Nueva Vida 14

Los años pasan, el amor continua.

Nuestra vida, la de Paco y la mía siguió en su tónica, reformada cada vez más. Trascurridos casi tres años de nuestra, llamémosla, unión, después de un matrimonio filial de tres años, podíamos decir sin lugar a dudas que éramos una pareja totalmente estable, enamorada, fiel, aunque esa palabra suene rara en este caso. Eramos una pareja, se podría decir, tradicional. Paco continuaba sus estudios sin ningún problema, para nada había bajado sus notas, ni se había dispersado entre folleteo y folleteo a su madre. Yo por mi parte, me había asentado en mi trabajo, había promocionado hasta alcanzar un cargo medio que me permitía, entre otras cosas, sentirme realizada como mujer, profesionalmente estar bien considerada. Había dejado el trabajar por turnos y lo tenía que hacer, el cargo lo llevaba consigo, en turno partido de mañana y tarde. Este hecho al principio rompió de alguna manera el ritmo y los ciclos de nuestros encuentros carnales. En parte creo que nos vino bien porque varió una rutina demasiada arraigada, hizo que buscaramos nuevos momentos, que nos desearamos más. No sé, nos vimos bien.

En ningún momento en esos tres años que llevabamos juntos habíamos estado separado el uno del otro. Donde iba el, iba yo y al contrario. Por supuesto, nuestro secreto seguía perfectamente a salvo y nadie ni sabía nada ni se imaginaba que esa madre, viuda joven, jodía, y de que forma, con su hijo.

A los dos nos gusta mucho viajar, nos gusta conocer lugares nuevos. A los dos nos gusta el arte, disfrutamos mucho con él. Haciamos frecuentemente escapadas de fin de semana para conocer una ciudad, conocer sus monumentos, su cultura. Y por supuesto para, al menos durante un fin de semana completo, y aunque fuera en nuestro interior, sentirnos realmente una pareja. Lejos de Madrid, siendo extraños en otra ciudad, paseábamos cogidos de la mano, nos sentábamos en los paques, nos besábamos a la vista de todos. Cada vez menos era visible la diferencia de edad entre Paco y yo. A su favor jugaba la madurez que fisicamente iba adquiriendo.

En Cuenca encontramos un paquecito escondido, era casi de noche, anochecía. Estabamos sentados en un banco, hablando sin más, posiblemente comentando lo que nos había gustado más o menos de esa ciudad, de los sitios que habíamos visitado o cualquier otra tema intrascendente. Era una conversación banal, en cualquier caso. Paco tendió su mano alrededor de mi hombro y me atrajo hacia él. Me besó en la boca. El beso primero fue seguido de otros más, cada vez más cálidos y furiosos. A la vez que me besaba comenzaba a tocar mis tetas. Yo notaba que mi hijo comenzaba a sentir los primeros efectos de la excitación. Lo sentí definitivamente cuando disimuladamente puse mi mano en su paquete y noté el enorme crecimiento de polla que tenía. Movía mi mano por encima de su pantalón.

Entre beso y beso miré alrededor. No vi a nadie. Anochecía y estabamos solos en un parque de Cuenca, donde no nos conocía nadie, donde pasabamos totalmente desapercibidos. Nos sentiamos una pareja, nos besabamos como una pareja normal, nos estábamos calentando como cualquier pareja en un parque que empieza a perder la luz del día.

–                    quieres que nos vayamos al hotel?

–                    aquí estamos bien, no te parece, Marta?. Estoy como Dios, tu no?

–                    lo que estás es empalmado y yo un poco cachonda, creo que deberíamos irnos

Paco volvió a besarme de forma desesperada, con mucho ímpetu. Seguía tocandome las tetas que ya era evidente que tenían los pezones en punta de puro deseo, pero también me tocaba la entrepierna. Llevaba pantalones. Tenía las piernas cruzdas, pero Paco hizo un simulacro de paja por encima de mis pantalones, lo que me obligó a descruzar las piernas y a abrirlas lo suficiente como para que su dedo se empotrara en mi raja de la mejor manera posible. Yo me conozco, cuando consigo el grado de excitación mínima, cuando mi cuerpo me pide guerra, me da lo mismo ocho que ochenta.

Mi mano ya no acaraciaba la polla de Paco por encima de su pantalón, con más o menos disimulo, directamente sobaba su polla dura, haciendole gemir bajito, clara muestra de que mi toqueteo le estaba resultando altamente agradable y placentero.

–                    Marta, me tienes a mil

–                    ah, sí? y que quieres?

–                    no lo sé, qué me ofreces

–                    te ofrezco mi vida

Cuando le dije eso, que puede parecer una cusilada, y posiblemente lo sea, pero que me salió del alma, bajé la cremallera de su pantalón, Introduje mi mano dentro de su pantón. Su rabo era un trozo de hierro candente que empecé a sobar despacito, recorriéndolo con mi palma abierta, para luego agarrarlo y empezar a menarlo.

–                    te gusta?

–                    me gusta mucho

–                    te da morbo que te haga una paja en un parque?

–                    tu toda me das morbo... y la paja tambien

Me gustaron las palabras de mi hijo, me pusieron más caliente todavía. Por eso, agarre su miembro y lo saqué de su escondite. Paco tenía la polla fuera de su pantalón, totalmente tiesa, muy caliente, descapullada. Me llamaba. Su polla me llamaba y yo no me iba a hacer de rogar. Me agaché y la introduje en mi boca. Paco se sorprendió. No lo esperaba.

–                    qué haces?, dijo con sorpresa

–                    hacerte una mamada

–                    aquí?

–                    aquí mismo

–                    joder, Marta, que estamos a la vista de todos

–                    yo no veo a nadie

Volví a mi trabajo, volví a meterme su polla en la boca, a saborearla, a disfrutarla. Paco estiraba las piernas y me cogía de la cabeza, metía los dedos por mi pelo, movía mi cabeza al ritmo que él quería sentir la chupada de su polla.

–                    como me gusta que me comas la polla, joder

Su voz ya sonaba con ese tono característico de deseo, de macho salido si quereis. Mi hijo estaba disfrutando plenamente de la mamada que su madre le estaba dando en aquel parque semioscuro de Cuenca. En contraposición, o mejor dicho, por extensión, yo estaba disfrutando también como una loca. Me gustaba comerme el miembro de mi hijo en aquel parque de Cuenca.

Notaba las primeras gotas preejaculorias mezclarse con mi saliva, notaba el sabor agridulce en mi boca, preaviso de lo que vendría no tardando mucho. Hice más presión con mi boca, Paco a su vez movía su pelvis de cuando en cuando como queriendo follarse mi boca.

Se dejaba hacer. Ya no acompañaba mi cabeza. Se rendía a mi amoroso ataque, esperando que su corrida culminase cuanto antes. Yo la esperaba, ansiosamente la esperaba y la deseaba. Queria beberme el líquido caliente y espeso de mi hijo, que su primera andanada llegara a mi estómago directamente. Tenía que sentir, saborear, la corrida de Paco en mi boca.

Como casi siempre me avisó, realmente no sé para qué si sabía perfectamente que no iba a dejar escapar ni una gota de su lefa.

–                    me corro, Marta

Le miré. Mi mirada casi debía ser de suplica, como diciéndole: “por favor, sí, córrete, estoy esperando tu leche”

–                    me corro, Marta....sí....sigue...no pares ahora....tómala, que me corro....me corroooo

Como era de esperar, como yo quería, un disparo llenó mi boca, entró directamente. No podía tragar. Su leche brotaba de mi boca, mezclada con saliva. Yo continuaba chupando aquel mastil que iba perdiendo algo de consistencia, pero que aún asi se veía y se sentía duro y caliente.

Escupí al suelo parte, como en una cata. Algo parecido. Paco estaba espatarrado en el banco, reponiendose de su corrida reciente, tan abundante y rica como siempre. Me incorporé y le dí un beso en la mejilla, después en sus labios. Acomodé mi cabeza en su hombro, satisfecha del trabajo bien hecho y bromeando le dije

–                    ha quedado satisfecho el señor?

–                    muy satisfecho

–                    me alegro

Me dio un piquito en los labios, mezcla de agradecimiento y amor. Todavía tenía la polla fuera del pantalón. La erección se había venido abajo prodigiosamente.

–                    guardatela no se constipe

–                    guardamela tú

–                    si la cojo volvemos a empezar, que ya me sé la historia

Paco sonrió como asintiendo mis palabras, cogió su polla y se la guardó colocandola convenientemente. Estuvimos un rato más sentados en aquel banco. Empezaba a refrescar. A penas había luz y no había gente.

–                    me esta entrando hambre

–                    no hay nada mejor que una buena corrida para abrir el apetito

–                    donde vamos a cenar, Marta?

–                    te apetece que busquemos un italiano o algo parecido?

–                    vale, me parece bien

Salimos del paque y estuvimos callejeando por Cuenca. Encontramos una pizzería y entramos. Tampoco había mucha gente. Sólo una cuantas mesas ocupadas por parejas y una familia con niños. Andando por las calles de Cuenca me día cuenta que Paco se había manchado un poco los pantalones con su leche. Se lo hice saber. No se notaba mucho y aún húmedo no se veía la mancha blanca que saldría una vez se secara.

Estuvimos cenando. A Paco le gustan mucho las pizzas. A mí no tanto. El logicamente pidió una que se la tomó con una Coca-Cola. Yo prefería pedir una ensalada con pollo y bebí agua. Los ojos de Paco brillaban en aquella pizzería. A mi hijo siempre le ha sentado bien correrse. Le brilla la cara, se le iluminan los ojos. Es una maravilla.

Cuando terminamos de cenar nos fuimos hacia el hotel. Estabamos algo perdidos. No conociamos la ciudad y habiamos callejeado en exceso, era de noche con lo que el sentido de la orientación también lo pierdes, aunque no quieras. Tuvimos que preguntar. Nos indicaron y la verdad es que no estabamos a mucha distancia. En recepción cogimos nuestra llave y subimos a la habitación.

La habitación tenía dos camas. Paco nada más llegar se tiró en una de ellas. Yo entré al baño, donde me lavé la cara y me desmaquillé. Me miré en el espejo. Tenía una cara de zorra que no había por donde cojerme. Pero zorra satisfecha. Feliz. Enamorada. Me gustó verme en el espejo. Y me alegré por la suerte que me había dado la vida.

Salí del baño y Paco había puesto la televisión. Veía un partido de futbol. Seguía tumbado en la cama. Me empecé a desnudar, colocando la ropa en una silla que había junto a una especie de escritorio. Cuando me quedé en bragas y sujetador, la mirada de Paco y mía se cruzaron.

–                    ven aquí, anda.

Fui hasta su cama. Me senté, pero el me atrajo hacia si y me dio un beso en la boca.

–                    todavía te sabe la boca

–                    a qué?

–                    a mí

Hubo un sucesión de besos que me excitaron. Paco me desabrochó el sujetador, me lo quitó y lo lanzó hacia donde estaba el resto de la otra ropa.

–                    que te pasa, lobo?

–                    que me estoy volviendo a calentar

–                    ah, si?

Su mano urgaban mi raja por dentro de la braga. Estaba mojada, me gustaba como me estaba tocando Paco. Ahora era el quien me estaba dando placer. Lo sentía. Me calentaba. Me mataba de gusto.

–                    como quieres que te folle?

–                    me voy a subir encima

–                    así te correrás pronto

–                    es lo que quiero, estoy como una cerda

Paco me quitó de donde estaba para deshacerse de los pantalones y el resto de su ropa. Yo mientras me quité las bragas y las tiré al suelo. Volvió a situarse en la misma posición de antes. Tenía la polla tiesa, mirando hacia arriba, descapullada. A punto. Me subí encima de él y con mi mano acompañe su polla hasta la entrada de mi coño. Pasé su cabeza un par de veces por mi clítoris, para después metermela por entero. Un suspiro de alivio, de placer y gozo salió de mi boca. Estaba que no podía más. Empecé a moverme. El gusto iba en aumento. Paco me sujetaba de la cintura. A veces me tocaba una teta o pellizcaba mi pezón a punto de romperse de lo duro que estaba.

Tardé poco en correrme. Lo hice a voz en grito. Seguramente fui oía por los inquilinos de las habitaciones colindantes. Me daba igual. La corrida había merecido la pena. Me había dejado muy a gustito.

–                    vaya manera de correrte, Marta, tenias ganas, eh?

–                    joder, no lo sabes tu bien... pero y tú

–                    no te preocupes por mi que yo ya tuve lo mío en el parque

Me abracé a el. Nos abrazamos mutuamente en aquella cama pequeña, nos quedamos medio dormidos. Tremendamente satisfechos.

CONTINUARA....