Nuevas vidas 10 (Mamen y Nico 4)
Charla de Nico con Patricia. Y de Mamen con Isabel
La vi muy guapa y juvenil. La verdad, como siempre me lo había parecido. Es verdad que tenía un semblante triste y apenado. Pero, ambos, intentamos hacer de aquella cita algo que nos permitiera no romper nuestra ligazón.
Debo admitir que, previa a mi envuentro con Mamen, y cuando se lo comenté a Patricia, a esta no le hizo demasiada gracia. Y no es que se pudiera entender que, lo nuestro, era más allá de una simple atracción que había terminada en la cama, en esos días, tan solo dos veces. Pero, bueno, entendí que ella se lo podía estar empezando a tomar más en serio. Y yo, sin dudar que me atraía, no podía, ni dejar de sentir algo por Mamen, ni atarme a una relación por el momento. Y en esta segunda opción, incluía a ambas. Con Mamen, imposible hasta que no recobrase la confianza en ella. Si es que un día lo conseguía. Con Patricia, porque, simplemente, había terminado un poco agotado con Mamen. Necesitaba pensar en mí. En lo que para mí significaba una relación —nueva o antigua— y cómo me iba a influenciar. No estaba seguro de nada. Principalmente, de mí. Incluso debo admitir que me asustaba si volvía a intentar abrir la pareja a nuevas personas, tal y como lo había hecho con Mamen. Sí, yo era consciente de que aquello era un peligro y que había supuesto el —hasta este momento— fin de Mamen y yo. Pero tampoco podía asegurar que nunca más lo volvería a intentar. Era verdad que había aprendido. Que el peligro real y cierto de que por una excitación mayúscula, se perdiera la pareja, era, no solo real, sino que trágicamente verosímil.
Por eso, decidí dejar pasar el tiempo y que las cosas volvieran a su cauce por sí solas. Sin necesidad de que nadie, ni nada, empujara o presionara. Podía pensarse como una postura cómoda, pero no podía actuar, por el momento, de otra forma.
Se lo dije a Patricia el día anterior. Justo después de haber estado follando ambos en la cama. Y no lo hice porque la quisiera fastidiar, ni marcar una frontera de decisión o libertad para mí. Simplemente surgió. Es cierto que podía haber encontrado otro momento, pero también le quería hacer ver a Patricia que ella me importaba. Que lo de Mamen, por el momento, no pasaba de ser una cita para hablar.
—¿Y si al final volvéis? —Se incorporó en la cama, apoyando la espalda en el cabecero y me miró.
En su expresión no había enfado, sino más bien, incomprensión.
—Joder es una tía que te ha engañado y mentido… Y aún piensas en que podéis seguir juntos… No te entiendo, Nico.
Patricia no se solía soliviantar ni elevar la voz. Mantenía un tono monocorde, de fastidio y molestia, pero sin perder ni los papeles ni la posición de racionalidad que casi siempre utilizaba.
—No es eso, Patricia. Sigo sin fiarme de Mamen. No sé si un día… —meneé la cabeza dando a entender una posibilidad si acaso, muy remota—. No he cambiado desde que te lo comenté por primera vez. Ni hemos…
—…ya sé que ni somos novios, ni pareja ni nada. Que nos hemos acostado hoy y hace cinco o seis días. Sé que esto puede seguir adelante o no. Ni soy tonta ni me creo que vivo en un cuento de hadas, Nico. —Se encogió de hombros y se colocó el pelo suelto en una coleta con la mano, que luego deshizo al momento—. Pero no te entiendo. Sinceramente. —Me miró seria.
No contesté enseguida. Había aprendido con Mamen, que lo mejor era que ese primer momento de la tormenta se pasara estando yo refugiado, sin exponer demasiado y aprovechar la primera calma para intentar razonar.
Hubo, por tanto, unos segundos de silencio. Ella, pensando en que no solo no lo entendía, sino que —era obvio—, ya no soportaba a Mamen. Yo, en cambio, no pensaba en nada. Tan solo esperaba, calculaba el momento de que esa conversación tuviera el desenlace que yo buscaba. Y que no era otra cosa que explicarle que, aunque viera a Mamen esa tarde, no nos íbamos a meter en la cama ni a retomar nuestra relación a las primeras de cambio. Pero necesitaba una especie de argumento. De elemento racional que me sostuviera mi posición.
—Quiero ver a Mamen para entre otras cosas, saber que soy lo suficientemente fuerte como para no caer en la tentación.
No sé si fui convincente.
—¿Y si caes? ¿Quiero decir…?
—No va a pasar.
—Nico… no me jodas, eres hombre.
—Patricia, no soy un mandril pajillero que solo quiere meterla… —su pequeña salida de tono, aunque suave, me ayudó—. Te aseguro… con total confianza, que no va a pasar nada.
Ella no dijo nada. Me miró y respiró.
—Y sí, no somos nada, Patricia. Bueno, amigos. Y nos hemos acostado… Sé que eso es algo. No puedo definirlo, pero lo es. —Esperé unos segundos a continuar—. Mamen es alguien que ha sido muy importante en mi vida, Patricia. Tan solo quiero cerrar esa etapa de la mejor forma posible, si es eso lo que toca.
—¿Y si toca seguir…? Quiero decir… ¿si decides un día volver con ella?
—Patricia —pasé el brazo por su cintura y la atraje hacia mí—, eso puede pasar… Con Mamen y con quien sea. ¿Tú no has salido con Héctor hace un par de semanas…? Me lo contaste…
Respiró hondo. Con una pequeña negación de la cabeza.
—Si tienes razón Nico… Es que… joder, no quiero parecer una víbora, pero creo que ella te hizo daño. Es… no sé… no me fiaría de ella. Me has contado cosas… No sé si todas, pero solo con lo que me has dicho, me parece suficiente para que tengas mucho cuidado.
—Lo sé. Y aprecio que te preocupes por mí. En serio —remaché, y volví a quedarme un momento en silencio—. Me importas, Patricia. No puedo negarlo…, ni creo que lo podemos hacer ninguno de los dos. Hay una atracción entre ambos. Dejemos que fluyan las cosas de forma natural… Si entre nosotros…
—Lo sé, Nico… lo sé —me cortó con suavidad—. Entiéndeme. No estoy enganchada a ti, ni me cortaría las venas si vuelves con ella. No es por una cuestión de que haya algo entre tú y yo… Y sí, es obvio que nos atraemos. Pero no van por ahí los tiros. Es que no me fío de ella. ¿Quién te dice que no se ha visto con otros? Con los que… ya sabes, lo que me has contado. Con… esos. O con alguno de ellos. No quiero malmeter, Nico… Me conoces y no es mi estilo. Pero, no te parece que, de la misma forma que tú estás ahora conmigo, en la cama, ¿ella no ha podido estar con alguien?
—No lo puedo saber… tampoco podría culparla.
—No, claro que no. Pero entonces, estarás de acuerdo conmigo, que todas esas lágrimas, intentos por localizarte, quedar contigo, hablar… Son falsas. O en parte, falsas. ¿No te parece?
Era verdad. En el fondo, Patricia tenía su parte de razón. Mamen, a pesar de estar afligida, podía estar viéndose con alguien. Javier, Sergio, Adrián… candidatos, sin duda, tenía. Y de la misma forma que lo había hecho esa segunda noche en Ibiza, ¿por qué no también ahora?
Cuando se fue Patricia, sus palabras se quedaron enganchadas en mis reflexiones. No lo había pensado, simplemente, porque había dado por supuesto que ella, que Mamen, estaba destrozada, a tenor de las llamadas e intentos de ponerse en contacto conmigo. Pero, quién sabía. Desde luego, no sería la primera vez que me engañaba…
Decidí ir despacio. Muy despacio… Con Mamen. Y también con Patricia.
4
Eduardo e Isabel
1
Habían pasado casi otro par de meses desde que Nico y yo quedáramos esa tarde para tomar una cerveza. En ese tiempo sucedieron varias cosas que empezaron a decantar mi futuro. La primera fue Eduardo. Salimos varias veces, a cenar, a tomar una copa… Nada más. Era un niño mono, simpático, agradable. Que se podría decir que me gustaba. Pero yo no estaba aún preparada para adentrarme con él en una relación.
Yo continuaba pensando en Nico, aunque debo decir que cada día percibía más lejana nuestra reconciliación. Había algo en él que me hacía pensar en que no tenía totalmente claro nuestro arreglo. Era cierto que me dejaba abiertas las puertas de la esperanza. Que vislumbraba —quizá lo hacíamos ambos— una solución de continuidad entre él y yo. Pero a la hora de la verdad, cuando parecía que dábamos el paso definitivo, volvía a demorare una nueva cita, a no responder a algunas de mis llamadas y a que yo empezara a pensar que las cosas no estaban nada claras.
La segunda cosa que me sucedió y que fue de importancia, fue volver a encontrarme con Isabel. Había sido mi gran jefa en la agencia de marketing digital en la que yo seguía trabajando. Ella ahora lo había dejado, y según se comentaba, la venta a un grupo norteamericano había dejado una suculenta suma a su familia. Sea como fuera, la volví a ver en el gimnasio. Y fue algo, que, de alguna forma, me marcó.
Vi en ella lo que no quería que me sucediera por nada del mundo. Debo confesar que Isabel es una de esas mujeres que a los treinta y varios años se conserva muy bien. Es cierto que se cuida, que tiene dinero y que carece de preocupaciones. Bueno, esto último, lo pensaba hasta ese día.
La tercera cuestión importante, fue Tania. Mi amiga Tania, siempre pendiente de mí y de mi tranquilidad. Y ella, quizás, de una forma directa pero cordial y cariñosa, fue el detonante para que, sin que yo aún me percatara, se iniciara mi nueva vida.
Pero vuelvo al tema de Isabel. Ya la conocía, pero no habíamos tenido demasiado trato. Ella era la directora de Estrategia y Comunicación de la agencia, yo una simple ejecutiva de cuentas. Nos vinos en alguna ocasión, en reuniones y un par de celebraciones, pero nunca tuvimos más allá que unas palabras y cierta sintonía.
Recuerdo el día que llegó al gimnasio al que yo me había apuntado para no estar en el mismo de Nico y tener que ver cómo Patricia continuaba con su afán de quedarse con él. Porque eso era lo que pasaba, dijera lo que dijera Nico. Luego supe que ellos se cambiaron a su vez del anterior, pensando que yo continuaba en el primero.
Poco a poco, con Isabel, a fuerza de vernos y de saludarnos, iniciamos una especie de camaradería, sin llegar a ser de amistad profunda, pero sí de querencia y de cierta complicidad.
Y así, habíamos comido juntas en alguna ocasión con comentarios de confidencias sin demasiada importancia, pero que nos hacía ir cimentando esa especie de amistad todavía social y no profunda.
Recuerdo que en una ocasión, estando en el vestuario, ambas desnudas y cambiándonos después de una clase de spinning con un monitor con el que Tania empezaba a acostarse, vi a Isabel triste o seria.
—¿Qué te pasa? —pregunté.
Ella me miró. Respiró hondo y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Suspiró, volvió a fijar la vista en mí y me percaté de que dudaba si decirme o no algo. No insistí, en principio.
Sin embargo, cuando salimos del gimnasio, me pidió ir a tomar algo. Allí me lo dijo.
—No estoy bien con mi marido… —me dijo con cierta pesadumbre.
—¿No estás bien…? ¿En qué sentido, cielo? —No me imaginaba de lo que en ese momento me iba a decir, por supuesto.
Hasta esa fecha, nuestras confidencias habían versado sobre si un monitor u otro estaba bueno, si Tania finalmente se terminaría tirando —como así fue— al de spinning, si la ropa de una u otra era bonita o un horror, si estaba de moda esto o aquello… Cosas así.
—Me veo muy aburrida, Mamen. Muy harta de todo… La muerte de mi padre y mi hermano me ha dejado muy tocada… Muy jodida…
—¿Has hablado con… —no recordaba el nombre de su marido—… con él?
Negó con la cabeza. Cruzó la pierna derecha y la puso sobre la izquierda y me miró con un semblante más triste que serio.
—Hay veces que me asalta la idea de separarme… De empezar de nuevo. De huir de una vida que se me empieza a hacer agobiante
—¿Con quién? ¿Quiero decir, con quién te irías? —inquirí de verdad sorprendida.
—No sé… No me planteo nada con nadie en concreto. Desde que murieron mi hermano y mi padre, como te digo, me encuentro muy vacía. Es como si necesitara hacer algo nuevo, romper con todo. Siento que se me escapa la vida… Con Luis no hablo ya casi de nada, hemos perdido la complicidad… Estoy muy harta de todo… Cansada de él, de mí… de nuestra vida.
—Pero cielo…
—Necesito algún aliciente… algo que me arranque una chispa de vida… Que me haga sentirme nueva. O viva. Que no sienta que estoy desperdiciándola…
—Bonita, no me malinterpretes, pero eso que me dices o es la crisis de los cuarenta o una mala racha. —Bebí un sorbo de mi café con leche.
—Sí, supongo que es la crisis esa, aunque no tenga aún los cuarenta… Pero tengo una especie de… no sé, necesidad por hacer cosas nuevas. De cambiar de vida.
—¿Y por qué no os vais tu marido y tú durante unos días a un sitio precioso y romántico?
Isabel miró al cielo, seria. En su cara se apreciaba una especie de amargura o tristeza.
—No sé si ya quiero hacer cosas con Luis… —me dijo sombría.
—¿Tan mal estáis? —indagué. Hasta ese momento, no me imaginaba problemas de pareja entre ella y su marido. Nunca me lo había comentado y me sorprendió.
—No estamos… Eso es lo malo. Ni bien, ni mal. No estamos. —Repitió—. Siento que ya he cumplido ciertas metas como la de esposa, madre… y que necesito más. Te veo a ti —me señaló con una escueta sonrisa triste—, tan estupenda, con tu juventud, tu libertad… Y me da envidia. Y ganas de tirarlo todo por la borda e irme un mes o dos a… a hacer lo que me diera la gana sin importarme nada de lo digan.
—¿Yo te doy envidia? —reí—. ¿A ti? ¿A la más estupenda de las todas nosotras? ¿A la que tiene una vida magnífica y resuelta…? —volví a sonreír—. Tú sí que me sorprendes con lo que dices, Isabel.
—Pues créetelo… Te veo salir con unos, con otros, con Tania a cenar, de copas… No sé —meneó la cabeza lentamente—. Echo de menos ese tipo de vida. Es como si necesitara volver a sentirme joven…
—Eres joven, Isabel.
—Sí… me casé joven, tuve a mis hijos joven, he sido madura joven, mi padre y mi hermano se murieron ambos jóvenes… No, Mamen. Me gustaría volver a pasar por esa vida que, por ejemplo, tú tienes y que yo o no viví o lo hice muy de refilón.
—Isabel… No sé si te entiendo. ¿Me quieres decir que quieres vivir mi vida? ¿Salir por ahí de copas, de cenas?
—Sí…
—Joder, pues vente un par de días con nosotras. Si eso es todo, perfecto. Te sacamos a cenar y a tomar unas copas —me encogí de hombros divertida.
—La verdad es que… bueno —se retrajo—, no te lo digo que te cachondeas.
—Dime, no seas boba.
—Es que, Mamen… cuando nos tomamos un café y os escucho a Tania y a ti… Los chicos que conocéis, cuando salís por la noche, lo que ligáis…
—Eso es Tania… Que me ha sacado un par de veces casi a rastras de casa. Yo estoy muy baja de moral en estos momentos —repliqué apurando mi café con leche.
—No lo haces porque no quieres, Mamen.
—No, Isabel… yo me equivoqué con Nico… Y ahora, lo echo de menos. Estoy en un lío y no sé qué hacer. Si esperarlo u olvidarme de él y de todo… Mi vida, en este momento, no es una fiesta.
—Joder, Mamen —se rio—, ya me gustaría tener a mí esos problemas. Yo ahora llego a casa, deberes de los niños, la cena, mis amigas que no hablan de otra cosa que de sus maridos, de sus líos las que están divorciadas, de que si esta u otra pareja se han separado, de si una madre se queja por el colegio, de si mi hija ha discutido con una amiga y el mundo se cae a trozos… —suspiró y cerró los ojos—. Sé que no es correcto lo que voy a decirte, pero estoy cansada de solo ser madre, esposa, amiga… No me malinterpretes. No rechazo eso. Pero me cuesta ya ser solamente —hizo con las manos la señal de las comillas en el aire— solamente eso…
—¿Y Luis?