Nuestras mejores vacaciones
De vacaciones en la playa, surgió de forma inesperada nuestro primer trío
Nuestras mejores vacaciones
Mi novia y yo decidimos pasar unos días de vacaciones en un lugar tranquilo y apartado para desconectar de nuestra rutina.
Para ello elegimos una zona mágica situada en pleno paraje natural. Un pequeño pueblo, en mitad de impresionantes acantilados que se asoman al mar.
Nos hospedamos en una casa del pueblo, reconvertida en hotel. Tenía dos plantas, y cada una de las estancias, convertidas en habitaciones, daban al pequeño jardín de entrada de la casa, desde la que se podía ver la plenitud del mar desde lo alto del acantilado. Un sitio fantástico, que además tenía una pequeña piscina en la parte posterior e incluía el desayuno casero preparado por la amable dueña del pequeño hotel.
El tiempo allí transcurría con apacible tranquilidad. Las pequeñas calas de la zona eran impresionantes, rodeadas de naturaleza sin urbanizar, de difícil acceso y con poca afluencia de bañistas, la mayoría parejas jóvenes o pequeños grupos de amigos. Sus aguas templadas y cristalinas y la práctica del nudismo en la mayoría de ellas, convertía el lugar en un auténtico paraíso terrenal, mágico, relajante y, por qué no decirlo, incluso morboso.
Disfrutábamos de nuestro relax al máximo. Tras horas tostándonos al sol solíamos acabar las jornadas refrescándonos en la piscina del mini-hotel, para luego ducharnos en la habitación y cenar algo por el pueblo. Las sesiones de sexo eran tremendas. No había guión; podían ocurrir en cualquier momento: antes de desayunar, en el mar, en la ducha… en incluso en la pequeña piscina si no había nadie por allí, lo cual era muy habitual, ya que parecía como si fuésemos los únicos huéspedes.
Acababa de amanecer el tercer día de nuestra estancia allí. Como los días anteriores, tras asearnos, preparamos los bártulos para pasar el día en la playa. Para mí era sencillo; uno de mis bañadores, camiseta, toalla y chanclas, además de la sombrilla. La comida la compraríamos en alguno de los pequeños supermercados del pueblo. Sonia lo tenía un poco más complicado; tenía que preparar su bolso con todo lo que eso conlleva… y como yo ya estaba listo me retrepé en la cama y me dediqué a observarla mientras terminaba de prepararse. Es toda una belleza. Su liso pelo negro cae por sus suaves hombros con un bamboleo que hipnotiza cubriendo hasta media espalda. Su piel suave y tostada por el sol da forma a las sutiles curvas que dibuja todo su cuerpo, desde sus marcados gemelos hasta su delicado cuello, pasando por su culo respingón, su estrecha cintura y sus redondos pechos.
Aquel día decidió ponerse un bikini-tanga sin parte de arriba, ya que no la iba a usar. La fina camiseta marcaba sus pezones de forma llamativa. Observé como el pareo transparentaba su hermoso culo de manera prominente, además de remarcar demasiado el tanga que llevaba, pero no dije nada; me gusta que los hombres la miren. Estaba espectacular.
Cuando fuimos a la habitación donde servían el desayuno, observamos que ésta vez no estábamos solos. Un tipo de unos 40 años y de buen aspecto se encontraba tomando una taza de café sentado en una de las mesas. Al pasar por su lado, nos dio amablemente los buenos días con un acento francés, a lo que respondimos. Sonia y yo comentamos en voz baja que ya no estaríamos tan solos en el hotel, con los convenientes y desventajas que ello conlleva. Una vez sentados observamos como el tipo miraba constantemente hacia nuestra mesa, seguramente sería por lo especialmente bonita que iba Sonia. Ambos nos percatamos, pero no le dimos la mayor importancia.
Tras el desayuno, con todo preparado, nos dirigimos hacia alguna de las escondidas calas de la zona. Esta vez fuimos a parar a una playita preciosa dividida en dos partes una textil y otra nudista. Nos alojamos en la nudista y estábamos pasando un día de maravilla. Una de las veces que estábamos refrescándonos en el agua, al salir nos detuvimos en la orilla a charlar y observar los pequeños pececillos que se movían alrededor de nuestros pies cuando alguien se acercó y nos interrumpió:
- ¡Buenos días de nuevo!
Ambos nos giramos a la vez.
- Somos vecinos de hotel, ¿me equivoco?
Era el tipo del hotel, el francés. Se encontraba en la misma playa que nosotros, y estaba también desnudo. Como ya he dicho antes, tenía buen aspecto. Para ser un cuarentón parecía cuidarse y estar sano. No es que tuviera un cuerpo atlético, pero si daba la sensación de que practicaba deporte, de que se cuidaba, además de tener un cierto atractivo del que, no se sabe muy bien porqué, atrae a las mujeres.
- ¡Buenos días!- respondimos al unísono. Tras unas risas continué – Exacto, nos vimos esta mañana en el desayuno. ¿Desde cuándo estás alojado allí?
- Llegué ayer por la tarde-noche – contestó con su acento francés. – Mi nombre es Philippe
Me tendió la mano. Se la estreché.
- Soy Jose, encantado. Ella es Sonia, mi novia.
Le tendió la mano a mi novia. Ella se la devolvió, pero además se le acercó para darle dos besos. Él, que no lo esperaba, reaccionó lo más natural que pudo. Se dieron los dos besos sin soltarse la mano, e incluso el tuvo la osadía de posar cuidadosamente su mano libre en la cintura de Sonia.
A continuación estuvimos charlando un rato acerca de lo maravilloso del lugar y la buena temperatura del ambiente y del agua. Transcurridos unos momentos decidimos volver a las toallas y nos despedimos de Philippe, que decía que le apetecía nadar un poco.
- Muy bien chicos, pues encantado de haberos conocido. Ya nos veremos.
Se despidió de nosotros con una amable sonrisa. Se dio media vuelta y, tirándose de cabeza al agua, comenzó a nadar.
Nosotros volvimos a las toallas y transcurrió el día con normalidad, como los anteriores, disfrutando en todo momento, solo que de vez en cuando, bien en las toallas o al entrar y salir del agua, cruzábamos nuestras miradas con las de Philippe, que se encontraba a unos diez o quince metros de nosotros, y los tres nos sonreíamos.
De hecho podía observar cómo cada vez que Sonia se levantaba e iba sola hasta el agua a darse un chapuzón, el francés no le quitaba ojo de encima. Estaba claro que le atraía aunque, para ser sincero, eso no era nada anormal, ya que ver a una clase de mujer como Sonia saliendo mojada del agua de la playa era un espectáculo digno de presenciar. Además, el tipo no hacía nada raro, ni nada por lo que yo pudiera sentirme ofendido, ya que él se limitaba a mirar hacia delante con sus gafas de sol puestas. Nadie me podía asegurar que estuviera mirando a Sonia. Sin embargo, el resto de la población masculina de aquella playa sí que lo hacía descaradamente. Quizá estuviera un poco obsesionado con la extraña figura del desconocido francés.
A decir verdad, la imagen de Sonia besando tan naturalmente a un completo desconocido, completamente desnudos, me había impactado. No conseguía quitármelo de la cabeza y, sinceramente, me había excitado muchísimo, aunque tuviera que disimularlo durante todo el día.
Una vez caída la tarde, cuando el sol se ocultó tras los acantilados, recogimos el chiringuito y pusimos rumbo a nuestra habitación, no sin antes despedirnos de Philippe con un gesto en la distancia.
Cuando llegamos, nos dimos una ducha y comenzamos a arreglarnos para salir a cenar. En ningún momento comentamos nada acerca del francés. Sonia, como siempre, se puso guapísima. Iba con un vestido ligero que se ataba al cuello, ceñido por arriba y ancho por abajo, que dejaba ver la mitad de sus muslos y con un peligroso escote que delataba que no llevaba puesto sujetador. Solamente usaba un diminuto tanga negro como ropa interior. De calzado usaba unas cuñas de esparto, típicas del verano, que realzaban aún más sus piernas y su figura entera.
Antes de salir, y tras decirle lo preciosa que iba y lo cachondo que me ponía, nos dimos un beso largo, la acerqué a mí por la cintura y comencé a acariciarle el culo, primero por encima del vestido y después directamente bajo éste. Su culo es impresionante. Estaba excitándome demasiado, y ya comenzaba a empalmarme, pero me dijo de dejarlo ahí ya que se nos estaba haciendo tarde para cenar, de modo que, disimulando mi erección como pude dentro del pantalón, nos dispusimos a salir.
Fue justo al abrir la puerta y salir cuando nos cruzamos casualmente con Philippe de nuevo en el pequeño jardín.
- ¡Vaya!, es la tercera vez que nos encontramos hoy – dijo el francés sorprendido
- ¡Hola de nuevo! – exclamé
- ¿Qué tal Philippe? ¿Dónde vas? – dijo Sonia
- Pues voy a cenar a algún sitio de por aquí
- ¿Y vas sólo? – pregunté extrañado
- Sí, sí, estoy acostumbrado. He venido sólo de vacaciones
Sonia y yo nos miramos al mismo tiempo. Parecía que nos estábamos preguntando lo mismo y también pareció que nos respondimos igual, aunque no mediáramos ni una palabra. Así que le dije:
- ¿Porqué no te vienes y cenas con nosotros?
A lo que respondió muy educadamente:
- Chicos, sería un verdadero placer, pero no quiero estropear vuestra romántica velada. Muy agradecido
Entonces fue Sonia la que dijo:
- Si fuera así no te lo hubiéramos pedido. Además, no podemos dejarte solo después de lo bien que nos has caído y seguro que tienes un montón de cosas que contarnos. Así que te vienes a cenar con nosotros
- Una proposición así viniendo de una señorita como tú no se puede rechazar, pero de verdad que no me gustaría causar molestias
- No causas ninguna molestia – dije yo. – Venga, vamos.
Y pasándole el brazo por el hombro en un gesto amigable arrancamos dirección a la calle
- Está bien. Entonces tendré que llevaros al sitio más bonito de la zona
Resultó que Philippe conocía bien el lugar. No todos, pero sí casi todos los veranos venía por aquí a pasar unos días de vacaciones. Era un enamorado del lugar. Nos llevó a cenar a una pizzería cuyos balcones daban justo al acantilado. Era un sitio bellísimo.
Era un tipo interesante. Un hombre viajero, con montones de experiencias enriquecedoras, además de ser amable, educado y comportarse respetuosa y caballerosamente con Sonia, a lo que ella se mostraba encantada y alagada, lo que le hacía resaltar más sus encantos y tenernos aún mas encandilados a los dos con ella.
Tenía pinta de ser un seductor nato. Su mirada sincera y su manera pausada de hablar provocaban en Sonia una sensación que conseguía acaparar toda su atención. Además, solía introducir en medio de la conversación algún piropo hacia ella, lo que hacía que una sonrisilla se dibujara en el rostro resplandeciente de Sonia.
Tras pagarnos la cena como agradecimiento, se empeñó en invitarnos a una copa en un bareto cercano que conocía. Allí continuaba la conversación, y el interés que Sonia mostraba hacia él podía verse como crecía por momentos.
Toda esta situación me provocaba una especie de celos, pero en el fondo me gustaba. Me gustaba ver así de guapa a Sonia, y ver como un tío la piropeaba respetuosamente. Además notaba como ella cada vez se pegaba más a mí y cada vez me agarraba más, no sé si por el efecto de las copas que ya llevábamos sumado al rosado de la cena, o por que una cierta calentura se apoderaba de ella. Cada vez que Philippe me decía que era muy afortunado por tener a una chica así a mi lado sonreíamos, nos mirábamos y ella se lanzaba a darme un morreo cada vez más largo.
La situación estaba llegando a su fin. Llegamos al jardincillo del hotel y era la hora de despedirse. Nos lo habíamos pasado muy bien, y no quería que acabara aquello, de modo que propuse lo siguiente:
- Philippe, ¿por qué no pasas a nuestra habitación y terminamos nuestra charla allí, hasta que nos entre sueño?
Philippe sorprendido miró a Sonia.
- Sí, por mí no hay problema. Vente un rato si te apetece – dijo ella
- Está bien, pero solo un rato
No sabía muy bien qué estaba haciendo, pero lo cierto es que allí estábamos, en nuestra habitación, mi novia, un tercer tipo y yo. Le dije que se pusiera cómodo, y se sentó en la cama con la espalda apoyada en la pared, ya que la habitación no era demasiado ancha y un lateral de la cama topaba contra la pared. Se le notaba un poco cortado.
A continuación me senté yo de la misma manera que él, un poco mas al lado, y después vino Sonia, que nos pidió que la perdonáramos pero que ella se iba a tumbar porque estaba un poco mareada. De modo que apoyó su cabeza en mi pierna y, tomándose todas las confianzas del mundo, se tumbó pasando las rodillas por encima de las piernas de Philippe. La situación me parecía un poco inverosímil. Además, con el vestido tan ligero que llevaba, la vista de la que disfrutaba el francés era espectacular.
Continuamos con nuestras conversaciones como si nada, y entre risa y risa, dije que no podía soportar más el calor, y me levanté un momento para quitarme la camiseta, a lo que me siguieron los dos; se pusieron en pie, Philippe también se quitó la suya y Sonia, increíblemente, desabrochó el vestido de detrás de su cuello y lo dejó caer al suelo, dejando sus voluminosos pechos al aire y mostrando su diminuto tanga negro. Philippe y yo quedamos perplejos, pero de repente él dijo:
- Tienes razón Sonia, muy bien hecho, somos nudistas y, de hecho, ya nos hemos visto desnudos, así que, si no os importa…
El francés se bajó los pantalones. No usaba calzoncillos, por lo que quedó completamente desnudo y volvió a sentarse en la cama de la misma manera de la que estaba antes.
Sonia y yo nos miramos sin saber muy bien qué hacer. Y entonces decidí actuar con la mayor naturalidad posible, y dije: “Es verdad”, y acto seguido me desnudé yo también. Sonia soltó una carcajada y se quitó el tanga, volviéndose a tumbar entre nosotros dos al igual que antes, de modo que estábamos como hacía un rato pero esta vez completamente desnudos.
Gradualmente el tono de la conversación fue cambiando hacia temas más picantes, hasta que acabamos hablando literalmente de sexo. El morbo que me estaba provocando la situación de ver a mi novia desnuda medio rozando parte de su cuerpo con otro hombre en la cama me superaba, y estaba lentamente empalmándome.
Philippe, tan respetuoso como hasta ahora, actuaba con normalidad. Ni siquiera rozaba con la mano las piernas de mi novia, pese a tenerlas por encima de las suyas, aunque pude notar que su miembro, sin estar del todo empalmado, había aumentado de tamaño y daba pequeños espasmos.
En cambio, yo, que no podía resistir más, puse delicadamente la mano sobre una teta de mi novia, y lentamente comencé a acariciar su rosado pezón, que rápidamente se puso erecto. Sonia, se dejaba masajear las tetas con los ojos cerrados, y en un acto casi reflejo subió su mano hasta mi polla que ya se encontraba completamente empalmada.
Philippe miraba la escena, empalmado también, pero por puro respeto no hacía nada más que seguir hablando como si nada. El ritmo y la intensidad de nuestras caricias aumentaban. Sonia ya me agarraba la poya y movía la mano y yo pasaba de un pecho a otro, masajeando, agarrando y pellizcando los pezones. Estaba muy excitado, y Sonia cada vez lo estaba más, incluso ya empezaba a realizar unos casi imperceptibles movimientos con la cadera, pese a no estar rozándose con nada, y su respiración cada vez se agitaba más.
Philippe cada vez podía contenerse menos, y no hacía más que mirarme buscando algún gesto de aprobación. Mientras tanto él seguía con el relato que nos contaba hasta que no pudo aguantar mas y, aprovechando que hablaba sobre algo de los muslos de alguien, dijo: “Pero claro, no eran unos muslos tan suaves como estos que tengo delante”, y aprovechó para pasar la palma de su mano por todo el muslo de mi novia en una caricia de abajo a arriba. Seguramente lo haría para tantear qué pasaba. Además dijo: “No sabes la suerte que tienes de tener por novia a una diosa como ésta”. Y lo que pasó fue que mi novia, al sentir la mano de Philippe en el muslo emitió un leve gemido que despejaba toda duda, y que pedía a gritos que siguiera acariciando. El francés debió interpretarlo correctamente, porque ya no dejó de acariciar los muslos de mi novia en un rato, acercándose cada vez más a la parte interior de éstos y llegando hasta casi las ingles.
Sonia ya movía las caderas descaradamente buscando que alguien acariciara su húmedo coño. Ante su desesperación, aumentó por un momento el ritmo de la paja que me hacía, hasta que giró su cabeza, que seguía apoyada en mi muslo, y dirigió la punta de mi poya a su boca y comenzó a chupármela. Al ver esto, el francés se decidió y acercó sus dedos a la raja de Sonia, los cuales se deslizaron con mucha facilidad ante el abundante líquido que inundaba su coño, y comenzó a acariciárselo y a masajearle el clítoris. Sonia se estremeció y comenzó a gemir como una gata en celo, mientras seguía con mi poya en la boca. Estuvimos así un momento más que pareció interminable, hasta que el francés deslizó un poco su cuerpo hacia abajo quedando su poya, completamente empalmada y de un considerable tamaño, a la altura del coño de mi novia, a lo que ella respondió agarrándola y acercándola hasta su raja para rozarse con ella.
La situación era muy excitante. Mis ojos no daban crédito a lo que veían. Ya no hablábamos ni ninguno decía nada, solo nos dejábamos llevar. Sonia estaba tan cachonda como nunca la había visto antes. Cada vez aumentaba más el ritmo de su mamada y el movimiento de sus caderas para rozarse con la polla del francés, hasta que de repente se detuvo; con un gesto levantó un poco el culo y con los dedos apretó la polla de Philippe contra su coño hasta que por la presión ejercida hizo coincidir la entrada de su coño con la punta del capullo, que quedó prácticamente enterrado, y muy poco a poco empezó a bajar el culo introduciéndose lentamente el pene de Philippe hasta que lo tuvo entero metido dentro. Los tres nos quedamos quietos, incluso ella, que parecía haberse quedado petrificada al sentir esa enorme verga entera en su interior. Ni si quiera respiraba. Y no volvió a tomar aire hasta que de nuevo elevó el culo y volvió a bajarlo, a subirlo y a bajarlo… y cada vez más rápido y gimiendo más.
No lo podía creer. Mi novia se estaba follando a otro tío, y delante de mí, y no solo lo estaba permitiendo, sino que me estaba gustando.
Los movimientos y los gemidos de Sonia ya eran descontrolados, pero ahora fue el francés el que, abandonando toda la cautela que había mostrado hasta ahora, tomó vía libre y, agarrándose con los dos brazos al muslo de Sonia, comenzó a bombear de manera frenética el coño de mi novia. Parecía como si fuese la última vez que iba a follar, como si llevara años esperando ese momento, pero toda la calentura que había ido acumulando durante la seducción a Sonia a lo largo de toda la noche la estaba descargando ahora, y cada vez golpeaba más fuerte y más rápido. Mi novia se volvía loca, y me comía la poya como si tuviera ganas de tragársela.
Jamás imaginé que pudiera ocurrirme algo así, pero estaba tan cachondo que tenía ganas de correrme. El francés no paraba de decir “Eres una diosa, eres una diosa” mientras bombeaba, y aguantó así un rato más. Entonces Sonia se detuvo, y sacándose la polla de Philippe, se dio la vuelta, arrodillándose en la cama dispuesta a seguir chupándomela y mostrándole a nuestro invitado su maravilloso trasero en su plenitud, de modo que, sin dudar ni un segundo, el francés se arrodilló detrás de Sonia, y tras contemplar la fantástica vista que tenía delante, dijo: “Dios mío”, y poniendo sus manos en las redondas nalgas las separó despacio, acercó lentamente su cara hasta enterrarla por completo en mitad de su raja e inspiró con potencia para olfatear el dulce olor que desprendía. “Dios mío”, volvió a decir, y comenzó en un arrebato de locura a lamer la raja de Sonia entera, pasando por el coño y el ano, y emitiendo unos extraños gemidos.
Para aquel entonces, Sonia ya tenía mi polla de nuevo en la boca y también gemía de placer. La sensación que me producía el sentir el aliento en mi polla cada vez que paraba de chupar para gemir era maravilloso.
Continuamos así unos minutos más, hasta que Sonia levantó la cabeza y me miró con la mayor cara de vicio que había visto en mi vida. Mordiéndose el labio inferior, me hizo un gesto con la cabeza como queriendo decir que no podía más, y comenzó a gatear hacia mí hasta que se acopló sobre mi cintura. Levantó un poco el culo y con la mano dirigió mi polla hasta su coño y se la tragó entera. Pude notar como entraba con mucha facilidad, y comenzó a follarme con un frenético movimiento de sus caderas. Arqueaba su espalda y, agarrándome del cuello, me acercaba hacia sus espectaculares tetas, que se movían al ritmo de su cintura.
Mientras, Philippe revoloteaba por detrás de Sonia: acariciaba su espalda, se agachaba para acariciar y besar sus nalgas en movimiento, volvía a levantarse recorriendo con su boca toda la espalda de Sonia hasta llegar a su cuello, volvía a bajar y volvía a subir… En una de éstas, llegó con su boca hasta detrás del cuello y se detuvo ahí. Avanzó un poco más y llegó hasta su mejilla. Entonces, con una mano le giró la cara a Sonia y le sacó la lengua para lamerle los labios. Sonia, que tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta por la respiración, instintivamente sacó la lengua también. Al notar esto, el francés se levantó de golpe sin soltarle la cara a Sonia y se puso de pie junto a ella, dejando la punta de su polla justo en la entrada de su boca. Bastó un pequeño movimiento de apertura de sus labios para que le metiera la polla entera, hasta casi atragantarla, y comenzara a follarle la boca.
A Sonia pareció no importarle mucho. Es más, incluso levantó su mano y le agarró los dos huevos mientras seguía tragando, follando y gimiendo.
No tardó en correrse. Su orgasmo fue brutal. Nunca la había oído gemir tanto. Cuando acabó, tuvo que pararse y recostarse un poco sobre mí. Estuvo así unos segundos, hasta que comenzó de nuevo a mover el culo, ya que no se había sacado mi polla. Se incorporó de nuevo y volvió a meterse en la boca la polla de Philippe, que no se había movido de donde estaba y continuó de nuevo el espectáculo, pero esta vez estaba aún mas desatada todavía, ya que se movía con más ritmo y le comía la polla con más ganas.
Ahora el que no aguantaba más era yo. Llevaba mucha calentura acumulada desde lo que ocurrió por la mañana y toda esta situación me había superado. De modo que dije:
- No aguanto más…
Casi de un salto, Sonia se sentó sobre sus rodillas y me puse de pie delante de ella para que me la chupara y así lo hizo, pero sin soltar la polla del francés, que aprovechó para sentarse y acariciar el culo de Sonia y meterle mano desde atrás.
Cuando ya no pude más, tuve uno de los mayores orgasmos de mi vida, descargando toda la leche en su boca, y me salió tanta cantidad que se le derramaba. De repente quedé exhausto, sin fuerzas. Me levanté para ir al servicio. Ambos quedaron quietos en la cama, mirando como me retiraba.
Entré al baño, me repuse un poco y cuando salí la imagen que presencié me impactó. Sonia estaba a cuatro patas, y el francés detrás de ella. Se la follaba por detrás, decía unas palabras en francés que no se entendían, paraba para bajar y lamerle con ganas toda la raja entera y de nuevo volvía a subir para metérsela de golpe y seguir follándosela. Luego volvía a bajar para lamer, y después subía y se la metía de nuevo. Y así seguía.
Sonia no hacía más que quedarse quieta y gemir mirándome. Disfrutaba tanto de lo que le hacía el francés que, como se suele decir, “flipaba en colores”. Yo, que seguía parado en la puerta del baño, ya estaba de nuevo empalmado. Me acerqué y me situé junto a ellos, pero pareció no importarles porque ambos seguían a lo suyo. Únicamente el francés paró un segundo para mirarme y decirme con toda la boca y parte de la cara manchada de los flujos de Sonia: “Qué maravilla de mujer tienes”, y siguió comiendo y follando.
Me uní a ellos, pero lo que pasó a continuación, junto con todo lo ocurrido al día siguiente, lo contaré en el próximo relato.