Nueva masajista

Elisa vio esto como una invitación y deslizó sus manos abiertas por ambos senos hasta llegar a los pezones, abrazándolos como ambas secretamente deseaban y masajeándolos firmemente. Sara no pudo evitar gemir mientras danzaba al ritmo de las caricias de la masajista...

Sara llegó casi a la carrera, del mismo modo que llevaba toda la semana. Sí, ciertamente necesitaba ese masaje. Tenía reservada la sesión con la masajista desde hacía diez días, en principio lo enfocó como su pequeño capricho mensual, pero después de una semana infernal en el trabajo se había convertido en una imperiosa necesidad.

Al entrar por la puerta del balneario saludó a Susana, la recepcionista, buena amiga de ella. Esta levantó la cabeza de la pantalla del ordenador y sonriéndole con indulgencia le dijo:

-Anda, date prisa que Elisa lleva 10 minutos esperándote.

-Gracias Su, y lo siento- respondió mientras su voz se iba apagando por el pasillo.

No conocía a Elisa, la había visto de pasada por las instalaciones del balneario, pero no podía decir nada más que el hecho de que era una chica delgada y tenía cabello oscuro.

-Hola, ¿se puede? - interpeló Sara asomando la cabeza rubia por la puerta.

-Sí claro, pasa. Te estaba esperando- dijo Elisa al tiempo que se levantaba de la silla en la que estaba sentada. Se acercó al equipo de música y mecánicamente lo puso en funcionamiento para que sonase una melodía relajante de fondo, estiró la sabana que cubría la camilla articulada especial para su trabajo, se giró y con una toalla y un bikini de papel se acercó a Sara para entregárselos.

Era una chica de unos 25 años, morena, con el pelo rizado hasta la altura de los hombros, una cara redondita enmarcada con una dulce sonrisa que, sin ser tremendamente guapa, sí que le concedía cierto exótico atractivo, acentuado por un pequeñito piercing en la aleta de la nariz, y otro en la lengua. Un poco más alta que Sara, de metro setenta aproximadamente, y con una silueta en la que se apreciaban unas sugerentes curvas: un bonito pecho enmarcado en la tirantez del uniforme del balneario y unas nalgas redondas.

Con palabras tranquilizadoras acalló las disculpas de Sara y la hizo pasar a la pequeña cabina que hacía de vestuario. Sara se apresuró a desnudarse y vestirse para no perder más tiempo, pero al ponerse el bikini estándar de papel, lo rompió. Con más vergüenza de la que creía soportar, volvió a asomar la cabeza por la puerta del vestuario y le pidió a Elisa otro bikini.

-Lo siento- respondió ésta –Eres mi último masaje del día así que no tengo ninguno más aquí. Pero, no te apures, cúbrete con la toalla y, si a ti no te importa, puedes quedarte desnuda en la camilla, por mí no hay problema, te pondré una pequeña toalla para cubrirte y así no te sientas incómoda.

Ante la inesperada solución y por no crear más problemas, Sara respiró aliviada y aceptó la propuesta.

-Túmbate por favor. Así, boca abajo- le fue orientando la masajista –lo primero es que te relajes, olvídate del retraso, de tus preocupaciones y deja que la música, el aceite y mis manos se encarguen, si no, todo esto no servirá de nada.

-Gracias- respondió Sara.

Relajarse después de la forma en que había llegado al balneario era más fácil decirlo que hacerlo. Pasó los primeros 10 minutos tensa, con la espalda contraída y sin disfrutar de la sensación terapéutica. Elisa, teniendo ya experiencia, se percató y, sin meter ningún tipo de prisa, dedicó estos primeros instantes a repartir el aceite suavemente por toda la espalda, sin hacer apenas presión en la piel de su clienta, de forma tan delicada, que con cada pasada de sus manos conseguía que Sara, sin apenas darse cuenta, se fuera relajando cada vez más. Llegó un punto en el que Sara finalmente entró en trance y solamente estaba la música, el dulce perfume del aceite y el contacto de esas manos en su espalda. Elisa no dejaba de pensar en lo bonito que era el cuerpo de Sara y bromeó para sí misma que así no le pesaba en lo absoluto dar masajes.

Las caricias se hicieron cada vez más firmes, más fuertes, más seguras. Cada vez que pasaban por una zona de su cuerpo, arrastraban tensiones y en su lugar dejaban una dulce sensación de placer que relajaban el cuerpo de Sara.

Los pulgares de Elisa paseaban por el cuello y nuca erizando cada cabello, los dedos hacían pinza cogiendo amplios pellizcos en la piel de la espalda, las palmas de la mano arrastraban los hombros hacia abajo, de nuevo los pulgares subían por la columna vertebral dejando tras de sí una oleada de placer, las cálidas manos recorrían en círculo la zona lumbar, movimientos circulares repartían con especial dedicación el aceite por las nalgas... ¡por las nalgas!, con un imperceptible sobresalto, Sara se percató que las manos de Elisa llevaban un buen rato masajeando sus glúteos en el sitio donde debería estar la pequeña toalla, ¿cuándo la había retirado?, se encontraba tan transportada que no se había dado cuenta. Las caricias en sus firmes nalgas eran muy placenteras, como el resto del masaje, por eso no distinguió ninguna sensación extraña, hasta que ese pequeño radar que vigila las fronteras marcadas por nuestro pudor le puso sobre aviso.

Elisa se había dado cuenta del pequeño cambio experimentado en el cuerpo de su clienta, esa sutil e imperceptible incomodidad fruto de nuestra educación, pero sin darle más importancia continuó con lo que estaba haciendo y de la forma más natural dijo;

  • ¿Te importa que continúe por esta zona?, he creído que no habría problema que moviera un poco la toalla- y respaldó su afirmación con una caricia más firme, más calurosa, más amplia que se paseó por todo el contorno de las nalgas, pasando por el inferior de una y levantándola, para volver a juntarse las dos manos de nuevo en la parte superior, donde glúteos y espalda se unen.

Una extraña sensación, mezcla de placer y nervios invadieron a Sara, quien terminó cediendo y, en un tímido y sugerente susurro, invitó a Elisa.

-No, tranquila, no hay ningún problema, puedes continuar. Es bastante relajante.

A partir de ese momento el masaje alcanzó otra dimensión. Las manos, brazos y cuerpo de Elisa se movían en una compleja coreografía de movimientos, que junto al resto de elementos: música, aceite, iluminación... tenían como único fin el deleite y placer de Sara.

Esta, superando ya sus últimos miedos, se estaba dedicando únicamente a disfrutar, no existía nada más para ella que no fueran las ardientes manos de Elisa que, sin las limitaciones previas, se paseaban con total libertad por la piel de Sara: subían por el torso, bajaban por la espalda, enmarcaban sus piernas, se entretenían en el interior de los muslos y jugueteaban con las nalgas ahora sí relajadas.

La morena decidió dedicar especial tiempo a la espalda, se desplazaba sin pensar en movimientos que ya ni siquiera parecían un masaje, sino intensas caricias. La respiración de Sara se hacía cada vez más lenta y no se daba cuenta de que con cada caricia hacía leves movimientos con la cadera al mismo tiempo que la toalla de abajo se humedecía. Elisa no quería dejarse llevar puesto que era su trabajo del que se trataba, pero no pudo evitar rebasar los límites mientras sus manos se deslizaban por los costados del torso, delineando ambos senos una y otra vez.

La rubia estaba perdida en las sensaciones e instintivamente levantó su torso dejando un pequeño espacio entre el esternón y la cama, bajó cuando las manos de Elisa volvían al centro de la espalda y nuevamente subió cuando las manos volvían a contornear los senos. Se repitió esa coreografía varias veces, por lo que Elisa vio esto como una invitación y deslizó sus manos abiertas por ambos senos hasta llegar a los pezones, abrazándolos como ambas secretamente deseaban y masajeándolos firmemente.

Sara no pudo evitar gemir mientras danzaba al ritmo de las caricias de la masajista, quien estaba concentrada admirando el cuerpo de la rubia que yacía sobre la cama. Elisa no se pudo controlar y empezó a repartir pequeños besos alrededor de su nuca, intentando no soltar los senos que seguían generando suspiros.

Sara se volteó quedando boca arriba y Elisa se exaltó y sintió avergonzada por todo lo que había hecho, solo pudo mirar a la rubia sin generar ninguna palabra mientras esta la sostenía por las muñecas. Pensó que le gritaría, pero, para su sorpresa, sentó y la besó con ganas y fuerza, arrebatando la última gota de cordura de ambas. Elisa lo había deseado tanto que rápidamente buscó su lengua y jugó con ella a su gusto, dándole Sara la misma intensidad en sus movimientos. La rubia se alejó recordando que era la única desnuda, así que quitó la camisa de Elisa rápidamente y agradeció al cielo que esta no llevara un brassier por debajo del uniforme del balneario. Sus manos encontraron ágilmente los senos de la morena, acariciándolos y apretando en cuanto llegaba a los pezones. Besó de nuevo a Elisa y bajó lentamente por el cuello hasta llegar al pecho, se lamió los labios con antojo y comenzó a repartir besos a lo largo de los senos, su lengua quería probar los pezones así que los chupó y succionó, haciendo que la morena abriera la boca y gimiera sin ningún pudor. Sara continuó haciendo círculos alrededor de los pezones y succionando mientras sentía cómo se mojaba cada vez más solo de escuchar los hermosos sonidos que salían de Elisa.

Elisa comenzó a tocarse discretamente sobre sus pantalones, Sara al darse cuenta los desabrochó y estos fácilmente bajaron con la cooperación de ambas. Elisa, que no usaba ropa interior la mayoría de los días, los aparto con los pies y volvió a unir su boca con la de la rubia. Ya había notado lo mojada que estaba la toalla bajo Sara, así que apoyó la palma de la mano con firmeza sobre los genitales e hizo presión, para que los labios mayores comprimieran los labios menores y el resto de la zona. El resultado, fue un gemido placentero que autorizó a Elisa a continuar.

El dedo corazón iba arrancando oleadas de placer en cada zona con la que se iba encontrando en su camino: la parte inferior de los labios menores, que cedieron rápidamente a la presión del intruso, la entrada de la vagina, que recibió con una cálida humedad la caricia del dedo... y un poco más arriba, el clítoris, tan inflamado y excitado a esas alturas que un simple roce del dedo sobre su superficie hizo que Sara arquease su cuerpo y gimiese de nuevo, esta vez con más fuerza que antes.

Elisa, se esmeró, se deleitó en su quehacer. El dedo corazón jugaba alternando entre el clítoris y los labios menores. Mientras con el pulgar y el índice torturaba uno de los labios mayores, presionando, acariciando, arañando con la uña... Cada caricia, cada presión, cada giro iba acompañado de un leve jadeo... suaves, sensuales, rítmicos. Hasta que un gemido gutural sobrepasó a todos ellos: fue cuando la mano de Elisa se retiró un momento, para volver con una nueva sorpresa. Apoyó dos de sus dedos en la entrada de la vagina, y sin apenas esfuerzo los introdujo lenta, pero firmemente hasta el fondo... Acompañada por el gemido de Sara, Elisa empezó a mover los dedos dentro, y cada movimiento iba acompañado por otro similar por parte de las caderas de Sara, sin saber si buscando más placer, o huyendo de todo el que estaba recibiendo...

La excitación de Sara iba subiendo hasta niveles cercanos al orgasmo, pero al tiempo que su clímax se acercaba, las caricias de Elisa iban disminuyendo de intensidad, pero tan sutilmente que Sara no era capaz de apreciar el cambio. De pronto con la voz más sensual que en esos momentos era capaz de imaginar, Elisa dijo:

-La hora aún no termina, quiero hacerte disfrutar- mientras decía esto, retiró su mano del interior de Sara y, sin dejar de tocarle, la ayudó a recostarse sobre la cama nuevamente mientras ella misma se incorporaba sobre ella con cada una de las rodillas a lado de su cadera.

Volvió a besarla con ferocidad, sus lenguas parecían conocerse desde siempre, eran perfectamente compatibles. Elisa comenzó a bajar lamiendo la oreja derecha, el cuello, los senos, el abdomen, hasta llegar a esos labios que emocionados la esperaban.

-Quiero que llegues al paraíso. - Acercó lentamente su cabeza a su entrepierna.

Paseó lentamente la punta de su lengua por la parte exterior de los labios, de abajo a arriba, inflamados de placer se estremecían al contacto. Entonces giró un poco la cabeza y con los dientes mordió uno de los labios, ese dolor mezclado con el placer hizo recuperar a Sara el ritmo de los gemidos.

Unos dedos traviesos separaron los labios dejando al descubierto el sexo, húmedo y caliente, enrojecido y palpitante, que pedía más y más placer. Elisa arrastró su lengua por los labios menores y de ahí a la entrada de la vagina consiguiendo de nuevo que Sara arquease la espalda. Estuvo un rato jugando en esa zona, introduciendo la lengua todo lo que podía dentro de la vagina, hasta que su piercing rozaba la entrada y la punta de la lengua se retorcía dentro, dando placer.

Sacó la lengua despacio, recreándose, y sin detenerse continuó el movimiento hacia arriba, arrastrando la máxima superficie de lengua, piercing incluido, por la vagina, zona de la uretra y clítoris... la sensación fue espectacular, Sara se encontraba en un estado previo al éxtasis... y de pronto, toda su atención, toda la sangre de su cuerpo, todas las terminaciones nerviosas de su organismo parecieron concentrarse en un solo punto... su clítoris.

Elisa estaba centrada en su botoncito, besaba tiernamente el clítoris, arañaba con los dientes las paredes del capuchón, arrastraba la lengua por toda la zona... eso era una deliciosa tortura: alternaba la calidez y ternura de la lengua, con la fría y sólida sensación metálica del piercing. El clítoris, cada vez más inflamado, recibía ahora una tierna caricia de la lengua, ahora una ligera presión de la bola del piercing. Justo cuando Sara creía estar llegando a su límite, Elisa volvió a introducir dos dedos sin abandonar el clítoris. La lengua seguía arriba hacia abajo, los dedos entraban y salían, ambos cuerpos trabajaban acorde haciendo que Sara no pudiera controlarse más.

Sara se arqueó de nuevo, formando un puente en la camilla desde sus hombros hasta sus caderas. Un gemido largo y profundo salió de su garganta. Sus manos agarradas a sus pechos. Los ojos cerrados... y el ÉXTASIS... se corrió, se corrió de forma intensa, como no lo había hecho en mucho tiempo, quizá nunca. Se dejó llevar, sin prisas, dejó a su cuerpo disfrutar de la sensación lentamente, mientras notaba como la cabeza de Elisa se había desplazado y ahora tenía la boca frente a ella de nuevo. Volvieron a besarse, ya no había pena ni incomodidad, eran dos mujeres disfrutando sin que el resto del mundo existiera. Sara aún sentía sus piernas flaquear, pero con una mano comenzó a trabajar en la vagina de Elisa, estaba chorreando, no podía creer lo mojada que estaba solo por haber estado escuchando los gemidos que Sara emitía.

-No quiero que esto termine, Elisa. -Se seguían besando entre agitadas respiraciones mientras Sara intentaba moverse, colocando a Elisa debajo de ella esta vez. -Quiero tocarte toda. Déjame tocarte. Déjame poseerte.

Sara unió ambos de sus centros y empezó a moverse lentamente mientras formaba pequeños círculos sobre Elisa, quien se apoyaba sobre sus codos para que ambas pudieran seguir compartiendo besos intensos sin cesar. Sara comenzó a moverse cada vez más rápido y ambas gemían al unísono, Elisa no pudo más y se recostó completamente sobre la cama, haciendo que la rubia solo se mojara más viéndola completamente entregarse a ella.

-Ya no aguanto, Sara, no pares. – Parecía más súplica que petición así que Sara continuó.

La rubia con las manos sobre los senos de la morena, y la morena sosteniendo con fuerza las nalgas de la rubia; ambas al mismo ritmo, gimiendo y respirando agitadamente siguieron sus embestidas hasta que explotaron de placer, liberando sus jugos una hacia la otra, con más calor que nunca. Sara se dejó caer sobre el peso de Elisa mientras ambas suspiraban de placer y cansancio.

Pasaron minutos hasta que ambas lograron recuperar sus alientos y ninguna quería romper el momento, pero debían hacerlo.

  • ¿Te arrepientes? -Preguntó Elisa, temiendo que todo hubiera sucedido por el simple éxtasis del momento.

-No creo que te imagines lo mucho que me arrepiento. -Suspiró. – Me arrepiento de que no hayas sido mi masajista todo este tiempo.

Ambas rieron tímidamente y se miraron con complicidad. Elisa volvió a besar a Sara y estuvieron así hasta que decidieron que era tiempo de dejarse ir… al menos por ahora.

  • ¿Qué tal estuvo el masaje, Sara? -

  • Fue maravilloso, Su. Creo que vendré la próxima semana, y asegúrate de que me atienda Elisa, tiene manos mágicas . -Rio sabiendo que Susana no tenía ni idea, pero este había sido el mejor sexo de su vida.