Nuestro primer encuentro

Probando a la bestia

Llevábamos meses hablando.

Ya conocíamos a grandes rasgos lo que nos gustaba y lo que no a cada uno.

Estábamos ansiosos por conocernos. Habíamos pasado varias noches pajeándonos entre las sábanas, cada uno en su cama, en su ciudad. Enviándonos fotitos, haciendo sexting, llamadas calientes.

Me excitaba esa voz de furia, de mando que tenías conmigo.

Planee mi viaje acorde a la fecha de tu cumpleaños, para poder conocerte y darte un regalo.

Me avisaste a última hora que podías dedicarme unas horas antes que ir a la fiesta de cumpleaños que te tenían en tu hogar.

Yo estaba con un amigo en un departamento rentado, de esos que rentan por días.

Te complicaba que estuviera otra persona en nuestro primer encuentro, pero tu calentura pudo más y accediste.

-¿Qué llevas puesto? -preguntaste.

-Vestido, Señor.

-Voy caminando por Matta. Quiero que te quites la ropa interior sin que tu amigo se dé cuenta y la lleves en la mano. Espérame en esa esquina y cuándo me veas me entregues tus calzones en la mano. ¿Entendiste?

-Si, Señor.

Me quité los calzones, los escondí en mi mano y te fui a buscar.

Llevaba un vestido tipo vaporoso, y corto. Si me giraba, se podía ver el redondeado de mi culo.

Con los calzones en la mano, podía sentir el fresco del viento rozando mi culo y mi zorra húmeda. Sentía la humedad bajando, y un sutil hilo de babas entre mis piernas.

Bajé el ascensor y salí del edificio.

Te esperé en la calle, en la esquina, tratando de reconocerte.

Un fuerte viento cruzó y levantó mi vestido. Desprevenida, se levantó completo y varias personas vieron la desnudez de mi zorra, mi culo gordo. Con ambas manos lo bajé, me sonrojé y en eso te vi.

Si antes tenía un hilo de babas, ahora tenía un chorro. Una llave abierta.

Me saludaste con un beso rozando suavemente mis labios y yo te entregué mis calzones.

-Buena PERRA. Me dijiste, haciéndose énfasis en la palabra perra.

-Gracias, Señor.

Llegamos el departamento, dónde mi amigos nos estaba esperando. Conversaron un rato ellos.

Yo temblaba, estaba nerviosa y ansiosa. Caliente también. Recordaba todo lo que habíamos hablado anteriormente y me daban unas ansias por probar tu mano, tu pico, tu todo.

-Bueno, vinimos a jugar. ¿Cierto? ¿Quieres ver mi mochila?

-Si, si quiero Señor. Muéstreme.

Fuiste sacando uno a uno tus artilugios.

Un flogger de cuero, un tawse rojo, un revenque, una fusta, un pequeño látigo.

-¿Cuál quieres probar?- Preguntaste.

Yo estaba emocionada, hace meses que no recibía unos buenos azotes.

-¡Todos! ¡Quiero probarlos todos, Señor!

Mi amigo, por su parte, miraba atento y curioso, deseando él también ser parte de esas azotainas.

-Ponte en posición. - Me ordenaste.

Separé mis piernas y me apoyé en el mesón de la cocina. Me levanté el vestido y lo sostuve con mis manos para que no cayera. Así tenía todo mi culo y mi zorra expuesta para él.

Comenzaste con el flogger, preguntándome de tanto en tanto cómo iba yo. No nos conocíamos, por lo que querías y tenías curiosidad de cómo reaccionaria mi cuerpo.

-¿Cómo vas?

-Muy bien, Señor.

La verdad que con tanta emoción, el flogger era una caricia para mi culo. O es que tenía el culo muy duro o su mano era muy suave para mí gusto.

Seguiste con el látigo pequeño y luego el tawse.

-¿Quieres probar este? Me dijiste mostrándome el revenque.

-Si, si.¡ Si quiero Señor!

Ahí ya podía sentir un poco de dolor.

¡Oh! Glorioso, excitante, morboso, apetitoso, sublime dolor.

Sonó tan duro en mi culo que hasta mi amigo se asustó.

-¿Te gusta?

-Me encanta, Señor.

-Ponte en cuatro, PERRA.

Me puse en cuatro, me pusiste un collar con una correa y jugabas conmigo a seguirte en cuatro patas.

El departamento tenía un segundo piso y comenzaste a subir las escaleras.

Yo te seguí en cuatro patas, subiendo las escaleras cómo una perra, con el vestido levantado, el culo rojo, la zorra chorreante, las babas colgando de mi boca.

Mi amigo, nos seguía desde atrás y observaba todo con una mano dentro de su pantalón.

Una vez en el segundo piso, en el dormitorio, me pusiste de pie y me arrinconaste contra la pared.

Acercaste tu boca a mi oído y te escuchaba gemir, presionaste tu cuerpo junto al mío y me dejaste completamente indefensa.

Podía sentir tu pico duro contra mí culo, el sudor de tu frente, tu respiración agitada.

Yo gemía cómo perra, no podía aguantarlo y eso que ni siquiera me estabas tocando.

Podía sentir cómo crecía mi humedad y me mojaba cada vez más.

Me sacaste el vestido y me dejaste sólo en sostenes.

Me tomaste del cabello y me dirigiste hasta la cama.

-Ahora que ya los probaste todos, te daré el lujo de que elijas con cuál seguir. ¿Cuál quieres que siga usando, PERRA?

-El revenque, Señor.

-¿Segura?

-Si, Señor.

-Cuenta...

1 Señor, 2 Señor, 3 Señor, 4 Señor, 5 Señor...

Iba sintiendo el peso del revenque en mi culo , era tan exquisito.

A cada azote sudaba más, me mojaba más, babeaba más, gemía más.

Ignoraba totalmente la presencia de mi amigo, ya no lo veía.

Sentía solamente el ardor del revenque en mi culo, el sonido rasgando el aire, el que hacía al impactarme.

30 Señor, 31 Señor, 32 Señor...

Tenía orgasmos en cada azote, deseaba más, más, más.

Era una fuente de placer puro, no había dolor en mi cuerpo y si lo había, ya era puro gozo, puros orgasmos, pura humedad, saliva, zorra abierta.

50 Señor, 51 Señor, 52 Señor...

Cómo veías que yo no dejaba de contar ni mostraba sombras de dolor, y era la primera vez que probabas mi cuerpo; te detuviste.

Estabas cansado también y sudabas.

Me dejé caer en la cama en un orgasmo final, flotando en mi nube, en mi espacio. Era tanto placer que no podía manejarlo.

Te acercaste a mí y me besaste la frente.

Yo reía y lloraba de puro placer y emoción.

Me llevaste al baño para ver mis marcas.

Pese a todo, tenía en el culo dos pequeñas sombras, huellas de tu sadismo. Una en cada cachete del culo.

Quería hacer pipí, así que me senté en la taza del baño.

Tú aprovechaste la oportunidad y sacaste tu pico erecto.

Sin siquiera preguntar, me incliné hacia tu pico y comencé a chuparlo.

Lo chupaba cómo a un dulce y cómo parte de mi relajación. Subía y bajaba suavemente, pasando mi lengua a lo largo de su pico, acariciando su frenillo con la punta de mi lengua mientras lo mantenía dentro de mi boca y lo succionaba.

Tú no aguantabas más de tanta emoción y mientras chupaba desesperadamente tu pico, sentí tu dulce semen en mi boca, llenándola completa.

-Salgamos, que tu amigo está afuera.

Me vestí, me arreglé el maquillaje y te fui a dejar. Tenías tu fiesta de cumpleaños y ya ibas tarde.

Subimos al ascensor e iba más gente en el. Yo aún sin ropa interior, metiste tu mano por debajo de mi vestido y me metiste un dedo en mi zorra caliente.

Antes que saliéramos del edificio, me llevaste a un rincón y me mostraste el bolsillo de tu chaqueta.

-Mira lo que tengo.

Sacaste unos calzones negros y arrugados.

Un mes atrás, te había enviado por correo, un calzón lleno de moco y orina, todo pajeado de un día y una noche.

-Me corrí varias pajas sobre el, está llenito de semen.

-Que rico, Señor.

Y mientras te miraba a los ojos, tomé el calzón y le pasé la lengua lenta y firmemente. A ese calzón lleno de mis pajas y de las tuyas. Lleno de morbo y perversión.