Nuevas vidas 17 (Mamen y Nico 4)

Tania...

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Soledad

(Tania)

Recuerdo cuando se lo dije a mis dos amigas. Quizás, las dos únicas que me quedaban. Para mi desgracia, aquel grupo que teníamos de antidisturbios, cuando Javier nos mandaba, había ido, poco a poco, diluyéndose. Sergio, mi niño, el que me ayudó con el tema de Isabel y que estuvo coladito por Mamen, ya disfrutaba de una relación estable y seria con una compañera.

Con Javier, desde que lo destinaron fuera de Madrid, apenas habíamos vuelto a tener un contacto más allá de mensajes y llamadas. Además, continuaba saliendo o emparejado con la subinspectora de delitos contra el patrimonio.

Desde aquellos días, en los que conocí a Mamen, había estado con un buen número de hombres y alguna mujer en tríos o grupos. Ni recuerdo cuántos… ¿Demasiados?

Nadie lo sabía. Solo yo, pero el día que ese ejecutivo que un día dejó de llamarme y supe que era porque no me quería compartir, algo se rompió en mi vida. Una especie de última luz, como cuando llegas tarde a la estación y ves partir el tren sabiendo que ese era el indicado.

Todos los meses, yo viajaba a Canarias para estar con mi marido un fin de semana. Ambos nos acostábamos con quienes quisiéramos. Sin complejos, sin ataduras, sin apenas límites. Él, generalmente, con jovencitas de la universidad. Yo, con cualquier hombre que me gustara. Tan solo falté a ese fin de semana, que de forma reglamentaria habíamos establecido mi marido y yo, cuando mejor estaba con ese ejecutivo. Me inventé guardias y turnos complejos para no ir a verlo. Y no era porque no lo quisiera, a mi manera. No. Fue, porque, aunque jamás lo confesaré de forma explícita, vislumbre una pareja de futuro con aquel elegante ejecutivo. Sí, supe que era el tren que se me escapaba…

Me sucedió algo parecido a lo que Mamen sintió por ese tal Jorge. O así lo creo. Y, estúpida de mí, pensé en algunas noches de guardia o de tranquilidad en mi casa, que podría tener una verdadera oportunidad para tener una pareja estable.

¿Y por qué no lo hacía con mi marido? Simple: lo quería pero no lo amaba. Desde que me acosté con un compañero la primera vez que le fui infiel, supe que lo que había sido una atracción por un hombre ilustrado, culto, inteligente… se quedó en eso, pero que no se había transformado en amor. Siempre faltó ese pellizco final.

Cuando firmamos el divorcio, me lo echó en cara. Con cierto reproche que supe, además, era sincero y profundo. Él, aunque no me lo dijera desde hacía mucho tiempo, seguía queriéndome. Y poco a poco, a fuerza de ausencias y de distancias, terminó con una mujer de treinta y seis años, dispuesta a hacerlo feliz y a vivir a su lado de forma tranquila y sosegada.

Ahora estoy sola. Y sé que seguiré así. Que mi vida es algo que, por desgracia, no tiene billete de vuelta. Nadie quiere algo tan usado, me digo muchas veces. Y aunque disfrazo de libertinaje y divertimento algo que, sí, en efecto, me gusta, sé que encierra recovecos muy angostos de tristeza, soledad e incomprensión.

Bueno, sola por completo, no estoy. Me quedan Mamen, Isabel y un par de compañeras que, aunque no saben ni la mitad que aquellas de mi vida, sí mantengo con ellas algo de amistad y confianza.

Pero Mamen e Isabel, son especiales. Sobre todo, Mamen. Es la única que sabe algo de lo que me pasa en realidad. Y solo después de que confesara lo de mi marido el día aquel en casa de Isabel. Ambas me han ayudado e, ingenuamente, me presentan hombres, amigos… Con alguno he follado. Y bien. Pero nada más. No sé, creo que ya soy incapaz de atarme a alguien.

Pero confieso que me aterra la soledad. Cumplir años y perder el atractivo. Que no es otra cosa que alejarme de mi estilo de vida. Porque me veo con cincuenta años y me espanta pensar así de mí. ¿Dónde iré? Sí, es posible que cuidándome y manteniéndome en forma, siga tirándome tíos. ¿Y? ¿Eso significa que seré feliz? No apuesto por ello.

O, simplemente, y siendo más mordaz, ¿cuándo me mire al espejo, estaré contenta con lo que veo? No lo sé. Lo que me devuelve son más interrogantes que certezas. Más grises que claros. Me veo y soy capaz de vislumbrar un futuro que, en ocasiones, no me gusta. O, mejor dicho, en el que me faltan a mi alrededor, cosas tan vitales, como gente sincera y que me quiera.

Por eso defiendo a Isabel y a Mamen a capa y espada. Solo veo una relación de amistad verdadera con ellas en un futuro. Y es triste, pero cierto. No tengo, en este momento, nadie más con quien imaginarme algo sólido cuando vaya cumpliendo años. Algo tan simple como tomar un café sin prisas o conversar de la tontería más absurda que uno se pueda imaginar.

Sí, defenderé a mis amigas, a mi estilo. Porque, en el fondo, y aunque lo haga de corazón y siendo totalmente honesta con ellas y conmigo misma, también lo hago por mí. No lo oculto, pero mi forma de ser hace, que aunque me quede más sola que la una, no traicionaré jamás. No les mentiré, ni me engañaré. Pero soy una especie de guardiana.

Sé que no mentí, pero fui excesivamente tajante con Mamen cuando me preguntó por Nico. Nico sí estaba con Patricia, pero lo exageré, porque es una persona tóxica para ella. Conozco a los hombres y estoy convencida de que, de haber continuado juntos, Nico hubiera vuelto a las andadas. Y mi niña no sabe jugar. Es explosiva, se entrega, tiene un corazón de oro, pero no puede departamentalizar sus sentimientos. Se entrega con pasión y entonces, se equivoca. Cuando se trata de relaciones abiertas hay que saber vivirlas. Ser muy consciente de que eso no es un simple juego por mucho que se quiera ver así. Es un modo de vida, una forma de complicada en donde coexisten sentimientos y pura sexualidad. Y Mamen, no vale para eso.

No lo hice por tenerla a mi lado. Lo juro. Soy capaz de amoldarme a las mil situaciones nuevas que se han ido creando a lo largo de mi vida. Simplemente, la defendí de ella misma. Sé que puede sonar irreal o incluso egoísta, pero no fue ese el motor de mi acción. Fue Mamen y el peligro que ella misma encierra en sí misma. El desorden que provoca en los hombres y que ella misma no sabe controlar. Le pasa al mismo Eduardo, que es un buen chico, inteligente, despierto y atento con ella. Pero, y lo sé, lo prometo, si Mamen quisiera, podría hacer con él lo que le viniera en gana. Gracias a Dios, está más madura, más templada y no cae en las excentricidades o excesos de antes. Y debe seguir así. Es su camino a la felicidad… Y en lo que pueda, ayudaré.

Y por eso también me acosté con Peter. Para que Isabel no tuviera la duda de irse con él. Cuando lo hice, desconocía que ella no podía estar con otros hombres por el trauma debido a la violación. Y como lo desconocía, y temía que volviera a aquellos días, me follé a Peter varias veces. Procurando con ello, evitar que Luis e Isabel regresaran a una vía que los destruiría ya definitivamente. Por fortuna, y lo digo desde el punto de vista sexual, Isabel no podía y Luis es más firme de lo que él mismo se cree. Pero, por si acaso, lo hice. Tampoco valen para este tipo de vida que yo llevo.

Peter resultó ser un hombre culto, divertido, buen conversador… Pero como la inmensa mayoría de los que me he encontrado, al final me quieren para lo mismo. Follar durante un tiempo, y luego, si pueden, se buscan una pareja estable. Incluso Peter lo ha hecho, según me ha dicho él mismo. Y no puedo culparlos. Porque, ¿qué puedo ofrecer yo, además de sexo tal y como es mi vida? Se que soy muy buena en la cama. De lo mejor que muchos van a probar. Pero como me dijo un día uno, soy como un Porsche 911… Se tiene por capricho, como tercer o cuarto coche, alejado del concepto de familia o niños. Un coche que sirve para los fines de semana, para un viaje de verano… Pero no es el coche del trabajo, ni de la familia. Ni siquiera es un capricho eterno. Hay un día que el dueño, cansado por la suspensión, la dureza de la amortiguación, la incomodidad de agacharte para entrar, el consumo, el gasto en mantenimiento o, simplemente, que se van cumpliendo años y deja de ser ese juguete caro, se termina vendiendo.

Luis… mi querido Luis, y sus mensajes aquella noche que se fue con la prostituta. Volví a ver un peligro y lo atajé. Continué viendo a Isabel, pero evité a Luis todo lo que pude. Sé que son felices, que se quieren con locura y que han solucionado —no olvidado— su etapa negra. Pero esos por si acasos que suelen rondar por nuestras cabezas, me obligó a tener el mínimo contacto con él. Es un buen tío. Nunca me sentí atraída por él.

Así vivo mi vida. Aunque parezca extraño, es más triste y solitaria de lo que mucha gente pueda pensar. Y a pesar de aparentar ser absolutamente libertina, llena de experiencias y sexo, de hombres nuevos, de parejas, de momentos excitantes… en una buena parte, es fachada.

Hay gente que, incluso, no se fía de mí. En cierto momento, y siempre de forma voluntaria o consensuada, he estado con sus parejas. Fatalidad o desenlaces de la vida, han terminado desarrollando una especie de atracción fatal hacia mí, aunque yo no lo haya buscado. En la inmensa mayoría de los casos, la que paga los platos rotos soy yo. Para muchos, incluso gente que ha estado conmigo disfrutando, han terminado dándome de lado. Y entiendo que si lo que está en juego es la pareja, la sacrificada sea yo. Por eso sé que este tipo de vida no es ni para Mamen ni para Isabel. Ambas pertenecen a un mundo diferente. Es imposible que se amoldaran a esta forma de vida. Porque la forma que yo vivo exige no comprometerse, encajar más de un golpe bajo, tener una mentalidad tan abierta que no te permita enamorarte, o que si lo haces, sepas salir de ese atolladero.

Ahora que estoy mirando por la ventana, sola en mi casa, viendo como la lluvia deja pequeños rastros de agua en el cristal, vuelvo a pensar que, en el fondo, no he dejado de huir. De huir de mi familia, de mí misma, de cualquier compromiso. Una huida hacia delante que no sé si acabará en una playa canaria, una residencia de ancianos o en un destino que me haga olvidarme —de nuevo— de lo anteriormente vivido.

Sé lo que tengo. No me acobardo, ni me arrugo. Conozco el camino que me llevará a un final incierto, pero solitario y cada vez más triste y despegado de los pocos que me aprecian. Dicen que si aceptas tu destino, das pasos hacia tu tranquilidad. No soy muy amiga de esas frases que parecen pensadas para Twitter o Instagram , pero, en este caso, sí que estoy de acuerdo.

Como he dicho, sé lo que hay. No me engaño, y conozco tanto la parte divertida y excitante como la que, muy posiblemente, me depare el futuro. En definitiva, lo asumo. Solo pido que cuando ya no tenga el cuerpo para el sexo total, y me gusten los cafés calmados y las puestas de sol, las pueda compartir —alguna vez— con mis amigas. Con mi niña y con Isabel…

En el fondo, sé que soy medianamente feliz y que no me engaño intentando conseguir algo de lo que —también lo sé— me cansaría. Un hombre a mi lado no duraría mucho. No porque no supiéramos querernos. No. Sencillamente, porque yo ya me he hecho a esto…

(Queda un pequeño epílogo, que lo publicaré mañana mismo si puedo)