Nuestro primer encuentro
Después de un tiempo de fantasear por Internet se encuentran por primera vez (mis deseos y espero que los tuyos guapa).
Nuestro primer encuentro
Nuestros ojos decían todo pues nuestras bocas callaron. Más de un año había pasado desde el primer contacto por Internet y al fin se veían cara a cara. Él con un simple pantalón de mezclilla y una camisa sport, ella casi igual, sólo que con ropa más ajustada.
Por Messenger es muy fácil ser galante, decir y hacer cosas que en persona no se vuelven tan simples. Se conocían, sí, pues las webcam ayudan a no dejarse engañar (aunque debemos aceptar que en ocasiones nos dejamos engañar a drede para gozar un rato).
Un casto beso en la mejilla los hizo sonrojarse. Luego, recordando para que se quisieron ver, unieron sus labios en un beso que era el inicio del escape de tantas ganas contenidas.
El bar del hotel donde él se alojaba en la capital colombiana les brindó un momento de estudio. Él comprobó que de verdad era esa hembra deliciosa que veía por la red, y ella comprobó que él era ese hombre serio que le escribía relatos eróticos a placer.
Apuraron el trago, dándose suaves toques en sus manos, él acariciando su cabello, ella tocando sus manos.
Sin más subieron a la habitación, no había que acordar nada, ya todo había sido escrito. En el ascensor se animaron a subir el calor del encuentro. Las manos del hombre a sus caderas, las de ella a sus hombros. Un beso húmedo, lenguas que se acarician, casi luchan dentro de ambas bocas. Chupar labios, pequeños mordiscos pícaros. Manos que bajan a las nalgas de ella y comprueban lo cálidas que pueden ser. Sentir sus grandes pechos contra el suyo, ella los frota contra el torso de él, con sus manos acaricia sus brazos y también lo toma de las nalgas: igualdad real que llaman.
Salen del ascensor y tomados de la mano caminan hacía la habitación. Sus mentes divagan en los relatos que han armado juntos: será así en la cama, piensan ambos, será esto un error.
Entrar a la habitación elimina todo pensamiento y sus bocas se buscan ávidas de deseo. Las caricias aumentan de tono. Un pequeño sofá de dos plazas es su primer arena de combate.
Él se sienta y la sube a sus piernas de frente. La toma de las nalgas y dándose besos que hace rato son de lujuria, comienzan a querer traspasar la ropa y rozarse enteros.
Las manos de él se meten bajo su blusa y acarician su espalda. Sólo quien lo ha probado sabe lo que se siente por primera vez al acariciar la espalda de una mujer, llegar a su brasier y soltar el broche: es más que un acto de pasión, es un logro en la vida. Él lo hace con facilidad, 31 años de edad dan la certeza de no enredarse en el mecanismo engañoso de la ropa femenina.
Las manos aún debajo de la blusa buscan el frente de su cuerpo, se topan con dos macizas montañas de carne, turgentes, rebosantes a sus 20 años. Siente que sus pezones se ponen duros, se contraen y se levantan con sus caricias.
El amasa sus pechos con fuerza pero sin lastimar, y levanta lentamente su blusa. Ante su cara aparecen esos pechos inflamados de deseo, con unos pezones oscuros de hembra latina, de mujer.
Su boca se despega de la de ella y busca esos suculentos pechos. Sus labios comenzaron a besar el contorno de sus pechos, la parte de debajo de ellos, que siempre se ve más inflada y sabrosa. Luego con su lengua fue subiendo hacia sus pezones, los cuales succionó un poco para luego darle pequeños mordiscos hasta ponerlos rojitos los dos.
Sus manos no dejaban de acariciar sus nalgas y su espalda, abrieron el broche del mismo y sus manos pudieron entrar, un poco justas, para acariciar esas nalgas tan deliciosas.
Luego de un rato así ella reclamó su parte. Él se levantó del sillón y ella tomó su lugar. Él se desnudo por completo y se subió sobre ella así. Ella comenzó a besar y chupar su cuello, bajó lentamente a su velludo pecho y buscó sus pezones, don devolvió parte de los mordiscos y chupadas que él le diera momentos atrás (han notado que las mujeres siempre muerden los pezones más duro que los hombres!!).
Luego lo tomó de sus nalgas y lo fue levantando, mientras su lengua recorría su vientre. Cuando llegó a su pene comenzó a pasar su lengua por todo el tronco, desde las base hasta la punta y luego abrió su boca y tomándola de lado le comenzó a dar mordisquitos que a él lo pusieron a mil.
Él se dejó caer de lado sobre el sillón y ella lo siguió sin soltar su pene. La chupadita se convirtió en auténtica mamada. Su boca trataba de engullir todo su pene y él la tomaba de su cabeza para sentir su movimiento.
Poco a poco las pocas ropas que ella tenía encima desaparecieron y él la tumbó en el sofá, para meterse entre sus piernas y devolverle el favor.
Su lengua inició su recorrido en sus tobillos. Esos huesitos redondos, en la parte externa de sus pies fueron los primeros en ser lamidos. Bajó a su pantorrilla, donde no se detuvo mucho, pues deseaba llegar a ese lugar que hace que las mujeres se estremezcan: la parte trasera de sus rodillas.
La mezcla de placer y cosquillas que ella sintió la hizo revolverse en el sofá, mientras el saboreaba ese rincón oculto de las féminas. Su lengua fue bajando por la parte interna de sus muslos, sus manos en sus tobillos sostenían sus piernas en alto y pronto su boca y su lengua se encontraron con sus nalgas, grandes y deliciosas, dispuestas al placer.
El pequeño hilo, última prenda de ropa que quedaba en ella, era poca resistencia para las ganas que ambos tenían, sin embargo, como jugando él se decidió a quitarlo de enfrente con sus dientes. La dificultad de este acto, unido a que el tamaño de sus nalgas aprisionaba la prenda, hizo que la operación fuera lenta pero muy placentera.
Cuando al fin pudo tomas el hilo entre sus dientes lo jaló con lentitud, ella sintió como su ropa interior comenzaba a salir de sus nalgas lentamente, avanzado un poco sus manos terminaron el trabajo y su boca se lanzó de lleno sobre su vagina.
Su lengua acarició sus labios mayores, gruesos y húmedos, y con sus labios tomó esas alitas que formas los labios menores y los succionó con pasión. Su sabor exquisito y su suavidad suprema. Su lengua salió de su boca buscando la entrada de su vagina, chupó sus jugos, acarició la suave carne de la entrada.
Con sus manos abrió la gruta del placer para poder ver dentro de ella. Esas carnitas rosadas, húmedas y que excitadas palpitan sin parar son una visión que no se aparta de su mente. Su lengua volvió a la carga, pero esta vez con furia, tratando de entrar lo más profundo posible en ella.
Las manos de ella, ocupadas en acariciar sus propios pechos, bajan y aprisionan la cabeza de él. Con fuerza lo empuja contra su sexo, deseando que su lengua entre más profundo. Cuando siente los dientes de él aprisionando su clítoris se asusta, pero el mordisco nunca llega y comprende el juego. Siente que los dedos gruesos y velludos de las manos de hasta hoy, su cyberamigo, comienzan a hurgar dentro de ella.
No sabe cuantos dedos son pero siente que comienzan a moverse lenta pero firmemente dentro de ella, buscando la pared del frente de su vagina. La lengua sigue chupando con suavidad su clítoris y a ella le llega esa sensación de tener ganar de orinar que le avisa su pronto orgasmo.
Sus caderas se mueves al ritmo de los dedos de él y pronto siente como el movimiento dentro de su vagina se hace más fuerte. Siente que le mete otro dedo, siente su vagina llena por la mano que antes le escribía relatos y la lengua en su clítoris. El orgasmo se acerca y no puede evitar gemir cuando los calambres en su vientre se hacen presentes.
El aumento de humedad en su vagina y sus gemidos le avisan a él que se aproxima el orgasmo y cuando la ve agitarse en medio del placer, saca sus dedos de ella y su boca cubre toba su vagina, chupando , sorbiendo, comiéndose entero el fruto de su excitación.
Mientras ella se recupera lentamente del orgasmo y se acomoda entre sus piernas y pasa la punta de su pene por la entrada de su vagina. No tocaba mucho su clítoris pues sabía que estaba sensible, sin embargo aprovecho la lasitud de ella para llenar su glande de líquidos vaginales y comenzó a introducirlo dentro de su vagina. Poco a poco, disfrutando cada centímetro, fue penetrando su vagina sintiendo como su pene era abrigado por el húmedo calor de ella.
Llegó hasta la mitad, miro la cara de ella con un gesto de placer relajado. Con fuerza y de golpe metió el resto de su pene y lo dejó en lo más profundo de ella, sólo para ver su boquita abrirse de sorpresa, placer y un poco de dolor.
Ella hizo un puchero mitad coquetería y mitad reclamo. Sin sacar ni un milímetro de pene se acercaron sus bocas para darse un delicioso beso. Las piernas de ella rodearon su cadera y lo apretaron contra si, él hizo palpitar su pene dentro de ella, ella apretó su vagina. La cadera de él se movía de lado a lado, lentamente y la de ella de arriba a abajo de forma casi imperceptible.
El sentía su glande rozar con la suave pared del fondo de su vagina, ella sentía que le llegaba su pene al estómago, llena "hasta quedar ahíta del más dulce bocado de la tierra" diría el escritor inglés.
Luego los constantes entrar y salir, la lubricidad del encuentro, los besos acumulados. Chupadas en los pezones de ambos, mordiscos también.
Un cambio de posición y ella se coloca en cuatro sobre el sillón, él embiste desde atrás. Su culito queda a la vista, no pocas líneas de sus relatos habían sido dedicadas a aquel orificio, y no era hora de descuidarlo.
Uno de sus dedos explora el terreno, no hay queja, sigue el avance. Entra despacio pero firme, él puede sentir, a través de esa delgada pared de piel que une este canal con la vagina, el paso de su pene dentro de ella. Ella se siente penetrada, usada pero esa sensación del sexo anal le encanta.
Dos dedos exploran ya esa puerta de placer, el orgasmo de ella se aproxima, y el de él también. Tiene que sacar su pene de su húmeda estancia para retomar fuerza, no es momento de detenerse. Saca los dos dedos de su trasero y asoma su glande, hinchado de sangre por la fuerte erección, a él. Empuja un poco, con sus dedos ayuda a presionar hacia adentro (quien cree que sólo es soplar y hacer botellas no ha tenido sexo anal).
Entra sólo la punta y él se mantiene ahí, esperando el permiso de ella. Dale más es la frase esperada y la mitad del tronco del pene se va hundiendo en su trasero. La tensión de las carnes rozándose es mucha, el placer también. Saca un poco de su pene y ve como la piel que la cubre, la aprieta, acoge su herramienta se devuelve con él. Un nuevo empuje y casi tres cuartas partes del pene están adentro.
Ella siente esa incómoda sensación de la salida pero sabe del placer que la espera al recular, es ella quien se hecha para atrás, aunque el sienta lo contrario, la quiere toda adentro, quiere sentirse poseía y penetrada. Una salida más y otro empuje, esta vez mutuo, y todo el pene entra en ella. Se quedan quietos saboreando el momento.
Él también se siente poseído, la fuerza con que los músculos de ese delicioso agujero le aprietan el pene hace que el se sienta tragado, devorado por el cuerpo de ella.
Los movimientos son lentos, la relajación cada vez mayor. Pronto se puede penetrar con gusto y a buen ritmo. Ella gime, él resopla y le dice al oído lo que ha deseado tenerla así.
La saca de su nido y la coloca boca arriba en el sofá, de nuevo a su orificio trasero pero de frente. Dos dedos en su vagina, su pene en su ano, ella colmada y él disfrutando el poseerla.
Ella se acaricia el clítoris buscando apresurar el orgasmo y cuando le llegan las contracciones de su vagina y ano le provocan un orgasmo a él. Siente que el semen le llena sus entrañas, él siente que se vacía en ella, se deja ir. Gimen ambos de gozo, él se deja caer sobre ella y sin sacar su pene de su prisión se besan como recompensa mutua a su primer encuentro.
Tres días iba a estar él en Colombia, tres días con su amiga de Internet, tres días para hacer realidad sus fantasías, y tres horas se escriben en minutos.