Nueva vida en Villanoi
Elena, una joven sureña, emprende su nueva vida de soltería en un pueblo turístico del mediterráneo. Su recién estrenada libertad le empujará a alcanzar cotas insospechadas...
El relato que sigue a continuación no es más que una mera aproximación al mundo de la escritura erótica. Es mi segunda experiencia en este sentido, y, para qué negarlo, este escrito adolece de muchas cosas y se presenta carente de otras tantas. Con el fin de mejorar paulatinamente mi producción, agradecería encarecidamente cualquier crítica al respecto de este primer capítulo de lo que, en principio, está destinado a ser una serie de duración indeterminada. Igualmente, admito y agradezco propuestas y peticiones acerca del futuro desarrollo de la trama. Gracias.
Llegué a Villanos hace poco más de dos meses. A pesar de que mi situación económica era desahogada y aparentemente no había ninguna razón que motivara urgentemente un cambio de residencia desde mi sur natal, mi vida personal se tambaleaba y consideré oportuno cambiar de aires aprovechando la oportunidad que suponía aquel trabajo personal.
Me llamo Laura y tengo veintidós años. Desde hace cuatro compartía mi vida con Javier, un chico de un pueblo cercano a mi ciudad al que conocí cuando entré en la universidad. Nuestra relación estaba parecía revestida de estabilidad y continuidad desde un principio; en primer lugar, por el amor tan profundo que nos profesábamos; en segundo, porque habíamos convertido nuestra vida sentimental en un pozo tapiado en el que nos hallábamos sumergidos hasta el fondo. Encerrados, destinados a compartir todos los aspectos de nuestra vida con el otro en casi total exclusividad, cualquier rendija de luz proveniente del exterior era rechazada por ambos. Quizá esa cerrazón y la intensa y perenne sensación de tener un nudo ahogando nuestro cuello produjeron nuestra ruptura y mi consiguiente liberación sexual, la cual ha llegado a límites insospechados y sumamente sorprendentes durante mi estancia en esta región.
Ya dije mi nombre, pero no hablé de mí. El objetivo de este relato es dar conocer la intensa actividad sexual que me llevó a abandonar mi letargo y comenzar a experimentar con mi cuerpo y mi ardiente y explosiva sexualidad, por lo que se antoja imprescindible y urgente realizar una descripción detallada de mi cuerpo. Además, teniendo en cuenta el fin onanista de este relato, tal y como me indicó Joan, los lectores me agradecerán todo tipo de detalles. Si tuviera que destacar algo de mí, serían mis tetas y mi apariencia general. Lo primero por su dureza, tamaño (casi una cien) y por un más que curioso sendero sinuoso plagado de lunares que indica el camino a seguir desde mi escote a mi barriga. Por alguna extraña razón, todos los chicos con los que follé en este tiempo gustaron sobremanera de mis pequeños lunares. En lo relativo a mi aspecto, si realmente cada sábado puedo encontrar mujeres con apariencia mucho más escandalosa que la mía, es cierto y reseñable que emano un aire de sexualidad irresistible. Una de mis principales preocupaciones antes de venir aquí, lo marcado de mi acento sibilante y sureño, generalmente rechazado por prejuicios estúpidos e infundados, se ha convertido en una de mis principales armas de seducción. Con sólo abrir la boca, dos mil moscones están deseando meter su polla en ella. Por lo demás, mi cara de "teen" resabiada y los piercings que adornan mi cuerpo (nariz, ceja y ombligo), unidos a mi cada vez más atrevida forma de vestir, contribuyen a que pueda follar lo que follo.
En cuanto llegué a la ciudad me di cuenta de mi infinito potencial. En mi lugar de residencia, aplastada por lo posesivo del carácter de Alberto, pude comprobar lo que atraía a los hombres de todas las edades, pero nunca pude experimentarlo en total plenitud. En sucesivas series detallaré mis variopintas experiencias (incluso el último punto de follar por dinero), pero considero interesante comenzar por el principio. Digo que pronto me di cuenta de mis capacidades porque pronto pude demostrarlas. Recién aterrizada y en compañía de dos compañeras de trabajo a las que acababa de conocer en la recepción que nos habían realizado dos horas antes, me decidí a tomar una copa por la zona de marcha de la ciudad.
Allí pude comprobar lo concurrido del lugar. Yo, que había optado por un moño, una camiseta floreada y avolantada de importante escote y por una falda color beige, vi el cielo abierto para abandonar definitivamente el recuerdo de Alberto y comenzar a vivir por mí misma. La primera opción se presentó con una de esos relaciones públicas que te atosigan con sólo pasar por delante de su local. La casualidad quiso que el susodicho fuera sudamericano, por lo que pronto le llamó la atención mi acento, diametralmente opuesto a los de las demás. Eso y, claro está, mis tetas, en cuyo visionado se recreó absorto en un tiempo más prolongado de lo que se pudiera considerar aceptable.
-¿De dónde sos, vos?- preguntó sumamente interesado
-Del sur, lejos de aquí
-El sur dale, qué interesante. Quiero conocer el sur. Me hablaron bien de él, ya sabés, por sus gentes, el clima Aquí no estoy muy bien. Y por lo que veo, las minas mejoran mucho lo presente por acá
Sonreí por el halago. Claro estaba que pintaban bastos, por lo que, teniendo en cuenta que no conocía de nada a mis dos acompañantes, decidí tirarme a la piscina. Además estaba muy bueno. Que se joda Alberto, pensé. A éste me lo follo.
-Muchas gracias - me pausé para interesarme por su nombre.
-Omar me interrumpió-. Para servirla. Tú te llamás...
-Elena. Hechas las presentaciones y tras cruce de miradas picantes, mano en cintura del amigo, que no se andaba con tonterías, y humedecimiento vaginal, decidí ir a por todas, por lo que añadí:-Estoy sola en Villanoi y con ganas de conocer gente.
Pareció sorprendido.
-¿Me estás cargando? No puedo creer que semejante tesoro no tenga un pibe a su lado. Si esto es verdad, te ofrezco tomar una copa en el local. Abajo sólo tenemos música pasada, lo de siempre, ya sabés, pero arriba podemos estar tranquilos y tomar un copa.
Dije que sí. El argentino, aferrado a mi cintura, me hizo atravesar la discoteca para llegar a un ascensor exterior que llevaba a la planta superior. La charla fue intrascendente, la copa mejorable, la música pésima y el sitio acojonante, pero la follada, inolvidable, es lo que interesa.
Con diez minutos de charla, yo tenía una mano dentro mi escote, apretando mis tetas y punzando mi pezón con dos finos dedos. En mí se producía una amalgama de sentimientos que hacía nublar mi mente y hacer palpitar constante y ferozmente mi corazón. Lo repentino del asunto, el que fuera mi primer hombre tras Alberto y lo durísimo de su polla, que pugnaba por salir de su pantalón, me hacían vibrar y gemir. El pibe, tan locuaz anteriormente, no abría la boca para nada que no fuera lamer y mordisquear mis pezones, comerme las tetas o morrearme intensamente. Me corría. Ni siquiera se había quitado los pantalones y ya estaba teniendo un orgasmo. Me restregaba, ayudada por sus manos, a lo largo del sobrecogedor bulto oprimido por la dura tela del vaquero. Él me chupaba la oreja, jugando a introducir su húmeda y lasciva punta en mi oído, dándome la oportunidad de escuchar muy de cerca su agitada respiración.
Decidí acabar con los preámbulos. Quería que me reventara, que me follara el coño hasta que me doliera, que me hiciera suya y me tratara como cualquier guarra de discoteca. Al fin y al cabo, aquella noche no era más que eso, una puta que se abre de piernas para cualquiera que medianamente le dore la píldora. Pensé en Alberto, recreando fugazmente en mi mente escenas de la primera vez, cuando no éramos más que dos púberes cachondos y enamorados. Pero ahora tenía que dejarlo atrás.
Bajé la bragueta de mi concubino y no pude evitar una mueca de admiración. Su polla, sonrosada, apetecible, venosa y húmeda, apuntaba enhiesta y dura, mostrando un vigor que ni por asomo pude conocer en mi ex. Le pajeé. A decir verdad, con tan solo empezar con mi sesión masturbatoria el chico pareció despreocuparse de mí. No lo iba a consentir. Completamente desnuda, con mi coño palpitante y con imparables series de escalofríos sacudiendo mi cuerpo en una tortura sin fin, me la metí de una vez hasta el fondo. Sin condón, sin cuidados, sin suavidad. Sólo quería esa polla dentro de mí. Tan simple, tan burdo, tan animal y tan natural como eso.
Ya digo que no la esperaba, pero la suavidad, amparando mis previsiones, brilló por su ausencia. Omar me subía y me bajaba a peso, ayudándome a meter hasta dentro aquel tesoro gracias a potentes, secos y constantes golpes de cadera. Mis tetas bamboleaban incesantes, sudaba como una perra y él me metía dedos en la boca sin cesar; cada vez más: uno, dos, tres casi me atraganta. Al fin de aquella exploración bucal, mi barbilla brillaba reluciente por la saliva que resbalaba por sus dedos. De repente me acordé: no llevaba condón. Presurosa y asustada, descendí de aquel cadalso en el que gozaba empalada y me situé a sus pies para chuparle la polla. En ella borboteaban pequeñas gotas de líquido, pero aquella humedad anecdótica poco tenía que ver con lo que a continuación venía. Omar no estaba dispuesto a cesar en su sexo duro, explícito, egoísta y casi violento, por lo que tomo mis pelos con decisión. En otras circunstancias, con Alberto, jamás habría consentido un tratamiento así, pero mi nueva vida empezaba ahora, y poco o nada tendría que ver con la anterior. Por fin, con algunas sacudidas decididas a mi polla en aquella paja crepuscular, su esférica e ígnea cabeza comenzó a escupir semen hacia mí. No todo me alcanzó, pero mi ropa, mi cara y mi pelo concluyeron la sesión sucia, pringosa y endurecido respectivamente. Desde abajo, mientras observaba absorta como introducía con sus dedos parte del semen sobrante en mi boca y acariciaba mi cabeza, me vi allí, lejos física y mentalmente, emprendiendo un camino que me excitaba y me asustaba a partes iguales. Iba en camino de ser la nueva guarra de Villanoi, y los comentarios post-nocturnos de mis amiguitas me ayudarían a conseguirlo.
Afortunadamente no me equivocaba