Nueve semanas y media

Ese fue el tiempo que tardé en conocer de manera profunda a mis dos compañeras de piso.

Cuando cumplí 20 años comencé mis estudios universitarios en la carrera de Imagen y Sonido. Soy de un pequeño pueblo de provincias, y tuve que trasladarme a Madrid para estudiar mi carrera. Todo esto supuso un gran esfuerzo económico para mi familia, porque trasladarse a Madrid a estudiar supone unos gastos importantes (alquiler de piso, comidas, viajes, etc)

Para aliviar algo la carga económica, decidí compartir piso. Mi padre estuvo encantado con la idea, por razones obviamente económicas. Pero mi madre, que como todas las madres es capaz de ver algo más allá, pensó que un piso entre 3 o 4 chicos iba a ser un picadero, con constantes juergas universitarias y en el que era imposible que se diera un ambiente mínimamente apropiado para el estudio. Así que ella misma se encargó de la organización de mi vivienda. Como no era el único muchacho de la zona en edad universitaria, consiguió saber quien, donde y cómo estudiaba en Madrid, y por supuesto, cómo vivía. Y entre sus candidatos, había alguien perfecto: la novia de un antiguo compañero de instituto, con el que siempre había tenido una relación excelente, a pesar de que, por haber abandonado él los estudios y dedicarse a un pequeño negocio familiar, nos habíamos distanciado. Esta chica, Ana, iba a compartir piso con otra compañera de Periodismo, y estaban buscando a una tercera persona.

Eso de que me organizasen la vida, la verdad, no me gustaba nada. Era mi primera experiencia fuera de casa, y empezaba mal. Me molestaba que alguien tomara las riendas sin mi permiso, y además, que se hubiera comprometido ya en firme. Nadie hubiera entendido mi negativa, así que acepté compartir piso con estas compañeras a quienes no conocía de nada. Solo deseaba que, por lo menos, estuvieran bien. Aunque conociendo a mi madre, ya se habría asegurado de que fuera dos cayos malayos, para evitar las tentaciones de la carne.

Mi antiguo compañero volvió a retomar la antigua amistad que nos unía, y me confesó que se alegraba muchísimo de que fuera yo el compañero de piso. Me pidió, en recuerdo de la amistad que siempre nos unió, que cuidara de su novia, que la ayudara en lo que pudiera, y por supuesto, si alguna vez veía algo inadecuado en su comportamiento (es decir, si alguna vez había riesgo de que le pusiera los cuernos) se lo hiciera saber cuanto antes.

El día 1 de Octubre de 2001, lunes, me presenté en Madrid, a instalarme en el hogar que me acogería durante ese primer año universitario. Ese mismo día conocí a mis dos compañeras de piso, que estaban esperándome para hacer las presentaciones oportunas: Ana y Edurne . Dos chicas diferentes, cada una en su estilo. Ana, pelo largo y liso, dulce, moderadamente atractiva, más bien pequeñita, y con una cara muy simpática. Edurne era una auténtica belleza: pelo largo, alta, rubia, ojos claros. Era una de esas chicas que pueden tener a quien quieran, y que seguramente están muy acostumbradas a ir apartando moscones a cada paso. Una era la novia de un buen antiguo amigo, y otra, estaba demasiado buena como para fijarse en un chico muy normalito de provincias. Cualquier intento de acercamiento estaría necesariamente condenado a un estrepitoso fracaso. Así que mis dos compañeras eran monas, pero intocables. Mejor, un asunto menos de que preocuparme.

Desde el primer momento nos organizamos francamente bien. Conmigo siempre fue fácil. Uno de los asuntos que más problemas dan al compartir piso es la limpieza, y yo no tenía ningún problema en ese punto. En casa somos dos hermanos, mi madre trabaja fuera de casa, y siempre hemos tenido que ayudar mucho, muchísimo, en las labores domésticas. Así que en el nuevo hogar no hubo que repartir nunca el trabajo: lo hacía quien podía, sin más. Y las comidas, igual: el que llegaba primero hacía comida para todos, compartíamos los momentos de cocina, comentábamos los platos, aprendíamos unos de otros. Pero, la verdad, en la cocina yo destacaba. Siempre me interesó ese mundo, y aprendí hacer ciertos platos que con relativamente poca elaboración daban un resultado magnífico: pescados a la sal, carnes a la piedra, al horno, etc. Pronto desechamos el uso del microondas y la comida enlatada, y la verdad, todos disfrutábamos mucho la hora de la comida y la cena. Poco a poco, ellas fueron dejando la responsabilidad de la cocina en mis manos, y al cabo algún tiempo, la cocina era mi exclusiva responsabilidad.

Los fines de semana, en general, volvíamos a nuestros pueblos de origen. Pero algunos, nos quedábamos, y a veces, raras veces, coincidíamos los tres. Esos sábados y domingos, preparaba yo el desayuno, y en bandeja lo tomábamos en mi cama, que era la única de matrimonio, ya que a pesar de ser el peor cuarto, como compensación, tenía la mejor cama. En esos momentos, profundizábamos en nuestra amistad, y la verdad, en esos desayunos aprendíamos a conocernos mucho más en cualquier otro momento del día.

Yo no soy de piedra. Quizás ellas lo pensaran, pero desde luego no era así. Ana siempre dormía con una camiseta amplia, y como mucho, un pantalón corto de pijama, y Edurne siempre lo hacía con un camisón muy fino sin sujetador. Reíamos, jugábamos, bromeábamos. Yo no podía dejar de mirar aquellos dos cuerpos distintos, y que dejaban intuir encantos ocultos: Edurne, con su fino y semitransparente camisón, era fácil adivinar la forma de su pequeño pero precioso pecho. El pecho de Ana, mucho más abultado, quizás una talla 100 o más, se movía armoniosamente en cada gesto, libre de nada que lo sujetara. Pero eran intocables: una, por mi amigo, la otra, porque se pasaba de buena. Mi pene, en cambio, siempre fue por libre. Él si reaccionaba ante las transparencias de Edurne y ante el movimiento pectoral de Ana, convirtiéndose en mástil de la tienda de campaña de mi pantalón de pijama. Claro, aprendí pronto que era mejor llevar bóxer muy ajustados, y pantalones muy amplios, que disimulaban totalmente estas erecciones inoportunas.

Un día, al volver de la universidad no había nadie en casa. Me tumbé en el sofá y me quedé medio dormido. Fue un sueñecito corto, quizás media hora. Cuando me desperté, estaba empalmado. Tenía una erección típicamente matutina, con la única salvedad de que era vespertina. Muy tiesa, si señor. En la televisión había un tío cachas haciendo una demostración de un cinturón presuntamente adelgazante, que además aumentaba la masa muscular. Nada interesante. Busqué el mando con la vista para apagarla, pero estaba lejos. Dejé que el tio cachas siguiera con su intento de convencerme de las excelencias del dichoso cinturón y cerré los ojos. Empecé a pensar en mis dos compañeras de piso Como no había nadie en casa, me la saqué, y a lo tonto, empecé a sobármela un poco. La cosa fue ganando en ritmo, y empecé a pensar en algo excitante: las dos en la cama, montándoselo. Empecé a fantasear, imaginándome a las dos en la cama conmigo como hacíamos algunos sábados, bromeando. Imaginaba que la cosa iba a más, y que empezaban a tocarse, a besarse. Que empezaban a desnudarse. Imaginaba esas tetas, que ya empezaban a obsesionarme, libres de toda atadura, a mi disposición, y me encontraba a mí mismo en esa fantasía tocando, sobando, mamando de esos pechos que se dibujaban perfectos en mi imaginación. Y mi ritmo se iba haciendo más rápido. Los pantalones me estorbaban y me los bajé ligeramente. Mi mano subía y bajaba, y suponía que mi mano podría ser la de Ana, o la boca de Edurne, o el coño de cualquiera de las dos. Me imaginaba con ellas dos, follándome a una de ellas mientras se comían sus bocas, su tetas. El ritmo de mi mano aumentaba...hasta que me corrí. Traté de no manchar nada con el abundante esperma que vertía mi polla, haciendo equilibrios con la mano para no derramar nada. Me puse de pié y fui hacia el baño a buscar papel higiénico y...

Y allí estaba Ana, la novia de mi amigo, en la puerta de su cuarto con los ojos abiertos y mirándome fijamente. Me quedé de piedra. Yo estaba de pie, con los pantalones de deporte medio bajados, con una corrida en la mano, con la polla todavía tiesa y palpitante, y enfrente, mi compañera de piso.

-¿Que...haces ...aquí? –conseguí balbucear, casi tartamudeando

-He entrado hace un momento, y estabas en el sofá, dormido. No he querido despertarte

-De verdad que lo siento, tía –dije yo, todavía con la corrida en la mano –de verdad que lo siento. Pensé que no había nadie, y ... tía, estoy cortadísimo

-Anda, límpiate – me dijo en tono cariñoso, con una pequeña sonrisa en los labios.

Fui al baño, limpié mi semen y me quedé un rato mirándome en el espejo. Tenía cara de idiota. No, era un idiota total. A ver como salía yo, y me presentaba allí como todos los días. Joder, estaba muerto de vergüenza.

Unos minutos más tarde, quien sabe si en realidad fueron horas, me acerqué a la cocina. Ella estaba allí, preparando algo.

-Debo haberte parecido un estúpido, un salido, o algo así. Te aseguro que no lo soy. Te aseguro que pensé que estaba solo, me acababa de despertar, tenía una erección de esas tontas, me empecé a tocar, una cosa llevó a la otra...

-No me has parecido ni un estúpido, ni un salido, ni nada de eso, tonto –me dijo, con cierto tono cariñoso.

-Bueno, lo siento, de todas formas. ¿Sería mucho pedirte que, bueno, que no lo fueras contando por ahí?

-De verdad, no lo iré contando por ahí, no tienes que preocuparte por eso. Sólo dime una cosa. Si en vez de estar tú en el sofá masturbándote hubiera estado yo, y tú hubieras visto todo sin que yo me hubiera percatado, ¿te habría parecido una estúpida, una salida, o un ser abominable?

Lo pensé un poco. Vamos, veo yo esa escena y me habría puesto a mil, incluso a más. Daría yo mi brazo izquierdo (el derecho me hace mucha falta) por ver a Ana haciéndose una paja a su rollo, pensando que está sola. Sin darme tiempo a contestar, y sabiendo ella de sobra la respuesta que cabalgaba por mi mente, me dijo:

-Tu tienes polla, y yo coño y tetas, pero para estas cosas tu mente y la mía son iguales.

Y acercándose a mí, me dio un beso en la mejilla, mucho más cerca de la comisura de los labios de lo que la prudencia aconseja. Después añadió, muy cerca de mi oido, en voz baja, a pesar de que no había nadie más:

-Eres un tonto. ¿Qué crees, que yo no me masturbo, a veces? Pues sí, si lo hago. Los viernes, por ejemplo, cuando me quedo en casa sola veo la película erótica que ponen en un canal. Y ahí, en el mismo sofá en el que tu te la has estado haciendo, pues a veces...si la película es buena y me pone...me vienen las ganas, empiezo ahí a darle y me hago un dedo...

Asombrosa revelación. Si eso no era una invitación a asistir a un bonito espectáculo, yo era astronauta. Por supuesto, ese fin de semana no lo pasé en mi pueblo. La vista del sofá desde mi habitación era espléndida.

El viernes por la noche

Por supuesto, deseé con todas mis fuerzas que ese fin de semana Ana no se merchara a ver a su novio, que ya empezaba a caerme mal. Desde luego, mi mente parecía tener claro que no quería hacer nada con Ana que molestara a mi amigo, que desde luego confiaba en mí. Pero ella me había sorprendido cascándomela, este acto tan íntimo que no necesita de testigos. Así que no estaría mal si yo podía verla a ella en el mismo trance: estaríamos empatados. Nunca hasta ese momento había visto a una chica haciendo nada parecido, y la verdad, después de aquello tampoco volví a ver a nadie haciéndose una paja, a no ser que lo pidiera de forma expresa y solo durante unos segundos.

Y Ana también decidió quedarse. Cenamos pronto, y a eso de las 11 y media de la noche (la película solía empezar a las 12:00) Ana se quedó tumbada viendo la tele, y yo me fui a mi cuarto, presuntamente a dormir. Pero no cerré la puerta. Desde la cama, desde luego, había una vista fantástica de lo que pudiera ocurrir en el sofá, y con la luz apagada era imposible para ella verme. Podía observar sin ser visto. Sólo hacia falta saber si Ana se atrevería a montar un numerito, sabiendo de sobra que yo estaría allí mirando.

A las 12:30, yo ya estaba harto de mirar el sofá, sin que aparentemente allí sucediera nada. De todas formas, yo tenía la polla en mi mano, morcillona, y me la meneaba lentamente, esperando que en cualquier momento empezara la acción. Ella estaba allí tumbada, con su pijama de pantalón corto y una camiseta de tela fina. De repente, una mano se deslizó por debajo del pantalón. Había empezado el espectáculo.

Desde mi puesto de observación se apreciaba una mano moviéndose rítmicamente por debajo del pijama. Se movía despacio. El culo también se movía ligeramente. El pantalón corto empezó a sobrar. Lo bajó hasta las rodillas, y su mano continuaba el movimiento, por debajo de su tanguita. Eran una braguitas preciosas, diminutas, lencería fina, puestas para la ocasión. Seguro que las había elegido a propósito. Mi polla estaba tremenda y mi mano aumentaba el ritmo. Una mano de ella se deslizó por debajo de la camiseta, y empezó a tocarse el pezón. Su mano fue hasta su boca, y se chupó con ansia los dedos con los que manipulaba su clítoris. El tanguita estorbaba, y sin dejar de masturbarse, se lo bajó con la otra mano. Ya tenía una espléndida vista de su coño. Lo tenía rasurado por los lados, dejando un hilo de pelo de unos 3 o 4 centímetros. Una mano trabajaba con ansia y con destreza el clítoris. La otra subía ahora su camiseta, y dejaba sus pechos, que digo sus pechos, sus enormes tetas al aire. Que perfección. Ver como sus manos masajeaban sus tetas me turbó. Yo estaba a punto de correrme, pero tenía que aguantar. Tenía que ver el final.

Sus dedos empezaron a introducirse en su vagina. Se repartían entre el masaje en el clítoris y la penetración de su cuevecilla. Y desde mi cama yo veía todo el espectáculo. Tuve que bajar el ritmo de mi paja. Con un movimiento de piernas, se deshizo de su pantalón y de sus braguitas, e incorporándose ligeramente, también se deshizo de la camiseta. Ya estaba totalmente desnuda. Volvió a meterse los dedos en la boca. Era el asalto final. Empezó a tocarse el clítoris con devoción, casi con locura, con un ritmo frenético, y al cabo de un minuto, o quizás tan solo unos segundos, se corrió, lanzando tres suspiros al aire (ahhhhhhhhh, ahhhhhhhhh, ahhhhhhh) de forma sonora y nada discreta, para que yo supiera que estaba teniendo su orgasmo. Siguió masajeándose lentamente el clítoris y el pezón, hasta que paró del todo. Ya no había ninguna razón para seguir reteniendo el torrente de semen que pedía a gritos desde mis testículos salir al exterior. Sólo tuve que acelerar ligeramente, no poner ninguna oposición, y ... correrme. Correrme en toda la extensión del termino. El primer chorro de semen fue a parar al espejo que había en la pared de enfrente. El segundo cayó al suelo, entre la cama y la pared. El resto se derramaron por la cama, por mi pijama, por mi mano, por mi pierna. Una corrida verdaderamente abundante. Y un orgasmo realmente intenso.

Me limpié con lo que encontré y me quedé mirando al sofá. Era un cuerpo bello, con sus grandes pechos, sus grandes aureolas rosadas. ¿Qué talla sería? ¿Una 100, una 110, más? Que preciosidad. Y pensar que eso era lo que disfrutaba mi amigo cuando quería, que lo tenía totalmente a su disposición...

Empujado por un resorte, quise darle una vuelta de tuerca más a aquello. Ella se había masturbado allí, sabiendo que yo estaría mirando. Así que salí de mi cuarto y crucé por delante del sofá. Ella seguía desnuda, con los ojos cerrados, con una de sus manos apoyada todavía en su coño. Abrió los ojos y me miró, pero no hizo ningún ademán de cubrirse.

-¿Quieres un vaso de agua? Voy a la cocina

-Si, por favor, tengo la boca seca.

Fui a la cocina, le entregué su agua y me fui hacia mi cuarto, como si esto lo hiciera todos los días. Como si lo más normal del mundo fuera presenciar como una tía a la que deseas se masturba delante de ti y después de correrse te pide agua.

Me metí en mi cuarto y esta vez sí cerré la puerta. No recuerdo exactamente cuantas pajas me hice esa noche.

La revelación de Edurne

Algunas semanas después estábamos en casa solos Edurne y yo. Era domingo, y Ana había ido a su pueblo a ver a su novio, pero nosotros nos habíamos quedado. Era ya tarde, quizás la 1 de la madrugada, y estábamos en la cama, cada uno en su cuarto. Yo estaba pensando, como siempre, en Edurne y en Ana. En la perfección del cuerpo de una y en los pechos turgentes y voluptuosos de Ana . Qué mujeres. Que martirio.

Ya había visto desnuda a Ana, y me planteaba qué podría hacer para ver desnuda a la otra, de forma discreta. Pensaba en entrar accidentalmente en su cuarto, pasar toda la noche metido en su armario, no sé, cualquier cosa. Llegué a pensar en las nuevas minicámaras, que van por batería y no llevan cables de ningún tipo. Podría disimularlas en el cuarto de baño y ver por una sola vez ese maravilloso cuerpo desnudo. Lo pensaba, aunque de sobra sabía que nunca lo haría. De todas formas, pensando y pensando, mi pene fue creciendo de volumen y solicitando alguna atención. El pijama empezó a sobrarme, y también el slip solicitaba amablemente permiso para retirarse, permiso que naturalmente concedí, abandonándolo debajo de la cama. Empecé a masturbarme mientras pensaba en el cuerpo escultural de Edurne, mientras me excitaba pensando en que estábamos solos en el apartamento. ¡Que locuras podría hacer yo con un cuerpo así! Mi voluntad ferrea de no hacer nunca ninguna maniobra de acercamiento que estaría condenada al fracaso se topaba con mi mente perversa, que solicitaba algo de atención, cuando de repente...

De repente llamaron a mi puerta.

-¿Estas dormido?

-No todavía no. ¿Algún problema?

-No sé si es un problema, pero si está dormido no te molesto.

-Pasa, pasa – dijo yo, dando gracias a Venus y a Cupido por ese pequeño detalle

Encendí la luz de la mesita de noche y allí estaba ella, con esa belleza escultural que hacía que llevara lo que llevara, estuviera espléndida. Para esta visita inesperada vestía un camisón de tela muy delgada, que ya conocía de sobra, y un tanguita perfectamente visible (mejor dicho, intuible). Dejando a un lado la actividad que tenía entre literalmente entre manos, adopté la actitud del fiel amigo dispuesto a oir los problemas de los otros y darles consejo.

-¿Qué te pasa? No tienes buena cara –mentí, pues la verdad, tenía una cara preciosa bajo esa luz tenue de mi lamparita de noche

-Estoy hecha un lio, y la verdad, no puedo hablar con nadie de esto –dijo, sentándose en mi cama

-Bueno, habla conmigo, a ver si yo te puedo ayudar – mi lado bueno y comprensivo intentaba ganar la partida a mi lado perverso que en realidad estaba pidiendo a gritos que se desnudara, se metiera en la cama y dejáramos curso a la pasión

-Mira, no sé como explicarte. Seguramente tú ya has pasado por cosas parecidas, y... El caso es que hace un año rompí con mi novio, con el chico con el que llevaba saliendo casi tres años. Para él yo no era más que una niña florero, que quedaba muy bien para lucirla delante de los amigos y la familia. Pero luego, en privado, era un cerdo. No me dejaba hablar, me trataba fatal. Yo, para él, era la típica rubia tonta. Las decisiones de verdad las tomaba él. Y ya ves, yo soy estudiante de periodismo, ya estoy en tercero y él no es más que un bruto que abandonó los estudios en primaria. Ya no teníamos temas de conversación, ni pensábamos igual, ni nada. Además, era un celoso de mierda. Si se me ocurría mirar a alguien, solo mirarlo, ya teníamos bronca. Y como a alguien se le ocurriera hacer algún comentario, pues lo mismo. Total, que un día me cansé y le mandé a la mierda. Pero él, durante más de un año se dedicó a hacerme la vida imposible. Así que ya ni me apetece ir a casa los fines de semana, por no encontrármelo. Terminé tan escarmentada con esa relación que desde entonces no he vuelto a estar con un tio, y la verdad, pensar en compartir mi vida con un tío me asquea

Yo escuchaba pacientemente, consciente de que ella lo que quería era soltar su carga. Mi lucha interna entre dar cuartel a mis instintos y comportarme como un amigo de verdad que escucha iba ganándola el amigo, por lo que mi pene, que antes de entrar ella podía haberse usado como arma de golpeo por su firmeza, ahora lucía un aspecto morcillón aparentemente lamentable.

Antes de seguir su historia, y viendo que tenía su piel erizada, me atreví a tocar la maravillosa y blanca piel de su brazo con cariño, diciendo:

-Estas helada. ¿Te echo la manta?

-No, me meto en la cama contigo

-Bueno, pero te advierto que estoy desnudo –dije, retirando ligeramente la ropa de cama, sin descubrir ninguna parte pudenda

-Seguro que no me vas a violar –dijo ella muy segura de lo que decía, retirando la ropa para comprobar que, efectivamente estaba completamente desnudo

Yo sonreí de forma inocente.

-Mira, así estamos iguales – dijo ella, quitándose el camisón y el diminuto tanga, y metiendose rápidamente en la cama.

La visión de su pecho fue, para mí, como un sueño hecho realidad. Hacía sólo un momento había estado fantaseando con la idea de verla desnuda, incluso invadiendo su intimidad con una cámara espía, y ahora ella se metía en mi cama sin ropa, aunque por desgracia, con ganas de hablar. Tenía un pecho perfecto, mucho más de lo que había soñado nunca. Perfecto en tamaño y forma, con un pezón rosado, pequeño, y que, por el frío, aparecía ligeramente encogido.

-El caso es que pasé una temporada en la que aborrecía a los tíos. –continuó - Así que sólo tenía amigas. Y el caso es que, de tanto evitar a los tíos y tanto estar con tías, al final...bueno...no sé como decirlo...al final hay una chica que me está...gustando.

Esto ya era demasiado para mí. Mi corazón latía con fuerza, yo creo que de forma incluso visible. Si resistía aquella prueba, la verdad, me ganaba una parcela en el cielo. Una tía que está buenísima, que se desnuda casi completamente y se mete en mi cama, y empieza a contarme que le gusta otra tía, esto es demasiado para un muchacho de 20 años que hace mucho que no folla.

-Y ¿qué sientes, exactamente? –atiné a decir

-Pues no lo sé. Cuando estoy con ella estoy muy a gusto, pero me apetece algo más, aunque no sé que es

-¿Te apetece acostarte con ella? –dije, totalmente empalmado, imaginándomela haciendose un bollo con otra mujer tan espléndida como ella

-No lo sé, yo creo que sí. Me la imagino a veces en la cama, así conmigo, y bueno, me excita pensarlo

Nos quedamos en silencio un rato

-Mira, yo no sé como se da ese paso

¿Y que pretendía? ¿Qué yo le dijera como una tia le plantea a otra que quiere acostarse con ella?

-¿Por qué no pruebas hablar con ella abiertamente del tema?

-Porque no tengo claro nada. No tengo claro en primer lugar si a mi me gusta el rollo de hacérmelo con otra chica. Tampoco sé si ella me va a rechazar, si se lo planteo. ¡Qué corte!

-Puedes probar con algo más inocuo –dije yo, tratando de aparentar que se trataba de una conversación normal, y que yo daba un consejo de experto - ¿Por qué no hablas del tema con Ana, y le dices que te gustaría probar a hacerlo con otra chica en plan experimental? Por lo menos, ella te va a entender, y si no le apetece hacerlo te lo va a decir claramente y sin que eso suponga ningún problema.

Mientras ella reflexionaba sobre lo que yo acababa de decir, yo me imaginaba la escena: yo como testigo real de una situación que tantas veces había imaginado en mis pajas. Lo veía a un paso de la realidad. Mi corazón estaba encogido, esperando la respuesta de Edurne, el veredicto de Edurne a la concesión de mi deseo disfrazado de consejo.

-Uff, decirlo es más fácil que hacerlo. Vamos a hacer una cosa: voy a pensarlo, y cuando me decida, si me decido, se lo planteo. Pero tú me tienes que ayudar: se lo tenemos que decir juntos. Así no parecerá que soy una lesbiana que se ha enamorado de ella, ni nada por el estilo. Si se lo decimos entre los dos quedará como lo que es: ganas de probar una experiencia y de estar seguro de si ese rollo me va o no.

El cielo había oído mis súplicas. Me concedía mi deseo de la mejor forma posible: la situación no solo sucedería en realidad, sino que además yo sería testigo desde el primer momento. Habría corrido al cuarto de baño a hacerme una paja, incluso me la habría hecho allí mismo sino fuera porque...tenía que aparentar que la situación para mi era de los más normal. Normal, que cosas. Tener una diosa desnuda en mi cama a mi lado, yo también desnudo, hablado sobre sus dudas lesbianas. Normalísimo, vamos.

-¿Puedo quedarme aquí contigo esta noche?

-Esta noche, y todas las noches que quieras –fue mi respuesta sincera, la más sincera que jamas haya dado

Arrimó su cuerpo al mío para apagar la luz de la mesita de noche, que estaba a mi lado. Sus pechos desnudos acariciaron mi brazo y mi cuerpo. Un roce maravilloso. Trataba de controlarme a mí mismo. Apagó la luz, inclinó su cabeza hacia la mía y me dio un beso en la mejilla.

-Buenas noches. Nunca había tenido un amigo como tú –dijo, sonriendo, satisfecha

Nota importante: si una tía que además está buenísima se mete desnuda en tu cama sabiendo además que tú estás desnudo, eso significa que quiere follar. Esto lo deben saber hasta los niños de 2 años, por puro instinto. Esto lo debe saber la humanidad entera. Excepto, claro está, yo.

Por supuesto, no pegué ojo en toda la noche. Miraba su cara, con los ojos cerrados, que se iluminaba con la tenue luz que entraba por la ventana. Era perfecta, que belleza. Y allí desnuda, en mi cama. No me atrevía ni a masturbarme, que era lo que más deseaba en el mundo. Eso sí, la tenía tan tiesa que parecía que me iba a reventar. Y yo aparentando que aquello para mí era un situación de lo más normal

6 de Diciembre, día de la constitución

A partir de ese momento, ninguna de las dos tubo ningún reparo en pasear por la casa de cualquier forma. Se duchaban sin cerrar la puerta, salían y entraban de sus cuartos en ropa interior, o sólo con parte de ella. La verdad, me acostumbré a verlas pasear desnudas por la casa, aunque a esas cosas no llega nunca uno a acostumbrarse.

El 6 de diciembre, día de la Constitución en España, preparé el desayuno y lo llevé a mi cama, como soliamos hacerlo cuando estábamos los tres. Ninguno, por diferente razones, había ido a su casa. Ana traía un tanga, y Edurne vestía su acostumbrado camisón casi-transparente. Yo tenía puesto sólo un pantalón corto.

La conversación daba vueltas por muchos temas, pero como siempre, terminábamos hablando de chicos, chicas, posturas, y demás. Yo me abstenía normalmente de opinar, y menos aún, de contar detalles de mi aburridísima e inexistente vida sexual íntima. Ese día Ana nos contó que llevaba tiempo sin follar con su novio, no porque ella no quisiera, sino porque él no la hacía ni caso. Me vino a la cabeza la conversación que tuve con él la última vez que estuve en el pueblo, y como me contó, con todo lujo de detalles, que se estaba trajinando a una separada que era una máquina sexual. Decía que le tenía agotado, pero como era un volcán, él hacía grandes y placenteros esfuerzos por satisfacer todo aquel torrente de sexualidad que era la separada. Ahora, al oir las quejas de Ana, sólo pensaba una cosa: mi amigo era un mamón, un cabronazo. Tenía ese bombón a su disposición, y la dejaba ahí sin follarsela, haciendola pasar hambre, sólo para trajinarse a una separada de la que seguro se cansaría dentro de un mes.

-Estoy como una perra en celo – decía Ana, mientras sus pezones amenazadores se ponían completamente enhiestos.

El caso es que con la conversación empezó a ponérseme tiesa, y allí, sin mas atuendos que un simple pantalón aquello era demasiado evidente como para que mis compañeras de piso, y ahora de cama, no se dieran cuenta.

-Se te está poniendo tiesa, ¿eh? –apuntó Ana, provocando mi sonrojo

-Mira que mono –dijo Edurne – A ver si ahora vas a tener vergüenza con nosotras. Oye –dijo, dirigiéndose a Ana – yo no se la he visto tiesa. Se la he visto morcillona, pero tiesa, tiesa, no. Tú sí, cuando le viste haciéndose la paja aquella, pero yo no.

-¿Le has contado lo de la paja? –dije yo mirando a Ana – Me dijiste que no se lo ibas a contar a nadie

-Anda, anda, si contárselo a Edurne es como no contárselo a nadie.

Sin decir más, Edurne metió la mano en mi pantalón, y ante mi falta de resistencia (quien sería capaz de resistirse) la sacó del pantalón y se puso a acariciarla.

-No es muy grande pero es gruesa. Muchos tios piensan que lo mejor es tenerla larga, pero eso es una tontería. A mi me gustan así, gordotas

-También hay muchos que piensan que le tamaño no es importante. Pero eso es para las que se conforman...-dejó caer Ana

-¿Te gusta así, que te lo haga una chica? –dijo Edurne con la vista concentrada en mi pene

-Claro –dije yo, intentando apartar la mano de mi compañera, no por nada, solamente porque si seguía me iba a correr enseguida

-Déjame, que yo también te lo puedo hacer muy bien

Y muy bien lo hacía, aunque no sabía a que se refería con el ‘también’. Como la cosa se calentaba, me pareció oportuno sacar el tema de la curiosidad ‘les’ de Edurne

-¿Por qué no le dices a Ana lo que me contaste la otra noche?

-Que corte. Además ya no estoy tan segura de que...me guste...

-¿Qué es eso que no quieres contarme? –dijo Ana

-Nada, una tontería, olvídalo

Los tres guardamos silencio unos segundos, mientras Edurne seguía a lo suyo con mi polla

-Venga, cuéntamelo

-Se lo cuentas tu o se lo cuento yo? –dije mirando a Edurne, resuelto a no dejar pasar la oportunidad de ver un espectáculo muy interesante delante de mi

-Pues...hay una chica en clase con la que voy mucho. Hablamos a menudo, salimos mucho juntas, esas cosas. El otro día estuvimos probándonos ropa, y cuando la vi casi en sujetador sentí algo, ya sabes, un puntito de excitación. Y no sé, lo mismo es que ahora me van las tias, yo que sé –Y después de un pequeño silencio añadió: – El caso es que se lo conté a él y me dijo que lo mejor era hablarlo contigo y probar

-¿Probar qué?

-Pues a hacer algo, no sé, unos besos, unos roces, tocarnos un poco, no sé.

-A mi me dijo una cosa mas –añadí yo

-¿El qué, el qué? –dijo Ana, haciéndose la interesante, dejando patente que, al menos, no rechazaba la idea

-A lo mejor soy un poco bruto diciéndolo, pero lo que me dijo es que lo que quería era probar...es sexo oral con una tía...quería comerse un coño, vamos. Por eso le dije que lo mejor era que te lo propusiera a ti. Hay más confianza, y si no te apetece, pues no pasa nada

-Uff, que fuerte...¿comerme el coño? –dijo mirando a Edurne, que seguía moviendo su mano en torno a mi polla –Es que...yo nunca he hecho nada con una persona de mi sexo ... ¿Tu crees que me va a gustar?

-Te va a encantar, ya lo verás. Yo estoy seguro de que una tía es capaz de comérselo estupendamente a otra tía –eso lo leí en algún sitio

-Bueno, tú entiendes mucho de eso ¿no?

-Si, si,-asentí, sin saber exactamente donde me había yo ganado esa fama de ‘entendido’

La cosa estaba a punto. Edurne estaba dispuesta a hacérselo con Ana, que aunque mostraba sus reticencias, estaba deseándolo, sobre todo teniendo en cuenta que llevaba tiempo sin follar con su novio. Dejamos de hablar, y Ana se acercó al oido de Edurne, y le dijo con voz casi imperceptible:

-¿De verdad quieres?

-Solo si a ti te apetece – dijo Edurne

Acercaron sus labios. Primero, un pequeño beso en los labios, como probar, un piquito. Después, un beso un poco más largo. Por último, un beso largo y sensual, que incluía lengua, roce de cuerpos, presión entre tetas. Yo observaba, al margen de la situación, pero mi polla estaba a reventar. La sesión de besos duró más de cinco minutos, y yo no me atrevía a tocarme, por el riesgo de correrme allí mismo. Ver a dos tías besarse y estrujarse es lo más excitante que puede presenciar un muchacho de 20 años, más salido que el pico de una plancha y que hace tiempo que no folla.

Edurne se quitó el camisón, y dejo sus pequeños y preciosos pechos al aire. Ana se deshizo de su diminuto tanga y se tumbó en la cama, poniendo su coño a disposición de Edurne. Mi polla había quedado cerca de la cara de Ana, y ésta, como si tuviera un imán en la mano, la tomó y la empezó a acariciar.

-¿Te importa que te la chupe? Sé hacerlo muy bien, y seguro que te va a gustar. Tú cierra los ojos e imagina que soy ...otra persona... y si te apetece correrte, te corres.

Y sin esperar respuesta, acomodándose un poco, se metió mi pene en la boca justo en el momento en que Edurne empezaba a jugar con su lengua en su clítoris.

A mi no me hacía falta imaginar nada, y menos que era otra persona. Ya estaba muy bien que me la estuviera chupando Ana. Pensaba en mi amigo, y en que, dentro de lo que cabe, aún no le había puesto los cuernos. Yo solo había puesto mi polla cerca, y era la propia Ana la que se ha había metido en la boca. Chupaba con auténtica delectación, succionando ligeramente cada vez que la sacaba, y apretaba fuertemente los labios, cuando se la introducía. Una verdadera experta. Una apasionada de las mamadas. Miré el espectáculo que me brindaba Edurne: allí, completamente desnuda ya después de desprenderse de ese estúpido camisón y del tanguita, lamía el clítoris de Ana, intentando decidir si comerse un coño le gustaba o no.

-Espera, que te voy a hacer una cosa que te va a gustar –me dijo Ana, mientras sacaba mi polla de su boca y metia uno de sus dedos

Después de ensalivarlo bien, muy bien, empezó a masajearme mi esfínter. Yo, hasta ese momento, siempre consideré que ese era un conducto de salida, no de entrada de nada. Me tocaba por los alrededores y se lo volvia a chupar, sacándose mi polla de la boca, con cierto alivio por mi parte, porque de continuar con ese ritmo de iba a correr. De repente, me introdujo el dedo en el culo. Yo me sentía rarísimo. NO estaba seguro de que aquello me gustara, y la verdad, tenía demasiados condicionantes, demasiados prejuicios para que aquello me gustara. Pero me dejé hacer, porque el espectáculo de la mamada que me estaban haciendo y la escena lesbi de la que me permitían ser testigo bien merecía algún sacrificio, si es que a ella le gustaba eso. De repente, ensalivó otro dedo, y lo metío también. Ya tenía dos dedos en mi culo, y mi sensación extraña aumentaba. Ella chupaba con más ganas. Y por fin, un tercer dedo. Y un acelerón en la mamada. Yo no sé fue si la sensación de tener tan dilatado el esfínter o la maestría chupadora de Ana, pero me corrí en su boca. Y ella ni se inmutó. Dejó que el semen cayera por la comisura de sus labios y manchara el almohadón. La sensación es que me había vaciado los huevos.

-Ya sabía yo que con esto te corrías-dijo Ana

Y mi corrida animó a Edurne, que empezó a lamer, a chupar, a introducir su lengua y sus dedos llevada por su instinto, hasta que Ana se deshizo en un orgasmo intenso, sujetando con una mano la cabeza de nuestra amiga y con la otra agarrada a mi polla como si se fuera a caer. Un orgasmo intenso. Y sonoro. Un escándalo, vamos.

-Que tal lo hago? –preguntó Edurne con voz inocente

-Joder, eres la hostia. Lo comes divino

-Pues falto yo-apuntó- Y colocándose a mi lado de forma melosa, poniendo sus tetas en mi brazo, me dijo

-¿Te puedo pedir algo?

-Lo que quieras –respondí yo de forma sincera.

-Mira, algunos chicos con los que he estado me han pedido metermela por...por detrás, tu ya sabes, por el culo. Y yo siempre he tenido miedo de que me hicieran daño. El caso es que me gustaría probar, aunque solo sea por saber si eso está bien o no, si soy capaz de correrme así. Y ya que tenemos a un experto...

‘Si esto es un sueño, que nadie me despierte’, pensé recordando a un famoso periodista deportivo. Me la chupa la novia de mi amigo, veo como se montan dos tías de una forma supersensual, y encima, una belleza como esta me pide que se la meta por el culo. Lo malo es que pensaban que yo era un experto dando detrás, hecho este terriblemente alejado de la realidad, porque nunca jamás había probado tal experiencia, aunque me había pajeado muchas veces pensándolo. Pero ¿quién la saca de su error, cuando me ofrece así su culo poniéndolo en pompa?

Se colocó a cuatro patas ofreciéndome un trasero que me pareció un trozo de cielo. Como mi única experiencia por ese conducto era lo que acababa de hacerme a mí Ana, pues hice lo mismo. Me chupé un dedo, ensalivándolo bien. Jugué con su orificio trasero, y muy lentamente, cuando todo estuvo bien lubricado, empecé a meterle un dedo. También jugaba con el orificio de su vagina, y también metía algo por allí de vez en cuando, como una tentación irresistible. Me chupé otro dedo e intenté penetrar con los dos. Aquello estaba muy cerradito, pero poco a poco pude abrirme paso. Mi polla palpitaba de nuevo, deseando que llegara su turno. Ana nos miraba, y se masturbaba, como testigo accidental de aquella escena. Chupé un tercer dedo, e intenté introducirlo. Aquello parecía difícil. En la cara de Edurne se dibujaba una mueca de dolor. Pero no decía nada. Finalmente, el tercer dedo se introdujo. Empecé a penetrarla con los tres de dedos, sacando y metiendo, bombeando, y después de un rato, la mueca de dolor ya se estaba transformando. Mi polla estaba todavía manchada de semen. Buen lubricante, pensé yo. Y ante un ‘Venga, cuando quieras’ de ella, me coloqué en posición y...penetré. Sentía su esfínter apretando mucho mi polla. Introducía despacio, y bombeaba. Muy pronto ya tenía toda la polla dentro, y me puse a jugar con ritmo al mete-saca de forma institiva. También por instinto, empecé a tocar su clítoris con la mano, mientras ya sin piedad metía y sacaba todo lo que podía. Yo no veía su cara, solo cu culo y sus pequeñas tetas colgando. Y...

Se corrió. Que forma de orgasmar. Que sutil y tierna forma de suspirar, de abrir la boca, con pequeños gritos discontinuos. Oirla así provocó en mi una reacción inmediata. Mi orgasmo fue a continuación, inundando el culo de Edurne. Dejé mi polla allí insertada hasta que, por haberse desinflado, se salió sola

Los tres quedamos tumbados sin hablar, durante un rato, hasta que Edurne dijo:

-Uff, que fuerte

-¡el qué? ¿Comerme el coño o que te den por detrás?

-Las dos cosas, pero lo segundo, me ha flipado

-¿Te lo ha hecho bien?

-Joder, para estas cosas, lo mejor es contar con gente con experiencia –me dijo, aunque seguía sin saber por qué me consideraban tan experimentado – Además, me he corrido pensando que lo estaba haciendo con un ...gay...que me estaba tirando a un gay. Y eso me ha puesto a mil, más que que me la metiera por el culo

-Pero yo no soy gay –atiné a decir

Se hizo un silencio

-Mira, has visto como me comía el coño, es evidente que me ha gustado porque me he corrido, y ella también dice que le ha gustado comérmelo. Yo creo que ya no es necesario ocultarlo ni hacer más teatro

-Si no hago teatro. Yo no soy gay. A mi me gustan las tias

-No bromees, anda

-Pero...¿por qué pensais que soy gay?

-Bueno –dijo Ana – es evidente. Se te da muy bien la cocina y las tareas de la casa. Vamos, que no solo lo haces, sino que encima lo haces bien. El día que te pillé haciendote la paja viendo a un tío musculitos en la tele, acostarte con Edurne los dos desnudos y no intentar nada, el día que me hice una paja delante de ti y tú como el que oye llover...joder, está clarísimo, no hace falta disimular más

-Espera, espera, que aclaramos. Lo de la cocina, me gusta, y los mejores cocineros del mundo son tíos. Lo de las tareas de la casa, normas elementales de convivencia. El día de la paja, yo no estaba viendo la tele. Ni siquiera encontraba el mando para apagarla. Cuando Edurne y yo nos acostamos pensé que era de buen rollo, y que no pegaba proponerle nada. Y por supuesto, con lo buenísima que estás te habría follado hasta que hubiera amanecido

Edurne sonrió

-Y el día que te hiciste un dedo en el sofá, vamos, me pusiste a reventar. Y por supuesto que me hice yo una viéndote. Pero no me atreví a hacer nada porque eras la novia de mi amigo y porque se supone que yo no te estaba viendo

Ahora era Ana la que sonreía

-Osea, que no eres gay – hice un gesto negativo con la cabeza – Jo, pues no te puedes imaginar lo que me ha puesto pensar que sí que lo eras. Que me estaba follando a un gay y trayéndolo de vuelta a la vida hetero

-Puedes hacerlo siempre que quieras – le dije yo

-Pues tal y como me ha excitado pensarlo, voy a buscar un gay de verdad, no como tú, que me la meta.

-Pues yo voy a pasar completamente del gilipollas de mi novio y voy a buscar a una tía que me coma el coño como lo haces tú –dijo Ana

-Pues yo me conformo con seguiros follando a las dos lo que queda de curso –dije, mientras los tres nos reíamos nos abrazábamos y nos besábamos

Mentalmente eché cuentas. Llegué a esa casa el 1 de Octubre, estábamos a 6 de diciembre...Es decir, que la experiencia de mi vida me había costado...exactamente...9 semanas y media...