Nueva forma de amar

Para nosotros era imposible dejar de amarnos en aquellos momentos.

Nueva forma de amar

1 – El desayuno

Llevaba ya un buen rato despierto pero no quería moverme. Me di cuenta de que Daniel se movía y cerré los ojos para que creyera que seguía descansando. Se levantó de la cama y salió del dormitorio despacio y aproveché para averiguar que ya eran las diez de la mañana. En la soledad del dormitorio, quise recopilar todo aquello que había vivido – estaba seguro de no haber soñado – y sentí esa misma sensación. Aquel sueño había durado treinta años. Es cierto que quise agredir a muchas personas, pero todas ellas se acercaban a mí con extrañas intenciones. Pretendían reducirme y atarme a una cama o inyectarme alguna cosa y yo necesitaba salir de allí y buscar a mi pequeño. Cuando me sentía impotente, usaba cualquier cosa para morir. No quería seguir vivo sin Daniel ni Alex ni Fernando… Necesitaba narrar todo esto a Daniel y que me diese su opinión.

Poco después, volvió Daniel con la bandeja del desayuno:

¡Buenos días, querido! Tienes que tomar ya algo. Despierta. Yo te ayudaré. Te incorporaré un poco y comeremos algo juntos.

Sí, Daniel – le dije -, haré lo que tú me digas. Te prefiero a ti; no me ha gustado ese joven doctor que me ha atendido.

Siempre queda la posibilidad – apuntó – de visitar a mi amigo. Puede que él te ayude mejor. Pero ahora necesitas reponer fuerzas y poner tus ideas en orden. Yo también necesito ordenar las mías. He pedido a Ramón que lleve a los chavales a dar una vuelta. Irán andando hasta el centro comercial. Puede que nos dejen tranquilos toda la mañana, aunque sé que Alex y Fernando preferirían estar aquí, a tu lado.

Yo prefiero tenerte a ti – le dije -, pero dentro. Fóllame, fóllame un poco. Yo no tendré que hacer esfuerzo ninguno.

Me haces desobedecer al doctor, Tony – me besó -. Acabemos de desayunar y ya veremos.

Comimos muy bien aunque no mucho. Ahora necesitaba ir comiendo un poco más cada vez. Retiró la bandeja y volvió al momento.

Dime, amor – me dijo - ¿Por qué quieres ahora que te folle?

Porque te necesito dentro – le expliqué -. Tú harás el esfuerzo; y espero que no hagas demasiado. Yo me dejaré hacer.

Eres insaciable, cariño – me dijo -, no me extraña que te ocurran ciertas cosas.

No – le dije -, no es eso. Es que entiendo que debí hacer demasiado esfuerzo y me pasé de mi límite, peso eso, para mí, ocurrió hace muchos años. Llevábamos demasiadas horas follando sin parar, tocando muchas horas, comiendo poco… Tuvo que ser eso. Ahora he comido – dije poniéndome boca abajo -; sólo quiero que tú no tengas que reposar como yo. Tampoco quiero que me suplas con nadie.

¡No, Tony! – exclamó -; no digas eso. Una cosa es hacer sexo unos cuantos tíos y otra es que yo busque a alguien para suplirte.

Se echó sobre mí y comenzó a masajearme mientras me hablaba en susurros y me mordía las orejas con los labios. Me hacía feliz y no estaba haciendo esfuerzo ninguno, así que puse mis brazos cruzados bajo mi cabeza y esperé. Noté cuándo su polla se había puesto dura y caliente y cómo me bajó con delicadeza los calzoncillos. Se puso de rodillas y se bajó los suyos. Un soplo de vida me llenó cuando sentí el contacto de su carne con la mía.

Eres mi mejor doctor – le dije – y esta es mi mejor terapia. Me das vida.

Para eso de la terapia – dijo – está el doctor ese… ese joven

El doctor Mill – le dije -; parece buena persona.

¿Mill? – me preguntó extrañado -. Eso es un apellido inglés.

Tú fóllame ahora – le dije – y ya hablaremos de apellidos ingleses.

Tomó su polla y la encauzó debidamente hasta donde debería entrar. Solo su contacto me hacía sentirme vivo y nuevo. Comenzó a empujar y lo fui notando entrar en mí.

Sigue, amor. Sigue. Hasta el fondo. Me haces sentirme vivo y estoy relajado.

Pues yo me moveré un poco – dijo -; quiero que tú también sientas placer. Como esa terapia del doctor Mill.

Reímos primero y empezó a moverse cada vez más rápidamente. Yo sabía que iba a tardar poco en correrse, así que no le dije lo que estaba pasando por mi cabeza. Empujó con todas sus fuerzas metiéndomela hasta el fondo y sacándola casi afuera. El placer era inmenso y él debería estar gozando como nunca. Habían pasado algunos días y ni siquiera pudimos vernos mucho tiempo a solas. Comencé a notarle ya nervioso y tembloroso; se aceleraba su respiración. Iba a correrse, pero no quise moverme. Finalmente, se dejó caer sobre mí y me abrazó: «Ya, amor, ya ¡Qué gusto!».

Déjala dentro un poco – le dije -, necesito sentirte.

Sí, pero estoy tan caliente que no creo que se me baje – dijo riendo -; me vas a tener un buen rato dentro y empalmado.

¡Mill! – le dije -. Es un apellido inglés. Significa «molino».

Tomó aire asustado.

¡No, no la saques! – le dije -. Tranquilo; deben ser coincidencias

2 – Los hechos

Comenzó a acariciarme el pecho y fue bajando la mano. No pude remediarlo; tiré de mis calzoncillos otra vez hacia abajo y salió balanceante mi polla dura y erecta.

Creo que nos pasamos, Tony – me dijo -; aquella tarde follamos sin parar. Tal vez todo se debió a que partíamos del pueblo y Paquito y Andrés se veían perdidos y encerrados otra vez. Pero Paquito y Alex follaban y descansaban. Nosotros no parábamos. Eran demasiadas horas tocando y sin descansar y encima haciendo esfuerzos. Tu corazón pareció no aguantar. Yo no sabía qué te pasaba. Me estabas follando cara a cara y vi tu rostro transformarse hasta que caíste sobre mí como muerto. No puedes imaginarte el susto que pasamos. Tuve que sacarme tu polla poco a poco y ponerte boca arriba. Le dije a Paquito y a Andrés que se vistiesen y se fueran a casa. Les prometí avisarles. Andrés había quedado en venirse con nosotros; tú mismo preguntaste antes a Manu. Se quedó el pobre Alex a tu lado y bajé corriendo a buscar al médico. La señora lo llamó y apareció al minuto. Entró en la habitación y te hizo unas pruebas; no recuerdo nada. Pidió una ambulancia que tardó pocos minutos, pero me dijo que te traerían al hospital. Habías perdido el conocimiento totalmente.

Nada de eso recuerdo, cariño – le dije -, es normal.

Comenzó a chupármela muy despacio y continuó echando su cabeza en mis piernas:

Aquella noche del sábado no habría orquesta. Llamé a Lino y casi le da algo. En serio: se preocupó más por tu estado que por las putas galas. Me dijo que lo que importaba era que tú estuvieses bien, que podría enviar otra orquesta para no dejar al pueblo sin sus fiestas. Hubo un gran revuelo. Antes de llegar la nueva orquesta tuvimos que recogerlo todo a prisa. Aparecieron Paquito y Andrés y se ofrecieron a echarnos una mano. Sabía que no conocían nada de aquello, pero no podía rechazar su ayuda.

Pegó otros cuantos lametones de placer. Me hacía feliz. Terminó su parte de la historia:

Cuando nos despedíamos, vi al pequeño Alex meterse en la litera de atrás de la furgoneta. Iba llorando: «Quiero irme con papá». Llegó la nueva orquesta y partimos con rapidez. Yo no había descansado tampoco, así que me costaba trabajo conducir. No sé cuánto tiempo pasó, pero nos salimos de la carretera. No pasó nada. Llegamos al hospital lo antes posible y te tenían en observación. Me dijeron que tenías riesgo de infarto. No sé… no entiendo nada de eso. Desde el sábado por la noche estuvimos esperándote. No podíamos pasar a verte. Te vimos cuando te subieron a la habitación el martes de madrugada. Tenías buen color. Me entraron unas ganas enormes de besarte allí mismo.

Siguió su mamada y le acaricié su precioso cabello oscuro y anidado.

Ahora ya me tienes aquí – le dije – y puedes besarme cuanto quieras, pero sigue como vas; te prometo no hacer esfuerzos.

Tiró suavemente de mi prepucio hacia atrás hasta dejar todo mi capullo visible. Sabía que tendría más sensibilidad. Y comenzó una suave y dulce mamada mientras yo le acariciaba su cabello. Sentí cómo se estremecía mi cuerpo desde los riñones bajando con placer incontenible hasta los testículos, pero hice por no moverme nada, sino gozar. Desde los huevos, noté las corrientes de leche que subían hasta su boca. Apretó un poco más sus labios y yo le tiré de la cabeza hacia abajo. Cuando mi cuerpo descargó todo aquello, le tomé de la barbilla y le miré. Acercó su boca a la mía y compartimos la leche en un beso largo. Puso un vaso cerca y echamos allí gran cantidad de semen.

3 – Un largo descanso

No podemos abusar, cariño – me dijo mientras me lavaba un poco -, es mejor esperar unos días.

No lo sé, Daniel – le dije -, porque tal vez después lo tomemos con más ganas y nos pasemos otra vez.

Andrés estará aquí con nosotros hasta que encuentre un trabajo – me aclaró -, pero dice que no quiere molestarnos y buscaría algún lugar donde vivir. Le encanta estar con nosotros, pero quiere buscar pareja. Lo ha pasado muy mal en el pueblo; marginado y ofendido por la gente.

Va a disfrutar mucho – le dije riéndome -, porque la primera noche que vaya a Chueca va a follar varias veces. Está buenísimo. Pero no quiero que se enamore de Fernando. Encontrará pareja muy pronto y siempre nos va a tener aquí.

Ya echados uno junto al otro, me dijo Daniel que me tocaba a mí contarle mi sueño y le miré asustado.

Oye, Tony – me dijo -, si vas a pasar un mal rato y prefieres dejarlo para más adelante, no me importa.

No – le respondí susurrando -, necesito que alguien sepa lo que he vivido. Y ese alguien debes ser tú; el primero; quiero que seas tú. Es muy largo. No ha sido un sueño o no ha sido un sueño normal, porque para mí ha durado treinta años.

En los sueños se pierde la noción del tiempo – dijo -; a veces sueñas algo muy largo en un solo segundo.

Yo recuerdo que tocamos el sábado ¿sabes? – le dije -. Paquito y Andrés fueron a vernos. Luego llevé a Alex con Paquito al hostal. Subí al pequeño a la habitación y le estaba dando las buenas noches cuando apareció Paquito. Los dejé a los dos acostados y volví contigo a tocar. Cuando terminamos a las seis, volvimos todos al hostal para descansar. Los jovencillos dormían abrazados y nos acercamos a besarlos: «Ya estamos aquí, pequeños». Se abrió la puerta y entró Andrés. Seguimos follando hasta que amaneció. Es verdad que yo me sentía agotado, por eso os pedí que nos levantásemos a desayunar. Andrés nos llevó a comer churros con un buen café para despertarnos; pero no habíamos dormido. Estuvimos con él hasta la hora del almuerzo. Recuerdo perfectamente haberle echado un polvo tan bestial que me dolía la polla. Comimos a medio día – ya sabes que los hermanos comían en el hostal, en su casa -, pero cuando reposamos un poco el almuerzo, volvimos al campo de batalla. No había follado tanto en mi vida y, por cierto, me la metiste de tal forma que me hiciste daño. Aquella mezcla de placer y dolor fue… En fin, que no recuerdo cuántos polvos más echamos entre los tres; polvos salvajes. Nos duchamos juntos los tres y, al salir, encontré a Alex follándose a Paquito con mucha pasión. El chico aguantaba sus gemidos, pero le tiraba de su culo. Esperó Andrés a que nos vistiésemos y se fueron los dos luego a su casa a ponerse guapos. Era la última noche; la noche del domingo.

No entiendo cómo puedes recordar algo que no pasó – me dijo Daniel y me besó como para calmarme -, pero no hubiera sido una mala realidad.

¡Lo recuerdo todo como si de verdad hubiese pasado hace treinta años! – exclamé -; ahora me alegro de que se haya producido esta especie de flash-back. No me gustaba ser mayor y vivir sin los míos.

Eso, Tony – me dijo Daniel acariciándome -, es lo que más deseo saber ¿Qué pasó? ¿Qué has vivido?

Es largo – le dije -, pero voy a continuar. Tráeme un poco de agua, por favor.

Sin favor, cariño – dijo levantándose -, te toca una pastilla. Te la tomas con el agua.

Mientras me tragaba la pastilla y bebía agua despacio, volví a sentir la mano de Daniel sobre mi polla.

Daniel – exclamé -, luego dices que soy yo.

¡Estás empalmado!

¡Pues claro, amor! – le dije -, ¡me la estás tocando, carajo!

Sigue contando – me dijo echándose a mi lado y sin dejar de tocarme -, me parece una vida paralela interesante.

¡Ja! – exclamé -, ya dejará de parecerte interesante, porque aquella noche ya no follamos más. Se acabaron las galas y nos despedimos de Paquito en plena plaza. ¡Nos besamos! Alex se fue triste a la furgoneta y se subió a la litera. Te pedí que condujeras tú y yo me lié en un colchón. Creo que me equivoqué, porque tú te mueves mucho más que yo en el escenario. Debería haber conducido cualquier otro, pero ya sabes que no me gusta dejarle el volante a cualquiera. Salimos del pueblo para volver a casa. Venía Andrés con nosotros. No recorrimos muchos kilómetros. Aún era de noche y nadie hablaba. De pronto, vi salir un camión por el otro lado de la furgoneta y nos dio un terrible golpe. Al menos dimos seis vueltas. Creo que perdí el conocimiento y cuando desperté estaba allí la policía con algunas ambulancias. Tú estabas sobre el suelo; muy cerca de mí. Oí a alguien decir que yo era el único superviviente. Eso significaba que

¡Dios mío! – miró Daniel a otro lado - ¡Eso no parece un sueño!

Me incliné hacia ti – continué -; estabas empapado en sangre casi seca, pero te besé una y otra vez hasta que vino alguien y echó una manta por encima de tu rostro. Pregunté por Alex desesperadamente y aquel hombre no me decía nada más que «¡Tranquilícese, tranquilícese!». Me inyectaron algo y me quedé dormido.

Daniel se quedó inmóvil mirando al techo y me recosté sobre su hombro y lo acaricié:

No me parece buena idea contar esto – le dije -. Dejémoslo.

No hubo respuesta. Se volvió hacia mí y comenzó a besarme y a acariciarme, se quitó los calzoncillos y se sentó sobre mí. Fui notando cómo penetraba en él y luego comenzó a subir y bajar.

¡Amor mío!, aunque me cuentes todo eso, quiero que me sientas vivo.

Estaba a punto de correrme y Daniel se masturbaba y noté que iba a caer sobre mí toda su leche, cuando oí en el pasillo la voz de Alex:

¡Oh, lo siento! ¡Cerraré la puerta!