Nuestras madres. El Castigo.

Nuestros jóvenes protagonistas marchan a la sierra con sus madres sin saber el castigo que les espera.

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Nuestras madres. El castigo.

Aquel lunes por la mañana preparamos todo para que mi madre y yo marcháramos a la casa de la sierra que tenía Lucía. Sobre las cuatro de la tarde nos motamos en el coche de Lucía, íbamos Lucía al volante, mi madre a su lado y Paco y yo atrás. Laura, mi tía María Luisa y sus hijos iban en el coche de Laura. El viaje duraría cerca de cuatro horas pues la sierra estaba lejos, así que me acomodé en el asiento y miraba por la ventana mientras sonaba la música. Estaba cansado, había pasado la mayor parte de la noche despierto, excitado con los vídeos de nuestras madres que había copiado en mi teléfono móvil y no pude controlarme, llegando a hacerme cinco pajas por el calentón que me producía ver a aquellas mujeres reales en la intimidad de sus aseos, una por cada madre de mis amigos y dos por la mía. Tenía la polla escocida de tanto frotarla y creo que alguna pequeña herida llegué a hacerme.

Nuestras madres charlaban de sus cosas en el asiento delantero. Empecé a sentir sueño y miré a Paco que había caído desde hacía un rato. Sólo llevábamos una hora y media de viaje y todavía quedaba un buen rato. Me desperté cuando entramos en la zona de sierra, allí había demasiadas curvas y era imposible dormir. Era un espacio precioso. Casi toca la carretera estaba franqueada por árboles y cuando no había se podía contemplar los montes por donde zigzagueaba la carretera. Varios kilómetros después de pasar un puerto, llegamos a la pequeña urbanización donde se encontraba la casa de nuestros amigos.

-Paco, hijo, toma las llaves y abre la cancela.

Paco bajó de coche y tuvo que estirarse para desentumecer su cuerpo. Yo lo seguí y después de estirarme lo ayudé a abrir aquella enorme cancela para que entraran los dos coches que quedaron en un lateral de la casa. Cerramos de nuevo la cancela.

-¡Qué ganas tenía de bajarme del coche! – Dijo Marta mientras se estiraba.

-¡Esto está donde Cristo perdió el mechero! – Protestó María Luisa desde el otro coche. – Pero la verdad es que el lugar es precioso.

La casa era de una única planta. No parecía demasiado grande, de unos cien metros cuadrados. Delante tenía un porche y todo estaba enlosado. Pegado a un lado, delante de los coches, había una pared que era la parte trasera del cuarto de herramientas. Paco abrió la puerta principal para entrar.

-¡Quieto ahí los cuatro! – Nos ordenó María Luisa. - ¡Ustedes están castigados y ahora empieza el castigo! ¡Vamos, coger las maletas y meterlas en casa!

-¡Mamá! – Protestó Eduardo. – Después la metemos, déjanos descansar un poco.

-¡Tú servirás como escarmiento! – Dijo la madre y caminó con paso decidido hacia él, lo cogió de una mano y sin darnos cuenta sacó unas esposas y se la puso en la mano que llevaba. Tiro del otro extremo de las esposas y lo llevó hasta un hierro que había en la entrada, en el suelo, de esos que se usan para limpiar los pies de barro. Lo forzó a que se arrodillara, pasó las esposas por debajo del hierro y lo dejó preso allí. - ¡Ahí te quedarás a cuatro patas durante un buen rato! – Se volvió a los demás portando en la mano tres esposas más. - ¿Alguno más no quiere trabajar?

Eduardo se había recostado en el suelo sujeto por las manos. Su madre cogió una vara que había en una ventana y empezó a golpearlo en el culo.

-¡He dicho que a cuatro patas! – La cara de él mostraba que daba con ganas. - ¡Vamos, no pararé hasta que te pongas cómo te he dicho!

Los tres que aún estábamos en libertad condicional corrimos para meter las maletas y obedecer a nuestras madre en todo lo que dijeran, aquello no parecía una broma ni íbamos a pasar unos días de descanso, eso era seguro. Todas reían al vernos correr con las maletas asustados de la vara de mi tía.

-¡Creo que esto me va a gustar! – Dijo Laura.

-¡Y a mí, y a mí! – Mi madre parecía disfrutar más que ninguna con aquello.

La casa tenía un enorme salón, de unos cincuenta metros cuadrados. Tenían de todo para pasarlo bien, televisión, consola, DVD… Todo para disfrutar del descanso. Pero suponía que eso iba a ser algo que la manada no iba a poder disfrutar. El resto de la casa estaba dividida en dos habitaciones con sus cuartos de baño y la cocina. Al fondo del pasillo que separaba las habitaciones había una puerta que daba al jardín.

Después de cinco minutos de haber estado castigado, María Luisa entró en el salón con su hijo. Hizo que nos sentáramos los cuatro en un sofá mientras nuestras madres estaban de pie, mirándonos con cara de enfado delante de nosotros.

-Vamos a ver, ustedes están aquí castigados por espiarme mientras estaba en el servicio. – Habló María con tono autoritario. – Así que no piensen que vienen a divertirse. Aquí hay de todo lo que os gusta, pero no tocaréis nada hasta que no se portéis según os ordenen vuestras madres. Y el que no obedezca será castigado como Eduardo. La primera vez cinco minutos, la siguiente diez minutos y así hasta que tengamos que dejarlo ahí todo el día.

Aquello parecía una broma, pero ninguno nos atrevíamos a reírnos pues el loco ya había pasado cinco minutos a cuatro patas en el porche y su madre se había hartado de darle con una vara hasta que le obedeció.

-Cada madre tendrá unas esposas y será responsable de su hijo. – Hablaba y le iba dando a las demás aquel objeto de castigo. – Los cuatro tendréis que obedecer las indicaciones y deseos de nosotras, sea su madre o no. Si no obedecéis a alguna que no sea la madre, ésta se lo comunicará a su madre para que lo castigue en consecuencia. ¿Se habéis enterado? – Los cuatro asentimos con la cabeza. – Pues ahora a vuestra habitación y sacad toda la ropa que habéis traído.

Los cuatro caminamos hacia nuestra habitación y cada uno eligió su cama. Había dos literas y después empezamos a sacar las ropas y guardarlas en los cajones que nos decía Paco.

-¡Joe, las viejas van en serio! – Dijo David. - ¡Te ha humillado a base de bien tu madre!

-¡Calla, aún me pica el culo con los porrazos que me ha dado! – Respondió Eduardo.

-Habrá que tener cuidado con lo que hacemos.

Mientras en el salón las madres hablaban.

-¿No has sido un poco dura con Eduardo? – Preguntó Marta a su cuñada.

-Tenemos que ser duras si nuestro propósito es tan perverso e inmoral como tener sexo con nuestros hijos, aún que seguro que será el placer más delicioso que jamás hayamos probado… - Miró inquisidoramente a sus tres amigas. - ¿Alguna se ha rajado? – Todas negaron con la cabeza. – Tenemos que ir todas a la vez, ninguna se puede echar atrás o esto tendrá consecuencias que no podemos imaginar.

-Pero… - Empezó a hablar Laura. – Atarlo ahí fuera cómo si fuera un animal… No sé si seré capaz de hacerle eso a mi hijo.

-Tranquila, después de los cinco minutos de Eduardo seguro que ninguno querrá repetir esa experiencia y todos se portarán bien.

-Bueno, pues entonces dividámonos. – Dijo Lucía. – Dos que haban la comida y otras dos que deshagan las maletas.

-Vale, yo y Laura haremos la comida. – Dijo Marta.

-Pues vamos a sacar la ropa, María.

Había pasado un rato y ya habíamos preparado nuestra habitación. Ninguno sabía que hacer, esperábamos sentados en las camas charlando e imaginando lo que pasaría esa semana que íbamos a estar allí con nuestras dictadoras madres.

-Pues el jardín tiene unos quinientos metros cuadrados, con varios árboles, una piscina… - Dijo Paco. – Casi todo está cubierto de césped, así que preparaos para trabajar… ¡No sé que nos tendrán preparado como castigo, pero aquí hay mucho trabajo!

-Bueno, qué sea lo que sea. – Dije. – Lo peor que nos puede pasar es estar siete días atado como un perro, ja, ja, ja.

-Eso si no se le ocurre otra cosa peor a la loca. – Dijo David y miró a Eduardo. – Y lo de loca lo digo por ser la madre del loco, no vayas a decirle que la he llamado así y me pase cinco minutos perrunos.

Todos reímos con aquellos comentarios que mostraban en realidad lo asustados que estábamos con aquella nueva situación y la actitud que habían tomado nuestras madres. De repente se abrió la puerta de golpe y todo cortamos nuestras risas.

-¡No quiero oír ni una risa! – María estaba en la puerta, seria y con la vara en la mano para que no se nos olvidara lo que podía pasar. - ¡Al salón a comer! – Ordenó y todos obedecimos. - ¡Y en silencio!

En la gran mesa estaban el resto de las madres, serias, esperándonos con la comida en la mesa para comer. Y así lo hicimos. En la tele estaba puesto un programa de esos de cotilleos, uno de esos que odiábamos a muerte, en el que hablaban de que si fulanito, con fulanita…

-¡Mamá, pon otra cosa que esto es un coñazo! – Dijo David y al ver que las cuatro madres lo miraron serias y desafiantes, mostró el miedo en su cara.

-¡Nada de eso! – Le dijo Laura en tono fuerte y casi en un grito. – ¡En casa nunca puedo verlo por tu culpa y aquí estás castigado! – David pareció empequeñecer por el miedo y los otros tres hundieron la vista en su plato. Aquello era serio. - ¿Quieres irte ahora mismo al porche? – David negó con la cabeza y siguió comiendo en silencio.

Todos habíamos acabado la comida y ellas hablaban de sus cosas. Nosotros permanecíamos en silencio, sin saber que hacer, expectantes de las órdenes de nuestras tiranas madres.

-Si habéis acabado ya, coged los platos y llevarlos a la cocina. – Dijo mi madre. – Eduardo y David lavad bien todo. Paco y Enrique coged escoba y fregona y que el salón quede limpio y ordenado.

Ninguno nos atrevimos a rechistar, nos levantamos y llevamos todo a la cocina. Después, mientras el loco y el tres piernas fregaban, Paco y yo limpiamos y ordenamos el salón mientras nuestras madres hablaban y reían sentadas en el sofá tomando bebidas.

Habíamos acabado y los cuatro salimos de la cocina, nos tiramos en el suelo del salón, delante de la televisión.

-¡Por fin hemos acabado! – Dije con un suspiro de alivio.

-¡Eso para que veas lo que hago yo todos los días por ti y tu padre! – El tono de mi madre no era desagradable, pero era más autoritario y rencoroso de lo que nunca la había escuchado. - ¡Ahora a ducharos y a la cama que ya son las once de la noche!

-¡Pero mamá…! – Intenté protestar, pero la mano izquierda de ella se levantó cómo si tuviera un resorte mostrándome las esposas. Agaché la cabeza.

-¡Vamos, rápido que tenéis que descansar para mañana!

Y así nos levantamos, cabizbajos, caminando pesadamente hacia la habitación. Nos duchamos por turnos y después nos acostamos. Ya eran las doce cuando estábamos duchados, hablando sin hacer mucho ruido, en calzoncillos, como están los hombres en su habitación. Se abrió la puerta.

-¿Ya estáis listos? – Dijo María que entraba la primera, seguida por el resto de madres. – Pues ahora a meterse en la cama y no queremos oír ningún ruido o risas. ¡A dormir!

Cada uno se metió en su cama y ellas apagaron las luces y cerraron la puerta.

Las mujeres volvieron al salón y siguieron bebiendo sus copas.

-¿Os habéis fijado en sus paquetes? – Dijo Lucía. – Creo que nuestros niños ya han crecido bastante.

-¡Sobre todo el de Laura! – María quedó impresionada por el gran bulto que mostraba aquel niño. - ¿Qué talla le compras de calzoncillos? – Todas reían.

-Ya os dije que tenía un gran manubrio. – Dijo Laura. – ¿Entendéis por qué me masturbé el día que se estaba masturbando? ¡Imaginarla erecta!

-¡Tranquila Laura que vas a mojar el sillón! – Le dijo Lucía riendo. – Creo que el tamaño en general es bueno, pero el más musculoso es Enrique, es al que se le marcan más los músculos, sobre todo los abdominales… ¡Y eso me pone a cien!

-Pues yo no le vi bien la polla el día que me la froto contra el coño. – Habló Marta. – Lo que sí sentí es que estaba dura como el hierro…

-¡Hay que ver como habláis de vuestros hijos! – Dijo María Luisa. – Yo no he visto la polla de ninguno, ni la he sentido en mi cuerpo como la pervertida de mi cuñada, pero sé que el semen de ellos huele y sabe a gloria.

-¡Tú sí que eres una guarra! – Dijo Laura. – Chupar el semen…

-¿No te gustaría que tu hijo se corriera en tu boca? – María Luisa se levantó y entró en la cocina.

Las otras siguieron hablando de sus hijos mientras su amiga volvía al rato con un bote en la mano, uno grueso y largo, con una boquilla en la punta y volvió a sentarse junto a su amiga Laura.

-Mirad. – Dijo María Luisa para que todas prestaran atención. - Esta es la polla de uno de nuestros hijos. Él está de pie delante de ti mientras tu ves como su mano no deja de agitarla y tú abres la boca esperando. ¡Vamos abre la boca! – Laura lo hizo y María Luisa apretó un poco el bote.

Había mezclado leche con harina para espesarla. Todas pudieron ver como un chorro blanco de leche salió con fuerza y cayó sobre la cara de su amiga, desde la frente hasta la barbilla.

-¡Mira, tu David se está corriendo en tu cara! – Le decía para calentarla. - ¿Quieres otra corrida? – Laura no hablaba, asentía con la cabeza dejando la boca abierta para que su imaginario hijo volviera a correrse. María apretaba otra vez y otro chorro de leche llenó a su amiga. - ¡Mira, ahora se ha corrido desde tu boca hasta tus tetas! ¿Disfrutas guarra? – Laura se metió la mano bajo sus bragas y empezó a masturbarse.

-¡Yo también quiero que mi Paco se corra en mí! – Dijo Lucía. - ¡Hijo, dame tu semen! – Lucía ya llevaba un rato masturbándose y estaba a punto.

-¡No, Lucía! – Le dijo María. – Paco quiere correrse sobre su madre y sobre su amiga Marta. Pegad las caras.

Las dos, Marta y Lucía juntaron sus caras con las bocas abiertas, delante de aquel bote que su imaginación había convertido en una polla, en la polla de sus hijos.

-¡Vamos, preparaos, Paco ya está a punto de lanzar su semen! – Las dos frotaban sus coños húmedos mientras esperaban el imaginario semen. - ¡Ya va, ya se corre!

Un chorro grande de leche cayó sobre Lucía y a continuación otro sobre la boca de Marta.

-¡Seguid que todavía le queda más semen en sus huevos! – María las animaba viendo como se corrían. - ¡Pero esto que es! ¡Enrique también quiere correrse! – Sacó otro bote que había preparado y empezó a lanzar chorros de leche desde los dos botes como si los dos hijos de aquellas calientes madres se corrieran. – ¡Bebed la leche de vuestros hijos!

Las dos movían las manos sobre sus coños, con las caras llenas de leche. Lucía miró a Marta y empezó a lamer la leche que corría por su mejilla. Marta se giró y también lamía la leche de la cara de su amiga. Inesperadamente empezaron a besarse. Nunca habían practicado sexo lésbico, pero la lujuria de momento hizo que las dos acabaran en el suelo, abrazadas y besándose.

-¡Has conseguido que estas dos sean tortilleras! – Dijo Laura después de haberse corrido en el sillón.

María la miró y no le dijo nada. Se puso delante de su amiga, de rodillas. Con sus manos separó sus piernas y Laura se subió la falda. María apartó las bragas que cubrían el coño de su amiga, estaba empapado por los flujos que habían salido tras el orgasmo. Laura separó sus labios con los dedos y le mostró su rosado y brillante interior. Sólo dijo una palabra: “cómetelo”. María hundió su cara en el coño de su amiga y su lengua empezó a saborear sus flujos. Laura se agitaba y gemía levemente. María se incorporó.

-Señoras, no podemos hacer ruido para no despertar a los niños. – Agarró a su amiga de la mano y la hizo tumbarse en el suelo junto a las otras dos. - ¡Te voy a comer tu coño caliente!

Laura abrió sus piernas y puso su coño encima de la cara de María que rápidamente empezó a lamerlo con su lengua. Un gran chorro de flujos salió del coño de María cuando los labios de Laura rodearon su clítoris y succionó, produciéndole descargas de placer.

Marta y Lucía también se daban placer, ambas se comían sus coños soltando grandes cantidades de flujos que ellas lamían y saboreaban. Ninguna era lesbiana, ni siquiera eran bisexuales, por lo menos nunca habían sentido deseos sexuales hacia otras mujeres, pero la lujuria y la excitación que les producía el deseo de follar con sus hijos las había calentado tanto que el juego de María fue el detonante para que se lanzaran a tener sexo con sus amigas, a consolarse mutuamente hasta que pronto fueran sus propios hijos los que les dieran placer.

Ya eran la una de la madrugada y se habían corrido varias veces cada una. Las cuatro comprobaron que todo estaba bien cerrado y en orden y se fueron a su habitación. Allí había tres camas, una de matrimonio y otras dos pequeñas. Las cuatro se metieron en la de matrimonio y durante una hora más estuvieron dándose placer hasta que se quedaron dormidas y abrazadas, descansando para el día siguiente en que tendrían que hacerse cargo de “educar” a sus hijos.