Nuestro tiempo
Aquel fue el polvo más triste del mundo ya que sabía que aquella noche no volvería a repetirse nunca.
Nuestro tiempo
Nuestro tiempo transcurre de lunes a viernes, de nueve de la mañana a siete de la tarde. Ese es exactamente mi horario laboral y es ahí cuando estoy con Eduardo. De todas formas nuestra historia se remonta muchos años atrás.
Nos conocimos hace veinte tantos años, cuando yo entré a trabajar en el departamento de recursos humanos de una gran aseguradora. Mientras que él ya llevaba meses en el departamento comercial. Nuestras secciones estaban en diferentes plantas del edificio, así que se puede decir que no estabamos llamados a conocernos.
Todo empezó en el metro (¿podéis imaginar un lugar menos romántico para iniciar un idilio?) Un día en que los dos coincidimos en el mismo vagón. Nos conocíamos de vista y eso llevó a que fuéramos a saludarnos. Ambos teníamos 23 años. Aquella mañana surgió una chispa, por así llamarla, entre nosotros. Él llevaba un libro en inglés, concretamente, "Grandes esperanzas". A mi me encanta la literatura y soy una apasionada de todo lo anglosajón, eso, y nuestros respectivos planes para la semana santa, quedaba medio mes, fueron los temas con los que iniciamos nuestra amistad. Aquella misma tarde también nos encontramos en la salida y volvimos juntos hasta la estación de "Nuñez de Balboa".
Eduardo era (en aquella época era un chico mientras que ahora es un hombre que no ha perdido un ápice de su atractivo) alto, moreno, con el pelo corto y puntiagudo, no tenía un cuerpo atlético pero tampoco estaba gordo, es decir, a mí me parecía ideal, además, cuando estabamos juntos me sentía fascinada, tenía algo. Nunca he sido una mujer enamoradiza, ni me gusta ilusionarme con nada ya que temo el más que seguro varapalo posterior. Sin embargo tengo que reconocer que, sin quererlo, me fue cautivando a medida que pasaba el tiempo.
Pero en toda historia, real o no, siempre hay problemas y en mi, cada día más latente, enamoramiento no iba a ser diferente. Al cabo de los pocos días me enteré que Eduardo tenía novia, una muchacha llamada Rosa. Aquella revelación fue un duro revés a todo lo que empezaba a sentir por él. Desde aquel momento me prometí no enamorarme más, cortar de una manera tajante pero sin que se notase demasiado, mi relación con Eduardo. Esa fue la típica promesa imposible de cumplir.
Así pasaban los meses, coincidía con él para: ir al trabajo, bajar a tomar café 15 minutos por la mañana, comer, salir y volver a casa. Alguna vez quedamos a comer en días no laborales, pero aquello se cortó de raíz ya que a Rosa no le hacía gracia. Yo le decía a Eduardo que no quería meterle en problemas y que no me gustaba que se enfadase con él, que no quedaríamos más para comer. Tengo que decir que como mujer me halagaba sentir los celos de su novia. Eduardo siguió comiendo conmigo a escondidas de su chica, aquellas comidas eran lo más natural del mundo, hablábamos de muy diversos temas: trabajo, literatura, música, lo que hacíamos los fines de semana, en fin, de todo un poco. Me gustaba compartir esos momentos con él y en aquella época pensaba que era reciproco. No estaba equivocada.
El tiempo pasó sin mayor novedad hasta que por fin Eduardo y Rosa se comprometieron. Él compró unas alianzas e invito a la chica a una cena romántica donde le declaró sus intenciones de casarse y compartir el resto de sus días. No niego que aquello fue un gran mazazo para mí. No me engaño, nunca lo hice, el quid de la cuestión es que yo no podía luchar contra lo que sentía por él, el corazón es un animal extraño que tiene deseos, impulsos que la cabeza no entiende. Me había enamorado de mi amigo y él se había prometido. Yo notaba algunas señales por su parte, siempre pensé que yo le atraía. Que a pesar de la prohibición de su novia me seguía buscando.
Ahora, que ha pasado mucho tiempo pero con mis sentimientos inalterables, creo que he llegado tarde a todo en la vida: a la amistad, al matrimonio, a la maternidad y a Eduardo, sobretodo a él. Tengo que reconocer que siempre acusé a Eduardo de cobarde, no se lo dije pero es lo que pienso. Creo que él me quería igual que yo. Creo que no tuvo las suficientes agallas para romper su relación y venir conmigo, creo que yo siempre le hubiese hecho más feliz que ella, creo que fue un cobarde y que aún hoy lo es, pero no soy mejor. Intente olvidarlo todo de la manera más cobarde posible. Una buena noche conocí en un bar a un muchacho llamado Valerio y pasó lo que tenia que pasar y con el tiempo llegamos a ser marido y mujer, supongo que era una manera de mostrar mi despecho, de mostrar que él no me importaba y que, a pesar de que una vez tuve la mejor noche de mi vida con Eduardo, podría tener una vida mejor que la de eterna enamorada.
La mejor noche de mi vida fue cuando me acosté con Eduardo. Aún la recuerdo como lo que fue, el momento más mágico de mi vida. Quedaban apenas dos meses para su enlace matrimonial con Rosa y aquel fin de semana yo estaba sola en casa, mis padres habían decidido marcharse a la playa mientas yo me quedaba en la gran ciudad, trabajando. Invité a Eduardo a comer y de paso me puse la ropa más sugerente de que disponía, sabía que aquello no estaba bien, pero yo ya había perdido el control sobre mi misma y ese extraño animal llamado corazón solo quería saciar su sed con respecto a mi enamorado. Me había puesto una falda por encima de las rodillas que ocultaba un tanga negro y un top que dejaba al aire mi ombligo. Él vino a casa ataviado con un pantalón vaquero muy ceñido que le marcaba el culo y una camiseta muy ajustada.
Reconozco que toda mi vida fui una mujer muy timorata pero en aquella ocasión no fui nada sutil, como he dicho, me sentía dominada por algo más salvaje que el deseo, así que a la más mínima ocasión aproveché para abalanzarme sobre él. Estaba sentada en el sofá cuando me tiré sobre él y le besé, le besé con fuerza, con furia, con pasión y apreté mi mano contra su sexo, Para mi sorpresa, él no me rechazó, me besó y pude comprobar como metía su mano bajo mi falda en busca de mí ya mojado sexo. Él apartó la tira, ya húmeda, del tanga para pasar sus manos por encima de mi pubis. Para mi sorpresa, me bajo la falda hasta dejarla a la altura de mis tobillos y se desabrochó el pantalón para que pudiera notar su dura polla contra mi vientre. Me estaba poniendo muy mojada y con ganas de ser follada por él, puede que Rosa se quedase con Eduardo para siempre pero ese era nuestro tiempo, nuestro momento y me iba a follar como seguro que nunca la follaría a ella. La metió de golpe, sin contemplaciones, me dolió pero al mismo tiempo me gusto tenerle ahí, entre mis piernas. En aquella postura se dedico a morderme los pezones mientras me follaba y me hacía sentir como nunca. Le supliqué que hiciera conmigo lo que fuera, pero que quería que se corriera dentro de mí, en ese momento me dio la vuelto y empezó a lamer mi ano. Su lengua recorría desde mi espalda hasta mi culo y podía sentir un dedo suyo penetrándome por delante, era genial, solo quería que aquel momento no terminase nunca. Al principio metió sólo la cabeza de su polla dentro de mí, sentía como aquel pedazo de carne me abría, me separaba en dos, más tarde me la metió entera pese a mis gritos de dolor. Aquello termino por gustarme ya que seguía su dedo dentro de mi vagina y, al correrme, sentí que mi ano hacia vacío y eso me daba la sensación de que polla me entraba más adentro. Cumplió con su promesa de correrse dentro de mí para luego dejarme lamer su verga hasta dejarla bien limpita para más tarde.
Esa noche nos quedamos durmiendo juntos, volvimos a tener sexo, pero ahora hicimos el amor, no como antes que follamos como animales. Aquel fue el polvo más triste del mundo ya que sabía que aquella noche no volvería a repetirse nunca. Eduardo durmió abrazado a mí. Muchos años después me confeso que siempre dormía dando la espalda a su compañera, siempre excepto aquel día, excepto en nuestro tiempo.