Nuevas sensaciones 7 (Mamen y Nico Libro 2)

Continúa la historia

Y por supuesto que incumplí aquella promesa. En una semana, en efecto, nos íbamos a Ibiza. Íbamos a estar siete días nosotros solos, sin amigos, ni familia, ni conocidos. Queríamos descansar y disfrutar el uno del otro. Mamen luego se iría unos días a casa de sus padres en Alicante y yo con mi madre, viuda, que se pasaba los veranos en la sierra, en un chalet en El Escorial.

Incumplí esa promesa el día antes de salir para Ibiza. Javier daba una fiesta, o una reunión de amigos como él las llamaba y, cómo no, nos invitó. Bueno, en verdad, lo hizo con Mamen, pero abriendo la posibilidad de que fuera extensiva a mí. Mamen no quería ir. Pero, tras un breve intercambio de opiniones, y en donde me comporté, por lo menos a simple vista de forma madura, objeté que sería una especie de descortesía. Ella, contraatacando, me dijo que prefería ir al cine, y que a la vuelta, si eso, nos tomábamos una copa en su casa. No me quedó otra que aceptar.

La película fue un tremendo tostón. Ni hacía gracia, ni tampoco tenía profundidad. En resumen, no era más que una colección de pretendidas situaciones cómicas que no conseguían despegar en toda la película. Llegamos al portal y miré a Mamen.

—Una copa… —me advirtió elevando su dedo índice.

Mamen ese día no iba especialmente sexy. Y no es que la faldita de color azul marino le sentara mal. Todo lo contrario, pero yo la prefería cuando su majestuoso culo quedaba perfilado con unos pantalones o una falda más ajustada y entallada. La de hoy era ligera, veraniega, con un ligero vuelo. Por encima, una camiseta, blanca con rayas horizontales azul marino del mismo tono que la minifalda, sin apenas mangas y más entallada y ajustada, sobre todo a sus pechos, que quedaban redondeados y muy apetecibles.

Tres pequeños botones se alineaban hasta casi alcanzar su canalillo. Mamen solo llevaba abrochado uno. En los pies calzaba unos mocasines de color azul, que a mí, particularmente, me parecían algo masculinos, pero que al parecer, estaban de moda.

Llamamos al timbre. Se oía algo de música, pero nada de jaleo. Nos abrió el mismo Javier, vestido con un pantalón de lino blanco y una camiseta del mismo color que se ajustaba a unos pectorales voluminosos y a sus brazos de considerable anchura.

—Hola, ya no os esperaba —nos saludó con una amplia sonrisa. Aunque utilizó el plural, solo miró a mi novia. A mí, fugazmente, y después de traspasar la puerta—. Bienvenidos. ¿Qué queréis tomar? —nos dijo acompañándonos al salón.

Su casa era como la nuestra, solo que no tenía el dormitorio principal en el ático. Era un piso de tres habitaciones, un salón y cocina, que, al contrario de como lo teníamos en nuestra vivienda, estaba separado por paredes y no había sacrificado el dormitorio que nosotros si habíamos hecho.

En el salón estaban hablando dos parejas, que nos presentó como Bea y Manu, y Óscar y María. Todos ellos eran también policías. No estaba la novia de Javier, pero sí la segunda chica con la que yo le había visto, la tal Tania. En la cocina, poniendo unas bebidas, dos compañeros de Javier, del mismo porte, a los que nos presentó como compañeros del grupo —entendí pertenecientes al de antidisturbios—.

Jóvenes, altos, de cuidado aspecto. Benja y Sergio. A su lado, la chica a la que yo había visto ese día, pero que ella no me debía recordar, al parecer, porque no hizo la más mínima alusión.

—Se acaban de ir varios… —se excusó por si pensábamos que había poca gente o que la fiesta, reunión o como la llamara, pudiera parecer algo aburrida.

Minutos después, Mamen charlaba entre Javier, Benja y Sergio, convirtiéndose en el centro de su atención, teniendo yo que pasar a un segundo plano. Más que nada, porque, queriendo o no, sus corpachones se interpusieron entre mi novia y un servidor.

Me serví una cerveza fría del frigorífico y me fui al salón acompañado de Tania que tenía una belleza llamativa, casi apabullante. De pelo corto, a lo chico, ojos verdes rasgados y felinos. Me llamó la atención su boca, grande, labios bonitos y gruesos, sin ser excesivos y dientes blancos y perfectamente alineados. Era canaria y se notaba en su acento. Para mi sorpresa, también formaba parte del grupo de antidisturbios. Me fijé en sus hombros, que sí eran anchos y potentes. Tenía una figura atlética, de gimnasio y sin llegar a ser musculada, sí se le perfilaban los bíceps, muslos —iba con una minifalda más corta que la de mi novia— y cuello. Hablamos de cosas sin importancia, siendo bastante graciosa con algunos dichos de su tierra y el acento.

Tuve la intuición de que nos caímos bien uno al otro. Las dos parejas del salón también resultaron amables conmigo y enseguida entablamos una fluida conversación. Yo, de vez en cuando echaba un vistazo a mi novia que seguía siendo el imán de los ojos de aquellos tres policías, pero especialmente de Javier. En un par de ocasiones me miró de manera rápida, y casi fugitiva, como si me estuviera controlando. No hay ni que decir que yo ya tenía activados todos mis sensores y empezaban a sucederse imágenes de Mamen con él en la cama. Noté que me empezaba a empalmar.

He de decir que mi novia no es nada exhibicionista y a pesar de esa magnífica malicia que se le soltaba de vez en cuando, no hacía esfuerzo alguno por gustar. Pero tampoco se puede negar que tiene algo así innato en ella. Su forma de mirar, de sonreír, de andar… son verdaderos reclamos para cualquier hombre. Y yo, desde el sillón en el que estaba en el salón, notaba los deseos de Javier que no la quitaba los ojos de encima.

Terminé mi cerveza y me acerqué de nuevo a la cocina. Ella seguía allí de pie. Benja se había ido en un momento en el que yo tuve que ir al baño, en parte para calmar la erección que empezaba a ser constante. No lo había visto abandonar la casa.

El hecho es que tan solo quedaban Mamen Sergio y Javier, y este ya se había erigido en el macho alfa, pues estaba al lado de mi novia y había desplazado a Sergio al frente y a un metro de ella. Pasé al lado de Mamen y la di un ligero piquito que me correspondió. Vi que su gintonic estaba ya bastante bajo. Me la jugué y le serví otro, a lo que ella, aunque con los ojos me protestó, enseguida se lo llevó a los labios. Volví al salón y Mamen, cuando me sentaba se rio, colocando su mano en el hombro de Javier. En ese momento, vislumbré una posibilidad real de que terminaran juntos.

En un momento dado, pasados unos minutos, me acerqué a Javier que se había movido hacia el frigorífico para coger un refresco. Parecía no beber alcohol.

—Es una reunión bastante divertida —le dije con una sonrisa.

—Gracias. Me alegro de que os guste. —De nuevo el plural le traicionaba sobre sus intenciones. Sonreí para mí.

—Sí, yo prefiero así… con poca gente. Odio las discotecas o las fiestas multitudinarias.

—Lo mismo que yo… Por cierto, Nico… quería preguntarte algo.

—Dime.

—Es sobre Mamen… El corazón empezó a latirme con fuerza.

—Bueno… desde que me dijiste que sois una pareja… abierta, pues… —se detuvo. Le daba corte continuar. —Quieres decirme que Mamen te parece atractiva…

—Sí… mucho, la verdad —corroboré notando un aceleramiento de mi corazón.

—Es que el día que salimos ella y yo a tomar una copa… Bueno, espero que no te molestara. No me quiero entrometer…

—Tranquilo —le dije acompañando el gesto de mi mano con una ligera sonrisa.

—Bueno… pues ese día… No sé… Creo que hay química entre ella y yo. Nos besamos… —me dijo poniendo cara de disculpa.

—Lo sé. Me lo dijo.

—¿Sí?… Bueno, el hecho es que, joder… si no te importa, y si de verdad sois abiertos en este tema…

—Javier, Mamen puede hacer lo que quiera. Y yo —añadí—. Si a ella le apetece… —me encogí de hombros.

Él sonrió y ya no dijo nada. Pensó un instante, y me dio una suave palmada en el hombro. Luego, se fue de nuevo al lado de Mamen. Sergio se acercó a Tania que le rodeó con el brazo. Me quedé sorprendido. Al parecer, salían o al menos, se enrollaban, por lo que opté por no decir nada acerca de que la había visto con Javier.

Las dos parejas del salón ya se iban y se empezaron a despedir de todos nosotros. Nos quedamos Mamen, Javier y yo en la cocina, mientras Tania y Sergio se besaban en el sofá del salón. Yo me hice el despistado y abrí el frigorífico como si fuera a coger una nueva cerveza. Cuando cerré la puerta, vi a Javier que cogía de la cintura a Mamen, que sin llegar a separarse, sí oponía algo de resistencia, aunque con una sonrisa. Estábamos a menos de un metro y me miró. Yo me acerqué a ella que le dio la espalda a Javier.

—Vámonos —me dijo en voz baja mientras yo notaba que Javier volvía a acariciarla por la cintura y acercaba su cara a su nuca.

Yo no podía verlo, porque tenía enfrente la cara de Mamen a escasos diez centímetros de mí, pero me lo imaginé. Sintiéndose afortunado por tener a su disposición una mujer como mi novia.

—Vámonos, por favor… —me susurró de nuevo.

Yo la besé y la acaricié la mejilla. Sus ojos me pedían parar aquello. Los míos, que se dejara llevar. Los cerré un instante. Ella gimió suavemente al notar que Javier la recorría con su mano la espalda.

—Nico… —sentí un tono casi de súplica en su voz.

El segundo gintonic le había derrumbado las defensas y aunque parecía querer irse, tampoco se movía. La besé de nuevo y ella, sabiendo que empezaba a derrumbarse. Abrió su boca dejando que mi lengua jugueteara con la suya.

—Vamos a pasarlo bien, nena… No me importa que folles con él —susurré en su oído. Negó ligeramente, se mordió el labio y noté una mirada suplicante.

—Déjate llevar… Esta noche. Solo, esta noche… —volvía murmurar cerca de sus labios antes de besarla. Con un ligero brillo en sus ojos que entendí como de rendición, echó su cuello hacia atrás y dejó que Javier se lo recorriera con la lengua. Se dio la vuelta y se fundieron en un beso largo, ansioso y tenso.

—Vamos a la cama… —le oí decir con un suspiro ronco, en el momento en que sus bocas se separaron.

Me cogió de la mano y me llevó mientras Javier seguía besándola. Sergio y Tania habían desaparecido y se oían algunas risas en uno de los dormitorios. En el principal, Mamen, ya desnuda, le comía la polla a Javier con una larga y pausada mamada. Tenía los ojos cerrados, como si estuviera saboreando aquel glande que desaparecía entre sus labios. Yo me quité la ropa igualmente y anduve dos pasos acercándome a ellos.

Javier respiraba hinchando el pecho. Sí, estaba fuerte, esculpido a gimnasio y a pesar de sus cuarenta y algo de años, rebosaba salud y fortaleza. Mamen, en silencio, tras lamer paseando la lengua con lentitud por los huevos de nuestro vecino, tomó mi pene y también me lo chupó. Alternó ambas, despacio, con parsimonia, entregada en succionar y chupar nuestros penes.

Un minuto después, Javier la colocó a gatas encima de la amplia cama de su dormitorio y agachándose, le empezó a comer el clítoris de forma voraz y casi furiosa. Ella correspondía con largos gemidos y susurros de placer, colocando su culo que debió recibir también algunas lengüetadas. Yo, me arrodillé en la cama, coloqué mi glande a escasos centímetros de su boca y volvió a meterse mi miembro mientras continuaba emitiendo jadeos de placer al ritmo que marcaba la lengua de Javier. Nuestro vecino se incorporó, y fue a colocarse un condón.

—No te hace falta, cariño… —susurró ella girando su cabeza hacia él.

Él se acercó de nuevo a ella con una sonrisa y frotó su pene por los labios vaginales de mi novia, haciéndola respirar otra vez con profundidad y disfrute. Lentamente comenzó a follársela en esa misma postura.

Un instante después, aceleró las caderas y cogiendo a Mamen por las suyas, introduciéndola hasta el fondo con rápidos y fuertes movimientos que hacían jadear de gusto a mi novia. En un momento dado, Mamen dejó de chupármela, se irguió y sin sacarse el miembro de Javier, apoyó su espalda en su pecho y colocó las manos de él en sus tetas, apretando a su vez con las suyas. Tenía los pezones enhiestos, duros y firmes. Yo la miré y ella a mí. Noté la lujuria que en ese momento la invadía y con una media sonrisa, unos segundos después, volvió a situarse a gatas y engulló otra vez mi polla. Se la comió al mismo ritmo de los embates de Javier, que alternaba los suaves con otros más impetuosos.

No tardé en correrme, pero ella evitó que aterrizase en su cara, saltando mi semen sin demasiado control, y cayendo en la cama, su hombro y el brazo derecho. Medio minuto después, aún con mi semen, ella se corría arqueando la espalda y dejando que su pelo le cayera por la cara. Emitió un jadeo de goce inmenso, profundo, brutal.

Estaba salvaje, y con ansia de sexo. Sin reparar en mí, se giró y empezó a comerle el pene a Javier con verdadero apetito, mientras que se ayudaba con la mano y le acariciaba y lamía los huevos, buscando ávidamente su eyaculación. En menos de medio minuto, Javier explotó y su esperma calló sobre las tetas de mi novia que se había puesto, justo un segundo antes, de rodillas para recibirlo en esa postura. Con cierto deleite, lamió las gotas que le quedaron colgando y volvió a chupársela un par de veces, engulléndola de nuevo casi entera.

Miró a Javier, le debió sonreír —ella me daba su espalda— porque este, a su vez, estiró sus labios en un gesto de absoluta satisfacción y la acarició una mejilla. Ella se incorporó y se fue al baño a limpiarse. Había sucedido.

Pero, por desgracia, no todo fue como me imaginaba. Noté que ella disminuía la complicidad conmigo. E incluso con Javier. Pensé que para Mamen, había sido un polvo con dos hombres. Tan solo eso. Que no se había tratado de un trío con su novio y un extraño. No, su percepción era la de un polvo, sin más. Cuando pasó a mi lado para ir al baño, resbaló sus dedos de la mano derecha por mi vientre, y me guiñó un ojo, pícara.

Algo volvía a no funcionar.

O no todo lo bien que yo me había propuesto e imaginado. No me quise rayar, y me fui a por una Coca Cola a la cocina. Me sentí extraño, ajeno a algo que no terminaba de descifrar. Allí me quedé unos diez o doce minutos, sin saber muy bien qué era lo siguiente que tenía que hacer. Ni Mamen ni Javier salieron del dormitorio. Escuché algunas risas contenidas. Era Mamen, y me acerqué al dormitorio. Mi idea era vestirnos y terminar con aquello.

La puerta estaba semicerrada, pero pude ver que habían cambiado las sábanas. Y también que ella, tumbada, le estaba lamiendo los huevos a un miembro que había vuelto a endurecerse y se mostraba dura, desafiante y lista para un nuevo combate. Moví ligeramente la puerta y entré. Javier no hizo ningún movimiento, concentrado en ver como mi novia, tumbada de espaldas y con la cabeza en los pies de la cama, le pasaba la lengua por el tronco de aquel pene con lentitud y totalmente entregada.

—Ven cari… —me dijo agarrando la polla de Javier. Pero me quedé extrañamente quieto. Excitado y sin saber qué hacer. No tenía erección aunque veía a mi novia con otro. Recogí mi ropa y ella me miró fugazmente, y me hizo un gesto para que me acercara. No sé por qué, la sonreí y la tiré un beso. Cerré la puerta y esperé por si ella salía a decirme algo.

Tras unos minutos en donde solo escuché una risa ahogada y varios jadeos de placer, opté por irme a nuestra casa. Me convencí de que mis palabras de «déjate llevar» o de «esta noche, solo esta noche…» eran verdad, que las sentía como tales. Pero, por dentro, no podía evitar una sensación de vacío e inseguridad.