Nuestro Sofá

Que desnuda me sentía y que maravillosa sensación, él sabe que me puede, que me derrito con casi nada y se aprovecha de mis debilidades… ¡Gracias al cielo por tener tantas y que él las intuya tan bien!

Desde ésta mañana, cuando tomamos juntos la ducha estaba raro, tenía una expresión en su cara de que algo tramaba… o tal vez eran ideas mías. Igual fue una delicia sentir sus manos recorriéndome para enjabonarme y sentirlo a él cuando le devolví el favor, aunque no me dejó hacerle nada más y eso le sumó intriga a las ideas que se me estaban metiendo en la cabeza. Él sabe que me puede, que me derrito con casi nada y se aprovecha de mis debilidades… ¡Gracias al cielo por tener tantas y que él las intuya tan bien!

Me puse un vestido de sencillo, holgadito y de tirantes, nada sexy, porque para que voy a ponerme a decir que iba de mujer fatal y vestida para parar el tráfico si sería una mentira más grande que una casa… nada, vestido holgado de tirantes, en lo absoluto sexy, nada provocativo, común y corriente, me recogí el pelo con un palito de madera, aretes, brillo en los labios y nada más, que digo que de sexy muy poco ¿total? Íbamos a dar una vuelta por ahí, a comer algo y ya, así que no me compliqué mucho la vida y opté por la comodidad… cuando salí de la habitación, él estaba sentado en el sofá cambiando canales y se le veía tan cómodo. Lo observé por un segundo antes de avisarle que estaba lista, me encanta mirarlo… si, si, ya sé… estoy loca por él, que remedio.

Por fin le dije –Estoy lista amor ¿vamos? –él me contempló largamente y por respuesta me hizo una seña de que me acercara al sofá con una cara que no logré descifrar muy bien. Yo obedientemente fui hasta su lado y como no decía nada más, hice el amague de sentarme a su lado, pero no me dejó hacerlo, sino que aún sin decirme nada, tomándome de la mano hizo que me situara frente a él y sin mediar palabra alguna, metió sus manos por debajo del vestido y deslizó sus manos por mis muslos subiendo lentamente hasta llegar a mis caderas, yo lo miraba entre sorprendida, encantada y excitada, esperando a que dijera algo, pero él sólo me devolvía la mirada, un tanto divertido por verme tan dócil y tan calladita, buscó el borde de mi tanga y con la mayor naturalidad comenzó a bajármelo haciendo el mismo recorrido que había hecho en ascenso sólo que ahora iba en descenso y traía consigo mi ropa interior, cuando llegó a mis tobillos, igualmente sin decirme nada, me hizo un ademán para que levantara el pie derecho, luego el izquierdo y poder terminar de sacarme la prenda. Una vez más obedecí. Yo estaba derretida, me excita cuando se pone así dominante y esperaba que me hiciera el amor ahí mismo en la sala, porque para mí era lo que seguía según mi lógica, pero él ajeno a toda lógica dijo –Vamos –yo lo miré con cara de asombro –¿Vamos ?... ¿Es en serio? –e inmediatamente añadí – ¿Así? –así se refería a si así sin nada debajo y así excitada. –Tienes razón –me respondió –Quitemos de una vez el sostén –y así de fácil como lo dijo, me desabrocho y lo sacó por encima del vestido, y ni el estúpido sostén, ni la estúpida dueña opusimos la más mínima resistencia porque el sostén era sin tirantes y porque no tengo voluntad cuando me toca –Demasiado fácil –me dije. Comencé a protestar cuando lo vi dirigirse a la puerta con una actitud de "no pasa nada" no sé que tanto dije, pero estaba claro de que caía en oídos sordos y de que serviría negar que me estaba excitando muchísimo ante la idea de salir así y más cuando no había sido mía. Tras dudar unos instantes, salí detrás suyo como un cachorrito y ya ni protesté más, me dejé llevar… algo muy bueno tenía que salir de todo esto.

Lo que me tenía descolocada era su proceder de lo más natural, tan dulce y atento, tan caballeroso como siempre, juraría a juzgar por la manera de conducirse, que yo iba tapada hasta el cuello y no desnuda como me sentía cada vez que la brisa se encargaba de recordarme que debajo del vestidito holgado no iba nada más que mi humedad. Cada vez que me ponía una mano en la cintura para caminar junto a mí y sutilmente la bajaba hasta mi cadera, me estremecía toda y cuando lo miraba (no se qué cara tendría yo) él sonreía con expresión de "no entiendo qué te pasa". Así me tuvo todo el tiempo que estuvimos fuera, se le veía tan tranquilo que ya me estaba preocupando ¿Cómo era posible que yo estuviera tan al borde de un ataque y él tan sereno? Su calma hacía que yo me viera torpe, errática, desconcentrada, sólo era capaz de sentir, sólo era capaz de desear que llegara el momento de tenerlo y apenas pequeños detalles me indicaban que él estaba consciente de lo excitante de la situación: La manera de sujetarme con mayor presión en sus dedos, la forma en que posaba su mano al final de mi espalda al caminar junto a mí, cuando en el carro puso su mano sobre mi muslo con una fuerza distinta, una caricia más sensual y más insinuante que de costumbre, pero sin reflejar nada en su cara, sólo le sentía la voz un poco más ronca, un tono que yo conozco de sobra y que conseguía enervarme más… yo quería, necesitaba que me hiciera el amor y él parecía no tener ninguna urgencia.

Por fin llegamos a casa, en el ascensor traté de echármele encima y el suavemente me retiró, ya en el carro había tratado de excitarlo subiéndome la falda y mostrándole las piernas, pero él impasible la volvió a bajar a su lugar, cuando le pasé los dedos por la nuca, lo sentí estremecerse, pero aún así no hizo nada, cuando comencé a acariciarle el muslo con toda la malicia de llegar hasta su sexo, me cogió la mano y se la llevó a los labios… sólo me besó los dedos con suavidad… y ahora en el ascensor, lo sentí aflojar un poco, yo quise aprovecharme de ese momento de flaqueza, pero las puertas se abrieron para que entrara alguien y aprovechó para recuperarse –Que fastidio –pensé.

Cuando llegamos a nuestro piso, entramos en el apartamento y antes de que yo pudiera hacer nada me atrajo hacia él y me besó… sentí su lengua buscando la mía, lo sentí respirar como buscando más aire porque se ahogaba, la forma de pegarse a mi cuerpo y la forma de sostenerme para que no me escapara de su beso voraz era como si quisiera adueñarse de mí y como si ya tanto resistirse al deseo primario de poseerme le hubieran pasado factura. Yo hembra subyugada sólo me dejaba hacer, ya hacía mucho rato que había perdido la voluntad.

Se separó de mi tan rápido como me había atrapado en sus brazos y me guió hasta el sofá, el mismo donde me había sacado la ropa interior horas antes, vi de reojo que el tanga y el sostén seguían tirados en el mismo lugar.

–Siéntate –me dijo a la vez que me empujaba con suavidad. Yo me senté y al tener su pene a la altura de mi boca, pensé que sólo era cosa de sacarlo de su pantalón, pero cuando fui a actuar, él me sostuvo las manos y negó con la cabeza… Soltó mi pelo, con sólo tirar del palito que lo sostenía se vino abajo y esa acción se me antojó de lo más provocativa ¿tanto así sabe de mis cosas? Se sentó a mi lado y me dijo –Quédate en el borde y abre las piernas –una vez más obedecí y sentí como el vértigo me recorría el cuerpo a la vez que sus manos buscaban mi piel, otra vez sus iban trepando por mis muslos, pero esta vez descaradamente y ahora si con la expresión en el rostro de absoluta lujuria. Sus manos abiertas recorriendo sin prisa, todo cuanto les fuera posible recorrer y sentir, empujando hacia arriba la falda buscando dejarme expuesta ante sus ojos. Yo respiraba agitadamente, que erótica la manera de prepararme todo el día, que locura ver su cara de deseo, pero tan seria a la vez. –Ábrete más –ordenó con voz ronca. Me abrí más aún. –Arquéate, quiero que salga tu clítoris – me sentí morir de deseo… empujé mi pelvis hacia adelante, bajando mis piernas y echando hacia atrás la espalda. No me tocó de inmediato, se quedó mirando mi sexo abierto como hipnotizado pero el calor de su mano en mi muslo era como una brasa ardiendo, se me escapó un gemido, me sentía muy mojada, ya llevaba horas así, pero ahora era peor, estaba perdiendo la razón. Con su mano libre, me bajó el vestido que se quedó atascado en mis codos por los tirantes y por la postura que debía mantener para no perder el equilibrio, dejando mis senos descubiertos. Ahora su mirada estaba sobre ellos y yo levanté el pecho como desafiándolo a que los tocara, a que perdiera la cordura y se entregara al deseo que a los dos nos estaba quemando, pero su mano fue hasta mi mejilla para acariciarla suavemente con sus dedos y ahora mirándome a los ojos, a la vez que la mano que tenía en mi muslo subía y bajaba apenas rozando mi vulva, mojándose los dedos con mi efusión. Que desnuda me sentía y que maravillosa sensación. Yo moví la cara y atrapé uno de sus dedos con mis labios, el se dejó chupar… lo hice como si de tu pene se tratara, se le entrecerraban los ojos al contacto de mi lengua, no sé cuánto duramos bajo ese hechizo y cuando lo sacó de mi boca se fue directamente a mi pezón, mojándolo y acariciándolo hasta hacerlo casi reventar de la excitación quedando brillante por la saliva de su dedo.

En un movimiento simultáneo me recorrió los labios con su lengua que terminó enredada con la mía y con sus dedos hizo un camino desde la entrada de mi vagina hasta el clítoris y allí se quedó trazando círculos para luego volver a bajar y hundir un dedo en mí que me arrancó un gemido más largo y que hizo que me arqueara otro poco para sentirlo más. En este momento nuestras lenguas eran una sola y decidí dejarme caer hacia atrás para poder tener mis manos libres y acariciarlo, necesitaba sentir el calor de su piel, ya estaba bueno de hacerme esperar. Pero no me dejó –No te dije que te echaras hacia atrás –dijo en un susurro. ¿Así que no me iba a permitir tocarlo? Tampoco me terminaba de desnudar ¿le producía más excitación tenerme así? Yo estaba a mil, era desesperante que no me diera más que las pequeñas cuotas de placer que me otorgaba a su antojo y esa desesperación hacía todo más intenso, el orgasmo me iba a llegar rápido, claro, cuando a él le diera la gana de dejarme terminar. Se separó de mi boca, busco mis senos, los lamió, chupó y amasó como quiso y verlo hacer de mi lo que le provocaba a la vez que sentía su dedo moverse en mi interior, salirse, volver a recorrerme hasta el clítoris y regresar a lo profundo de mi vagina me estaba arrancando gemidos cada vez más fuertes y hacía que mi respiración se agitara más y más. – ¿Qué me haces? –Alcancé a decir entre jadeos, y solo obtuve una sonrisa de complacencia –Vas a hacer que me corra ya si no paras –volví a jadear, paró y volví a respirar, pero el respiro no duró mucho, porque cuando soltó el pezón que succionaba continuó su recorrido hacia mi vientre, sentí como su lengua hacía un camino húmedo en sentido descendente. Y fue cuando lo sentí

Tenerlo entre mis piernas, percibir su aliento cálido, darme cuenta de que mientras me procuraba goce con su lengua, se iba despojando de su ropa, aceleraba todos mis sentidos. Coloqué mis piernas sobre sus hombros y el tacto de su piel contra la mía, me hizo estremecer. Subió una de sus manos para alcanzar mi seno y acariciarlo, a la vez que sus dedos entraban y salían de mí, me abrí con mis dedos para darle mejor acceso a mi necesitada vagina, se separó un poco para poder descubrir cómo esa profunda oquedad se le ofrecía y esa visión lo excitó al máximo, noté como acelero el ritmo de sus dedos y de su lengua. Oír el chasquido que hacía mi humedad al contacto con sus dedos, el de la succión, sus gemidos, la sensación de estar siendo penetrada, lo mojada que me sentía… todo me arrancó un orgasmo que no pude ni quise dilatar más, me agité, me sacudí con violencia y le ordené –¡Cógeme, cógeme yaaa! –necesitaba que me penetrara, nunca es lo mismo sin él moviéndose dentro de mí, sin el peso de su cuerpo sobre el mío, sin el olor de su piel, sin sus gemidos de placer. En el paroxismo del orgasmo, lo sentí entrar y moverse con violencia sin ningún interés en retardar su propio placer, abrazándome, besándome sin cuidado de no lastimarme los labios, sólo sintiendo la urgencia de terminar dentro de mí, de desahogar tanta espera, sin embargo, y aún no sé de dónde saca su fuerza de voluntad para aguantar más y no dejarse llevar por el deseo de eyacular, yo no soy capaz de manejar el placer y aunque me prometo no ceder tan pronto al orgasmo, me abandono al menor indicio de que se acerca, fue capaz de voltearme, ponerme de rodillas y penetrarme desde atrás… apretando mis caderas, golpeándome fuertemente con el vaivén de la suya y acariciando mi espalda. Por un momento me subí y me pegué a su pecho y pude ver nuestro reflejo en la ventana, vi sus manos desesperadas por mis senos y su boca en mi cuello, lo sujeté por la nuca y giré la cara para buscar su lengua y enloquecerlo más moviendo mi cadera hacia él, cuando despegué mi boca de la suya, mirándolo a los ojos a través del reflejo me baje sugestivamente quedando mi torso más abajo que el resto, como una gata juguetona y ese fue el detonante… lo oí gruñir, lo sentí acelerar y sentí como apretaba más fuertemente mis caderas. Lo acogí en mi interior, que maravillosa sensación de plenitud. Aún sin salirse de mí sentir como le viene la calma, es siempre perfecto.

El día había sido de espera sólo para vivir este momento, nos acomodamos en nuestro sofá, abrazados, agotados, relajados y felices. – ¿No te preocupa que manchemos el sofá? – me preguntó dulcemente mientras me hacía dibujitos en la espalda –¿Te preocupa a ti amor? Porque a mí me tiene sin cuidado… ya nos preocuparemos por eso –le respondí haciéndole dibujitos en el pecho, fascinada de la vida de que de verdad lo menos que me importa en esta vida es si manchamos algo o no… Sólo me importa él.