Nuevas vidas 7 (Mamen y Nico 4)

Dos meses después...

2

Nico me envía un mensaje

Habían pasado casi dos meses desde nuestra ruptura. Tres semanas más tarde de que lo viera en la salida de su trabajo, Nico me llamó. O mejor dicho, me puso un mensaje en el WhatsApp . Lo leí nerviosa, con excitación y casi emocionada. Sinceramente, desde que lo vi a la salida de su trabajo, lo había dado casi por perdido. Ahora, tras ese mensaje, para mí se abría una esperanza, con todo lo que aquello significaba.

—¿Estás segura, mi niña? —me decía Tania.

Ambas estábamos en el sofá de su casa. Ella sentada sobre sus piernas. Solo vestía una camiseta de tirantes y braguitas blancas. En ese momento, sonó la ducha. Ella sonrió…

—Ayer ligué…

—Ligas siempre… —puntualicé—-… siempre que quieres, me refiero.

—El bellezón aquí, eres tú, mi niña…

—Un bellezón que no para de llorar y de sufrir… —dije recostándome en el sofá.

—Corazón… —me abrazó—, eres encantadora. Si Nico no quiere, hay muchos chicos ahí fuera que merecen la pena.

—Yo quiero a Nico… —mis ojos se encharcaban.

—Lo sé, mi niña… lo sé… —me volvió a abrazar—. Pero debes tener cuidado… Si volvéis y no cuaja, te va a hacer daño. Por eso te pregunto si estás segura…

—Quiero intentarlo, Tania… Lo necesito… Le quiero…

Me besó en la cabeza mientras me acariciaba el pelo. Tania se había mostrado como una verdadera amiga durante todos esos días. No solo me aconsejaba, sino que era mi paño de lágrimas, mi consuelo… Sí, también lo hacía con otras amigas, pero a ellas no les podía explicar lo del acuerdo entre Nico y yo para que yo pudiera follar con otros. Me daba vergüenza, la verdad sea dicha. Y, por consiguiente, solo podía decirles que Nico y yo habíamos roto, pero me callaba la cuestión principal: mi engaño con Adrián, mis noches de Ibiza o en casa de Javier con él y con Sergio y la misma Tania…

Era curioso que con mis amigas, normales, por así decirlo, no me atreviera y sí con Tania. Cuando Tania, sin ir más lejos, había follado con Nico. Era todo muy extraño, muy enrevesado. Estaba segura de que ninguna de mis amigas, normales, como yo las llamaba, lo entendería.

—Mi niña… Nico puede volver a decirte que te acuestes con otros…

—No, creo que no Tania… hemos aprendido de esto…

—Esto no suele funcionar así. —Me seguía acariciando el pelo—. A él le gusta verte…

—Yo no quiero ya eso, Tania…

—Lo sé… y te he visto este tiempo sufrir, mi niña… Por eso no me parecería bien que lo sigas haciendo. Nico, y creo que es muy buen chico, tiene esa… no sé si él es consciente, esa perversión, por así decirlo, bonita. —Tania, como siempre, hacía gala de una extraña y sobria madurez en estos temas—. Eso, reina, no es de quita y pon… Eso, se tiene o no se tiene… Y yo no quiero que sufras más.

Sentí su abrazo. Cálido, de amiga. De alguien que te quiere de verdad, de una especie de guardiana de ti misma y que te avisa de los problemas de la vida. Una especie de hermana mayor, de amiga sensata y compañera de fatigas.

La puerta del salón se abrió y apareció un chico joven. Bastante alto y delgado. No muy guapo, pero con una sonrisa atrevida e insinuante.

—Es Carlos… —me dijo mientras deshicimos el abrazo—. Ella es Mamen…

—Hola Mamen —me saludó—. Tania… me voy que… —desvió su mirada ahora hacia ella.

—Cuando quieras, cielo… —Tania se levantó y le besó en los labios ligeramente—. Ahora vengo —me dijo y se fue con el tal Carlos a la habitación.

Los oí trastear, a él vestirse y a Tania reír un par de veces. A los cinco minutos, él se marchaba por la puerta tras un nuevo y ligero piquito en los labios. Tania volvió al sofá donde yo continuaba.

—¿Qué tal? —hice un movimiento de mi barbilla hacia la puerta refiriéndome al tal Carlos.

—Bueno… —me dijo indicando que tampoco había sido de las mejores noches—, el chico le puso ganas —se rio.

—Anoche parecías disfrutar, cabrona… —le dije sonriendo yo a la vez.

—Sí… no ha estado mal. Pero, en fin… los hay mejores. —Ambas reímos.

—¿Qué te dice Nico? —me preguntó.

—Me dice si me quiero tomar un café o una cerveza con él… —contesté con una sonrisa.

—Si es lo que quieres, hazlo. —Me volvió a abrazar—. Pero prométeme una cosa.

—Dime.

—Que no te vas a hundir si no sale, que vas a volver a ser esa mujer fascinante, tan sensual y sexy que yo conocí y que ahora no la veo en esta casa.

—No lo sé, Tania…

—Solo tienes que ser tú. Si es Nico el que te saca las sonrisas y la luz en la mirada, me parecerá perfecto. Siempre, mi niña. Pero la que de verdad siempre será un mujerón y un bellezón, eres tú. Y solo por eso, debes ser tú quien brille por sí misma.

2

Llegué con antelación a la cita. Me había vestido con un pantalón vaquero blanco, unas zapatillas deportivas y una camiseta. Encima, por si refrescaba algo, una cazadora ligera. Lo había hecho porque sabía que a Nico le gustaba que vistiera así, sencilla, jovial. Me dejé el pelo suelto, también como él lo prefería y mis uñas estaban pintadas de rojo, también a su gusto. Quería causarle una buena impresión y me esforcé en intentar parecer cordial y alegre. No un alma en pena.

Lo vi aparecer cuando dobló una esquina, venía hablando por el móvil y sonriendo. Me vio y se detuvo un instante para terminar la conversación. Tuve un amago de celos. Aquello me hizo pensar que no quería que supiera con quien hablaba y que la razón se llamaba Patricia. Intenté no pensar en ello. A fin de cuentas, Nico estaba allí, conmigo y no con ella. Y me obligué a no preguntarle nada sobre ella. A que nuestra cita, por así decirlo, no estuviera entrampada desde el principio. Carraspeé ligeramente cuando vi que se acercaba y tomaba asiento.

—Hola, Mamen —me dijo.

—Hola Nico. ¿Qué tal estás?

—Bien… todo bien.

Lo miré. Estaba delgado. Había perdido un par de kilos desde que lo habíamos dejado. La idea de que fuera de la tristeza o del running con Patricia, volvió a flotar en mi cabeza. Nos miramos y mantuvimos el silencio. Yo sonreí.

—Estás muy mono…

No sé si la frase era un acierto o no, pero pretendía parecer normal, la Mamen de siempre, la que hizo que Nico se enamorara de ella.

—Gracias… Tú sigues… preciosa.

Mi corazón se aceleró. El piropo me hizo sentirme bien y se lo agradecí con una sonrisa y un ligero roce de mi mano en la suya.

—¿Qué quieres tomar? —me dijo.

—Un vino blanco… O una cerveza, me da igual.

—Yo tomare un vino, también. ¿Pedimos algo de picar?

Me miré el reloj. Eran casi las ocho de la tarde. La temperatura era agradable y me dije a mí misma que debía retenerlo conmigo el máximo tiempo posible. Su era con vinos y tapas, pues perfecto.

—Por mí, sí. Pide lo que tú quieras.

Nos trajeron la bebida y Nico pidió media ración de ensaladilla rusa. Empezamos a hablar de cosas banales, sin importancia. Como si a los dos nos diera miedo acometer el tema que ambos sabíamos que tendría que salir tarde o temprano. A pesar de eso, creo que estuvimos relajados, tranquilos. Yo, al menos, lo percibí como una situación mucho mejor que una semana antes. Y, sin comparación alguna, a la que surgió cuando me fui del apartamento de Nico.

Al final fue él mismo, tras un ligero carraspeo y de mantener la vista baja, en el suelo, quien empezó a hablar. Era evidente que lo tenía pensado y hasta ensayado, me dio a sensación.

—Mamen… —se quedó mirándome y mi pecho empezó a temblar. Me noté nerviosa—. Mira… —dudaba—, no puedo hacer como si no hubiera ocurrido nada. No puedo olvidar ni por ahora, perdonar. Lo siento, pero no te quiero mentir ni que haya falsas esperanzas por parte de nadie. —Tragó saliva y mi corazón estaba aceleradísimo—. Aunque… —me detuvo con la mano cuando iba yo a decir algo—, sí podemos vernos de vez en cuando. Quedar, como hoy… a tomar un café, una cerveza… Y vamos viendo. Con tranquilidad, con pausa. Dejando que las cosas fluyan con toda la normalidad que seamos capaces de poner a… a esto.

Yo asentí. Bueno, no era lo mejor, pero al menos, se me abría una puerta a la esperanza.

—No sé qué puede suceder en un futuro, Mamen… necesito tiempo, asimilar cosas. Pensar… Pensar en nosotros… En si todavía podemos o si es imposible…

—No es imposible, Nico… —murmuré.

—No lo sé, Mamen… hay veces que me agobio… Sé que cometí errores, que se nos fue la cosa de las manos, que tú me mentiste… —se encogió de hombros—… No lo sé, Mamen…, pero por ahora es lo que podemos hacer. No me gustaría perderte definitivamente, pero tampoco puedo regresar contigo como si nada hubiera pasado.

Nos quedamos callados. Yo deseando que me dijera algo. Y él, creo que dudando si hacerlo o no.

—Te… —Sí. Dudaba en decirme algo. Carraspeó un par de veces—. Te has visto… con… con alguien.

—No, Nico. —Contesté con rapidez—. Llevo desde que salí de casa, destrozada.

—Vale, vale… —se disculpó y agitó al cabeza en señal de que desechaba seguir esa conversación—. Disculpa.

—No pasa nada. —Tragué saliva y lo miré con toda la intención que pude—. Nico, solo quiero verte a ti.

—Ya… disculpa, ha sido una torpeza por mi parte. —Volvió a disculparse—. Olvídalo. Te decía que… bueno, que nos podemos ir viendo… dejar que pase un tiempo, con tranquilidad y… —se encogió de hombros—… y se verá.

Yo asentí, algo defraudada pero, al menos, la puerta no se quedaba cerrada. Seguimos charlando de cosas ajenas a nuestra historia. Y aunque ambos sabíamos que estábamos forzándolo, no quisimos retirar la conversación. Yo intentaba mostrarme agradable y él, seguramente, también.

Me fijé que llegaron varios mensajes a su móvil. Al menos tres, que yo me diera cuenta. Tras leer uno de ellos en la pantalla sin abrirlo, lo colocó hacia abajo. Lo hizo como si fuera un movimiento casual, pero las mujeres sabemos que esas cosas suelen encerrar algo.

Intenté que no me afectara e hice lo posible por meterme en la cabeza que podía ser un grupo de amigos, el clásico de fútbol de los hombres llenos de memes, mujeres desnudas y tonterías.

—Voy a tener que irme, Mamen —me dijo tras mirarse el reloj y comprobar que ya pasaban de las nueve y media.

—Sí… yo también. —Intenté sonreír aunque creo que estuve un poco forzada.

En ese momento se acercó un chico joven que lo saludó desde un par de metros antes de abrazarlo. Nico, que estaba pagando, se levantó y correspondió al abrazo. Debido al efusivo saludo de su amigo, y a que lo cogiera un poco desprevenido, su móvil quedó en la mesa, con la pantalla hacia arriba. En ese instante, llegaron otros tres mensajes casi consecutivos. Los leí sin ninguna dificultad y el alma se me cayó al suelo.