Nuevas vidas 2 (Mamen y Nico 4)

Mamen se va de la fiesta

—Sí, la conozco. Es amiga de un amigo mío. —Me señaló con la barbilla a un grupo de chicos que reía a pocos metros de donde estábamos nosotros

Después de la fiesta

—Aburrida, dices… —sonreí con una mezcla de cabreo y sarcasmo—. Es un coñazo.

—Si yo fuera tu novio… no te dejaría mucho tiempo sola —me dijo sin apartar su mirada de la mía, aguantándola y marcando esa chispa de burla simpática que tenía.

No quise decir nada. Eduardo era mono, simpático, pero yo ya no estaba en ese momento de buscar otras camas y un sexo aparte del de Nico. Más bien porque él no lo encontrara en la tal Patricia. O cualquier otra, pero aquella mosquita muerta me parecía verdaderamente peligrosa.

Miré a Nico. Seguía atento a lo que ella le decía. Ahora gesticulaba con sus manos, como intentando dar énfasis a lo que estuviera relatando. Ponía una cara seria, concentrada. Nico, igual. Asentía ligeramente. Ambos estaban sentados en un par de sillas en una esquina de la amplia terraza comunal en donde hacían la fiesta.

Nico me miró un momento. Yo le disparé con mis pupilas intentando decirle que ya estaba bien, que su novia estaba sola en una fiesta en la que apenas conocía a nadie y que él no dejaba de hacerle caso a una chica que me caía fatal. No se inmutó. De hecho, Patricia, que también me miró, reanudó la conversación con redoblado interés. Aquello me corroboró que a ella le interesaba tenerme alejada de Nico, ajena a sus temas y conversaciones.

—¿Te aburro?

Eduardo continuaba a mi lado, con la misma sonrisa y sin dejar de mirarme.

—No… tú no. Pero, sí estoy aburrida.

—Te propongo que nos vayamos a otro sitio. —Yo fui a negarme, pero con un gesto de su mano me pidió calma—. Me atraes. Te he tirado un par de tejos, pero sé que estás con novio. No haré nada si no me das pie a ello. —Se detuvo observando mi reacción—. Pero aquí estás incómoda. No aburrida.

Miré de nuevo a Nico. Luego a Eduardo. Sonreí para mí.

—Prefiero quedarme. Te lo agradezco. De hecho —me miré el reloj—, no tardaremos en irnos.

—Sin problema. Si cambias de opinión, silba. Estaré por aquí. —Y con esa misma sonrisa y la chispa de sus bonitos ojos, dio media vuelta y se acercó a un grupo cercano.

Yo respiré molesta. De nuevo me encontraba sola, y decidí acercarme a ver a Nico. No iba a permitir que Patricia me ganara. Fui acercándome y ella se dio cuenta antes que Nico. Cundo llegué casi a su altura, ambos detuvieron la conversación. Los tres nos quedamos en silencio, evidenciando la incomodidad. La mía y la de Patricia, que incluso desvió sus pupilas y miró un instante hacia otro lado.

—Dime —me dijo Nico.

—Nada… ¿os queda mucho? —Seguramente no pude evitar un tono de sarcasmo.

—No… no creo —me contestó Nico.

—Yo mejor os dejo… No quiero molestar —intervino Patricia haciendo el amago de levantarse.

Estuve a punto de contestarla con un «bonita, claro que molestas. A mí, porque intentas robarme a mi novio, que entre mujeres nos conocemos». Pero me callé.

—Espera, Patricia… termina de contarme eso. Ahora voy con Mamen…

Nico parecía retarme. Aquello hizo que ascendiera el cabreo con él hasta límites aún no alcanzados. Ella volvió a sentarse y, aunque no puso un gesto de triunfo, supe que se sentía ganadora.

—Sabes, Nico… Mejor me voy a tomar una copa por ahí con Eduardo. Me ha puesto un mensaje Tania y nos acercaremos allí.

—¿Eduardo? —preguntó Nico.

—Un amigo… —Y me fui dándoles la espalda.

Me acerqué despacio a la mesa de las bebidas. El grupo al que se había unido de Eduardo seguía allí, y él, un par de metros antes de que yo los alcanzara, giró la cabeza y me miró.

—¿Te sigue apeteciendo tomar una copa por ahí? —le dije delante de sus amigos y sin apartar mis ojos de los suyos. Varios de ellos se miraron entre ellos. Uno incluso fue a decirme algo, pero le detuve con un simple gesto de mi mano. Escuché una carcajada aguantada.

—Claro… —dijo posando su bebida con tranquilidad en la mesa. Mientras sonreía, Eduardo asintió repetidas veces—. Me apetece mucho.

Dejé también mi gintonic a medio beber en la mesa, sin detenerme a observar a ninguno de los que allí estaban alrededor de Eduardo. Le cogí del brazo y nos fuimos. Ni siquiera miré a Nico ni a Patricia. En ese momento era las doce y diez de la madrugada.

A la una y media de la mañana, tras terminarme la copa con Eduardo, le pedí que me llevara a casa. Le agradecí que no intentara convencerme ni que se molestara en iniciar un postrero intento por ligar conmigo. Debo decir que Eduardo se comportó de forma educada, tranquila y aunque era evidente que si me hubiera insinuado él habría aprovechado esa oportunidad, mantuvo la compostura.

Era mono, no guapo. Simpático y con esas dosis de burla y sonrisa pícara que cuando un hombre sabe utilizarlas, le hacen muy interesante. Pero yo estaba centrada en Nico.

Avanzábamos por las calles de Madrid. Había gente y se notaba el inicio del fin de semana. En el coche de Eduardo, mientras conducía hacia nuestra casa, le puse un mensaje a Nico por el WhatsApp .

—¿Escribes a tu novio… amigo, o lo que sea?

Me preguntó sin apartar la vista de la calzada, pero intuyendo una serpenteante sonrisa en el inicio de su boca.

—Eduardo, cielo… no lo estropees. —Mi rictus era cortante. No por él, pero sí por el hecho de que Nico no me contestara, a pesar de haber leído mi mensaje.

—Eres guapa, pero enfadada me gustas mucho más —me contestó con total tranquilidad.

No pude evitar reírme abiertamente.

—Y tú eres simpático…

—Y si me dejaras podría serlo mucho más. De verdad —me aseguró esta vez mirándome con una nueva sonrisa.

—Vamos a dejarlo aquí. Es en esa esquina… —le indiqué.

—Sé que es muy difícil que suceda, pero si un día me llamas, ten por seguro que iré.

—Tomo nota… —le contesté con agrado.

No pensaba hacerlo. Y era una lástima porque estaba segura de que Eduardo podría haber sido un chico interesante. Pero no iba a provocar nada que pudiera hacer que Nico me pidiera estar con una chica. Lo miré con simpatía, me acerqué a él y le besé en la mejilla.

—En otras circunstancias… ¿Quién sabe? —dije.

Cuando había bajado del coche y me disponía a cerrar la puerta me insistió:

—Tú, por si acaso, no pierdas mi teléfono… ¿de acuerdo?

—No lo perderé… Muchas gracias, Eduardo.

—Adiós.

Un minuto más tarde, se fue y yo me dispuse a abrir la puerta de nuestro portal. En ese momento entró el esperado mensaje de Nico.

Nico

Mamen, en una hora o así estoy en casa. Tú dónde estás?

Mamen

Pero sigues en la fiesta? Con tu amiga…?

Nico volvió a tardar en contestarme, por lo que supuse que sí, que seguía con Patricia.

Nico.

Sí, nos vamos en un ratito.

«Un ratito…» Me entró una oleada de rabia, de celos, de sensación de fracaso o de pérdida. Todo mezclado, muy denso y confuso. Respiré ofuscada, todavía con las llaves en una mano y el móvil en la otra. Pensé en Eduardo y llamarlo, pero me pareció un poco rastrero por mi parte. Entonces me decidí a llamar a Tania.

Cuando llegué al bar en donde estaba mi amiga, seguía enfadada. Era una sensación de cabreo infantil, como de niña pequeña a la que han quitado su juguete favorito y no entiende la razón. En este caso, no es que Nico fuera un juguete, pero no entendía qué pretendía con Patricia. Por mi mente pasaban muchas ideas, casi todas malas, sobre su intención. Pero, a la vez, sentía que si yo no había hecho nada con nadie, ni siquiera dado pie a que pudieran pensar lo contrario, él no debería estar haciéndolo con Patricia.

Tampoco podía negar que esa noche yo me había ido con Eduardo a tomar una copa dejándolo solo con ella. Pero yo lo sentía diferente. Me fui porque Nico, mi novio, solo parecía tener ojos, oídos y sonrisas para ella, para Patricia.

Habrá quien piense que soy una exagerada. Que mis elucubraciones sobre su interés en Nico son infundadas, irreales. Yo sé que no es así. Sé cómo lo miró, el interés que puso al escucharlo, sus ojos esquivos y rozadores en mí. Estoy convencida, aunque la gente no lo piense así, que Patricia estaba interesada en Nico.

—¿Qué te pasa, mi niña?

Tania es un ser feliz. O al menos lo parece. Se que tiene penas y dudas, porque me las ha confesado. Que no es tan feliz ni tan alegre como aparenta. Pero es consciente de la vida que lleva. De su extraño modo de verla, sus relaciones, las parejas y el compromiso. Ella es así, y quizá, solo puede haber una Tania.

—¿Estás enfadada? —me insistió.

El mohín que puse era absolutamente claro. Claro que lo estaba. Con Nico, con Patricia, conmigo misma, con el mundo. Incluso con Eduardo por haber sido tan cabal y caballero y no ser un imbécil con el que poder gastar mis energías negativas.

—Hoy muerdo… —le dije con evidente furia que se tradujo cuando solté el bolso en el taburete alto de al lado al que estaba mi amiga.

Iba espléndida. Unos vaqueros ajustados, con rotos, una camisa insinuantemente desabotonada en el lugar justo y esa mirada profunda y deliciosa que se gastaba.

Estaba con unos amigos, dos de ellos policías y el tercero un abogado al que conocían del turno de oficio. Me los presentó y en muy poco tiempo estuvimos todos charlando de forma animada y divertida. Tania sabía ser el centro de atención; era algo casi innato en ella. Pero enseguida notó que mis risas eran un poco forzadas y que no me olvidaba del cabrero que me había llevado hasta aquel bar.

En un momento dado, nos separamos de todos ellos y nos pusimos a charlar en un apartado.