Nuevas vidas 18

Final...

3

Aeropuerto

He venido a acompañar a Tania al aeropuerto. Le veo mejor que en aquella cena en casa de Isabel hace alrededor de un mes y medio. O, al menos, tiene un semblante y una disposición más alegre. Creo que finge un poco, pero así es Tania. Vitalidad y ovarios para echarse a la espalda lo que sea. De todas formas, hay una parte de ella que siempre estará sumergida, latente y a la que solo puedes acceder si eres tú quien se adentra, porque mi querida amiga, no abrirá esa puerta jamás.

Hoy vuela para Canarias. Ya ha firmado con su exmarido los papeles del divorcio. Al no haber hijos de por medio, ni bienes ni sumas de dinero, todo ha sido muy sencillo. Me ha dicho que, además de resolver algunos flecos de la separación, quiere ver su isla de forma diferente. Sola, tranquila, sin la obligación de estar con nadie. Me ha dicho que va a aprovechar y a quedarse un par de días para pasear por su ciudad y las playas.

—Y si veo a un chulazo, me lo cepillo…

Pero esa frase, sé que la he salido un poco distorsionada. No dudo de que lo hará si se le presenta la oportunidad. Pero también noto que ese deseo de sexo, hoy por hoy, está algo más apagado.

He acompañado a Tania hasta donde esperaba un Guardia Civil que parecía conocerla. Es un chico joven, fornido, de bastante buena planta y que la ha sonreído desde el primer momento. Tania me ha guiñado un ojo… Ya me imagino por lo que el chaval está tan amable y simpático con ella. En el fondo, y aunque ahora esté algo más apagada, no dejará nunca de ser nuestra Tania.

Pero algo ha cambiado en ella. De vez en cuando, las veces que quedamos ella y yo, o las tres, hay momentos en que su mirada se queda enganchada en algún sitio. O nos escucha a Isabel y a mí, decir lo felices que estamos. Creo que si pudiera elegir, empezaría a buscarse una pareja que la quisiera y la mimara. Pero no sé si esta vida es para ella… Quizá, fracasaría.

Isabel no ha podido venir hoy a acompañarla conmigo. Está en terapia y lo lleva bien. Luis le acompaña en alguna sesión. La que les dice la profesional que lleva el tema. No sé los detalles, pero todo parece funcionar. Los veo felices, tranquilos. Sé que les queda trabajo y sesiones por delante para superar todo de una vez. Pero confío en que lo hagan. No tengo dudas de cuándo una mujer está enamorada. Lo veo en las miradas, en cómo se encienden las pupilas y brillan los ojos. Le sucede a Isabel cuando mira a Luis.

Y a mí con Eduardo.

Lo nuestro ha sido muy calmado. Un enamoramiento de tardes de películas, de manta en invierno, de casa rurales y risas. Follamos, claro. Y bastante bien. Pero no echo de menos lo anterior. No me sale excederme en el sexo con él o plantear fantasías como hacíamos Nico y yo.

Me siento tranquila. Ajena a muchas cosas que hice. No siento vergüenza ni desapego. Simplemente, creo que estoy más serena, más madura, más hecha… Eduardo, sin duda, tiene mucho que ver. Me encanta que me haga reír. Su toque burlón, su sarcasmo inteligente y la manera con que convierte una tontería en algo encantador. Dicen que la risa es un potente afrodisíaco. No lo sé, pero encuentro en el humor algo muy grato y atractivo.

Sé que no es igual que Nico. Nunca lo será. Con él viví un ciclón, una pasión muy profunda pero que quizá, y es una suposición que me hago con el transcurso del tiempo, nos faltó sosiego y tiempo para nosotros. Menos sexo y más palabras, más complicidad y menos horas de cama desenfrenada.

Me miro el reloj. Voy a pasarme por donde Isabel tiene la terapia y así como con ella. Me gusta verla feliz, tranquila y contenta con ella misma. A Luis lo vemos menos, no sé si es por el trabajo o que ha decidido darnos ese espacio a su mujer y a sus amigas. Es un buen tío. Y tiene coraje. De eso, no hay duda.

—Hola Mamen.

Me giro al oír mi nombre.

Es Nico. Se ha dejado barba. La verdad, no le sienta muy bien, pero está de moda. También le noto más delgado. Y viste más moderno. Inevitablemente pienso que está con alguien que le ha inducido a esos cambios. ¿Patricia? En el fondo, quien sea, me produce una sensación neutra.

—Hola… ¿qué tal? —contesto sorprendida.

No siento nervios, ni otra cosa diferente a la curiosidad por encontrarme a alguien que se asemeja a un amigo antiguo, aunque sé que eso nunca lo será. Jamás.

—Bien, todo va muy bien. ¿Tú? —me contesta sonriente. Quizá algo forzado.

—Pues muy bien también. He venido a traer a Tania al aeropuerto, que se iba a Canarias.

—¿Sigues viendo a Tania? —inquiere con un punto de curiosidad.

—Sí… somos muy amigas.

Él sabe que, tras mi salida de la casa de Nico, me fui a vivir con ella unas semanas. Me sorprende que se haga el despistado.

—Muy bien… ¿Y qué tal le va?

—Todo igual. Ya sabes. Con cambios en la comisaría… —No quiero, ni creo que deba entrar en detalles de la vida de mi amiga

Nos quedamos un instante callados. Sin saber muy bien qué decirnos. Me doy cuenta de que quizá nunca supimos armonizar estos instantes y sin darnos cuenta, se nos pasó el tiempo de las preguntas y de las contestaciones. De las dudas y de los consuelos.

Ni siquiera nos preguntamos si estamos con alguien. Es como si esa pregunta quemara, aunque ambos sabemos que lo normal es que lo estemos, o lo hayamos estado en algún momento de este año largo, en el que salvo en cumpleaños, algunas noticas de amigos comunes, ya no nos escribimos ni mantenemos apenas contacto.

Quizá no lo hacemos por nada en concreto. O es por todo lo que en su día no nos dijimos. Sea como fuere, ya no es tiempo. Los cafés pausados y el té de aquellas noches se quedaron en algún momento del pasado. Esperando que alguno diera un paso que nunca sucedió.

—Yo sigo yendo a Canarias de vez en cuando —me dice intentando alargar un poco más la conversación—. No hoy. Ahora cojo un avión a Lisboa. Hemos conseguido allí un cliente.

—Me alegro mucho, Nico. Qué estupendo, ¿no?

—Sí, la verdad es que vamos bastante bien…

—Es fantástico. —Lo digo en serio.

De nuevo unos segundos de silencio que se rompen cuando él se mira el reloj.

—Te tengo que dejar, el vuelo…

—Sí, perdona que te estoy entreteniendo.

Nos damos dos besos en las mejillas. Normales, con una sonrisa que es verdadera pero que también guarda algo de compostura.

—Pues nada… encantado Mamen. Si eso quedamos un día y nos tomamos un café.

—Claro, por supuesto. Buen viaje.

Pero ambos sabemos que no haremos nada por vernos. No tiene mucho sentido. Y menos con nuestras parejas. No sé si sigue son Patricia o con alguna otra. Intuyo que sí. Tampoco si continua con esa fantasía de verla a ella con otro. Y no quiero saberlo.

Le veo irse, y es inevitable sentir algo parecido a una especie de lástima por la oportunidad perdida. Tengo la certeza de que nos destruimos uno a otro y que nuestras nuevas vidas deben recorrerse de forma separada. Pienso en Eduardo y me alegro de que sucediera mi ruptura con Nico.

Me doy la vuelta y me dirijo al parking. No puedo dejar de sentirme feliz ahora que después de vivir juntos casi un año, hemos empezado a plantearnos la boda.

Con cierta ansia y mucha alegría, le llamo.

—Hola —me saluda al descolgar.

—Te quiero mucho…

—¿Y ese arrebato de amor? —me pregunta.

—No sé… Quería decírtelo…

FIN