Nuevos días

Sexta entrega de la serie. -Te quiero coger, mamá /- ¿otra vez? ¿que tu no te cansas, muchachito?/-No ¿tú sí?/- Sí, ya estoy cansada, pero también quiero que me cojas.

Nuevos días

Increiblemente (juro que el más sorprendido era yo), la situación se normalizó rapídisimo con el paso de los días. Por si no lo habían adivinado, yo estaba en un momento “difícil” de mi vida: había decidido tomarme un ligero break antes de entrar a la universidad (un año entero, para ser precisos). Así que mi vida era, básicamente, hacer las labores de la casa. Ocupación que cubría gran parte de mi día. No obstante, debido a que nuestra nueva vivienda era ridículamente pequeña, el aseo era mucho más simple. Así que sólo me tomaba, ahora, un par de horas terminar con todo, comidas incluidas. El resto del tiempo lo mataba leyendo como una locomotora. A veces iba al cine o a algún museo (solo, claro, el resto de mis amigos había decidido entrar directamente a la universidad y no compartían mi excedente de tiempo libre). Llegué incluso a deambular por los pasillos de la semimansión de la tía que nos hospedaba, en busca de algún pasadizo secreto o alguna idiotez parecida. Cosas interesantes encontré, pero eso lo contaré más adelante. Por ahora, ocupa que les narre algunos episodios de mi vida cuasi-conyugal con S.

Ella llegaba de su trabajo de oficina alrededor de las 7 p.m. Yo la recibía siempre con un intenso beso en los labios y la ayudaba a desvestirse con celeridad. Acostumbrábamos echar un “rapidito” y luego cenar. Nada con muchos detalles. Casi siempre una posición sencilla que nos permitiera llegar pronto a un orgasmo, disfrutable pero intrascendente. Salvo cuando llegaba con mucha hambre o muy cansada del trabajo, ese era nuestro itinerario. Después, cenábamos lo que yo hubiera preparado en la tarde y nos poníamos al día con nuestras vidas. Hacíamos un pequeño repaso a nuestras finanzas y luego S. se iba al cuarto a mirar televisión o leer un rato, en lo que yo limpiaba la mesa y lavaba los trastes (no bromeaba cuando dije que yo hacía TODAS las labores de la casa).

Entonces la noche se ponía interesante. Una vez alimentados y más o menos descansados, podíamos dar rienda suelta a nuestros instintos. Aquí la rutina se rompía. Un día, por ejemplo, cogí un frasco de Nutella y me desnudé en la cocina. El resto se lo imaginan:

-Justo hoy se me antojaba algo dulce- y mi pene embadurnado de Nutella hundiéndose en su boca hasta el final.

-hoy cógeme suavecito- decía S. desde la cama con las piernas totalmente abiertas y una mirada suplicante- fue un día muy pesado.

-¿quiere mi niño que se la mame primero? - preguntaba cuando la excitación nos daba un respiro.

-Cabálgame- decía yo mientras amasaba sus senos

-más fuerte, mi vida, así … - y yo la jalaba del cabello con vigor, su espalda y mi pecho se juntaban mientras mi pelvis azotaba sus nalgas.

-Ah… me enloquece que hagas eso… sí… mi niño..- jadeaba mientras lamía su clítoris y penetraba su ano con uno o dos dedos.

Aunque, a decir verdad, eran los fines de semana cuando la verdadera emoción nos invadía: S. empinada sobre la mesa mientras yo la penetraba con furia desde atrás. Yo sentado en una silla mientras S. me montaba cual amazonas con una destreza innimaginable. Me volvía loco que fuera ella quien llevara la situación. Los años de experiencia se notaban en esos casos.

Un domingo, después de un largo coito a mitad de la tarde, retozábamos tiernamente en la cama, en posición de cucharita cuando le susurré al oído.

-Te quiero coger, mamá

  • ¿otra vez? ¿que tu no te cansas, muchachito?

-No ¿tú sí?

  • Sí, ya estoy cansada, pero también quiero que me cojas.

-Pero esta vez por aquí – dije, acomodando mi glande en la entrada de su culo.

-ay… no, me vas a lastimar

Creí que bromeaba, así que empuje suavemente,

-No, en serio, espera, que sí me vas a lastimar

Un balde de agua fría me golpeo el pecho. Pero mi madre no dejaba de sorprenderme.

-Mira, abre ese cajón, y hasta atrás hay una pequeña bolsa de tela. Sácala y hay una botellita de lubricante.

Y así efectivamente, me dio instrucciones de una precisión milimétrica sobre cómo masturbarla previamente para después sodomizarla

-Con cuidado, mi niño, quedito -

-¿te gusta?

  • Me encanta… síguemela metiendo

Ahora bien, antes he dicho que durante mis paseos por la casa descubrí ciertas cosas interesantes, que ahora contaré, porque para eso vine aquí, para contarles cada sucio detalle de mi vida.

Primero que nada, algo que me preocupaba bastante, era saber si nuestros gritos y gemidos serían audibles para el resto de los habitantes de la casa (recuereden que eran otros 3: L. mi abuelo y mi otra tía). Pero pronto (y placenteramente) mis sospechas se disiparon.

Un día, alrededor de las 3 de la tarde baje por la escalera independiente al patio y de ahí asaltar la alacena de abajo (no habíamos surtido nuestros víveres en esa semana por andar de calientes), pero entonces me topé con una sorpresa increíble. L. estaba en la sala con un hombre.

No he contado a qué se dedican los integrantes de mi familia, porque da igual para la historia, pero con L. la cosa cambia: ella era psicóloga y tenía un consultorio privado, por lo cual su horario de trabajo podía ser algo caprichoso. Lo que me sorprendió fue hallarlos en la sala platicando plácidamente (incluso, podría decir “inocentemente”) sin que se oyera un solo ruido en el resto de la casa.

Dudé si entre entrar sonriente en la sala (por la cual debía pasar si quería concretar el asalto a los víveres, como era mi intención primera), abortar la misión, o simplemente aguardar a que no hubiera testigos. Opté por lo tercero. Me asomé por una ventana grande que da una vista total de lo que ocurría en la sala, que al mismo tiempo era bastante segura, ya que afuera había muchas plantas que entra las cuales me podía ocultar si hacía gala de mi increible flexibilidad. Y en eso, sin aviso previo, el sujeto en cuestión se sacó el pene del pantalón. Por toda respuesta, mi tía sonrió (casi con naturalidad) y luego procedió a llevarse el miembro a la boca. Vaya sorpresa. Intentando que mi corazón no escapara por mis labios, seguí observando por los escasos cinco o siete minutos que el espectáculo duró. Él se vino en la boca de L., regreso su miembro a su lugar original, y siguieron platicando como si nada hubiera ocurrido. En vano mantuve la guardia, pues no ocurrió nada más, imagino que para decepción de todos (sí, incluidos ustedes que ahora me leen).

En fin, cuando noté que estaban por despedirse, me levanté de mi sitio y subí la mitad de la escalera. La idea era sorprenderlos cuando se despidieran en la puerta fingiendo que bajaba de mi parte de la casa. Y salió a la perfección. Me encontré con dos adultos vueltos un manojo de nervios que balbucearon un par de excusas incomprensibles. El hombre se marchó inmediatamente, llamando a L. como “licenciada” (y yo destornillandome internamente de la risa).

-Con tus nervios se te ha olvidado presentármelo. . Dije encarando a L. en el interior de la sala

-¿cuáles nervios? Ah, se llama …. y nada más pasó al baño – para ser psicóloga, esta mujer mentía terriblemente.

-¿?

-…

-¿ al baño?

  • Sí (y aquí agregó mi nombre con desdén, pero si creen que se los voy a revelar de buenas a primeras, son de verdad ingenuos(as)… imaginen que dijo “batman” o “Chestefiel”), sólo pasó al baño.

  • Pues hace rato que llegué, vi otra cosa

-¿Nos espiaste? - Preguntó, ya con un tono de alarma en la voz al tiempo que un rojo intenso invadía su rostro.

-Uy, pues perdón por corroborar si hay alguien en mi casa cuando llego

-…

-ya, en serio, está bien, los vi hablando en la sala, no pasa nada.

-Ay, por favor no le vayas a decir a nadie… ya ves cómo son

-¿? ¿no decir nada de que estaban H A B L A N D O en la sala?

-sí -añadió mientras intentaba adoptar un aire de superioridad totalmente inverosímil.

-...- exhalé, me desesperaba esta mujer.- Dale – dije- pero sólo porque soy bueno guardando secretos

Me miró de forma altiva (lo cual, por si no se han dado cuenta hace que me hierva la sangre) y se giró en dirección a la cocina. Un poco molesto por su desagradable actitud (aun cuando yo, un inocente cordero del señor estaba dispuesto a proteger su honra contra la parvada de cuervos que son el resto de mi familia) permanecí inmóvil un breve momento, y luego reaccioné de la única forma en que mi cuerpo entendió para descargar la molestia: le di una nalgada fuerte y resonante. L. detuvo su andar. Giro el rostro un poco impávido, pero al verme sonrió.

-Ay.. (nadie se creería esta exclamación tan a destiempo)

Y continuó caminando, pero esta vez moviendo sugerentemente su trasero (el cual ya he dicho que es más pequeño que el de S. pero no por ello es menos apetecible). La seguí, casi hipnotizado. Llegamos a la cocina. Encendió una parrilla de la estufa. Tomó un sartén. Me puse detrás de ella y empujé mi pelvis con firmeza pero sin violencia contra su trasero.

-¿qué vas a hacer?

-algo de comer… no sé… quizá unos huevos – y aquí sí que no sé si me estaba provocando o era una irónica coincidencia de la vida.

-a ver… - dije, sin convicción, porque ¿cuál es la ciencia detrás de freír dos huevos en un sartén?

-mira… -contestó, con convicción, he de decir, porque mientras la decía comenzó a menear suavemente su cadera, masajeando mi pene con el movimiento

-Ay- exclamé (con toda sinceridad)

-¿qué pasa? - preguntó con una enorme sonrisa en los labios.

Mis manos, que descansaban en su cadera, comenzaron a moverse suavemente entre su abdomen y su pelvis. Como ya dije, el platillo no tiene nada de complicado, así que una vez que había echado los huevos al sartén, echó la cabeza hacia atrás, recargandola en mi hombro. Aproveché para morderle suavemente la oreja y besarla intermitentemente en la mejilla

-oye… - murmuró

Mis manos levantaron suavemente su blusa y continué con el recorrido, pero ahora en un contacto directo con la piel. Una de sus manos alcanzó mi nuca y comenzó a jugar con mi cabello. Arriesgué más. Mis dedos penetraron en el pantalón y luego en el borde de su ropa interior: rocé su vello púbico.

-Mmmm, creo que se me fue el hambre- dijo, al tiempo que apagaba la estufa, y vaciaba el contenido del sartén en el bote del desperdicio.

(En cualquier otra circunstancia, habría armado un escándalo por el irresponsable desperdicio de alimentos, pero la verdad es que ahí ya no razonaba sino que reaccionaba: mi pene llevaba rato hundido hasta donde la composición física de nuestras ropas le permitía en el trasero de L. y mis manos estaban quemándose)

-Voy a ver una película ¿vienes? - Me dijo

-Vamos

De regreso a la sala, mi mente intentó reflexionar brevemente (no sé por qué) sobre lo que ocurría. Mis dientes incluso castañeaban de tan ansioso que estaba. La expectativa era inmensa, sobre todo después de lo que ya había vivido en esa misma casa.

Nos sentamos frente al televisor en un sillón innecesariamente grande y no tan cómodo como debería… Lo cierto es que, al ser largo, nos permitía estar semiacostados mientras mirábamos una pantalla de 60 y pico pulgadas (agrr… esta gente asquerosamente rica). Quedé en suspenso. El corazón me martilleaba el pecho y mis sienes parecían explotar ¿qué hacer? ¿cómo se lleva la iniciativa? A pesar de lo que el morboso lector pueda creer, una experiencia previa no da un marco de referencia, ni permite pensar en un plan de contingencia por si la situación se repite; sino casi al contrario: tener un encuentro previo parecido sólo reafirma que cada uno de éstos es completa y absolutamente distinto de otro.

Y como no sabíamos qué hacer, pusimos una película, nos semirecostamos uno junto al otro y nos tomamos de las manos. Éramos una pareja de 14 años que por primera vez se quedan solos en casa de alguno y, aunque arden en deseos de delinquir, ninguno sabe bien a bien cómo hacerlo. El sentido lógico me indico que la besara: un inicio tierno y casi neutro, que podía incluso no malinterpretarse. Sin embargo, (ya han constatado que mi cuerpo no siempre se rige bajo la lógica) cuando acerqué mi boca a su hombro desnudo, terminé abortando el plan en el último momento y en lugar de depositar un suave y tierno beso la mordí. No presioné con fuerza, pero tampoco me distinguí por mi delicadeza. Contra todo pronóstico (o quizá exagero) su respuesta fue un muy (MUY) sugestivo gemido, un “oye” y una sonrisa traviesa mientras su mirada fingía interés en lo que sea que estuviera ocurriendo en la pantalla. Con el pretexto de seguir mordiendo su brazo, la tomé del codo y atraje esa extremidad hacia mí… da la casualidad, que su mano quedo descansando en mi entrepierna. Mi pene, bastante atento a lo que ocurría afuera, dio un respingo como tratando de ser amable y saludar.

La sonrisa no se esfumó del rostro de L. Con aires de experta en póker comenzó a masajear mis genitales por encima del pantalón sin mover uno solo de sus músculos faciales. Me abandoné al placer.

Al poco rato, extraje mi verga de mi pantalón y L. comenzó una masturbación en forma. La pasividad comenzaba a aburrirme, a pesar de lo cómodo que era tal situación, así que arriesgándolo todo, pasé un brazo por detrás de sus hombros (típica maniobra) y la atraje hacía a mí. Accedió sin ninguna clase de miramiento a mi movimiento. Luego, llevé mi otra mano a sus senos y comencé a masajearlos, suavemente, por encima de la ropa. No hubo, de nuevo, ninguna objeción por su parte, pero el tiempo apremiaba y podía llegar alguien a la casa y descubrirnos. De tal modo que arriesgué aún más y empujé su cabeza hacia abajo.

Con obediencia engulló mi pene mientras que aumentaba el ritmo de la masturbación. Eran demasiadas emociones para un solo día, así que sencillamente exploté en sus labios. Tragó. Siguió chupándomela un rato. Luego, le dije que estaba cansado y que otro día terminabamos de ver la película (cualquier que esta fuera).

-Mañana trabajaré temprano. Regreso más o menos a la misma hora de hoy y podemos terminarla… sólo recuerda en donde nos quedamos – me guiñó un ojo

Me levanté, aunque las piernas me temblaban y me fui. Subí hasta mi habitación. Seguía muy excitado, contra todo pronóstico. Ya era noche.

S. llegó a la hora acostumbrada y me encontró semidesnudo en la cama, solo vestía unos bóxers. Me abalancé a sus labios. Mis manos incendiadas recorrieron su espalda hasta su trasero. Luego, el fuego se propasó a su ropa, por tanto era necesario despojarla de todo lo que la cubría antes de que el incendio lo consumiera todo.

Cuando estuvo desnuda, la arrojé sobre la cama. Abrió las piernas en señal de rendición. Su vagina estaba muy bien lubricada y me recibió con una calidez mayor a la acostumbrada. La penetré de golpe, sin clemencia, y a cambio S. me entregó un par de gemidos que quebraban los cristales, los espejos, las paredes…

una guerra se desató en el cuerpo: sus dientes en mi piel montaban un ataque certero, pero mis manos contratacaron estrujando sus senos maduros, redondos, perfectos. Las embestidas adquirieron el ritmo de un baterista loco y pronto, ella, se vio fulminada por un orgasmo demasiado intenso.

-Espera… - susurró con una voz derrotada.

  • No puedo – Aseguré, porque la verdad es que no podíamos

  • Te la chupo, pero espera, me estás matando, hijo

Retiré mi verga de su cuerpo desecho. Gateé hasta su pechoy puse mis rodillas a los costados de sus hombros.. Me incliné y empujé toda mi pelvis hacia adelante. Su boca presurosa recibió mi pene, y comenzó a succionarlo, aunque sin mucho éxito. Mi pene entraba y salia de su boca, pero el final, para mí, aun era un punto lejano en el horizonte. Luego de un rato, unos 5 o diez minutos en que mi madre me estuvo chupando el pene me retiré de encima de ella.

Tomo aire, la labor la había dejado agotada. Una sonrisa atravesó su rostro

-¿y ahora?

-Ponte en cuatro

Obedeció.

Tomé sus manos y las llevé a sus nalgas, preciosas, inmensas… Ella las sujetó y las separó, quedando totalmente expuesta. Con furia me abalancé sobre su ano, mi lengua recorría de arriba a abajo el esfínter y S. se limitaba a a ronronear. Traté de demorar lo mas posible, pero todavía me estaba quemando por dentro, así que debí atacar de nuevo.

Tomé posición. Guié mi pene a la entrada de su culo.

-¿eres mía?

  • Sí.

Y una nalgada con fuerza invadió la habitación

-Soy toda tuya, mi vida

Esta vez la penetración fue lenta. Cada que entraba una parte de mi verga en ese apretado recinto, me echaba para atrás un poco y luego continuaba el avance. Gemíamos a la par. Cuando mi abdomen hubo tocado el final de su espalda, la tomé del cabello, tiré de ella y comencé a bombear con mi pelvis su trasero.

No podría decir quién disfrutaba más de esa sesión. S. que estaba siendo sodomizada, o yo, que gozaba cada que mi verga palpitante entraba y salía de su culo imponente. Me di el lujo de variar el ritmo, a ratos era una penetración profunda y lenta, a otros, se trataba más bien de un golpeteo corto pero veloz. Sus manos se aferraban a las sábanas como si fueran a salvarnos de un naufragio y sus pechos bailaban incandescentes.

Al final, eyaculé escandalósamente dentro de ella. Me derrumbé. Quedamos destrozados en la cama en la típica posición de cucharita.

-te amo

  • yo también, mamá.