Nuestra última vez juntos

De como una gran amiga me sorprende con una última vez sin que su novio se entere de nada.

Este relato es un tanto especial para mí, no por la historia real que cuenta sino por la persona que la protagoniza. Es el único relato de los que publicado hasta ahora en el que la protagonista conoce su existencia y encima me ha autorizado a publicar su nombre real.

Si tuviera que definir en pocas palabras mi relación Olga tendría que escribir mil hojas al menos, pero para no aburriros os diré que la conocí cuando yo tenía doce años y ella trece. Fue un día soleado de verano en la piscina comunitaria y desde aquel día que jugamos a pelearnos en el agua, no hicimos ahogadillas, tonteamos como pánfilos y al final nos acabamos besando, no he dudado por un solo momento que mi vida no hubiera sido la misma si no la hubiera conocido.

Decir que dos personas coinciden en muchas cosas es crear un lazo de confianza entre ambos, decir que ambos piensen de igual manera en muchos temas es unirlos en un frente común ante otros, decir que los dos reaccionen de igual manera ante determinadas situaciones es pensar que comparten mentalidad, pero si se dan las tres cosas a la vez puedes hablar de una misma alma en dos cuerpos distintos. Olga y yo hemos tenido siempre una especial afinidad incomprensible para mucha gente, pensamos igual, reaccionamos igual, nos agradan y desaprobamos las mismas cosas y por supuesto nos sentimos identificados el uno con el otro. Ella es para mí más que una amiga, más que una hermana, más que una compañera sexual, más que una alma gemela, es un todo y un nada. Ella me complementa y yo a ella.

Desde aquel día de estío ambos hemos llevado vidas muy distintas, no teníamos amigos comunes, no solíamos salir por los mismos sitios, no estudiamos nunca juntos saliendo como pareja, es más podía pasar bastante tiempo sin que nos viéramos (sobretodo cuando empezamos la universidad) pero siempre sabíamos que si descolgábamos el teléfono y pedíamos ayuda la otra persona estaría allí a nuestro lado al instante.

Durante toda nuestra vida estuvimos liados, incluso cuando ella tenía novio formal, nunca pensó que aquello se pudiera considerar como una infidelidad. Cuando yo perdí la virginidad una semana santa no pasó más de dos meses para que ella hiciera lo mismo en verano y cuando nos volvimos a ver en Septiembre hiciéramos el amor como locos durante semanas enteras hasta que empezó el instituto de nuevo. Si uno tenía ganas de desfogarse llamaba al otro y quedaba para hacerlo sin dar explicación ni comentario alguno. Conocíamos el cuerpo del otro como si fuera nuestro propio cuerpo, podíamos adivinar cuando le dolía algo o incluso sabíamos donde tocar para llevarlo hasta el séptimo cielo con los ojos vendados.

Cuando me fui más al norte a vivir pasaron largos períodos de tiempo en los que no nos veíamos y por supuesto nos echábamos mucho de menos. No se puede decir que estábamos enamorados el uno del otro, era algo por encima de eso. Siempre que nos veíamos acabábamos enrollados, da igual la situación o el momento. Cuando empecé a trabajar en Sevilla ella venía a verme ocasionalmente o cuando quería huir de su vida, se refugiaba en mi casa donde podía pasar todo el día en pijama viendo la tele sin que nadie le dijera nada y recibiendo el cariño que necesitaba.

Las cosas empezaron a torcerse cuando conoció a un chico del que se enamoró perdidamente. No era un mal chico, yo aprobaba su relación, el problema fue que cuando él se enteró de que ambos habíamos estado liados sus celos le impedían tenerme delante ya que temía que en cualquier momento me la llevara de su lado o que conmigo su chica compartiera secretos e intimidades que a él no contaría. Aun así Olga y yo seguíamos viéndonos y aunque con menos frecuencia también nos acostábamos juntos sin que él lo supiera.

Una noche durante las fiestas locales me dirigía de vuelta a casa cuando en mitad el gentío vi a Olga dirigirse hacia mí con cara de pocos amigos. Cuando me reconoció se me echó en brazos y sollozando me dijo que se había peleado con su novio y que éste se había emborrachado por lo que ella lo había dejado abandonado en un bar y se marchaba para casa.

Tenías que aparecer tú. – Oí detrás de Olga proveniente de su novio que venía con cara de pocos amigos y con ganas de pelea. – Suéltala ahora mismo.

Mira estas borracho, mejor que no empeores las cosas. – exclamé mientras Olga se alejaba de mí – Vete a casa a dormirla y mañana cuando despiertes podréis hablar más tranquilos.

Tú no te metas en esto que nadie te ha llamado. – gritó mientras levantaba el puño con furia y cara amenazante.

Yo di un paso atrás y miré a Olga esperando su aprobación. Ella movió la cabeza en señal afirmativa y con una rápida sucesión de puñetazos en el plexo solar y en el rostro acabó derrumbado en el suelo retorciéndose por el dolor. Enseguida aparecieron las ansias de vomitar el alcohol que llevaba en el interior de su organismo, así que Olga lo sujetó para ayudarle a sacarlo todo y luego entre los dos lo dejamos semiinconsciente apoyado en una pared para que terminara de pasar el mal trago. Sin dudarlo un instante cogí a Olga de la mano y huimos de allí como alma que lleva el diablo. Estuvimos toda la noche hablando hasta que el amanecer nos sorprendió sentados en un banco abrazados para combatir el frío de la mañana. Ese día ni siquiera nos besamos, no queríamos empeorar las cosas, ella estaba muy enamorada de él y no quería dejarle, era un buen chico que la trataba muy bien pero al que los celos le podían. Decidimos que lo mejor sería que nos separáramos durante un tiempo y que no nos volviéramos a ver durante una temporada hasta que las aguas volvieran a su cauce.

Aquella misma tarde su novio volvió a su casa pidiendo perdón de rodillas con un ramo de flores y ella le perdonó con la condición de que debía llamarme y disculparse conmigo por su comportamiento. Nunca lo hizo.

Cuando un año y dos meses después recibí una llamada de teléfono de Olga diciendo que quería verme el corazón casi me dio un vuelco. Durante todo ese tiempo no habíamos perdido el contacto pero no nos habíamos vuelto a ver tal y como nos prometimos. Yo también tenía muchas ganas de verla ya que había decidido volver al norte a vivir y en un par de meses dejaría Sevilla por lo que casi no nos podríamos ver en mucho tiempo. Por la mañana temprano la recogí en la estación de Santa Justa y estuvimos todo el día paseando, y comiendo fuera. Noté a Olga un poco fría y distante, como si algo la preocupara, pero sabiendo de que fuera lo que fuera ya lo soltaría, ya que seguramente ese sería el motivo de su visita. En ningún momento le pregunté por su novio, ni falta que me hacía. Después de comer cuando el sol apretaba decidimos volver a mi casa para hacer la siesta y descansar antes de que ella cogiera de nuevo el tren por la noche.

El calor apretaba fuerte aquella tarde y el vestido floreado de estilo hippie que Olga llevaba puesto se le pegaba al cuerpo como si fuera una segunda piel. Las formas de su cuerpo se podían adivinar bajo la fina tela, las curvas de sus pequeños pechos y de su culo respingón que yo tanto había manoseado hacían que no quitara mi vista de encima suya. Se notaba que hacía tiempo que nos disfrutaba del sabor de sus labios. Su pelo castaño, casi rubio, le caía sobre la cara apelmazado por el sudor aunque ella lo había recogido sabiamente en un moño que se hizo con fino palillo estilo chino. Sus brillantes ojos verdes siempre me habían parecido un buen sitio donde perder mi mirada y su continua sonrisa hacía tiempo que me había cautivado para no dejarme escapar. Lo mejor de todo es que yo sabía que lo que yo sentía por ella era totalmente correspondido por ella sin discusión alguna. Sentada en mi sofá y bebiendo pequeños sorbos de un té frío en silencio yo la observaba con deseo mientras de forma despistada me movía por la casa.

Ven, siéntate a mi lado. – dijo Olga dejando la taza de té sobre la mesa del salón.

En cuanto lo hice ella me miró a los ojos y dulcemente besó mis labios. Lentamente repitió una vez tras otra, de forma despacio, saboreando cada beso como si de miel se tratara. Luego puso sus manos sobre mi pecho y me empujó levemente para que me dejara caer sobre el sofá. Ella no tardó en ponerse sobre mí y empezar besarme delicadamente los labios, el cuello, la frente.

Vamos a un sitio más cómodo. – dijo susurrando y tomándome de la mano me llevó al piso de arriba donde se encontraba mi dormitorio.

Amablemente volvió a hacer que me tumbara y me susurró al oído:

Hoy quiero ser yo quien disfrute de ti.

Cogiendo mis manos las levantó sobre mi cabeza y las sujetó con las suyas mientras me besaba muy despacio. Sin prisas me sacó la camiseta que llevaba puesta y no dejó que bajar las manos de la posición en la que se encontraban. Bajando por mi cuello dedicó su tiempo a lamer mis pezones, disfrutando de su sabor y haciendo que tanto ellos como mi pene se pusieran tan duros como una piedra. Su lengua hacia las delicias de cualquier ser humano y cuando sus dientes mordieron levemente mis pezones estuve apunto de explotar de placer. Luego siguió bajando jugueteando con mi ombligo y en un santiamén me desabrochó el cinturón del pantalón. En ese momento ella aprovechó para desvestirse y sacar por su cabeza el vestido floreado que llevaba. Su cuerpo que yo moría por lamer exhumaba a partes iguales calor, olor a sudor y perfume. Luego se deshizo de su sujetador y sin decir palabra me sacó los pantalones y el boxer por las perneras.

Cogiendo con una mano mi miembro se lo llevó delicadamente a su boca. Su lengua lamía de arriba abajo toda mi polla haciendo que me estremeciera cada vez que la recorría saboreando mis fluidos. Con calma chupeteaba mi glande para luego bajar lamiendo hasta mis testículos con los que se entretenía jugando para gran deleite mío. Durante un instante paró para bajarse el tanga blanco que llevaba y dándose la vuelta sobre mí dejo sus posaderas a mi alcance. Solo tuve que levantar un poco mi cabeza para aspirar profundamente los olores que despedía su sexo ardiente. Mientras ella hacía lo propio mi lengua comenzó a explorar los recovecos de los labios vaginales de Olga. Durante un rato estuvimos disfrutando tranquilamente del sexo del otro, buscando con nuestras caricias bucales darle el mayor placer posible. Casi no utilizábamos las manos, no queríamos, solo deseábamos que el gozo durara todo el tiempo posible. Poco a poco mi lengua hizo que Olga comenzara a perder el control de su cuerpo, ya que como si recibiera pequeñas descargas eléctricas sus caderas comenzaron a moverse levemente de forma espasmódica cada vez que mi áspera lengua rozaba su pequeño clítoris. Al final tuvo que parar de lamer mi herramienta para disfrutar de ese creciente orgasmo que estaba naciendo en la base sus pies y que poco le fue subiendo por las piernas para luego recorrerle toda la espina dorsal hasta que sus gemidos anunciaron que se había corrido placenteramente.

Jadeando se dio la vuelta y poniendo su dedo sobre mis labios como señal se silencio se sentó sobre mí y con facilidad introdujo mi pene en su húmedo conejito. Parecía como si no tuviera prisa en absoluto. Lentamente su cuerpo subía y bajaba tratando de alargar todo lo posible las sensaciones que su entrepierna trasladaban a su cerebro. Volvió a coger mis manos y tras pasarlas por su pecho las volvió a colocar sobre mi cabeza mientras sus besos me convencían de que no me moviera. Con los ojos cerrados y pellizcando sus pezones siguió moviéndose ajena a todo lo que la rodeaba. En ningún momento dijo ni una sola palabra, yo la dejé disfrutar porque me extrañó su actitud. En la cama solía ser habladora pero lo de hoy parecía que era algo especial para ella, no sé si por el tiempo que llevábamos sin vernos o que sé yo. Cuando comenzó a correrse de nuevo no aceleró el ritmo sino que disfrutó al máximo del momento sujetándose a mis manos y respirando entrecortadamente a mi oído. Luego abrió los ojos levemente y sonrío antes de darme de nuevo un beso.

Tumbada a mi lado me invitó a que me tumbara sobre ella, cuando me quise poner un preservativo me dijo que no lo hiciera, que quería sentirme plenamente (además de que ella tomaba otras precauciones). Sus últimas palabras fueron "despacio, por favor" y luego abrió sus muslos esperando a que la penetrara sin compasión. Tal y como ella había dicho mi verga entró en su coñito despacio y con facilidad debido a la cantidad de flujos que lo inundaba. En ningún momento deje de acariciar su rostro y mirarla a la cara porque me pareció que estaba a punto de llorar. Yo solo le pude decir "no te preocupes, aquí me tienes" y ella me abrazó con todas sus fuerzas. Lentamente ambos fuimos moviendo nuestras caderas para compaginarnos y hacer que alcanzáramos el clímax conjuntamente. Justo antes de correrse Olga me abrazó como nunca antes lo había hecho y me dijo al oído que me quería. Yo le dije que también y entonces ambos llegamos al orgasmo.

Cuando todo finalizó Olga apoyó su cabeza sobre mi pecho, armándome de valor comencé a balbucear con miedo:

Olga, tengo algo que contarte. – ella me miró a los ojos expectativa – En un par de meses me voy a vivir más lejos y dudo mucho que podamos vernos en mucho tiempo.

Yo también tengo algo que contarte. – dijo ella sin darle la menor importancia a la revelación que yo le acababa de hacerle. – me casó el mes que viene.

Mi cara tuvo que ser el fiel reflejo de la sorpresa ya que tal noticia me cayó como un jarro de agua fría.

Pero aun hay más. Lo hago bajo una condición, – siguió confesándose Olga – me ha hecho prometerle que no volveré a verte jamás.

Yo ya sabía lo que eso significaba y entonces comprendí el porque había estado tan distante durante todo el día y tan fogosa y amorosa en la cama.

Sabes que tanto para mí, como para ti, no será nada fácil cumplirlo por lo que por favor te pido, no, te ruego, que trates de comprenderme. – me dijo con lágrimas en los ojos.

Yo guardé silencio y la abracé más fuertemente contra mí. Así nos quedamos hasta que llegó la hora de acompañarla de nuevo a la estación. Le supliqué que se quedara a pasar la noche allí conmigo, juntos, abrazados en la cama, pero me dijo que no podía, que tenía que volver a su lado. Cuando se fue supe que algo de mí se iba con ella y que nunca más volvería a recuperarlo. Una etapa de mi vida se cerraba y aunque ambos la habíamos compartido juntos, a partir de ahora cada uno debíamos iniciar nuestra andadura por separado.

El día de la boda estuve de mal humor pensando lo mucho que me gustaría estar allí con ella compartiendo el momento más feliz de su vida, pero sabía que no podía ser. Cuando volvió del viaje de novios me llamó y me contó como había ido todo. Desde entonces solo hemos hablado de vez en cuando y nos hemos escrito algunos e-mails pero no nos hemos vuelto a ver cumpliendo lo prometido.

La última vez que hablé con ella le conté que estaba volviendo a escribir y que me apetecía contar algo sobre nuestra relación tan especial. Ella accedió al instante y aquí está el resultado.

Olga sé que no leerás este relato, pero no hace falta que lo hagas para saber lo mucho que te echo de menos y lo que añoro tenerte entre mis brazos de nuevo… aunque como bien sabes ni yo mismo puedo hacerlo ya.