de aquel treinta de abril. Se emocionaban por eso y me daban monedas en pago de lo dichosos que habían sido aquel día, dicho de otro modo, me daban monedas por compasión y nostalgia, no en pago de mi acto de hoy. Lo único que quería que me dieran no lo hacían, guardaban sus risas para sí. Me sentí como un mendigo. Me dediqué entonces a enseñar a niños de la calle, eso sí lo podía hacer, me distraía, encontraba por momentos mi lugar en el mundo.

Mi manera de enseñar a los niños a hacer reír se había visto mejorada con las enseñanzas de Monserrat. En mi mente tenía planeado ir a mi antiguo departamento, ver mi vieja cama. ¡Cuántas cosas tenía yo que inscribir en mi cálida cama de madera! Sin embargo, el destino haría que las cosas no sucedieran como yo pensaba. Conforme mis pensamientos iban y venían hacia mi antigua morada, mi collar se revolcaba convulso alrededor de mi cuello. Ante mis ideas de volver adquiría un color rojo de fuego, ardiendo de alegría. Ante mis pensamientos de no ir se ponía gris y triste.

Esa ahí que yo enseñaba a los niños y advertí que un par de jóvenes me observaban con sumo interés. Pensé que serían una pareja de gays que se interesaban en mi carne, u otros payasos que querían robar mis rutinas. Después disipé mis dudas. Les invité a acercarse y yo seguí con mi labor. Ellos estaban fascinados. Uno de ellos habló a través de uno de sus teléfonos móviles y de rato llegó un tercer tipo, éste más viejo, vestido de manera más formal. Se quedaron viendo mi trabajo. Al final, al ver que tenía un público ansioso, di una especie de mini función. Los niños estaban muy felices, mientras que los tres hombres estaban de alguna manera sorprendidos, no con mi actuación en sí, sino con el hecho de haberme encontrado de una manera tan casual.

Ya que hube acabado invitaron a los niños a una especie de albergue, y al instante les regalaron unas cuantas prendas muy vistosas. Se dedicaban a beneficiar a niños de la calle, eso me quedó muy claro, sin embargo no tenían esa acidez que tienen las instituciones gubernamentales de asistencia, eran una asociación privada y tal vez querían asimilarme en esa actividad. Me hicieron varias preguntas sin molestarse en convencerme de un por qué debía yo contestarlas. Me preguntaron mi nombre, si sabía inglés, si tenía experiencia en danza o teatro. A todo dije que si.

El tipo formal empezó a hablar con un acento marcadamente extranjero. Me preguntó si había yo oído hablar del Circo del Sol. Le dije lo que sabía, es decir nada, y en cambio le aburrí con una explicación por demás defectuosa de aquel concepto de que el Circo del Sol era la existencia misma. No pude explicarlo satisfactoriamente porque la idea era sólo un embrión en medio de mis ideales y, por más que fuera parte elemental de mi forma de vivir y me evocara a mi dueña, no era traducible en idioma alguno. Condensar la magia de Monserrat en palabras era difícil.

Me dijo representar al circo más importante de la era actual. Me ilustró diciéndome que el Circo del Sol no era ese circo que todos amamos en Dumbo , que no es tampoco ese circo en el que se preocupan por mal alimentar las bocas de quienes los integran. Me comentó que el Circo del Sol es una empresa perfeccionista y descomunal, tan grande que se permitía tener rubros humanistas como el que los dos muchachos más jóvenes llevaban a cabo, de apoyo a niños de la calle del tercer mundo. Sin mucho aspavientos me dijo que sólo reclutan a los mejores acróbatas, bailarines, contorsionistas, trapecistas, músicos, escenógrafos y demás. Me dijo que son muchas y muy exhaustivas las pruebas que un interesado debe pasar para integrar parte del circo más importante y mejor pagado del mundo. Concluyó diciendo que tratándose de payasos era difícil su reclutamiento porque su talento no se puede medir de una forma tan objetiva, pues en el fondo todo depende de su magia particular y de cómo se le eduque al payaso de turno para transmitir esa magia a un público muy exigente.

No me ofreció trabajo, me ofreció simplemente una audición en la cual me pudiera filmar para llevarla al director general del circo, quien decidiría si era necesario que fuese hasta Canadá a hacer una nueva audición, esta vez en vivo. El tipo formal me adelantó que se planeaba montar en México un espectáculo, y era importante tener un payaso compenetrado con el humor nacional, pero advirtió que mi comedia nada sería si no convence universalmente, por mucho sabor mexicano que tuviera. Me citó en una academia de teatro para el día siguiente. Me pidió que llevara una rutina y aclaró que por ningún motivo el circo presentaría actos vulgares o que basen su comicidad en la humillación ajena. Con eso no tendría problema, pues era mi manera de trabajar.

Desde la invitación a la audición ya me estaban poniendo condiciones, aunque nunca me he quejado de las condiciones si éstas son saludables.

No creo que le interese a nadie escuchar cómo fue que pasé la audición y cómo fue que me mandaron llamar para Canadá con todos los gastos pagados. Las entrañas del Circo del Sol son muy de ellos, yo no me meto en eso ni pretendo explicarlas. Los logros que allí tuve me proporcionaron un poco de entusiasmo, mismo que necesitaba urgentemente.

Recibí mucha información de la empresa. La autoridad suprema era el director general, que es quien creó el concepto de Circo del Sol. De él dependen directores de actos, manejan algunos cuatro espectáculos diferentes al año, uno fijo en un parque de diversiones de Disney, otro exclusivo para presentarse en Las Vegas, y otros dos que hacen giras mundiales. El ambiente es el de una verdadera Torre de Babel, se habla francés, inglés, ruso, mandarín, español. Si bien el problema idiomático se subsana porque en su mayoría todos dominamos un poco de inglés, ese no constituye el principal problema para que la gente genere familiaridad, sino que el problema nace a partir de que todas las personas que están ahí son gente exitosa en su lugar de origen, y sin embargo, al llegar al Circo del Sol no son nadie, y sólo son alguien si tienen la humildad para saberse parte de un todo y reconocen que sólo si cumplen perfectamente su rol son de utilidad. Lo único grande en el Circo del Sol es el propio Circo del Sol, no hay estrellas ni divas porque todos lo son en el fondo y ello les vuelve personajes ordinarios dentro del circo más extraordinario.

Esta sumisión al todo y el juego de rol era algo tan shivaísta que yo comulgué con la idea de ser sólo el payaso del espectáculo. Todos son, además de perfectos en su arte, tremendamente bellos. Los participantes del Circo del Sol son fundamentalmente hermosos y lo saben. Además, al llegar ahí, muchos ya tienen su vida hecha, saben quienes eran antes de entrar y sabían quienes serían luego de salir de ahí. Tres o cuatro artistas ya eran figura mundial mucho antes del circo, habían sido gimnastas en los Juegos Olímpicos y habían ganado medallas de oro, plata, bronce. Sabían quienes eran y quienes serían. Yo era de los pocos que no sabía ninguna de ambas cosas, mi tarea era hacer mi rutina, misma que no debía practicar tanto, pues se basaba en mi naturaleza intrínseca. No era de los más bellos, era simplemente el payaso, y parecía que era el único integrante del espectáculo con tiempo para perder.

La tensión es la constante en las prácticas del Circo. Al llegar se advierte que el Circo del Sol no es sencillo, sino complejo, que además no busca nunca la sencillez, ahí todo es perfecto y quien no lo sea no puede participar. El director de acto siempre insiste en una cosa, que no está él ahí para enseñarnos lo que somos ni lo que hacemos, que no tiene tiempo para eso, él quiere resultados, los mejores resultados, y no contrata aprendices, sino personas que son capaces de demostrar su maestría en lo que hacen. En una ocasión vi tan tensos a unos trapecistas que entré en su espacio pretendiendo hacerme el chistoso. Todos se rieron, pero al instante esa risa se convirtió en una especie de odio. Me sentí muy mal.

El mundo parecía ser de todas formas muy pequeño. Durante el tiempo que pasé ahí me tocó ver a Joanna. Sin que ella me viese la seguí, probablemente iba a una audición. En efecto, los directores de baile la habían citado. Ella tenía una rutina muy elaborada que, ahora lo entiendo, era la misma que cuando bailaba "When the smoke is going down " en el antro de bailarinas desnudistas, sólo que más rápidamente y sin tanta sensualidad. Los directores la vieron. Ella no se contorsionaba como en el club nocturno, sus nalgas no se meneaban con la intención de que el pene de los directores estallaran como bombillas expuestas a un relámpago, sino que intentaba impregnar sus movimientos de una pureza técnica sorprendente. Quise gritarle y decirle que fuese tal como ella es, que a estos tipos la perfección no les sorprende en lo más mínimo y que lo que buscan es energía personal, temperamento particular, belleza impura en técnica pura. Pero no era posible decirle ninguna cosa.

Aun no pasaban ni siquiera tres minutos cuando le dijeron que parara. Le pidieron que dejara su expediente sobre una mesa y que ellos le llamarían si había una oportunidad en el espectáculo. Ella se entristeció de verdad y, como es en esos casos, los artistas rechazados agradecen la oportunidad brindada, una oportunidad de no convencer, y quiebran la voz seguros de haber pasado al olvido como si pretendieran un milagro, suponiendo mal que estos glaciares que son los directores contratan por compasión. Agradecen cortésmente su debut y despedida.

Yo supe que aquello significaba que no les había gustado la interpretación, o que creían que el tipo de cuerpo y gracia de Joanna no era la adecuada para el show .

Una vez que ella salió de la sala de audiciones tiraron su expediente a la basura. Disimulada y lentamente me adentré hasta ese cubo de basura y saqué el expediente. En la comodidad de mi camerino lo leí detenidamente, vi que adjuntaba una foto y un DVD que sin duda tendría una grabación de alguna rutina. En efecto, el disco registraba su rutina de "When the smoke is going down" , obvio, bailada en un ambiente más sano que el antro de desnudistas.

El expediente estaba muy bien integrado, en mi opinión merecía mayor oportunidad. Dejé de estar resentido con ella. Tal vez lo único que ella tenía de malo era ser muy ambiciosa y descartarme como algo inútil en su camino. Me quedé con su foto, pues en ella había salido bellísima. Era una foto de un estudio profesional que la hacía lucir como si esperara que su rostro fuese la imagen oficial del cartel promocional del Circo del Sol. Enmarqué la foto y la tuve sobre mi buró. Si me preguntaban decía que era mi hermana. Le tomé cariño, pues su foto y su video era lo único que tenía de México, lugar a donde ya quería regresar.

Por las noches a veces platicaba con aquella imagen. Ella perdida en el mundo. Yo en el corazón de su amadísimo Circo del Sol. Éramos muy parecidos. Ella acababa de llegar y descubrir que su sueño no sería posible, había quedado vacía y sin ganas de descubrir las mil puertas que se abren frente a ella; yo en cambio, creía haber llegado a mi sueño, pero había sido momentáneo y en apariencia ya no había mucho por hacer, pues el sueño en la vida había pasado, yo había quedado vacío y sin ganas de descubrir las mil puertas que se abrían frente a mi.

Todos tenían pareja o estaban seguros de no querer tenerla. No era mi caso. Yo no tenía pareja y estaba seguro de querer tenerla. Mi consuelo surgió en la persona de una chica rusa de nombre Svetlana. Su acto era el de contorsionismo y estaba teniendo problemas para llevarlo a cabo con la perfección requerida. Ya estaba tomando muchas sesiones con el terapeuta de planta que tiene el Circo, que me atrevo a decir, es de los elementos más básicos en esta empresa, pues sin él los artistas se matarían unos a otros o se suicidarían en los trapecios.

Nos vimos una vez y nos sonreímos, ella era delgada y me atrevo a decir que muy pequeñita, acaso mediría un metro con cincuenta y cinco. Intentamos platicar en la única lengua común que teníamos, un inglés muy imperfecto. Le aligeré un poco el día con mis bromas y ella me iluminó el mío con sus sonrisas y un brillo extraordinario en los ojos. Nuestra comunicación estaba condenada a ser casi en señas. Y así, sin mucho trámite, un día me invitó a su habitación. El circo tiene edificios en los cuales los artistas viven mientras están ensayando y se supondría que es un sitio de orgía, de esos que parecen dormitorios mal vigilados de colegio de señoritas, pero nada más alejado de la realidad, ahí nadie tiene tiempo para andar de sensual.

En su habitación, Svetlana se puso unos calzoncitos y una blusa minúscula de algodón. Su cuerpo, sin muchas curvas, parecía el de una niña en pleno desarrollo, aunque ya tendría sus veintitrés años. Nunca en la vida me sentí más alevoso que en ese momento. Es decir, ella sabía para qué estaba yo ahí, y ella sabía para qué la quería yo, no había trasfondo de ningún tipo porque ni siquiera podíamos establecer una comunicación verbal medianamente complicada, sabíamos que lo único importante ahí era el espectáculo para el cual trabajábamos, que era temporal y todo terminaría, y sin embargo sabíamos que ello no era motivo para desperdiciar el poco tiempo que podíamos tener.

Ella había tenido un día muy arduo, yo no, así que me dediqué a consentirla. Ella se sometió a mis atenciones, pues sabía que con o sin ellas llegaría yo a lo mismo, y qué mejor que con el extra que suponía darle un masaje. El circo tenía asesores físicos y masajistas profesionales que cuidaban que ningún artista ensayara frío o falto de preparación, sin embargo, el masaje que le comencé a dar a Svetlana era un masaje verdaderamente vulgar, libre de tecnicismos, dado por alguien que se acaricia las manos en la masa de carne ajena. Sus pies fueron objeto de toda mi adoración. Eran pequeñitos, de una belleza extraordinaria, finos y armónicos. Al apretar mis manos sus músculos y tendones me pregunté si las habilidades de Svetlana obedecían a alguna particularidad física extraordinaria, pues no sentí que sus huesos fuesen igual de duros que los de todo el mundo. Sus pies comencé a morderlos suavemente mientras mis manos recorrían sus pantorrillas y moldeaban sus rodillas.

Algo que me encantó de Svetlana fue que, pese a que ella sabía de lo vacío que era todo esto, se sentía con derecho de exigir su tajada de placer. Cualquier mujer se hubiese tendido sobre la cama en una frágil pasividad, disfrutando hacia sus adentros, mordiendo sus labios de gozo, pero no echarían fuera su placer, no tomarían acción de una acción tan posesiva como pude llegar a ser la adoración de los pies. Svetlana fue distinta, ella, al ver mi gusto por comerle los pies, no se tendió a que se los besara sencillamente, sino que buscó meterme sus dedos hasta el fondo de la garganta, y si mi boca se movía su pie la perseguía para clavarse de nuevo. Se me figuró que sería un excelente verdugo, el más dulce de todos, uno que abrazas al morir. Su pie era como una serpiente y mi boca la madriguera caliente en la cual quería adentrarse. En el pecho, mi corazón temblaba como un ratón paranoico que cruza los dedos para que la serpiente hambrienta se metiera hasta su guarida y le devorara. No sabría decir si estas acciones deban considerarse humillaciones acordadas, lo cierto es que cuando Svetlana me asfixiaba con su pie ella dejaba de ser una mujer minúscula y pasaba a ser una dama enorme que crecía en muchos aspectos, su fuerza no provenía del pie, sino de la pierna que lo dirigía, y de esa parte deliciosa que se encontraba entre aquella pierna y la otra, y de sus ojos seguros de regirlo todo.

Su clítoris era un pezón bien formado y duro que atrajo mi boca poderosamente. Tendí mis fauces a esa parte y comencé a morderlo con los labios. La respiración en ella era muy evidente, pues su plexo se contraía de una manera que la piel de sus costillas se estiraba de manera sorprendente, mientras que los espasmos de placer eran en ella tan violentos que me parecía que la piel del abdomen tocaba su columna a cada estertor. Ella dejaba bien en claro que estaba viva y en su gozo no podía haber engaño. Su cuerpo se expresaba de manera independiente a su razón.

Yo con mis dedos separé los labios de su vulva y me quedé mirando por momentos su rosa de fuego, mi boca agitada exhalaba vaho en sus partes y éstas se contraían intimidadas o quizá deseosas. Soplé en la rosa y sus pétalos danzaban como una flor que se descubre carnívora y desea comenzar al instante a tragar. En respuesta a este comportamiento tan salvaje de su vulva le atesté un ataque de mordidas suaves que forzaban sus elásticos labios hasta el punto de casi dolor. Ella se retorcía y con sus manos traía hacia sí mi boca.

Me puse de pie y ella se colocó de rodillas con su cuerpo inconcluso en una posición muy humilde, sus tetillas apenas grandes se erguían como las puntas de un par de catedrales góticas. Osé rozar sus tetillas con la suave punta de mi verga y tembló. Esta mujer era toda ella un clítoris tenso. Abrió su boca y comenzó a darme una mamada excepcional. Primero jugó con mi verga recorriéndola de la raíz a la punta, cuidando de rozarla tímidamente con los dientes. Su cara era, como toda ella, pequeña, y ante tal pequeñez mi miembro se veía aterrador, sin embargo, aquello que no es aterrador por sí mismo difícil puede serlo a fuente de fantasía, así, la boca de Svetlana no batalló mucho en ponérmela bien dura y hacerla perder dentro de sus límites.

Aprovechando lo ligero de su cuerpo y considerando que mi verga está algo arqueada hacia arriba, tomé a Svetlana de la cintura y la alcé, volteándola en el aire para que la parte interior de sus muslos fueran a dar a mi boca y barbilla, y que sus fémures la sostuvieran sobre mis hombros. Su torso, echado para abajo, tocaría mi abdomen y su boca estaría a una altura ideal para seguir chupando. Esta postura siempre me pareció de fantasía, como si estuviese hecha para ser vistosa en algun filme pornográfico, pero la imaginaba incómoda. Sin embargo, si un día lo habría de intentar ese día sería hoy, con esta chica liviana y entusiasta. Resultó ser una postura interesante. Por lo que hace a mi, sostenerla en el aire con los brazos y mamarle el coño salvajemente me hacía separar en dos partes mi cuerpo, una parte superior, activa y voraz, dedicada a regalar placer obsceno, y mi parte inferior, pasiva y abandonada a recibir las dentelladas de Svetlana, quien al saberse en una posición tan complicada y luego de ser objeto de cómo le comía el coño, me mamaba con mucho entusiasmo. Yo era como un árbol fuerte y ella como una sutil enredadera capaz de beberse toda mi fortaleza.

Supongo que estar de cabeza tiene que tener algún efecto circulatorio, así que cuando la tendí en la cama para penetrarla ella estaba ebria de placer. O tal vez sólo ebria. Cuando le traspasé con mi pene su abdomen se contrajo del todo, al grado que sentí que jodía un muerto de hambre, sólo que caliente y más vivo que nunca. Su pequeñez y su ligereza hacía que siempre pudiera manipularla a mi antojo. Si bien su cuerpo era el de una chiquilla de unos once años con desarrollo precoz, no podría decirse eso de su coño, pues éste era elástico y caliente, brutal, hambriento. Al meterme en él me sujetó en una pinza que casi me hace regarme en ese instante.

Mi pene estaba casi derretido. La sujeté de las nalgas, casi podía abarcaralas con las manos, me puse de pie y era como si me estuviese follando al títere más delicioso del mundo, como si con mis brazos y manos controlara al más ninfómano Pinochio, indicándole las rutinas más gozosas para mi exclusivo placer, y lo dejara encajar en mi verga una y otra vez.

La elasticidad de el coño de Svetlana hacía que al sacarle mi verga un poco de vagina se fuese conmigo, para regresar de nuevo a su lugar en cuanto me volvía a adentrar. Por más arte que tenían las posturas que elegíamos, yo estaba convencido que lo más simple puede ser lo más efectivo. Así que la tumbé en la cama en línea recta y pretendí hacerle la penetración en la postura que, sé, es la que facilita el mayor roce con el clítoris y provoca un placer más inenarrable. Una cosa me sorprendió, ella decía no estar dispuesta a que ningún hombre se le tumbara encima, y me explicó una serie de cosas que, dentro de mi mala comprensión del inglés, interpreté que le daba claustrofobia tener un hombre encima.

Le propuse entonces hacer lo mismo, sólo que tumbados sobre el muro, así no la aplastaría. La diferencia sería que en vez de bombear como acostumbraba la tenía que cargar con mis brazos, eso sí, presionando los mismos puntos y empujando con la misma fuerza. Fue más fácil pensarlo y decirlo que hacerlo, pues mal comencé me empecé a cansar. Afortunadamente su orgasmo vino muy pronto, y una cosa muy rara, conforme sentí que ella es de las mujeres que se corren muchas veces y muy seguido mi cansancio de los brazos desapareció y saqué fuerza de no sé dónde y le pude regalar unos cuantos orgasmos más. Ella me miraba agradecida. Me pidió que me recostara en la cama. De sus ojos desprendí que no quería estar en deuda y que ella se ocuparía bien pronto de que quedáramos a mano. Comenzó a montarme con un ritmo tan delirante que yo comencé a regarme como endemoniado en su vagina. Desde luego usaba condón y no pude hacer el batidero que hubiera querido, sin embargo fue una de las descargas más ricas que he tenido.

Una vez que terminamos, Svetlana comenzó a hacer contorsiones inimaginables. Me dijo que después de hacer el amor se le ocurren coreografías de extraordinaria belleza. Me quedé acostado en la cama mirando el nacimiento de una rutina artística sorprendente. Ella me dijo que recién amada lo único que hace es prestar atención a la espontánea manifestación de su cuerpo. Hacía ejercicios y los anotaba en una libreta, así las recordaría luego que la euforia de marchase. Yo me puse a sus órdenes para motivarla cuando ella quisiera.

Los meses pasaron, pero todo transcurrió como si no hubiese sucedido. Sentía nostalgia por la ciudad de México. El espectáculo SCHIZO por fin había quedado listo. Pareciera mentira que un evento como éste me resultara tan intrascendente. Cualquier payaso que escribiera su vida se esforzaría en incluir dentro de su carta curricular que fue designado como el payaso principal de un espectáculo del Circo del Sol, pero yo no me sentía como cualquier payaso.

Era un día crucial por donde se le viese. ¿Qué hacer en un día así? ¿Dormir todo el día y esperar a que llegara el momento decisivo? No era tal vez un día tan decisivo, después de todo en este día no se jugaba ni mi vida ni mi realización. Pensé en hacer algo inusual. Tal vez ese algo inusual podría ser el volver a mi antiguo apartamento, ver mi cama labrada, repasar con mis dedos sus tatuajes, sentir toda esa estirpe de payaso que me ha respaldado por tantos años, nutrirme de viejos placeres, recoger el bastón de Jonatán para incorporarlo a mi rutina, en pocas palabras, volver a lo que soy, desprenderme de la idea de estar siendo una marioneta del destino, o de la idea de que había llegado a mi realización máxima y esta se hallaba en el pasado y por ende nada había por buscar en lo futuro. Uno pugna por llegar a su meta, y lo ideal sería que llegásemos a esa meta el día de nuestra muerte, pues lo que sigue es puro ocio.

Me dirigí hacia mi antigua casa. El exterior estaba limpio, alguien me había hecho el favor de limpiar, tal vez el departamento de limpia. Que gentiles. Gire la llave y me encontré con una sorpresa. Me sentí como los tres osos que entran a su casa y perciben que alguien ha estado ahí, que alguien ha hecho su vida ahí. El perfume de Ricitos de Oro impregnaba toda la atmósfera, y me excitaba. En mi tocador había algunos cosméticos. A lado de él había un buen número de zapatos de tacón. La cama estaba tendida y el resto de muebles parecía estar en su lugar. "Alguien se ha estado alojando en mi departamento" me repetía una y otra vez, aunque había demasiadas pruebas como para ya no sorprenderse un segundo más por ello. En el tubo que tenía para hacer ejercicio colgaban un par de tangas y un sostén, ambos todavía húmedos. Todo era casi igual. Casi.

Mi cama era otra. Esa persona que habitaba ahora mi guarida se había dedicado a recolectar sus propias experiencias y plasmarlas en mi cama, confundiéndolas con las mías. Vi varias veces una figura que me pareció familiar, una figura dulce que fue mutando en una figura salvaje. En una esquina había una inscripción dolorosa que sería la representación gráfica del cilindro, el dibujo de una mirada cuyo ojo llora un ojo, una lágrima que es el mismo ojo, era la historia de Salomé y aquella noche en que perdió su ojo. ¿Era acaso Salomé la que había vivido aquí todos estos días? ¿Entonces cómo fue que estuvo presa en el cilindro? ¿Tal vez fue Ángela? Pero Ángela no sabía tantos detalles de la pérdida del ojo de Salomé, o quizá si, después de todo, habrán platicado de ello. ¿Y si fue la puta joven? ¿Y si esa puta Joven en vez de llamarse Soledad se llama Gloria? ¿Si han dormido aquí más de una mujer?

En la pared, pegado a la cama, estaba dibujado con suma fidelidad, y a tamaño real, mi cuerpo desnudo. La cara que me habían dibujado correspondía a quien fui antes de Monserrat, con mi misma mirada, quizá más sugerente que en la vida real, y sin embargo, Dios sabe que mi sonrisa es tan particular que dibujar la risa de La Gioconda es apenas un reto igual de difícil, y sin embargo ahí estaba, retratada mi risa como nunca ha estado atrapada, ni siquiera en fotos. No me sorprendí del hecho de que ese alguien pudiera memorizar con tal exactitud cada pliegue de mi cuerpo e incluso representara tan fielmente las dimensiones de mi verga en erección, sino que me sorprendió el grado de obsesión respecto de mi. Quienquiera que ha estado viviendo aquí me ha estado acompañando día a día y, si se acuesta de cara a la pared, mi mirada perfectamente dibujada, así como mi sonrisa, sería lo último que viese antes de dormir, y lo primero que viese al despertar. No entendí nada.

Sobre mi cama no estaba mi mitad de collar, quien quiera se sea había caído en la trampa.

Tomé el bastón del armario, no quise mover nada más. Iría a dar el espectáculo más confundido que nunca y al terminar, en vez de ir a la cena de gala para festejar la inauguración de SCHIZO, correría hacia acá. Una figura grabada yacía en un costado de mi cama, de su pecho emanaba una luz como de sol que dirigía sus rayos hacia todas direcciones, impregnándolo todo, engarzando mis experiencias y las suyas. Esa figura era la alegoría perfecta de un Circo del Sol, pero no puedo explicar por qué.

El espectáculo comenzó. Dentro del lugar no había ningún pobre, la magia era sólo para la gente de dinero. Todo era opulencia. Sentí tristeza por el circo, pues me pareció que las acciones filantrópicas de éste eran tretas para mantener alejados a la gente jodida. Es cierto que regalaba algunos boletos para que fueran puestos a la venta con un descuento increíble, pero la gente que los adquiría podría no sentirse a gusto, pues el resto del público, el adinerado, ya se encargaría de hacerles sentir la diferencia.

Yo estaba ahí para hacer reír a quien fuese. Con suerte y filmarían la actuación y la sacarían en video, los piratas lo copiarían y así llegaría mi espectáculo a todo el mundo, de la forma más pura y democrática. Comencé, tenía al público en la mano. La gente no sabe lo estresante que es formar parte de un espectáculo tan perfecto, pues no puede ocurrir ningún error ni ninguna cosa que varíe el itinerario de tiempo. Yo hice reír a todo el mundo. Entre el público divisé a una chica que me resultaba familiar. ¿Cómo no lo pensé? ¡Por supuesto que ella estaría aquí, en primera fila!

Se hacía acompañar de un viejo rabo verde, de esos que pagan un boleto para el Circo del Sol en una ubicación privilegiada. Yo decidí cumplir un sueño. Modifiqué mi rutina, me bajé del escenario e invité a pasar a la chica en cuestión. Era Joanna.

Conforme bajaba del escenario la gente me prestaba toda su atención. Todos se preguntaban "¿Qué va a hacer este cabrón?". Cuando pasé frente a Joanna me pasé de largo para luego virar la cabeza como si un tirón de energía me hubiese jalado. Me le quedé viendo con una curiosidad excesiva. Ella se sonrojó y se puso nerviosa, quizá porque todo el público la estaba viendo. Me conmovió que una mujer acostumbrada a bailar desnuda en un tugurio sintiera este tipo de vergüenza escénica. Le extendí la mano como un caballero, ella se dejó guiar como una dama. Sentía un poco de recelo de saber que el más beneficiado de todas estas acciones mías era el viejo rabo verde, pues sin duda que Joanna le daría las nalgas de manera extraordinaria por haberla invitado al espectáculo, y si encima agregamos que ella viviría una experiencia única, sin duda que entraría al lecho aun más agradecida. Ni modo, a veces uno no sabe para quién trabaja.

La encaminé hasta la pista principal y la hice que actuara torpemente, la puse a imitarme. Sin embargo, comencé yo a bailar su rutina de "When the smoke is going down", según como lo había advertido en el video que había recogido del basurero. Ella se sorprendió. Hice su rutina cada vez más rápido y ella me daba alcance. Se suponía que era una persona inexperta, así que cada vez que ella me daba alcance e incluso me rebasaba en danza, la gente reía. Llegué al colmo de bailar la pieza con una rapidez espeluznante, ella obviamente pudo hacerlo igual que yo, o incluso aun más rápido. La gente le aplaudía, al final ella bailó su pieza con toda la gracia que era capaz de desplegar. La gente quedó hechizada con su belleza y su habilidad, sin embargo sabía yo que no la contratarían nada más por que sí.

El director del espectáculo se había comenzado a desesperar, pues este incidente de invitar a alguien del público no estaba previsto, y si algo odian en el Circo del Sol son los imprevistos. El director pasaba su pulgar sobre su cuello en señal de que me degollaría, a mi no me importaba si me despedían ahora mismo, pues para mi era más importante hacer lo que estaba haciendo, pues reconocí el valor y la trascendencia de hacer que la gente cumpla sus ilusiones. Cuando ella terminó la gente le aplaudió mucho y el director pareció rectificar su amenaza de muerte y comenzar a aplaudir, como si hubiese entendido que esta parte espontánea era una más de mis virtudes como payaso. Mi teoría es que el público, sin saberlo exactamente, percibió que sobre el escenario estaba sucediendo algo mucho más grande que una invitación de un payaso, de hecho, el alma de Joanna estaba brillando. Aquél era su momento más crucial, el orgasmo de su vida, y nunca había estado más desnuda que ahora, así, el público había visto el baile desnudista del alma y ni cuenta se habían dado del por qué de su excitación. Yo acerqué mi boca a su oído y le susurré.

-No tenemos diferencia. Ambos podemos danzar en el Circo del Sol.

En ese instante ella me reconoció detrás de tanto maquillaje. Le sonreí. Ella pareció perdonarme todas mis faltas, si es que lo fueron. Me dio un abrazo frente a todo el público y lloraba. Muchas mujeres se enjuagaban las lágrimas del rostro, pues algo emotivo se les clavó muy adentro, veían una historia de amor, de triunfo humano, más el misterio de que nunca sabrían la verdad. Muchos opinarían que el homenaje a aquel momento sería un beso en la boca, pero eso fue algo que no sucedió. Llevé a Joanna con su viejo rabo verde, quien compartía la alegría de ella, la abrazó con algo parecido a la ternura y ella se arremolinó en su pecho con una carcajada en los labios, tan histérica como la de cualquiera que no termina de creerse que le ha ocurrido algo maravilloso. Yo había vuelto, sin proponérmelo, a ese estado de gracia que aparece cuando uno repite la rutina cómica perfecta. Con la mirada busqué a Monserrat por todas partes, sin duda estaba ella por ahí, detrás de todo esto, acomodando las cosas para que yo pudiera desarrollarme plenamente. Un chorro de lágrimas brotaron de mis ojos, y el público creyó que eran de alegría. El Circo del Sol era algo posible.

La función terminó. Fue un rotundo éxito. Svetlana fue muy ovacionada, me pidió que la acompañara en la fiesta, pero tuve que excusarme con ella. Me dirigí a los camerinos y en ellos no había flores para mi. Joanna desnuda hubiese sido la perfecta flor que yo esperaría, su vulva sin duda sería suficiente ramo para mi, mucho más que eso, pero ella no apareció. Aun mi corazón estaba ebrio de saber que la rutina cómica perfecta tiene más que ver con el vivir mismo que con el actuar. Era un momento pleno de éxito, pero por curioso que fuese, no tenía con quien compartirlo adecuadamente, era todo para mi y eso no me hacía feliz, quería que mi dicha fuese de todos. Me desmaquillé muy rápido. El camerino me intoxicaba. Me vestí con la única ropa que llevaba, que era de gala, y me fui. No quería entrar en la dinámica de vanidad que supone una fiesta de inicio de temporada. No pude sin embargo salvarme.

Me llevaron a la susodicha fiesta. Una rubia se me insinuó varias veces pero yo no tenía ojos para nadie. En la fiesta estaba nada más y nada menos que Dianita, la hija de Carvajal. Iba del brazo de un tipo con cara de buen muchacho. Dianita portaba en su mano un anillo de compromiso y el joven parecía quererla en serio. Ella se acercó hacia mí y hasta le presumió a su prometido que me conocía, obvio no le dijo dónde ni en qué circunstancias porque uno no va por el mundo diciéndole a su prometido lo que es pasar unas horas dentro del cilindro. Se tomaron una foto conmigo, misma que al día siguiente saldría en la página de sociales de un prestigiado diario.

Abatido, emprendí el regreso a mi antiguo apartamento. A la salida se estaban marchando Dianita y su futuro cornudo esposo. Se ofrecieron a llevarme. Lo acepté. Diana era una chica convencional a lado de este joven. Los veía inocentes. Les pedí que me bajaran en la Alameda Central pese a que me arriesgaba a ser asaltado al ir vestido de gala como estaba.

Caminé rumbo a mi antigua guarida. El aire me pegó frío en el rostro. Sostenía con firmeza el bastón, previniendo un ataque que no llegó. Mi mente voló hasta mi cama y su nueva piel. Cuando vi que el cristalillo de la puerta titilaba, supe que dentro encontraría a la autora de todos aquellos tatuajes que ahora adornaban mi cama. Pensé que podría tratarse de cualquiera.

Introduje la llave en la cerradura con la mayor parsimonia. No quise hacer ruido alguno. Giraba perfectamente, pues ya había descubierto horas antes que no habían cambiado la chapa de la puerta. Entré. Una vela encendida alumbraba un pequeño altar de Lakshmi. No era cualquier imagen de Lakshmi, sino aquella que yo había enmarcado algún día y decorado personalmente. ¿Cómo no lo había notado hace unas horas? Era la imagen robada por la puta que compartió el cilindro con Salomé el día que ésta perdió su ojo. Me hubiese encantado encontrarla acostada, dormida, para levantarla con un beso. Pero la cama estaba destendida, sin habitante alguno. ¿Y si no existía tal puta? ¿Si eran mentiras de Salomé para encubrir su alter ego, o el de Ángela. Tanta incertidumbre, o quizá tanta excitación, me hacía inventar alternativas existenciales francamente delirantes.

Me senté al borde de la cama, y esperé con los ojos cerrados, dejando que mi habitación me murmurara aquello que quisiera contarme. Fue un lapso que me pareció eterno. Terminé por recostarme, me volteé en dirección al muro y fue como si yo me acostase frente a un espejo y me reflejara a todo lo largo, sólo que yo iba vestido de gala y mi reflejo estaba desnudo. Me preguntaba si mi rostro era tan intenso como el de mi retrato trazado en la pared. A punto estaba yo de caer dormido cuando escuché el sonido de un par de zapatos de tacón con tapas gastadas. Se introdujo la llave y enseguida la puerta se abrió.