Nuevo Destino

La historia de como descubrí que realmente quería.

El protagonista de nuestra historia no es más que un chico normal, como tú y yo, con los gustos típicos de cualquier chico de 18 años, de vez en cuando sale de fiesta con sus amigos, le encanta la música y se pasa horas jugando con el ordenador a juegos en línea. Se podría decir que lo que más destaca en él es su timidez, pues no he conocido a nadie tan tímido como él. Por cierto, su nombre es Bruno. Yo soy Bruno y esta es mi historia.

PARTE 1. BUSCANDO UN NUEVO DESTINO

Para que entendáis bien mi historia y las razones que me llevó a tomar ciertas decisiones, tenéis que conocer hasta el más mínimo detalle.Todo comenzó en las navidades del año pasado. Había conseguido aprobar el trimestre muy a duras penas, ya que no soy precisamente un alumno de sobresaliente, salvo en teatro. Por otra parte, está el conservatorio de danza y la clase de teatro, habíamos estado preparando una actuación de navidad y me había quitado mucho tiempo no voy a mentir. Tal era el agobio que había sentido que había llegado a odiar lo que tanto me gustaba. Pero tras acabar todo y llegar las vacaciones, por fin tenía tiempo para descansar y relajarme. Y así fue como me pasé las vacaciones saliendo lo justo y necesario, no tenía ganas de nada y prefería quedarme en casa, tumbado en la cama viendo alguna película. Pasaban los días y yo estaba mejor que antes, pero aún quedaba algo en mi que no me dejaba estar a gusto y no fue hasta que empezaron las clases que se intensificó de nuevo mi agobio, y no era por las clases en sí, sino por la gente, o por mí. La gente en realidad estaba igual, el problema era yo. No sabía que había pasado durante las vacaciones, pero parecía que en la clase se habían formado grupos y yo sentía que no pertenecía a ninguno. Ninguno de mis amigos me había hecho nada malo, ni me habían dejado de lado, simplemente que no sabía dónde encajaba. Así que tomé una decisión, tal vez un poco arriesgada, pero realmente lo necesitaba. Me iría a otra ciudad yo solo para cambiar de aires, conocer gente nueva y disfrutar de nuevas experiencias. Primero se lo comenté a mis padres, cosas que al principio no les parecía nada bien por aquel entonces; pero para cuando yo me fuese, ya sería mayor de edad y la decisión ya estaba hecha, por lo que acabaron aceptándolo y apoyándome en cierto modo.

Lo difícil venía a la hora de buscar un trabajo para poder pagarme el verano fuera, estube buscando durante días, incluso semanas, pero no encontraba nada más que “Se busca camarera con experiencia y buena presencia”, “Se busca técnicos de...”, “Se busca no se qué con experiencia”. Cosa que me fastidiaba muchísimo porque cada día que pasaba, era un día menos para el verano y necesitaba el trabajo ya. Por suerte, encontré un trabajo en un bar, justo a tiempo y me venía genial, debía trabajar de martes a domingo y de nueve de la noche a once. Lo que tenía que hacer era montar mesas, recoger platos sucios y vacíos de las mesas y poco más; así que no me quejaba y tampoco tenía opción a quejarme.

El verano estaba cada vez más cerca y yo ya había cumplido los dieciocho años, casi podía ver como era vivir en una ciudad nueva, completamente solo. ¡Mentira! Ya no iría solo, me llevaría a mi perro conmigo, lo decidí un día que quedé con una de mis mejores amigas. Esa tarde fue cuando le dije que me iría durante el verano, fue más o menos así.

-Pues... Este verano no voy a estar aquí.

-¿Que no vas a estar?¿Dónde te vas?- dijo Elena, que así se llama, con un cierto entre incredulidad y vacile.

-A Madrid, voy a pasar una temporada allí.

-¿Tú solo?

-Si, lo necesito... - y le expliqué como me sentía, que no sabía cuál era mi sitio realmente en la ciudad en la que estábamos y quería irme para pensar.

-¿Y no te da miedo? - recuerdo que me miró preocupada mientras se colocaba un mechón de su pelo negro detrás de la oreja.

-No... Es decir, no conozco a nadie y me va a costar adaptarme los primeros días, pero de eso se trata, quiero estar completamente solo y saber que soy capaz de superar esa soledad. No lo sé, es algo difícil de explicar.

-Pero Bruno, tú eres de esa clase de personas que esté donde esté, va a caer bien. Lo sé, y sé que te va a ir bien tanto si te vas como si te quedas aquí. Claro que soy tu amiga y si crees que para despejar tus dudas necesitas irte, te apoyo. No quiero verte triste, ¿vale?

Esa última frase se me quedó grabada a fuego en lo más profundo de mi memoria, muchas gracias por tu apoyo ya que eres de las pocas personas que me apoyó desde el principio sin pensar que se me había ido la cabeza por querer irme solo y sin dinero para poder pagar el piso, pues siempre has confiado ciegamente en mí. Y eso es lo que más valoro de ti pequeña.

Fue esa misma noche cuando le estuve dando vueltas a lo que me había dicho, ¿no tenía miedo de irme solo? Es lo que quería, pero pensar que igual me pasaba el verano completamente solo, si me asustaba. Así que, esa es la razón por la que mi pequeño compañero me iba a acompañar.

Ya estábamos en junio y a punto de salir hacia Madrid, ya me había despedido de mis amigos, de mi familia excepto mis padres que me iban a llevar en coche hasta mi piso nuevo, “para ver el barrio y saber donde está tu piso, por si acaso venimos a visitarte”, yo les había dicho que no viniesen, que quería estar por mi cuenta todo el verano. Aun que sabía que no me harían caso. Las tres horas de coche recuerdo que se me hicieron eternas debido a los nervios que tenía, no me creía que de verdad me estaba mudando a Madrid un verano entero yo solo. Ahora si que estaba asustado, pero con ganas de llegar y afrontar ese miedo a la soledad.

El piso estaba bastante bien, mejor de lo que esperaba. Se encontraba en Callao, con dos habitaciones, un cuarto de baño, una cocina completamente amueblada y un salón que no era ni demasiado pequeño, ni demasiado grande. Para mi era perfecto. Ahora llegaba la hora de la despedida final, de la que si tenía miedo. Abracé a mi padre, y después a mi madre que estaba a punto de echarse a llorar, “por favor no llores tú porque entonces lloro yo”, eso era lo que pensaba mientras la abrazaba, el abrazo más cálido y sincero que había recibido en mucho tiempo; y finalmente, mi hermano pequeño, que recuerdo que me dijo que me iba a echar de menos pero no pasaba nada porque yo iba a estar contento aquí. Y justo en el momento en el que cerraron la puerta, recuerdo sentir un vacío enorme, tuve la tentación de salir corriendo al coche y volver a mi ciudad junto a ellos, como un niño que corre llorando a su madre cuando se cae de un columpio que ha ido demasiado alto. No, tenía que ser fuerte.

-Tenemos que ser fuertes, ¿eh, pequeño? - le dije a mi único amigo en una ciudad desconocida para mi.

La respuesta que obtuve fue que vino corriendo y se sentó a mi lado en el sofá. ¿Ahora qué?¿Por dónde se empieza cuando empezamos de cero? Deshice la maleta y ordené la ropa en el armario, investigué la casa de arriba a abajo. Hasta que me di cuenta de que no tenía nada de comida, ni gel, ni champú, ni nada. Cogí dinero y bajé en busca de algún Mercadona o algo por el estilo. Menos mal que no tardé mucho en encontrar uno cerca de casa, y tampoco me había perdido, al menos eso pensé. Compré lo necesario para pasar la primera semana y ya iría otra vez a comprar, ahora tenía tiempo de sobra para mí.

Dicen que cuando te vas a vivir solo, la primera noche es la más dura. Cuanta razón tenía quien dijo eso, no podía dormir y estaba desesperado, me levantaba una y otra vez de la cama, de una tenía calor, luego frío, luego calor, no dejaba de dar vueltas en la cama y me ponía nervioso. No recuerdo como logré dormir esa primera noche tan larga. Por lo menos, al despertarme estaba mucho más relajado, me hice un café, le puse la correa a Balto, que es mi compañero, y nos bajamos a dar un par de vueltas por la ciudad. Fuimos hasta el parque del Retiro y allí estuvimos un buen rato, viendo la vida pasar. Pensaba en qué podría hacer para no convertir este verano en el más aburrido y solitario de mis dieciocho años. Se me venían a la cabeza como “sal de fiesta este sábado”, “ve a no se qué sitio”, “inventate una excusa para acercarte a un grupo y hazte amigo suyo”... Cada una más patética y rara que la anterior. Luego me acordé que un amigo se vino a vivir el año anterior, pero no sabía si seguiría aquí, luego lo llamaría.

Se acercaba la hora de la comida, así que volvimos a casa, pero tuve que usar Google Maps porque no sabía por dónde había venido de tantas vueltas que había dado, y seguro que había un camino más corto hasta mi casa. Se me hacía raro llamar “mi casa” al piso, no sé por qué. Esa tarde no pasó nada digno de contar, estuve instalándome un poco mejor, saqué mi portátil, mi PlayStation 4 con los juegos y mi televisión, menos mal, porque la que había allí era demasiado pequeña. Y allí me pasé la tarde, viendo películas, jugando y comiendo como solía hacer. Al menos estuve entretenido y no pensé demasiado en que estaba solo, pero claro, luego me llamó mi madre y ya me empecé a sentir triste. Le pedí que no llamara cada día, o mandara mensajes, pero supongo que al tener un hijo, con el que ha estado muy unido desde siempre y somos como hermanos, es difícil estar un día con él, y que al día siguiente ya no esté, y así los próximos dos meses y medio. No sabía quién lo pasaría peor, si ella o yo.

Los días siguientes fueron muy similares, por la mañana salía con Balto, y alguna tarde he ido a la Gran Vía, al Starbucks, que me recordaba muchísimo a Elena porque le encanta. Un Frappuccino de fresa, fue lo primero que probamos la primera vez que vinimos a Madrid con el instituto, unos tres años atrás. Todo era igual, hasta que una tarde pasó algo “raro”, por así decirlo.

Iba con Balto por la calle, todo muy normal, con mis auriculares puestos. Llegamos al Retiro de nuevo, vamos camiando tranquilamente hasta que un balón me da en la espalda y me caigo al suelo, muy típico en mi, se me ha pasado contaros que soy muy patoso. Me giro en la dirección en la que venía el balón, esperaba encontrar un grupo de niños pequeños, pero son chicos jóvenes, de mi edad, quizás unos veinte años pensé. Uno de los chicos se acerca corriendo hacia nosotros, Balto ladrando y la gente mirando, todo un show.

-Tío, ¿estás bien? No pretendía darte, lo siento.

-Tranquilo, estoy bien, creo... - voy a levantarme, pero un pinchazo agudo en la espalda hace que me caiga de nuevo.

-¿Estás bien? - pregunta con cara de preocupación – ¡Espera! Déjame ayudarte a ponerte de pie – me ayuda cogiéndome por detrás de la espalda.

-Gracias por ayudarme – sigue doliéndome.

-Deberías ir a casa y tumbarte, ¿vives lejos?

-A unos minutos de aquí.

Sigo mi camino, pero doliéndome la espalda, genial. Ahora no podía moverme sin parecer algo raro.

-Espera – el chico me llama desde atrás – tengo el coche cerca, te llevo.