Nuestra vida como perras

Nuestro día a día como perras en una casa de campo. Cuatro perras y un mismo Amo.

Nacho se despertó agitado y emitió un pequeño gruñido. Abrió los ojos y observó con deleite cómo una de sus perras comenzaba a succionar su polla. Era una chica de diecinueve años, rubia, con ojos claros. Desnuda a cuatro patas, con unas tetas grandes y redondeadas de pezones anillados, ofrecía su boca como cada mañana. Pero no siempre lo hacía ella. Debían turnarse. En aquella ocasión, mientras otra de las perras esperaba pacientemente, arrodillada al lado de una mesita, era la rubia quien se comía la polla de su Amo. Éste enseguida gruñó con más fuerza que antes, agarrando la cabeza de la perra que tenía entre sus piernas, y se corrió entre espasmos de placer. Ella, aun novata, reprimió alguna que otra arcada, primero con la intensa follada, y después con el sabor del semen al que no terminaba de acostumbrarse.

  • Gracias por usarme, Amo.

+De nada, cerda. ¿Qué hace ahí la otra puta?

La chica que había estado quieta y callada hasta entonces cogió una bandeja de encima de la mesa y se acercó a su Amo con dificultad.

+Le traigo el desayuno, Amo.

+Bien. Apoya la bandeja encima de la espalda de la cerda y ven aquí.

La primera chica se colocó delante del Amo y éste depositó la bandeja en su espalda. Atrajo a la otra hasta él y le ordenó abrir la boca.

+Me meo, puta. Traga.

Ella misma fue quien agarró la polla de su Dueño y la dirigió a su boca. Él comenzó a orinar y la chica, con algo de asco, tragó todo el líquido caliente que manó del miembro del Amo. Tras agradecérselo comenzó a lamerle los pies, mientras él procedía a dar cuenta de su desayuno.

  • ¿Qué hacen guarra y puerca?

  • guarra está ordenando la casa y puerca limpiando el jardín, Amo – contestó puta sin dejar de lamerle los pies.

  • Bien. Lo quiero todo impecable, incluidas vosotras en perfecto estado de revista cuando salga de la ducha, o me veréis enfadado de verdad.

  • Así se hará, Amo.

Cuando dio por terminado el desayuno, Nacho se fue a la ducha mientras sus sumisas corrían de un lado a otro. Ya era lo suficientemente sádico de por sí como para ganarse un castigo por ser lentas o descuidadas.

Mientras intentaba despejarse con una buena ducha de agua fría, pensaba en la nueva adquisición que llegaría esa misma mañana. Le recomendó el lugar un buen amigo y había estado allí unos días antes por última vez. Probó casi todas las putas que allí había y al final se decidió por una jovencita morena de ojos marrones, que tenía curvas y buen cuerpo, muy proporcionada y con carne donde había que tenerla sin, por supuesto, estar gorda. Dos de sus putas ya eran muy delgadas y aquella vez quería algo diferente.

Hasta un mes antes no se había planteado cambiar la plantilla, pero todo vino porque Antonio, uno de sus mejores amigos, se había encaprichado de una de sus putas y no tuvo más remedio que vendérsela. Y la verdad es que le vino de perlas, porque tenía treinta y siete años y él las quería jovencitas. Por eso precisamente había adquirido más. Guarra llevaba con él trece años. Le servía bien como desahogo sexual y era una buena esclava doméstica, pero él quería carne joven a la que domar y humillar. Así que, cuando su amigo le recomendó aquella ganga en que podía probar a todas las putas gratis con la condición de llevarse una, y ver que le costaba más o menos la mitad de lo que su amigo iba a pagarle por guarra, le gustó mucho la idea.

Cuando conoció a guarra acababa de separarse, con solo veinticinco años. Se había casado con un gilipollas, y la había dejado poco menos que en la calle. Él la acogió, y poco a poco le enseñó que debía aprender a ser generosa y pagar con su cuerpo si no tenía dinero. La pobre estaba tan convencida de lo que él decía, que enseguida se convirtió en su esclava.

Puerca tenía veintidós años recién cumplidos, y veinte cuando la adquirió. Rubia, con los ojos muy azules y unas tetas espectaculares. Era extranjera, de los países escandinavos, y se prostituía. Nacho se encaprichó de ella nada más verla e hizo un trato ventajoso con su chulo. Se la llevó a su casa con guarra, y las acomodó a ambas en el establo. Comenzó a prostituir a las dos, a quienes daba un porcentaje de las ganancias.

Un año después llegó puta, con veintitrés años. No necesitó mucho para convencerla. Era ligera de cascos y siempre utilizaba el sexo para sus objetivos cuando era posible: conseguir una rebaja en algo, lograr algo de alguien, una nota alta… Nacho enseguida la convenció de una vida fácil con él, donde no tendría que preocuparse más que de obedecer. Era muy guapa, con pelo negro y ojos rasgados. Tenía ascendencia china por parte de madre y se notaba. Sus tetas eran pequeñas, pero con buenos pezones que a Nacho le encantaba morder, pellizcar, azotar y torturar.

La última, un par de meses antes, había sido cerda. Llegó de otra ciudad. Se había peleado con sus padres y no quería saber nada de ellos. Buscaba trabajo en todas partes, pero lo cierto es que todo se le daba mal, y como camarera no duraba más de dos semanas en ninguna parte. No tenía estudios ni demasiadas aptitudes y era extremadamente tímida. Una noche le contó todo esto por internet, y Nacho supo aprovecharlo. Así que, desde hacía dos meses, tenía a cuatro putas durmiendo juntas en su establo. Cada noche usaba a alguna en su propia cama pero, una vez se había corrido, le sobraba la compañía. Así que en cuanto se sentía satisfecho mandaba a las perras al establo.

Cada mañana una de ellas le preparaba el desayuno, otra le servía sexualmente, otra limpiaba la casa y la cuarta limpiaba el jardín, o bien llevaba a cabo alguna otra tarea que el Amo encomendara la noche anterior.

Cuando salió de la ducha y fue al establo, encontró a las cuatro de rodillas con sus collares puestos, como siempre, y las manos a la espalda. Se acercó despacio y comenzó a manosearlas, mientras ellas se dejaban hacer pacientemente. Apretó sus pezones anillados, les propinó alguna bofetada, inspeccionó sus coños húmedos, vigiló que estuvieran perfectamente depiladas…

Se detuvo frente a guarra y la agarró de la barbilla para que le mirase.

  • Guarra, hoy voy a venderte.

+Pero Amo… ¿Qué he hecho mal?

La pobre parecía muy afligida, pero el Amo no sintió excesiva lástima por ella. Todas eran putas de transición, y antes o después sabían que se desharía de ellas.

  • Ya no eres jovencita, guarra, no me sirves. Llevaba tiempo pensando que no sabía qué hacer contigo y, de repente, mi amigo Antonio me propuso comprarte. ¿No te parece fantástico? Podrías haber acabado en una perrera.

  • Sí, Amo, muchas gracias.

Claro que no era una suerte, pensaba guarra, con rabia. Su Amo era un hombre atlético, fuerte, disciplinado, musculoso, atractivo y de unos cuarenta y cinco años. Antonio, en cambio, tenía por lo menos diez años más, calvo, gordo, bajito, oliendo casi siempre a sudor.

Sus compañeras le dirigieron una mirada comprensiva. El Amo no la captó porque enseguida oyó una voz.

  • ¿Hola?

Salió al jardín y encontró a un chaval joven que llegaba en un coche con el logo de alguna agencia de transportes.

  • Hola, pasa.

El chaval abrió el maletero y el Amo fue hasta él. Allí, hecha un ovillo, desnuda, estaba la nueva perra. El chico la hizo bajar y ponerse a cuatro patas.

+Su perra, Señor.

  • Gracias, chaval. ¿Quieres pasar a que te den… digamos, una propinilla?

  • Hombre, eso sería fantástico.

  • Pues ven, no te cortes, puedes elegirla tú mismo. Ve entrando y disfruta de alguna, ahora voy yo – dijo. Se agachó hasta la puta, agarrando su correa, y preguntó – ¿a quién tenemos aquí?

  • Soy su nueva perra, mi Señor, espero que me acepte y poder servirle. No tengo nombre aún.

  • A ver, abre la boca…

La abrió todo lo que podía y el Amo uso las manos para que lo hiciera más aún. Metió dos dedos en la boca de la chica provocando ciertas arcadas.

  • Sí, lo que imaginaba. Serás chupapollas. Y llámame Amo.

  • Sí, Amo.

  • A partir de ahora dormirás con el resto de mis perras en el establo, comerás como ellas y harás todo como ellas. Estáis a las órdenes de toda persona, hombre o mujer, que pise esta casa. No tolero la indisciplina y a la más mínima falta seréis castigadas. Te repartirás las tareas con las perras. Habréis de atenderme sexualmente, ese será vuestro objetivo en la vida. También habréis de trabajar para mí, cocinar, tener mi ropa a punto y limpiar. ¿Alguna pregunta?

  • No, Amo, está todo claro.

  • Así me gusta. Vamos.

Entraron en el establo y vieron a puta comiéndole la polla al mensajero. El resto de chicas miraron a la recién llegada con curiosidad, pero ésta no pudo hacer lo mismo por mucho tiempo. Deseoso de probar a su nueva adquisición, Nacho se bajó la bragueta (lo cual siempre hacía una de sus putas, pero esta vez quería pillar a la nueva desprevenida) la agarró del pelo y le clavó la polla en la boca. Hacía poco que se había corrido, pero sabía que no le costaría volver a estar cachondo. La pobre chica dio una fuerte arcada y un pequeño grito que el miembro de su Amo ahogó. Él la agarró del pelo con violencia y se movió, mientras los huevos golpeaban la barbilla de la chiquilla.

Cuando ya la tenía completamente dura, se la sacó de la boca.

  • A cuatro patas y date la vuelta, chupapollas, voy a montarte. Ofrécete.

La chica obedeció, apoyando la parte superior del cuerpo en el suelo, y levantando el culo.

  • Sí, Amo, fólleme por cualquiera de mis agujeros, soy toda suya.

Nacho se la clavó en el coño sin contemplaciones. Agarrándola del pelo, de una sola embestida se la clavó hasta los huevos. Le complació ver que estaba muy mojada. Por si no fuera suficiente, ella empezó a gemir quedamente. Pero, obviamente, no se le ocurrió correrse.

Nacho se sintió terriblemente cachondo la notar la humedad de la chica y enseguida se corrió, llenándole el coño de semen.

  • guarra, límpiame la polla y súbeme el pantalón. puerca, deja limpio el coño de chupapollas de mi leche. cerda, lámeme los zapatos.

El mensajero ya se había corrido y miraba la escena, alucinado. Estaba acostumbrado al transporte de perras y a ver algunos Amos que tenían más de una, pero aquello era increíble. Estaban buenísimas y eran disciplinadas.

Inclinó la cabeza con educación, y dijo.

  • Yo me voy ya, Señor, ha sido un placer.

  • Claro, chaval. Espero que hayas disfrutado. Necesitaba probar a la puta por si tenía que devolvértela, pero creo que podré domarla – cogió una pelota de goma que había en una estantería, y le dijo a puta, aun al lado del mensajero – ¡puta, la pelota!

El chaval sonrió y se fue. Puta corrió a cuatro patas hasta la pelota y se la llevó a Nacho en la boca.

Él apartó a sus perras y ordenó que salieran al jardín. Al poco rato llegó Antonio, tal y como ellas lo recordaban: calvo, sudoroso, cincuentón, de desagradable aliento y dentadura, fumando un cigarrillo. Saludó a Nacho con un efusivo abrazo, olvidando al resto de chicas que había a su alrededor. De pronto fijó la vista en guarra y se relamió.

  • ¡Por fin eres mía!

Hizo que se levantara, agarró su cabeza y le dio un morreo. Chupó y absorbió la boca de la chica, metiéndole la lengua con violencia, provocándole arcadas difíciles de disimular.

  • He pagado mucho dinero por ti y necesito amortizarte.

  • Es un placer servirle, Amo.

Antonio le lamió y mordió los pezones para después pasar a pellizcarlos con fuerza, casi con saña. guarra gemía de dolor, pero él se limitaba a reír y apretar más.

  • ¡Ya puedo hacerte todo lo que me dé la gana y durante el tiempo que quiera! Ya no pagaré más por ti, mala puta, me pagarán a mí. ¿No es fantástico?

  • Sí que lo es, Amo.

Los Amos se sentaron en el porche, con sus cinco putas arrodilladas. Nacho cogió dos pelotas de goma, y le dio una a Antonio.

  • ¿Y si jugamos con las mascotas antes de que lleguen los invitados a comer?

  • Buena idea.

Entró un momento en casa dejando a su invitado con las perras y volvió enseguida con un cuaderno y un rotulador en una mano, y con una caja cuyo contenido no mostró, en la otra. En una hoja hizo varias columnas con el nombre de cada una de ellas.

  • Escuchad, zorras. Vamos a jugar a un jueguecito muy especial. Antonio y yo os vamos a lanzar las pelotas para que vayáis a por ellas. Las dos mejores de diez no recibirán varazos esta noche antes de dormir y además podrán hacer la comida, con lo que tampoco se arriesgan a ser azotadas mientras esperamos con los invitados. ¿Te parece bien, Antonio? Si quieres sacamos a guarra del juego. Como ya no es mía..

  • Oh, no importa. Pensaba azotarla de todos modos. Espero que no gane – dijo, mirándola con vicio.

  • Muy bien, empecemos entonces – colocó una piedra en el césped a modo de marca, y dijo – ¡perras, detrás de la piedra! Preparadas, listas… ¡ya!

Los dos hombres lanzaron las pelotas y observaron a las mascotas corriendo hacia ellas, intentando correr lo más posible. Nacho les propinaba cada noche treinta varazos con una vara fina y flexible antes de dormir. No era un castigo. Cuando las castigaba era mucho peor. Pero a él le gustaba azotarlas. Sostenía que reforzaba su sumisión, así como potenciar el grado de excitación al verlas indefensas y suplicando. De hecho, las azotaba cuando iba a ponerles restos de comida en cuencos para que ellas cenaran. Siempre ordenaba a una de ellas ir a su habitación media hora después para usarla, cuando le hubiera dado tiempo a cenar. Le gustaba comer solo y no quería que ninguna zorra perturbara su calma, pero mientras comía se recreaba en los azotes, y su polla solía endurecerse. No es extraño que, cuando salía de lavarse los dientes y quitarse la ropa y encontraba a alguna perra dispuesta a cuatro patas en su cama, la usara con violencia y cayera rendido a dormir.

Así pues, como es lógico, para él era un sacrificio dejar alguna puta sin azotar. Nacho sí esperaba que guarra ganase. No quería poder azotar solo a dos de sus perras.

El espectáculo era maravilloso. Maravillosamente humillantes para ellas, y cómico y excitante para los hombres, que se reían de la escena señalándolas con el dedo.

guarra agarró una de las pelotas, y cerda la otra. Pero entonces llegó la nueva, chupapollas, y se abalanzó sobre cerda quitándole la pelota. Se arañaron y se mordieron ante las carcajadas de los dos hombres que las observaban, pero cerda logró salir corriendo y depositar la pelota en las piernas de su Amo. Por lo mismo, guarra también lo consiguió y la dejó en las piernas de Antonio. En cierto modo, Nacho pensó que las perras querían dejar ganar a guarra por su brusco cambio de vida y, muy en el fondo, se conmovió.

  • Veamos… puerca, cerda y chupapollas, venid aquí.

Nacho cogió la caja que tenía por ahí cerca y la abrió. Cogió pequeñas pesas y las colgó de las arandelas de los pezones de las perras perdedoras.

La teoría se confirmó cuando vieron que la rivalidad solo era entre las cuatro putas que se quedarían en aquella casa. En todo momento guarra consiguió atrapar alguna de las pelotas, así que Antonio, con disgusto, prometió que no la azotaría aquella noche con la vara.

  • Usaré a alguna de mis otras zorras y a ti te reservaré para mañana.

  • Gracias, Amo.

La pelea encarnizada entre cerda y chupapollas demostró que no se llevarían bien. Eso le gustaba a Nacho. Entre sí el resto ya se tenía bastante cariño, pero cuando entraba carne nueva a veces se servía polémica en bandeja. cerda era bastante más ágil que chupapollas y, cuando se dio cuenta de que ésta quería ganar a toda costa, supo contraatacar. Las  otras dos lograron atrapar una vez cada una la pelota, pero chupapollas siempre se les echaba encima como una fiera y, en cierto modo, la temían.

Así que la cifra total la ganaron guarra y cerda. Apenas habían perdido rondas, así que no les habían puesto ningún tipo de adorno y Nacho ordenó que se fueran a la cocina. Tenían que hacer comida para ocho. La comida de ese día iba a ser especial y la servirían en el sótano, que Nacho tenía acondicionada a modo de mazmorra. Había gastado mucho dinero, la mayoría procedente de la explotación y uso de sus perras.

Les quitó los artilugios que les había colocado: las pesas en las arandelas, esposas en los tobillos, consoladores anales que, si se caían al correr, serían castigadas…

Las perras nunca llevaban ropa, pero algunos de los asistentes de aquella comida insistieron en que las vistieran de sirvientas, cofia incluida, sin bragas y con las tetas por fuera del vestido. Era un disfraz de sex-shop de lo más vulgar aunque, bien pensado, ellas deberían encontrarse perfectamente cómodas en esa tesitura.

  • Iros a cambiar, perras. En breve empezará todo.

Ellas, con la cabeza agachada, se metieron dentro de casa, gateando.

RELATO IMAGINARIO BASADO EN MUCHAS COSAS REALES.

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