Nuevas experiencias - 8

Recibo un mensaje y termino invitada en un restaurante de moda

Llegó el martes y pasó el miércoles. Tuve mucho trabajo que me hizo estar más distraída y pensé menos en lo sucedido el fin de semana y el lunes.

Pero llegó el jueves de nuevo.

A media mañana me entró un Whatsapp de un número desconocido.

(Número de teléfono)

«Hola. Cómo estás?»

El corazón me latía deprisa. Nunca me había sucedido esto, ni cuando era adolescente. Siempre había tenido chicos a mi alrededor, y tampoco había sido muy mojigata. Cuando empecé con Nico, yo ya había estado con varios hombres. No es que fueran muchos, pero no podía quejarme. O al menos, y según comentaban mis amigas, estaba por encima de la media.

Número de teléfono

«Te has quedado muda?»

Mamen

«Quién eres?»

(Número de teléfono)

«Jajajaja…

un admirador secreto»

Mamen

«Me enviaste tú las flores?»

(Número de teléfono)

«Sip. Te gustaron?»

Mamen

«La verdad es que sí… pero quién eres?»

En ese momento ya estaba totalmente segura de que no había sido Nico… La idea de que hubiera sido Jorge, empezaba a gustarme. No entendía mucho de escorts, pero no debía ser muy normal enviar un ramo de flores…

(Número de teléfono)

«Piensa un poco…»

Mamen

«No caigo… Dime algo!!»

(Número de teléfono)

«Te gusta el gintonic con fresas…»

Era Jorge definitivamente. Mi corazón se aceleró y empezó a latir con fuerza, como el de una colegiala. ¿Pero qué me estaba pasando?

Mamen

«Jorge?»

(Número de teléfono)

«Sí. Estoy por tu zona.

Tengo que ir a Pencho Cortés.

Te invito.

A las dos.

No me falles, porfa»

Iba a contestar algo como que no puedo, tengo trabajo, no me da tiempo… Pero me quedé con los dos dedos pulgares en el aire, sin teclear nada. Decidí no responderle. Tampoco sabía si debía ir.

Le puse un mensaje a Nico, pero no me contestó. Lo miré varias veces, pero seguían sin aparecer los dos ticks azules. No me había leído el mensaje. Recordé que estaba en una obra y que muy posiblemente no llevara el móvil.

Lo llamé. No me contestó. No sabía qué hacer. Por una parte, sinceramente, me apetecía volver a ver a Jorge. Y cuando digo ver, me estaba refiriendo a eso, justamente a verlo. No a desnudarme ante él. Por lo menos, en un restaurante.

Entré en la página web de Pencho Cortés. Era uno de los restauradores y cocineros de moda, de cubierto superior a los ochenta o noventa euros y donde muchos famosos se dejaban ver. Me miré el reloj. La una. Aun quedaba algo de tiempo, pero mi novio no me respondía al mensaje que seguía con los dos ticks en gris.

A las dos menos veinte me fui de la oficina y cogí mi coche. Le dije a Conchita, la secretaria de mi jefe, que me encontraba mal. La regla y esas cosas. Inconscientemente, no pensaba volver al trabajo. Afortunadamente, ninguno era demasiado complicado de convencer y tanto una como el otro, me tenían por buena trabajadora. No había faltado nunca y se fiaban de mí.

Llegué al restaurante con el corazón a cien.

—Buenos días. ¿Tiene reserva? —un maître joven, de aspecto pulcro y refinado me sonreía.

Recordé que no sabía el apellido de Jorge, quizá no fuera este ni siquiera su nombre real.

—Me están esperando. Es un caballero rubio…

—Acompáñeme. Está ya sentado.

La sonrisa y la facilidad con que había pasado el primer escollo me hizo envalentonarme. Iba vestida de oficina. Moderna, pero nada que ver con el modelito floral del jueves. Un pantalón tipo palazzo, amplio, de pata ancha, una camisa blanca ligera, varios colgantes de bisutería barata pero efectiva y un chaleco de hombre a cuadros. Que me entallaba y me sentaba estupendamente. Me alegré de haberlo elegido ese día. La cazadora ligera descansaba plegada encima de mi bolso amplio de bandolera.

Enseguida lo vi. Estaba hablando por teléfono y el maître me llevó hasta la mesa que ocupaba Jorge. Se levantó, pero siguió hablando en inglés con alguien. Tenía un buen acento y la conversación era fluida. No era bilingüe, pero lo hablaba con bastante soltura. Hice por no escuchar. Era algo de un pago en dólares…

Colgó rápidamente y me miró sonriente. Me dio dos besos en las mejillas. Olía a colonia varonil. Tabaco y cuero, me dije.

—Hola. Me alegro de que hayas venido. Que sepas que esto no es trabajo… Me refiero a que yo me alimento como todos los mortales, y me gusta hacerlo bien. Me apetecía verte, Mamen. —Y me largó una de sus sonrisas perfectas y tremendamente atractivas.

No sabía si me mentía. Pero en ese momento, viendo aquellos dos ojazos azules como luminarias que me miraban y me decían aquello, me sentí una especie de princesa. No sé si los escorts hacen esto con sus clientas, pero al aparecer, ni me importaba. Pero él sí lo estaba haciendo conmigo.

—No he podido hablar con mi novio… —me excusé sin saber muy bien lo que estaba diciendo ni lo que significaba aquella frase dirigida a Jorge.

—No pasa nada. Nico es un tipo estupendo. Lo entenderá.

—¿El qué entenderá?

—Que estemos comiendo tu y yo.

—No va a pasar nada más, Jorge —le dije sonriendo y negando con la cabeza—. No te puedo mentir y lo de la semana pasada estuvo genial. De verdad que muy bien… Disfruté mucho, pero… —confesé bajando la voz y mirando hacia los lados, dejando inacabada la frase.

—Me alegro mucho de que te lo pasaras bien. De verdad, te lo prometo. Y no pretendo que suceda nada. Ya sabes que lo quieras que hagamos, es cosa tuya. Lo decidirás tú. Siempre…

—Me gustas mucho… eres como un muñeco —susurré con un mohín de fastidio. Luego me mordí el labio inferior, como una adolescente—. Pero tengo novio. Vivo con él….

—Mamen, disfruta de la comida. Piensa en mí como un amigo.

—No puedo —volví a mirar a los lados y a sonreír—. Yo no follo con mis amigos —dije bajando de nuevo la voz y acercándome a él.

—Pues no pienses y relájate —volvieron a salir a relucir sus dientes perfectos, blancos y esa sonrisa franca, espaciada y amplia—. ¿Te gusta el caviar?

—Sí, me gusta mucho… Sé que lo importas —le dije para intentar impresionarlo.

—Eso es que te has interesado por mi… Me halaga mucho, sinceramente.

—Buenos, es lo menos, después de lo del jueves… No acostumbro a hacer eso.

—Lo sé. Y no te preocupes por mí. Soy discreto, vivo de serlo.

—¿No decías que importabas caviar…? —le dije con intención.

—Y así es… Pero también, me dedico a esto.

—¿Por qué? ¿No prefieres trabajar en lo del caviar?

—Sí, pero tengo que pagar facturas. Y ahorrar para cuando sea mayor y ya no pueda disponer de esta carrocería.

—Que es un cañón… —suspiré, lo que hizo que él se riera echando la cabeza hacia atrás.

—Gracias. Me encanta que me piropees.

—Debería ser al revés…

—Tienes razón. Eres una mujer espectacular. En todos los sentidos.

—Me vas a sonrojar…

—No creo. Se lo habrás escuchado a muchos tíos. Y aunque suene a disculpa, yo ya te había dicho unas cuantas veces que eres muy guapa y tienes un cuerpazo. Y que me gustas. ¿Qué me queda?

—Decirlo en serio.

—¿Y por qué piensas que no lo hago? ¿Tú te crees que yo me voy con cualquier que me solicita? Te aseguro que no…

—Discúlpame Jorge —temí haberlo ofendido—, no pretendía decir eso.

—Tranquila, no me has molestado. Solo te quiero decir que aunque tu chico me llamara, yo también te elegí a ti.

Sonreí halagada.

—¿Estás o ves a alguien más? Me refiero con regularidad… —la pregunta me salió sola. Sin pensarlo.

No me contestó. Solo sonrió ampliamente y llamó al camarero.

—Caviar para dos y un pescado a la plancha. Aquí hacen muy bien el atún y estamos en temporada. ¿Te parece bien?

—Sí, fantástico.

Comimos, bromeamos y nos lo pasamos realmente bien. Jorge se tomó una copa de vino blanco y la mitad de una segunda. Yo fui la que llevé el peso en aquello y me tomé casi cuatro. El vino hizo que me relajara y me riera con lo que Jorge me contaba. Era un buen conversador, con multitud de temas y con evidente don de gentes. Me sorprendió que estuviera al tanto no solo de economía, sino de política, cine, libros o tendencias de moda. A ambos nos gustaba el Real Madrid, al contrario de Nico que era un acérrimo seguidor del Atlético.

Llegamos a los postres.

Un beso,

Lola

(NUEVAS EXPERIENCIAS)

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