Nuestros amigos tenían que regresar a su país

Cooperábamos para hacérselos más agradables, dejando a un lado todo convencionalismo.

NUESTROS QUERIDOS AMIGOS TIENEN QUE REGRESAR

Adoro también a Leo. Además, a mi marido Horacio, he tenido la suerte de tener amantes de los que nunca podré olvidarme, sin el menosprecio de mi querido esposo, que en el fondo es el único, no por el tiempo en que hemos sido uno para el otro, él es verdaderamente único.

En los años de mi vida he hecho sexo con perfectos amantes que guardo en mi memoria, cada uno por algún hecho sobresaliente, algunos los clasifico por tamaños y la primera vez que perdí los frenos fue con uno de los más lindos hombres, un verdadero superdotado que sabía manejar sus aptitudes para enamorar chicas, como a mí. Aunque hayan pasado ya varios años, seguimos con la esperanza de que él me embarace, con frecuencia buscamos la oportunidad de que nos encontremos para tener relaciones y él me dé su semen, siempre tratamos de que en esos días en que nos encontremos yo esté en mis días fértiles. Pero no ha prendido su vacuna, no hemos logrado que me fecunde. Greg, se llama y él me enseñó multitud de cosas, principalmente aprendí a manejar ese pene tan enorme que tiene.

Fuimos a Francia, mi esposo de trabajo, yo lo acompañé. En París conocimos a un encanto de hombre. Además de un cuadro que dejó mi marido que pintaran de mí, nos quedó Maurice en nuestros corazones. Un hombre normal, super romántico y terminamos cogiendo en su casa-bote, después de un tiempo de cortejo. Cómo voy a olvidarlo, si además de todo lo que nos dio, él fue el que me inauguró mi trasero. Terminamos los tres haciéndome un doble, yo entre los dos. Aprendí a conocer una nueva sensación, diferente totalmente  de lo que ya conocía.

Unos años después ayudamos en un congreso en el que Horacio tuvo que participar. Invitó a Gloria, mi más querida amiga y compañera con la que tuve que compartir a Horacio. La pasamos rete bien. Ahí tuvimos relaciones con otro superdotado, canadiense. Recuerdo hicimos los destrampes más tremendos, que recordaré también con cariño.

El año pasado fuimos a Italia. Todo muy bonito y no la olvidaré, así como a las personas que conocimos, pero lo que más recordamos fueron las relaciones con las dos parejas de chicos chinos, que además de las sesiones fotográficas, las sesiones de sexo entre ellos y nosotros cuatro. Son los que nos piden firmemos exclusividad, como modelos, para su folleto.

Las personas que conocimos, dueños del restorán, fue hace relativamente poco, pero nuestras relaciones con ellos han ido desarrollándose muy rápido. Desgraciadamente tendrán que ausentarse por un año, tienen 90 días para dejarnos. De esto, apenas ayer martes, nos enteramos.

Hemos hecho muy buena amistad y nos llevamos hasta en lo más íntimo. Ella, Emi, se volvió amante (permitida por su marido) de Horacio, y él, (también permitido por su esposa) amante y confidente  mío. Leo dice que ya somos socios, todos y cada uno dispone de la propiedad de la empresa.

Como les platiqué en mi relato anterior Leo pasó por Horacio a su oficina y vinieron acá, a la casa. Ya Leo nos informó de que se tenían que regresar a su tierra. Lo tomamos con mucha tristeza, pero platicábamos y con los tequilitas mejoró el ambiente, al grado que los tres olvidamos las ataduras y tuvimos uno de los sexos más maravillosos que ya les describo con detalles en mi relato anterior (TODORELATOS/Tríos/LEO VINO A NUESTRA CASA).

Al terminar, Leo tenía que regresar a su casa, pero tuvimos  unas pequeñas confesiones que hacernos.

Prácticamente yo fui la que escuchó esas confesiones que en realidad expresaban lo que mis amigas me habían confiado.

Emi, que es muy cobarde, desearía tener oportunidad de gozar una doble penetración, pero, como Leo la tiene tan grande y gorda, ella no se atrevería a que se la insertara por detrás, a Horacio sí. Ya le recomendé a Leo que lo pensara, y que si tenía oportunidad, que lo intentara.

Olga, que estuvo todo el tiempo presente, confesó que se moría de ganas de que tanto Leo, como Horacio se la cogieran. Se los platiqué a mis hombres.

Con Emi, no supimos qué opinar, pero yo ya tenía una idea.

“¿Te gusta Olga? Le preguntó Leo a Horacio.

“¡Me encanta, está muy buena, es muy sensual, se apetece!” respondió Horacio.

“¡Me tengo que ir, pero ya veo que Silvia está viendo por el bien de los empleados, debemos de hacerla socia! ¿Aceptas?” preguntó Leo.

“Me encargaré de que Emi tenga lo que se le antoja y Olga también, así como los gerentes también tengan lo que se les antoja más, porque creo que ellos dos están más desesperados por conquistar a la socia cantinera. Eso sí, todo sin detrimento del orden y disciplina de la empresa.”

Antes de salir, Leo se echó un regaderazo. Se vistió a la carrera, pero al salir pasó frente a mí y antes de abrirle la puerta me abrazó y me pellizcó una asentadera, muy mandado, pero lo sentí muy sabrosito.

“¡Socio, Silvia aceptó ser parte de la empresa y lo único que yo estoy haciendo es en bien de ella!”

Me levantó la camiseta y con una mano me jaló hacia él, poniendo su manota sobre mi pubis, casi sobre mi vagina y con la otra, jalándome de mi cintura se me pegó su vientre a mi trasero. Sentí su bola, yo me menee de un lado para otro, como si estuviera acomodándome para que me lo metiera, pero el resultado fue que yo terminara bajándole la cremallera, le sacara su hermosura y se lo chupara. Yo me encontraba de rodillas, Horacio me levantó de la cadera, me bajó los calzones, que me acababa de poner y me dijo

“¡Ven, empínate en éste sillón!” Me terminó de quitar los calzones y le dijo a Leo:

“¡Socio, ahora sí, A FIRMAR!”

Aquel, ni tarde ni perezoso, se bajó los pantalones, sacó su rica pluma para firmar y me la puso dentro, en mi tintero. Por un rato me bombeó de lo lindo, me hacía gozar su rico pene, yo sentía en ese momento un amor muy intenso hacia mis dos amores, o socios, no encontraba cómo designarlos, hasta que las piernas se le doblaron.

Me inyectó todavía un poco más de su semen.

Cuando se despegó de mí, lo sentía que me escurría por la pierna. Permanecí empinada un rato más, Leo se tallaba el pene contra mi piel en la rajada entre las dos nalgas, en donde se tiene mucha sensibilidad, me untaba el poquito de lechita que le había quedado, me estaba provocando de nuevo, pero ya se tenía que ir. Le tomé el pene y se lo limpié con la lengua.

“¿Qué vas a hacer con Emi, te va a preguntar en dónde estuviste y porqué el olor?” Le dije.

“Vamos a platicar de la ida, ella se concentra mucho en los detalles. ¡En caso dado le diré que sí estuve con ustedes y ya veré, a lo mejor le digo todo, no sé!”

“¿Yo que le digo?” le pregunté.

“Platícale de lo que hablamos aquí, y que ella te hable de los planes que tiene.”

Había sido martes, y raro, Emi no me llamó, pero Gloria me llamó ya tarde. Platicamos como siempre, pero le mencioné de los amigos que ya se tenían que regresar. Ella siempre yo la tenía bien enterada y al día, de todo lo que yo hacía, nos platicamos siempre con todos los detalles. La pobre no tiene con quien compartir sus intimidades y me alegra sea conmigo.

“Se van, y yo tenía esperanzas de llegarlos a conocer.” Me dijo Gloria.

“Ella es difícil, demasiado atada a sus costumbres, pero él es una mosquita muerta, siempre quieto, toca su acordeón, pero mientras toca está soñando y, que no le des una oportunidad porque te pesca, y ya te platiqué de lo deseable que está.”

“Lástima, no me lo puedes guardar. Si yo fuera a visitarlos antes de que ellos se fueran, ¿crees tú que llegaría a conocerlos bien?”

“¡Son lindos los dos, estoy seguro de que sí y no solo los podrías conocer bien, sino hasta podrías intimidar! Depende de tus habilidades, que yo ya conozco y estoy segura de ti.”

“¿Es ella celosa?” me preguntó.

“Recordarás a Marlene como se le quitó lo celosa, lo mismo se le puede aplicar a Emi.” (TODORELATOS/Tríos/BIENVENNIDA AL CONGRESO Capítulo 2).

La noticia de la partida de nuestros amigos influyó también en nuestras vidas. Frecuentábamos más el restorán. Intimamos más con Emi y Leo, y hasta con Olga, que sí se comportaba como antes, cumplida y seria.

A veces ellos nos pedían que los visitáramos y hasta que ayudáramos en el restorán, lo que hacíamos con mucho gusto. Hubo veces que me pidieron que bailara el Can-Can, algunos sábados, ya me tenían las faldas necesarias, y los calzones. Le pedí a Emi que ella me acompañara al bailar, así que también ella tenía su ropa de Can-Can. Y sin preguntarle a Olga, también a ella la equiparon para el Can-Can.

“Para qué bailes la Lambada, ¿qué prendas necesitas?” me preguntó Emi. Ya le expliqué que una faldita muy corta, con abertura lateral hasta arriba, hasta donde se pudiera. La blusita tipo bolero con la barriga descubierta, solo apretadita en el busto para que los senos estuvieran libres por la parte de arriba.

¡Sorpresa, este sábado había estado muy concurrido el restorán, bailamos entre las tres el Can-Can arreglado por Leo! Un éxito maravilloso, estábamos felices, pero se hizo tarde, los clientes se fueron y solo quedamos nosotros dos, ellos dos y Olga, que generalmente se iba con ellos y la dejaban en su casa.

Leo no paraba de tocar, pero Emi me pidió que estrenara la vestimenta para bailar Lambada que ella había diseñado, pero había una sorpresa, Olga y Emi se metieron en la oficina y salieron también vestidas con las falditas color amarillo y blusas que yo les había dicho que eran las debidas.

Leo se emocionó y empezó a tocar su arreglo. ¡mucho más bonito que el original!, hizo pausa, se levantó y nos colocó para que de ahí iniciamos el baile cuando él lo indicara, como él ya lo tenía en mente.

Nos colocó abrazándonos las tres, con las caras juntas y nuestros brazos sobre los hombros de la vecina, nuestros pechos se rozaban, Emi colocada en el escalón de abajo, para compensar nuestras alturas. Iniciamos las tres, moviéndonos al ritmo, sin soltarnos, después de un tiempo, Emi se emocionó, me soltó y nos abrazamos de la cintura, cada paso apretándonos más y más. Nuestras piernas se entrelazaban y nos restregábamos una contra la  otra. Las tomé por la cintura, de esa parte que les quedaba desnudas y, como haciéndoles cosquillas, las sobaba. Emi hacía como que me seguía, pero empezó a meterle la mano a Olga entre las piernas a cada vuelta, debajo de la faldita, ésta se la jaló y me di cuenta de que se la llevaba a su conchita,

¡La estaba masturbando descaradamente! Olga se dejaba y hasta se movía de forma que le era más fácil a Emi el manosearla. Yo no podía quedarme atrás, bailando, con las piernas abracé una de Emi y le metí la mano por debajo de la faldita, hasta encontrar su vagina, toda empapada. Nos abrazábamos como lesbianas que estuvieran en una cama, tratando de ganar espacio para hacer gozar y gozar. Leo no dejaba de tocar, feliz por lo que estaba provocando y Horacio también contentísimo por presenciar el espectáculo que estábamos dando.

“¡Anímate y éntrale, traes pantalones cortos, tus piernas son las que desean sentir!” le gritó Leo a Horacio.

Horacio fue acercándose, Emi lo jaló y, descaradamente, le metió la mano al pantalón, se lo desabotonó de enfrente y le sacó el pene, ahí, delante de todos nosotros. Se lo chupó. Horacio la acostó en el suelo y en posición de misionero comenzaron a amarse. Olga y yo nos condolimos, jalamos algunos cojines de las sillas y se los colocamos debajo de sus cuerpos, para que no estuvieran sobre el suelo, que, aunque de madera, muy duro y frío.

Leo seguía tocando, Olga le dijo que pusiera el sonido y la música continuaría. Lo hizo, nos vio a Olga y a mí que seguíamos manoseándonos, pero con un ojo pescando a Leo.

“¡Rápido, arrímate a Leo y cómetelo! ¡ Pero ya ! Le dije.

“¿Y tú?” me preguntó.

“¡Tú ve rápido y entrégate a Leo, ni lo pienses, después verás!”

Me dejó, y efectivamente se le abalanzó a Leo que estaba guardando el acordeón. Lo dejó y abrazó a Olga. Se besaron, Leo aún estaba sentado en la silla que usa para estar tocando. Olga le desabotonó el Lederhosen, puros botones, le tomó de su pene, pero Leo se enderezó y

“¡Oh, que grande!” dijo ella en voz alta.

Me le acerqué creyendo que no se iba a decidir, pero no necesitó de mí. Se jaloneó los pantis y con ellos aun en las piernas, ¡Que se le monta! Ví que se resbalaba un poco, pero solo fue para echarle saliva al pene para que le entrara, pero ya ni era necesario, yo ya la había tentado y confirmado que estaba totalmente inundada. Leo, con mucho cuidado y cariño se la fue metiendo.

“¡Linda, con cuidadito, sí te va a entrar todo, pero no lo hagas a lo loco! ¡Vete sentando en él y que te entre bonito y resbaladito!”

Ella solamente decía

¡OGR, OGR, MPPM! Y lo besaba, estaba excitadísima, ya no podía ni razonar.

Él le respondía los besos.

¡Yo me moría de envidia, estaba, como creo nunca antes, empapada, era una sensación demasiada fuerte, un deseo casi incontrolable! y yo

¡ no tenía hombre con quién aparearme ! a mi Horacio lo tenían ocupado y a mi socio Leo también lo exprimían, me sentía contenta de todos modos. Olga tenía lo que quería, lo mismo Emi, yo o me dedeaba, o debería tener paciencia, a ver que migajas quedarán para mí.

No aguanté. Ahí, entre las mesas me acomodé y empecé a dedearme, lentamente, tratando de ir reconociendo las diferentes sensaciones que sentía y que quería recordar de antes, hacía mucho tiempo que yo ya no me había masturbado. Pero mi acción era lenta, estaba esperanzada de que algún alma de mis hombres terminara pronto, y aunque fueran solo gotitas, que me dejaran.

Olga y Leo fueron mis salvadores, ella se vino varias veces y se venció, pero pensó que yo estaba huerfanita y se dio por satisfecha y me cedió el lugar. Encontré un pene muy lubricado, hermosísimo, lleno de cremita, lubricadísimo.

“¡Manita, te toca a ti, a ver qué es lo que te dejé!” me dijo Olga.

Tomó una servilleta y se iba a limpiar.

“¡NO, por favor quédate así, te quiero sentir, quiero tener tu cremita!” le pedí.

Mientras tanto Leo me recostó sobre una mesa, boca arriba, mis piernas colgando, pero abiertas. Como dije, él parece una mosquita muerta, pero conoce muchas técnicas. Su pene, casi bien paradito, y digo casi bien paradito porque ya se había vaciado en Olga, yo aun lo sentía muy bien de todas maneras, y me entró mejor que nunca, el lubricante que tenía estaba muy bueno ha de haber sido su semen que antes había dado, acompañado de las secreciones de Olga, que sé que se moja exageradamente cuando se excita.

Lo recibí, me entró, Leo todavía estaba con energías. Me di cuenta de que había escogido recostarme sobre una mesa desde la que él podía observar a su mujercita, la otra socia, cogiendo con el socio. Yo también quería verlos, estaban acostados en el suelo que es de madera, pero la superficie de la mesa me lo impedía.

“¿Ves que rico se la mete Horacio a Emi? ¿Lo ves?” le dije en secreto.

Se enderezó y me propuso nos acostáramos también en el suelo, cerca de Emi y Horacio, para verlos. De todas maneras, sobre la mesa yo le quedaba alta. Al principio me dejó debajo, con la espalda sobre el suelo, casi desnuda, pero me consideró, él se volteó boca arriba, ya más cerca de Emi. Olga jaló una de las bancas, le colocó cojines de las sillas. Nos subimos a la banca y ya Leo quedó abajo, yo me le monté y le cabalgué dejándome salir casi todo ese largo pene y volviéndome a clavar, eso lo repetí varias veces. Así lo gocé todo el tiempo que quise sintiendo varios orgasmos. Él seguía aguantándome, con una mano estirada sobándole los pechos a Emi y ella a ratos me acariciaba y a ratos a él. Me enderecé y cabalgando, con mis piernas abiertas y mis pies tocando el suelo, subiendo y bajando mi cuerpo, logré que los dos sintiéramos un nuevo orgasmo, que creo que Emi también lo había sentido al mismo tiempo y él lo percibió, pero explotó dulcemente y se descargó depositándome nuevo semen, calientito y baboso, blanquito que se me escurría en una de mis piernas. Rescaté entre los dedos un poquito, yo lo quería y me lo llevé a la boca y me supo muy sabroso, rico, semen de un amor más.

Yo había detenido a Olga a mi lado mientras yo cabalgaba, al rendirme la abracé de la cintura y le confesé:

“¡Qué bonita eres, que ricas nalgas tienes!” y me agaché para comerme su cosita, sus vellos se sentían riquísimos, empapados en el semen que ya se le estaba saliendo. Le enredé mis dedos entre sus ricos vellos negritos y a ratos se los metía en su vagina, se la lamia, se la besaba y le mordía con mis labios sus labios menores y le succionaba ese lindo clítoris que se le paraba para hacerse notorio.

“¿Te gusta el semen que se me está saliendo?” me preguntó.

“¡MUCHÍSIMO!” fue lo único que alcancé a contestarle antes de que me volviera a hundir en esa panochita tan linda.