Nuevas experiencias - 1

Mamen y Nico son un pareja normal, de relación sexual y sentimental plena y satisfactoria. A ambos les gusta fantasear con terceros. Es un juego, una forma de excitarse mutuamente, hasta que se convierte en algo demasiado tentador. la aparición de Jorge, cambiará sus vidas por completo. La de todos.

Un jueves de principio de junio

1

¿Qué cómo habíamos llegado hasta esto? La respuesta no es fácil. Sí, a los dos nos gustaba. Y que también mi novio hizo lo que nunca pensé que haría para lograrlo. Puede que todo empezara con una broma para excitarnos. Pero sin querer o sin ser conscientes, llegó un punto en que alcanzamos el de no retorno, y nuestra vida cambió por completo. Por eso, si nos detenemos a reflexionar en el porqué de ese giro tan radical que nuestras existencias tomaron, la respuesta, como antes he dicho, no es nada fácil. Lo sencillo es jugar y cruzar esa línea imaginario de lo indebido y experimentar con esas nuevas sensaciones encontradas. Vivir y disfrutar esas nuevas experiencias es bonito, y si el adjetivo no es bonito, al menos, sí lo es tentador. El peligro de acercarse al umbral de lo tolerado, sin traspasar el límite de lo por ambos aceptado, se va haciendo difícil. Son líneas difusas, sin contornos fijos, mutantes y diferentes para cada uno.

Pero aún queda lo más arriesgado, lo verdaderamente complicado es la continuación. Si has conseguido llegar hasta aquí lo peligroso viene después, a la hora de establecer una serie de reglas para los dos y para la relación que surja después de jugar con ese fuego tan tentador.

Desde que fuimos novios, nos habíamos dado cuenta de que a ambos nos iba el rollo de fantasear con hacerlo con alguien diferente. Nos excitaba, la verdad. A mí, imaginarme con otro mientras mi novio sabía que lo estaba engañando de forma consentida. A él, según me decía, esa mezcla de celos y de excitación le atraía enormemente. Pero la verdad, nunca nos lo habíamos planteado dar el paso para hacerlo realidad en serio.

Hay que reconocer que a ambos nos gusta el sexo. A mí, particularmente, me encanta tener un punto perverso y malvado. Soy morbosa y me complace utilizar el principio de la excitación de mi novio para conseguir un mejor disfrute en la cama.

Nico, mi chico, es un hombre excelente. Es cierto que siempre había provocado esa duda, esa incitación a mantener una especie de relación abierta, pero nunca me dio la sensación de que fuese en serio. No sé, si quizás lo hubiésemos planteado como una experiencia puntual, es posible. Bueno, no. Yo sí soy algo celosa y no sé si podría saber que mi novio está con otra, pero él sí se construía fantasías de verme a mí con un tercero.

Tras seis meses de salir y algo más de uno viviendo juntos, nada hacía suponer que aquello trastocara nuestras vidas de esa forma, ni que diéramos ningún paso más allá de fantasear con algo morboso, pero únicamente imaginado.

Hasta que ese jueves, dejaron de ser meras fantasías y dimos el primer paso…

Justo una semana antes, también jueves, estábamos cenando en casa. Vivimos en un dúplex de la zona de Pozuelo. Es más bien un piso pequeño, pero que al ser ático, tiene un dormitorio más en la terraza que se abre solo para nosotros. Mi novio es arquitecto y los honorarios de aquella dirección de obra fueron esa vivienda. Al principio pensamos en venderla, pero como le iba bien y no le faltaban obras, terminamos por vivir en ella y sacar unas rentas de otros dos pisos más pequeños, por la misma zona, que negoció como parte de sus emolumentos. Era una forma de asegurarnos unas rentas por los alquileres en vista de las crisis que se nos avecinaban cada dos por tres.

Yo trabajaba en una agencia de publicidad como responsable de cuentas. Me iba bien, con un sueldo del que no me quejaba y aunque a veces las horas echadas en la oficina eran excesivas, me compensaba con una cierta libertad en el trabajo.

—Ayer en la agencia nos entró una cuenta nueva —dije como comentario al final de la cena.

—Pues bien, ¿no?

—De escorts —añadí con una risita.

—¿Se anuncian esas chicas? ¿Es legal?

—En teoría con acompañantes… No es prostitución —le aclaré.

—Y dónde sacáis los anuncios, ¿en el Marca? —rio con cierta sorna Nico.

—En internet. Nos han encargado una campaña digital. Yo no la llevo, pero como te puedes imaginar hay ya alguna foto que corre entre la agencia.

—¿Están buenas?

—Son escorts masculinos —le dije con un guiño de ojo.

—¿Son tíos? Joder… —Mi novio puso cara de sorpresa.

—Sí… actores, modelos, gente de gimnasios…

—¿Y tienen que ir con tías que los paguen?

—Supongo que ni el gimnasio, ni el arte dramático ni ser modelo del Alcampo o del Carrefour, da para mucho… —me encogí de hombros.

—¿Y están buenos?

—La verdad es que alguno sí lo está —contesté como la cosa más normal del mundo—. Muy de gimnasio… Al menos eso parece en las fotos que han enviado para colocarlas en la web.

—Ah, que puedes elegir…

—Hombre, no va a ser una lotería… Claro que puedes elegir. De hecho, la web se basa en comentarios de gente, calificaciones, te puedes registrar y todo eso… La verdad es que está muy bien.

—¿Y dejas tus datos reales?

—No lo sé. Eso es cosa de los informáticos. Pero como en todo, supongo que te puedes inscribir con un mail cualquiera y una contraseña. Sale hasta la tarifa de cada uno por hora.

—No me lo creo…

—A ver… son horas en teoría de acompañamiento. Viajes, congresos, fines de semana…

—¿Polvo aparte?

—Qué tonto eres, de verdad —sonreí—. Las tarifas son de acompañamiento. Las de… lo otro, ni idea.

—¿Cuánto valen?

—Yo no llevo la cuenta… —protesté ante la insistencia de Nico—. No sé mucho más de lo que estoy diciendo. Lo que pasa es que es la comidilla de la agencia… Ya sabes. Las tres o cuatro secretarias divorciadas y con ganas de marcha que lo han ido comentando por ahí.

—¿Pero cuánto? Eso seguro que lo habéis mirado… Menudas sois cuando estáis en grupo.

Yo me reí. Sí, en efecto, era de lo primero que habíamos ido a cotillear. La directora creativa, una chalada muy simpática con el pelo de color rojo, gafas de pasta de diferentes colores chillones y habladora por los codos, había sido la primera.

—Entre 70 y 140 euros. Depende de cada uno.

—¿Ves como lo sabías? Te pillé…

—Pues igual que hubierais hecho vosotros. ¿O no?

Pero, recapacitando sobre el tema, creo que hay que descartar que fuera ese momento donde empezó todo. Sería mucho más apropiado decir que en esa conversación, mientras cenábamos una ensalada, hablábamos de escorts masculinos buenorros y de las secretarias calenturientas de mi agencia, se complicó todo.