Nuevas sensaciones 10 (Mamen y Nico Libro 2)
La noche en la discoteca... y Adrián
—Luego no te quejes…
—¿De qué?
—Si me tiran los tejos… —me lanzó un beso.
Se levantó a bailar y yo la observe de lejos. Siempre lo había hecho bien, con movimientos suaves, delicados, sensuales. Yo era mucho más torpe. Algunos se le acercaron y le hablaron al oído. Ella reía sus gracias y los miraba mientras bailaba. Empecé a sentir esa comezón en el vientre que me erizaba mi sexo y a la vez presentía el peligro.
Mamen regresó al cabo de unos minutos y se volvió a sentar en la silla alta de la barra. Continuamos charlando ajenos a todo, ella contenta, riéndose de algún comentario mío y yo, más tranquilo al verla allí conmigo. Pasó casi otra hora y yo me terminé la copa. Me miré el reloj. Algo más de la una y media de la mañana. No era muy tarde, pero tampoco pronto. Dudé si me tomaba una tercera copa e hice algo de tiempo.
Me fui al baño, que estaba bastante lleno, por lo que tardé algo en entrar. Cuando salí, Mamen estaba charlando animadamente con un chico muy alto, de alrededor de uno noventa, musculado, con los dos brazos tatuados y el pelo muy corto en la nuca y los laterales, mientras que una buena mata de pelo rubio se apelmazaba con una especie de fijador encima de su frente y hasta la coronilla. Piel morena, tostada por el sol, una camiseta no demasiado apretada, pero tampoco holgada, de color verde desvaído y unos pantalones blancos, vaqueros de verano con algunos rotos.
Unas alpargatas, descuidadamente caras y de marca, completaban su atuendo. Cuando me iba acercando, Mamen se percató de mí y me miró. Yo, absurdamente, sonreí e hice un gesto de restar importancia al hecho de que estuviera acompañada. Siguió conversando con aquel chico. Se rio un par de veces y por el ruido de la música, ahora más alto, tuvo que hablarle al lado de la oreja, apoyando descuidadamente su mano en el pecho.
Me sentí mal, otra vez desplazado. Era obvio que ella quería seguir charlando con él y que yo, aparentemente, sobraba en aquella conversación. Me molestó y por un momento pensé en ir allí y ponerme serio. Miré el reloj. Casi las dos. En breve podía ir y decirle a Mamen que nos fuéramos. Ella misma me había dicho de estar un rato y no alargar excesivamente la noche en la discoteca. Respiré y decidí tener paciencia mientras los veía charlar, sonreír y coquetear descaradamente.
En un momento dado, aquel chico se separó de Mamen y aproveché para acercarme a ella.
—¿Nos vamos?
—Me acabo de pedir una copa, cielo… —me puso un mohín de contrariedad.
Me quedé en silencio, rumiando mi molestia. Respiré hondo mientras ella me miraba con expresión interrogativa.
—No me apetece seguir aquí… Venga, vámonos, anda. En ese momento llegó el chico que traía dos copas en la mano. Volvió a la barra a pagar.
—¿Sí? —Era obvio que no quería irse.
—Si te quieres quedar… No hay problema —dije de nuevo sin sentir aquellas palabras.
—¿De verdad?
—Sí…yo estoy cansado.
—Pues entonces me quedo un ratito. ¿No te importa, cari? ¿de verdad? Me cojo un taxi luego…
En efecto, yo sobraba allí. Tragándome el enfado con una sonrisa demasiado tensa, me di la vuelta y me alejé. Escuché, mientras me iba, una risa de Mamen.
Salí de la discoteca aturdido, sin saber muy bien qué pensar. ¿Estaría coqueteando o llegaría al final otra vez? Decidí irme al apartamento andando. No estaba más de un cuarto de hora a pie, atajando por la playa. Habíamos cogido el taxi, obligados por los taconazos de Mamen, pero de haber ido con zapato plano, podríamos haber acudido caminando.
Llegué al apartamento con una sensación de malestar continuado. Sí, también excitado, pensando en que podía volver a ocurrir que mi novia se acostara con otro. Pero esta vez, y a pesar del empalme que llevaba, estaba venciendo la impresión de que yo estaba de más. Salí a la terraza y miré hacia el mar. Oscuro, inmenso, con el ruido eterno de las olas batiendo y me convencí, finalmente, de que en Mamen había comenzado un cambio.
Algo en su cabeza había hecho click , modificando su conducta y variando hacia una mujer ajena a mis sentimientos. Con excesiva naturalidad y tranquilidad a la hora de acostarse con otro. Con un atrevimiento y un manejo de la situación totalmente nuevos para mí.
Sí, era cierto que con Jorge ella había dispuesto cómo y cuándo verlo. Pero yo no lo sentía igual. Entonces, pensé que controlaba la situación. Ahora, empezaba a ser un hecho que era ella quien lo hacía, obviando mi opinión. Sabía que no podía enfadarme con ella.
Yo era el promotor de todo esto, quien la había lanzado a los brazos de otros, pero eso no empequeñecía mi malestar. A la vez, aumentaba mi excitación y mi punto lascivo, se agrandaba al imaginarme a ella, de nuevo, con otro. Sonó mi móvil con el pitido de la entrada de un mensaje.
Era Mamen.
Mamen
Cari, he ligado con el chico de la discoteca.
Quiere que vayamos al apartamento?
Si no es así, dímelo y me voy sola.
Cerré los ojos con fuerza. Podría negarme, pedirla que no lo hiciera. Pero volvía a excitarme aquella idea de verla con otro. ¿No sabía qué hacer? ¿Pensaba incluirme?
Nico
Tú quieres venir con él?
Mamen
Solo si no te importa
Nico
Haz lo que quieras
Tardó en responder, pero al final sonó de nuevo el pitido de entrada del mensaje.
Mamen
Déjame las llaves debajo del felpudo.
Estás seguro?
Cielo, no te importa?
Me quede de piedra al comprobar que a ella le apetecía y que no se daba por aludida o no le importaba mi molestia. Lo leí varias veces, sin dar crédito. No sabía qué hacer. ¿Tenía derecho a impedírselo? ¿Era mayor mi excitación que el cabreo que me ascendía por el pecho? ¿Cómo era posible que Mamen hubiera cambiado en menos de una semana? De no querer ni siquiera calentar a Javier a esto…
Respiré dolido. Dolido, pero sin argumentos para impedirle nada. Mi excitación era la culpable de todo esto y yo, a pesar de mi enfado, sentía deseos de verla follando con otro. Derrotado y preso de mi excitación, hice lo que me había pedido, y dejé el juego de llaves debajo del felpudo de la entrada.
Yo había puesto a Jorge en nuestra cama. Yo la había incitado y empujado a seducir a Javier. Yo no la había hecho caso cuando me pidió volver a casa antes de terminar con él en la cama. Me había ido en vez de quedarme… Yo había preferido gozar y vivir mi excitación en vez de protegerla. Recordé la noche con Javier. Quizás aquellos «vámonos», «vámonos a casa, por favor» o el ruego contenido en forma de mi nombre, «Nico», fueron los últimos bastiones prestos a rendirse por mi inoperancia y mi inmovilidad ansiosa y excitada. Y el otro día en la cama cuando me dijo que si le pedía que dejara de acostarse con otros, lo haría. Ni lo hice en ese momento, ni lo había hecho ahora.
Había obviado todos esos mensajes de forma egoísta. Mi ambición y la voraz forma de entender mi sexualidad, habían vencido de forma flagrante. Quizás, tenía mi merecido. O, sencillamente, había despertado algo en Mamen. Una libertad sexual que empezaba a ser inquietante para mí.
Volvió a sonar mi móvil indicándome la entrada de un nuevo mensaje. Dudé si cogerlo. Algo en mi interior me dijo que aquellos mensajes iban a ser el detonante de un futuro incierto…
Mamen
Cari, dime la verdad, porfi.
No quiero líos.
No te importa, verdad?
Empecé a teclear, con una mezcla de nerviosismo, contrariedad, fastidio y excitación.
Nico
Puedes hacer lo que te apetezca
Mamen
Eres un sol
Y el emoticono con el beso.
Era obvio —al menos para mí— que mi contestación encerraba molestia y enfado. Y así quise dejarlo claro. Pero mi parte lúbrica, excitada y lasciva, quería seguir viendo a Mamen con otro. Ella, obviamente, no quiso interpretarlo así.
Me metí en el otro dormitorio y cerré la puerta con pestillo. Mantuve la de la terraza abierta, dejando que entrara la brisa e intenté cerrar los ojos y no pensar en nada. Menos de quince minutos después, sentí la puerta abrirse y el sonido de los taconazos de Mamen en el suelo y unos segundos después en la alfombra del salón.
Un par de risas apagadas y voces en susurros que no entendía. Menos de un minuto después, sentí como se besaban. Intenté obviar aquello e hice por concentrarme para que mi cabeza no se llenara de estupideces, deseos, excitaciones o malestar. Fue imposible. Un par de minutos después, me levanté de la cama, no pudiendo tampoco impedir el brutal empalme que tenía. Con cuidado, y en completo silencio, salí a la terraza y vi desde fuera la escena con total nitidez. Mamen había encendido la luz de una lámpara, modulándola hasta quedar en una penumbra sugerente y sensual.
La puerta de la terraza estaba abierta. Mi excitación iba en aumento y mi pene iba a romper el pantalón del pijama de lo duro y erecto que estaba. Mi novia, ya totalmente desnuda, a excepción de los altísimos tacones, estaba en cuclillas ante aquel chico de uno noventa de brazos y hombros, totalmente tatuados. Él se terminó de quitar la camiseta dejando ver unos pectorales poderosos, brazos anchos, fuertes y un vientre con la perfecta perfilación de unos abdominales duros y moldeados.
Mi novia le besó en el vientre, mordisqueándolo y lamiéndolo despacio. Disfrutando y regodeándose de aquel joven de cuerpo perfecto y tonificados. Unos segundos después, Mamen se separó unos centímetros y con sus manos en la cinta del calzoncillo de marca, se los bajó muy despacio, a la vez que no dejaba de sonreír.
Apareció ante ella una polla inmensa, enorme, acorde al cuerpo de aquel joven. Estaba palpitante, gruesa y larga, a escasos centímetros de la boca de mi novia. Ella sonrió complacida, gruño de satisfacción y le dijo algo en voz baja que no entendí, haciéndo que sonriera. Por su cara, sus gestos y su sonrisa, le agradaba sobremanera aquel tamaño. La acarició con los dedos de la mano derecha extasiada y mirando aquel falo enorme.
La agarró y la rodeó con los dedos con su mano derecha, quedando casi dos tercios fuera de su puño. Con la izquierda, mientras seguía contemplando con deleite aquel espectacular miembro viril, le acarició unos huevos de tamaño proporcional al enorme pene del chico.
A pesar de su altura y corpulencia, aquello seguía mostrándose imponente, muy ancho y largo. Mamen se acomodó la melena, se quitó los pendientes, una sortija, la pulsera y el reloj, y se situó frente a aquel glande oscuro y potente que se mantenía a menos de dos centímetros de su boca.
Él dijo algo, que yo, de nuevo por la voz baja que usó y el ruido de las olas detrás de mí, me impidieron escuchar. Mi novia volvió a sonreír y esta vez, sacó la lengua, dándole un leve toque circular en el glande, apenas rozándolo y moviendo ligeramente aquel pene hacia arriba y abajo, mientras le mirada con ojos traviesos y lascivos. Le siguió un segundo, un tercero, un cuarto lametazo; suaves, cadenciosos y lúbricos…
Parecía estar jugando, incitando a aquel joven que sin duda disfrutaba con aquello. Se puso de rodillas en la alfombra del salón y sus taconazos quedaron estilizados. perfilados en la penumbra, y apuntando en horizontal a donde yo estaba. Seguidamente, Mamen cerró los ojos y paseó la lengua en un nuevo y lentísimo círculo que humedeció la punta de aquel glande.
Nuevos toques juguetones con la lengua, y tras depositar un suave beso en aquella hermosa polla, mi novia abrió la boca y con lentitud impúdica, empezó a tragarse aquel enorme pene, que desapareció en ella. Me senté en el suelo de la terraza, hipnotizado al ver a mi novia hacerle una mamada de ensueño. Pausada, con movimientos de la cabeza medidos y acompasados. Sus labios se deslizan todo lo largo de aquel enorme tronco, sin que en ningún momento el glande apareciera.
En un momento dado, abrió un poco más los labios y se introdujo un par de centímetros más de aquella enorme polla. Mamen la mantuvo allí dentro, sin moverse, escondiendo con sus labios y su boca una enormidad de aquel pene. Nunca la había visto abarcar tanta polla.
Unos segundos más tarde, con la misma lentitud con que se la había introducido, se la sacó. Volvió a dar un par de suaves lametazos con una espléndida sonrisa, y Mamen se irguió sobre aquellas sandalias de altura vertiginosa, con evidente felicidad, mostrando una satisfecha y amplia curvatura en sus labios y su parsimonia tan sensual.
Despacio, se sentó en el respaldo del sofá y colocó sus piernas abiertas, apoyándose con los taconazos en los cojines. Con los dedos de su mano derecha, se abrió los labios vaginales e invitó a aquel hombre a que le comiera todo su sexo. Él, complaciente, se arrodilló en el sofá y colocó su cabeza entre las piernas de mi novia. Ella estaba justo enfrente de mí.
El primer día lo colocamos así para que, allí sentados, nos diera de lleno la brisa del mar que entraba desde la puerta de la terraza. Ahora, y gracias a eso, contemplaba la escena en toda su plenitud. En aquella postura, él lamió, chupó y succionó un buen rato, el clítoris a Mamen. Jugueteó introduciendo los dedos en aquel húmedo sexo. Uno, dos y hasta tres. Mi novia ladeaba la cabeza y la echaba para atrás entre continuos y apasionados gemidos roncos de placer. Se pelo le caía por la espalda o por la cara dependiendo del movimiento de su cabeza.
Debía estar disfrutando porque estaba absolutamente entregada, paladeando la lengua y los dedos de aquel chico que había conocido apenas hora y media antes en una discoteca de Ibiza. La noté excitada, cercana al orgasmo y a él totalmente concentrado en la entrepierna de Mamen. Fue ella quién lo paró e hizo que le ayudara a descender de donde estaba. Cuando asentó aquellos taconazos en el suelo, besó a aquel chico recorriendo con sus labios su cuello y acariciando su torso y sus pezones, mientras agarraba otra vez con su mano derecha aquel descomunal pene. Le hizo sentarse en el sofá, y con movimientos felinos se sentó a horcajadas en él, mientras que con su mano derecha, y manteniendo aquella pasmosa y excitante lentitud, se ayudó a introducirse todo aquel miembro en su vagina, mientras emitía un largo y profundo suspiro de goce extremo a la vez que aquella enorme polla iba desapareciendo en las entrañas de Mamen.
Bien asentada en los tacones, subía y bajaba mientras se sostenía con su mano izquierda en el cuello de aquel chico. Con la derecha se tocaba ella misma los pechos o le acariciaba en uno de sus brazos totalmente tatuados. Contemplé con excitación máxima cómo mi novia ascendía hasta casi quedarse de pie para volver a bajar e introducirse toda aquel pene en su cuerpo. Era tan grande que a pesar de erguirse casi por completo, no se salía de su vagina. Una y otra vez, lenta y majestuosa. Notaba como se endurecían sus muslos al hacer la fuerza de incorporarse y su culo contraído a medida que aquella polla desaparecía en ella.
El chico intentó acelerar el ritmo, pero mi novia no le dejó. Ella manejaba y mandaba allí con ese ritmo cadencioso, brutalmente sexual, abarcando con su vagina, en toda su longitud y anchura, aquel formidable pollón. Se la sacó y giró el cuerpo hasta quedar hacia mi dirección. No sé si sabía que yo estaba allí. Posiblemente, pero creo que no me veía, casi tumbado, escondido detrás de una mesa de plástico y disimulado por la negrura de aquella noche.
Mamen se asentó de nuevo en aquellos tacones vertiginosos y, mirando hacia donde yo estaba, volvió a meterse aquel pene desmesurado y enorme, con otro gemido profundo de satisfacción infinita. El chico estaba totalmente echado sobre el respaldo del sofá y mi novia ligeramente inclinada hacia delante, haciendo ella todo el esfuerzo. Literalmente, se lo estaba follando, con total y absoluto dominio de la situación.
Continuó con esa lentitud entre exasperante y deliciosa, irguiéndose hasta casi ponerse de pie, surgiendo de aquella vagina húmeda y ávida, los muchos centímetros del pene del chico de la discoteca. Y de nuevo, sin dejar que el glande saliera, volvía a hundirse abrazando con las paredes de su vagina, y con exquisita lujuria, aquel impresionante y espléndido pene.
Fue ella quien decidió cuándo y cómo quería correrse, y siendo la dueña absoluta de aquel hombre, aceleró sus movimientos al compás de sus intensos y largo gemidos de puro placer. Poco tiempo después, ella se dejó llevar por un movimiento más acelerado, más insistente y profundo. Le dio tiempo a retirarse para que aquel chico se levantara y aunque sin demasiado control, se corriera en la tetas de mi novia que tuvo que apoyarse en el sofá con la mano derecha para que le fuera más fácil dirigir los cuatro o cinco regueros de esperma que terminaron en el pecho, brazo y la cadera izquierda de mi novia. Con una sonrisa y contemplando aquella polla recién corrida, se le metió en la boca unos segundos lamiéndola entera.
Seguidamente, aún manchada y en el suelo, él, recién corrido, y presa todavía de la excitación, la tumbó en la alfombra y combinando lengua y dedos primero, y hundiéndole de nuevo la polla en la vagina varias veces, provocó un intenso y extenso orgasmo a Mamen.
Ella sonrió complacida y le acarició el pelo. Se desabrochó las sandalias que quedaron tiradas de cualquier manera en la alfombra. Él seguía besando el sexo abierto y húmedo de mi novia. Ella se arrodilló haciendo que él se levantara para traerla un vaso de agua y unas servilletas de papel con las que limpiarse. Sola, se sentó en el sofá, se atusó el pelo, se miró los restos de la corrida de aquel chico y resopló satisfecha y complacida. Bebió el agua, se limpió y ambos sonrieron diciéndose algo en voz baja.
Unos segundos después, y tras dirigir ella una fugaz mirada hacia donde yo estaba, entraron en el dormitorio. Me quedó solo, en silencio. Con los ojos cerrados. Intentando pensar en cualquier cosa que no fuera Mamen follando con otro. No pude. Mi mano se fue a mi polla, durísima, y tuve que masturbarme. Me corrí en menos de un minuto dejando una gran cantidad de semen en el suelo de aquella terraza que olía a mar, a sexo y a excitante malestar.
Un minuto más tarde, y sin tener claro por qué, comencé a llorar. No sé cuánto me quedé allí en silencio, escuchando el mar, sintiendo el silencio atronador de mis pensamientos y a mi conciencia señalarme algo que no llegaba a entender bien. Aquella luz roja ya no parpadeaba; estaba ya totalmente encendida y una sirena de alarma, como la de los barcos, retumbaba en mi cabeza aturdiéndome.
En determinado momento, volví a escuchar jadeos y gemidos provenientes de nuestro dormitorio. Y entonces, escapándose otra vez de mis ojos un par de lágrimas culpables, tomé aquella decisión.
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Aquella mañana amaneció soleada, propia del mes de agosto en la isla de Ibiza. El mar seguía batiendo perenne e interminable. La brisa llegaba fresca y limpia.
Me levanté temprano, a eso de las diez menos algo. O lo que para un veraneante joven como nosotros, es temprano en Ibiza. El apartamento estaba en silencio, la puerta de nuestro dormitorio continuaba cerrada.
La ropa de Mamen y la de aquel chico no estaba en el salón, por lo que deduje que en algún momento, ella o él, la habían recogido. Tan solo las sandalias de altísimo tacón descansaban, una de pie y la otra vencida, al lado del sofá. No las toqué.
Me hice un café y me fui a la terraza. No tenía claro cómo hacerlo, y ni siquiera si debía esperar a que ella se despertara o hiciera acto de presencia. Me senté en una de las sillas de jardín que amueblaban la terraza.
Allí estaba la toalla de Mamen, un par de bikinis y unas alpargatas para bajar a la playa o pasear por las cercanías del apartamento. Dos camisetas estaban en el tendedero ya secas...
Nada mío permanecía allí. Miré hacia el interior del apartamento, justo al lado de la puerta. Mi maleta, hecha y esperando. Cerré los ojos y me conjuré para ser valiente.
—Hola.
Su voz me sorprendió. Me sonó cansada. Abrí los ojos y la vi allí, sentándose en la silla de al lado. Cruzó las piernas y dejo su pie descalzo casi rozándome la rodilla. Me acarició el antebrazo.
—¿Qué tal has dormido? —me dijo con suavidad, en un tono tierno y manteniendo la caricia—. Intenté convencerlo para que estuvieras con nosotros, pero…
—No importa… —no pude evitar cierta sequedad—. ¿Sigue aquí?
—No, se ha ido hace ya un rato. Me he levantado en cuanto te he escuchado en la cocina.
Cerré los ojos. Respiré con profundidad, conté hasta tres y me decidí.
—Me voy Mamen…
—¿Te vas…? Pero si nos vamos mañana…
—No… Yo me voy, hoy. Solo.
—¿Cómo que solo? Cari… ¿qué está pasando? ¿Es por lo de ayer…?
Me preguntaba con rapidez y aunque en voz baja, con evidente nerviosismo. Con mi mano derecha contuve sus preguntas.
—Mamen… es lo mejor.
Vi que sus ojos empezaban a encharcarse y en su boca se dibujaba una protesta lista para salir. La puse un dedo en los labios. Me lo cogió con su mano derecha y lo besó.
—¿Qué está pasando? ¿Dime si te ha molestado lo de ayer? ¿Es eso? Te dije que solo lo haría si no te molestaba. No entiendo nada… ¿Qué he hecho mal ahora?
—Mamen —la detuve antes de que su nerviosismo la hiciera elevar más la voz. La tomé una mano y la besé—. No es por eso… —No pude ser totalmente sincero en esos momentos—. He tomado una decisión, preciosa. —Intenté sonreír.
—Nico, por favor… —gimió escapándose una lágrima por su mejilla. Siguiço, una segunda. La detuve con una mano, intentando ser lo más delicado posible.
—Creo que soy el culpable de todo esto.
—Nico, te juro que no volveré a ver a nadie… Te he dicho varias veces que si me lo pides, esto se acaba… —Volvieron a rodar más lágrimas por la cara de mi novia, o la que hasta ese momento había sido mi novia.
—No, Mamen. Eso sabes que no es verdad…
—Te lo juro… —suplicó con un hilo de voz.
—Te he visto…
—Sé que estabas ahí mirándome. Por eso nos quedamos en el salón… Él quería ir al dormitorio, pero yo sé que te gusta. Lo hice por ti…
—Preciosa… —la sequé con mis pulgares el reguero de las lágrimas que seguían recorriendo sus mejillas—. No te culpes. Eres maravillosa, la mejor…
—Pues entonces, Nico… olvidemos todo esto y… —Negué con la cabeza.
—No se puede. O yo no puedo…
—Pero tú querías que esto sucediera. Me has estado diciendo… —hipó y tuvo que detenerse. Miró al mar con los ojos totalmente llorosos. Supo que nada de lo que dijera iba a convencerme—. Joder, Nico, solo he hecho lo que tú me decías… Me dijiste que no te importaba… —Empezó a llorar en silencio de forma constante.
—Por eso soy yo el culpable. Me he equivocado. Y ahora ya no hay marcha atrás.
—Sí la hay, cielo… Por favor. —Cerró los ojos y se tapó la boca con su mano derecha—. No me dejes, Nico… te quiero.
Tenía toda la razón. Verla así, frágil, deshecha, con verdadera tristeza y compungida, me desarbolaba. Pero había tomado una decisión y no podía ni debía dar marcha atrás.
—Me voy porque no te merezco. Porque no he sabido contenerme, no te he cuidado y he permitido que esto llegara demasiado lejos. —Me detuve un momento. Ella miraba al suelo entristecida—. Te conozco muy bien, preciosa. Ayer, aunque me pediste permiso, deseabas que pasara. Elegiste quedarte en la discoteca, ligar con ese chico, traerlo al apartamento…
—No, Nico… De verdad, si me hubieras dicho que no me lo trajera, o pedido que me parara…
—No sé si lo hubieras hecho. Y lo entiendo. Estabas absolutamente fascinada, entregada, majestuosa… —Fui bajando la voz y yo también miré al suelo—. Y debes seguir con ello. Te gusta, disfrutas y yo no puedo, ni sé ya cómo asumirlo. Me excita y me duele, me gusta y me mata… Antes podía lo primero. Hoy, sufro demasiado. No puedo seguir, Mamen…
—Nico, por favor, por favor… déjame que te demuestre que esto es solo sexo, que ha sido un juego que se nos ha ido de las manos. Sí, es posible que me excediera en lo de ayer, que me he pasado, que no he sabido medir tus emociones… pero te quiero. Te sigo queriendo como antes, eres mi vida…
Me quedé en silencio. Estaba sin fuerzas, abatido. Ella volvió a llorar. Puso los pies en la silla y se abrazó a las rodillas hundiendo su cara en ellas. Sollozó en silencio, con ligeros hipidos sordos y convulsos.
La acaricié la cabeza y ella se refugió en mí, sentándose en mis rodillas y acurrucándose.
—Nico, por favor… hablemos de todo esto en Madrid. Dejemos que pase unos días y lo vemos.
—Sí, podemos hablarlo en Madrid —dije—. ¿Y qué? Allí estarán Javier y Sergio… Y volverás a querer estar con ellos.
—No, de verdad… Te lo prometo.
—Mamen, puede que yo vuelva a empujarte en un momento de debilidad.
—No, te lo juro —repitió enlazando sus manos en mi cuello y apoyando su cabeza en mi pecho—. Pensaba que lo deseabas… que te excitaba.
—Ese es el problema. Que yo no sé si voy a ser capaz de aguantarme sin volvértelo a pedir.
—Si es lo que te gusta, lo haré solo cuando tú quieras… —noté su desesperación. Reí con tristeza.
—Creo que no Mamen… Pude evitarlo, y no lo hice, es verdad. Pero también creo que tú ayer deseabas follar con otro. Te vi en la discoteca, te vi ayer ahí en el salón… Y querías estar con él, no conmigo. Dime que no es verdad lo que digo, ni que disfrutas con esto.
Tardó unos segundos en responder.
—Sí disfruto… Pero solo si tú también lo haces. Nico, te dije que solo si querías…
—No te mientas, preciosa. —La besé en la nuca y la acaricié el pelo—. Yo soy el culpable. No detengo lo que me afecta y tú no lo detectas…
Estuvimos así tres o cuatro minutos. Yo sentado, ella en mis rodillas, ambos en silencio sin hablar pero con los pensamientos retumbando en nuestras cabezas.
—He de irme…
Ella no se movió.
—Nico, por favor…
Con suavidad, la quité de mi cuello y cuando la tuve de frente la besé en la mejilla. A punto estuve de hacerlo en los labios, pero luego pensé que ya no sabía si me pertenecían.
—Y ahora qué va a pasar, Nico…
—No lo sé…
—Hablamos en Madrid, por favor —volvió a abrazarse a mí.
—Está bien —la concedí, aunque no estaba del todo convencido—. Pero no te prometo, nada. Quiero alejarme de todo esto unos días, desconectar…
—¿Vas a ver a tu madre? —me preguntó limpiándose los restos de lágrimas.
Asentí.
—Yo iré a Alicante. Tres o cuatro días. ¿En una semana o así nos vemos en Madrid y hablamos? Por favor… —suplicó.
No eran mis planes. Prefería dejar pasar bastante más tiempo. Madurar aquello y tener claro si veía solución. Y sobre todo, quería libertad para pensar.
—Quizá algo más de tiempo.
—Nico, vamos a hablarlo en Madrid. Por favor. Hazlo por mí, aunque solo sea por lo que me has querido. He hecho lo que me has pedido, solo intentaba complacerte…
—Todavía te quiero, vida. Ese es el problema…
—Si me quieres y yo te quiero, todo se puede solucionar.
No. Se equivocaba. Así era más complicado. Al quererla con toda mi alma, el daño que me producía era devastador. Mi fantasía había pasado a ser un suplicio en cuanto noté que era ella la que dominaba la situación y tomaba los mandos de aquello. Perdí el control y sin él, el daño me superaba. Sí, era egoísta.
Si era sincero conmigo mismo, yo solo quería que follara con quién y cuando yo quisiera. Y eso, era, además de injusto, malvado. En el fondo, era verdad lo que ese día me dijo: la estaba utilizando.
Ella respiró. Volvió a refugiarse en mi pecho y me abrazó.
—No puede ser, no puede ser… Por favor, Nico… —me susurraba—. Vamos a hablarlo, te lo suplico…
—De acuerdo. Hablaremos en Madrid…
—Por favor quédate… Nos vamos juntos mañana. No me dejes sola…
—No, Mamen… prefiero irme solo. Rumiar todo lo que siento, que no es fácil. Sé que te puede parecer una barbaridad que te deje aquí… Tirada. Pero es que si me quedo, puedo explotar. Contra mí, contra ti… Y no quiero que suceda eso. La acaricié el pelo y ella se apretujó algo más en mí.
—No me dejes, cari…
—No te dejo… Hablaremos en Madrid… De verdad. —La abracé—. Yo me iré al apartamento del bloque de mi oficina. Tú, quédate en el nuestro… Cuando vuelvas de Alicante y yo de El Escorial, más tranquilos, hablamos de todo. Te lo prometo.
—Dime que lo vamos a solucionar, Nico, por favor… Dímelo.
Volví a besar su cabeza. Nos quedamos así unos minutos. No contesté.
—Quiero solucionar esto, cari… Te lo prometo —me decía compungida.
—Y yo, Mamen… Y yo —suspiré, sin saber muy bien en dónde residía el problema. Si en mi afán por excitarme viéndola con otros, o en ella habiendo decidido estar con quien quisiera sin contar con mi permiso.
—Te estaré esperando en casa, cari. —Me miró con lágrimas en los ojos—. Vuelve cuando quieras y vemos todo. Pero no te rindas, mi amor. —Se detuvo de nuevo—. ¿Por qué no te quedas y…? —se intentó abrazar a mí.
—Mamen —la separé con suavidad—, hablaremos en Madrid. Vamos a intentar solucionar todo… Pero ahora necesito irme. Poner espacio entre tú y yo. Aclararme. Necesito reflexión, madurar todo esto…
—Esto suena a que hemos cortado, Nico. No puede ser… —volvió a llorar—. No es posible que esto esté sucediendo… Yo no quiero seguir con esta vida, quiero la nuestra, la que teníamos. —Un llanto suave, lento y sin estridencias se apoderó de ella.
—Te quiero mucho Mamen… Demasiado para seguir así. Perdóname por todo. Solo yo tengo la culpa. —Fue a acariciarla, pero mi mano se quedó en el aire, como suspendida.
No me sentía con ganas ni con fuerzas para hacerlo. La abracé, me di la vuelta y salí de aquel apartamento con el corazón roto, a punto de ahogarme en lágrimas y sabiendo que estaba haciendo mucho daño a alguien a quien quería con locura. Y ella a mí.
Pero mis dudas, mis miedos, la sensación de estorbo o de añadido que empezaba a crecer en mí, me empujaba a tomar aquella decisión tan drástica. Sí, era consciente de que dejar a Mamen tirada en Ibiza, un día antes de nuestra vuelta, no era lo mejor. Pero necesitaba pensar, reflexionar, ver en mi interior si todo aquello que yo había iniciado de una forma, quizás, demasiado irreflexiva no iba a tener consecuencias entre nosotros.
¿Qué diferencia había entre Jorge, Javier, el tal Sergio o el chico de la discoteca de Ibiza…? Ninguna. Ninguna porque era hombres con los que Mamen se había acostado y en buena medida, por mi insistencia. Pero, me decía a mí mismo, mientras llegaba al puerto a coger el ferry que me llevaría de vuelta a la península, que no era lo mismo.
¿Por qué? Me esforzaba en razonar. Sencillamente, Mamen había tomado la iniciativa. Esa era la verdad. La cruel razón de mi desconsuelo. Había accedido al control de aquella fantasía que yo inicié un par de meses atrás. Miré al mar, cerré los ojos, y pensé que había sido un estúpido. Recordé las palabras de Jorge —en ese momento Andrés—, diciéndome que cuidara a Mamen.
«—No lo hagáis. No merece la pena…»
¿Y si Jorge, o Andrés, tenía razón y aquello no tenía ningún sentido? Respiré con profundidad. Había dos cosas claras: una, mi sexualidad, que había detonado con este tipo de experiencias. Era innegable que me excitaba sobremanera ver a Mamen con otros. Y aunque fueran acciones difícilmente aceptables o de complicada asimilación, debía reconocer que me encendían el deseo. Mucho, la verdad.
La otra cuestión, también innegable, era que había un peligro latente. La posibilidad de que nuestra pareja se rompiera por aquello, empezaba a ser muy real. Escondí mi cabeza en mis brazos. Me di cuenta de que a pesar de todos los reflexiones, tenía un acceso de erección. Pensar en Mamen con otros, a pesar del daño que me causaban ciertas acciones o decisiones, continuaba excitándome.
¿Estaríamos juntos de nuevo?
¿Volveríamos a tener una vida sexual normal, o ya estábamos atados a esta perversión de forma perenne?
¿Iba a tener Mamen el control absoluto de nuestra relación por ello?
Me dije que algo tenía que hacer al respecto, pero no sabía qué. Sin pensarlo mucho, busqué en la agenda del móvil. Tenía varias llamadas y mensajes de Mamen, pero en ese momento era incapaz de contestar… Pulsé el botón de llamada y al momento escuché una voz al otro lado de mi teléfono.
—Hola… ¿Podríamos vernos? Necesito hablar con alguien. Y no se me ocurre otra persona que no seas tú…
¿Te apetece un gintonic?
(Mamen)
Me pasé todo el día llorando, entre triste, confundida y cabreada. Sí, quizá me había excedido y no medí bien las consecuencias de ir por libre en aquella experiencia que Nico me había permitido disfrutar desde que Jorge apareció en nuestro salón. Pero, a la vez, yo era la que había intentado dejar el tema, no continuar y centrarnos en nosotros.
Él, no sé si midiendo las consecuencias que podía traernos, había vuelto a empujarme a los brazos de otro. Todo eso era cierto… Pero también que acostarme con Sergio y con Adrián había sido, única y exclusivamente, decisión mía. Pasaba de un estado de profunda decepción y tristeza a otro de enfado y malestar casi de forma inmediata. No podía tranquilizarme.
Llamé a Nico muchas veces, más de veinte y en mi móvil quedaron sin respuesta otros diez o doce mensajes. Tanto de texto como de audio. Le pedía perdón, le rogaba que volviera, o que me esperara en el aeropuerto para irme con él. Cuando vi que no contestaba, le insistía en que en Madrid lo aclararíamos todo, que lo quería, que era todo para mí…
Su silencio contribuyó a una sensación de injusticia que se fue convirtiendo en cabreo. Podía entender que no aceptara las dos ocasiones en las que yo había decidido follar con otro sin tenerle en cuenta. Pero no asumía que me hiciera sufrir así. Si me quería, y me lo había dicho, debería haberme contestado. Decirme algo, aunque solo fuera para calmarme o para tranquilizarme de cara a esa conversación dejada para cuando volviéramos a Madrid.
Yo tenía pensado pasar unos días con mis padres en Jávea, Alicante. Se habían jubilado allí, eran mayores y no los veía lo que quizá debiera. En principio, mi idea era estar casi una semana con ellos, pero con el embrollo en el que estábamos metidos Nico y yo no sabía en ese momento cuánto tardaría en regresar a Madrid. Por su parte, Nico iba a pasar unos días con su madre en El Escorial. Ella vivía en Madrid y él comía a veces en su casa. Mantenían buena relación, lo mismo que con sus dos hermanas. Y conmigo. No tengo queja ni de mi suegra ni de mis cuñadas. No conocí a su padre que había muerto antes de que él y yo empezáramos a salir.
Hice cuentas. Si Nico pasaba una semana con su madre y yo otra con mis padres, y dejábamos otra par de días para la conversación que debíamos tener, eso hacía que nos íbamos casi a fin de agosto. Justo cuando yo empezaba a trabajar de nuevo. Me hubiera gustado tener un par de días para nosotros solos y así poder hablar con mayor tranquilidad. Volví a sentir como dos lágrimas descendían lentamente por mis mejillas.
Miré al móvil. Ningún mensaje de Nico y todos con los dos ticks grises de que no los había leído. O que no quería que yo supiera que sí lo había hecho. Sentí algo de hambre. En el frigorífico solo había un poco de jamón de york, queso, tomates y huevos. No me apetecía hacerme nada.
Escuché unas risas por la ventana. La gente salía a disfrutar de la noche ibicenca y yo, allí, llorando, confusa, aturdida, triste y molesta. Me duché y decidí salir a cenar algo. Me puse una camiseta de tirantes, un pantalón corto blanco, unas alpargatas y cogí el bolso.
Estuve deambulando por la calle de los bares, sin saber muy bien qué hacer. Cada poco, volvía a mirar el móvil, pero nada cambiaba. Vi una mesa vacía en uno de los restaurantes de tapas a los que habíamos ido Nico y yo a cenar en una de las noches que salimos a dar una vuelta por allí. Me senté y esperé a que se acerca el camarero.
Mientras, volví a poner un mensaje a Nico rogándole que me contestara. Unos minutos después, el camarero se me acercó. No sabía si lo que tenía era hambre o una comezón en el estómago, pero pedí una ración de calamares y un tinto de verano. Tardó algo en traerlos, y empecé a picar sin apenas ganas. Todo me recordaba a Nico. En ese mismo bar, unas mesas más allá, hacía unos días, los dos nos reíamos mientras cenábamos.
Hoy, yo era un mar de rabia, tristeza y lágrimas. Una media hora después, y tan solo habiendo comido media ración de calamares y la mitad del tinto de verano, escuché una voz que me resultó conocida a mis espaldas.
—¿Te apetece un gintonic ?
Me volví extrañada. Era Adrián. Estaba allí de pie, con su más de uno noventa, sonriente, con una camisa de lino blanca remangada, bastante desabotonada y dejando ver sus dos antebrazos totalmente tatuados.
Tenía sendos gintonics en cada mano. No puede evitar volver a mirar el móvil. Nico seguía sin contestar ni dar señales de vida. Sentí como me invadía de nuevo el enfado y entonces, sonreí.
—¿Por qué no?
Continuará…