Nuestro Harén de esclavas (2) La zorra de Andrea.
Llegados a un acuerdo mi novia y yo, es hora de que la primera de nuestras chicas empiece a trabajar.
Segunda parte del relato. Podéis leer la primera en: http://www.todorelatos.com/relato/79029/
- ¿Y ya estás mejor?
La buena de Lorena me observaba desde la silla un tanto inquieta. Había venido a mi despacho, como solía hacer para que le diese instrucciones sobre el trabajo que tendría para ese día, ya que como profesora adjunta estaba en cierto modo a bajo mi responsabilidad. Claro que supongo que lo que más os interesará es que desde donde estaba se podía observar con relativa comodidad el hermoso canalillo que formaban entre sus pechos y su apretado escote. Precioso. Desde luego era algo agradable tenerla en el trabajo.
- Sí, gracias por preguntar. Sólo fue un resfriado. ¿Te las apañaste bien con la clase?
- Sí, no hubo ningún problema. Estaba un poco nerviosa al principio pero ya está.
- Seguro que lo hiciste muy bien.
- Gracias… Creo que yo y los alumnos nos llevamos bien.
Se había ruborizado visiblemente. La noche anterior le había hablado a Ana de ella y ambos habíamos coincidido en que debía de ser la segunda de nuestras esclavas. Recordé el momento de aquella decisión y no pude evitar excitarme un poco. Yo le había descrito a mi novia como era Lorena, su cuerpo, su forma de ser y a mitad de la descripción ella había empezado a masturbarse en mis brazos mientras suspiraba que debía ser nuestra. “La quiero para nosotros” me había dicho mi dulce Ana aquella noche “prométeme que nos la follaremos” me dijo, y así se lo prometí yo. Siempre me ha gustado ser un buen chico y cumplir las cosas que prometo a mi novia. Por supuesto estaba claro que antes de Lorena vendría Andrea, pero ambos sabíamos que Andrea no daría muchos problemas, era demasiado zorra para darlos y no sería muy difícil hacerla nuestra. Diría que sí casi de inmediato. Sin embargo con Lorena no sabíamos que nos podría salir, así que era lo mejor empezar a tantear el terreno desde ya, y para ello tenía vía libre de mi novia para empezar a cortejarla.
¿Qué como era ella? Ya os dije algo antes, pero creo que ahora me dedicaré un poco más a ello: Lorena era una diosa de pelo negro, cuerpazo impresionante y rostro pulido, y para colmo, la niña no es que fuera precisamente tonta. Siempre he pensado que las mujeres con personalidad aumentan su belleza a cada uno de sus gestos. Pero sin duda a mí lo que más me ponía de ella era su peculiar manera de decorarse. Resulta que la chica, por muy monumental que fuera, también era un bicho raro de los que merecen un documental para ellos solos, y seguramente de no estar tan buena como estaba todo el mundo le gritaría “Friki” y cosas peores por la calle, pero claro, al estar como estaba simplemente se decía que tenía “aficiones curiosas”.
La chica era amante apasionada de muchas cosas, pero la que más destacaba de todas era el cine. Hablar de cine con Lorena implicaba que a los cinco segundos te sintieras como un completo ignorante. Directores, películas, actores… se lo sabía todo. Le gustaban especialmente las películas viejas en blanco y negro, aunque también, para demostraros lo peculiar que era, sentía debilidad por las cintas de serie B gore, hipersangrientas y desagradables. En general sentía debilidad por las cosas grotescas y de “buen mal gusto” como ella decía. Os comento esto porque una de las cosas más curiosas de ella es que se vestía (e incluso maquillaba) al estilo de las películas que tanto le gustaban. No sé de donde demonios sacaba esa ropa, pero nunca iba vestida de algo que pareciera posterior a los 80´, pero aun así la niña se las apañaba para que todo le quedara bien y no parecer que iba de carnaval. Vestía de forma peculiar, pero sin llegar a ser extravagante. Siempre ostentaba un aire retro, y mirarla era como mirar el poster de una de esas grandes actrices de cine de la época dorada de Hollywood. A mi tierna Ana también le gustaba el cine clásico, y quería follarse a una de esas actrices.
- ¿No tuviste ningún problema con los chicos?
- No, ¿Por qué?
- No sé, imaginaba que el cambio de vistas los descolocase un poco.
- Jajaja, no digas eso.
- ¿Por qué no? Eres lo más agradable de ver del departamento. Imagino que eso tendrá alguna ventaja para llevarte bien con el alumnado.
- No son todo ventajas…
- ¿Qué desventajas hay?
- …No sé… a veces me cuesta que la gente me tome en serio. A nivel profesional, me refiero.
- Bueno, en eso debo de ser afortunado. Mi trabajo es tomado muy en serio.
- Jajaja, ¡venga ya!... ¿Nunca ninguno de los profesores te ha dicho nada al respecto?... Sobre si realmente estoy aquí por mis métodos laborales y todo eso.
- … Alguna vez…
- ¿Y qué decían?
- No es educado decirlo con una señorita delante.
- Bueno, pues si ahora entra una no lo digas. Cuéntamelo…
- Bueno… El día que entraste a trabajas más de uno me comentó que si habías llegado tan alto había sido a base de mamársela a catedráticos.
- Uff, que obsesión tenéis los hombres con que os la chupen.
- Un poco sí que la tenemos. Algunos de los chicos me dieron palmaditas en la espalda cuando pasaste a ser mi profesora adjunta mientras decían algo como “luego me cuentas que tal la chupa”… No dejes que esos imbéciles estén más de lo necesario en tus pensamientos.
- No lo están ni un segundo. Simplemente tenía curiosidad. ¿Qué contestas a eso?
- ¿Contestar a qué?
- A lo que te preguntan. ¿Qué tal la chupo? Jajaja.
- Me temo que no tengo mucho conocimiento de ti en ese aspecto.
- Pero eres muy observador ¿Qué tal crees que lo hago?
Me había soltado aquello sin que yo me lo esperara. Yo simplemente le había dicho lo de que era lo más agradable de ver del departamento, y no esperaba que la conversación degenerase en nada más. Pensaba que simplemente se sonrojaría y poco más, pero he aquí que ella misma la había llevado a un punto muy interesante. Claro que Lorena siempre había tenido un sentido del humor muy extraño y era muy aventurado decir si aquel tipo de preguntas las hacía por diversión o por excitación.
- …Creo que lo harías bien.
- ¿Tú crees?
- Sí, estoy seguro de que siendo tan exótica para todo, tienes que serlo también en la cama.
- Vaya… un interesante punto de vista.
- Bueno, tú has preguntado, tú recibes la respuesta.
- Me guardo tu respuesta… y no la olvido.
- Oh, vamos. Creía que lo de tus “métodos de ascender” eran un rumor falso e inmerecido. No me hagas pensar que es cierto.
- Jajajaja, ¡Por supuesto que es falso! Mmmm… ¿puedo contarte algo?
- Adelante….
- ¿Sabes… el profesor Segado?
- ¿Ese viejo asqueroso?... No, por favor. Dime que él no.
- Cuando estaba en el último año de carrera me dio historia de la cultura Islámica. Me puso un 8 justo y una indicación de que fuera a verlo a su despacho. El asunto me olió mal desde el primer momento, pero aún así fui. La entrevista fue bastante normal: Me dijo que tenía un 8, que no estaba mal, pero que seguramente, dado que quería quedarme aquí en la universidad, me interesaría sacar algo más. Me dijo que podía optar fácilmente a un sobresaliente, e incluso a una matrícula. Yo le pregunté qué era lo que quería, pensando que me hablaría de hacer algún trabajo extra o algo así, y el viejo, con sus casi setenta años, se levantó de la silla, se bajó los pantalones agarrando su cosa arrugada con las dos manos y empezó a gritarme: ¡Mámame la polla, cerda!
- ¡Venga ya!
- Te juro que es verdad.
- Jajaja, ¿y qué hiciste?
- Estuve de piedra por lo menos 3 minutos, con la boca abierta, sin saber que coño decir. No sabía como reaccionar ante eso. El muy cerdo debió de creerse que lo que me pasaba es que estaba sorprendido por el tamaño de su pene o algo así, por que empezó a gritar ¿Te gusta, eh puerca? ¿Es lo suficientemente grande para tu garganta de puta?
- Jajaja ¿Y lo era?
- ¿Bromeas? Era un pene arrugado y fofo, más feo de lo que suelen ser las pollas en general, aunque, para ser sincera, era enorme.
- ¿Y que hiciste?
La sensual Lorena se sonrojó ligeramente y se hizo un poco la remolona en su silla antes de contestarme.
- Mi expediente es ejemplar y no hay ninguna mancha en él, señor.
- En ese caso… me alegro de que trabajes para mí.
El resto de aquel día fue bastante normal, y supongo que mis días normales no os interesaran mucho (No suelo tener sexo en el trabajo… de momento). La verdad es que estaba bastante satisfecho al descubrir todo el potencial que Lorena parecía esconder para satisfacernos a mí y a mi querida Ana, y eso hizo que me picara la curiosidad, supongo. Antes de volver a mi casa, me quedé sólo un poco más y sin pensarlo consulté su expediente. Ya lo había hecho, y más de una vez, pero en aquel momento buscaba un dato muy concreto. Busqué en su último curso y me detuve en la asignatura que le había dado el viejo Segado: Sobresaliente 10 con matrícula de Honor. No pude evitar sonreír ante eso.
- ¿Que tal te han ido las clases? – Me dijo mi dulce Ana al regresar.
- Bien, los alumnos no se han dormido hoy mucho.
- ¿Y las profesoras? ¿Alguna ha dormido en tus brazos?
- No, pero te gustará saber que tienen cierta predisposición a juegos sucios.
- …Cuéntame. – Dijo mientras sus brazos se anudaban en torno a mi cuello.
- Tengo motivos para pensar de que una de sus muchas matrículas de honor la consiguió chupando una polla.
- Oh, que sucio… ¿Y tú también quieres puntuarla con otra matrícula?
- No menos de lo que quieres hacerlo tú.
- Mmmhh, es perfecto. Si se niega o se escandaliza puedes chantajearla con desvelar esa información.
- Eres perversa, pero eso nos causaría más problemas que soluciones. ¿Has llamado a Andrea?
- No, he estado toda la mañana pintando.
No os lo había dicho, pero Ana se ganaba la vida como ilustradora. Ya sabéis, hacer dibujos para portadas de libros y esas cosas. Siempre le había gustado dibujar, y tras cientos de horas de dedicación, había logrado hacerlo bastante bien. Siempre había soñado con poder vivir de sus pinceles y sus lápices, pero su modestia no buscaba mucho más que eso. No buscaba las grandes galerías, ni complacer a las hordas de charlatanes del mundillo del arte, ella simplemente con poder medio vivir de aquello que le gustaba ya era feliz.
- ¿Qué pintabas?
- ¿Cuantas veces tengo que decirte que nunca se muestran los proyectos sin terminar?
- Nunca serán suficientes… ¿De verdad no has sacado tiempo para llamarla?
- Claro, pero quería hacerlo contigo…
- ¿Y eso?
- Bueno, he estado pensando. Si la llamo me pondré muy caliente, y cuando eso pasa sabes que me da por chapotear ahí abajo…
- Sí, algo he oído.
- No me gustaría manchar nuestro sofá por una llamada, es un sofá muy bueno… así que he pensado que cuando yo la llame lo apropiado sería que tú estuvieras conmigo, para… ya sabes.
- Comértelo mientras hablas con ella
- Oh, siempre haces que suene tan sucio…
- ¿Y cómo quieres que suene?
Sin dejar de sonreírme, se sentó en el sofá, subió su falda y me mostró sin pudor su sexo ausente de ropa interior que lo ocultase, como siempre perfectamente arreglado con sus preciosos pelillos anaranjados. Dejó la falda subida mientras sus manitas cogieron el teléfono con delicadeza. No necesitó decirme mucho más y me arrodillé frente al sofá para hacer mi trabajo mientras ella empezaba a marcar los primeros números.
- Lame lo mejor que sepas. Quiero estar muy cachonda mientras hablemos por teléfono. Hazlo bien y luego yo seré buena contigo.
- Ponlo en manos libres.
- Si eso os satisface, mi señor… -me respondió con sorna.
Andrea tardó un poco en contestar, pero yo ya había empezado a lamer, con delicadeza, por supuesto. Ana cerró los ojos un instante y se le escapó un ligero suspiro, medio segundo antes de que la señorita Abaloni se pusiese al teléfono.
- Hola putita.
- Hola puerca.
- Mmmhh, veo que vas aprendiendo a hablar con propiedad.
- No hablo con propiedad. Sólo hablo como se tiene que hablar a una zorra.
- Mmmhh, no me digas más cosas de esas. No quiero dejar esto encharcado… ¿Se la chupaste al final a tu querido?
- Desde la punta a sus pelotillas, para que quedase bien limpia. Él me lo comió hasta dejarlo seco y luego hicimos el amor hasta que nuestras fuerzas no dieron de más. Vuelvo a ser su diosa.
En ese momento, la mano suya que no sujetaba el teléfono descendió para acariciar mi pelo y mis mejillas y de paso indicarme que lamiera ya un poco más arriba…
- Veo que te gustan los trabajos bien hechos.
- Me gusta ser bien trabajada y tener mucho que trabajar.
- ¿Presiento que vas a proponerme algo?
- Mi chico tiene que ir a dar una conferencia en Salamanca, para una jornada universitaria o no se qué historia y se quedará un par de días ahí con un primo suyo. Estará fuera Viernes y Sábado.
- Hija mía, los Viernes sabes que no puedo.
- Pero tenemos todo el sábado para nuestros actos impuros. Puedes pasar el día conmigo. Cocinaré para ti desnuda.
- Mmmhh, déjame adivinar ¿Coño para comer y coño para cenar?
- Te olvidas la merienda, el aperitivo, los entremeses y el desayuno.
- Y el almuerzo, amor mío.
- Nos inventaremos más comidas si es necesario.
- ¿Me traigo alguno de mis juguetitos?
- Tráetelos todos.
- Si, mi señora.
- ¿Te espero el sábado entonces?
- Espérame desnuda.
- Adiós Andrea, un placer como siempre…
- Adiós pelirroja.
Colgó el teléfono mientras yo la observaba fijamente desde abajo. Mi visión de ella en aquel momento era soberbia: veía con todo detalle los hermosos y cuidados pelillos pelirrojos de su ya encharcado coño, y sus pechos estaban en una perspectiva que los hacía parecer aún más grandes. Ana ni siquiera puso el teléfono en su sitio, sino que lo dejó caer sobre el sofá, mientras sus dos manos hambrientas agarraron mi cabeza y la apretaron con fuerza contra su sexo. Sus piernas temblaron con violencia y se anudaron en torno a mi cuello mientras ella había comenzado a gemir. Mis ojos de vez en cuando la miraban y a través de sus encantadores pelillos veia su cuerpo ascender y descender victima de una pesada respiración. Sus pechos botaban ligeramente, con sus pezones ya hace un tiempo erectos, mientras sus ojos estaban fuertemente cerrados y su boca abierta en una expresión de placer.
- Me corro, mi amor…
Su explosión no tardó mucho en llegar. Mi rostro entero quedó cubierto de sus fluidos, mientras ella se contorsionó de placer y se arqueó hacia adelante buscando poder abrazarme con ternura. Mi cabeza ascendió un poco, buscando su pecho, y allí descansé como si se tratase de una almohada. Su cuerpo aún tembló durante aquel minuto que estuvimos abrazados. No tardé mucho en empezar a besar su piel y ella no tardó en suplicar que le hiciese algo más intenso. Hicimos el amor sobre el sofá, apoyando ella su espalda sobre un cojín para poder estar a una mayor altura. Estaba muy excitada y tuvo varios orgasmos en apenas unos minutos. Su boca de vez en cuando buscaba mi cuello para darme ahí besos que casi parecían mordiscos, para poco después ascender un poco y susurrarme cosas al oído mientras la bombeaba.
- Mi amor… tendremos a una horda de guarras a nuestro servicio, la tendremos.
La espera para el sábado fue insoportablemente larga. Ana se ponía cada vez más cachonda a cada día que pasaba, y solía asaltarme nada más ponía un pie en la casa con cada vez más furia. Cada día tenía nuevos detalles planeados para el sábado, algunos me los contaba y otros se los reservaba para el tan esperado día.
Andrea volvió a llamar el viernes. Mi querida novia lo puso en manos libres y pude escuchar lo que le vino a decir. No lo recuerdo con exactitud pero os lo puedo resumir. Que estaba cachondísima de poder pasar todo el día con ella. Que se volvía loca por bañarse en todo lo que saliese de su vagina y que quería follar hasta tener el coño tan rojo que no pudiera cerrar las piernas. Algo así fue lo que le dijo. Ana respondió todo lo buenamente que la excitación le pudo dejar y tras colgar volvió a lanzarse sobre mí. Cualquier otra hubiese estado ahorrando energías para el día siguiente, pero ella estaba demasiado excitada como para que la palabra ahorrar formase parte de su vocabulario activo.
La señorita Abaloni llamó al timbre nada menos que a las 10 de la mañana. Yo se supone que me había ido a las 9, así que esa era desde luego una hora muy prudente para presentarse allí, prudente, pero no por ello menos ansiosa. Yo, para mantener la tradición, me oculté en el armario de nuestra habitación, por si se le ocurría entrar allí, y Ana le esperó pacientemente en el salón, vestida, a diferencia de cómo se le habia indicado. Simulaba estar dando vueltas por la casa ocupada en algún asunto de esta. Andrea cuando llegó se encontró con la puerta abierta y entró con la mayor de las naturalidades. Se mostró falsamente enfadada cuando vió que Ana iba vestida, y pude oirlas desde la habitación.
- ¿Y esas ropas, zorrona?
- Lo siento, tengo que ir bajar a comprar unas cosas…
- ¿Qué tienes que comprar?
- La comida para este día. No podemos vivir sólo con coños.
- ¿Tardarás mucho?
- No, para nada. Tú… recuéstate en el sofá y empieza a masturbarte con uno de tus juguetitos… para cuando vuelva quiero verte chorretosa y suplicante.
- Sí, mi amor… como tú lo ordenes.
Escuché unos sonidos húmedos, seguramente besos, y puede que alguna otra cosa, después escuché cerrarse la puerta y poco después percibí el inconfundible sonido de un cuerpo arrojándose sobre el sofá acompañado de un suspiro de satisfacción. Salí del armario y pegué la oreja a la puerta de nuestra habitación. Esperé cosa de un par de minutos hasta que otro sonido inconfundible comenzó a surgir del silencio. Para los que no se acuerden del capítulo anterior, o no les haya dado la gana de leerlo, os diré que Andrea era más escandalosa que Ana, y al poco tiempo ya se la escuchaba jadear con perfecta claridad y sin ninguna duda de qué era lo que estaba haciendo. Divertido esperé un poco más a ver que deliciosos sonidos me regalaba. No tardó en suspirar palabras entre sus gemidos. Suplicaba a algún ente de su imaginación que le diera más fuerte, que le rompiera su culo respingón. No recuerdo sus palabras exactas. Fue en aquel momento cuando con mucho cuidado y muy despacio, empecé a abrir la puerta. Algo que siempre me encantó de nuestro piso es que sus puertas no chirrían si las mueves despacio.
Para cuando entré en el salón, ella ni siquiera se había percatado de mi presencia. Además, el sofá estaba de espaldas a la entrada de nuestra habitación y era imposible que me viese. Yo en cambio veía su cabecita sobresaliendo por encima de nuestro sofá de vez en cuando sacudida por un ligero temblor. Entonces pasé por delante de ella como si nada. La señorita Abaloni tardó un par de segundos en darse cuenta de que yo estaba allí, y al hacerlo se quedó de piedra al instante. Tenía un enorme consolador de color púrpura metido en el coño y llevaba un vestido soberbio y seguramente caro. Normalmente sería un vestido de muy buen gusto, por lo bien que lograba insinuar su cuerpo, pero en aquel momento lo tenía a medio quitar, con los pechos al aire y despatarrada sobre el sofá, y parecía poco más que una furcia. Una furcia de las caras, pero furcia al fin y al cabo. Mientras pasé observé que había traído un maletín negro, seguramente lleno de sus famosos juguetitos.
No se tapó ni trató de disimular nada, simplemente se quedó de repente tan impactada y asustada por mi presencia que pareció ser una estatua. Sus ojos se abrieron de par en par y su cuerpo quedó congelado sin saber que hacer. Yo simplemente pasé a su lado y le di los buenos días con descaro, mientras me acercaba a la cocina. En nuestro piso la cocina es de esas que no están en una habitación aparte, sino que sólo se diferencian por un armario anclado al suelo donde están los electrodomésticos, así que pudo seguir observándome. La ignoré por completo y me acerqué al frigorífico de donde saqué un yogurt (un pequeño antojo que me dio). Cogí una cuchara del armario y volví a donde estaba ella, que seguía inmobilizada en la misma posición. Destapé el yogurt y comencé a comérmelo delante de ella. Esperé un par de cucharadas antes de decirle nada.
- Así que tú eres Andrea… Ana me ha hablado mucho de ti.
- … ¿Ah, si?
- Sí.
- … y… em… ¿qué te cuenta?
- Bueno… tengo entendido que tu forma de comerle el coño es más dulce que la mía.
- …¿Si?…
Había empezado a añadir más sudor al que ya recorría su cuerpo pero no sabía decir si era sudor de calentura, de excitación o de estar tremendamente asustada.
- ¿Qué estabas haciendo?
- ¿Cómo?
- Antes de que te interrumpiera, ¿qué hacías?
- Yo, eh…
- ¿Sí?...
- …Me masturbaba con este consolador…
- Ajam, y aún lo tienes metido en el coño…
- Sí…
- Entonces no has terminado, por favor sigue.
- ¿Cómo?
- Que termines. No me hagas pedírtelo de forma grosera.
La señorita Abaloni me miraba fijamente a los ojos. A simple vista cualquiera diría que estaba aterrada, pero un observador más atento se daría cuenta de que una especie de brillo encantador había surgido en el fondo de sus ojos, y que denotaba curiosidad por ver cómo acababa todo. Con cierta vacilación apretó los dedos entorno a aquel trozo de plástico alargado y sin apartar sus ojos de mí empezó a introducirlo lentamente, al principio lo hacía a trompicones, como si esperase que en cualquier momento le dijera que parase, pero no tardó en hacerlo a una velocidad más aceptable. Su mirada pasó poco a poco de estar asustada a estar complacida, y más tarde a algo más sucio. Poco a poco el consolador se movía con mayor rapidez, y su cuerpo dejó de estar tenso para dejarse caer suavemente sobre el sofá buscando poder estar más cómodo. Al poco tiempo echó su cabeza hacia atrás sin dejar de mirarme y empezó a gemir.
Una de sus manos, la que no manejaba el consolador, jugueteó lascivamente por su vientre hasta llegar a uno de sus pezones, insistiendo en enrojecerlo. Le costaba respirar y la expresión de su cara indicaba que sin lugar a dudas había dejado de pensar de forma racional. Pronto sus dedos se cansaron de retorcer pezones y agarró el falo de plástico con ambas manos, metiéndoselo cada vez con mayor violencia, con más fuerza. Lo clavaba en su coño como si quisiera romperlo. Fue entonces cuando me habló.
- Necesito… polla.
- ¿Cómo dices, guarra?
- …Necesito una polla, por favor.
- Que grosera que eres. ¿Tu madre no te enseñó a pedir las cosas por favor?
- No… - dijo tratando de respirar con normalidad – mi madre no me enseñó nada, pero yo sé muchas cosas… Sé chuparla bien chupada y sé follar muy bien.
- Sí, eso dice mi chica.
- ¿Esto ha sido idea suya?
- ¿El qué, encanto?
- Queréis follarme los dos. No soy tonta. Ella no ha bajado a comprar nada.
- Puedes empezar a lamérmela y ya lo descubriremos cuando suba.
No necesitó más palabras. Sin sacarse el consolador se levantó del sofá de un salto y en un solo movimiento su boca chocó contra mis pantalones mientras agarraba mi cintura con devoción. Empezó a restregar su cabeza por aquella zona como si esperase sacarse brillo. Estaba tan cachonda que le costó coordinar su cuerpo para encontrar mi cremallera, y no os digo ya lo que tardó en bajarla, pero no me importó. Yo seguía comiéndome mi yogurt (delicioso, por cierto) y era bastante satisfactorio verla restregarse por mis pantalones de esa forma. Cuando por fin pudo sacarla al exterior su lengua empezó a recorrerla de un extremo al otro con avaricia, llenando toda su extensión de saliva hasta que quedó bochornosamente cubierta y empezó a gotear sobre el suelo. Después de eso, sin mayores miramientos se la metió entera a la boca y comenzó con su particular ritual todo lo deprisa que su cuerpo lo permitía. Su garganta producía un sonido delicioso cuando llegaba hasta el fondo y se atragantaba ligeramente. La chica no lo hacía nada mal después de todo, aunque resultaba injusto compararla con la maestría de Ana. Su estilo era mucho más rudo. Se esforzaba visiblemente en llegar hasta el fondo y no tardaron en salir lágrimas de sus ojos a costa de dicho esfuerzo, al no poder apenas respirar. Al final consiguió tragársela del todo y se mantuvo allí varios segundos aguantando la respiración.
Cuando se la sacó de la boca resultó muy tierno verla agitarse de aquella manera por poder volver a respirar, mientras me miraba viciosa indicándome que aquello no había acabado.
- Chupas como una perra en celo.
La voz de Ana siempre sonaba dulce, por muchas obscenidades que dijera. Andrea se puso tensa inmediatamente al escucharla, pero se relajó casi de inmediato cuando la vio venir. Al parecer ni siquiera había salido del edificio. Claro, la puerta no se ve desde el sofá. No tuvo que serle muy difícil simplemente dar un portazo y quedarse ahí a observar. Había aprovechado para quitarse toda su ropa y ahora se presentaba ante nosotros gloriosa, con sus enormes pechos tan sólo cubiertos por su aún más enorme melena cobriza, mientras sus dedos manoseaban por debajo de su ombligo.
- ¿Quién te ha dicho que pares de chupar? – Le soltó nada más llegar a mi lado.
- ¿De que va esto? –Le preguntó Andrea, más por curiosidad que por otra cosa.
- Va de que deberías lamer y no estás lamiendo. – Le contestó mi novia.
La hermosa Abaloni no necesitó de más palabras y se dedicó a terminar lo que había empezado con devoción. Ana se acercó aún más a mí y me abrazó desde atrás, dándome un beso en el cuello y aplastando sus pechos contra mi espalda muy intencionadamente. Sus pezones se me clavaban hasta el punto de que pensé que me dejarían heridas.
- Mi señor… ¿os complace como es la puta que traído para ti?
- No está mal.
Andrea en aquel momento alzó la mirada con cierta furia en los ojos.
- ¡Eh!, ¿pero de que va esto?
Ana no le contestó, tan sólo se limitó a agarrar su cabeza con su mano y a dirigirla, con bastante más rudeza de la habitual en ella, a mi polla. Andrea se quejaba demasíado, pero en el fondo le gustaba ser tratada así, y la dulce Ana lo sabía, por eso había dejado de ser dulce.
- Parece que se va animando querido, ya lo va haciendo mejor. – la voz que estaba poniendo en aquel momento era de un morbo increíble. Me encantaba cuando se hacía la mala. – Ya parece que empieza a usar la lengua como se debe.
Se agachó al lado de Andrea hasta que quedó en la misma posición y altura que ella y acarició su cabeza con repentina dulzura. De sus labios salió un “hola preciosa” que Andrea debió responder deforma similar, aunque con la boca llena apenas pudo. No se anduvo con rodeos para la siguiente frase.
- ¿Te gusta el pene de mi chico?
- Mmmmmhh…
- A mí también me gusta. Mírale a lo ojos.
Andrea hizo ascender su mirada, clavando sus ojazos en mí. Ana se acercó y la rodeó desde atrás con los brazos con cariño y apoyando la cabeza en su hombro, muy cerca de su oído, y allí empezó a susurrar.
- Nos observó… el otro día, desde el armario de nuestra habitación. Nos vio follar.
- ¿Te gustó lo que vistes…amo? – Dijo Andrea, interrumpiendo brevemente su tarea. Nadie la había dicho de llamarme con ese título y pude ver como Ana se sorprendió un poco al oírselo, pero nadie se quejó por ello.
- Me encantó, querida. – Le dije.
- Mmmmhh, me alegro.
Sin añadir mucho más volvió a lo suyo, con gran placer. Se notaba que le gustaba mucho hacerlo. Como siguiera así iba a recibir una sorpresa en poco tiempo. Ana aprovechó que volvía al trabajo para seguir susurrándole más de sus maldades al oído.
- Le he confesado que me gusta acostarme también con mujeres, y él, que es tan bueno conmigo, ha decidido que me permite hacerlo, siempre y cuanto las comparta… Nuestro amor está por encima de todo, pero hemos decidido dar rienda suelta a nuestro apetito.
- ¿Mmpbmhrgmhm?
- Nos hemos propuesto crear nuestro propio Harén, repleto de mujeres sedientas que quieran satisfacernos, y mi chico y yo hemos decidido otorgarte el honor de ser la primera de nuestras concubinas. Nos darás placer a ambos y a cambio nosotros te lo daremos a ti, todo el que tu coño necesite y más. ¿qué contestas?
Andrea no respondió con palabras. Empezó a chupar pasmosamente deprisa, sabedora de que mi final estaba muy cerca, y no tardó como supondréis en lograr que me corriese. Ni corta ni perezosa, retuvo todo cuanto salió en su boca, para después abalanzarse sobre mi novia en un voraz morreo. Consiguió tumbarla en el suelo de un movimiento y ambas se enrollaron hábilmente mientras jugueteaban con el semen que se salía de la boca de Andrea. Parecía una bestia en celo, y no atendía a ningún tipo de razones. Ambos comprendimos que había dicho que sí: Aceptaba ser nuestra puta. Me acerqué con cautela el dúo, y comencé a acariciar la espalda de Andrea, que era la que estaba encima, y agachándome, la besé con fuerza, casi la mordí, en su tierno cuello. Aquello la hizo liberarse por un instante de los labios de Ana para gemir de satisfacción. Mis movimientos no se quedaron ahí, y sin prisa una de mis manos se introdujo bajo la falda de su vestido para acariciar su sexo. Estaba tan húmedo que al tocarlo pensé en un barreño de agua siendo arrojado al suelo. Nada más meter la mano, la señorita Abaloni empezó a moverse encima de Ana como si estuviera cabalgándola. La pelirroja mientras tanto empezó a gimotear, excitada por el placer que había a su alrededor. Andrea apretaba las manos contra nuestra alfombra y en poco tiempo surgió entre sus piernas un demoledor orgasmo, los fluidos empezaron a descender con elegancia y cayeron sobre el también húmedo coño de Ana, que al contacto con los líquidos sufrió enormes y satisfactorios calambres de placer, al tiempo que también se corría.
Las dos no dejaban de gemir, y yo me sentí poderoso de tener a semejantes portentos derritiéndose entre mis manos. Ana fue la primera en reaccionar y con maña salió de debajo del cuerpo de su amante. Sin darme tiempo a reaccionar, me arrojó sobre el sofá y se sentó de espaldas sobre mi estómago, dejando su portentosa espalda al alcance de mis labios, mientras que indicaba a Andrea que se nos uniese. La italiana se hizo penetrar con la mayor felicidad del mundo. La postura era un tanto rara, pero me gustó. Yo estaba recostado, mientras Andrea cabalgaba como una furia sobre mi, en tanto que Ana estaba recostada, un poco más arriba de mí, mirandola a ella fijamente, mientras entre las dos se hacían otro tipo de cosas. La pelirroja dirigió mis dos manos libres a su gruta para que mis dedos la demoliesen sin piedad, mientras ella se dedicaba a besar y abrazarse a nuestra zorra, cuyo culo por cierto hacía un ruido delicioso cada vez que dejaba caer su cuerpo sobre el mío. Tuvieron las dos muchos orgasmos así.
Agarrándola por los pechos, la acerqué más hacia mí hasta que su cabeza se situó junto a la mía y pudimos darnos un cálido beso y juguetear con nuestras lenguas. Al terminarlo ambos miramos con lujuria a nuestra mutua amante, que seguía dando saltos sobre mi erección, y ella nos devolvió la mirada. No hicieron falta palabras. Ella nos decía que era nuestra, que hiciéramos con su cuerpo lo que quisiéramos. No íbamos a ser menos.
- Cuando se corra – dijo Ana sumida en un trance lujurioso – sácatela y apúntame con ella. Después límpiame con la lengua.
Mientras hablaba mis dedos jugueteaban lascivamente con su sexo. Años de convivencia habían logrado que supiera hacerlo tal y como a ella le gustaba. Su cabeza se había echado sobre mis hombros y sus hermosos gemidos se estaban acelerando y volviendo más escandalosos, todos ellos susurrados a mi oído, que de vez en cuando mordía. Yo aumenté también la velocidad de mis manos, sabiendo que dentro de poco iba a tener un nuevo orgasmo. Sus caderas comenzaron a danzar, y su danza se volvió espasmos cuando le llegó el momento del estallido. Su cuerpo entero se convulsionó, y se le escaparon varios gritos, tras los cuales siguió temblando, mientras ronroneaba como una gata.
- Te quiero – Me dijo. Aprovechamos aquel instante para volver besarnos.
No al mucho tiempo yo también me corrí, y nada más avisarlo, la buena de Andrea obedeció los deseos de su ama y sacándose mi pene de sus entrañas lo apuntó contra el abdomen de esta, que recibió la descarga con sumo placer, mientras su cuerpo se restregaba por encima del mío. Cuando se dispuso a lamerlo todo, Ana le agarró fuertemente la cabeza, mientras le susurraba lo puta que era, y lo bien que lamía. Fue una manera encantadora de empezar la mañana.
Después de aquello, en virtud de que teníamos que aguantar todo el día, decidimos hacer una pausa. Andrea se recostó encima de nosotros, y durante un tiempo no dijimos nada, simplemente nos quedamos allí los tres, sin hacer nada más que dejar que nuestros cuerpos se acomodasen los unos a los otros, creo que alguno incluso se quedó dormido. Para cuando decidimos volver a la realidad, nos dimos cuenta de que eran las 12 pasadas. Ninguno de los tres se explicaba como podía haber pasado tanto tiempo, pero en fin, ya daba igual. Ana se levantó airosa y declaró que iba a hacer la comida, que pensaba tener para las una y media. No malinterpretéis, nos repartimos las tareas de la casa mitad y mitad, pero es que a ella le encanta cocinar, y es horriblemente criticona conmigo cuando la sustituyo. Tal y como nos había prometido lo hizo desnuda.
Si os digo la verdad, no recuerdo en absoluto que nos preparó, pero en virtud de que ella pueda leer esto, diré que estaba delicioso, y lo digo sinceramente. Durante aquel rato amigable charlamos los tres despreocupadamente de cosas sin importancia, aunque gran parte de la conversación se dirigió a que Andrea y yo nos conociéramos. Ella me preguntó por mi trabajo y yo le pregunté por el suyo. Resulta que la chica trabajaba como secretaria de un rico empresario (Ni me molestaré en decir su nombre, sé que no os importa), que hará cosa de un par de meses se había mostrado interesado por la obra de mi chica y quería encargarle un cuadro, aunque al final la cosa no cuajó, pero por lo visto sirvió para que ellas dos se conociesen. Al parecer el muy capullo concertó una especie de entrevista, pero le surgió un problema (lios de faldas, según insinuó Andrea) y en lugar de cancelar la cita o posponerla no dijo nada, simplemente le dejo como recado a Andrea de que cuando viniera le dijese que no y la mandara a paseo. Pero según nos dijo, la vio tan hermosa e ilusionada cuando se presentó en el despacho que fue incapaz de hacerle algo tan cruel. Lo cierto, es que la entendía.
Antes he dicho que no recuerdo que cocinó Ana. Bueno, eso no es exactamente cierto. No recuerdo el plato concreto, pero sé que llevaba salsa. No recuerdo los ingredientes exactos, tampoco, pero sí que era picante. Ana hizo mucho de aquella salsa, y como es obvio después de nuestra apacible comida sobró. La había puesto toda en un botecito pequeño de vidrio, y cuando terminó de comer cogió aquel bote con sus manos y lo miró fijamente mientras maquinaba sus nuevas maldades. Andrea, cuya imaginación morbosa pareció ser más rápida que la mía, casi gime solo de pensarlo que podría estar pasando por su cabeza, yo aún estaba un poco extrañado. Entonces, sin previo aviso, Ana se levantó de su silla y fue caminando lentamente, hacia el sofá, levantando su culito con cada uno de sus andares, sabiendo que la mirábamos con suma atención y se dejó caes sobre él. Luego con mucho cuidado, giró sobre si misma el tarro y dejó que un poco de aquella salsa goteara sobre el hermoso espacio que había entre sus dos generosos pechos, acompañando el movimiento con un sensual ronroneo.
Andrea, como si fuera una autómata se levantó de su silla, dispuesta a lamer hasta la última gota de aquel brebaje. Ana la dejó acercarse, pero en tal que estuvo a su alcance la abofeteó sin contemplaciones, no excesivamente fuerte, pero si lo suficiente como para que nos sorprendiera a ambos, pero a Andrea le gustaba, le gustaba ser tratada como una puta. Con las mismas, tras soltar el bofetón, me señaló sentenciosamente con el dedo y simplemente dijo “tú”, indicándome que era yo el destinado a lamer de aquel fabuloso cuerpo. Para cuando llegué a la altura de mi plato, la salsa había resbalado y rodeaba morbosamente su pecho izquierdo por debajo, delimitando sus perfectas formas con el rastro de una traviesa gota. Fue por este lugar por el que la empecé a lamer, y creedme que su gemido fue fantástico cuando mi lengua se deslizó en sentido inverso por el recorrido. Apenas eran unas cuantas gotas, pero cuantos sabores escondían. El contacto con su piel les daba un toque salado, que mezclado con el picante me hacía hervir de deseo. Mi lengua empezaba a arder y solo podía saciarla lamiendo más.
La pobre Andrea, gemía desesperada a nuestro lado, como una perrita, esperando anhelante a que se le diera permiso para unirse al banquete. Ana, tan dulce como siempre, acabó por apiadarse y le indicó que podía beber en la siguiente tanda. Elevó con sus manitas el tarro y antes de dejarlo caer nos lanzó una advertencia:
- Lamed rápido. Si se mancha el sofá a ti te corto los huevos y a ti te meto las tijeras por el coño hasta que logre cortar algo.
Dejó que aquella delicia se deslizara por su vientre, quedando un poco almacenado con encanto dentro de su bellísimo ombligo. Andrea y yo lamimos sin parar haciendo chocar nuestras cabezas y aprovechando para dejar que nuestras lenguas juguetearan entre ellas. Aquello excitó a Ana muchísimo, que agarró con cada una de sus manos tanto mi pene como el chorreante coño de nuestra esclava y empezó a juguetear con ambos con maña al tiempo que nos suplicó catatónica que la masturbásemos nosotros mismos. Cada uno de nosotros llevó una mano a su glorioso sexo y allí empezó a moverla, mientras se rozaban nuestros nudillos. Ana alcanzó un demoledor orgasmo no mucho tiempo después, despistándose levemente y dejando que varias gotas cayesen accidentalmente sobre su cuello, que Andrea se dispuso a sorber casi de inmediato.
La pelirroja se irguió como pudo y me indicó que fuese yo el que se sentara en el sofá cómodamente, que ahora era mi turno. Se agacharon las dos ante mí, mientras Ana, sin mayores miramientos cogió mi instrumento y lo metió de lleno en el bote, como si fuese una patata. Entre las dos lo limpiaron. Sentir las bocas de ambas jugueteando con mi virilidad en medio casi me hizo desmayarme de la emoción, y la salsa picante empezaba a lograr que me excitase más todavía. Entre ambas se organizaban para dejármela bien limpia casi de inmediato y otorgarme placer como sólo dos diosas saben hacerlo. Ambas eran experta.s y ambas estaban ansiosas por demostrarlo, e incluso contemplé con felicidad como competían entre sí por ver cual de las dos me daba mayor placer. Cuando fui a correrme ambas colocaron sus bocas en la punta, dándose un lascivo beso, mientras el semen empezaba a manchar sus bocas y a gotear de sus labios hasta caer al suelo, que más tarde lamían deseosas de no dejar nada fuera de ellas mismas.
No tardé mucho en seguir dispuesto con el panorama que había a mí alrededor. Mi novia lo notó enseguida, y antes de que pudiese volver al ataque me detuvo para decirme algo.
- Quiero que me des por el culo. – Dijo casi temblorosa.
- ¿Estás segura?
- No… digo sí… no sé.
- No tienes porqué…
- No, si yo quiero, es que…. – se detuvo un momento para mirar a Andrea – El otro día, cuando le dí a Andrea con… eso ella disfrutó como una perra, y yo quiero que me hagas disfrutar así. También yo disfruté mucho jodiendo su culo y quiero que tú disfrutes jodiendo al mio, pero no sé, me da un poco de miedo.
- Hay que tener mucho cuidado la primera vez – añadió Andrea.
- ¿Tendrás cuidado, mi amor?
- Claro.
Andrea nos guió un poco en el asunto y nos regaló unos muy sabios consejos. Dispuesta, tal y como ella dijo, a “complacer a su ama” fue a su maletín a coger la famosa prótesis de la otra vez y a ponérsela ella misma. Su idea era simple: Ella se tumbaría en la cama (nos habíamos movido a la habitación) y Ana se acostaría sobre ella siendo penetrada por el coño, mientras yo desde arriba tenía un panorama perfecto para penetrar su aún virginal ano. Así le otorgaríamos el placer de ser penetrada por dos lados a la vez.
Cuando se acostó encima de la chica, no pudo evitar empezar a restregarse, llevada por los nervios y la emoción. Dejé que follaran un poco para que así se relajasen, mientras que yo, con paciencia y dedicación paseaba los dedos por las zonas más prohibidas de mi chica, aprovechando sus propios fluidos para ir abriendo poco a poco. En un determinado momento, no sé como, le dio una especie de cosquilleo y todo su cuerpo se arqueó violentamente, víctima de un exquisito temblor. Decidí que aquel era el momento de empezar a meter dedos. En un principio, lo hice con lentitud, y los primeros resoplidos y expresiones de dolor salieron de sus labios, mientras se abrazaba con fuerza a Andrea, y le mordía. Estuvimos así un rato, hasta que ella ya no pudo más.
- Métemela… joder, métela ya
No es de buena educación decir que no a cosas así, así que le hice caso. Cuando la punta empezó a entrar, ella empezó a gritar, cosa extraña en su comportamiento, y la pobre Andrea lo pagó muy caro el estar tan cerca en ese momento, aunque a ella parecía no importarle. Ana gritaba como una posesa, pero su cuerpo no estaba tenso en absoluto, y en el fondo se dejaba hacer con inmenso placer. Sé que jamás me hubiese perdonado que parase en aquel momento, y lentamente fue entrando cada vez más carne por su trasero. Tras un largo preludio, al fin estuvo enterrada del todo. Las lágrimas le brotaban de los ojos y Andrea se las lamía con devoción, pero su expresión era sonriente. La dejé un rato ahí metida para que se acostumbrase, y la hubiese dejado algo más, pero al poco tiempo ella misma empezó a mover su culito, indicando que quería seguir, y que quería hacerlo ya. Aquello me hizo decidir que no iba a tener piedad.
A los pocos segundos de que Ana gritase, Andrea lo hizo también, seguramente por que le mordería o clavaría las uñas en alguna parte. Después de eso, no tardó mucho en empezar con los insultos hacia mi persona y a gritarme que parara. Yo no le hice caso. Bombeé su trasero con lentitud, pero con fuerza, agarrando con mis manos sus caderas, mientras desde abajo Andrea no dejaba de ofrecerle un tratamiento muy similar. Poco a poco sus insultos fueron transformándose en jadeos, conforme mis caderas moldeaban sus muslos, y al poco tiempo aquellos jadeos se transformaron en súplicas. Quería más, más fuerte y más rápido. Yo hacía todo cuanto podía, y Andrea también, pero ni siquiera aquello parecía suficiente. Seguimos así por mucho tiempo, llevándola una y otra vez a un nuevo orgasmo, hasta que al final fue suficiente. Hasta que calló rendida sobre la señora Abaloni y giró para caer sobre la cama, resoplando satisfecha. Estaban las dos acostadas frente a mí, con sus cuerpos cubiertos de sudor y sus pelos enmarañados y revueltos, y los pechos de ambas se movían agitados, victimas del no poder respirar con normalidad. Yo estaba de rodillas frente a ellas, y ambas me miraban con expectación y gratitud. Me coloqué más cerca de las dos y empecé a masturbarme con la intención de terminar encima de sus hermosos cuerpos, aunque al final ellas mismas dirigieron sus propias manos para sustituir a la mía, haciéndome terminar sobre ellas.
Cuando terminé ambas se irguieron y entre los tres estuvimos abrazados y besuqueándonos sobre la cama. Fue muy hermoso. Por orden de Ana nos fuimos todos a ducharnos. Por muy guarra que fuera no le gustaba el exceso de sudores y fluidos encima de su cama. Cuando nos levantamos pude preguntarle qué tal se lo había pasado.
- Ha estado bien, sobre todo la última parte… pero puede mejorarse.
- ¿Cómo quieres mejorar eso?
- Bueno… mientras los dos me dabais, podría haber una tercera chica a mi lado para que le comiera el coño, otra podría estar a tu lado besándote y una tercera podría mirarnos desde el otro lado de la cama y masturbarse, tal vez junto a otra chica, y entre las dos follarse mientras nos miran.
- Eres retorcida.
- Pero me vuelves loca, querido.
Andrea pasó allí también el domingo. Ni qué decir tiene que entre los tres lo pasamos muy bien. No se fue hasta el lunes siguiente, día en cuya mañana ambas se pusieron de acuerdo para levantarme para ir a trabajar a la manera de Ana, es decir, con una exquisita mamada. El recuerdo de ellas dos diciéndome “buenos días” al mismo tiempo el algo que difícilmente voy a olvidar. Mientras llegaba a la universidad aquel día me acordé de mi querida y bella Lorena que allí me esperaba. “Espero que seas tan puta como aparentas – pensé – por que la próxima eres tú”.
Continuará….
Espero que os haya gustado. No os cortéis en dar vuestra opinión.