Nuevas reglas 5 (Mamen y Nico: Libro 3)
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Me volví hacia él y me despedí con la mano antes de abrir con la llave. De camino hasta el portal fui pensando. Sinceramente, no sé qué hubiera sucedido si en vez de Javier hubiera sido Sergio. O Jorge. Eso me hizo decidir que tenía que hablar con Nico de inmediato. No deseaba perderlo por nada del mundo.
A la mañana siguiente, le puse un mensaje decidida a recuperar a mi novio.
Mamen
Hola cari.
Nico
Hola
Mamen
Q tal?
Nico
Bien, tú?
Mamen
Yo mal…
No recibí mensaje de respuesta de mi novio inmediatamente. Hubo un par de minutos en los que parecía que la pantalla se había quedado congelada. Me estaba empezando a poner nerviosa, cuando al momento vi «escribiendo». Nico estaba contestando.
Nico
Me gustaría que nos viéramos
Que habláramos de todo
Te parece?
Mamen
Sí, claro
Por mí, cuanto antes
Tenemos que aclarar todo, cielo.
Nico
De acuerdo. Cuándo?
Mamen
Hoy mismo si puedes.
La situación me supera, Nico.
Nico
Vale
También lo necesito
Paso hoy por casa. A eso de las siete?
Mamen
Ok. Te echo de menos
Quiero resolver esto, Nico. De verdad
Nico
Lo sé. Te quiero, preciosa
Mamen
Y yo a ti
Mucho
Por la tarde, estuve muy inquieta. Hacía casi dos semanas que yo me había venido a solas de Ibiza, con esa mezcla de enfado, pena e incomprensión desde que él se fue un día antes dejándome sola. En estos días había tenido tiempo de pensar. Volver a trabajar y alejarme de los días de verano, de las vacaciones y centrarme en la vida real, había supuesto una especie de alivio para mí.
Incluso el ver a Javier ayer me hizo confirmarme a mí misma, que necesitaba a Nico. Pero a pesar de los días pasados, de lo que le echaba de menos y las horas de reflexión, me era inevitable seguir sintiendo esa mezcolanza de sentimientos. Mi malestar con Nico era evidente. Sí, yo tenía culpa, pero él también y en mi opinión, debía haber asumido conmigo, los dos juntos y de una forma más madura, esta situación.
También estaba enojada conmigo misma por haberme dejado llevar. Con Javier, con Nico, y con Adrián en Ibiza. Estaba apenada porque no deseaba que se terminara lo nuestro por un juego excitante, morboso y sexual que se nos había ido escapando de las manos a ambos. Y también sentía una incomprensión hacia toda la situación porque, a fin de cuentas, nos lo habíamos buscado ambos de una forma gratuita, sin necesidad de hacerlo. Pero, de la misma forma, haber estado con Javier tan solo cenando, me había hecho ver las cosas, quizás, algo más claras.
Sonó el timbre de la puerta y fui a abrir. Allí estaba Nico, mi novio, o mi exnovio, porque no sabía exactamente cuál era la definición en ese momento. Tenía una media sonrisa tímida, casi vergonzosa y la mirada nerviosamente huidiza. Lo abracé con suavidad y le besé en la mejilla.
—¿Qué tal estás? —le dije.
—Bien, ¿tú?
—Yo estoy mal, Nico. No te lo pudo negar.
No le mentía en este caso. Él, desde que llegué de Ibiza se había instalado finalmente en uno de los apartamentos de una obra que su despacho llevaba. Era una obra de un bloque grande y estaba iniciando la segunda fase. Su padre, muerto hacía cuatro años de una insuficiencia coronaria, había sido un arquitecto bastante ocupado y de éxito. Su estudio, con otras seis personas, además de Nico, entre delineantes, aparejadores y otro arquitecto, no paraba de trabajar. Sin embargo, su ropa, o casi toda su ropa, seguía aquí, en nuestra casa, salvo unos pantalones y camisas que me pidió ir a recogerlos para trabajar. Lo hizo un día, mientras yo estaba en la agencia. Cosa que, debo admitirlo, me cabreo bastante.
No entendía por qué Nico no quería hablar del tema conmigo. Yo, al menos desde ese día, lo tildé como algo parecido a una cobardía para asumir su parte del error. Nos fuimos al salón.
—¿Quieres tomar algo?
—Sí… lo que tengas.
—¿Una Zero …?
—Sí. O agua. Me da un poco igual.
Yo me fui a la cocina a preparar dos vasos con hielo y la bebida. Él se quedó en el salón sentado en el sofá. Tenía evidentes muestras de nerviosismo. Lo vi más delgado y me dio la sensación de que llevaba la ropa algo más ceñida de lo que él, habitualmente, hacía.
Volví con la bebida y me senté a su lado. Ambos nos callamos. Parecía que ninguno quería empezar a hablar. Yo, al menos, deseaba que fuera él. Al fin, respiró profundamente, me miró y empezó.
—Mamen… Me apena mucho todo esto. No sé si hago bien, o si es lo correcto, pero necesito encajar esta situación… —Se detuvo.
—¿Qué situación, Nico?
—Mamen… Lo de Ibiza, lo de ese viernes antes de irnos…
—Nico, cielo… —me acerque un poco hacia él e hice que me mirara a los ojos—. Siento mucho lo que pasó. De verdad, te lo prometo. Lo borraría si pudiera.
—Lo sé… Es un tema mío, Mamen. No logro asumir esto… O al menos, no soy capaz.
—De acuerdo… Pues olvidémoslo.
—No puedo…
—¿Por qué no puedes?
Me miró durante unos segundos. Luego bajó la vista al suelo. Se frotó las manos. Noté que le costaba decirlo y mi corazón se aceleró por la intranquilidad.
—Porque, a pesar de todo, me sigue gustando —confesó algo avergonzado—. Me atrae… Pero tengo la sensación de que has cambiado.
Lo miré seria. Cerré los ojos un momento, y respiré, en parte defraudada.
—Nico… no sé a qué te refieres con lo de que he cambiado. Es verdad que me equivoqué… Que llevé más allá de lo que tu querías esto… pero, te recuerdo que en la casa de Javier te pedí irnos. Tres veces, cari. —Se lo dice suave, despacio. Con ternura. Él asintió despacio.
—Es verdad… Pero en Ibiza fui yo quien te dije de venirnos ya al apartamento y tú no quisiste.
Sí, ahora era él el que tenía razón. Toda. Aquella noche me apeteció acostarme con aquel chico. No sabría decir por qué. Quizá, y era una sospecha, de forma inconsciente me rebelaba a que fuera cuando a Nico le apeteciera y con quien él escogiera.
—Sí. Y te pido perdón otra vez por ello. No debí hacerlo.
—El problema, Mamen… es que no sé, no te enfades, porque sigo pensando que quien lo ha estropeado he sido yo… Pero, a pesar de ello, y en que me siento culpable…
Se detuvo y mi cabeza se alertó. Aquella frase denotaba que seguía en la misma idea desde que se fue de Ibiza sin mí.
—… tengo la sensación de que te has alejado de mí… —continuó en un tono apesadumbrado—. Que disfrutaste con ello, que te apetece tener tus aventuras sin mí, que prefieres acostarte con otros antes que conmigo, que has decidido tener tu propia vida en este tema… Y eso, me da miedo, me duele… Sé que es complicado de explicar. Me excita y me jode…
—Quieres decir que porque esa vez he sido yo quien ha elegido con quién, dónde y cuándo he querido, ¿es diferente a cuando me lo propones tú? —pregunté con suavidad.
Asintió despacio.
—Sé que no es muy normal, ni racional, ni posiblemente justo… pero, sí, más o menos, es como tú lo dices. Además…—se quedó callado, dudando si continuar o no.
—¿Además, qué, Nico?
—No sé si te has fijado… Pero tú y yo desde que se fue Jorge, nos acostamos menos. Esto era para disfrutar más, tener más sexo, o más excitante. Y ahora, lo hacemos menos… Y distinto.
No lo había pensado. No llevaba la cuenta, y no sabría decirlo si habíamos disminuido las veces en que nos acostábamos desde que se había ido Jorge. En lo que sí percibía que Nico tenía razón, era en que lo hacíamos distinto.
—Ahora te gusta más follar… Ya no tanto hacer el amor.
—Nico, eso no es verdad…
—Yo lo noto así… ¿Te acuerdas del día en que estuvimos hablando en Ibiza de lo de esa noche en casa de Javier?
—Sí…
—Pues te noté que lo que deseabas era follar… Simplemente follar. No acostarte con tu novio.
—Nico… ves cosas que no son…
—Mamen, te conozco muy bien. Y ha habido más días.
—Nico, te aseguro… te juro, que me sigues poniendo mucho, que me encanta estar contigo en la cama, que disfruto…
—No sé, Mamen —tardó en responderme—. Yo lo noto así. Te creo. Me lo dices, y te creo. Pero hay algo que ha hecho click en ti…
Me quedé pensativa. ¿Era eso verdad? No podía negar que desde que Jorge y yo follábamos, había aprendido cierta cosas, y disfrutado con algunas posturas y movimientos más atrevidos o lascivos que los de Nico. ¡Pero eso no implicaba que ya no me gustara estar con él! De eso estaba segura. Respiré y lo miré a los ojos.
—Te quiero Nico, te lo juro… No hay otro hombre, ni quiero estar con otro. No sé cómo hacértelo ver…
—Te creo, Mamen. De verdad. —Se quedó pensativo, callado, ensimismado en sus reflexiones.
Lo sentí apenado, verdaderamente triste y conmovido. En mi interior deseaba que Nico se olvidara del tema, que lo sucedido quedara arrinconado y sin mayor consecuencias que el silencio sobre aquello entre ambos terminara de una vez con un abrazo y un beso.
—¿Y qué solución ves? —me atreví a preguntar—. Porque solución, tiene que haberla Nico. No podemos tirar lo nuestro por la borda…
—No lo sé… —me dijo en voz baja—. No puedo negar que me excita verte con otros… Me fascina. Pero también hay veces que me duele demasiado.
—No lo hagamos más… Nico, te lo he dicho muchas veces. Esto se termina y nos centramos en nosotros.
—Mamen… No puedo evitarlo. Es muy excitante para mí… Querría hacerlo, olvidar esto y actuar como si nada hubiera pasado. Pero me sigue atrayendo, aunque me duela porque note ciertos cambios en ti… —Se quedó pensativo otra vez unos segundos. Luego, me miró—. No sé cómo explicártelo, nena… es algo que gusta y duele a la vez. ¿Masoquismo…?
—Tú no eres masoquista Nico.
—Ya… a lo que me refiero, es que aunque me duela, lo admito. Me excita y me afecta… Pero lo controlo si es algo que decidimos ambos. O queremos ambos. No cuando te vas y me dejas solo… Eso me cuesta más.
—Nico… —fui a decirle que olvidara aquello. Todo.
—Es un dolor que gusta… No sé cómo hacértelo ver. —Se quedó pensativo de nuevo unos instantes—. Por ejemplo, ¿y si yo te pidiera estar con una mujer? ¿Lo admitirías?
Él sabía que no me gustaba aquella idea. De hecho, en alguna ocasión, lo habíamos hablado como algo hipotético, y yo, siempre, había dicho que me resultaría imposible de ver.
—Lo tendría que aceptar… —Mi respuesta no era totalmente sincera. Por una parte, quería parecer tolerante, abierta, parecerme a él. Pero no me podía ocultar que yo era en ese aspecto, más celosa—. Lo aceptaría, aunque no me gustara tanto como a ti —maticé.
—A eso me refiero. Si yo te lo pidiera, creo que te verías obligada a aceptar, y no sé si sería bueno. Yo debo asumir el dolor y el malestar que me supuso lo de Ibiza y lo de Sergio, porque a fin de cuentas esto lo empecé yo. Pero ni una cosa ni otra son cómodas. Y esto era para disfrutar…
—Pues no volvamos a hacerlo… —le dije.
—Sí, quizás eso sería lo mejor… Pero me atrae tanto… Te lo pediré, seguro, alguna otra vez. Pasarán días, haremos como que se nos ha olvidado, y en cuanto nos sintamos seguros otra vez, te diría que follaras con otro.
—Yo me negaré, cari…
—No creo Mamen… Al final, hemos llegado donde estamos por mi insistencia… y también porque a ti te ha gustado esto. No sé si quiero cortarlo. Pero tampoco sé si puedo asumirlo como al principio con Jorge…
Ambos nos quedamos callados de nuevo. Demasiados silencios entre nosotros. Intuía que la conversación había encallado, que no avanzaba y que iba a ser muy complicado que lo hiciera. Yo no sabía lo que quería. Por un lado deseaba seguir acostándome con total libertad con otros. Pero entendía el riesgo que eso conllevaba. Nico, y la razón ya era evidente, no lo contemplaba de la misma forma que al principio
—Te propongo algo… —comenté.
—Dime…
—Vuelve aquí, conmigo… Espera… —lo corté ante un intento de protesta suyo—. Con calma, con madurez y tranquilidad, vemos todo. Yo quiero seguir contigo, Nico. No me apetece nada despertarme sin ti, que no estés a mi lado… Esto solamente lo resolvemos, los dos y para eso, tenemos que estar juntos. —Le cogí una mano y me acerqué un poco más. Él me miró, respiró hondo, sonrió a medias, y asintió.
—Vale… Pero seamos sinceros el uno con el otro. ¿De acuerdo?
—Sí, claro que sí, vida.
Lo abracé y le besé en la mejilla. No quería forzar nada, pero en ese momento me lo hubiera llevado a la cama a terminar de convencerlo. Sabía que no era lo correcto. O al menos, no lo más aconsejable. En ese momento, mi obligación era ser cauta, permanecer tranquila y que Nico estuviera lo más relajado y convencido posible.
Correspondió a mi abrazo y me besó en el cuello un par de veces. Me mantuve ahí, con mi cara apoyada en sus hombros, sintiendo sus manos recorrer mi espalda y una cierta tranquilidad abriéndose camino en mi pecho.
—¿Has…? ¿Has, vuelto a verlos…?
Me separé de él con una mueca de extrañeza.
—¿A quién?
—A Javier, a Sergio…
—¡No! —le dije casi divertida—. Bueno a Javier por aquí, en el gimnasio. Pero nada más. No te rayes con eso, cielo, por favor… —le susurré, y volvía abrazarlo—. Sin ti, no tiene sentido nada de esto…
Cerré los ojos y apreté con fuera mis brazos sobre él. No había sido sincera. Al menos, no totalmente.
—¿Seguro? —La pregunta me alertó.
—Sí —me separé para mirarlo a los ojos—. No he vuelto a ver a Sergio, te lo juro. Y a Javier solo en el gimnasio Nos hemos saludado y eso…
—¿Y al de Ibiza…?