Nuestras necesidades son distintas.

Me pone mucho ver como hace ejercicio en el gimnasio.

Desde hace algunas semanas coincido en el gimnasio con Ana Maria, una mujer de mediana edad que ha llamado mi atención. Algunas veces la veo ir desde la sala de step hacia el vestuario, sudorosa, siempre muy alegre con un derroche de vitalidad, y no puedo evitar seguirla con la mirada.

Por lo que me han contado de ella, sé que trabaja en una empresa de transportes ocupando un cargo de dirección. Mi empresa tiene contactos con la suya para el reparto de nuestro producto y de vez en cuando tengo contacto con ella por teléfono, por lo que nuestra relación se esta haciendo frecuente.

Esa excusa ha sido suficiente para que al coincidir en los pasillos del gimnasio o al salir a recoger el coche para volver a casa después de gastar calorías de forma infecunda, nos saludemos e intercambiemos algún comentario sobre nuestra afición de hacer ejercicio físico para mantenernos en buena forma.

Ana Maria es muy activa y practica diversas actividades, todas ellas de enorme desgaste, es una auténtica aficionada al crossfit. Me confiesa que se está haciendo adicta al ejercicio físico y que si no lo practica lo echa en falta sobre manera, lo necesita como el comer o respirar y es una actividad diaria inexcusable.

Algún día, entre ejercicio y ejercicio paramos unos minutos para tomar una bebida isotónica y si coincidimos delante de la máquina expendedora aprovechamos para charlar un poco.

Como es muy desenvuelta, en muy poco tiempo entramos a saco en temas que otros pasarían horas dando rodeos para decir lo que nosotros nos decimos en segundos, es como si fuésemos íntimos. No le importa nada si le hago algún comentario picante sobre la ropa de gimnasia tan atrevida que viste o sobre el brillo de sudor sobre los hombros que me pone mucho.

Tampoco le resultan incómodos mis comentarios sobre lo estimulante que resulta ver una mujer como ella resoplando, dando alegres saltos sobre el step o viendo como sus pechos se bambolean de un lado a otro. A todo esto, siempre responde que los hombres siempre andan pensando “en lo mismo” y que ella no se para a pensar lo que puede provocar su cuerpo n nosotros.

Le respondo que nuestra reacción al observar cómo se mueve por las maquinas es lo más normal y que si su marido no se pone bien a tono cuando la ve con esa ropa tan ajustada, moviéndose como una chica de veinte años y desprendiendo tanta vitalidad.

Un día me confesó que su marido es lo más opuesto a ella. Se pasa casi todo el tiempo viendo la tele y el ejercicio físico no le atrae nada.

-        Cuando llega de trabajar solo piensa en ponerse delante de la tele, tomarse una cerveza y poner los pies sobre la mesita -

Como confidencia entre dos amigos adultos que tienen la vida resuelta me comenta hablando de sexo:

-        Nosotros con una vez a la semana tenemos bastante… y gracias -

-        Te parecerá muy poco… jejeje y si te digo que casi siempre tengo que llevar yo la iniciativa. Si fuese por él, nos pasaríamos semanas sin “jugar” - me dice resignada.

- A mí me gustaría hacerlo más a menudo… bueno… por eso tengo tantas ganas de hacer ejercicio en el gimnasio… para desfogarme - dice mostrando su mejor sonrisa.

- En otros aspectos nos llevamos de fábula, pero en este tema nuestras necesidades son discordantes… no todo va a ser perfecto - haciendo un gesto muy ilustrativo.

-        A mi pasa algo similar …jejeje - le digo haciendo una mueca graciosa.

- Yo siempre estoy a punto… bueno casi siempre y tengo que suplicar a mi mujer para que me acepte -

- Es un poco triste… pero ya que estamos entre “secretitos” te diré que más de una vez me masturbo a solas para descargar la fuerte carga que acumulo -

- ¿y ella lo sabe? - pregunta con naturalidad.

- Claro que no… ella cree que con las relaciones que tenemos es más que suficiente -

La conversación se termina abruptamente, se nos hace tarde para ir a cenar con nuestras respectivas familias. Ambos nos vamos a nuestras respectivas casas con una idea rondando en la cabeza: “No estaría del todo mal que conjugásemos nuestras necesidades y diésemos una merecida satisfacción a nuestros cuerpos”, algo que nos haga sudar y libere tensiones.

Solo haría falta pactar las condiciones y sellar nuestro compromiso de discreción. Barajar esta posibilidad es suficiente para provocar mi excitación. Días después, Ana María me confesó que se fue a casa sintiendo un hormigueo irresistible y que pronto tomó la decisión de buscar la posibilidad de tener un encuentro conmigo.

La ocasión se presentó un día de tormenta en que la luz se iba y venía continuamente. La mayoría de la gente del gimnasio optó por irse a casa y dejar el ejercicio para otro día. Encontré a Ana María en uno de los pasillos charlando con otra mujer, de cuerpo igualmente apetitoso.

Me acerque a ellas con un cierto rubor pues no sabía cómo entrar en su conversación. Fue ella la que me saludó muy amigablemente, y tras comentar la incomodidad de la situación por los fallos de suministro eléctrico, me acogieron sin problema en su conversación. Pronto empezamos a charlar amigablemente entre los tres y me sentí muy halagado al estar con dos mujeres tan atractivas.

Se fue la luz y en medio de la sorpresa, siento que me cogen el paquete. A continuación, unas risas y un nuevo apretón. Creo que las dos han participado de esta travesura, no lo puedo asegurar, así que no hago ningún comentario por miedo a descubrir a la que ha sido la osada que me ha tocado el paquete.

Se reinstaura la luz, intercambiamos unas sonrisas, sin hacer ningún comentario sobre lo que ha sucedido con la luz apagada. A los pocos minutos la amiga se despide muy amigablemente y nos quedamos casi solos en la planta Ana María y yo. Hay muchas salas, casi todas vacías aunque no ofrecen ningún rincón donde poder escondernos para seguir nuestra conversación mas discretamente y si podemos hacer alguna travesura.

- ¿Sabes que junto al vestuario femenino hay una pequeña sale de fitness? - me pregunta.

-        No, no lo sabía. Creo que me gustaría mucho que me la mostrases – le digo aceptando su sutil invitación.

-        Tú no puedes ir... se debe pasar por el vestuario de las chicas para llegar allí - me dice provocativa.

-        Si tú me acompañas yo voy al fin del mundo - le digo poniéndole una mano sobre la cintura.

Acto seguido nos encaminamos hacia allá, cruzamos el vestuario. Hay varias chicas jóvenes que apenas se inmutan al verme. Otras dos están en las duchas, pasamos rápidamente y nadie se da demasiada importancia a mi presencia.

Llegamos al final del vestuario, Ana Maria abre una puerta que da a un distribuidor: dos puertas, una rotulada “rayos UVA” y la otra “Fitness”. Por esta última accedemos a una pequeña habitación de pocos metros cuadrados, allí hay varias máquinas de fitness.

Cerramos la puerta tras nosotros y nos miramos con lujuria. Nos fundimos en un apasionado beso y nos abrazamos con fuerza. Rápidamente me quita la camiseta y me baja el pantalón dejándome solo las zapatillas de deporte y los calcetines. Ella se quita el mallot y el sujetador deportivo. Solo se queda con un pequeño tanga y las zapatillas.

-        Vamos a hacer un poco de deporte - me dice al tiempo que se sienta en una de las máquinas de fortalecimiento de piernas.

Yo me pongo en la de enfrente que es la de bíceps. Me resulta chocante hacer ejercicio viendo una mujer desnuda delante de mí, teniendo mis genitales colgando libremente. Ana María se esfuerza bastante y resopla haciendo los ejercicios com meticulosidad y esfuerzo, lo cual resulta extremadamente estimulante. Luego se pone delante de mi dándome el culo, lo que termina por levantármela a tope.

Se pone a hacer ejercicios poniéndome el culo a mi alcance. Me pongo detrás y la enculo con fuerza. Ella sigue con el ejercicio con las pesas en la mano, mientras mantiene la espalda bien recta y paralela al suelo. Lucho por no correrme rápidamente y después de unos minutos la tengo que sacar por temor a correrme irremisiblemente.

Me siento en un banco de abdominales. Entonces ella viene se sienta sobre mi dándome la espalda y cogiendo unas poleas de la máquina de enfrente.

Empieza a subir y bajar sobre mi. Cada vez que se deja caer, mi polla se clava en su coño hasta las bolas y cuando se eleva la puntita del capullo se queda rozando con su vulva. La sensación es riquísima y parece como si ella lo hubiese ensayado toda la vida.

Luego viene la bicicleta estática. Como dos equilibristas nos subimos los dos a la misma. Ella delante y yo detrás. Nos acomodamos para que se la pueda meter por detrás. Luego yo empiezo un pedaleo suave y ella un balanceo acompasado conmigo. Como es muy difícil de mantener la sincronización los roces se hacen inesperados e intensos.

Le grito que ya me viene... que no puedo aguantarme más. Ella también grita y acelera sus movimientos; se deja caer con violencia sobre mi polla repetidamente y al final se corre de una forma casi salvaje.

Más sudorosos que de costumbre terminamos nuestra sesión de gimnasio, y nos comprometemos para próximos encuentros, al tiempo que alabamos este método tan saludable de quemar calorías y stress.

Deverano.