Nuevas experiencias - 4

Jorge aparece en nuestro salón. Nico, me deja sola con él, y me tomo un gintonic...

Jorge aparece en nuestro salón...

—¿Mamen? Hola, soy Jorge —Y se acercó a mi dándome dos besos a los que respondí como una verdadera autómata—. Eres muy guapa, sinceramente. Mucho.

—¿Nico?

—Se ha ido. Me ha dicho que estará disponible en el móvil y por aquí cerca. Pero ya no está aquí.

Me fui hacia la puerta pensando aún que era una broma que ya empezaba a ser un poco exagerada. Pero era verdad, no estaba. Fui a por mi móvil que lo había dejado en el bolso aún tirado la silla del salón, y tecleé en el Whatsapp.

Mamen

«Nico, dónde estás?»

No tardó en contestarme, y vi durante varios segundos el rotulo de «escribiendo» debajo de su nombre.

Nico

«En la cafetería de abajo.

Tranquila.

Jorge es un tipo genial.

Te lo aseguro.

Me he informado bien.

Disfruta, preciosa.

Un besazo»

Era todo cierto. Jorge estaba allí para follar conmigo y mi chico, en la cafetería de abajo, donde de vez en cuando desayunábamos, tan tranquilo y campante. Yo, alucinaba.

—Mira… —gesticulé con las manos intentando explicarle al tal Jorge que aquello no tenía sentido—, mi chico se ha vuelto completamente loco, y sinceramente…

—Tranquilízate —me cortó con suavidad—. No va a pasar nada que tú no quieras. Si lo prefieres charlamos, nos tomamos una coca cola o una cerveza y ya está. Relájate, que ni soy Jack el Destripador ni un obseso sexual. Soy, Jorge, un amigo de Nico.

—¿Amigo?

—Bueno, no amigo en términos estrictos. Pero nos hemos visto ya varias ocasiones para hablar de ti. Un conocido. Vamos a dejarlo así. —Y me sonrió dejando que se viera una dentadura blanca y perfecta. Sin duda, podría ser un buen modelo de anuncio de dentífrico como los que alguna vez habíamos hecho en la agencia.

De pronto me acordé de que Nico había estado el fin de semana más liado que de costumbre y, de hecho, me dijo el sábado que no podía comer conmigo, porque tenía un cliente de fuera de Madrid.

—¿Os habéis visto…? Pero esto es increíble. —Me estaba volviendo loca.

—Sí. El sábado comimos, el domingo y el martes quedamos a tomar una cerveza y ayer otra vez para… hablar de ti —me enumeró con tranquilidad.

Parpadeé incrédula por lo que estaba oyendo. No daba crédito y no era posible que mi novio, por muy atrevido y cachondo que le pudiera la idea de verme con otro, fuera capaz de, no solo contratar a un escort para mí, sino de haber quedado con él para ajustar los términos, o qué se yo.

—¿Y de qué hablasteis?

—¿Podemos sentarnos en el sofá? Aquí de pie, en medio del salón, no es muy cómodo. Te responderé a todo lo que quieras, ¿de acuerdo?

—Sí, claro… ¿quieres tomar algo? —Yo misma me sorprendí de ofrecerle una bebida a Jorge, pero su apariencia, además de estar muy bueno y tener unas espaldas como un armario, era tranquilizadora.

—Una Coca Cola Light o Zero… No tomo alcohol. Bueno, algo de vino sí. o una caña de vez en cuando.

«Pues yo me voy a tomar un copazo», me dije a mi misma aún ensimismada.

Jorge se quitó la americana y la dejó cuidadosamente doblada en el respaldo de una de las sillas cercanas a donde estaba mi bolso. Tenía unos brazos torneados, fuertes, de gimnasio y deporte. El pecho parecí estar bien formado, con pectorales que se adivinaban fantásticamente esculpidos. La camiseta, a diferencia de algunos de esos hormonados que solo van al gimnasio para lucirse, no le quedaba apretada.

—Me llamo Jorge —empezó a decirme mientras yo cerraba la puerta del frigorífico y cogía lo necesario para lo que íbamos a tomar—. Soy licenciado en Educación Física. Iba para profesor y entrenador, pero tuve una lesión en los ligamentos de la pierna derecha y el brazo izquierdo.

—Tengo Zero… —Le alargué el vaso de su bebida con hielo—. ¿Qué te pasó? —Él había estado de pie esperándome a que le trajera su refresco y mi gintonic, que me lo puse cargadito. Se sentó en cuanto yo lo hice primero.

Crucé las piernas, pero apenas desvió hacia ellas un escaso segundo, volviendo de inmediato su vista a mis ojos.

—Estaba entrenando en montaña para hacer una prueba de ultra resistencia, me distraje y me caí, con tan mala suerte que resbalé y me precipité unos tres o cuatro metros por un terraplén. Me rompí los ligamentos de la pierna derecha y los del codo izquierdo. Y la clavícula.

—Vaya, lo siento. —Hice una pausa—. Escucha, Jorge… Yo soy fiel a mi novio, no pretendo otra cosa que divertirme con él, pero esto…

—No te preocupes. No haremos nada. Pero el tiempo está pagado. Queda —se miró el reloj—, hora y cuarenta y cinco minutos. Nos tomamos esto, charlamos un rato y me voy si no te gusto. ¿Te parece?

Asentí. Por fin algo de cordura. Me había sentado en el mismo sofá que él, pero dejando medio metro de distancia. Él me miró.

—No es que no me gustes… Tú mismo sabes que eres muy guapo, pero…

—Tú decides cuándo lo dejemos. Charlamos un poco y ya está —bebió de su Coca Cola Zero—. Tu chico no mentía —dijo cambiando de conversación.

—¿En qué?

—En que eres muy guapa y muy sexy. Habla maravillas de ti, te lo prometo. Aunque te parezca extraño, esto es más habitual de lo que crees.

—¿Es normal que un chico contrate a un… —no sabía si debía pronunciar las palabras que definen a este tipo de hombres.

—Escort, gigoló, amigo… Llámame como quieras —dijo él volviendo a sonreír.

—… para que esté con su mujer?

—Sí, aunque te sorprenda, pero en realidad no es eso…

—¿Y entonces qué es, porque aunque estemos aquí charlando, tú has venido a…? —Volví a no atreverme a continuar.

—A tener sexo contigo… —Finalizó él como si no pasara absolutamente nada—. Siempre que tú quieras. No soy un vulgar puto, ni tampoco pretendo conquistarte como un tipo en una discoteca, ni a soltarte macarradas, ordinarieces o simplezas. El sexo se puede disfrutar de muchas maneras y se trata de ser un poco más felices, de pasar un buen rato o que se cumplan tus fantasías…

—Las de mi novio, más bien —puntualicé irónica.

—Las de tu chico, de acuerdo. —Se calló y yo asentí—. Y las tuyas —añadió un segundo después.

Fui a protestar, pero me detuvo con un gesto de su mano derecha. Tenía modales suaves, tranquilos, sin aspavientos y su tono de voz era igualmente sosegado y calmado.

—Tu chico y tú sois lo que importa, no que uno sea más atrevido que el otro, o más morboso. Eso es lo de menos.

Me miró con esos ojazos azules que tenía. Era guapo, muy guapo, la verdad. Y seguro que poseía un cuerpo excelente debajo de esa camiseta y de sus vaqueros. Meneé la cabeza tras pensar en eso… No podía ser que me estuviera engatusando aquel chulazo. Respiré profundamente, lo miré. Él seguía con la vista fija en mí. No había pasado de mis ojos, salvo ese pequeño y fugaz momento cuando crucé las piernas, pero me daba la sensación de que ya me tenía estudiada por completo.

De pronto caí en la cuenta de que estaba allí, charlando con él, con un vestido sexy, de verano, muy corto, dejando al aire más de la mitad de mis muslos y con un escote en el que se adivinaban mis dos tetas operadas y el canalillo que las separaba. Sentí el impulso de taparme un poco.

—Eres muy hermosa.

—Gracias… —Por primera vez le sonreí. Aunque tímidamente.

—Estás nerviosa. Relájate. ¿Quieres otro gintonic? —Lo tenía ya más que terciado casi sin darme cuenta.

—No… bueno, sí. Ahora voy.

—No te molestes. Me he fijado de dónde has sacado las copas, la ginebra y la tónica. Y supongo que los limones y la fruta estarán en el frigorífico, ¿no?

—Sí… pero ya voy yo…

Jorge se levantó con esa sonrisa cautivadora y tan atractiva que tenía, mientras me seguía mirando con sus ojazos azules. Se fue a la cocina y pude verle el trasero. Como todo en él, era estupendo, parecían un par de pelotas de tenis gigantes.

Miré mi móvil. Mi chico no había vuelto a conectar. ¿Cómo era posible que no se estuviera comiendo las uñas ni me preguntara qué estaba pasando entre Jorge y yo?

Crucé las piernas y balanceé la derecha un poco nerviosa. Pensaba en que Jorge parecía todo un caballero, un tipo que seguramente se las ligaría a decenas en una noche en un bar. Pero yo era otra cosa, a mí no me iba a conquistar. Aunque, tenía que reconocer que se me estaban ocurriendo un sinfín de maldades para cuando Nico subiera. Se iba a enterar y le pensaba poner más caliente que nunca, para tardar lo que se me antojara en follar con él. Esa sería mi venganza.

—Me gustan tus zapatos, tu vestido, tu pelo… Bueno, me gustas tú entera, la verdad. —Me dio el gintonic—. Le he puesto unos fresones que he visto en la nevera, ligeramente abiertos. Irán soltando su jugo poco a poco. Creo que te gustará.

Se sentó a mi lado y dejó la Coca Cola Zero en la mesa sobre uno de los posavasos que había cogido también de la cocina. Ya no había apenas más de veinte centímetros entre él y yo.

—¿Estás bien? ¿Tranquila?

—Sí… Si yo te agradezco tu amabilidad, tu charla, pero es que…

—Lo más importante es que estés cómoda. —Seguía con esa sonrisa y esa mirada azul cielo que empezaba a gustarme mucho—. El resto, secundario.

Bebimos un par de sorbos en silencio. En mi cabeza revoloteaba la idea de que podía disfrutar de aquel hombre sin problemas, que esa posibilidad a Nico le excitaba mucho y que él mismo me lo había puesto en bandeja.

—Buen taconazo, ¿eh? No sé cómo podéis aguantar con ellos —me dijo.

Estiré mi pierna. Sí, en efecto, me había puesto unas sandalias de tacón con un poco de plataforma. Algo más de doce centímetros y con los que, en alguna ocasión, Nico y yo habíamos follado. No me gusta hacerlo con tacones porque es incómodo para ciertas posturas, pero había que probarlos ese día.

—Son relativamente cómodas —giré un poco el pie para que se viera mejor.

Bebimos otro par de sorbos y de pronto sentí su mano en mi copa del gintonic. Me tocó muy poco, apenas un segundo. No sé si por el efecto del calentón que llevaba al llegar a casa, de la sorpresa de mi chico dejándome con él a solas, de su permiso explícito para que follara con él o que estaba muy bueno, o todo junto, pero me subió una especie de calambre por el vientre que terminó en mi nuca.

—¿Puedo probarlo?

—Sí, claro… —Me noté ligeramente azorada.

Bebió un ligero sorbo y puso cara de desagrado. Dejó el gintonic en el posavasos.

—Decididamente, seguiré con mi Coca Cola, con mi vino y alguna cerveza—. Bebió de su refresco un par de tragos—. Mamen, voy a intentar besarte… —me dijo en cuanto terminó.

Tercera entrega de la historia de Mamen y Nico.

Espero que os guste, Muaks, Lola.