Nuevas reglas 10 (Mamen y Nico: Libro 3)

La historia sigue...

—Nico me ha mensajeado.

Había quedado con Tania porque ella me lo había pedido. No me dijo nada en el mensaje que me envió, pero me decía que era importante.

Quedamos en una cafetería cerca de donde vivíamos Nico y yo. Yo llegué unos minutos tarde, ella me estaba esperando sentada en una mesa mientras escuchaba una conversación con los auriculares. Iba vestida con un pantalón vaquero, zapato plano y chaqueta de vestir sobre una simple camiseta blanca. Era, sin duda, otra Tania, la que trabajaba, la policía y no la loba que los fines de semana que no tenía servicio, se dedicaba a disfrutar de su cuerpo con el mejor sexo que pudiera regalarse.

—¿Cómo que te ha mensajeado? ¿Por WhatsApp ?

—Sí. Ayer.

No supe qué responder. Miré fijamente a esa Tania tan distinta de la que yo conocía en las noches de sexo que compartíamos.

—Y qué… ¿qué te dice?

—Te lo puedes imaginar… Quiere repetir.

—No me ha dicho nada… —La mirada se me ensombreció.

—¿Tú quieres…? —me preguntó Tania dejando su mirada muy fija en mis ojos— ¿Quieres hacerlo otra vez?

—No estoy segura…

Ambas nos callamos. Ella seguía mirándome y yo divagaba con pensamientos inconexos. Sí, me atraía la idea de una noche de sexo divertido. Me daba miedo que a Nico le gustara y le apeteciera como a mí. O que se enganchara con Tania como yo de Jorge…

—Te dije, mi niña, que esto no era nada fácil —su voz se tornó más melosa, más cercana a esa Tania que yo conocía—. Ven, vamos a dar un paseo que aquí, no se puede hablar con tranquilidad —añadió levantándose y haciendo que la imitara.

Salimos de aquella cafetería y estuvimos caminando un tiempo en silencio. Llegamos a un parque en donde jugaban niños, cuidadoras con carritos de bebé y madres paseaban.

—Cuando yo empecé con esto, tuve que ser muy fuerte. —Hablaba mirando al frente, recordando y con una ligera expresión de concentración—. Mi marido es un buen tipo. Me gustó por su pose intelectual, su cultura, su sabiduría, su don de gentes… Me saca once años y esa mezcla de sabiduría y paternidad, me atrapó. Vengo de una familia complicada. Mi padre tenía una querida en un piso de Las Palmas. Mi madre lo sabía y aguantaba con tal de no separarse. Creo que tengo un hermanastro… —me enumeraba con un tono neutro, de pasado asumido y cierta presencia aún en su vida—. Pero nunca hemos tenido contacto. Me casé joven, queriendo salir de mi casa cuanto antes. Iba a estudiar Turismo, Derecho o lo que fuera, pero eso me hacía estar unos años más soportando a mi padre y su desfachatez y a la cobardía de mi madre. Por eso me puse a trabajar. Primero de camarera, de dependienta… De lo que salía. Luego me hice policía nacional. Y me casé. Mi marido es, o más bien era, porque ha aprendido mucho, poco hábil en la cama, pero atento conmigo y a mi placer. Un día, surgió un rollo con un compañero de las Palmas. No lo busqué, pero surgió y terminamos en su apartamento los dos. —Se quedó callada de nuevo mientras seguíamos avanzando—. Descubrí que me encantaba el sexo. Un sexo que no había probado antes. Sin fronteras, sin explicaciones, sin ataduras, un sexo libre, de nada más que risas y placer… Se lo dije a mi marido. Pero no fue inmediato. Tardé un par de semanas, hasta que me decidí a afrontarlo. Y se lo expliqué —dijo ahora encogiéndose de hombros y metiéndose las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero—. Le dije que lo sentía, que le quería, pero que me atraía tanto ese sexo que no podía evitar que em atrajera. Le pedí abrir nuestro matrimonio. Que por eso él no iba a ser menos para mí. Él es muy culto, como te he dicho y mayor que yo, no quiere hijos y está muy enfocado a la universidad, sus clases, seminarios, congresos… En fin, todo eso.

—¿No os acostabais…?

—Sí, en ese sentido, salvo que era poco imaginativo y atrevido, no teníamos problema. Yo hasta ese día con mi compañero, no descubrí ese sexo apasionado y lascivo que ahora me encanta. Con mi marido había hecho el amor, pero nunca me habían follado como con ese chico. Tuve otros novios y rollos de una noche antes de casarme, pero nunca había sentido ese placer y esa libertad. De alguna forma me hizo sentirme muy mujer y muy poderosa…

—¿Y él qué te dijo, tu marido me refiero?

—Obviamente me dijo que nos separaríamos si volvía a hacerlo. Que no lo iba a consentir. Tuvo una reacción de cuernos inmediata. —Sonrió—. Me lo esperaba…

—¿Y qué hiciste…?

—Me volví a acostar con ese compañero… Tres o cuatro de veces más. Y volvió a ser magnífico, sensacional, subía al cielo cada vez que nos liábamos… Le dije a mi marido que estaba decidida. Iba a seguir con mi aventura… Que entendía que se quisiera separar y que firmaría los papeles que me diera.

—Vaya ovarios le echaste…

—Bueno… Estamos entrenados para conocer a la gente y tener calma en las situaciones complicadas. Te aseguro que es mucho peor cuando tienes a alguien emporrado, encocado o empastillado hasta las cejas con una piedra dispuesto a tirártela y a partirte el casco. No me asustó en ese momento su reacción porque conocía a mi marido.

—¿Y se aguantó?

—Bueno… digamos que aceptó abrir el matrimonio. Yo seguía en casa, no era tan promiscua como ahora, solo quería seguir follando con aquel chaval que me volvía loca, mi niña —me dijo en tono cariñoso—. Él, a cambio, tuvo noches de sexo que ni se imaginaba…

—Pues qué suerte, ¿no?

—No te creas… Al final todos tenemos que ceder. Pasado un tiempo, un par de meses, él tuvo un revolcón con una alumna. No le di mucha importancia, pero se repitió. Y una tercera vez… Yo, para compensar, o no sé cómo llamarlo, busqué a otro a quien tirarme… Él a una profesora joven… Todo se volvió demasiado complicado. Hubo un día que aparecimos los dos en casa a las ocho de la mañana. Yo con las bragas en el bolso y él demacrado y ojeroso de la noche que había pasado con una estudiante venezolana… No podíamos seguir así. —El tono de Tania era muy neutro y descriptivo.

Nos sentamos en un banco de piedra. Estaba templado por el calor del sol que a pesar de ser ya mediados de octubre, seguía siendo un día tibio.

—Al final, tuvimos que hablar, marcar unas reglas, aceptar lo de uno y lo del otro.

—¿Y qué reglas son esas?

—Nuestro caso es distinto —empezó a contestarme adivinándome el sentido de mi pregunta—. Vivimos ahora muy separados. Lo veo cinco o seis días al mes. Y estamos mejor que nunca. Él sabe lo mucho que zorreo y yo sé que niña que puede, se la pasa por la cama… —Volvió a encogerse de hombros—. Lo decidimos así. Alejarnos, para poder hacer lo que nos diera la gana sin dañar a nadie. Los cinco o seis días que nos vemos allí, son para nosotros. Y los disfrutamos, la verdad.

—¿Os contáis las cosas que hacéis uno y otro?

—No… Yo soy quien más pregunta. Pero más que nada por deformación profesional. Nuestra libertad incluye el hecho de no tener que decir nada. Yo sé que folla con otras y él sabe que hago lo mismo en Madrid. Sé que le gustan jovencitas, de dieciocho, diecinueve, veinte… Tiene con ellas ese encanto del hombre maduro, cultivado, seductor y que flirtea… Lo mismo que conmigo. Así es y así será… Pero no nos vamos con cualquiera. Aunque te parezca extraño, soy muy exclusiva y excluyente. Te puedes imaginar que en nuestra unidad todos los chicos tienen un cuerpo perfecto, son jóvenes, solteros la mayoría… Y alguno está para matarlo a polvos —sonrió mirándome—. Pero me marco límites. Javier, Benja, Sergio… Otro chico al que no conoces y un ejecutivo de una empresa francesa. No tengo más. Ni por ahora quiero. Benja, por ejemplo, tiene novia, y van en serio. Ya está fuera de mi círculo. No quiero hacer daño a nadie.

—¿Y cómo se ponen esos límites? —pregunté con un suspiro—. Yo no sé qué quiero.

—Los límites hay que pensarlos. No salen solos. Hay que hablar con una misma, conocer lo que se quiere hacer, saber hasta dónde llega tu pareja si la tienes, comprender lo que quiere… No es fácil, mi niña.

—Ya… pero yo no era así hasta hace unos meses… —me quejé—. Nico me empujó a esto y ahora me es difícil renunciar a lo mío.

Ella sonrió y se volvió ligeramente hacia mí.

—Mi reina, tú siempre has sido así. Lo que pasa, como me pasó a mí, no lo sabíamos. Y a tu novio le sucede lo mismo. Ha pasado de querer ser espectador, a pedir jugar el partido completo. Como el mío…

—Yo me conformaba con lo que tenía, de verdad, Tania.

—Mi niña, te lo dije una vez… Tienes una sensualidad brutal… Cuando miras, sonríes, andas o rozas… Toda tú despides una sensación bestialmente provocadora y sexy. Es innata. No eres consciente de ella, pero provocas esa sensación. Te lo juro mi niña. Y tienes una manera de follar, que he visto pocas veces. —Se rio abiertamente.

—Buf… se abanicó un poco con la mano. Me pongo caliente solo de recordarte…

—No creo que sea para tanto.

—Mamen… —me hizo mirarla a los ojos—, me electrizó un pequeño beso y un lametón que me diste en la cadera la noche que Sergio y tú llegasteis al dormitorio y él te la metió por detrás… Como si un calambre me hubiera recorrido en la espina dorsal. Fue un simple beso, un roce de tus labios y tu lengua mientras follabas. Tan simple como eso… Te lo prometo, sé de esto, tengo experiencia y me ha pasado muy pocas veces. Por eso, no dudes que te comería ahora mismo. Y te aseguro que me gustan los hombres. He estado con alguna mujer en tríos, con parejas… Nunca sola, pero tú me excitas como ninguna, y lo haces con mucha gente. A Sergio lo tienes loco, no para de hablar de ti cuando charlamos. Incluso Javier, con lo serio, despegado, frío y chuleta que es a veces, también me lo dijo. Mi niña, eres una bomba… —me acarició el pelo.

—No sé qué hacer, Tania…

—Lo mejor es que las cosas sucedan por sí solas… No fuerces nada.

—¿Entonces tengo que admitir que él quiera acostarse con otras?

—Lo mismo que tú…

—No es igual… Él me empujó a esto. Yo no hice nada para que ahora a Nico le apetezca.

—Mi niña… Eres egoístamente deliciosa. Tu novio no sabe aun lo que quiere. Tú sí.

—¿Yo? ¿Qué quiero yo?

—Disfrutar… Follar.

—No es tan sencillo…

—Sí lo es… Es complicadamente sencillo. Buscas tu placer y tu excitación. Como todas. Lo que pasa es que tu novio está intentando buscar cómo ponerse a tu altura.

—¿A mi altura?

—Sí, corazón. Tú estás en una categoría superior. Juegas en otra liga… Si te lo propusieras, excitarías a cualquiera. Tu novio, no.

—¿A ti él te pone?

—Es muy mono, inocente… Tiene su punto… Pero sexualmente, es inferior a ti. Él no puede competir contigo y lo sabe. Por eso busca tener algo parecido a lo tuyo. Quedar a tu altura para verte vulnerable.

—Y lo consigue… —admití.

—Bueno… Quizás, sí.

—Sí lo consigue… Me puse muy celosa cuando lo vi contigo.

—Porque esto es nuevo para ti. Trastoca tu mundo sexual en donde eres la hembra dominante. Ahora, tienes que luchar con alguien que quiere también esa posición.

—¿Tú crees?

—Algo de sicología sabemos los policías, ¿no crees?

—Supongo… ¿Y qué hago? ¿Por qué además, no sé de dónde ha sacado esto? Nunca me había dicho de estar con otras…

—Quizá sea su defensa…

—¿Defensa? ¿De qué…?

—Quiere ponerse a tu altura… Ya te lo he dicho.

—No sé si voy a poder… —negué con la cabeza.

—Aguanta un tiempo. Lo más probable es que si tú vuelves a dominar el tema, Nico regrese a su posición natural, que es la de contemplarte, disfrutar contigo y tus experiencias. Quizá participando, quizás no…

—Pues lo voy a pasar mal un tiempo.

—Míralo desde este punto de vista. Si te ve débil, preocupada o insegura, él gana posiciones. Pero si te ve contenta, tranquila o confiada ante esta nueva faceta suya, en poco tiempo habrás vuelto a donde tú quieres.

—No sé…

—Hazme caso. Tu novio se siente inseguro, celoso, relegado… Y no quiere ser así.

—No sé Tania… A veces pienso que esto que hemos iniciado ha sido un completo error.

—Eso solo el tiempo lo dirá. Esto es un juego peligroso, arriesgado… Un camino muy incierto y que muchas veces termina mal. O bien, nunca se sabe. Pero el hecho es que, si tú un día decides parar, que sea por ti. No por Nico, ni por nadie más.

Me quedé callada y pensativa. No tenía nada claro cómo debía actuar.

—De acuerdo… Te haré caso. —Sonreí finalmente—. ¿Y qué hacemos con Nico? Quiere repetir…

—Eso es fácil de solucionar… ¡Volvamos a follar los tres! —se echó a reír abiertamente.

—¿Y Sergio?

—Te aconsejo que no, mi niña. Se puede enganchar de ti. Y eso no es bueno. Él lo sabe y lo acepta… Son gajes del oficio que a veces nos toca jugar.

—¿A ti te ha pasado?

Se calló un instante. Luego sonrió y miró a un punto indeterminado.

—Claro que sí… en cierta medida lo estoy de ese ejecutivo de multinacional francesa que te acabo de contar.

—¿Tú enganchada de alguien? —me sorprendió que Tania, la mujer más sexual y segura que yo había visto me confesara esto.

—Así es, mi niña… Me llama cuando quiere, me trata como a una reina, me mima, me folla de vicio y cuando él decide, se despega de mí… —Su sonrisa y su mirada eran de cierta pena. Me recordó a mí misma cuando Jorge se fue de nuestras vidas—. Se esfuma, me deja sabiendo que yo deseo que me llame. Y así levamos un año… —Bueno, mientras lo controles…

—Hay veces que no puedo…

—¿No lo controlas? No te creo… —le dije.

—No somos máquinas Mamen. —Me miró seria—. Esto implica sentimientos. Y casi nunca se controlan.

—Eso es lo que me da miedo… —admití.

Volvimos a permanecer un rato calladas. Yo pensando en Nico y recordando los días con Jorge que ahora me parecían extrañamente lejanos. Ella, quizá en ese ejecutivo que la descolocaba.

—Entonces, ¿tú, yo y mi novio? —dije al fin.

—Sí, mi niña… Seré buena contigo… —me acarició la mejilla mientras me ponía una mirada pícara.

—¿Con Sergio seguro que no?

—No, mi niña… Yo hablaré con él. Te llamará, pero debes ser cariñosa y tajante. No puede engancharse contigo. Te lo pido por favor. Mi niño es un tipo excelente, bueno, simpático, educado, atento… No es como nosotras. Y como no lo controlaría, esto lo rompería. No es tan duro ni tan frío como él se piensa. Lo conozco muy bien, mi niña.