Nuevas amistades, viejos conocidos (2)
Una historia real y reciente
II
No había pasado una semana de aquello cuando una mañana sonó mi móvil.
-Dígame.
-Jose, soy Diana, la madre de Iria.
-Hola Diana.
-Mira tengo un problema con el ordenador de la tienda y me han dicho que tú entiendes algo de esas cosas.
-Algo, pero soy autodidacta, no profesional.
-Ya, pero podrías venir a mirarlo, si puedes hacer algo bien, si no ya llamaré a un técnico.
-De acuerdo. ¿Cuándo te viene bien?
-¿Te parece esta tarde a las ocho, cuando cierre la tienda?
-Allí estaré.
A las ocho menos diez me presenté en la tienda. Diana estaba atendiendo a un cliente rezagado y me entretuve mirando las joyas que tenía expuestas.
Cuando por fin pudo cerrar me enseñó el ordenador. No se ponía en marcha, daba un mensaje de que no encontraba los archivos de inicio y configuración. Tras varias pruebas me di cuenta de que o se le había estropeado el disco duro, o se le había desconectado.
-Necesito un atornillador para abrir la torre y no me he traído –Dije.
-¿Qué le pasa?
-No estoy seguro. O se ha estropeado el disco duro, y entonces tenemos un problema, o se ha desconectado y es cosa de nada.
-Yo tengo herramientas arriba, no sé si te servirá alguna. Podemos subir y mientras me cambio lo miras.
-Vale.
Subimos a la vivienda, que estaba en la parte de arriba de la tienda, y me dijo:
-Mira, luego buscas lo que te haga falta. O si no mañana, ahora te invito a una copa. ¿Qué bebes?
-Whisky con hielo.
-Voy a buscarlo.
Puso una bandeja sobre la mesa con el whisky dos vasos y un cubo con hielo.
-Oye, llevo todo el día con la misma ropa. ¿Te importa si voy a ponerme algo más cómodo?
-Desde luego que no.
-Enseguida estoy contigo.
Cuando volvió casi se me corta la respiración. Se había puesto un top rosa, ajustadísimo, que marcaba deliciosamente sus pezones y dejaba el vientre al aire, y una minifalda azul que a duras penas cubría sus nalgas. Todo complementado con zapatos blancos de alto tacón. Estaba tremendamente atractiva y excitantemente provocadora. Se sentó a mi lado y se sirvió la bebida, cosa que yo ya había hecho.
-¿Tú sabes que soy viuda, verdad? –Preguntó.
-Sí, algo escuché de eso en otros encuentros.
-Seis años hace que murió mi marido, y desde entonces no he estado con ningún hombre.
-Será porque no has querido, porque estás muy rica. ¿No sientes necesidades?
-Sí, muchas.
-¿Entonces?
-Es que en este pueblo nos conocemos todos y termina sabiéndose todo. Yo trabajo cara al público y tengo que proteger mi reputación.
-¿Y entonces qué haces?
-Pues mucho… esto.
Se recostó en el brazo del sofá se levantó el top dejando sus pechos al aire, subió las piernas y las separó, lo que me permitió ver que no llevaba bragas, y empezó a masturbarse con una mano y a pellizcar sus pezones con la otra.
Me quedé sin saber que hacer hasta que dije:
-Diana, así me vas a poner cachondo y no respondo.
-¿Y qué crees que pretendo?
-¡¿Quieres que te folle?!
-¡Estoy deseándolo! Necesito urgentemente sentir la piel de un hombre, sentir una polla dentro de mi coño, en mi boca. ¡Lo necesito ya!
Se habías desnudado del todo mientras hablaba y había empezado a desnudarme a mí. Mientras lo hacía pregunté:
-¿Y por qué yo?
-Por muchas razones. La principal que me gustas. Otra es que eres recién llegado al pueblo y casi nadie te conoce ni te asocia conmigo. Y finalmente que sé de tu relación liberal con tu pareja, por lo que no me vas a pedir nunca más que sexo, ni voy a estropear ningún matrimonio.
Que yo recordase nunca se había hablado de nuestra situación de pareja en anteriores encuentros, menos con la hija de mi pareja delante.
-¿Y cómo sabes tú mi relación con mi pareja?
-Entro en el grupo privado que tienes en Facebook, aunque no sabes quién soy porque allí tengo otro nombre y una foto que no es mía. Pero, ¿podemos dejar las explicaciones para después? Ponte de pie, quiero mamártela.
Desde luego si la hija no tenía mucha experiencia, a ella le sobraba. Me acariciaba la polla con sus manos y su boca, dejaba caer saliva sobre ella para lubricarla… Una delicia.
-¿Te gusta?
-Me encanta.
-Pues vamos a la cama, tengo unas ganas locas de que me la metas hasta el fondo.
La verdad es que no la follé, me folló ella a mí. Si no me había mentido, no se le había olvidado nada en los seis años de viudedad. Casi aprendí más de ella que la hija de mí. Follamos de todas las formas imaginables, incluso en el suelo. Su dominio de “la pinza birmana” era increíble. Sin apenas moverse sabía masajear la polla con las paredes de su vagina. Me hizo una paja turca, se bebió mi semen. Se fue a por las copas, y entre copas y polvos se nos pasó toda la noche.
Cuando me marchaba por la mañana me dijo:
-Vuelve esta tarde, tienes que arreglarme el ordenador… Y el cuerpo. Me tengo que desquitar de tanta abstinencia.
Continuará...