Nuevos Tiempos

1493, la edad media se está acabando. Se oye hablar de un nuevo mundo. El viejo mundo se resiste. Dos mujeres intentan sobrevivir..

Isabel:

Me llamo Isabel. Sí, como la reina de España. ¡¡¡Qué mujer!!! La reina del Nuevo Mundo… Aquí no tenemos tanta suerte pero, al menos, se va acabando la época de los señores. Mi padre me cuenta que hace pocos años, todos los campesinos de la aldea trabajaban tierras del conde. Hoy muchos trabajan su propia tierra… Nuestra granja es de las más prósperas. La nuestra y la de los Ochoa. El conde sigue siendo un poderoso vecino pero ya no es el señor de las tierras. El rey ha enviado a un gobernador militar. Un capitán… Vive en el fuerte y es el representante real. La verdad, el conde Julián parece buen tipo y el capitán Hernando no parece nada simpático… pero van cambiando los tiempos, la gente es libre…

Llevo una jarra hacia casa, todos me conocen, me sonríen...

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Noche de San Juan… Hace calor… ¡¡¡Ahhh!!! ¿Qué haces?

He bebido vino… poco, pero a mí me llega para nublar la vista. El hijo de los Ochoa me ha traído al pajar detrás de su casa. Me besa el pecho… me besa la boca… Sí, ¡¡¡Me gusta!!!

¿Es pecado esto? En todo caso será perdonable… Saca mis pechos de la camisa. Desata los cordones del corpiño… Es más rápido que yo. Continúa quitándome la ropa.

Estoy desnuda, él sólo de cintura para abajo. Me tumba sobre la paja… me besa, me toca… ¡¡¡Ahhh!!! Sube sobre mí… ¡¡¡Ahhh!!! Me está tocando en la entrepierna… A veces, me he tocado yo, pero es muy distinto si lo hace otro. Me noto húmeda… caliente… Noto algo duro… sí, sé lo que es, me lo han contado las criadas de mi casa. ¡¡¡Ahh!!! Está dentro de mí… cabalga sobre mí… Dentro… fuera… Cada vez más rápido… ¡¡¡Ahhh!!! Noto su líquido, caliente…

Me ha dolido un poco… He sangrado un poco… Has sido un bruto… pero me gustas mucho, cabrón…

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Ha pasado un año… cumplo veinte. Todos me dicen que debo casarme, que me voy a quedar para el convento.

Hoy se casa el hijo de los Ochoa. Con Urraca, la hija del conde Julián. Él perdió la virginidad conmigo, yo con él… Pero este matrimonio es más conveniente económicamente.

Hace meses mi madre murió… Unas fiebres. Mi padre está ido, parece que no está.

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Las desgracias nunca vienen solas. Esta noche un grupo armado ha entrado en nuestra casa. Un criado me ha ayudado, me escondió en un armario… Llevo mucho tiempo dentro, aterrada. Oigo gritos, lucha…

Los alguaciles me sacan del armario. Los alguaciles son los agentes de la ley. Su jefe es el juez del condado. Están por debajo de los soldados y del gobernador militar: el capitán Hernando.

El aspecto de todo es desolador. Cortinas rasgadas, muebles destrozados, sangre… Hay cadáveres por todas partes. Algunos bandidos cayeron luchando con los criados, la mayoría huyeron al ver llegar a los alguaciles. Dicen que no se llevaron nada…

¡¡¡Noo!!! Mi padre… ensangrentado… agonizando…

Me quedo con él mucho tiempo… Lloro sobre él, sobre su cadáver…

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Ha pasado todo el día y toda la noche. Por la mañana enterramos a los muertos. Me extraña que a la salida del cementerio, aparecen dos alguaciles, se dirigen a mí:

  • ¿Qué ocurre, se ha atrapado a los bandidos? -pregunto.
  • No, pero es por otro asunto…
  • ¿Qué otro asunto puede haber?
  • Tienes que venir con nosotros a la casa del juez.
  • ¿Cómo?, ¿Por qué?
  • ¿Tú llevabas los libros de cuentas de la granja?
  • Sí…
  • El contable del condado los ha visto y quiere hacerte preguntas.
  • ¿Cómo?
  • Ayer registramos la casa, es lo que se hace tras cualquier delito.

No entiendo nada… y todo suena muy mal. La casa del juez es el lugar donde se imparte justicia y la base de los alguaciles. No está en nuestra aldea, sino en la vecina “Aguas Santas”. Junto a la mansión del conde. De hecho, el conde Julián es el juez. El rey nombró jueces a muchos señores, fue una compensación por su pérdida de poder. De todas formas, tienen que aplicar un código real: el fuero de castigo.

Es muy largo para ir andando… mi gente me trae una yegua blanca, un hermoso animal que sobrevivió al asalto. Sin decir palabra, monto y me encamino hacia “Aguas Santas”. Ellos me siguen en dos caballos negros. Van armados, me miran con desconfianza. Espero que Don Julián ponga cordura en esto… es un señor razonable, amigo de mi padre…

No llevo ropa de montar… Montar con las dos piernas de un lado es incómodo y peligroso. Monto a horcajadas aunque enseñe parte de la pierna. Veo como me miran… me da miedo.

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Llegamos… ahí está el palacete fortificado del conde. En teoría, no puede vivir en una fortaleza, otra de las disposiciones del rey. Todos los nobles se lo saltan bastante… Sería difícil para los soldados entrar por la fuerza.

Enfrente está la casa judicial… Bajo de la yegua y me conducen a una sala de audiencias. Me sientan en un banco, enfrente está la silla del juez… del conde.

Tarda en llegar. Viene acompañado de otro hombre… Trae mis libros de cuentas.

¿Qué? Según ellos llevamos años engañando en los impuestos reales. Me enseña de lejos el libro, veo tachones, enmiendas… eso está falsificado. El conde no atiende a razones… me habla a gritos, hace que no me conoce…

Acaba con un terrible discurso:

  • Sois culpable de fraude al rey. Según el fuero de castigo es un crimen grave. Se castiga con incautación de bienes y prisión perpetua bajo custodia de los soldados reales.

No dice nada más… Da la vuelta y se va… el funcionario mentiroso le sigue. ¡¡¡Ay!!! Un alguacil me está atando las manos. Aprieta fuerte…

Me llevan a empujones a un semisótano. Es un lugar húmedo y oscuro, con un ventanuco enrejado al fondo. La ventana está justo al nivel de la calle, el suelo es de tierra húmeda debe estar a unas dos varas (seis pies) por debajo.

Como a una criminal, me colocan un grillete en el pie derecho. Es una argolla de hierro que cierran con un candado. Una cadena de apenas dos pies de largo une el grillete con una enorme bola de peso infinito.

El alguacil me cuenta cuál será mi suerte:

  • Estarás en este calabozo hasta que los soldados del rey vengan a por tí. Te llevarán al fuerte donde pagarás tu condena.

El hombre se va y cierra la puerta. Oigo el cerrojo por fuera… Intento mover la bola… no consigo que avance ni media pulgada.

Conozco un poco el fuero… Los delitos leves se pagan con pena de calabozo… Un ladrón de pan estaría unos días encerrado aquí y sería puesto en libertad. Los graves, en cambio implican prisión perpetua… Eso es ser arrojado a una mazmorra en el fuerte militar. Allí también ahorcan a los culpables de delitos muy graves.

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Sigo encerrada a oscuras, encadenada a la enorme bola. Las manos atadas, tengo hambre y mucha sed. Mi vista se ha acostumbrado a la luz. Veo ratas en la esquina de la celda…

La puerta se abre… ¿Quién viene? ¿Me llevan ya al cautiverio perpetuo? Es Pedro Ochoa y su esposa Urraca. Él lleva una antorcha, se queda en el umbral…

  • Ayudadme, por favor, me están tratando como a una ladrona. Por favor… agua -les suplico.

Pedro no se mueve… Ella viene hacia mí…

  • Te están tratando como mereces… Eres ladrona y puta. Mañana te llevarán a las mazmorras. Lástima que mi padre ya no te pueda ahorcar. Ahí tienes agua...

Según lo dijo me escupió en la cara. No contenta con eso se agacha y me quita las sandalias de mis pies. Las que me regaló mi padre, suela de madera, tiras de cuero sujetas con clavos dorados.

  • A dónde vas, no las vas a necesitar… -dice al irse.

Oigo cerrarse la puerta y no puedo evitar desear matarla a ella, a su padre y al traidor de Pedro. Es muy poco probable que lo logre… pero no deseo otra cosa ahora mismo.

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La luz del ventanuco se va. Paso la noche no sé si durmiendo o alucinando… La sed me devora, me duele la cabeza, es como una punzada en el cerebro.

La luz vuelve a la ventana… Oigo los gallos…

La puerta se abre, entra un alguacil acompañado de un soldado. Un hombre alto que destaca por su cota de mallas y su uniforme rojo sobre ella. Lleva casco y espada.

Con las pocas fuerzas que me quedan suplico agua…

  • Trae agua -dice el soldado.

El alguacil se va, espero que obedezca. El soldado corta la cuerda de mis muñecas. Inmediatamente las masajeo… poco a poco las noto volver a la vida. El hombre saca un objeto de un saco de cuero. Entra luz por la puerta, lo veo con detalle. Parece un cepo metálico, sin duda es para mis manos.

Vuelve el alguacil con una jarra. Al menos el soldado me deja beber… Casi me atraganto… el agua fresca baja por mi garganta con el máximo caudal posible. Acabo la jarra entera… noto un poco de hinchazón en la barriga pero es el menor de mis problemas.

El soldado mueve el tornillo del cepo para abrirlo. Lo acerca a mis manos… No hace falta que diga nada, con actitud sumisa introduzco mis manos en los dos agujeros. El hombre comienza a apretar. Mis manos y mis muñecas son pequeñas… llega casi al tope, siento el hierro apretando. Presión soportable pero incómoda. El hombre asegura el cepo con un candado en un lateral, después ata una cuerda al agujero del saliente central.

En ese momento, el alguacil me libera el tobillo. Me ponen de pie tirando del cepo, ¡¡¡Ayyy!!! Intento levantarme al mismo tiempo para evitar el dolor.

Me llevan al exterior, tirando por la cuerda. A la puerta está atada mi yegua blanca… Ahora será una yegua del rey. A su lado hay un hermoso caballo de color pardo. Por la silla sé que es del soldado. Él monta mientras me sujeta el alguacil. Cuando está listo, ata la cuerda a la parte delantera de la silla. Coge las riendas con la mano izquierda y la silla con la derecha. El caballo comienza a andar al paso y a mí no me queda más remedio que seguirlo…

Voy descalza… sólo con unas medias oscuras finas que puse para el entierro. Es verano, hace calor. El suelo es duro, se me clava cada piedra. Las medias llegarán destrozadas y mis pies también.

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Sé que nos quedan unas dos leguas hasta la fortaleza… Es una caminata. No llegaremos antes del mediodía… El camino es duro pedregoso, va a hacer mucho calor. Lo penoso de la marcha hará que llegue agotada y dolorida. Al menos el soldado no aprieta el paso…

Me deja beber hacia la mitad del camino… el sol comienza a arder. Caminar, caminar, caminar… Prados, campos cultivados, aldeas, iglesias…

La gente que nos ve pasar se santigua, otros miran para otro lado… si hay más de uno cuchichean. ¿Saben quién soy?, ¿Se ha corrido la voz de mi desgracia?

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Al fin veo el gran río verde… Vamos por un camino paralelo a un riachuelo, a un afluente.

Allí en la curva del río está la fortaleza. La fortaleza es, simplemente, una muralla cuadrada… Unas sesenta varas cada lado, unas seis varas de alto. Rematada por almenas. En cada esquina hay una gruesa torre cuadrada.

Al estar pegada a una curva del río, el agua rodea la fortaleza por dos lados. La torre de la esquina permite ver a todo el que se acerce… la “torre vigilante”, como la hemos llamado siempre.

El capitán ordenó abrir un foso por los otros dos lados de la fortaleza. Se hizo con la pendiente adecuada para que el agua de río lo inundara… Así la fortaleza, ahora mismo, está en una isla.

La siguiente torre es la torre del puente. Se llama así porque de ella parte un puente de piedra de dos arcos. El puente no termina en la otra orilla sino en una torre asentada sobre una minúscula isla rocosa. Desde esa torre se baja un puente levadizo de madera que encaja con un voladizo, también de madera, que parte de la orilla.

Había visitado la fortaleza otras veces pero no en condiciones tan penosas...

El camino lleva directo al puente… al pisar la madera del voladizo mis pies notan cierto alivio. Al menos no hay piedras afiladas. Cruzamos el puente levadizo… veo el agua verdosa pasar por debajo con fuerte corriente.

Cruzamos la torre hacia el puente de piedra. Una bóveda con un arco a cada lado…

El empedrado del puente es mucho menos cómodo para mis pies descalzos.

Entramos en la torre del puente… Gran obra de arquitectura… Una bóveda de crucero sostiene el resto de la torre. Hay una gran puerta por la que entramos y otra igual de grande a la derecha que entra en la muralla… A la izquierda hay una puerta más pequeña, un pequeño puente levadizo cruza el foso y permite a los vecinos usar el puente para cruzar el río. Un puente controlado que se puede cerrar el cualquier momento.

Entramos en el patio… suelo de tierra, con los inevitables pedruscos. Por dentro de la muralla, apoyadas en ella hay varias casuchas: establos, herrería, cuarteles…

En el centro está la gran torre redonda. Doce varas de diámetro, veinte de alto, domina toda la comarca. Ahí reside el capitán…

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Me llevan dentro de la torre… El soldado me dice que el capitán debe aprobar mi ingreso en la prisión. Esperamos en la planta baja… Aparece un oficial…

  • El capitán no está… Han llamado a la corte a todos los capitanes de condado -le dice al soldado.

Después añade:

  • A las mazmorras, el capitán lo revisará a su vuelta.

Salimos de la torre…

  • ¡¡¡A las mazmorras!!! -no puedo evitar exclamar al salir.
  • Sí -contesta enérgico el soldado.
  • En el sótano de la torre vigilante -añade mientras tira por mí… sigue usando la cuerda pero ahora él también va a pie.

Al dejar atrás la gran torre central no puedo evitar un escalofrío… Allí hay dos grandes caballetes y una viga entre ellos. De la viga cuelgan tres cuerdas con el inconfundible nudo del ahorcado. Que yo sepa no ha habido ejecuciones recientes pero no lo había visto nunca e impresiona.

Entramos en la torre vigilante. A la derecha, hay una escalera que sube. Justo bajo la escalera hay una portezuela…

Caminamos hacia esa puerta. La planta baja está bien iluminada por un par de ventanas. Veo una claraboya en el suelo… realmente, es una ventana cuadrada tapada con una reja de hierro. Sin duda se usa para ofrecer algo de luz y ventilación al sótano… Allí vamos, al sótano.  Entramos por la estrecha puerta… hay una escalera que desciende en círculo. Deja de entrar luz, hay un pebetero encendido para iluminar la escalera.

Entramos en una pequeña habitación… un hombre dormita en una silla. El soldado lo despierta… Mientras el hombre bosteza, a la luz de los pebeteros veo todo el “material” que hay colgado de las paredes…

Da miedo, mucho miedo… cadenas, grilletes, cepos, candados… Creo distinguir cuáles son para las manos, para los pies, para el cuello… En un rincón hay una chimenea con brasas, hace calor.

El hombre se levanta. No es alto pero sí parece muy fuerte… Su cara es peculiar. Podría parecer graciosa pero también siniestra.

  • Entra una prisionera -dice el soldado.
  • ¡¡¡Una mujer joven y hermosa!!! -responde él.

Viene hacia mí… no sé por qué rodea mis muñecas con sus manos, sigo aprisionada por el cepo, lo hace por detrás de él.

  • Tengo un problema, soldado.
  • ¿Qué pasa?
  • Muñecas y, seguramente, tobillos pequeños. No tengo grilletes de este tamaño…
  • ¿Puedes adaptar otros?
  • Sí, pero me lleva un rato… coge un candado y sujétala ahí.

Señalaba a una cadena que colgaba del techo. El soldado sujeta allí el cepo. El carcelero mueve un poco una manivela… la cadena asciende levemente, me obliga a colocar las manos sobre mi cabeza.

  • Cuando lo tenga listo necesitaré ayuda -dice el hombre, puedes irte y aviso en el cuerpo de guardia.

Veo como el hombre coge un conjunto metálico… Por un lado no quiero ver pero no puedo evitar fijarme. Hay cuatro brazaletes metálicos, dos grandes y otros dos más pequeños. Los pequeños están unidos por una cadena corta… los grandes por otra mayor. Una tercera cadena que podría medir una vara entera une las otras dos por sus centros. Claramente, las muñecas van en los grilletes pequeños y los tobillos en los grandes.

Veo como trabaja… Es concienzudo. Usa un palo grueso como modelo para las muñecas. Se acerca a mí para comprobar… le vale el tamaño. Calienta el metal. A martillazos consigue hacer más pequeño el primer brazalete, usa el palo como molde. Trabaja cuidadosamente el remate, ahí va el cierre.

Viene a probarlo… lo pone en mi muñeca por detrás del cepo… cierra pero aprieta…

  • Sin ese cepo quedará perfecto… Un par de pulseras doradas.

Sí, el material debe ser bronce nuevo… de un color dorado oscuro. Podrían ser joyas. La humedad de la mazmorra los volverá verdes en poco tiempo…

Hace lo mismo otra vez y la prueba en mi muñeca. Coge un tronco más grueso para los grilletes grandes. Lo compara con mis tobillos…

  • Podrían valer como están… el pie es más grande que la mano. Pero mejor hacer las cosas bien.

Hace su trabajo de nuevo… adapta y prueba los dos grilletes.

Va a buscar a un soldado… viene otro diferente al que me trajo…

Me quitan el cepo de las manos. Un poco de alivio…

  • Desnuda... del todo -dice el soldado.

No me hace ninguna gracia pero no tengo opción… Me desnudo lentamente, él mete mi ropa en un saco. Ahora, mi ropa ya no es mía, es del rey…

Me tapo el sexo con las manos, intento que los brazos tapen los pezones… El soldado me agarra la mano izquierda con gran fuerza. El carcelero calienta un remache… Me pone el grillete. Con guantes y pinzas, coloca el remache al rojo… siento calor… Lo encaja a martillazos. Aplasta los dos lados del remache con un gran alicate. Enfría todo con agua… Veo el resultado… no hay candado ni llave, sólo lo puede quitar un buen herrero.

Me sujetan la otra mano… Mientras calienta el remache veo el conjunto. Cada grillete tiene medio eslabón soldado. Sólo hay un eslabón normal más a cada lado (de aproximadamente una pulgada). Un eslabón circular grande une los dos lados, y ambos a la cadena que cae. En total menos de seis pulgadas entre las dos manos. Menos de medio pie, apenas un palmo de mi pequeña mano… Esa iba a ser mi libertad.

Cuando terminó con las manos, el soldado me obliga a separar las piernas… Puedo volver a tapar la entrepierna con las manos y los pezones con los brazos.

  • Mírala que recatada. Aquí las presas suelen ser putas. ¿Tú qué hiciste?

No contesto… A él no le importa… Sigue calentando remaches. Se arrodilla y me coloca el primer grillete en el tobillo izquierdo… Cuento treinta y cuatro eslabones en la cadena vertical… Puede ser una vara (tres pies).

Vuelvo a sentir el calor, los martillazos que me hacen temblar… Aprieta el remache, lo enfría con agua. El vapor llega a mis ojos.

Me pone el último grillete, tobillo derecho… Mi mente se evade contando los eslabones entre mis pies. Medio eslabón soldado a cada grillete, uno grande y circular en el centro. Hay siete eslabones de una pulgada de cada lado… Siempre se me dieron bien los números. Harían casi media vara (pie y medio). Al acabar la operación mental siento el último martillazo. Veo como aprieta el alicate con todas sus fuerzas, los mangos son enormes, así machaca las cabezas de los remaches. El metal caliente penetra en el resto, Es muy difícil quitarlo. Por último, el chorro de agua enfría la obra y dispara el vapor hacia arriba…

  • Trabajo hecho… prisionera encadenada -dice el carcelero… se le nota satisfecho por su trabajo.

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  • Vamos -dice el soldado, al tiempo que me empuja hacia la puerta del fondo, no entramos por ahí.
  • Espera… vamos a taparla un poco… -dice el carcelero.

El hombre saca un rollo de una tela estrecha, parece una venda. Corta como una vara o un poco más… Para mi sorpresa, la coloca rodeando mi cintura, la anuda y pasa por mi entrepierna el trozo que sobra… Es como el harapo de Jesucristo en la cruz, una forma muy básica de tapar vergüenzas.

  • ¿Te vendo las tetas? -me dice, directo.

Asiento… él lo hace y envuelve mis senos en tela blanca.

La verdad, mejor así… Por lo menos no enseño todo. El soldado abre la puerta del fondo y coge una antorcha… Resignada, intento caminar… Los grilletes lo hacen difícil. Mis pasos deben ser la mitad de cortos. El movimiento de las manos tira de la cadena que une mis pies dificultándolo más… Si intento acelerar, doy un tirón… los tirones duelen.

Tras la puerta bajan unos escalones… Ahí, delante de mí aparece el mundo subterráneo. La sala del carcelero sólo era el vestíbulo.

Se trata de un gran sótano rectangular sin divisiones, mayor que la planta de la torre. El techo es una bóveda baja… poco más de siete pies en los puntos más altos, pueden ser menos de seis en los más bajos. Las paredes son amasijos de piedras irregulares, puedo ver las más cercanas al bajar, a la luz de la antorcha.

El ancho de la estancia pueden ser veinticinco pies, el fondo es más del doble. Hay una fila de cuatro gruesas columnas alineadas en el centro.

A ambos lados de las columnas aparecen los tragaluces, aquí se ven como agujeros en el techo, por donde entran rayos de luz.

El suelo es pura tierra húmeda… Lo peor se ve tirado junto a las paredes. Hombres encadenados, desnudos, algunos con la venda taparrabos, otros sin ella… Al verme pasar comenzaron a moverse bruscamente, a gritar barbaridades. El soldado los mantuvo a raya a patadas…

El carcelero habla… no sé si para tranquilizarme.

  • No pueden moverse mucho… Una cadena de dos varas los mantiene unidos a la pared. Con una argolla en el cuello, como perros que son.

Después añade…

  • Tú vas a la pared del fondo. Sólo hay otra mujer presa… será tu compañera. Tendré que sujetar un collar a la pared. Lo siento pero si te han traído aquí, tú también eres una perra.

El soldado comenta…

  • Hay collares de hierro unidos a la pared y sin usar…
  • De presos muertos… Si fuera un hombre, la pondríamos en uno de los libres pero no quiero problemas, debe estar lejos de esos bestias.

Caminamos hacia la pared del fondo, dejamos atrás a los prisioneros hombres… Al carcelero le gusta explicarlo todo:

  • Esta bóveda se creó para estabilizar el terreno, era muy blando en la esquina del río… Es más grande que la torre… Los últimos tragaluces están bajo los establos. A veces, entra algo más que luz.

El soldado ríe. Pasamos junto a la última columna, allí hay dos tragaluces uno a cada lado… Y sí… al pasar junto a uno se ven varias boñigas… El olor es, en general, una mezcla de humedad, sudor y excrementos pero esas bolas asquerosas no pueden ser humanas. Veo que nadie se preocupa de limpiarlas…

Al llegar al fondo hay una mujer sentada, espalda apoyada en la pared. Morena de pelo, debió de ser de piel morena pero ahora parece casi verdosa. Es pequeña, la veo demacrada, flaca… Está encadenada como yo. Lleva además un collar metálico cerrado con un grueso candado y unido a la pared por una cadena. Tiene el coño tapado por una venda pero las tetas, deshinchadas por el hambre, están a la vista.

Veo como el carcelero saca de un saco otro collar igual… Aproximadamente, a una vara de la mujer comienza a asegurarlo a la pared… Lo clava sin piedad con un gran mazo.

Al terminar, el soldado me acerca, me colocan el collar al cuello y lo cierra con otro candado.

  • Tal vez debí hacerte un collar a medida, pero este servirá… Dos perritas en la pared del fondo.

En cuanto se van, los presos del otro lado comienzan a gritar barbaridades… La mujer a mi lado les responde…

  • Qué pena que no podáis venir… yo os dejaba hacerme de todo… ved mi coño, lo tengo seco -al decirlo, dejó caer la venda y comenzó a tocarse la entrepierna.

Extrañamente eso sirvió para callarlos…

Un rato largo más tarde, el carcelero trajo un poco de paja limpia para hacerme una cama, me dio una manta, una jarra con agua y un trozo de pan duro.

  • Hoy no hay más que pan… cuando puedo os traigo algo especial.
  • ¿Y cuándo puedes? -le preguntó mi compañera.
  • Cuando les sobra comida a los cerdos…

Antes de irse señaló a un cubo maloliente… Claramente, era para depositar nuestros excrementos. La otra mujer y yo debíamos compartirlo.


Sabina:

Soy Sabina… Bueno, no, soy María… pero me llaman Sabina. María es un nombre muy vulgar y muy católico. Sabina me lo pusieron en el prostíbulo… allí todas las chicas teníamos nombres exóticos, sugerentes… Sabina suena italiano, iba bien con mi pelo azabache, con mi piel canela.

No conocí a mis padres… Mis primeros recuerdos son en el mercado de Aguas Santas. Allí vivía de lo que me daban las vendedoras. Dormía en cualquier rincón… A veces, en casa de alguien… Según fui creciendo, les hacía menos gracia y ya no me daban comida ni monedas. Entonces descubrí que era a los hombres a los que empezaba a gustar… De ahí al cercano burdel, sólo hubo un paso.

No se vivía tan mal de puta… Con algunos clientes hasta disfrutaba. En el burdel se dormía por el día y se comía bien…

Aunque la prostitución está prohibida, es delito menor. La jefa tenía apalabrados algunos “arrestos” con los alguaciles… De vez en cuando venían, se llevaban a una chica, estaba encerrada unos días en el agujero y volvía sin más. Ellos “luchaban” contra el vicio y la jefa continuaba con el negocio…

El problema fue cuando me di cuenta del dinero que pagaban mis clientes y yo nunca veía. Me intenté independizar. Duró poco… Un cliente me acusó de robarle. Esa vez los alguaciles me ataron los pulgares a la espalda… ¡¡¡Aun recuerdo el dolor!!! Me llevaron así al agujero y me encadenaron a la bola…

Casi muero de sed esperando el juicio… Juicio rápido y sin posibilidad de defensa. Me trajeron aquí con las manos atrapadas en un cepo de hierro…

Y ya no sé cuánto tiempo llevo aquí… Inmovilizada con cadenas, sujeta como un perro a la pared, comiendo las sobras del ganado… He perdido mucho peso, la piel se ha puesto de un color indefinido, tengo mordeduras de rata por todos lados… La mazmorra es fría y húmeda, respiro mal, toso mucho.

Era más humano que nos ahorcaran en vez de arrojarnos aquí… He visto a hombres fuertes entrar y morir en un par de semanas… El frío y la humedad te acaban enfermando y no hay manera de curar.

Desde el principio, intenté ganarme al carcelero. Ese hombre, aquí, es dios… Él decide lo que comes. Si le caes bien te puede traer un barreño para lavarte, puede evitar que mis uñas se conviertan en garras retorcidas.

Para más desgracia, no le gustan las mujeres… más bien los hombres. Maltrata a los brutos de la otra esquina pero, de vez en cuando, aisla a alguno, lo encadena lejos de los otros y no para hasta que se deja sodomizar. A ese lo alimenta mejor, lo lava…

Conmigo era indiferente… muy indiferente… hasta que descubrí que le encanta que se la chupen… tanto que no le importa que lo haga una mujer. De hecho, no se atreve a meter la polla en la boca de alguno de esos animales, ni que estén desdentados… Yo se la chupo como aprendí en la casa de putas… lamiendo suave al principio… tragando como si no hubiera mañana después. Suele quedar agradecido y me trata mejor… no como a sus amantes pero casi.

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Como todos los días voy muriendo poco a poco… la soledad y el aburrimiento pueden ser tan malas como las cadenas y la oscuridad. Estoy sentada con la espalda apoyada en la pared… La pared rezuma la humedad del río… De hecho, estamos al nivel del agua. En verano, casi es un alivio apoyarme en ella. Miro a lo lejos… apenas veo más que las columnas de luz de las claraboyas. Distingo a los hombres retorciéndose, oigo sus quejidos… También veo los ojos brillantes de las ratas. Esperando un descuido para robar trozos de pan… para morderte si te ven dormida…

¡¡¡Qué!!! Han abierto la puerta… baja el carcelero y un soldado. Ruido de cadenas… parece que traen a un nuevo infeliz. Gritos… ¿Es una mujer? Sí… la traen aquí… ¿Voy a tener una compañera de infortunio?

La veo a la luz del último agujero. Joven, rubia, alta, piel blanca y fina. ¿Qué hace aquí? Parece una doncella de la corte… De alguna forma ha caído en desgracia… Viene como todos, encadenada, desnuda… Apenas tapada por dos trapos ridículos.

Sin ninguna piedad, fijan una nueva cadena a la pared y la sujetan por el cuello…

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Pasamos mucho rato mirándonos… sin hablar. Yo rompo el hielo… me presento… se presenta… Le cuento mi historia, ella cuenta la suya…

  • No sé por qué me han hecho esto -dice ella.

¡¡¡Mi niña!!! ¿No lo sabes?… Casi te lo puedo explicar:

  • El traidor de tu novio o lo que fuera se casó con la hija del conde para unir dos grandes propiedades. Ahora se pasará las noches en el burdel de mi jefa. Os han hecho esto para hacerse con la tercera mayor granja del condado.
  • ¿Nos han hecho?
  • Seguro que los ladrones eran hombres del conde… A tí te han enterrado en vida y te han robado las tierras.
  • Pasan a ser del rey, no del conde.
  • Pero el rey le encargará la explotación… A efectos serán suyas… Él sí que engaña al rey y nadie lo juzga.

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Lleva un rato sin hablar… A lo mejor me he pasado de sincera…

Finalmente, se apoya en mi pecho… ¡¡¡Ahhh!!! Me gusta su cuerpo cálido… está justo sobre mis pezones. ¡¡¡Qué!!! Me estoy excitando a su contacto, pensaba que tenía las tetas muertas…

Me atrevo… la beso suavemente… Se asusta… escapa al principio. Me acerco suavemente… la acaricio. La empiezo acariciando como una hermana mayor… La vuelvo a besar… No escapa… Poco a poco avanzo con la lengua… Se extraña… nunca ha estado con una chica. Yo sí… en el prostíbulo, lo practicábamos continuamente…

Acepta mi lengua… Bajo por su cuerpo… Tiene vendadas las tetas. Me cuesta soltar la venda… malditos grilletes. Las manos juntas… unidas a los pies… tengo que flexionar las rodillas para subir las manos… Lo consigo… ahí están: grandes, frescas, rosadas…

Beso sus pezones… noto como se excita… masculla algo:

  • Esto no está bien…
  • ¿Qué te van a hacer?, ¿Qué más te van a hacer?

Se deja llevar.... lamo los pezones… beso el ombligo… La venda le tapa el coño… Le meto mano como puedo… Ella me ayuda, deshace el nudo… Bajo la cabeza… lamo sus labios mayores… beso su sexo… sigo lamiendo… Noto como se retuerce, gime… llora…

  • ¿Por qué lloras?
  • No lo sé… sigue… sigue… por favor.

Está húmeda… caliente… sigo hasta que se corre en un chillido ahogado. Hace un esfuerzo por no gritar.

Ya es de noche, por una vez no hace frío ni calor en este maldito agujero. No sé qué pasa con los desgraciados del otro lado, no sé si nos han visto u oído. Me da igual…

Nos juntamos todo lo que podemos. Colocamos su manta sobre ambas… es áspera, pero nueva. Aún no está raída y, sobre todo, no tiene bichos.

Querría abrazarla… imposible. ¡¡¡Ehh!!! Una manita en mi vulva… Es una chica alta pero con pies y manos enanas… Ahhh… sí… suave, por favor… Para ser la primera vez, me masturba muy bien…

¡¡¡Ahhhh!!!


Hernando:

Soy Hernando… no conocí a mis padres. Crecí en un convento de la capital, una especie de orfanato. Me reclutaron para la guerra con dieciséis años. Y sí… parece que matar se me daba bien.

Sin origen hidalgo y sin amigos entre los oficiales llegué a sargento en menos de un año. Era el máximo rango para un plebeyo…

La guerra, a veces, cambia las reglas… Bueno, en la guerra no hay reglas. Nuestro capitán, hijo de un conde, dio órdenes que nos llevarían a la muerte. Afortunadamente, él fue de los primeros en morir… Todos me obedecieron sin pedirlo y salimos de aquello. Desde entonces soy capitán…

Al terminar la guerra me han nombrado gobernador militar del distrito, o condado, de Río Verde. El puesto es como vigilar con una espada a un enjambre de abejas… El conde quiere recuperar poder y me complica todo lo que puede. Las grandes familias, los Miranda, los Ochoa… no se fían para nada de mí. Soy un desconocido que ha venido de fuera, que vive en un castillo mientras les prohíbe construir o mantener fortificaciones. Que tiene a sus órdenes a un centenar de gente armada cuando a ellos se les prohíbe entrenar y/o armar a sus criados. El mundo feudal muere y yo he venido a enterrarlo.

Lord general ha reunido a todos los capitanes. Nos ha dicho lo que sabíamos… que atemos en corto a nobles, hidalgos y burgueses. Se temen disturbios, conspiraciones…

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Vuelta a casa… Me esperan noticias de lo que ha pasado en estas dos semanas. Espero que poca cosa…

¿Qué? Han asaltado la casa Miranda… El padre muerto, la hija encontrada culpable de fraude, condenada en la mazmorra… El conde se apresura a gestionar sus tierras, ¿Quién se lo ha permitido?

Esto es muy raro…


Isabel:

Creo que ya me he acostumbrado a esto… ¿Qué es esto? La muerte lenta, la muerte en vida… No sé cuántos días han pasado, al menos diez… ¿Dos semanas enteras?

Para apartar el pelo de la cara o tocarme la nariz tengo que sentarme en el suelo y doblar las rodillas al máximo. Para comer los trozos de pan duro también… Sólo así se consigue que la cadena que conecta los pies con las manos me deje llegar a la cara.

Ya tengo marcas en muñecas y tobillos… Mordeduras de rata… malditos bichos. Son criaturas del diablo...

El olor a suciedad y excrementos ha desaparecido, debo tener la nariz muerta.

Sabemos cuando empieza y termina el día por la luz de los tragaluces. Realmente, da igual… puedes dormir por el día y estar hablando toda la noche.

Sabina… ella es lo único que me mantiene viva. Ella dice lo mismo de mí… Nunca pensé que se pudiera hacer esto con una chica. Seguro que mi padre me castigaría por ello… pero, ¿Qué más da? Ya estamos presas, ya nos tratan como a criminales.

Ella estuvo mucho tiempo sola en este rincón… no sabe cuánto, piensa que más de dos años. Consiguió no volverse loca… yo no podría…

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¡¡¡Ehhh!!! ¿Qué pasa?… El carcelero… me ha despertado de una patada. Sabina y yo estamos desnudas bajo la manta…

  • En pie… el capitán quiere verte -me grita.

Me pongo de pie como puedo… encadenada y completamente desnuda.

  • ¿Ya se te pasó el pudor, doncella?

Mientras me grita, recoge las vendas del suelo… estaban limpias el primer día, ahora ya no tanto. ¡¡¡Ahh!!! ¿Qué hace? Me toca el coño… agarra como puede, tira de mí por él, ¡¡¡Duele!!!

  • ¿Verdad que agradecéis que os encadenara juntas?… Así os alegráis los chochitos a diario.

Me viste con las vendas… Un calzón improvisado en la entrepierna, una venda sobre las tetas…

Abre el candado del collar… A empujones, me aparta de Sabina… Ella sigue bajo la manta… se despide con los labios, hablando con voz ahogada.

Hay un soldado acompañando al carcelero… Parece que él se va a encargar ahora. Agarra la corta cadena entre mis manos. Tira despacio pero firme… Tengo que seguirlo… me duelen los grilletes, me cuesta mucho andar. Voy a saltitos…

El charlatán del carcelero le va explicando al soldado…

  • Suerte que lleva sólo veinte días aquí. Cuando llevan meses, casi no pueden andar, la mazmorra les ablanda los músculos. El candado aún es nuevo y ha abierto a la primera, a veces se oxidan y se atascan.

Salimos por el cuarto del carcelero… La antesala del infierno.

Al salir de allí, aun en el interior de la torre, tengo que cerrar los ojos… la luz me hiere cruelmente.

A instancias del carcelero, el soldado me deja esperar un rato en la puerta de la torre. Todavía me agarra y voy abriendo los ojos poco a poco… De no ver nada, sólo luz blanca voy empezando a distinguir lo que ocurre en el patio…

Aún no adaptada del todo, el soldado se cansa y comienza a arrastrarme por el patio hacia la gran torre. El carcelero queda atrás…

  • Te guardo el sitio, puta -me dice desde la puerta.

Veo a gente en el patio: soldados, gente trabajando: ocupándose de los caballos, moviendo mercancías… Todos me miran entre extrañados y asustados.

  • Es muy raro ver a un prisionero que ha salido de la mazmorra… Y a una prisionera medio desnuda más. La mayoría salen para ser ahorcados -dice el soldado.
  • Además, todos saben quién eres -añade.

Entramos en la gran torre… Me hace subir escaleras… me cuesta… llegamos a una pequeña estancia. Ahí, sentado como en un trono está él. El capitán Hernando. Mi padre hablaba mal de él… y hablaba bien del conde. Yo, realmente, sólo lo ví de lejos un par de veces. Dicen que es distante, poco simpático, muy inflexible con las leyes del rey...

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El soldado se va. Hernando empieza a hablar:

  • Dime los beneficios de la granja de los últimos tres años.
  • ¿Qué?
  • Eso… eres muy buena para los números y guardas todo en la cabeza, dímelos.

Vale… se los digo.

  • Esos son los declarados… a partir de ellos se calculó el diezmo -dice.
  • ¿Había beneficios no declarados?
  • No…
  • Te han condenado por mentir en los datos durante cinco años…
  • ¿Por qué sólo me habéis preguntado por tres?
  • Porque no sé si recuerdas los demás…

Le recuerdo los demás… los cinco años que yo me he ocupado de las cuentas. Desde mis quince años.

  • ¿Sabes qué había una contabilidad paralela reales?
  • Nunca la hubo, es mentira…
  • ¿Cuáles fueron las pruebas?
  • Un libro falsificado con tachones…
  • Todos hacemos tachones…
  • Yo no… Y las nuevas anotaciones estaban escritas en una letra diferente.

Él sigue hablando…

  • Tu caso es muy raro… Asaltan tu casa, asesinan a tu padre. No se sabe nada de los criminales… me encantaría poder ahorcarlos ahí, en el patio. La única consecuencia es descubrir un supuesto delito financiero. Pido el acta del juicio… fue muy breve, no aparece tu declaración… sólo habla de datos declarados y otros reales.

Hace una pausa y continúa:

  • Pido las pruebas… resulta que se han perdido… ¿Perdido? En un caso reciente… El conde comienza a gestionar como suyas tu casa y tu granja… Se supone que de cada diez partes de los beneficios, nueve serán para el rey. No ha solicitado la concesión, no se la he concedido… Esto huele muy mal…
  • ¿Y qué haréis?
  • El conde y yo nos tenemos ganas hace tiempo… Se hace el simpático, paga fiestas, pero es un tirano que quiere volver a ser dueño y señor del distrito. Yo no tengo nada de simpático pero creo en el nuevo orden. Es el nuevo estado el que debe mandar…
  • Si pudiéramos demostrar que ha falsificado las pruebas -continúa-, seríais indultada, las propiedades devueltas y el conde camino de la capital para ser juzgado por el rey.
  • Pues prendedlo…
  • Si pudiéramos demostrarlo… Si se demostrara que preparó el asalto a tu casa, el asesinato de tu padre y diez personas más, su cabeza rodaría en la plaza. Ser noble le permitiría evitar la horca…
  • ¿Ser decapitado es más honroso?
  • Parece que sí...

Continúa…

  • ¿Se te ocurre alguna forma de demostrarlo, de investigar? No puedo arrestar a un hombre poderoso sin más.
  • No…
  • Pues así no sirve, llamo al soldado para que te lleve de nuevo a tu lugar.

¿Mi lugar?... Mi lugar es el infierno… No allí no quiero volver. Estoy dispuesta a todo. Estoy de pie, a menos de una vara de él…

Caigo de rodillas, apoyo la cabeza en su regazo, lloro, chillo… Digo no, no, no… lo repito cien veces. Noto sus manos en mi pelo… me acaricia con cierto cariño. Me acaricia también una mejilla, su piel es áspera, ruda, la piel de un soldado… pero es cálida. De cerca, no es repulsivo. Me lleva al menos diez años, puede ser un protector ahora que ya no tengo padre.

Me deja descansar un rato… Hace ademán de apartarme para levantarse, llamará al soldado y volveré a la mazmorra a morir. Él se olvidará de lo raro de este caso…

Estoy dispuesta a todo… Selena me ha contado como convencer a un hombre. Busco su entrepierna, su miembro… Me cuesta con las manos engrilletadas. Lleva una túnica hasta la rodilla… Es verano, no lleva medias… no creo que lleve nada debajo. Ahí está… toco su miembro, lo acaricio…

Él empieza apartándome suavemente… yo insisto. La erección es inmediata… sigo acariciando… Levanto lo que puedo la túnica… De rodillas frente a él voy preparando la maniobra…

Comienzo con la lengua… despacio… repasando toda la polla, recreándome en el glande, cubriéndola de saliva. Él tiembla… disfruta… se retuerce.

Con cuidado, la meto en la boca… primero sólo la punta en los labios. Después, cada vez más… Poco a poco la meto cada vez más adentro, la saco lentamente… Vuelvo…

Él continúa convulsionando… De repente, me para…

  • No hace falta que me pares… tragaré todo...

No dice nada… con suavidad, retira mi cabeza hacia atrás. Me acaricia el pelo, me besa… ¡¡¡Ahhh!!! Mete la lengua hasta el fondo.

Me quita la venda de las tetas… me besa los pezones, los mordisquea… ¡¡¡Ahhh, ahora disfruto yo!!!

Me quita la venda de la entrepierna… Me mete mano con su boca aun en mi pecho… Estoy indefensa y, por una vez, no quiero estar de otra manera...

Me tumba en el suelo… culo hacia arriba…

Se pone sobre mí… ¡¡¡Ahhh!!! Me penetra… me la mete por todo el coño desde arriba. Empieza con cuidado, se guía con la mano… ¡¡¡Ahhh!!! Ha empezado a empujar… Dentro… Fuera… Otra vez… Otra vez… Cada vez más fuerte… ¡¡¡Ahhh!!!

Aquella primera vez con Pedro Ochoa parece un juego de niños… Con que esto es estar con un hombre…

Él se levanta… me dice:Llama al soldado… le ordena:

  • Vale, vamos a cambiar las condiciones de tu encierro… Eso puedo hacerlo sin consultar a nadie.
  • Esto… a lo mejor se puede investigar al contable…
  • ¿Qué contable?
  • El que falsificó mi libro de cuentas.

Oigo como ordena al soldado que vigile la puerta. Sale no sé con qué intención...

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Pasa un rato interminable… No sé si fiarme de él. No sé qué va a hacer… Me cuesta muchísimo pero logro atar otra vez la venda a mi cintura, me cuesta aún más tapar el coño con la tela sobrante. Vendar los pechos va a ser imposible.

Al fin entra el siniestro carcelero… Yo tengo más miedo que nunca. El habla, socarrón como siempre:

  • Niña, qué haces con las tetas al aire… Si sales así fuera los soldados te van a comer.

Me venda los pechos concienzudamente, tapa todo bien.

Me llevan a su taller de los horrores. Tengo mucho miedo pero no va tan mal. Por orden del capitán, el hombre abre los grilletes de mis manos… le lleva un rato romper los remaches y retirar el metal fundido sobre el cierre del grillete.

Después abre el gran eslabón redondo… retira los eslabones que lo unían a las manos y lo vuelve a cerrar. Mis manos libres… mis pies todavía cautivos.

Me da un vestido sencillo… un camisón de lino áspero… pero al menos me tapa el cuerpo. Lo pongo por encima de las vendas que hacen de ropa interior.

  • Usa el cordel como cinturón… ata a él la cadena que desciende a los grilletes -me dice el carcelero.

Así no arrastro la cadena… sigue siendo difícil andar. Me da un par de abarcas… unas sandalias muy sencillas, suela de cuero y tiras de cordel… Calzado de pobre pero mejor que descalza.

Un soldado me lleva en un cuarto vacío de la gran torre, creo que es el último piso. Al menos hay un ventanuco… No hay puerta, curiosamente no me pueden encerrar.

El soldado se queda en la puerta… Dos compañeros suyos traen una bola como la del calabozo de Aguas Santas. Sin cadena… sólo con una argolla. Los dos hombres fuertes parecen doblados por el peso, lo dejan en el centro de la estancia… Usan un candado… unen la bola a la cadena central de mis grilletes.

En vez de paja traen una alfombrilla. También una manta… Me traen de comer rancho de los soldados… gachas de harina… Un manjar comparado con el menú de la mazmorra.

Al terminar me traen un cubo para mis excrementos… en eso no mejoro mucho. En mi casa había letrinas.

De repente, aparece el carcelero… el Pedro Botero de mi infierno. Parece que he ascendido al purgatorio pero no me deja en paz. Sin decir nada comienza a clavar algo en la pared… es una argolla redonda y grande. La clava a cierta altura, diría que un poco más arriba de mi cabeza.

  • ¿Eso es para amarrarme?, ¿No llega la bola? -le pregunto.
  • Es para que te portes bien...

Ha terminado de fijarla… saca algo de su saco. Son dos grilletes pequeños…

  • Son tus pulseras, no las iba a tirar...

Parece que las ha unido por el centro… donde antes estaba la argolla circular, ha puesto un eslabón ovalado de tamaño normal. El conjunto parece aún más restrictivo que el que llevé hasta hace poco, mantendrá las manos más juntas. No sé si echarme a llorar pero, resignada, extiendo mis manos hacia él.

El tipo ríe e introduce uno de los grilletes por la argolla que acaba de colgar… deja el conjunto colgado de la pared.

  • Compórtate mal, intenta algo raro y usarán esto contigo… Si el grillete se pasa por la argolla final de tu cadena, estarás aun más sujeta que antes. Si te amarran con ellos a la pared, te forzarán a estar de pie hasta que te suelten.

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Paso el día aburrida… Si Sabina estuviera aquí conmigo sería perfecto… ¿Perfecto? Sigo siendo una prisionera encadenada.

Oigo voces… Hernando viene. Ya es tarde… Hace poco trajeron comida para la habitación de al lado… ¿Él duerme ahí?

Oigo pasos, veo su cara… va subiendo una escalera, va a pasar por delante de mí…

Actúo rápido, sin pensar. Al pasar me ve y se queda con la boca abierta…

  • ¿Qué hacéis desnuda, pedí que os dieran ropa?
  • Pues se olvidaron...

Entra en el calabozo improvisado…

  • ¿Y el vestido tirado en la esquina?
  • ¡¡¡Ahhh!!! No lo había visto…
  • Levántate...

Obedezco… él se acerca a mí… siento su aliento… me noto excitada, caliente… los pezones en punta, el coño húmedo.

Me rodea con un brazo… me besa con lengua hasta la garganta… ¡¡¡Sí!!!

  • Le voy a dar la razón a mis hombres… eres muy peligrosa.
  • Sí… ¿Por qué?

Me vuelve a hundir la lengua en la boca antes de contestar.

  • Por dos razones… primero: eres lista.

Otra vez me besa…

  • Y la otra…
  • Tienes el chocho rubio...

Mientras lo dice comienza a tocarme… con dos dedos… ¡¡Ahhh!! Me masturba sin prisa, apoyada en la pared… Estoy muy húmeda, tiemblo de arriba a abajo. Sigue, sigue, sigue…. Intento no correrme… quiero llegar a la penetración… ¡¡Ahhh!! No puedo evitarlo… me corro de pie, chillando y convulsionando.

  • Encima montas un escándalo… esto merece castigo…
  • ¿Me vas a engrilletar a la pared? -puede que esté jugando con fuego pero metida en danza no puedo evitarlo.
  • No tengo candados… pero la llave está aquí.

Colgaron la llave fuera de la estancia, lejos de mi alcance, en un gancho en la pared. La llave abre el candado que me retiene unida a la bola…

  • Vaya castigo, ahora puedo escapar -claro que no puedo, todavía tengo los grilletes en los tobillos.

Él coge el cordel que usaba de cinturón… Maniobra con gran rapidez… casi antes de enterarme, me ha atado las manos… Además ha enganchado la cuerda a la cadena que conecta con los grilletes.

  • ¿Dónde aprendiste a atar a una persona tan rápido?
  • En la guerra…
  • ¿Por qué me atas?
  • Te dije que merecías un castigo...

Así sujeta me lleva a su habitación… ¡¡¡Ehh!!! Una cama…

Me pone de rodillas, apoyada contra el lateral de la cama… Me tumba hacia adelante, el culo atrás, en pompa..

¡¡¡Ahhh!!! Me masturba de nuevo…  ¡¡¡Ahh!!! Me penetra… Empieza con cuidado… Va hacia adelante y atrás… Acelera rápido… Entra y sale muy fácil, estoy muy lubricada…

¡¡¡Ahhh!!! Me coge la melena como si fueran las riendas de un caballo… Me cabalga salvajemente… ¡¡¡Ahhh!!! Sigue, sigue, sigue… ¡¡¡Ahhh!!! Noto el líquido, espeso, caliente…

Al terminar, me desata las manos… Allí sobre una mesa tiene vino, fruta, pan… lo comparte conmigo.

Me deja dormir con él en la cama… Despertamos por la mañana… Me atrevo a pedirle algo más:

  • Sabina, la prisionera que estaba a mi lado en la mazmorra.
  • ¿Qué?
  • ¿Podríais traerla a mi nueva celda en las mismas condiciones?
  • Ehhh… He aliviado tu prisión porque eres un caso muy dudoso… si se confirma que eres culpable te enviaré abajo otra vez.

Me entra miedo… ¿Qué hará para confirmarlo? Recuerdo lo que me contó ella…

  • Ella es un caso dudoso también… Fue la madama del burdel la que la engañó. Un cliente le regaló unas monedas y después la acusó de robo...

No contesta… Me coge por una mano y me lleva a mi celda. Yo camino como puedo arrastrando las cadenas. Me vuelve a sujetar a la bola…

  • Vístete, me ordena...

Cojo el vestido…

  • Las vendas primero…

Obedezco, me tapo el coño y las tetas, me pongo el vestido.

  • En las cárceles, todos… todos los prisioneros son inocentes. Al menos es lo que dicen si les preguntas…
  • Perdón… ella no me parece mala, es la única mujer en la mazmorra… encadenada sola en una esquina, puede enloquecer.
  • Buscaré su caso en el archivo… no prometo nada.
  • Gracias -le digo con voz prudente, bajito, poco convencido.

Se va… Un soldado entra un momento. En los grilletes colgados de la pared, coloca dos candados pequeños, cerrándolos.

Antes de irse me habla:

  • La llave es la misma que para el de la bola. Compórtate bien y no los usaremos.

Epílogo (Isabel):

Sigo siendo Isabel… Ha pasado más de un año desde ell día en que Hernando me dejó encadenada a una bola en una minúscula celda improvisada.

Aquella misma tarde trajeron a Sabina. Colocaron otra bola y la dejaron en la celda en las mismas condiciones que yo, las manos libres y la amenzaza de unos grilletes colgados en la pared y listos para hacer que las cosas vayan a peor.

No conseguimos ver a Hernando… Le pregunté a los soldados y sólo dijeron que estaba en una misión importante…

Al día siguiente, colocaron una cortina para tapar la puerta de la celda… Con un poco de intimidad, no tardamos en darnos al único alivio que teníamos: darnos cariño mutuamente.

Pasamos casi dos semanas desnudas y entrelazadas en la celda. Sin ver a nadie salvo a una doncella que nos traía de comer. Como ya sabíamos las horas, intentábamos ponernos el camisón por encima cuando iba a llegar. No siempre lo conseguimos.

Durante esos días ví como el cuerpo de Sabina se fue recuperando a una velocidad increíble… Allí, al menos, había aire fresco, luz del sol, la comida era aceptable… Su cuerpo comenzó a recuperar las curvas perdidas, el color de su piel volvió a ser dorado, casi brillante… Esta mujer, de menos de cinco pies de altura, tiene la mayor fortaleza física que  yo haya visto nunca.

Al fin, por sorpresa, Hernando llegó… No sabía si besarlo, insultarlo o suplicarle que nos dejara cumplir la condena en esa celda… Él empezó a relatar toda la historia:

  • Isabel, como te prometí, estudié el juicio de Sabina. Fue condenada por la denuncia de un cliente. Lo que me movió a traerla aquí fue el nombre de dicho cliente…
  • ¿Qué?
  • Era el contable del distrito, el mismo que denunció a Isabel por fraude en los diezmos reales. Hace ya casi tres años de eso...

Nos quedamos con la boca abierta… sobre todo Sabina que acababa de saber el tiempo que llevaba sobreviviendo en la mazmorra. Hernando continuó…

  • Comenzamos a investigar… Supimos que ese individuo es cliente habitual de la prostitución… Es más, encontramos una ramera dispuesta a denunciarlo por pegarle habitualmente. Apliqué una prerrogativa real… mis hombres pueden actuar como alguaciles y yo lo puedo juzgar aquí… Esa misma noche, esa chica fue a su encuentro… le pidió una moneda a cambio de sexo… lo provocó para que se pusiera violento. Dos soldados disfrazados lo capturaron y lo trajeron aquí...

Continúa…

  • Lo interrogamos y se negó a hablar. Lo llevamos junto al carcelero… Una vez estuvo desnudo y encadenado confesó todo. Mintió en el juicio de Sabina… falsificó el libro de cuentas de Isabel. Más que todo eso… el conde estaba preparando un grupo de gente armada. Quería tomar el castillo y declararse rey del distrito. Los hombres que asaltaron la casa de Isabel eran de este grupo… Nos dijo donde tenían el campamento. Pusimos vigilancia y enviamos al contable al rey… Ayer recibimos la respuesta… El contable confesó todo y lo pusieron en libertad.

Paró un momento para respirar… mi corazón iba a mil. Después de un instante eterno, continuó:

  • Se nos autorizó a desmantelar el grupo rebelde y a apresar al conde. Atacamos por sorpresa el campamento… El carcelero, con ayuda del herrero, está haciendo su trabajo con los supervivientes. No tienen grilletes suficientes, están preparando más.

Esta mañana entramos por la fuerza en el palacete del conde… Don Julián se clavó un puñal en el estómago antes de ser capturado. Pedro Ochoa intentó luchar con una espada y resultó herido de muerte. Urraca está retenida...

Hernando también nos informó de que había recibido el perdón real para ambas… El carcelero tuvo que dejar su trabajo un momento para liberarnos de los grilletes.

  • Pero son pequeños, no puedo reutilizarlos con un hombre.
  • Quiero que los míos, los reutilices con una mujer...

Hernando y el carcelero me acompañaron. Urraca estaba sujeta junto a las caballerizas. Las manos atrapadas por un cepo metálico, el cepo unido a una argolla con un candado.

Llevaba mis sandalias… disfruté quitándoselas. Yo llevaba mis antiguos grilletes en un pequeño saco.

  • No las necesitas a dónde vas. Te voy a acompañar a tu destino...

Fuimos al taller del carcelero… Allí la desnudaron y encadenaron… de pies y manos, usando los mismos grilletes que yo había llevado. El carcelero le puso dos vendas tapando su chocho seco y sus minúsculas tetas.

Bajé con ella y el carcelero a la mazmorra… La amarramos donde yo había estado…

  • Lástima no poder encadenar a Pedro a tu lado...

Eso último fue tal vez demasiado cruel…

Esa noche cenamos Sabina, Hernando y yo… Desde el principio me había fijado en la actitud de Sabina con Hernando. Lo miraba, sonreía… reía a cada cosa que él decía… A él también se le veía disfrutar de su compañía… Me empecé a sentir un poco desplazada. Realmente, fui un poco borde...

El la alcoba de Hernando estábamos los tres ya de noche y habiendo bebido una considerable cantidad de vino… Borracha como estaba, de repente, me desnudé para reclamar sexo… Quería que Sabina me la comiese, que Hernando me follase… cualquier cosa menos que ellos siguieran a su rollo. Ellos hablaron al oído un momento. Hernando salió…

Al momento averigüé que fue a nuestra antigua celda… Allí seguían, con sus candados, los grilletes de manos de Sabina. Me encadenaron desnuda contra la pared… pasando la cadena por una argolla que debía usarse para colgar ropa.

  • Perdona cariño… sólo un rato para que se te pase el enfado -me dijo Sabina.

Tuve que ver como follaban salvajemente en la cama… él debajo, ella encima.

Al terminar, Sabina me consoló comiéndome el chocho… yo seguía amarrada a la pared y, a pesar de ello, disfruté mucho. O, mejor dicho, gracias a ello disfruté como nunca.

Me soltaron al terminar… Sabina y yo dormimos en la cama, él en una piel de oso que hacía de alfombra.

Hernando despertó de madrugada y me vio mirando por la ventana… Hablamos y, por última vez, follamos… me penetró desde atrás, yo de pie, con las tetas apoyadas en el hueco de la ventana.

He recuperado mis tierras y gestiono las del conde. Hernando movió cielo y tierra para que me nombraran jueza, lo consiguió… Primera mujer en ese cargo en todo el reino.

Los prisioneros de la “milicia ilegal” del conde eran muchos para la mazmorra. Hernando los envió a sufrir trabajos forzados en una cantera. Me hubiera gustado identificar a los asesinos de mi padre para ejecutarlos… Hernando me llevó a ver como vivían en la cantera… no, no era necesario ahorcarlos.

Le pedí mil veces a Sabina que viniera a vivir conmigo en el antiguo palacete del conde… No aceptó… Vive con Hernando en la fortaleza… Ya han tenido dos hijos: niño y niña…

En el poco tiempo que llevo ejerciendo, ya me he ganado fama de ser la más escrupulosa de los administradores de justicia de todo el reino. Compruebo todas las pruebas, testigos, dejo hablar a los acusados…

Un juez del distrito vecino, marqués, me ha preguntado por qué me preocupo tanto por los desgraciados que juzgo… Respondí muy segura de mí misma:

  • Porque sé a donde los envío…

FIN