Nuevas sensaciones 2 (Mamen y Nico Libro 2)
LA historia continúa
Aquella noche, observando a Mamen tomar el té a mi lado, con los pies en mis rodillas, rozándome con su piel morena y suave, viendo sus uñas rojas, observando sus piernas torneadas y espléndidas, supe que necesitaba follarla en ese mismo momento.
—Buf… estás muy buena, preciosa. ¿Te apetece ir a la cama a divertirnos? Mi novia sonrió pícaramente.
—Siempre me apetece… —Y se levantó despacio de la silla de la terraza, se quitó la camiseta, la tiró al suelo, me miró guiñándome un ojo y empezó a andar hacia el dormitorio. No tardé en seguirla ni dos segundos. Viendo su pícara sonrisa vuelta hacia mí, mientras nos íbamos a la cama, volví a ver a Javier con mi novia.
Ella, o más bien Jorge, había descubierto que lamerla el ano era especialmente gozoso para Mamen. Yo no es que fuera un tiquismiquis, pero no lo habíamos intentado nunca, hasta la llegada de él. Lo incluí en mi catálogo de acciones amatorias, en cuanto comprobé en primera mano, el nivel de excitación de mi novia.
También recordé que había practicado el sexo anal con Jorge, o al menos, si no lo habían llegado a completar, sí en buena parte. La puse a gatas en la cama, con las rodillas en el borde y dejando los pies y sus pantorrillas al aire. Se dejó hacer, y se apoyó con los codos en la mitad de nuestra cama elevando con ello un poco más el culo y sus caderas. Me miraba expectante, incitándome a que comenzara. Yo me arrodillé detrás y, muy despacio, acerqué mi lengua a su orificio. Lamí muy suavemente aquel ano, dando ligeros círculos con la lengua, para luego pasar a la zona perianal y terminar en sus labios vaginales.
En verano, Mamen se depilaba casi por completo por lo que era muy fácil acceder a ellos, chuparlos y mordisquearlos. Toqué el clítoris y noté enseguida que estaba bastante mojada. Emitió un prolongado suspiro de placer y ya no pude, ni posiblemente quise, evitar imaginarme a Javier, en lugar de a mí haciendo lo mismo.
Cerré los ojos y vi la escena, clara y nítida. Conmigo en un segundo plano. Disfrutando, viendo cómo ella gozaba. Arqueó la espalda, mientras emitía otro largo gemido. Introduje mi lengua en su ano. Una, dos, tres veces, mientras con mi pulgar tocaba todavía con suavidad el excitado clítoris de mi novia.
—¿Quieres correrte ya?
Negó en silencio pero no se movió. Me incorporé y de rodillas junto a ella, sin dejar que cambiara de postura, acerqué mi pene a su boca. Estaba tirante de lo dura que la tenía. Ella me miró con los ojos entornados y dio un suave lametón a mi glande, luego otro y tras terminar el tercero, se introdujo despacio y muy sensualmente, las tres cuartas partes de mi miembro en su boca. Sentí su lengua pasearse por mi capullo y el tronco. Compuse de nuevo la imagen de Javier allí, con su pene dentro de la boca de Mamen. Me estaba excitando mucho con aquello. Temí correrme, con lo que volví a su grupa, y de pie, recolocándola para tener mejor acceso a su vagina, la penetré. Primero con suavidad, luego acelerando el ritmo.
Mis pelotas rozaban su piel de lo profundo que estaba follándola. Ella gimió varias veces, yo gruñí de placer y Mamen cambió a emitir una serie de suspiros prolongados y cercanos al orgasmo. Intenté hundir más mi pene en ella y apreté con firmeza sus caderas para que su sexo me le recogiera con más presión.
La bombeaba con los ojos cerrados, imaginándome que Javier la empotraba con todas sus fuerzas y ella se dejaba hacer, entregada a la lujuria y al disfrute.
Me corrí, en parte dentro de su vagina, y en parte fuera. La saqué a mitad de la eyaculación y sacudiéndomela, dos latigazos y varias gotas de esperma cayeron en su pie derecho y en el cachete del mismo lado de su perfecto culo. Sudaba ligeramente y me pasé la mano por la frente, ella me miraba por encima de su hombro.
—Vaya corrida, cari… —me dijo excitada.
Recordé que ella no había alcanzado el orgasmo aún, pero no podía lamerle los labios vaginales porque allí había restos de mi semen y no concebía introducir mi lengua. Me limpié la mano con una toallita y me dispuse a trabajar con ella. Seguía viendo los restos de mi semen en su pie y en su culo mientras introducía primero un dedo y luego dos en su ano.
Me excité pensando en que eran los de Javier, cerré los ojos y profundicé primero lento y después con algo más de vigor. Noté cómo se dilataba lo justo cada vez que introducía mis dedos allí. Parecía abrirse en la medida exacta, abrazando aquello que se aventuraba allí con caliente suavidad. Mamen, pasados unos minutos, se corrió de forma lenta, larga y silenciosa.
Volví a ver el goterón de mi semen, ya más reducido, en su pie, y el rastro del latigazo que había dejado en su culo. Mi polla volvía a empinarse a la vez que mi cabeza trabajaba con las imágenes de Mamen con otro.
Ella se incorporó y colocando su espalda en mi pecho, buscó con su cabeza ladeada mi boca, mientras su mano se enredaba en mi pelo.
—¿Ha estado bien?
—Mucho… —seguía ronroneando—. Me gusta lo que me has hecho.
Notó mi pene duro y tieso, sorprendiéndose gratamente.
—¿Y esto? —Me pones muy cachondo, preciosa… —besé su boca ladeada y entreabierta.
—Pues hay que aprovecharlo… —me dijo en un susurro mientras jugueteaban nuestras lenguas, yo la acariciaba un pecho y ella pasaba sus dedos ágiles y traviesos por mis huevos.
Se la metió en la boca y con maestría empezó a chuparla. A mí me costaba mucho alcanzar el segundo orgasmo sin que pasara un tiempo, por lo que me dejé hacer sospechando que tardaría. Pero la imagen de Javier, la de mi semen en su pie y en su culo y las caras gestos y posturas que yo tenía bien guardadas en mi memoria, funcionaron a la perfección.
Tras unos diez minutos de juegos, chupadas, lametones y caricias, volví a soltar un espeso chorro de semen en su vientre y en sus tetas.
—¿Qué te pasa hoy cari? —me preguntó divertida.
—Que eres una máquina…
—Qué romántico… —ironizó alcanzando unas toallitas de la mesilla y empezando a limpiarse sin dejar de mirarme.
Cuando terminó, volví a trabajar su ano y su clítoris con las mismas consecuencias que un cuarto de hora atrás. Cuando me dormí, supe que no podría parar hasta verla con otro. Y ese otro, se me antojaba en Javier.
La luz roja de la alarma se encendió, pero me convencí de que estaba lejana, casi ajena a la nueva iniciativa que me imaginaba. Pensé que todo estaba bajo control… Al filo de lo imposible.
Ese polvo, y los de los días siguientes, fueron una orquesta de imágenes en mi cabeza de Mamen con Javier. No sé por qué, pero era el policía maduro el que había ocupado aquel lugar en mis fantasías. Jorge, por alguna razón, había sido desplazado.
Quizás porque ella misma no volvió a nombrarlo y la reacción de rechazo hacia otra nueva experiencia, me empujaba a sustituirlo en mi cabeza. Pero a diferencia de este, con el que Mamen se había enrollado el primer día que lo vio, con Javier supe que iba a ser mucho más complicado.
A la negativa de mi novia de continuar con la puesta en escena de los cuernos consentidos, se sumaba que con Javier no teníamos demasiada relación. Apenas la piscina en verano, y muy poco más. Yo, cuando regresaba a casa, me devanaba los sesos para intentar urdir una estrategia que llevara a Mamen a los brazos de aquel maduro atractivo y de cierta chulería, que se había introducido en mis fantasías. Eso, aunque pareciera absurdo, era lo que construía la perfección de la infidelidad consentida: esporádica, sin continuidad, y distante.
Sí, el individuo perfecto para ello era Javier. No lograba dar con el interruptor que hiciera realidad aquello. Mamen, a la mínima que yo sacaba la conversación, se negaba, o directamente rechazaba hablar de ella, cambiando al instante el sentido de la charla.
Pero tuve suerte. Un día, que llegué pronto del trabajo, me encontré con Javier que se despedía de una chica más joven, de melena morena y ondulada, ojos felinos y peligrosos, camiseta apretada y culo embutido en unos pantalones de verano que marcaban un señor culo.
Al principio me quedé sorprendido porque no era la chica a la que yo conocía como su novia oficial, aquella inspectora de policía de Patrimonio Artístico. La joven su subió en un pequeño SUV o pequeños todoterrenos, de los últimos sacados a la venta. Yo lo saludé cuando nos cruzamos y él me respondió con otro saludo cortés, típico de vecinos. Cuando lo rebasé, me quedé observándolo.
Tenía unas espaldas anchas, los brazos se le separaban del cuerpo y los tatuajes resaltaban en el moreno de la piel y la camiseta blanca. Me detuve al entrar en el portal. Javier se giró para entrar también. Venía andando a unos diez metros de mí. Sonreía. Cuando me alcanzó, me saludó de nuevo.
—¿Me esperabas?
—No… bueno, no en realidad. No conocía a tu chica —le mentí—. Tengo una valoración de un inmueble, y hay algún cuadro de valor. Estaba pensando en que no sé si ella me podría ayudar…
—No es mi chica —rio un par de veces—. Paula está en un curso en Valencia. Ella es Tania… Una compañera —añadió.
—Ah… perdona. No quería entrometerme… —me disculpé—. Olvídalo…
—Paula no sé si te podría ayudar. —Retomó el tema—. No hacen valoraciones de obras de arte ni nada por el estilo. Son policías como yo, pero con conocimientos de patrimonio. No son tasadores… Aunque si quieres, la puedo llamar.
—Ya te digo algo si al final terminamos con la reforma de ese piso y la herencia no se complica… Perdona lo de antes, no quería parecer un cotilla.
—No te preocupes. No pasa nada. —Se calló un instante hasta que llegamos a su piso, que era el segundo—. Y, bueno… —se volvió hacia mi cuando abandonaba el ascensor—. Como me imagino que verás aquí alguna vez más a Tania, y para que no te extrañe, que sepas que Paula y yo mantenemos una relación abierta, sin ataduras —me dijo mirándome con esos ojos que inyectaban dureza.
—Ah, bien…
Y de pronto, sin reflexionar demasiado y respondiendo a un instinto muy básico y primitivo, como es la lascivia y la lujuria, añadí:
—Como Mamen y yo…