Nueva vida en Madrid: Carlos

Un pequeño diario de una de mis experiencias durante mi estancia en la capital

Llevo bastantes años leyendo la multitud de relatos que han ido llenando las páginas de esta pequeña, y no tan pequeña, comunidad de relatos. He crecido con grandes sagas como las de 7legolas, Rofacale o Caractato y me he quedado con ganas de ver terminar otras muchas que, por causas desconocidas, han quedado incompletas. En ocasiones, me he sentido tentado de animarme e intentar retomar alguna por mi cuenta; pero no me parecía justo: solo el autor de un relato o una saga tiene el poder de continuar su legado.

Quizá porque hoy me he levantado dispuesto a comerme el mundo, al fin he decidido publicar mi propio relato, fruto de mis experiencias personales, aunque aderezado y ligeramente modificado con el fin de hacerlo un poco más… interesante, supongo. No sé si esto será el principio de algo habitual, pero al menos quería atreverme a hacerlo una vez.

Todas las críticas y comentarios son aceptados, especialmente si son constructivos.

Espero que os guste ;)

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Nueva vida en Madrid: Carlos

Habían pasado ya algunas semanas desde mi mudanza a Madrid y estaba fascinado. Llevaba año y medio esperando ese momento, pensé que nunca llegaría. Ya sabéis lo que nos pasa a los que vivimos en ciudades pequeñas cuando viajamos a la capital: todo lo que a los madrileños les parece algo normal y anodino se vuelve mágico e inesperado para nosotros.

Supongo que lo lógico es que me presente: me llamo Iván y de aquellas tenía 24 años. No soy un chico especialmente guapo, digamos que soy “mono” y por aquel entonces estaba bastante delgadito porque salía a correr casi todos los días, pero mi cuerpo tampoco es que fuese gran cosa (aún no había descubierto lo que era el gimnasio jaja). Mi pelo es castaño a juego con mis ojos y siempre supe que era gay, pero mis experiencias con chicos no empezaron hasta los 20, quizá porque me sentía un poco cohibido al vivir en una ciudad relativamente pequeña.

Me mudé a Madrid para estudiar un máster, pero ya sabéis lo que suele pasar en estos casos: te dedicas más a estar fuera de casa que dentro estudiando. Entendedme: 24 años, Madrid, totalmente solo, pudiendo hacer lo que me daba la gana… Era una tentación constante (y más si tenemos en cuenta la cantidad de chicos extremadamente guapos que hay en esta maldita ciudad).

Antes de venirme aquí había cortado con el que hasta entonces había sido mi novio. Las cosas no andaban bien entre nosotros los últimos meses y creímos que lo mejor era dejarlo, ya que entre mi ciudad y Madrid había bastante distancia y mi novio de aquellas no trabajaba, por lo que los medios y posibilidades para vernos eran bastante limitadas. Reconozco que me jodió bastante, pero al ver que un par de semanas después de que me fuese ya andaba tonteando con otros tíos acabé quitándome la venda de los ojos y decidí empezar a aprovechar mi tiempo en Madrid como debía.

El caso es que decidí bajarme Tinder, esa famosa aplicación para conocer gente. Ya conocía Wapo o Grindr, pero nunca había probado esta, así que decidí dale una oportunidad a esta aplicación. ¡Joder! Todos los días se me acababan los malditos likes, era horrible (y genial) la cantidad de chicos guapos que había por Madrid jajaja Conseguí algún que otro match, pero ninguno pasaba de una conversación tipo “besugo” como “Hola. Hola. ¿Qué tal? Bien, ¿tú?” y cuatro líneas más. Hasta que llego Carlos.

Estaba en clase, aburrido, cómo no, cuando mi teléfono vibró. Ahí estaba brillando en la pantalla “Tienes un nuevo match”. Carlos tenía dos años más que yo, era moreno con unos ojos verdes de escándalo, de piel clarita y cuerpo más o menos definido. Había estudiado cine y era de Alicante. La verdad es que el chico no estaba nada mal y, curiosamente, fue él el que empezó a hablarme a mí, cosa que normalmente no solía pasarme.

Empezamos a hablar y la verdad es que el chico prometía, por lo que acordamos quedar ese fin de semana. Cuando salí de la boca de metro lo vi de espaldas, pero quise hacerme el interesante y le mandé un whats diciéndole “Creo que te he ganado, porque he llegado y no te veo por aquí :P”. Me picó en la espalda y nos saludamos con un abrazo y un par de besos y entramos en la horchatería a la que dijo que me llevaría. “¡¿Cómo es posible que nunca hayas probado la horchata?! Esto hay que arreglarlo ya” me había dicho.

La verdad es que la horchata estaba buena, pero no tanto como él: si en foto ya prometía, la verdad es que en persona el chico ganaba muchísimo. Sus ojos eran puro verde, su cuerpo se notaba fibrado y su pantalón, ajustado, dejaba ver un bulto muy prometedor. Creo que me pilló varias veces mirándolo, pero él solo se reía y me guiñaba el ojo.

Decidimos salir a dar un paseo, pero poco después de empezar a andar comenzó a llover, por lo que nos refugiamos en un Tiger (una tienda que vende un poco de todo) para evitar mojarnos y pasar el rato. No faltaba mucho para que la tienda cerrase, por lo que estábamos prácticamente solos. Cuando subíamos al piso de arriba noté cómo su mano me rozaba el culo disimuladamente, roce que se repitió varias veces a lo largo de la visita a la tienda. Yo también aproveché a sobarlo descaradamente y noté cómo el bulto de sus pantalones se hacía mucho más notorio cada vez.

Prácticamente nos echaron de la tienda y, como seguía lloviendo, decidimos tomarnos algo en una terraza cubierta que estaba un poco más arriba. Carlos había comprado un paquete de velas en el Tiger y se nos ocurrió la coña de encender una. Nos tomamos una copa de vino y a esa le siguieron otras tres más. Yo ya iba bastante achispadillo y le dije que igual no era capaz de volver a casa solo, a lo que él respondió que no le importaba acompañarme. Me propuso tomar otra, pero le dije que si me tomaba una quinta iba a soltarme demasiado y que eso no podía ser, que menuda impresión se iba a llevar de mí, un flojillo que no aguanta ni cuatro vinos.

Se rió, miró su reloj y dijo que era un poco tarde y que él mañana trabajaba, por lo que decidimos irnos. Bajamos al metro, pasamos los tornos y estuvimos esperando en el andén un rato. De pronto, cuando el panel marcaba un minuto para la llegada del próximo metro, Carlos me miró y me dijo “Tienes dos opciones: dejar que me vaya o tomarte otra copa conmigo”. El chirrido del metro anunciaba su llegada, por lo que no me lo pensé dos veces: lo agarré de la mano y volvimos al hall de entrada. Justo al ir a pasar por el torno para salir, posé mi mano en su cintura para dejarlo pasar primero. Entonces él se giró, me miró y me plantó un beso en los morros. “Joder, por fin me besas” le dije, se rió y me acercó contra la pared del hall para seguir besándonos. Su lengua se enroscaba con la mía mientras mis manos se deslizaban de su cintura a su culo, apretándolo ligeramente para sentir su dureza. Dureza que, por cierto, también compartían el bulto de sus pantalones y el mío, que ambos intentábamos que se rozasen lo máximo posible.

Dejamos de besarnos un segundo y nos dimos cuenta de que estábamos montando un pequeño espectáculo, por lo que decidimos salir, volver a comernos la boca en las escaleras de entrada y tomarnos la última copa. Habíamos gastado un viaje del bono para nada, pero creedme que por fin había conseguido lo que llevaba deseando toda la noche.

Cuando nos terminamos la última copa de vino, jodiendo bastante a los camareros porque querían cerrar, volvimos al metro y Carlos volvió a proponerme algo “Ahora puedes irte o venirte conmigo a casa”. Ni siquiera le respondí: mis labios y mi lengua actuaron solos y respondieron por mí buscando los suyos. Recuerdo haber escuchado algún grito de “maricones” desde el otro anden, pero me daba igual. Nos metimos al metro en cuanto llegó, robándonos algún beso de vez en cuando. Cinco putas paradas que se me hicieron eternas hasta que llegamos a la suya que, afortunadamente, quedaba justo enfrente de su piso.

No tenía ascensor, pero aprovechamos el portal para volver a besarnos y sobarnos a base de bien, ahora más descaradamente, ya que mi mano se fue automáticamente al bulto de su pantalón y pasó a sobarle la polla, que se intuía de buen tamaño. Él había metido las manos bajo mi camiseta y pellizcaba mis pezones, haciéndome gemir contra sus labios.

Subimos los dos tramos de escalera y entramos en su piso. Vivía con dos chicas, era un piso de tamaño relativamente pequeño, pero me dijo que su habitación era la más grande. Me guio en la oscuridad pegándose a mi culo, haciéndome sentir su polla dura contra él y haciéndome girar la cara de vez en cuando para besarnos.

Cuando llegamos a su habitación, se quitó la camiseta e hizo lo mismo con la mía, me tumbó en la cama y se puso a mordisquear y lamer mi cuello y mis pezones, llegando incluso a hacerme algún chupetón por el cuello.

“Cabrón, te dije que no me gusta que me marquen”, dije besándolo y mordiéndole el labio en venganza.

“Ah, te jodes. Ahora todos sabrán que eres mío”, me dijo ahogando un gemido.

Volví a besarlo y nos hice girar en la cama. Ahora él estaba debajo y yo ya podía hacer lo que llevaba toda la tarde deseando: fui bajando lentamente por su pecho y su abdomen hasta la cinturilla de su pantalón por la que ya sobresalía su capullo. “Vaya, vaya, por aquí hay alguien que se muere por salir”, le dije mientras desabrochaba el botón y le bajaba la cremallera. Sus slips apenas podían contener aquel pedazo de carne que me lancé a devorar mientras Carlos empezaba a gemir. “Joder, cómetela ya, tío”. Dicho y hecho, le bajé los slips y me metí su rabo en la boca. Debía de medir unos 20-22 cm y estaba totalmente depilada. No es que me gusten especialmente, pero esta tenía una pinta deliciosa. Emanaba un olor fuerte y se notaba que Carlos llevaba un calentón increíble, porque chorreaba líquido preseminal.

Siempre me he jactado de chuparla bastante bien y con Carlos no iba a hacer una excepción: poco a poco conseguí metérmela entera en la boca, lo que hizo que Carlos bufase como un toro y empezase a mover su cadera para follarme la boca. Me sujetó del pelo y empezó a bombear cada vez más fuerte mientras yo intentaba no ahogarme con cada embestida de su polla. Estuvo un buen rato follándome la boca hasta que le llené el rabo de babas, momento que aproveché para bajar y lamerle bien los huevos, que parece que iban a juego con la polla de lo grandes que eran.

Mi lengua pasaba de su perineo a sus huevos y de sus huevos a su polla para acabar devorando ese capullo rosado que tenía y que tanto me encantaba comerle. Me encanta mirar a los tíos a los ojos cuando se la como, por lo que nuestras miradas se cruzaron en más de una ocasión y pude comprobar las ganas que tenía Carlos de follarme. Me quité los pantalones y me pidió que me girase y me pusiese sobre él, empezando a comerme el culo mientras yo seguía dedicándome a su polla.

Madre mía, qué lengua tenía. Recuerdo cómo me azotaba el culo mientras su lengua se deslizaba por mi raja hasta encontrarse con mi ano, al que dedicó especial atención primero lamiéndolo y después haciendo que se abriera poco a poco con su lengua. “Qué culazo tienes, tío, me pasaría la noche comiéndotelo”.

Su lengua dejó paso a sus dedos, pero yo no podía más, quería que me follase: “Deja los dedos y fóllame de una puta vez” “¿Quieres rabo, eh? Pues te vas a hartar, cabronazo, te voy a petar a base de bien”. Me quité de encima de él y me puse contra el cabecero de su cama, con el culo en pompa y vi cómo sacaba un condón del cajón de la mesita y un bote de lubricante. Se embadurnó bien la polla y empezó a hacer presión con el capullo en mi ano. Cuando ya había entrado en mi culo, se acercó a mi oído y me dijo “No eres virgen, ¿verdad?”. Le contesté que no, por lo que aprovechó para meterme el resto de su polla de un caderazo. Solté una mezcla de gemido y grito que lo hizo reírse, “hijo de puta”, mascullé. Volvió a acercarse a mi oído y lo mordió mientras me susurraba “qué pedazo de culo que tienes, maricón, voy a follártelo entero”.

Empezó a bombearme, la sacaba casi totalmente para volver a metérmela de golpe, me encantaba sentir sus huevos chocar con los míos y sentirme lleno de polla. Mi ex no la tenía mal, pero esto era una puta locura, quería que me empalase toda la noche. Mientras me la metía, yo me pajeaba, intentando suavizar el ritmo cuando sentía que me corría.

Me la sacó de golpe, se tumbó sobre la cama y me guiñó un ojo, por lo que entendí claramente que quería que lo cabalgase. Me puse en cuclillas y empecé a deslizar su polla de nuevo dentro de mí, fue como llenar un vacío en mi interior, sin ella dentro me sentía raro. Estuvo follándome el culo un buen rato hasta que me anunció que se corría, por lo que aceleré el ritmo de mi paja para acabar corriéndome sobre su abdomen marcado. La contracción de mi ano al correrme fue suficiente para que Carlos acabase derramándose dentro de mí. Caí desplomado sobre él, sintiendo como mi cuerpo se pringaba con mi semen, besándolo y dejando que su polla saliese de mi culo, volviendo a notar esa extraña sensación de vacío.

Me dijo si quería que nos duchásemos, cosa que acepté, ya que estaba lleno de mi propia lefa y sudoroso. Aprovechamos para seguir enrollándonos en la ducha y le pedí que me dejase comerle el culo, porque no podía irme sin probar esa maravilla de culo que tenía. Volvió a correrse contra el cristal de la mampara de la ducha y él me devolvió el favor haciéndome una mamada.

Se notaba que estaba cansado, o que no le molaba mucho la idea, pero no estuvo mal, el chico usaba bien la lengua y acabó haciendo que me corriese en su cara.

Nos fuimos a dormir y me despertó a las 6 diciéndome que se tenía que ir a trabajar.

Carlos y yo quedamos un par de veces más, pero la cosa tampoco prosperó (quizá os cuente el porqué), por lo que no nos hemos vuelto a ver.

Lo que yo no sabría hasta tiempo después es que un director de cine siempre tiene una cámara preparada en cualquier parte, por lo que creo que siempre tendré un bonito recuerdo de la primera vez que probé la horchata de Carlos.

@newboyintown