Nuevas reglas 9 (Mamen y Nico: Libro 3)

Seguimos con la historia...

Al día siguiente, Nico y yo, discutimos. Es verdad que no duró mucho, pero me empecé a dar cuenta de que los dos habíamos cambiado. Todo empezó con una pregunta suya que me dejó estupefacta.

—Cuando le dijiste a Sergio que te follara después de que lo hiciera por el culo… ¿A qué te referías?

Me quedé quieta. Sin saber qué responder. Él a su vez se quedó observando mi reacción. Intuí que entendió que Sergio ya me había follado analmente ese día.

—No sé… Fue una frase que me salió así —volví a mentirle de nuevo.

No me dijo nada. Pero apostaría a que no me creyó. Se quedó en silencio, rumiando aquello. Le noté serio y casi podía escuchar sus pensamientos.

—Nico, creo que deberíamos dejar de ver a otras personas… Se nos puede ir de las manos. —Comenté para cambiar el tema y dejarle ver mi opinión.

Intenté ser cariñosa, decírselo con tranquilidad para que ambos viéramos los peligros que suponía aquello.

—¿Por qué lo dices? —Se encogió de hombros e hizo como si mi comentario no fuera con él.

Noté que continuaba con sus pensamientos. Estábamos comiendo, una ensalada y pollo a la plancha. Nico, entre otros cambios, había decidido cuidarse y adelgazar. Otro, había sido apuntarse al gimnasio y a un grupo de running. Retomó también las clases de pádel. Se había cortado el pelo más a la moda y se había dejado una barba ligera de apenas un par de días que le oscurecía un poco su cara de niño guapete grande.

—No sé, Nico… creo que ya ha sido suficiente. No nos viene bien…

—Pues yo pienso que no es para tanto… —Me dijo de pronto, casi autoritario.

—Nico, hemos estado a punto de dejarlo… —le recordé—. Tú mismo me lo dijiste…

—Sí, pero fue por mi culpa. No creo que vuelva a pasar. He aprendido que hay que ser comprensivo con tu pareja. Y sobre todo… sincero. —Noté la pulla en su mirada.

—¿Comprensivo…? ¿Sinceros? No te entiendo…

—¿Qué es lo que no entiendes?

—Pues todo este cambio… —No quise entrar en los calificativos. Eran terrenos movedizos para mí—. Hace nada, apenas unos días, estabas planteándote que no podías seguir con este tema… y ahora te parece maravilloso. La verdad, me parece extraño.

Se me quedó mirando de nuevo. Percibí otra vez esa pizca de acusación en sus ojos. Algo que hasta ese momento no había detectado. Una especie de señal que me decía que él disfrutaba y que había, quizá, una especie de pequeña venganza en todo ello.

—Nico, vamos a dejarlo, cari… No quiero que discutamos, ni que se nos vaya de las manos —volví a mostrarme cariñosa.

—Cuando estuvimos hablando de este tema hace unos días, decidimos que continuaríamos… —me espetó sin enfado en el tono, pero serio.

—Ya… pero…

—¿Cuál es la diferencia…? ¿Que ahora yo también puedo? —Soltó la bomba.

—¿Cómo dices…? —La pregunta me sorprendió. Aunque intuía que iban por ahí los tiros, no me la esperaba, o al menos el timbre que utilizó.

—Pues eso… que ahora que yo te he pedido poder hacer lo mismo que tú, pones pegas.

—No cari… No es eso… Es que…

—Yo creo que sí lo es. Mientras solo tú podías tirarte a todo el mundo, todo estaba bien. —Aquellas palabras me hirieron sin remedio.

—¿Perdona? —me salió sin pretenderlo un deje sarcástico y ofendido—. ¿Cómo que yo me podía tirar a todo el mundo? Nico, no me jodas, que eras tú el que me empujaba a hacerlo… —le recriminé.

—Ya, pero no protestabas. No me vale… o al menos, no me vale del todo.

—Esto es injusto, Nico…

—Sí, es posible… Pero es la verdad. Tú has podido hacer lo que te ha apetecido. Y yo he disfrutado con ello, no te lo voy a negar. Ahora yo te pido que lo hagas por mí… Y que si puedes, también te lo pases bien.

—¿Y si no puedo?

—Pues yo ayer juraría que no fue así… Bien que follaste con Sergio, ¿o no fue así?

Le mire furiosa. Yo tengo mis prontos y sé que cuando me ofusco, es mejor no continuar. Respiré fuerte y me fui al dormitorio. Estaba confusa, cabreada, perdida… No sabía cómo reaccionar.

Por una parte, quería seguir con nuestro juego, pero por otra, no deseaba que Nico lo hiciera. Sentía, además, que una sombra de dudas se empezaba a cernir cobre nosotros. Yo, era innegable, ya había comenzado a mentir a Nico. Y eso, sin pensar mucho, era ser una egoísta.

El sentido de justicia, de reciprocidad y mi falta de verdad, me empezaban a acosar cada uno a su manera. A la hora y media, entró Nico al dormitorio. Me traía una Coca Cola Zero . Se sentó a mi lado y me dio el vaso.

—¿Podemos hablar?

Asentí espacio dejando el libro que estaba leyendo.

—Te pido perdón… No he debido decirte eso.

—Perdonado… —le dije—. Pero no lo vuelvas a hacer. Sobre todo cuando te estoy diciendo que debemos dejar este tema… Yo no pretendo nada…

—Lo sé… Ha sido una reacción mala mía. Fui yo quien empezó esto y soy yo quien metió las dudas…

—¿De verdad crees que esto nos viene bien?

—Mamen, creo que los dos somos morbosos, nos excitamos con este tipo de cosas… Somos maduros, o al menos lo hemos sido. ¿Por qué no dejarnos llevar?

—Porque puede ser peligroso… ¿Y si al final nos damos cuenta de que preferimos estar con otros solo para tener sexo y nos olvidamos de querernos? —Tenía verdadero miedo a ello.

Pero no era consciente de que ese temor solo era unidireccional. Únicamente me afectaba si era Nico quien lo hacía. Y daba por hecho que no me pasaría. En ese momento, cruzó, rápido y amenazante, mis dudas y sentimientos hacia Jorge. Sí, era un temor, incluso conocido por mí. Pero injusto para Nico y minusvalorado por mi parte.

—¿Y si eso no pasa? ¿Y si además de disfrutar nos hacemos más fuertes…? —me objetó.

—No lo sé Nico, es complicado… —dudé.

¿Cómo decirle que yo misma había sentido una especie de atracción por Jorge? ¿Le pasaría a él con Tania?

—No es fácil… O entiendo que no debe ser fácil. Pero también podríamos tener un poco de paciencia el uno con el otro. A mí no me gustó que fueras tú quien decidiera acostarte ese día con el de Ibiza… O que tuvieras una noche de no sé cuántas horas y polvos con Javier y Sergio… Pero intento amoldarme.

—No tienes por qué. Hemos estado sin hacer esto y nos ha ido bien…

—Hemos fantaseado continuamente con ello… Desde que empezamos a salir. No me digas que no te pone… Te conozco Mamen, sé cómo eres, cómo piensas. Te he visto…

Callé. Tenía razón. Era muy atractivo disfrutar de una completa y consentida libertad sexual. Pero la prefería solo para mí. A pesar de ser irracional, injusto y seguramente infantil sentimiento de celos.

La imagen de Jorge me volvió a acechar. Yo misma sabía que aquello podía pasarle a él, como me sucedió a mí.

—Podemos ir poco a poco… Yo me acostumbraré y tú también. Estoy seguro, preciosa. Yo me sigo excitando cuando te veo con otro… Eres maravillosa, me provocas como nadie lo ha hecho. Dame tiempo. Date tiempo…

Me cogió me los hombros y me abrazó. Yo me refugié en su pecho y le cogí por la cintura. Podía ser que me terminara acostumbrando y que disfrutara viéndole a él con una mujer. Podía ser que él no fuera como yo y se enganchara de una mujer como Tania. Podía ser que todo fuese bien.

Nos besamos y yo, una vez más, pensando en que no quería romper nuestra relación, me desarmé. La pregunta seguía retumbando en mi cabeza: ¿por qué Nico quería ahora estar con otras? ¿Le atraía yo menos que antes? ¿Era en venganza por haberme acostado con Adrián o con Sergio? ¿Qué era lo que había cambiado en verdad en él…?

—Empecemos de cero con este tema. Sin agobios, ni reproches… Solo te pido una cosa… que seas completamente sincera conmigo. ¿De acuerdo? Los dos, quiero decir…

Cerré los ojos. Intuía mucho peligro en aquello.

_________

La llamada de Tania, diez días más tarde, me sorprendió. Durante esa semana y media yo había estado complaciente con Nico, habladora, simpática, dispuesta a hacer cosas juntos y a acostarnos en cuanto a él le apeteciera.

Tenía varias razones para ello. La primera, que si lo mantenía distraído y satisfecho, yo tenía el convencimiento de que estaría menos proclive a acostarse con otra. La segunda, que de esa forma, yo también me alejaba de posibles tentaciones. Y la tercera, que de alguna forma deseaba llevar una vida normal, aunque supiera que aquella sexualidad encendida y despierta, siguiera allí latente y agazapada. Nico seguía disfrutando cuando me pedía que le contara detalles de alguna de mis folladas con otros.

Los dos últimos días, le había dado porque yo le contara cosas acerca del chico de Ibiza. Parecía haber asumido aquello y tomarlo como parte de nuestro juego. En concreto me incidía en su enorme polla, de si me había gustado y de cómo me había sentido.

—¿Era grande, verdad? —me mordisqueaba el lóbulo de la oreja izquierda mientras me acariciaba el vientre por debajo de la camiseta que yo usaba esos días para dormir.

—Sí… —me dejaba hacer sintiendo su lengua y sus dientes juguetear conmigo.

—¿Mucho?

—Enorme…

—Me fijé cómo se la chupabas… —continuaba por el cuello—. No te cabía en la boca…

Yo suspiraba y empezaba gemir. Sentía una mezcla de excitación por las caricias de Nico, y a la vez, porque no iba a negarlo, al recordar a Adrián y su polla tan fascinantemente grande.

—¿Te gustó chupársela?

—Mmmm… Mucho, cari. Me encantó.

Sus dedos empezaron a abrirse camino entre mis labios vaginales. Empezaba a lubricar solo con recordar que no se la pude chupar convenientemente por la anchura y longitud de aquel pene. Apenas me podía meter la mitad y el glande ocupaba casi las tres cuartas partes de mi cavidad bucal. Recordé cómo movía la lengua por aquel prepucio tan enorme y como su líquido preseminal empezaba a salar mi saliva.

Gemí de nuevo al sentir los dedos de Nico acariciar mi clítoris. Cerré los ojos y volvía a ver a Adrián, su pose chulesca, su mediana calidad al follar, pero la enormidad de aquel pene que solo por su tamaño, hacía que mi excitación se elevara sin remedio.

—¿Y qué tal te folló?

—Me lo follé yo a él… Tú lo viste —dije presa del ardor y de la exaltación a la que me estaban llevando los dedos de Nico y el recuerdo de aquellas dos noches en Ibiza.

Mi novio al escuchar aquella frase se detuvo un ligero instante, pero continuó de nuevo con sus caricias. No me dijo nada más, hasta después de un rato.

—Me acuerdo como le dabas con la lengua en su polla… —prosiguió Nico—. Era como si le invitaras a que la metiera en la boca en un empujón.

—¿Te gustó verme? —susurré llena de malicia.

—Sí… —hizo una nueva pausa—. Mucho, me excita mucho verte… —dijo al fin mientras aceleraba el movimiento de sus dedos.

Me corrí entre gemidos, suspiros de placer y el recuerdo de aquella polla tan colosal entrando y saliendo de mi boca y de mi vagina. Abrí los ojos fatigada y miré a Nico que me miraba con evidente pasión y algo de agarrotamiento.

Me dio la sensación de que el recuerdo de esa noche le seguía martilleando, pero que se, digamos, esforzaba en aparentar lo contrario.

—¿Quieres que te haga lo mismo? —le dije lamiéndole el cuello y buscando con mi mano derecha su polla erecta y dura.

—Sí… —dijo con algo de ronquedad—. Me quiero correr como él…

Lo hice levantarse y se quedó de pie en la cama, conmigo de rodillas y mi boca a escasos centímetros de su glande.  Le miré a los ojos y saqué la lengua muy despacio hasta rozar la punta de su pene. Lo impulsé muy despacio y con un ligero lametón hacia arriba, de la misma forma que había hecho con Adrián.

Una vez, dos, tres, cuatro, cinco. Le incitaba y excitaba… hasta que él mismo hizo un amago de introducírmelo en la boca. Me aparté ligeramente con una sonrisa malévola y empecé a pasar mi lengua por sus testículos, por el tronco de su polla, por el perineo… Noté la palpitación de su miembro, una gota brillante de líquido preseminal apareciendo por la punta y su mirada tensa, de placer infinito. La lamí envolviéndola con mi lengua muy despacio.

Con la mirada en sus ojos, volví a ponerme a escasísima distancia de su polla y, con la misma lentitud, fui abriendo la boca mientras mi lengua recogía esa primera gota de su glande. Cerré los ojos y fui introduciéndome su pene muy despacio y sintiendo cómo mi lengua lo lamía con facilidad. Succioné con cierta presión, chupé con morbo y lascivia tragándome las ya numerosas muestras de preseminal y noté que se endurecía al máximo su polla.

Sin sacármela, le acaricie los huevos con mis uñas y en apenas cinco a seis segundos, el primer chorro de semen me golpeó en el paladar, a la vez que Nico emitía un furioso gemido lleno de animalidad y goce. Descargó una segunda vez dentro y dejé que saliera de mi boca su pene, que volvió a disparar a mi cara una segunda y una tercera andanada.

Sonreí y me lamí los labios recogiendo parte del semen de mi novio. Yo había cumplido. Nico se había corrido como Adrián, en mi boca. Igual que el segundo polvo que echamos en Ibiza la noche que me quedé sola…