Nuevas reglas 4 (Mamen y Nico: Libro 3)

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Subí a casa a eso de las diez de la mañana. Después del último polvo con Sergio, estuvimos un rato charlando los tres. Tania resultó ser tremendamente simpática y de fácil conversación, además de una mujer completamente liberada, sin fronteras en cuanto al sexo. ​

Me explicó que ella solía hacer las mamadas con un caramelo de menta, porque así conseguía un efecto de frío y calor muy estimulante para el hombre. Y que, el sexo anal, para ella, era muy placentero. El spray usado por Sergio constituía algo de uso habitual por la canaria. Lo mismo que el lubricante utilizado por él, que, además, tenían componentes analgésicos que facilitaban la penetración indolora. ​

Una media hora, después, y cuando me entró, por fin el sueño, empecé a sentir en mi ano una sensación de ensanchamiento y tirantez, no dolorosa, pero ligeramente incómoda. ​

—Un ibuprofeno, mi niña… —Y reía mientras me acariciaba uno de mis glúteos. ​

Me quedé dormida algo más de tres horas. Y a las diez, de golpe, me desperté. Fue casi una suerte, porque si no, hubiera dormido en casa de Javier hasta, por lo menos dos o tres horas más.

Me vestí, y sin hacer ruido, para no despertar a nadie, salí de allí, subí por las escaleras esperando no encontrarme a ningún vecino y entré en casa todo lo silenciosa que pude. ​No me lo esperaba, pero Nico estaba despierto.

Me entró una sensación de vergüenza y culpabilidad. Era consciente de que había tenida una noche excesiva de sexo, sin barreras y en donde mi novio, salvo en los primeros compases de ella, ni siquiera había estado.

Me abrazó en cuanto estuvo cerca de mí. ​

—¿Estás bien? —me dijo. ​Pero no pude contestar.

O no sabía exactamente qué contestar. Estaba cansada, sí. Cansada de sexo. Y también extraña. Me sentía rara, como lejana de Nico. Opté por intentar aparentar tranquilidad y dejar pasar, al menos, lo que quedaba de día, e irnos a Ibiza. En pocas horas, salía nuestro avión.

—Me quiero duchar… —me escuché decir. Le besé de refilón la mejilla y subí al dormitorio despacio, con pensamientos contradictorios y culpables.

Nico me había empujado a ello, a esa noche de desenfreno. Bueno, siendo sincera, posiblemente aquella disculpa pasara el filtro del primer polvo. Pero no el segundo, y mucho menos la experiencia anal que había tenido con Sergio, con mi total y absoluta entrega y disfrute.

El agua caliente no me limpiaba. O al menos, no lo sentía así. Y tampoco tenía fuerzas para contarle a Nico lo sucedido. No me parecía adecuado, ni justo. Salí de la ducha, me puse un pijama y me metí en la cama, rogando porque pasaran aquellas horas lo antes posible y llegara el momento de irnos a Ibiza para olvidarnos un poco de todo esto.

Tardé en dormirme. Por mi cabeza pasaban imágenes de Jorge, a quien había logrado sacar de mi cabeza. ¿O lo sucedido esa noche era una especie de venganza contra Nico contra mí misma o contra el mundo, por ya no tenerlo? Era esa la razón por la que me había desfogado con Javier y Sergio? ¿O simplemente me había dejado llevar porque me apeteció follar sin límites esa noche?

Escuché que Nico entraba en el cuarto. Yo estaba vuelta de espaldas y no me giré. No hubiera sabido cómo explicarle lo sucedido, la catarata de sexo y de deseo que me había inundado esa noche. Preferí cerrar los ojos, hacerme la dormida y esperar. Segundos después, entornó la puerta y yo solté un par de lágrimas sin saber exactamente el por qué.

Afortunadamente, tras unos minutos de reflexiones, excusas o pensamientos extraños y poco convincentes, logré conciliar el sueño. El ibuprofeno que me aconsejó Tania, hizo efecto, y la tirantez de mi ano se fue relajando a la vez que el sueño se apoderaba de mí.

Dormí intranquila, soñando cosas inconexas y llenas de claroscuros. Cuando me levanté, tres horas más tarde, estaba aún muy nerviosa. Nico, seguramente me preguntaría y yo no me encontraba con fuerzas para contarle la verdad. Decidí, por primera vez en mi vida, mentirle.

Nico vuelve a casa

La vuelta a la casa de Madrid fue una experiencia dolorosa. Yo continuaba con esa mezcla de sensaciones, con un batiburrillo de pensamientos que apenas me conducían a nada en concreto. Estaba disgustada con Nico, más conmigo misma, y confundida por todo lo que había pasado.

No tenía claro si aquella fantasía era verdaderamente buena para nosotros. Con Jorge había sido distinto, o al menos yo así lo percibí. La insistencia de Nico para que me liara con Javier, había sido el detonante de aquella explosión incontrolada que nos mantenía, a principio de septiembre, separados a mi novio y a mí.

Había días que la ofuscación me llevaba a plantearme si Nico era el hombre de mi vida. Si de verdad lo que sentía cuando me veía con otro era, únicamente una excitación, o se había convertido en una especia de adicción. Eso me llevaba a la siguiente pregunta: ¿el sexo entre nosotros iba a ser normal o ya se contaminaría para siempre con estas fantasías hechas realidad? No lo veía nada claro. Esos días de enfado y malestar con Nico eran peligrosos. Para él y para mí. Afortunadamente, todo quedó en nada… O en casi nada.

Nico tardó un par de semanas en ponerme un mensaje para hablar y yo, mientras, seguía haciendo una vida lo más normal posible. Trabajaba, iba al gimnasio, alguna tarde a la piscina, salí con una amiga a cenar algo un par de veces… Nada especial. Un día, en el gimnasio, y justo cuando me disponía a salir, se me acercó Javier.

—Hola, Mamen. ¿Ya de vuelta?

—Hola Javier. Sí, se terminó el verano…

Nos dimos dos castos besos en la mejilla como si fuéramos un par de amigos normales y corrientes.

—¿Nico?

—Está con su madre en El Escorial…

Javier me miró durante un par de segundos. Era un tipo con un indudable atractivo. No es que fuera guapo, pero si destilaba seguridad, virilidad, aplomo… Cosas que a nosotras, o al menos a mí, me llamaban la atención.

—¿Te puedo invitar a cenar…? Yo también estoy solo… —me sonrió.

—Javier… no creo que sea una buena idea.

—¿Cenar es una mala idea? Yo lo hago todos los días por la noche… —se encogió de hombros.

—Sabes a lo que me refiero…

—Mamen, somos adultos. Solo pasará lo que tú quieras que pase.

Me quedé mirándolo. Dudé. Lo cierto era que la casa se me venía encima sin Nico. No paraba de darle vueltas al hecho de que estuviéramos separados. Posiblemente una cena acompañada, me vendría bien.

—No lo sé, Javier…

—Mamen… no quiero que pienses que solo busco meterte en mi cama. Me gustas, no te engaño, pero no soy un crío.

—De acuerdo… Pero vamos ya. Si paso por casa, me quedo.

—De acuerdo. Yo me acabo de duchar…

—Yo también —me reí.

Él iba con unas bermudas cortas de color azul marino y una camisa de lino blanca arrugada. En los pies unos náuticos algo pasados de moda, pero discretos. De color azul también. Yo iba en shorts rojos y una camiseta blanca. En los pies unas cuñas muy normalitas, casi de andar por casa. Pero prefería ir así, tan informal y que Javier no pensara que podría intentarlo. No me apetecía, la verdad.

Sí, había estado con él, pero no era el tipo que más me atraía. Si no hubiera sido por la insistencia de Nico, dudo mucho que me hubiera fijado, más allá de que era un madurito muy bien conservado. Fuimos a un bar de tapas y raciones, paseando. No había mucha gente y encontramos sitio en una mesa alta. Pedimos algo de picar y dos cervezas. Hacía una buena noche.

—¿Qué tal el verano? —me preguntó.

—Bien… Estuvimos en Ibiza. Ya sabes, playa unas copas… poco más. ¿Tú?

—Yo me he quedado aquí. En agosto es cuando mejor se está en Madrid. Me iré ahora, a mediados de septiembre con mi chica a Lisboa.

No quise preguntarle cuál de ellas, porque, tal y como me había contado Nico, le había visto con Tania unos días antes de que él y yo termináramos en la cama. Supuse que a la que se refería en ese momento, era a la inspectora de Patrimonio Artístico, pero no indagué.

—Me gustó mucho estar contigo esa noche… —me dijo en su susurro acercando su mano a la mía, sin llegar nada más que a rozarla.

—Gracias Javier… Pero yo…

—Tranquila Mamen. No estoy ligando contigo. Solo te digo que me gustó. De verdad. Y solo sentí que cuando me desperté, ya te habías ido.

—Era tarde… Si te acuerdas, habíamos subido a tomar una copa y al final me fui a mi casa tardísimo…

—¿Qué tal Nico?

Entendí que me preguntaba algo parecido a cómo se lo había tomado. Era obvio que sabía que estuve también con Sergio, por lo que supuse que su pregunta iba por ahí. No quise meterme en ese terreno.

—Nico está bien. Con su madre, como te he dicho. Es viuda y tiene setenta y seis años.

—¿Vive en El Escorial?

—No… Bueno, a partir de junio ya sí. Hasta mediados de septiembre. No, ella vive en un piso en Argüelles. Me miró unos segundos.

—Eres muy guapa, lo sabes, ¿no?

—Javier, me dijiste que no me estabas tirando la caña…

—Y no lo estoy haciendo. Solo digo la verdad, como antes. —Sonreía zalamero.

Terminamos de cenar y la conversación fluyó por derroteros más normales e incluso graciosos. Javier era buen conversador y mantenía la charla siempre amena. En un momento dado, me miré el reloj. Era casi las doce de la noche y yo trabajaba al día siguiente.

—Voy a irme, Javier te agradezco la compañía… —busqué en el bolso mi cartera.

—Ni se te ocurra.

—No, Javier…

—Sí, Mamen. Son dos raciones y media. Cuatro cañas y un café… Mi sueldo de funcionario me permite esto. A pesar de la pensión que le paso a la bruja de mi exmujer…

—No será tan mala…

—Un día, si quieres, te cuento con más detalle. Una hija de puta… Te lo aseguro.

Salimos del bar y fuimos andando hasta la entrada de nuestra urbanización. Antes de llegar me cogió del brazo e hizo que me volviera.

—Mamen… Tengo que intentarlo. No puedo dejar pasar la oportunidad.

Lo miré extrañada, aunque enseguida supuse por donde iba.

—¿Te apetece subir a mi casa? O si prefieres la tuya…—me dijo con total tranquilidad—. Me gustaría volver a estar contigo, la verdad. Sé que te dije que no te iba a tirar los tejos, pero ya ves…

—Javier, no es buena idea. Mañana, además madrugo… —añadí como excusa.

—No puedes negar que hay química entre nosotros… La primera vez que salimos ya nos besamos… Y luego… En fin, que me gustas Mamen.

—Lo sé. —No podía decirle que todo había empezado con un juego por la insistencia de Nico—. Pero prefiero estar tranquila estos días.

—¿Es por Nico?

—No… Por mí, Javier. Te agradezco tus piropos y todo eso… Pero, prefiero que no.

—De acuerdo. Me jode, pero de acuerdo. —Sonrió—. ¿Otro día?

—No sé… quizás.

—Es posible que me destinen a otro sitio… ¿Ni siquiera dándote pena lo voy a lograr?

—No lo sé, Javier —sonreí. Él me acarició mi mejilla y se me quedó mirando fijamente.

Acercó su cara a la mía y me besó con suavidad. Nada de lengua ni de forma pasional. Fue un beso tierno, casi bonito. Yo a su vez lo acaricié a él también, sonreí, y respondí con un ligero piquito en los labios. Luego me separe de él.

—Ve tú delante… No sea que la vieja del visillo nos vea juntos.

—Gracias Javier. Lo he pasado muy bien. —Me encamine hacia la puerta de entrada de la urbanización.

—Sabes mi teléfono. El día que quieras…

Me volví hacia él y me despedí con la mano antes de abrir con la llave. De camino hasta el portal fui pensando. Sinceramente, no sé qué hubiera sucedido si en vez de Javier hubiera sido Sergio. O Jorge. Eso me hizo decidir que tenía que hablar con Nico de inmediato. No deseaba perderlo por nada del mundo.