Nuestra vida como perras (2)
Continuación del relato anterior. guarra ya se ha ido y su sustituta no da buen resultado. Sus compañeras no la quieren.
Las otras perras no le dirigieron la palabra a chupapollas mientras se cambiaban de ropa. No les había gustado el comportamiento agresivo contra su compañera, pero no les parecía ni momento ni lugar de hablarlo.
cerda y guarra prepararon la comida, desnudas, antes de ir a ponerse sus respectivos trajes. Hablaron en susurros de lo sucedido. La primera tenía un arañazo cerca del ojo y otro en la comisura de los labios.
guarra le acarició la cara, cerca de las heridas, enfadada.
- La nueva es una salvaje – dijo.
cerda asintió con la cabeza y la miró fijamente. Ninguna de las dos se esperaba una noticia como la de la venta de guarra, o por lo menos no pensaban que llegaría tan pronto. cerda la abrazó y sus tetas anilladas se frotaron, provocando un peculiar tintineo. Cuando se separaron acercaron la una los labios a la otra y empezaron a besarse, explorándose las bocas con la lengua.
Voy a echarte de menos. Siento que tengas que irte con ese hombre.
Yo a ti también. ¿Crees que el Amo sospecha algo y por eso me vende?
guarra no podía resignarse a pensar que Nacho se había cansado de ella, después de tantos años. cerda se encogió de hombros.
- No lo sé. Quizá…
Pero él no sospechaba nada. De hecho no le importaba. Sus perras estaban muy unidas y siempre pensó que tal vez habría algo más entre alguna de ellas, pero le daba igual mientras no desobedecieran sus normas. Lo que le había dicho era verdad: guarra ya no era una jovencita y él quería carne nueva y joven a la que domar y castigar. No se le iba a presentar mejor ocasión de venderla, así que, ¿por qué no?
Ellas terminaron la comida. Cuando llegaron a cambiarse y asearse un poco, el resto de perras ya no estaban. Las demás habían salido al jardín e iban de un sitio a otro cumpliendo las órdenes de sus Amos. Los invitados empezaron a llegar. Ocho en total a los que servir, satisfacer y alimentar. Eso, contando a los dos Amos, sumaban diez personas. O sea, dos personas por perra.
Todos los invitados estaban entre los cuarenta y cinco y los cincuenta y cinco años. Había dos mujeres, que acudían con sus respectivos maridos. El resto eran hombres.
cerda y guarra tardaron poco en bajar. Entre todas se dedicaron, a cuatro patas, a ir preguntando a los invitados qué querían beber. Nacho, en un momento dado que se encontraba hablando con dos de sus invitados, gritó:
- ¡Ven aquí, chupapollas!
La chica murmuró una disculpa y puerca se acercó a la pareja que estaba atendiendo su compañera para ver qué querían beber. La nueva se acercó a su Amo y se paró frente a él.
- Aquí la tenéis. Mi nueva perra.
La estaba presentando a un hombre moreno de unos cincuenta años, muy alto, vestido informal pero elegante, y a una mujer algo más joven que él, rubia, vestida de cuero negro. Fue ella quien agarró las tetas de chupapollas, que colgaban por encima del vestido y las manoseó, sopesándolas. Abrió su boca para meter varios dedos en ella provocándole arcadas, como horas antes hiciera Nacho. La obligó a abrir las piernas y buscó su coño con dos dedos, puesto que tenían prohibida la ropa interior. Los metió de golpe y vio que estaba muy mojada.
- Buena perra, te dará mucho juego. Y el nombre le va que ni pintado.
Nacho se rió.
- Sí, ¿verdad?
La mujer sobresaltó a chupapollas, diciendo:
¡Mis botas, furcia, lámelas!
Sí, Señora.
Nacho decidió despedirse para atender al resto de invitados.
Ahora llega puerca con vuestras bebidas. ¿Queréis quedaros con la nueva?
Claro, ya hemos probado al resto de tus perras. De momento nos quedamos con esta, ¿no, cariño? – intervino el hombre.
Sí, me gusta.
El anfitrión se fue y enseguida llegó puerca, arrodillada con la bandeja en sus manos. Cogieron las copas sin mirarla apenas y se fue, a cuatro patas, con la bandeja vacía entre los dientes, a servir a los Amos que le habían sido asignados.
Nacho decidió que usaría a guarra, puesto que aquella sería su “pequeña despedida”. Antonio, a pesar de la variedad que tenía a su alrededor, también estaba deseoso de probar a su nueva perra. Parecía no tener ojos más que para ella. Estaba obsesionado.
Con una copa de cerveza en la mano se sentó y dio un tirón de la correa de guarra para llevarla junto a él.
- Sácame la polla, guarra, y cómetela.
La chica abrió la bragueta del hombre que tenía ante ella y reprimió una arcada. Olía a orín y a semen reseco, como si no se hubiera lavado, y tenía toda la pinta de ser así. Antonio estaba impaciente y empujó la cabeza de guarra contra su miembro, deseoso de que se la metiera en la boca.
Lámela… límpiamela, así… ufff… qué cosa más rica, lo que voy a amortizarte… lame los huevos, guarra, nunca te olvides de ellos… sube a la polla… ¡más rápido, coño!
Lo siento, Amo.
Nacho sonrió. guarra se había acostumbrado a hacerlo todo tal cual le gustaba a él, aprendiendo todos los trucos, y era claramente más hábil y experimentada que el resto de sus perras. Pero Antonio era mucho más duro e impaciente y le costaría hacerse a sus gustos, tan diferentes. No le vendría mal empezar desde abajo otra vez, cuando apenas sabía comerse una polla sin sentir ganas de vomitar. Antonio la agarró del pelo con las dos manos y se la clavó hasta la garganta, moviéndole la cabeza con violencia, y quitando de la cabeza una de las manos para taparle la nariz. guarra se revolvió intentando respirar, pero su Amo la sujetaba bien fuerte.
Nacho miraba de vez en cuando, preguntándose si guarra tardaría mucho en adaptarse a su nueva vida. Antonio tenía varias perras, igual que él, y las prostituía a todas. Pero intuía que con guarra iba a organizar sesiones especialmente interesantes e intensas.
Se acercó a observar al resto de sus invitados. Una de las mujeres se estaba corriendo, abierta de piernas, ante la boca abierta de cerda, que lamía su coño con rapidez mientras la Señora la agarraba del pelo. cerda mantenía las manos a la espalda y sus tetas se balanceaban con el movimiento.
Cuando terminó de correrse tiró de la correa para que se colocara delante de sus pies y subió las piernas encima de la espalda.
No está nada mal, ¿vienen a menudo mujeres, Nacho?
Menos de las que quisiera, Sara, pero no me quejo. Hay que entrenarlas si queremos buenos resultados, ¿no?
Pues yo vengo al entrenamiento las veces que quieras, ¿eh? – dijo ella, riéndose.
Tras unos minutos de conversación, Sara le dio a la perra que tenía bajo sus pies un puntapié en el culo.
Cerveza, cerda, tengo sed.
Enseguida, Señora.
Se alejó con la cabeza agachada, gateando, hasta la cocina. Nacho observó entonces a guarra, que ya había terminado su labor y se quedaba arrodillada delante de su Dueño después de relamerle la polla para acabar con los últimos restos de semen.
Jorge, el primero de los invitados, se estaba follando a chupapollas a cuatro patas, y ella gemía quedamente. En un momento dado, exclamó:
Por favor, no dejéis que ninguna de ellas se corra – miró a Antonio – esto no es aplicable a ti si no quieres, por supuesto. Esa perra ya es tuya.
Oh, no, estoy deseándolo. Tendrá que ganárselo.
Cerda volvió con la cerveza y se la entregó a la mujer, que tras acariciarle la cabeza, se dirigió a Nacho:
¿Qué le ha pasado en la cara?
La nueva es una fierecilla.
¿Se lo ha hecho ella? – preguntó Sara, impresionada – ¿la has castigado?
No. Estaban compitiendo entre ellas. Además, al final cerda ha ganado.
A lo largo del día Nacho no usó a ninguna. Se paseó de un lado a otro hablando con sus invitados, ordenando a sus perras reponer bebidas, atrapar pelotas u ofrecer sus agujeros. Hicieron alguna carrera de perras para verlas en acción. Corrieron, ladraron, fueron usadas. Hacia las siete la mayoría se fue. Solo quedaba Antonio.
Amigo, antes de que te vayas, imagino que no te importará que guarra me proporcione una mamada de despedida, ¿verdad?
Eso ni se pregunta.
Las otras perras permanecieron a cuatro patas frente a su Amo, esperando alguna orden. Pero éste estaba ocupado usando la boca de guarra.
“Oh, qué bien sabe” pensaba ella, metiéndosela en la boca, recordando el olor y sabor repulsivo del miembro de Antonio “ojalá pudiera quedarme con él, para siempre. Por favor, Amo, no me vendas…”
Nacho sintió su polla terminar de endurecerse, y la garganta profunda de guarra metiéndosela entera. En cierto modo sí le daba algo de pena deshacerse de ella, pero sabía que podía ir a usarla cuando quisiera, igual que Antonio podía hacer con las suyas, o invitarle un fin de semana e instarle a que se la llevara. En el fondo todas serían putas de transición, antes o después.
Le sacó la polla de la boca y guarra se babeó la barbilla y las tetas, relamiéndose. La puso a cuatro patas y se la metió en el coño, empapado. Eso era una de las cosas que siempre le habían puesto muy cachondo. Lubricaba como ninguna, siempre con el coño encharcado y las ingles y los muslos pringados.
Así que no tardó mucho en sentir ganas de correrse y le sacó la polla, lo cual ella agradeció. También lo estaba deseando y sabía que lo tenía prohibido. Ordenó que se diera la vuelta, y tras pajearse unos segundos, se corrió abundantemente en sus tetas. Se la sacudió y dijo:
- cerda, ven. Límpiale las tetas de mi leche, que se tiene que ir bien limpia.
La perra se acercó, sumisa y cabizbaja, y empezó a dar pequeños lametones en las tetas y pezones de su compañera. ¡Quería decirle tantas cosas! Pero sus Amos miraban. Además, entre ellas sobraban las palabras.
Bueno Nacho, nos vamos a ir ya, si no te importa. Tengo cosas que hacer.
Por supuesto – se acercó a guarra y le acarició la cabeza – adiós, guarra. Nos veremos pronto.
Sí, Señor, será un placer.
Las perras estaban despidiéndose entre sí, pero Nacho había llegado a la puerta del sótano y las llamaba silbando. Ellas acudieron enseguida, corriendo a cuatro patas. El Amo miró a cerda y le dijo:
Vete a prepararme la cena y espérame en la ducha.
Sí, Amo.
Entró con las otras tres al sótano. Encendió la luz y preguntó:
- ¿Quién quiere ser la primera?
Silencio sepulcral. Era la peor parte del día para ellas, pero una de las más excitantes para él.
- Muy bien. Elegiré yo, entonces. puerca, en pie frente a la cruz. ¿Tetas o culo?
La perra gateó hasta una cruz que había clavada en la pared y se colocó en ella, de espaldas.
- Culo, Amo.
Nacho ató sus muñecas y tobillos y cogió la vara fina y flexible con que propinaría los azotes. Descargó el primero con fuerza. Y el segundo…
- Uno. Gracias, Amo. Dos. Gracias, Amo.
Fueron treinta, muy fuertes. No tan fuertes como un castigo pero lo suficiente para mantenerla dolorida, como mínimo, hasta la mañana siguiente. Cuando contó el número treinta, Nacho la desató y ella adoptó la posición de perra, besándole los zapatos.
Gracias por azotarme, Amo.
De nada, vete a tu sitio, puerca. ¡chupapollas, en posición! ¿Tetas o culo?
La nueva se acercó y se quedó de frente.
- Culo, Amo.
Otros treinta azotes de similar intensidad. No sabía si era porque la habían azotado poco últimamente y tenía el culo mejor que el resto de sus perras, pero apenas se quejó y Nacho quedó impresionado con su resistencia.
puta, sin embargo, que había sido azotada en el culo la noche anterior bastante fuerte por dejar escapar el semen de su coño, eligió tetas para no castigar aún más su trasero. Trató de no ser muy duro, aunque tampoco blando; eso no era justo para las demás y, además, el castigo de la noche anterior había sido enteramente culpa suya por no saber controlarse.
puta, te usaré a ti esta noche.
Gracias, Amo, será un placer servirle – dijo ella, que estaba seriamente preocupada por si estaba aún enfadado por lo de la noche anterior.
Espera en la puerta de casa, en el felpudo, y entra cuando oigas mi llamada.
Sí, Amo.
Buenas noches, perras.
Buenas noches, Amo, que descanse – contestaron a dúo las que se quedaban.
Salieron juntos. Nacho entró en casa y puta se quedó fuera esperando. Nunca se preocupaban de que vecinos las vieran porque estaban alejados unos de otros, y las vallas estaban cubiertas de arizónica que impedía ver más allá. Además, era de noche. No hacía frío y puta esperó pacientemente, sintiendo un leve picor en sus rodillas provocado por el felpudo.
Cuando entró en casa olía de maravilla. Todas sus perras eran excelentes cocineras. Llegó a la ducha y encontró allí a cerda, a cuatro patas.
Le he servido la cena en la cocina, Amo.
Bien. ¿Has preparado también vuestros cuencos de perra para llevártelos?
Sí, Amo – respondió ella, recordando amargamente haber cogido el de chupapollas, que ocupaba el lugar donde antes se guardaba el de guarra – los he puesto en el carro.
Perfecto. Te permito ponerte de pie para lavarme. Vamos.
cerda cogió el champú y le lavó el pelo. Después, tomó el jabón y comenzó a frotar el cuerpo de su Amo. Los brazos, las axilas, la tripa, la espalda, las piernas, los pies. La polla. Notando que, pese al ajetreo sexual que llevaba ese día, volvía a endurecérsele un poco, dijo:
Vale, cerda, ya sé que adoras mi polla, pero para ya. Aclárame.
Sí… lo… lo siento, Amo.
Estaba excitada y se notaba. A Nacho le gustaba prohibir que se corrieran y estaba seguro (o casi) de que no se atreverían a desobedecer. Estaban bien enseñadas.
Le enrolló la toalla alrededor de la cintura y le secó con delicadeza. Nacho la apartó con la mano para dirigirse a la cocina.
Vete.
Hasta mañana, Amo.
Mientras Nacho terminaba de secarse, cerda, presurosa, corrió a la cocina, cogió el carrito donde llevaba los cuencos de sus compañeras y salió. Cuando él oyó la puerta cerrarse, fue a la cocina a saborear la cena.
La verdad es que no tardó mucho, no tenía demasiada hambre. cerda lo intuía y había preparado una cena ligera. Ensalada césar con pollo, algo de queso, y fruta. Debía ser el pollo lo que olía tan bien, pensó.
Dejó los platos en el fregadero, donde la propia cerda los fregaría en cuanto su compañera llegara al establo tras ser usada. La misma que preparaba la cena, tenía la obligación de lavar los platos, lavar sus propios cuencos y llenarlos de leche, llevándoselos al establo para el desayuno.
- ¡Puta! – gritó el Amo.
Cuando entraba a lavarse los dientes, la oyó entrar.
… … … …
Nacho usó a puta, de nuevo por el coño, y ella retuvo el semen dentro, con esfuerzo. Él se sintió satisfecho. Hizo que relajara los músculos, recogió su leche y se la pasó por la cara y las tetas. Después de lamer la mano de su Dueño de los restos, se fue.
Mañana que me despierte puerca.
Sí, Amo.
Sus compañeras, excepto chupapollas, la habían esperado para cenar. Ésta había alegado estar hambrienta y no hizo lo mismo que sus compañeras. Cenaron en silencio, a pesar de la tensión, que se palpaba enormemente. Después, cerda se fue a fregar y devolvió el carro con los cuencos de leche al establo.
Se fueron a dormir sin hablar mucho, cada una en su zona establecida. puta y puerca cayeron rendidas enseguida, pero se despertaron sobresaltadas por gritos. chupapollas y cerda no se habían dormido y discutían acaloradamente.
¿Qué te importa a ti lo que yo haga? – gritaba la nueva.
¡Se lo diré al Amo! ¡Mañana se lo diré!
No tiene por qué creerte.
Su falta de escrúpulos casi provocó que se abalanzara sobre ella. Las perras que sí se habían quedado dormidas miraban la escena, aún adormiladas, preguntándose qué ocurría.
Pero alguien más las oía. Nacho se había olvidado el pantalón en el jardín y en él tenía el teléfono móvil, así que salió a recuperarlo cuando oyó los gritos. Enfadado, fue hasta el sótano y encendió la luz.
- ¿Qué coño pasa aquí?
Todas se pusieron blancas. Pero cerda señaló a chupapollas, y dijo:
- Se ha corrido, Amo. Se ha masturbado y se ha corrido.
No necesitó preguntar si era cierto. cerda nunca mentía y chupapollas estaba roja de vergüenza. Sin inmutarse le dio un bofetón y enganchó su correa al collar, llevándosela.
Amo, lo… lo siento.
No me lo creo – dijo él, con fiereza, metiéndola en una habitación aparte, que era un pequeño cubículo donde había cajas y un espejo. Era una especie de almacén que Nacho utilizaba para cosas viejas o inservibles.
Cogió una cuerda de una de las cajas y le ató con fuerza las manos a la espalda y los tobillos entre sí. Después, usó otro trozo de cuerda áspero y viejo a modo de mordaza y apagó la luz.
- Tengo que pensar en tu castigo.
Cerró la puerta tras de sí con llave. Sabía que ninguna de sus perras se acercaría, pero prefería asegurarse. Además, se trataba de que no viera ninguna luz, y si abría la puerta podría hacerlo.
Chupapollas buscó a tientas un colchón viejo que había visto en una esquina, pero trastabilló y se cayó al suelo. Atada le costó ponerse otra vez de rodillas, pero finalmente lo encontró. Se tumbó, sintiendo la cuerda irritándole la boca, y arrepintiéndose de lo que había hecho. Pero estaba segura de que se arrepentiría aún más.
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