Nuevas Reglas 2 (Mamen y Nico: Libro 3)

Sigue la historia...

Nos fuimos al salón y continuamos besándonos y a acariciarnos ambos sexos. De pie, en la alfombra, mientras su lengua jugaba con la mía, haciendo lentos círculos, yo le toqué los huevos con la palma de mi mano. Eran grandes, también estaban rasurados y su polla, en menos de un minuto, estuvo lista.

Me agaché y despacio, me la metí en la boca. No era como la de Jorge. Pero la de Sergio era un poco más larga y gruesa que la de Javier o la de Nico. Y ligeramente más oscura. ​No me dejó mucho tiempo en esa posición. Y tan solo la pude recorrer con mi boca cuatro o cinco veces, sin que saliera en ninguna de ellas el glande. Me presionó suavemente por mis antebrazos e hizo que me la sacara, obligándome a que me alzara. Mi cara quedó cerca de la suya. Era unos siete u ocho centímetros más alto que yo. ​

—Vas a conseguir que me corra ya… —me susurró mientras me besaba por el cuello. ​

Me abrazó y recorrió con sus brazos toda mi espalda, haciendo que me inundara una corriente de deseo. Me presionaba con firmeza, no fuerte y de alguna manera me sentía protegida y atendida.

Con delicadeza, me colocó en el sofá y me abrió las piernas. Primero frotó despacio su polla en mi clítoris, y me la introdujo dos o tres centímetros, jugando conmigo e incitándome. La sacaba y volvía a meter. Y yo, gruñía de placer y de ganas. En uno de sus movimientos insinuantes, justo cuando iniciaba una nueva y leve penetración, elevé mis caderas, le cogí uno de sus glúteos y presioné para que entrara entera en mi vagina. Bufé de gusto y sin mover mi mano de su culo, hice que empezara a bombearme con mayor firmeza. Estaba excitada al máximo después de que Javier me dejara a medias.

​—Estás muy mojada… —me decía a la vez que hundía su polla en mí. ​

Yo gemía con cada una de sus acometidas, sintiendo su pene muy dentro de mí. Se movía con una cadencia sostenida, sin arreones ni embestidas demasiado rápidas. Se elevó un poco para verme disfrutar. ​

—¿Sigo así? ​

—No pares, cielo… —le contesté con los ojos cerrados y sintiendo que en muy breve, si continuaba con ese ritmo y cadencia, me llegaría el orgasmo.

​Con ambas manos en su culo, le hice acelerar ligeramente todavía un poco más. Lo notaba tenso, musculado, fuerte del gimnasio y en buena forma.

Dos o tres minutos después, a ese mismo ritmo sostenido y paulatinamente en aumento de Sergio, me corrí con un largo gemido, arqueando mi espalda en todo el sofá y dejando que me inundara un orgasmo, no excesivo, pero prolongado e intenso. Fue a sacarla, pero le volví a apretar su glúteo izquierdo.

​—No la saques. Sigue hasta que te corras… —susurré.

​Lo hizo, tras unas cuantas embestidas más, sacando la polla en el último momento y regándome el vientre las tetas y alguna gota mi cara. Soltó una buena cantidad de semen. Cuando terminó de eyacular, dejó de pajeársela y sonrió, notando yo que, aunque Sergio estaba en muy buena forma física, había hecho un esfuerzo. Respiraba, no con agitación, pero sí con una sonrisa satisfecha e hinchando su pecho llenándolo de aire.

​—¿Has disfrutado? —me preguntó sin que yo notara suficiencia o chulería. Más bien al contrario. ​

—Sí… —sonreí.

​—Me alegro. No sabía si te gustaba a sí o de otra manera… ​

—Ha sido muy bueno. De cine —respiré yo también complacida y sonriente. ​

—A mí me ha encantado —me dijo, dejando un suave beso en mis labios y acariciándome las caderas. No me dio impresión de que evitara su corrida, aunque yo me había limpiado las tres o cuatro gotas de su semen que me había alcanzado mi mejilla izquierda, el cuello y la barbilla. ​Noté que era un hombre que se preocupaba por el bienestar de su pareja. Me gustaba eso y, por un momento, me recordó a Nico que, ya no tenía duda, no estaba en el piso de Javier. Él también solía estar atento a mi placer.

Sergio ​miró mi cuerpo, lleno de su semen y asintió. ​

—Tienes un tipazo… ¿haces deporte? ​

—Sí… me cuesta mis horas de gimnasio.

​—Pues felicidades… —volvió a asentir—. Te voy a traer papel higiénico o de cocina para que te limpies. ​

—Si me consigues toallitas… —contesté sonriendo y mirando que ya empezaba a secarse su semen en mi piel. ​

—Voy a buscarlas… Creo que hay en el cuarto de baño de al lado del dormitorio donde está Tania. ¿Quieres algo de beber? ​

—Lo que vayas a beber tú, sol.

​No sabía la hora que era, pero intuía que más allá de las cinco de la mañana. Había echado dos buenos polvos, pero me seguía notando traviesa, excitada, disfrutando de aquello. No iba a ser el último aquella noche… ​Me trajo un poco de zumo en un vaso y un botellín de agua que compartimos. Bebimos en silencio y yo me limpié completamente, levantándome a tirar las toallitas y el papel de cocina a la basura.

Pasé un momento por un aseo para terminar de lavarme por donde había aterrizado su semen. Cuando volví al salón noté que me miraba de una forma curiosa. ​

—Tienes un cuerpazo… ​

—Muchas gracias… Tú tampoco te puedes quejar. ​

—Lo mío es por obligación. No me queda otro remedio —me dijo sonriendo—. Lo tuyo es voluntario, buena genética y trabajo. ​

Me senté a su lado en el sofá, sobre una de mis piernas y le di un cariñoso toque con mi índice derecho en la punta de su nariz. No era especialmente guapo. Sí mono, agradable, resultón… Las chicas tenemos muchos calificativos para definir un hombre atractivo o sugerente. De rasgos algo angulosos, mandíbula prominente, barba de dos o tres días, bien perfilada, nariz larga y fina, ojos marrones, y pelo castaño y cuidado.

Ahora iba despeinado, pero yo le había visto arreglado horas antes y era obvio que no pasaba una semana sin ir a la peluquería a retocarlo. Tenía una bonita sonrisa. Y un señor culo. Encima de él, justo en el final de la columna, un tatuaje tribal. Otro, más pequeño, en el bíceps derecho. ​

—Aunque sea por obligación… —Abrí los ojos en señal de admiración. Luego bebí un poco más agua. ​

—Me pone que me piropees…

—Los hombres sois muy vanidosos…

—Lo reconozco. Pero también soy sincero cuando yo lo hago y piropeo a una mujer…

—¿Por ejemplo…?

—Ya te he regalado los oídos, pero te dirá algo más: me encanta tu culo, y yo soy muy de culos —volvió a sonreírme.

​—A mí también me gusta el tuyo… ​

—Me he fijado que me lo agarrabas… ​

—¿Y no te ha gustado? —me mostré pícara reposando mi espalda en el sofá.

​—Todo lo que me has hecho me ha gustado. Ha sido magnífico, de verdad.

​—Gracias, cielo —le dije acariciándole la cara—. Creo que me voy a ir —respiré hondo.

En verdad, no me apetecía nada. ​

—¿Ya? ​

—Son más de las cinco y media de la mañana… Aunque te parezca raro, vine a tomar una copa —me reí. ​

Me agarró por la cintura pasando su brazo entre el sofá y mi cuerpo. Me atrajo hacia él con delicadeza. ​

—Quédate un poco más… —me susurró al oído.

​—¿Para…? —sonreí apoyando mi codo en el respaldo del sillón y dejándome abrazar. ​

—Si sigues desnuda y me das un poco de tiempo, quiero llevarte al cielo otra vez… —me besó en la oreja con suavidad.

​Ronroneé de gusto. Me sentía cómoda con él. Era amable, atento e intentaba complacer a la pareja. Pensé en ese momento en Nico y miré el reloj. Las cinco y media de la mañana, pasadas. Sentí sus labios en mi cuello, besándome muy despacio, rozándome tan solo la piel. Volví a ronronear y cerré los ojos. Nico estaría dormido, me dije a mí misma convenciéndome para quedarme.

Noté su mano acariciándome la parte de mi culo que quedaba al aire. ​

—Me encanta… —me dijo suavemente acariciándolo.

​—¿Sí…? —busqué su boca. ​

—Mucho… Muchísimo.

​—Si te portas bien… —le insinué, besándolo. ​Se separó un par de centímetros de mis labios, sonrió lentamente, me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

​—Me estás diciendo que puedo… ​

—Sí, podrías… Pero no tengo ni lubricante, ni nada —puse cara de fastidio, algo fingida y pretendiendo encender su deseo, sin estar muy segura de que era realidad lo que le ofrecía. Pero excitándome solo de pensarlo. ​

—No te preocupes por eso… Tengo solución. Por favor, ahora sí que te pido que te quedes un rato —me rogó en voz baja.

​Le toqué su polla que empezaba a empinarse. ​

—No sé yo si vas a poder… —puse un mohín de duda.

​—Dame tiempo… Pero no te vayas. ​Me besó con suavidad y me acarició las mejillas.

​—Si no me vengo arriba en media hora, me rindo… Lo prometo. ​Sonreí, mientras que seguía con mi mano en su polla. ​

—¿Media hora? ​

—Sí… Bueno, o cuarenta minutos. —Se rio, y yo con él.

​Un cuarto de hora más tarde, o quizá veinte minutos, entrábamos con cuidado en el dormitorio en donde estaba Tania. Esta se movió y nos miró. ​

—Mi niño… Me has abandonado. —Puso un mohín de fastidio fingido, con voz todavía algo apagada. Estaba solo con una camiseta y unas braguitas negras. Estiró el cuerpo con elasticidad y un movimiento casi felino. Su acento canario rebosaba sensualidad.

​—Hola… No te molestamos. Vengo a buscar una cosa… ​Se volvió y me miró pícara.

​—De eso nada, que ya sabes que me animo rápido —alargó una sonrisa retadora. ​

—¿No estabas dormida?

​—Con el jaleo que han montado… No, mi niño, imposible. ​

—¿Se nos oía mucho? —pregunté algo azorada. ​

—Es lo que tiene cuando uno folla con ganas —dijo riendo e incorporándose—. No me acuerdo de tu nombre —me dijo. ​

—Mamen. ​

—No me extraña que este me haya cambiado por ti, cariño… Eres un pibón. ​Miré con un punto de extrañeza. Yo seguía desnuda y Tania me estaba mirando las tetas con total descaro.

​—Sergio…

​—Que no te engañe Tania. Es una tía diez —me dijo buscando en una bolsa que estaba en su mochila.

​—Ya… pero es que a mí no me va. ​

—Lo siento, mi niña —se excusó Tania rápidamente—. Y perdona. No te preocupes, que no intentaré nada. Pero estás muy buena. Esto es solo un mero cumplido…

​—Gracias… —contesté extrañada. ​Sergio sacó un spray y un tubo que me pareció lubricante. También una caja de condones.

​—Ven, siéntate aquí —me dijo Tania desperezándose de nuevo. ​Dudé un momento.

​—De verdad, tranquila —palmeó la cama, con una amplia sonrisa y un tono calmado lleno otra vez de sensual acento canario. ​Era grande, de matrimonio. Tania se levantó y tirando de la sábana que hasta ese momento la cubría, hizo un rebujo con ella y la dejo encima de una silla. Luego, gatuna y flexible, volvió a la cama. Se quitó la camiseta y dos tetas duras, también operadas, algo más grandes que las mías y muy morenas, en consonancia con el resto de su piel, quedaron libres y turgentes.

Tenía un bonito tatuaje floral en su cadera izquierda, que le llegaba hasta el pubis. Un tallo largo con tres rosas que se alargaban en aquella zona de su sinuoso y esbelto cuerpo. Era, sin duda, una mujer muy sexual. Y atractiva. ​Miré a Sergio que asintió convencido de que no iba a hacerme nada. Yo me subí a la cama, me arrodillé en una esquina y me quedé a más de medio metro de Tania.

A pesar de su sonrisa y su mirada franca, seguía sin querer acercarme demasiado.

​—¿Javier? —me preguntó ella.

​—Está dormido —contesté. ​

—Ya sabes que no le despierta ni un tiroteo —sonrió Sergio que se colocó al lado de nosotras.

​—Esto se pone interesante… —dijo Tania, sonriendo