Nuestro Harén de esclavas (1)
Tú siempre quisiste hacerlo con una mujer, yo siempre he querido hacerlo con más de una a la vez. ¿No ves lo compatibles que son nuestras fantasías, querida?...
Ana siempre la ha chupado muy bien.
Me preguntaba en silencio cuantas veces habríamos realizado aquella especie de ritual silencioso. Yo soñaba tan tranquilamente en cosas sin importancia y de repente algo me hacía despertarme, y tras erguirme un poco sobre la cama la encontraba a ella, recostada sobre mis piernas aún dormidas, mientras sus manos jugueteaban con mi miembro que golosamente había empezado a meterse en la boca, rodeándola con su lengua con avaricia, como si de dejar de hacerlo alguien pudiera quitársela.
No pude evitar sonreír, y una de mis manos se adelantó para acariciar su pelo en señal agradecimiento. Ella levantó levemente la cabeza, y como muchas otras mañanas esbozó una sonrisa con timidez e incluso parecía ruborizarse un poco. No es que le diera vergüenza ni mucho menos, simplemente ella sabía que al hacerlo me excitaba. Entre los dos no había secretos, al menos no había muchos.
Llevábamos ya más de un año viviendo juntos en aquel piso, aunque tal y como están las cosas íbamos a tardar mucho más en terminar de pagarlo, a pesar de que andábamos razonablemente bien económicamente. No estamos casados ni nada de eso, nunca nos ha hecho mucha gracia la idea del matrimonio a ninguno, pero nuestra relación siempre ha sido mucho más profunda que la que muchas parejas de casados llegan a tener nunca, supongo que es a eso a lo que llaman suerte. No es que no nos peleemos, al contrario, discutimos de vez en cuando ya que ambos tenemos un carácter muy fuerte, pero siempre encontramos la manera de solucionarlo todo, por decirlo de algún modo.
Mis dedos jugueteaban con su pelo, tratando de acariciarlo sin llegar a darle ningún tirón. Eso la molestaba mucho y no es buena idea molestar a alguien que tiene tu virilidad rodeada por sus dientes. Su pelo me volvía loco. Tenía una impresionante melena rizada de un fuerte color pelirrojo completamente natural que le colgaba hasta debajo del culo, y muchas veces cuando estábamos solos en el piso le bastaba con eso para tapar todas sus vergüenzas, aunque tampoco es que se las tapase mucho. Le gente solía preguntarle si tenía familiares en el norte de Europa, y la verdad es que si los tenía, ni ella misma los conocía y tampoco es que importase mucho.
He de decir, en honor a la verdad que tampoco es que fuese una modelo, tenía sus defectillos, como todos los tenemos, aunque tampoco por esto la estoy llamando fea. Era más bien bajita, de piel muy pálida y el rostro poco corriente y redondeado, coronado por unos ojos, no especialmente hermosos pero sí de mirada muy penetrante, y una nariz bulbosa. No era el típico rostro que suele ponerse a las “mujeres perfectas”, pero a mí me resultaba el más hermoso del mundo, supongo que es lo que tiene el amor. Claro que vosotros, mis queridos lectores, podéis imaginárosla como os dé la gana, si así os pone más. Yo ya os he dicho como es. Lo que si que no creo que ninguno cambiéis en vuestra mente, es el hecho de que, algo más debajo de donde empezaba su lujurioso pelo se encontraban unos enormes y firmes pechos que en aquel momento observaba hermosamente aplastados contra mis piernas. Siempre los he adorado, y me gusta ser devoto cuando rindo culto.
Como iba contando, aquella mañana, como muchas otras, había decidido despertarme de la manera más dulce que ella conocía. Sin embargo aquel día era algo distinto, y no precisamente para bien. Llevaba más de una semana sin darme ese tipo de sorpresas, algo muy extraño en ella, y últimamente la notaba esquiva, como si me evitase o como si no quisiera que yo supiese algo. Entre una cosa y otra no había surgido el momento adecuado de preguntarle al respecto. La conocía bastante bien, y sabía que si abordaba mal el tema no diría ni media, aunque tampoco es que le hubiese dado mucha importancia. Sin embargo no fue hasta aquella mañana cuando me di cuenta de que, fuera lo que fuera lo que enturbiara sus pensamientos, era algo muy grave. Es algo difícil de explicar, pero cuando conoces muy bien a una persona hay momentos en los que casi puedes leerle el pensamiento con sólo el más vulgar de sus gestos, y en aquel momento ella era para mí un libro abierto.
Siempre que me la chupaba por las mañanas (y en cualquier otro momento la verdad) sus ojos se clavaban en los míos nada más despertarme, le encantaba mirarme fijamente mientras lamía, para que (tal y como ella alguna vez me había confesado) fuera plenamente consciente de sus gestos, de lo cachonda que se ponía en aquellos momentos, y sobretodo por que sabía que eso me excitaría a mí, me miraba obsesiva, haciéndome saber con malicia que en aquel momento mi polla le pertenecía. Sus ojos eran muy poderosos, y confieso que en aquellos momentos a veces era difícil mantenerle la mirada, pero aquella mañana no fue así. No me miraba a los ojos, tenía la mirada baja como si no quisiera enfrentarse a mí o como si estuviera avergonzada por algo. No se concentraba, y parecía estar en otro lugar. Además de eso, aquella mañana relamía con especial rapidez, como si quisiera que aquello terminase rápido. Era bastante obvio que aquella mamada no la estaba disfrutando, como hasta entonces lo había hecho, sino que incluso parecía forzada. La hacía por cumplir.
Un siniestro abanico de posibilidades empezó a desfilar por mi mente, cuando empecé a meditar sobre esta última semana en la que había estado tan rara y cada opción me gustaba menos que la anterior. ¿Le habría pasado algo muy grave y no quería contármelo? ¿Estaría enfadada conmigo por algo? ¿Habría dejado de sentirse atraída por mí? ¿Habría dejado de quererme?, o incluso peor aún ¿Me habría engañado con otro? ¿Y si lo que pasaba es que había probado a otro hombre y ahora yo le sabía a poca cosa? La simple idea de que me hubiese sido infiel me aterró y enfadó a partes iguales. Me puse muy tenso de repente, y ella debió de notarlo, pues durante un par de segundos detuvo lo que estaba haciendo, sin saber como seguir. Sabía que yo me había coscado de que algo extraño pasaba, y obviamente ya no había forma de disimilarlo, y no lo disimuló. Podría haberse puesto a actuar y terminar la mamada de manera gloriosa, pero sabía que no serviría de nada, que yo ya la había pillado. Terminó con prisas, como había empezado y se lo tragó todo con formalidad. Estaba muy nerviosa y muy seria al mismo tiempo.
- Voy a…darme una ducha – Era muy obvio que no sabía que decirme. Nunca antes le había pasado esto. - … Tienes el desayuno donde siempre, no llegues tarde... ¿Vale?
Por un momento pareció que se iba a despedir de una forma más adecuada, pero no lo hizo. Estaba tan rara y tan fría. Había tratado de poner algo de cariño a sus palabras, como si quisiera decirme que en el fondo no pasaba nada, pero apenas lo logró. Siempre había sido una persona muy pasional y no se le daba bien mentir. Me quedé tirado en la cama, cuando ella se fue. No sabía qué pensar. Tal vez sólo fuera algo pasajero, alguna regla especialmente fuerte que le hubiese venido, o tal vez fuese alguna tontería pasajera que le hubiese dado, pero no sabría decirlo. A las mujeres de vez en cuando les da por tener un par de días raros sin motivo aparente. O tal vez fuera todo una tontería mía que hubiese tenido, que me estaba volviendo paranoico. Debería de haberme ido ya a desayunar, pero no tenía hambre.
Mi mirada recorrió la habitación sin fijarse en nada concreto, pensaba en lo que acababa de pasar y en si debía de tomármelo como una advertencia o no darle ninguna importancia y de repente me fijé en el móvil de ella, colocado sobre su mesilla. No sé exactamente por que me dio por tomar aquella decisión, pero no tardé en descubrir que fue la acertada. Mucha gente lee a escondidas los mensajes de su pareja. Yo nunca lo había creído necesario, pero en aquel momento recuerdo haber mirado el móvil fijamente y plantearme muy seriamente cogerlo. ¿Porqué no? Tenía sospechas para justificarlo. Si había algún motivo para sentirme mal por hacer eso, se esfumó cuando tras abrirlo y mirar sus mensajes leí el último que había recibido, enviado por un tal Abaloni, italiano tenía que ser.
Putita mía. Te veré mañana por la mañana mientras tu querido va al trabajo. Recuéstate en tu cama y ten preparado para mí ese chochito tuyo.
La primera palabra que me pasó por la mente, y creo que también llegué a decirla, fue simple y llanamente: puta. ¿Cómo podía ella haberme hecho eso? Mi Ana… no es algo propio de ella, y encima con un maldito italiano. No suelo tener nada en contra de Italia, pero en aquel momento deseé que ardiera todo el condenado país, espero que podáis entenderlo. Me imaginé al típico chico de anuncios de colonia con su cuerpo asquerosamente escultural y su pelo engominado y me dio un asco inmenso imaginarme a alguno de esos capullos con mi Ana. El mensaje era de ayer, lo que significaba que lo esperaba para esa misma mañana, así que hoy iba a ir a trabajar quien yo me sé. No os he dicho en que trabajo, pero doy clases en la Universidad en la facultad de Historia, no hace mucho me dieron el puesto fijo teniendo 30 años escasos. Es un puesto que me había costado muchos años de trabajo encerrado en mi habitación de estudios, y sacándome dinero extra trabajando en supermercados, descargando mercancías, y cosas peores, pero que ahora que ya lo tenía me había solucionado por completo la vida. Lo menciono simplemente por que una de las ventajas que ese trabajo tenía era que podía ausentarme sin dar muchas explicaciones, dado que se me daba una enorme libertad de organización. Muchos profesores abusaban de este privilegio hasta niveles escandalosos, yo era la primera vez que iba a hacerlo, y sólo por que el motivo estaba muy justificado. Tuve la delicadeza de llamar a mi profesora adjunta Lorena para avisarla, no recuerdo que le dije: Creo que me inventé que estaba enfermo. No estaba actuando muy reflexivamente en aquel momento.
Pero ¿te encuentras bien? – Sonó la vocecilla de Lorena junto a mi oreja. Se la notaba preocupada y yo sabía que despertaba en ella un cierto interés. Una parte oscura de mi mismo pensó en ella como candidata para vengarme de Ana, al pensar en sus abultados pechos.
Sí, es sólo cosa de un día. Este martes podré ir casi seguro.
Bueno, no es problema si quieres que te sustituya más de un día.
Algo en mi sonrió ante aquella respuesta. Lorena era una chica de muy buen ver, de larga melena oscura. La típica morenaza que vienen buscando a España los Guiris. La gente cuando veía lo rápido que ascendía siendo tan joven, lo primero que pensaba, y admito que no fui una excepción, es que había llegado tan alto a base de mamar pollas de catedráticos, pero una vez la veías trabajar un día, te dabas cuenta de que no era nada de eso en absoluto. Era una chica muy trabajadora, aplicada y sobretodo ambiciosa… ya os la describiré en detalle cuando llegue el momento oportuno.
- No creo que sea necesario. Me dijiste que tenías pensada para las prácticas dedicar una clase al tema de los nuevos eventos sociales del siglo XIX en España, puedes coger mi hora y darla y luego yo cogeré una de tus horas de prácticas, así no perderemos clases – Mientras hablaba con ella pasé por el pasillo y escuché al fondo la ducha… a Ana aún le quedaba un rato.
- Pero… ese es el tema que estoy investigando, aún no me lo han aprobado.
- Pero yo confío en ti, me has hablado muchas veces del tema, está relacionado con la asignatura y tienes material de sobra para una clase de una hora. Enfócalo como una clase de ampliación.
- Gra… gracias… No sé que decir.
- Tú sólo haz bien tu trabajo.
- Si, claro…. Espero que te mejores. Un beso.
No me hacía falta verla para saber que se había ruborizado. Colgué el teléfono y me acerqué rápido a la cocina para comer rápidamente al menos un poco del desayuno y así no levantar sospechas. Mientras engullía la leche y las galletas empecé a pensar que es lo que iba a hacer a continuación, y aquella pregunta me hizo sentirme un poco estúpido. Debía de esconderme en algún sitio, pero ¿donde? No sabía a que hora se presentaría el tal Abaloni, tal vez lo hiciera a las 10, o a la 1. De repente caí en que en el mensaje ponía “ Recuéstate en tu cama”. Iba a follársela en nuestra habitación, el muy hijo de puta, así que tenía que esconderme allí. Pensé en el armario con rejillas que teníamos enfrente de la cama. Sería perfecto. Esperaría a que el capullo entrase y se pusiera dispuesto, y antes de que llegasen a hacer nada serio saldría del armario y le daría de hostias hasta dejarlo hecho polvo. Me daba igual que fuera un musculitos y que midiera dos metros más que yo, me lanzaría encima suya aunque fuera un terminator de esos, estaba demasiado cabreado.
Mientras ella aún estaba en el baño le dije en voz alta que me iba al trabajo. Ella me respondió con un “adiós, mi amor”. Pedazo de puta, pensé. Di un portazo con la puerta, como si me hubiese ido y fui de puntillas a nuestro cuarto.
¿Cómo se había atrevido a hacerme algo así? Yo también me sentía atraído por otras mujeres, pero joder, es cuestión de respeto. Se iba a enterar. La pillaría con las manos en la masa, sin excusas que valiesen. Eso es lo que pensaba yo mientras me metía en el armario. Siempre había tenido curiosidad por saber que hacía mi chica a aquellas horas en las que yo no estaba en casa, pero nunca me había imaginado que lo descubriría de esa manera. Se me ocurrió pensar que podría abrir el armario para cualquier cosa, y a saber lo que se me ocurriría decir en ese momento si me encontraba ahí.
Salió de la ducha al poco tiempo. Siempre había sido una chica de familia humilde y era incapaz de darse una ducha larga sin sentir remordimientos, a pesar de que podía permitírsela. Entró en la habitación de inmediato, estaba preocupada y dio un par de vueltas a esta. Ella nunca había fumado, pero de hacerlo seguramente llevaría un cigarrillo en este momento. Era lo único que le faltaba para ser el perfecto tópico de una persona a la que le pueden los nervios. La larga cabellera anaranjada daba golpecitos en su trasero, haciéndolo aún más deseable, y el agua que la cubría se mezclaba con el sudor. Nunca usaba toalla para secarse el cuerpo, de eso se encargaría el aire, la toalla era siempre para el pelo. Su nerviosismo no pudo más y a los pocos minutos cogió el móvil y llamó a quien supuse sería su amante.
- Hola… Sí, soy yo… No, por favor para… No quiero que vengas… Escucha, ha sido un error, esto no debería de haber pasado… No, por favor no vengas… Me da igual como estés… Creo que sospecha algo… Esta mañana no podía mirarle a los ojos, estaba demasiado avergonzada. Sabe que le oculto algo. Él no se lo merece… Sí, lo del otro día estuvo bien pero… no puedo hacerle esto otra vez. Estuvo mal… ¿Cómo que ya estás subiendo? Es mucho más temprano de lo que dijiste… Me importa un huevo que te hayan abierto en el portal, no voy a dejarte entrar en mi casa.
Hubiese sonado convincente de no ser porque se había metido la manita dentro del coño y había empezado a masturbarse hacía unos segundos. En ese momento sonó el timbre de nuestra casa.
- No, no te voy a abrir… Me da igual lo bien que me comas el coño… - Empezó a pajearse más deprisa – No te voy a abrir…
El timbre sonó otra vez, y esta vez algo más de tiempo. Ana apretaba malamente el teléfono contra su oreja, mientras que escuchaba lo que parecía ser una especie de proposición indecente del señor Abaloni. Cerró los ojos mientras se mordía los labios y la mano sobre su sexo empezaba a moverse más rápido. La otra mano había correteado maliciosa y ahora estrujaba uno de sus pechos. “¿De verdad, me harás eso?” dijo, y sin añadir nada más salió de la habitación para abrirle. No tardó en sonar el cotidiano crujir de abrirse una puerta. Este fragmento del encuentro no lo pude ver, como comprenderéis, pero por todos los demonios que lo escuché. ¿Cómo puede alguien hacer tanto ruido para morrearse? Estaba furioso. Les escuchaba golpearse contra alguna de las paredes en la pasión del beso, incluso creo que tiraron algo del salón al suelo. Si tardaban más de un minuto en entrar en la habitación saldría yo a buscarlo. No iba a consentir que ese espectáculo durase mucho, o al menos eso pensaba yo.
Cuando entraron en la habitación me quedé de piedra al instante. Mis planes tan largamente meditados fueron anulados instantáneamente. Ahí estaba la persona con la que mi Ana me ponía los cuernos, pero resultó que no era un hombre. Descubrí para mi sorpresa que el señor Abaloni era en realidad la señora Abaloni, y joder con la señora Abaloni. Era un poco más alta que Ana y de piel algo más morena, lo cual no era muy difícil, y tenía el pelo de un color extraño, ya sabéis, de esos que no sabe uno decir si es rubio o castaño. Cuando entraron las dos, ella ya estaba medio desnuda y pude juzgar adecuadamente su cuerpo, era más alargado que el de Ana y de formas más suavizadas, pero muy hermoso. Los pechos no eran demasiado grandes, aunque tampoco pequeños, pero eran bastante firmes. Hablo de sus pechos por que mientras entraban Ana se los estaba devorando. Tenía la cabeza hundida entre ambos, mientras la otra arrojó a un lado su bolso. La pelirroja sorbía los pezones con pasión, como si quisiera arrancárselos. No me hizo falta conocerla para saber que estaba muy cachonda, y lo mismo digo de su compañera. En un momento, la señorita Abaloni se la quitó de encima y la arrojó con violencia sobre la cama.
- Te gusta lamer pezones, ¿eh, guarra?
- Me gusta lamer de todo.
- Mmmhh, déjame a mí tus tetas, eso si que tiene que dar gusto.
- ¿Cómo, así?
Ana agarró con fuerza uno de sus enormes pechos y lo levantó para que su boca pudiese llegar al pezón. La otra comenzó a deslizarse sobre ella mientras la acariciaba y dirigió sus labios al otro seno. Cada una se dedicó a una teta, y se miraban morbosamente mientras lo hacían, hasta que llegó un momento en que tanto lamer les molestaba para gemir como gatas en celo. Las manos sobrantes de cada una de ellas estaban demasiado atareadas frotando sus respectivos sexos. Yo no sabía a cual de todos los dioses agradecer el espectáculo que se me estaba ofreciendo. No creo que sea necesario recrearme en relataros lo empalmado que estaba en ese momento. Acaba de descubrir que mi dulce y tierna Ana gustaba de ciertos vicios que nunca me había confesado, y mientras seguí observando empecé a maquinar como podría sacar provecho de aquella situación, tan repentinamente deliciosa.
- Andrea… - Mi novia acababa de revelarme el nombre de su amante… Andrea Abaloni, me gustaba como sonaba. – Cómemelo como has dicho que ibas a hacerlo.
- ¿Es que tu chico no te lo come?
- Claro, pero él no conoce esa parte tan bien como tú.
La tal Andrea descendió lamiendo el vientre de mi novia hasta que llegó a su coño. Ana siempre ha estado muy orgullosa de ser pelirroja natural, y le gustaba dejar encima de su raja un cuidadísimo grupo de pelos para demostrarlo. Le gustaba arreglárselo a diario, ya que según ella misma decía, cuando menos se ve una parte, más impresionante debe de ser. Odiaba llevarlo descuidado y la verdad es que era soberbio, sobretodo por que cuando estaba cachonda los pelos siempre estaban muy herizados. Andrea aplastó su nariz contra sus pelos y aspiró profundamente como si esnifara algún tipo de droga muy dura. Yo sabía perfectamente, por que lo hacía: El olor de ella era divino en aquel punto. Cuando empezó a comérselo Ana se apretó con fuerza los pezones y comenzó a dar fuertes resoplidos. Ella no solía ser muy escandalosa en la cama, no le gustaba gritar excepto en los momentos de culminación. Solía decirme, medio en broma medio en serio, que empezar gritar a lo bestia era de mal gusto. Siempre había sido una chica humilde, pero a su modo, muy coqueta. Lo que sí que hacía ella era gemir. Era una verdadera artista en aquel aspecto. Os juro que había llegado a hacerlo de tal forma que sólo con aquel sonido podía empalmar a cualquiera. Muchas veces cuando quería excitarme se ponía a gemir de aquel modo a mi lado… era siempre algo muy efectivo.
Así estaba ella, disfrutando de lo lindo mientras Andrea sorbía con avaricia su sexo. Abrazó sus piernas en torno a su cuello y se dejó hacer por su amante. Sus manos arañaban las sábanas tratando de agarrarse a algo, mientras se mordía los labios y cerraba los ojos al ver que comenzaban sus temblores. Solían darle cuando estaba muy cachonda y se volvían convulsiones cuando se corría. No tardó mucho en hacerlo. Sus piernas empezaban a dar calambrazos y su vientre se convulsionaba como si no pudiera respirar. Fue un orgasmo bastante violento, y al tenerlo no pudo evitar llamar zorra a la señorita Abaloni. No parecía que esta se lo tomase demasiado mal.
- Eres una perra en celo – dijo Andrea con el rostro empapado en fluidos vaginales – Y eso me encanta, princesa.
- Lo haces muy bien, puta.
- Gracias tesoro. Tengo una sorpresa para ti.
- ¿Qué es?
- Oh, si te lo digo no es una sorpresa.
El misterio no duró mucho tiempo. Se acercó correteando hacia su bolso (el cual estaba malamente arrojado en una de las esquinas de la habitación) y rebuscó en él durante un par de segundos. Lo que sacó era una especie de consolador con unas extrañas correas en donde los testículos. Era la primera vez que veía una prótesis de esas y la verdad es que no eran muy distintas de cómo las había imaginado. La chiquilla se lo colocó con mucha elegancia y en un par de segundos se convirtió en una hermosa mujer con un enorme pene. Ana se masturbaba sobre la cama mientras la observaba.
- ¿Es que quieres cabalgarme? – Le dijo.
- Tal vez luego… había pensado que… si yo te he comido el coño, lo correcto es que tú me la chupes un poco, ¿no es así, zorra?
- Acércate.
Ana estaba apunto de demostrar su maestría. Se saltó todos los preliminares y se lo tragó entero de una sola cabezada. Su boca llegaba desde la punta al final para luego regresar a una velocidad impresionante. Me encantaba cuando lo hacía así, pero era interesante verlo desde aquel ángulo. Se apreciaba mejor su destreza. Andrea obviamente no sentía nada, pero aquello parecía ponerla tan cachonda que daba lo mismo. La agarraba por los hombros mientras le decía que chupara más fuerte. Estuvo casi medio minuto sin parar de moverse, pero de repente bajó el ritmo y apartó la cabeza, sumida en el remordimiento.
- ¿En qué piensas? – Le dijo Andrea.
- Nada… es que antes se la he chupado a él.
- ¿Y le ha gustado?
- No mucho…
- ¿Es que no lo haces bien?
- ¡Claro que sí!… pero es que estaba muy nerviosa, y me sentía muy mal por ponerle los cuernos. No podía centrarme. Creo que se ha mosqueado bastante.
- ¿A él le gusta que se la chupes?
- ¿Qué pregunta es esa? Pues claro…
- ¿Y cómo sueles hacerlo? Cuando lo haces bien, claro. Dímelo mientras lo haces, por favor.
- Mmmhh, me gusta despertarle con una mamada. Yo siempre me despierto antes que él. Soy de las que nada más despertarse se levanta de la cama y él es de los que cuando se despierta les gusta estar un rato más entre las sábanas. Siempre la tiene muy dura por las mañanas, creo que es algo que le pasa a todos. Empiezo a juguetear con mi lengua sobre la punta… así… - agarró la polla de plástico y comenzó a hacer lo que estaba narrando – es algo que le pone mucho. Le doy pequeños besos y siempre le miro fijamente a los ojos.
- ¿Eso también le pone?
- Mucho. No me la meto en la boca hasta que no está completamente despierto, así es consciente de cuando empieza lo bueno.
- Mmmhh… te gusta demostrarle que mandas, incluso cuando le das tú placer a él.
- Sí… pero esta mañana no he podido… me sentía muy mal con él.
- No lo hagas, mi vida. Él es el amor de tu vida, yo soy sólo un vicio… Mmmhh, que bien la chupas, zorra.
La agarró por las mejillas y empezó a mover la cadera con violencia, follándose literalmente su boca. Ana empezó a gemir, como de costumbre, y sus gemidos siempre sonaban sumamente encantadores cuando tenía la boca llena. Andrea estaba totalmente descontrolada, y por un momento pensé que la iba a matar de asfixia, pero Ana no se quejaba. Al contrario, tenía las dos manos masturbando su propio sexo, loca por ser maltratada de aquella forma. Cuando ya no pudo más, Andrea se apartó de repente y se quitó de un tirón la prótesis para lamerla ella misma. Cerró los ojos mientras la metía dentro de su boca y un hilillo de saliva goteó de su boca hasta dar contra sus pechos. Ana empezó a gemir como una niña pequeña a la que quitan su golosina favorita. Andrea se apiadó y se agachó ofreciéndole un poco, y ambas empezaron a lamerla como si se tratase de un objeto sagrado, con extrema devoción y ansia, mirándose fijamente a los ojos y haciendo que aquel pedazo de plástico chorreara saliva que se escurría por sus manos y creaba inocentes manchitas en la colcha. Luego pasaron a morrearse con aquella polla de por medio y más tarde simplemente se besaban con furia, aplastando sus cuerpos el uno contra el otro como si quisiesen asfixiarse hasta que nuevamente Andrea decidió cambiar la situación.
- Póntelo tú ahora. Quiero que me des por el culo.
- ¿Por el culo? ¿No duele?
- Eso no importa si tienes tú el pene. Vamos, póntela.
Al principio no supo muy bien como funcionaba la correa, así que tuvo que ayudarle, aprovechando así para darle un nuevo lametón. A estas dos les gustaba mucho tener un buen falo entre los labios. Cuando se la puso, Andrea se dio la vuelta y le puso el culo en pompa mientras soltaba alguna frase malsonante. Algo como que la partiese en dos, pero sobretodo que se la metiera de golpe, que su culo ya estaba acostumbrado, y eso fue lo que Ana hizo. Ella y yo nunca habíamos tenido sexo anal, (nunca nos había picado la curiosidad) pero sí habíamos hecho la famosa postura del perrito en más de una ocasión. A mí me gustaba sujetar su inmensa melena y tirar de ella como si fuese una correa. Sabía que esos tirones en el pelo la excitaban mucho, ella misma me lo había dicho, y de este modo ella misma agarró la cabellera de su amante, emulándome. Andrea gritaba con furia mientras era bombeada sin compasión.
El espectáculo era soberbio. Los pechos de ambas se agitaban con furia y sus rostros eran dignos de sen enmarcados: El de Andrea era una mueca de dolor y placer intenso más allá de cualquier racionalidad, hasta el punto de que un par de lágrimas saltaron de sus ojos, y el de Ana era una sonrisa cruel y viciosa, satisfecha de tener el completo control. Lo que más me gustaba de mi novia era que no tenía preferencia ni por ser dominante ni por ser dominada, con las dos disfrutaba como una perra en celo. Cada vez que le daba una nueva estacada se escuchaba un golpe seco producido al chocar sus dos cuerpos, muy fuerte y terriblemente hermoso. Estaba descubriendo en mi novia muchos vicios sumamente interesantes, y podéis estar seguros de que les iba a sacar partido. Si mi querida quería coños, tendría que compartirlos conmigo, vaya si los tendría que compartir.
La señora Abaloni se corrió al menos tres veces en sólo diez minutos, y en ningún momento detuvo Ana su ritmo, estaba demasiado excitada para hacerlo. Cuando llegó el tercer orgasmo se escapó de sus garras como pudo y le quitó la prótesis de un tirón, para empezar a masturbarla con fuerza. Ana estaba de pié sobre la cama en aquel momento, y sus piernas temblaron de placer, hasta el punto de que tuvo que apoyarse en la pared para evitar caerse. Tampoco tardó mucho en correrse, y más de una vez. Nuevamente, estaba demasiado cachonda como para no hacerlo. En el último orgasmo le sobrecogieron deliciosas convulsiones de placer y cayó sobre la cama envuelta en sudor y temblando. Ambas se abrazaron y, ya más calmadas se besaron con delicadeza, hasta que su pasión se fue apagando y simplemente se quedaron abrazadas.
- Creo que voy a irme ya. Un polvazo impresionante como siempre. – Dijo Andrea mientras se levantaba y se vestía.
- Supongo… - Ana había vuelto a quedarse pensativa.
- Oh, no te sientas mal, querida. Esto no es nada malo.
- No sé…
- Le quieres mucho, se nota.
- Si, pero… le he traicionado. Hace mucho que tenía la fantasía de hacerlo con una mujer, pero él es la persona a la que amo y ahora le he sido infiel.
- Mira, borra esa expresión rancia de tu cara y esta tarde cuando llegue chúpasela bien chupada y luego follad como animales. Estoy segura de que cualquier cosa que tenga en tu contra se la harás olvidar, tú tienes ese don.
- No es tan fácil. No puedo hacérselo bien si estoy pensando todo el tiempo en que no le merezco. – Andrea se acercó a ella, ya vestida, mientras hablaba y le acarició las mejillas con dulzura.
- Si es que en el fondo eres tierna como el mazapán. Acompáñame a la salida.
Ya sabía lo que iba a hacer. No tenía ni la más mínima duda al respeto. Nada más salieron de la habitación salí yo del armario (sin dobles sentidos, eh) y me quedé parado ahí en medio de la habitación. Esperé el tiempo que hizo falta: Escuché como se despedían, escuché un último beso morboso, como recogían un poco el salón entre las dos, y finalmente escuché como la puerta se cerraba, indicando que Andrea ya se había ido. Me quedé así, parado en mitad de nuestra habitación esperando a que ella entrase, y no os podéis imaginar su cara cuando lo hizo. Los ojos inmensamente abiertos, la boca abierta en una mueca de terror, su enorme pelo desgreñado por la actividad reciente, y sus pezones erectos y amenazadores por la tensión. No estaba enfadado ni mucho menos, pero fui un poco malo con ella al respecto.
- Eres una puta asquerosa. - Le dije.
- Pu… puedo explicártelo…
- ¿Explicarme el qué? ¿Lo de que comes coño o lo de que te lo dejas comer?
- Por favor, no hables de ese modo. No es propio de ti.
- Te hablo como quiero. Eres una zorra.
Sus hermosos ojos de repente se llenaron de lágrimas, y sin poder impedirlo se derrumbó y cayó gimiendo al suelo. Gateó los pocos pasos que nos separaban y se abrazó con desesperación a mis piernas, suplicando.
- Por favor, perdóname. Lo siento mucho. Sabía que no debía hacerlo. Intenté resistirme pero… Entiendo que me odies. Me he follado a otra persona, en nuestra cama, y más de una vez, pero te juro que era sólo morbo, sólo era una fantasía que necesitaba cumplir, pero te sigo amando, te quiero. Aún eres la persona con la que quiero estar siempre. Por favor perdóname, haré lo que sea, cualquier cosa. Pero por favor, por favor….
- ¿Cualquier cosa?
- Sí… cualquier cosa para demostrarte que aún te quiero.
- Te das cuenta de lo amplio que es el concepto de ¿lo que sea?
- Si, lo asumo.
La pobre estaba arrepentida de verdad, y una gran parte de mi mismo, sufría indescriptiblemente por verla tan desesperada y hundida, pero no podía desaprovechar esta oportunidad para ser malo con ella.
- Se me ocurren muchos castigos para ti, el problema es que siendo tan perra no encuentro ninguno que no acabases disfrutando.
- Por favor, no me llames eso.
- En el contexto adecuado te encanta que te digan de todo. Lo sé muy bien.
- Pero no es este contexto.
- ¿Y que te hace pensar semejante cosa?
De repente ella cayó en la cuenta de lo que yo le estaba hablando. Levantó la cabeza sorprendida y me observó con inmensa curiosidad. Las lágrimas aún recorrían sus ojos, pero había parado de llorar.
- No estás enfadado…
- ¿Por qué iba a estarlo?
- Nos has visto… nos has observado y… – Sus ojos se dirigieron con lascivia hacia arriba y vieron un bulto sobre mis pantalones –...Se te ha puesto dura.
- Bueno, tú siempre quisiste hacerlo con mujeres. Ya que me lo has confesado, te confesaré yo a ti que siempre he querido hacerlo con más de una a la vez. ¿No ves lo compatible de nuestras fantasías, querida?
- Lo veo… - Un brillo que yo adoraba había reaparecido en sus ojos.
- Antes has dicho que harías lo que fuera. ¿Sigues dispuesta?
- Por ti todo, mi amor.
- Mientras os veía follar he tenido una visión, la fantasía más retorcida que jamás ha pasado por mi cabeza. Quiero que tú hagas para mí realidad esa fantasía. ¿Quieres oírla? – sus manitas ya habían ascendido y jugueteaban con mi pene a través de los pantalones.
- Quiero cumplirla ya.
- Te he visto trayéndome mujeres a la cama, para probarlas los dos. Nos he visto a los dos rodeados de mujeres que nos daban constantemente placer mientras nos amábamos. Hay quien dice usar juguetes o cremas para intensificar sus relaciones, nosotros usaremos mujeres. Esclavas cuya única función sea correrse y darnos placer. No prostitutas, no, mujeres viciosas que quieran servirnos por su propia voluntad y que lo hagan con una sonrisa en la boca.
- Dime un número.
- ¿Cómo?
- Dime un número y ese será el número de zorras que traeré para ti.
- …Cuatro.
- ¿Sólo cuatro?
- De momento sí. Contigo serían cinco mujeres en la misma cama, ya lo hablaremos si vemos que eso no es suficiente para nuestro placer. Y Andrea será la primera.
- Te la entregaré a ti… - Había empezado a lamer la punta a través del pantalón. – Como muestra de mi amor y devoción, para que lo que yo pruebe, lo pruebes tú también, mi amo.
Hacía cosa de un año le había confesado que me ponía mucho cuando me decía amo y frases similares. Otras veces prefería llamarme esbirro. Como he dicho antes tanto dominar como ser dominada era algo que a ella le encantaba. En aquel momento desabrochó por fin el pantalón y lo dejó caer al suelo.
- ¿Puedo chupártela para sellar nuestro pacto?
- Debes.
- La de esta mañana ha sido vergonzosa. Tú te mereces algo mejor… ¿Aun me amas, verdad?
- ¿Qué pregunta es esa? Pues claro que sí, mi pequeña.
Su sonrisa fue inmensamente hermosa en aquel momento. Volvió a mirarme fijamente, como siempre, y sus ojos me daban las gracias, me adoraban y me preguntaban: ¿te gusta? ¿Quieres aún más? Empezó poco a poco, como siempre hacía cuando quería hacer algo bien, primero dando pequeños besitos y caricias, luego pequeños lametones, después restregando su lengua por todo lo largo del mango, hasta que estuvo rojo, deseando que se le introdujese en cualquier sitio. Se metió entonces la punta, y con el capullo dentro de su boca, su lengua (y con mucho cuidado, sus dientes) empezaron a hacer delicias. Introdujo su lengua por debajo del pellejo (si, no soy ni actor porno ni judío como para tener la ocasión de circuncidarlo) e hizo que esta fuese dando vueltas alrededor del prepucio a una velocidad pasmosa. Era algo que no me hacía siempre, sólo en los momentos especiales. Después inmediatamente se lo tragó entero, su cabeza y sus manos se movían tan deprisa, que entre eso y el estado catatónico en el que estaba entrando a veces lo único que se veía era una mancha anaranjada que se movía. Estaba más motivada que nunca, aliviada de quitarse tanto peso de encima, y aliviada de que la hubiese perdonado, de que no hubiese nada que perdonar, realmente. Como dije antes: Ana siempre la ha chupado muy bien.
Cuando noté que me corría, sujeté sus hombros. Ella sabía lo que eso significaba, aminoró la marcha poco a poco hasta quedarse quieta en la punta a la espera de su premio. Cuando notó que empezaba el torrente, usó sus manos para masturbarme y exprimir cada gota de mi ser. Lo introdujo todo en su boca, pero no se lo tragó, no aún. En lugar de eso, cuando estuvo segura de que no quedaba nada más, abrió levemente su boca en una excitante sonrisa y dejó que el semen fuera goteando de su interior. Se recreó haciéndome observar como este chapoteaba y recorría la forma de sus pechos, hasta meterse por su abdomen y acabar en el suelo. Se mostró orgullosa, dejándome contemplar su cuerpo sobre el cual mi semen estaba cayendo. Un espectáculo precioso.
Se limpió a sí misma sin prisas, sabía que también me gusta observarla hacer eso, lo recogió todo con sus manitas y se lo fue metiendo en la boca. Luego se levantó y sin más se arrojó sobre nuestra cama, con las piernas abiertas, mostrándome su glorioso sexo.
- Cómemelo y así sellarás tú el pacto
- Antes has dicho que esa italiana lo hacía mejor.
- No, lo hace distinto. Ella es más sútil para eso, tú eres más… rudo. Sé rudo mi amor.
Se lo comí bien comido, como a ella le gustaba. Empecé lamiendo sus piernas hasta ir ascendiendo poco a poco, y cuando llegué, ella apretó sus piernas y comenzaron sus maravillosas convulsiones, y sus aún más maravillosos gemidos, entre los cuales me susurraba que me amaba, que en aquel momento ella era inmensamente feliz. No tardó mucho en correrse con el día que llevaba y yo no tardé en pedir más. Así como estaba, tumbada boca arriba sobre la cama y con las piernas fuera, comencé a penetrarla sin miramientos, de forma salvaje. Ella como siempre, me miraba fijamente, aunque no pudo evitar en más de una ocasión sucumbir al placer y cerrar los ojos. Yo la envestía con fuerza en el borde de la cama, con ambas manos sujetando sus caderas, mientras ella retorcía sin piedad sus propios pezones, en el indecente deseo de aún más placer. Su cuerpo entero botaba con violencia y ella gemía con cada vez más fuerza, dando fuertes resoplidos, y comenzando poco a poco con sus primeros gritos. Sus manos pasaron de sus pechos, que ahora botaban hermosamente liberados, y agarraron mis propias caderas, arañándolas con malicia mientras suplicaba por más orgasmos y por más placer. Al poco tiempo volví a correrme, otra vez sobre sus pechos, y ella lo recibió todo con una sonrisa. Sus manos ascendieron para terminar de exprimir lo que me quedaba y después de limpiarse, con unos últimos lamentotes limpió mi miembro hasta dejarlo en un estado ejemplar. Poco después de aquello me dejé caer sobre la cama y exhaustos nos abrazamos.
- Te quiero. – Volvió a decirme.
- Y yo a ti pequeña.
- Mi señor, mi amo. Este sábado te entregaré a Andrea. Ella será la primera de nuestras chicas. Será nuestra y nos dará y recibirá placer de ambos. Espero que consideres digno mi regalo.
Continuará….
Espero que os haya gustado. No dejéis de dar vuestra opinión.