Nuestra vida con Alicia y Mónica

Esta es la historia de nuestros encuentros con Alicia y Mónica, la asistenta y la profesora particular que pusieron nuestros padres en casa para que nos cuidaran y enseñaran, y ¡vaya si lo hicieron!

Nuestra vida con Alicia y Mónica

Esta es la historia de nuestros encuentros con Alicia y Mónica, la asistenta y la profesora particular que pusieron nuestros padres en casa para que nos cuidaran y enseñaran, y ¡vaya si lo hicieron! (en cursiva, como introducción)

Hola, soy Melissa, tengo diecinueve años y estudio primer curso de Medicina. Tengo un hermano menor que yo, Ángel, que tiene trece años y estudia también primer curso, pero de la ESO. Hace tres años nuestros padres contrataron a Alicia, una simpática joven, hoy de unos veintitrés años, como asistenta interina, para vivir en una habitación de nuestra casa, hacernos las comidas del día y cuidarnos. Además, también desde entonces, su amiga Mónica, hoy de veintidós años, y que se encontraba preparando unas oposiciones de Magisterio, venía de vez en cuando alguna tarde a repasar con mi hermano Ángel algunas tareas y exámenes del colegio. Hay que decir que Alicia aunque es más agradable de carácter que Mónica, ésta última es mucho más agraciada y guapa, vistiendo mucho mejor. Ángel estaba encantado cada vez que venía para ayudarle a repasar Matemáticas y Lengua que eran las asignaturas en las que él necesitaba más refuerzo.

Creo que fue un viernes cuando mis padres habían dado instrucciones a Alicia que ese fin de semana nos quedaríamos solos Ángel y yo con ella, porque iban a un simposio farmacéutico en París (no lo he dicho, mis padres trabajan en Laboratorios X), y así podían ir los dos, porque siempre a mi madre le tocaba quedarse. Mi madre estaba muy contenta y lo había dispuesto todo con notas de compra, comida y limpieza que tenía que hacer Alicia, además de haber hablado con ella, y conmigo principalmente, acerca de que colaborásemos en la casa y estudiáramos. Y, ¡bueno, qué deciros de un hermano menor que prácticamente va a lo suyo!, que acaba de empezar el Instituto y se cree muy mayor. Lo cierto, es que al no ser la casa muy grande, a mí tampoco me pesaba mucho lo de ayudar a Alicia, mientras que mi hermano siempre estaba bromeando, riendo o discutiendo con ella y apenas ayudaba.

Tuve la suerte que a poco irse mis padres la tarde de ese viernes, viniera Mónica y charlé un rato con ella, sobre sus estudios de Magisterio y mis cosas, desahogándome un poco con ella respecto de mi hermano. Ella me dijo que no me preocupara, que iba a estar unas tres horas con él, de cinco a ocho de la tarde, con  veinte minutos de descanso en medio para repasar Matemáticas y Lengua porque la siguiente semana tendría exámenes. Estuvimos hablando como media hora, y en torno a las cinco menos cuarto o así vino mi hermano, todo sudado y sucio, a casa. Le abrió la puerta Alicia y casi le da algo, le preguntó que cómo venía con esas pintas, que había venido Mónica para ayudarle y que tendría que ducharse y que así no podía estudiar. Ángel se molestó bastante y se cerró de un golpe en su habitación. Mónica, que era profesora en otro instituto distinto del de Ángel, con más experiencia, le dijo a Alicia y a mí que primero debían haberle preguntado de dónde venía pero escuchándole. Y así lo hizo dejando que se calmara primero. Le habló a través de la puerta, delicadamente, y consiguió ir venciendo sus defensas y que se fuera a duchar. Medio convencido se fue, un poco a regañadientes, al baño. Se llevó su radiocasete para ponerse música mientras, y cantaba tarareando en un mal inglés algunas canciones, motivo de risa para nosotras tres, mientras arreglábamos un poco su cuarto y limpiábamos el resto de la casa Alicia y yo. Mónica, mientras revisaba los libros de Ángel para ver los temas de los exámenes, para poder explicárselos bien.

A los veinte minutos o así, salió Ángel del cuarto de baño con una toalla por falda hacia su cuarto, para coger unos calzones limpios, una camiseta y pantalón de chándal. Allí estaba Mónica, sentada en una silla, con las piernas cruzadas y con unas pequeñas gafas caladas a la mitad de la nariz. Se sorprendió al verle de esa guisa, con el pelo todo alborotado y le dió la risa, quitando su atención del libro a la de su alumno que se había quedado absorto mirando sus piernas cruzadas, con esas medias de malla tan llamativas. A ella también le llamaba la atención cómo en tres años se había desarrollado el chico y se quedó también admirada. En ese encuentro de miradas, ambos volvieron a centrarse en lo que estaban haciendo, un poco avergonzados de ser descubiertos por el otro. Volvió Ángel, azorado, al baño a terminar de vestirse, y Mónica terminó de ver los textos para disponerlos sobre un buró y frente al mismo dos sillas de mimbre.

El cuarto era espacioso y bien distribuido, pero no excesivamente grande. Al lado derecho dos camas en disposición de literas, un ventanal grande al fondo, un buró y una mesa la izquierda con su ordenador sobre ella y por encima una estantería con tres baldas adosadas a la pared. El resto era un armario ropero con altillo y un pequeño equipo de música, que en aquel instante llevaba Ángel de nuevo al cuarto.

Ángel saludó a Mónica y le agradeció que le ayudara porque lo cierto es que tenía varias dudas para preguntarle. Mónica le dijo que para eso estaba ella allí, y que si la necesitaba en algo ya sabía su teléfono para llamarla por si le urgía a él una ayuda más puntual. Ángel le dijo que era muy buena con él, que no se lo había pasado bien jugando al fútbol en el polideportivo del barrio, que habían perdido, y que además se había hecho daño en un tobillo. Mónica le dijo que porqué no me lo había dicho a mí, su hermana o a Alicia, y le dijo que porque no tenía tanta confianza con nosotras, y que a ella se lo contaba todo. Mónica le dijo que a ella tampoco le había ido muy bien el día, que tenía un poco de dolor de cabeza, porque sus alumnos la habían cansado más de la cuenta. En esto Ángel se levantó rápidamente, para sorpresa de Mónica y le llevó un vaso de agua y un calmante. Ella se lo agradeció mucho diciéndole que era un encanto, lo cual motivó en él una sonrisa de buen chico y de satisfacción. Mónica le recordó cariñosamente, con una sonrisa cómplice, que debían ponerse ya manos a la obra y que debían trabajar. Asintió Ángel, muy alegre que en ese día cálido de primavera Mónica hubiera elegido una falda para ir a darle clase, porque desde hacía tiempo y muy disimuladamente se fijaba en ella más que como en una profesora particular, como en una mujer atractiva y muy bien desarrollada. La escena de su cuarto de hacía unos minutos le había trastocado su secreto y le había puesto en cierta evidencia, cosa que pensó que no podía volver a suceder.

Sin embargo, conforme avanzaban ya en el repaso, y a pesar de que la concentración en la materia era grande, cada vez que alguno de los temas de Matemáticas hacía referencia a curvas o algo parecido él se descentraba y apartaba un poco sus ojos del libro y se fijaba en otras curvas cercanas, las de los muslos de su profesora, o cuando se levantaba para tomar algún libro de su mochila que tenía a sus espaldas se detenía en esas otras curvas de ella que podía ver por detrás. Se imaginaba a sí mismo, ésa era una de sus fantasías más recurrentes, estudiando anatomía humana, con Mónica. Durante esa distracción, no se había percatado que ella había parado la explicación y le miraba fijamente a los ojos, sorprendida. Al poco, él se dio cuenta y, fingiendo, hizo una mueca de dolor llevando su mano derecha a su tobillo derecho, rozando levemente el muslo de sus distracciones. Ella se apartó un poco hacia un lado, de nuevo sorprendida y preguntando, cariñosamente, si le seguía doliendo. Y le dijo que sí, que un poco. Le preguntó ella que si era un dolor puntual o de articulación, y él le dijo que parecía que de tobillo al moverlo pero que era muy raro porque era según cómo pisaba o cómo lo movía. Ella le dijo que quería verlo. Él se apartó un poco la silla para ponerse frente a la suya y se agachó un poco delante de él para verlo mejor. Se puso las pequeñas gafas medio caladas de nuevo y tomó entre sus manos el tobillo. Ángel, a todo esto, estaba más y más interesado en aquella muestra de cuidado y cariño. Desde su altura alcanzaba a divisar ahora por debajo de la blusa de Mónica un sostén precioso de minúsculas flores amarillas, rojas, rosas y azules, precioso. Le parecía estar en un jardín ya, cuando al punto soltó un pequeño gemido al tacto de Mónica con la zona más dolorida de su tobillo. Dijo ella que le parecía que era un esguince o algo parecido y que necesitaría reposo y algún masaje.

En ese preciso momento que Mónica tenía entre sus manos la pierna de mi hermano entré yo en la habitación, y carraspeé un poco al darme cuenta de una situación un poco rara o eso me parecía. Mónica iba a explicarse, cuando Ángel, de forma natural y sin dar la menos importancia, propuso que hicieran en ese momento un descanso, pues ya llevaban casi hora y media. Mónica me miró de nuevo diciéndome que mi hermano tenía un esguince en su tobillo y que había que curarlo y darle un masaje, que si yo no sabía hacerlo que se lo podía dar ella. Les pregunté si querían merendar en la habitación o en el comedor. Mónica me dijo que era mejor en el comedor pues así se rompía un poco con el ambiente de estudio. Ángel se alegró por ello. Junto con Alicia, preparamos leche caliente con galletas, y estuvimos charlando en el comedor los cuatro. A mí me entraron ganas de ir al baño en ese momento y me fui un momento, dejando a mi hermano con Alicia y Mónica en el comedor. Se oyeron risas al poco tiempo, de los tres, y me alegré, porque realmente pensaba que mi hermano seguramente las había contado alguna gracia. Al poco, terminé y salí.

Una vez en el comedor, cuando entré estaban los tres cantando porque se habían puesto el karaoke. Y les dije que ya podían haber avisado, que también quería unirme a ellos y cantar. Después de un par de risas y canciones, Mónica dijo a Ángel que debían de continuar estudiando, que faltaba poco para que ella se fuera, menos de una hora, y que debían aprovechar el tiempo.

Se fueron y Alicia y yo nos quedamos cantando con el karaoke. Nos dijo Mónica que lo pusiéramos un poco más bajo para no distraerles. Alicia la hizo caso, guiñándole un ojo, cosa que me extrañó un poco. Se fueron por el pasillo los dos, y cerraron la habitación, que antes sólo habían tenido medio abierta. Alicia entonces puso una canción preciosa que ahora no recuerdo su nombre pero que contaba algo de un amor lésbico, me parece que era “Mujer contra mujer” o algo así. Yo me incomodé un poco pero me resultaba curiosa esa faceta oculta de Alicia, así que como más o menos me la sabía la empecé a cantar con ella.

Mientras, Ángel que aprovechaba todo lo que podía para mirar de soslayo a su profesora las piernas y la espalda, en una de las veces que se levantó de la silla para coger unos apuntes de su mochila se quedó por detrás de Mónica y la tocó un poco el pelo, que lo llevaba castaño y largo. Quería haber cogido en ese momento unas tijeras silenciosas y cortarle un poco, de recuerdo para cuando ella se fuera. Ella se dio cuenta pero fingió no dársela. Le preguntó que si ya había cogido lo que necesitaba y él dijo que no, que estaba buscándolo. Y todo esto se lo dijo sin apartar la vista de su precioso pelo del que ya tenía una pequeña parte en su mano temblorosa. Ella le sentía y no le decía nada, oyendo su respiración nerviosa y entrecortada. De nuevo le preguntó y él decía que no lo había encontrado. Mónica, en ese momento se dio la vuelta hacia Ángel y le vio ensimismado con la mano de la que había desaparecido de pronto el suave pelo de quien la contemplaba en ese momento. Sólo alcanzó a articular una frase: “Tienes un pelo precioso” le dijo. Mónica le dijo: “Gracias, Ángel”. Y añadió: “Pero ahora no te quedes así, que parece que te ha dado algo (río tímidamente) y vamos a seguir que nos queda poco”. Ángel se puso triste y ella le preguntó que porqué estaba así. Le dijo él que era porque no la vería a ella hasta la siguiente semana y que la necesitaba. Dijo ella, medio sorprendida y emocionada: “¿En serio que me necesitas?”. Dijo él que sí, que más de lo que ella se podía imaginar, que sin su ayuda no podría estudiar bien, que se había acostumbrado a que ella estuviera detrás de él, animándole y enseñándole las cosas. Dijo ella que eso era así, que ella se tenía que volver a casa, que ya le mandaría deberes y que él había de repasarlos. Él dijo que quizá se podía quedar en casa, que había otras dos habitaciones libres, y que sus padres no llegaban hasta el domingo por la tarde o noche. Mónica dijo que se lo pensaría, que ella tenía que sacar tiempo también para estudiar su oposición, pero que –de todas formas- habría de consultarlo conmigo y con Alicia, como responsable de la casa en esos momentos.

Cuando hubieron acabado, Ángel me planteó a mí en secreto que si conseguía de Alicia que Mónica se quedara a ayudarle a estudiar ese fin de semana, me haría el regalo o cumpliría el favor que yo le pidiese en otra ocasión. Me pareció un poco exagerado ese interés repentino de Ángel, pero accedí como si le tuviera a él un poco a mi servicio para lo que yo quisiera. Quizá me dejase mandarle más de la cuenta sin rechistar, porque casi siempre protestaba por mis llamadas de atención a una mayor colaboración en la casa. O quizá me lo pagaría en una situación parecida. Lo que me llenaba de intriga era saber qué es lo que pretendía de Mónica, muy atractiva, eso sí, pero que le superaba en unos diez años. Algo barruntaba yo, así que decidí espiar desde entonces sus movimientos. Conseguí que Alicia accediera diciéndole que gracias a Mónica, mi hermano estaba realmente muy motivado para repasar los exámenes y que resultaba importante que Mónica se quedara para ayudarle, además le conté que ella daba buenos masajes, y que y también le podía ayudar a recuperar la movilidad total de su tobillo. Alicia confirmó que Mónica daba buenos masajes, que alguna vez se los había dado a ella en la espalda y que se había quedado como nueva. Le dije que precisamente mi espalda estaba sobrecargada y que también yo necesitaría de sus servicios. Alicia habló con Mónica sobre todos esos motivos y accedió a quedarse. Se fue entonces Mónica a su casa que estaba a tres manzanas de nuestra casa para recoger sus apuntes y sus libros y cuando vino, a eso de los veinte minutos, pues ya eran casi las nueve de la noche, pensamos Alicia y yo en hacer algo de cena ligera, una ensalada y un huevo frito con patatas, además de acomodar la habitación de invitados para Mónica, haciendo su cama Alicia, y yo buscándola dos toallas limpias, una para las manos y otra de baño.

La cena transcurrió animada sobre todo por Ángel que nos contaba el desarrollo del partido de fútbol. Cuando hablaba a la que más miraba era a Mónica, así que poco a poco, como ya se nos hacía un poco aburrida su narración, Alicia y yo nos pusimos a hablar de otras cosas como adonde habían ido nuestros padres, lo trabajadores que eran, el descanso también que se merecía nuestra madre, y la ilusión que le había hecho a los dos el irse juntos a París, precisamente donde habían ido de viaje de novios hacía ya unos veintiún años. Me dijo Alicia que París era precioso y que allí precisamente era donde se había hecho amiga de Mónica, que su padre era francés, y que estuvieron estudiando juntas, allí el último año de colegio, aunque se llevaban un curso de diferencia, y aprendieron francés y se lo pasaron muy bien.

Cuando llegamos a ese punto, Mónica se dio cuenta de nuestra conversación, y le hizo un nuevo guiño a Alicia (o eso me pareció a mí, que estaba empezando a mosquearme ya) asintiendo sobre que se lo habían pasado muy bien. Ángel estaba distraído, e interrumpió diciendo que le gustaría repasar un poco más, antes de acostarse, haciendo algunos de los deberes que le había puesto Mónica. Ella se sonrió y le dio como un pellizco en la mejilla, diciéndole que le había salido un chico muy aplicado. Él se limitó a bajar un poco la cabeza y dijo que con una maestra así cualquiera no sacaba buena nota. Ella también se azoró un poco, al ver que Alicia y yo estábamos a la vez que sorprendidas y alegres por esa motivación inusitada de Ángel por sus estudios, y para disimular empecé a recoger diciendo a todos que nos acostaríamos tarde si no colaborábamos todos. En esto me miró Ángel y mientras que las dos amigas estaban recogiendo todo, me dijo que el trato era que de todo lo que pasase o pudiera pasar o ver yo esa noche que no dijera nada a nuestros padres, porque si no, no había trato. Pero qué piensas hacer, le pregunté, no te pases, le dije. Él me dijo que no me preocupara y que no iba a pasar nada malo. Mis sospechas entonces eran fundadas, y si ya antes había pensado en espiarle, ahora pensé era una obligación, pues no quería que pasase nada raro. Llegó la noche y mientras que Alicia y yo estábamos viendo la televisión, mi hermano y Mónica estaban en el cuarto de éste, que quedaba justo en frente del de invitados, que ocuparía ella. Yo ya me temía lo peor. Pero eso es tema ya para el segundo capítulo.