Nuestra primera visita a una playa nudista

Lucía y Carlos son un matrimonio joven pero relativamente tradicional, que descubrían nuevas facetas de ellos mismos cuando acabaron en una playa nudista

Lucía y Carlos llevaban ya 5 días de vacaciones en la costa. Habían visitado varias playas y hoy tenían decidido acercarse a una que le habían recomendado varios amigos cuando les contaron su viaje.

Aparcaron el coche de alquiler y se armaron, como todos los días, con el kit playero. Por insistencia de Carlos, éste se reducía a lo mínimo. Dos toallas, un bolso para las cosas que habitualmente llevas en los bolsillos, y una bolsa nevera con bebida y algo de picar.

Carlos se negaba a comer en la playa. Odiaba la arena desde que era niño. Casi tanto como cargar con mil cosas para ir a la playa. El hecho de acabar como una croqueta hagas lo que hagas le producía urticaria. Se quedaba encima de la toalla lo justo para que su mujer le echara crema como si fuera un niño, y en seguida se iba al agua o a pasear.

Lucía, en cambio, era todo lo contrario, podía vivir en la orilla de la playa. Si por ella fuera, el kit playero consistiría en el paquete premium. Tumbona, sombrilla, nevera, esterilla para comer, filetes de pollo empanados... Carlos se reía de ella diciendo que le gustaban esos filetes en la playa para que se camuflara la arena entre el empanado.

Eran las 11 de la mañana cuando estiraron sus respectivas toallas en la arena blanca. Carlos tenía que reconocer que aquello era precioso. Una arena fina, el mar con el oleaje como a él le gustaba, ósea, con movimiento. Siempre decía que, si ya le costaba entender el gusto de la gente por la playa, ya le explotaba la cabeza si preferían un mar en calma. Decía “Para eso me quedo en la piscina y me ahorro quitarme la arena de entre los dedos de los pies”.

Lucía sacó el bote de crema y se abalanzó sobre Carlos antes de que se escapara. Le embadurnó de crema la espalda y le puso un pegote en la mano para que se fuera dando él en la cara, pecho y las piernas.

Cuando acabó era el turno de Carlos. Esta era la parte que más le gustaba, aprovechar para meter mano con excusa, de día y socialmente aceptado, a su mujer en público.

El cuerpo de Lucía le volvía loco. No tenía medidas de top model, pero para él no había otra mujer que le hiciera sombra. Tenía 32 años aunque nadie que la mirara a la cara la creyera, era alta, 1,76, castaña oscura con la melena hasta un poco por encima de los hombros. De pechos pequeños pero muy en su sitio, y suaves, muy suaves. La tripa plana. Y por último el culo. Qué culo. No un culo de gimnasio, sino un culo rebosante. Grande, esplendido. La ropa de abajo tenía que comprársela una o dos tallas más que las de arriba. A ella, aunque no lo reconociera, le acomplejaba un poco, pero a Carlos le traía la cabeza loca.

Tumbó a su mujer en la toalla y empezó por la espalda y los hombros, rápidamente, que no había tiempo que perder, porque venía la mejor parte. Se volvió a echar crema en las manos para calentarla un poco y pasó a las pantorrillas y los muslos. Deslizaba desde los gemelos hasta el inicio del culo, al que no tardó mucho en llegar. Le encantaba ponerle la braguita del bikini como si fuera un tanga y masajear y masajear esas nalgas rotundas hasta la eternidad.

Lucía, sabedora de los gustos de su marido, se dejaba hacer un rato, hasta que con un “ale ya” se giraba y le pedía que siguiera por delante.

Separado de su juguete Carlos no tardaba en encontrar otro entretenimiento. Después de la crema de rigor en las piernas y vientre se pasaba a las tetas de Lucía. Como llevaba la parte de arriba del bikini, le gustaba hacer enfadar a su chica, metiendo la mano por dentro de las copas y masajeando todo bien, incluyendo los pezones rosaditos que le volvían casi tan loco como el culo.

Lucía era especialmente pudorosa. Carlos le insistía siempre que iban a la playa que hiciera top les, que luciera ese cuerpo que a él le encantaba. Pero siempre se negaba, alegando que ella decidía si quería enseñar o no, y que la dejara en paz. De vez en cuando, en casa, lejos de una posibilidad real, Lucía le decía que un día podían ir a una playa nudista, idea que a Carlos ya le valía para que se le pusiera morcillona, pero a la hora de la verdad “se le olvidaba” u “otro día”. Por eso, de manera sistemática, en cuanto se pasaba magreándole los pechos, le chistaba y le retiraba la mano de un manotazo.

Una vez acabada la liturgia de la crema, Lucía se ponía a tomar el sol y Carlos tenía que aguantar un rato en la toalla para que se le bajara la erección que le provocaba masajear a su mujer.

En cuanto el asunto se le relajaba, se iba al agua a pegarse un poco con las olas. Se levantó y se fue para la orilla. Pero hoy ni el mar estaba de su parte. Aquello, que hace un rato prometía, ahora parecía un plato. Después de meterse y refrescarse un poco, vio que aquello no tenía trazas de mejorar y decidió irse a dar un paseo.

Hacía 3 o 4 años que Carlos había cambiado sus hábitos y empezó a cuidarse y a hacer deporte. Ahora no es que fuera portada de men´s health pero tenía una musculatura más definida y hasta asomaban unos abdominales por encima de un poco de barriga que quedaba de tiempos menos sanos. Dentro de sus nuevas costumbres había incluido la de andar. Se había tomado en serio lo de andar 10000 pasos diarios como mínimo y la playa era un buen sitio para ponerlo en práctica.

Así que volvió a la toalla y se cogió el móvil y las gafas de sol, y le dijo a Lucía que se iba a pasear. Después de besarla como siempre hacían cuando se separaban más de 5 minutos, echó a andar playa adelante.

Menos mal que llevaba gafas de sol, así evitaba parecer un pervertido. Porque madre mía que chicas se cruzaban con él. De todo tipo y condición. Altas, bajas, delgadas, rellenitas, rubias, morenas… y las que iban haciendo top-less. Como le gustaría que Lucía fuera más animada y decidida e hiciera también top-less. No sabía porqué pero le ponía una barbaridad la idea.

Quería muchísimo a Lucía, pero estaban completamente desacompasados en el tema del sexo. Si por el fuera, estarían como mandriles uno encima del otro todo el día. Pero ella era todo lo contrario. Y claro, el ritmo lo imponía Lucía porque él no quería forzarla a hacer nada que no quisiera. Así que su vida sexual mutua se reducía a una paja a la semana y con suerte un polvo al mes. Y si caía una mamada, era con condón, que a ella no le gustaba nada chupársela directamente. Eso el sexo en común, porque la lívido de Carlos la gestionaba matándose a pajas casi a diario viendo porno.

Después de 10 minutos andando llegó a unas dunas que separaban la playa de la siguiente. Y un cártel flanqueaba la “entrada” de esta nueva playa. PLAYA NUDISTA.

Solo con leer el cartel a Carlos ya se le animó el amigo con una incipiente erección y su cabeza empezó a maquinar. Rápidamente, casi corriendo, volvió sobre sus pasos a buscar a Lucía.

Cuando llegó a su lado estaba igual que la había dejado, vuelta y vuelta al sol.

-Lucia, recoge que te voy a llevar a un sitio. Le dijo nada más llegar.

-¿Pero qué dices?, si estamos aquí muy bien. ¿Dónde coño quieres ir ahora?

-Confía en mí, es una sorpresa, te va a encantar.- Espero, pensó.

A regañadientes Lucía se levantó y ayudó a Carlos a recoger su campamento y echaron a andar. Y a los mismos 10 minutos de antes Lucía leyó el mismo cartel.

  • ¿Pero tú estás tonto o qué te pasa?- Empezó a gritar Lucía ante la cara sonriente de Carlos.

-A ver amor, ¿cuántas veces hemos dicho de probar en una playa nudista? Y siempre, por h o por b, lo dejamos para otro momento. Pues ale, ya ha llegado el momento. De todas formas, si no quieres nos damos la vuelta y ya está. Pero sí te pido que entonces no vuelvas a sacar el tema del nudismo nunca más porque ya sabré que no vas a querer nunca.

Lucía reflexionó. Carlos tenía razón. Era un tema recurrente entre ellos y ella siempre lo había visto más como una fantasía que como una realidad, porque su lado más púdico le decía que eso no estaba bien. Pero claro, su lado lujurioso, aunque pequeño en comparación, le empujaba a seguir más allá de ese cartel.

-Bueno, vale, vamos, pero ya te aviso que vaya no significa que me desnude. Sé que no es “obligatorio” aunque sea una zona nudista, solo una opción.

-Vale- Respondió Carlos -me parece bien. Haz lo que quieras, lógicamente.

Y con ese acuerdo echaron a andar playa adelante. En el paseo ya empezaron a encontrarse con gente que paseaba desnuda con total tranquilidad. La mayoría era gente mayor, y aparentemente extranjeros, pero también había gente joven. Carlos estaba disfrutando como un enano. Más que por el espectáculo, por ver a Lucía cada vez que se cruzaba con alguien como agachaba la cabeza vergonzosa, pero sin poder evitar vistazos de reojo.

En otros 5 minutos llegaron a una zona más concurrida, con chiringuito incluido. Como bien vaticinaba Lucía, allí la mayoría estaban desnudos pero algunos también estaban con bañador. Casi todos los vestidos estaban con su pareja, que sí que era nudista.

Después de una inspección general de la zona, encontraron un sitio donde colocar las toallas, en el extremo de la playa, que terminaba en una especie de montaña de rocas. A una distancia prudencial de otros turistas, para no molestar, ni ser molestados.

En cuanto estuvieron las toallas extendidas, Lucía se tumbó y Carlos, de pie delante de ella, se quitó el bañador, y se quedó con los brazos en jarras y sonriendo.

-mucho has tardado- Dijo Lucía riéndose.

  • Voy al agua

-eh eh eh, un momento, que tienes que echarte crema que ahí hay zonas de la piel que nunca han visto el sol.

-venga, tienes razón, ponme crema.

-¿cómo? ¿yo? Anda, toma y échate bien. Respondió Lucía sin dejar de reírse.

Obediente, Carlos cogió el bote, y empezó a echarse, maldiciendo lo cerquita que había estado de conseguir que se la pusiera Lucía.

Una vez acabada la tarea, vigilada pormenorizadamente por Lucía, se marchó para el agua.

Mientras estaba a remojo como un garbanzo, se puso mirando hacia la playa. Observando a Lucía, pero sin desaprovechar inspecciones periódicas al resto de los bañistas.

Pasó un rato hasta que se fijó que una pareja que estaba más cerca de sus toallas. Era una pareja de mediana edad, con el color característico que les delataban como extranjeros, de Europa del norte. Es decir, empezaban a confundirse con cangrejos.

La percepción de Carlos es que eran veteranos en esto del nudismo. Lo más significativo era por la falta alguna de marcas de moreno. Ella además llevaba piercings en ambos pezones, al final de unas tetas prominentemente grandes y sospechosamente ajenas a la gravedad. Los dos estaban solo vestidos con unas gafas de sol, los dos leyendo, los dos en sendas tumbonas, el tumbado bocarriba, con la polla, sin circuncidar, apoyada en uno de sus muslos, y ella con las piernas dobladas y ligeramente abiertas, mostrando su sexo completamente depilado, sin ningún pudor a todo aquel que saliera del agua.

Estaban a unos 5 m de distancia de donde estaba Lucía, tomando el sol. Mirando a su chica pudo comprobar como una azorada Lucía echaba mirabas fugaces a sus lados. Estas miradas se dirigían a todos los lados, pero se detenían un poquito más de tiempo en el miembro de aquel guiri. No sabía si por proximidad o por alguna otra razón.

En un momento dado, el guiri miró a Lucía, justo en una de sus fugaces inspecciones. A Lucía casi se le parte el cuello de la velocidad con que apartó la vista. El rubor de su cara, aunque intentaba disimular, prácticamente igualó el tono de los dos guiris. El guiri sonrió sutilmente y se giró para decirle algo a su pareja, que, mirando ligeramente hacia Lucía, también se sonrió.

A Carlos, sorprendentemente, le calentó que se hubieran fijado en su mujer. Coño, incluso le calentó que su mujer estuviera viendo otras pollas. Y, actuando de macho alfa, decidió volver a su lado para “marcar el territorio”. Al llegar junto a su chica, cogió la toalla para secarse un poco, la extendió en la arena, siendo consciente de en qué lado se ponía para no entorpecer los vistazos de su mujer.

Cuando se tumbó a su lado, besó cariñosamente a su mujer en la mejilla, deteniéndose el tiempo suficiente para asegurarse que el guiri le veía.

  • ¿Qué tal cariño? – Preguntó Carlos

  • Pues la verdad es que mejor de lo que pensaba. Veo a la gente por aquí desnuda y veo que lo hacen con naturalidad.

  • Ya te lo dije exagerada. Yo ya ni me acuerdo de que voy desnudo- Era verdad, Carlos llevaba ya media hora sin bañador, y parecía que llevaba toda la vida haciendo nudismo. Se había paseado sin pudor entre el agua y las toallas y estaba la mar de a gusto.

-Entonces ¿te animas a hacer topless?- Lucía volvió a girar el cuello a la velocidad de la luz, pero esta vez en dirección a su marido. Carlos la miraba sonriendo, apoyado con la Maja de Goya. Tumbado sobre su costado, el codo apoyado en la toalla y la mano en la cabeza, y, obviamente, su polla bajo los efectos de la gravedad.

La imagen a Lucía le resultó bastante cómica y tras una carcajada, echó sus manos al cierre de la espalda de la parte de arriba del bikini.

Inmediatamente el miembro de Carlos empezó a luchar levemente contra Newton, y le venció sobradamente en cuanto Lucía levantó el sujetador, dejando éste en la toalla y sus preciosas tetas al viento.

Lucía miró sonriendo a Carlos, pero en cuanto vio el efecto de su acto dio un gritito y le dijo -¡pero nene! ¿tú te has visto?

Carlos, carcajeándose respondió - ¿qué quieres cariño? Tengo a la mujer más cañón en topless a 30 cm, y uno, que no es de piedra…

-Bueno, que no es de piedra… parece que algunas partes sí- Respondió Lucia volviéndose a reír.

  • por cierto, tendrás que echarte crema, que esas no están acostumbradas a los rayos ultravioleta.

  • Tienes razón- cogió el bote y con la cara morbosa que pudo poner, añadió - ¿Me ayudas?

Carlos y su miembro dieron un brinco al unísono y se subieron a horcajadas de su chica, que no paraba de reírse.

Con la polla ya bastante iniesta, apoyada entre el monte de venus y la barriga de su mujer, Carlos se llenó las manos de crema y empezó, cadenciosamente, a masajear las preciosas tetas de Lucía. En la intimidad, a Lucía le excitaba muchísimo que Carlos jugara con sus tetas y sus pezones. Y en ese momento, parecía que el mundo se había desvanecido, y estaban solos ella y su marido, en su cama, en uno de sus juegos preliminares. Ella se dejaba hacer, con una sonrisa. Echó un instante la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, y soltando un suspiro. Cuando volvió a abrirlos, y mientras su marido estaba concentrado en prevenir que no se le quemaran los excitados pezones con movimientos circulares sobre ellos y pequeños pellizcos, giró la cabeza y comprobó como el guiri la miraba sin ningún disimulo, mientras acariciaba suavemente su polla, que había crecido considerablemente de tamaño desde el último vistazo que le dio.

El primer impulso de Lucía fue girarse de nuevo, pero la curiosidad, ¿y el morbo?, la pudo y en vez de apartar la vista la fijó aún más en el miembro de aquel hombre.

El rubor volvió a las mejillas de Lucía, más incluso que la primera vez que le había pillado mirándole la polla. Pero esta vez, sin acabar de saber el porqué, aguantó la vista en aquella barra de carne, que empezaba a alcanzar unas considerables dimensiones bajo las caricias de su dueño.

  • Ale, ya – dijo Carlos sonriendo, sacando a Lucía de su hipnosis. -A que jode que te paren cuando te lo estás pasando bien, eh – decía su marido mientras se carcajeaba. La erección de su marido también estaba en un punto bastante álgido, lo que no ayudaba a disminuir el morbo de la situación.

Vio como Carlos se tumbaba boca abajo en la toalla, para disimular un poco su pequeño inconveniente. Un instante después volvió la vista hacia aquel hombre, que ya no la miraba y que volvía a estar enfrascado en su libro. Lucía sintió un fogonazo de decepción. Sería porque su chico le había dejado de tocar. Lo que sí pudo corroborar era una ligera humedad en la braguita del bikini.

Ya eran cerca de las 2 de la tarde, cuando decidieron acercarse al chiringuito a tomar algo. Lucía se volvió a poner la parte de arriba del bikini, ante la mirada desilusionada de su marido, que seguía con su traje de Adán sin ningún pudor.

  • ¿Piensas ir desnudo a comer?

  • Claro ¿por qué no?

Después de poner los ojos en blanco se fueron de la mano a por víveres. Antes de irse, echó un vistazo hacia la pareja de guiris. ¿Aquel hombre le estaba mirando el culo?

Ya en el chiringuito Lucía vio que el uniforme oficial estaba más extendido de lo que pensaba, y en todos los sitios. Se fijó que, de las mujeres que allí había, era la única que llevaba las dos partes del bikini, y solo dos más conservaban las braguitas, llevando las tetas al aire. También comprobó que a todo el mundo le daba exactamente igual. No había miradas acusatorias porque ella fuera vestida, ni miradas incómodas hacia cuerpos desnudos.

Pidieron un par de bocadillos y unas bebidas. El de Lucía, de pollo empanado, incluyendo los chistes de Carlos, y el de su marido un clásico de jamón.

Apoyados en la barra, mientras esperaban a que les sirvieran, Lucía, echó un vistazo más general a la playa. Comprobó la desnudez de todo tipo de cuerpos. Algunos bastante mayores, otros más jóvenes. Mejor o peor formados. Se podía observar un catálogo de adornos corporales. Tatuajes, piercings… ¿aquel hombre llevaba un anillo de goma alrededor de su pene y los testículos? ¿esa mujer tenía un piercing en el clítoris? Una sonrisa se le dibujó a Lucía, que no pasó desapercibida por su marido.

  • ¿De qué te ries?

  • jajaja Nada, estaba pensando que esto parece un catálogo de la humanidad. Hay de todo tipo y condición. Alaaa vaya tranca gasta aquel tipo, jajaja.

  • jajaja ya te dije que esto es más normal de lo que crees. Podemos ponernos filosóficos sobre si los estándares morales son inherentes al hombre o un convenio social jajaja. Pero creo que ahora tengo suficiente con saber que estoy agustísimo con los huevos al viento sin que le sorprenda a nadie jajaja.

  • jajajaja que brutito eres cariño- dijo dándole un piquito.

  • ¿y tú? ¿cómo llevas la experiencia? Bueno, la medio experiencia jajaja.

  • Pues me jode reconocértelo, pero mejor de lo que suponía

  • Ya lo noté cuando te ponía crema en las tetas jajaja. Algún gemidito se te escapó.

Un flash del guiri acariciándose la polla cruzó por la mente de Lucía, que contrajo involuntariamente los muslos.

  • Sí, me sigue jodiendo, pero también reconozco que fue morboso y me calentó- y acercándose al oído de su marido dijo -hasta me mojé un poquito- Y le mordió suavemente la oreja a Carlos, que casi se saca un ojo con el respingo de la polla.

  • Hijaputa

  • Salidorro

Y se descojonaron los dos.

Finiquitados los bocadillos fueron de vuelta a la toalla. Carlos notaba que a su mujer le estaba gustando cada vez más la situación. Hace tres horas le daba codazos para quitárselo de encima cuando le ponía bronceador en el culo y ahora, además de hacer topless, le ha confesado que se puso cachonda mientras le magreaba las tetas desnudas en mitad de una playa con gente alrededor. Tenía que seguir apretando un poquito más. Sabía que no se atrevería a seguir haciendo avances ella sola. Demasiados años de pudor, pero si se le ayudaba con pequeños empujoncitos…

De camino su chico preguntó - ¿lista para el segundo round? Ahora toca la braguita – y le guiñó un ojo.

  • Pues mira, lo mismo me arranco por bulerías- Respondió riendo, mientras comprobaba, ¿ilusionada?, que la pareja de guiris seguía allí.

En cuanto llegaron a las toallas, Carlos se quedó mirando expectante que haría su mujer. Y también comprobó que no era el único espectador pendiente del show. El guiri, sin ningún disimulo, miraba hacia ellos, con los ojos escondidos tras las gafas de sol.

Lucía, también consciente que el público estaba esperando su espectáculo, se puso de pie al lado de la toalla, dando la espalda a Carlos. Mirándole por encima del hombro, sonriendo, se desanudó la cuerda de la espalda del bikini y se lo sacó por encima de la cabeza. Para acto seguido, girarse hacia su marido, y con sus ojos fijos en los de él, que no podía decir lo mismo, al estar repasándola de arriba abajo, puso el culo en pompa ligeramente, y se bajó la braguita un poquito más lenta de lo necesario.

Era plenamente consciente que lo que parecía un juego de seducción para con su marido, fue realmente una exhibición en toda regla para aquel hombre desconocido, que, por supuesto, no perdió ningún detalle.

  • Joder Lucía, joder- acertó a balbucear Carlos, acariciándose la polla, también consciente de que aquel espectáculo no era para él solo.

  • jajajja ¿te ha gustado?

  • no sabes la suerte que tienes de que estemos rodeados de gente, que, si no, te reventaba aquí mismo

  • jajajaja para que luego digan que el romanticismo a muerto

  • Es que mira cómo me tienes- dijo mirándose la polla. – Bueno, a mí y a media playa, fíjate en nuestro vecino.

Lucía se giró para volver a mirar a aquel hombre, que, esta vez sí, seguía mirándola, acariciándose de nuevo su más que digna polla y sonriendo. Ahora Lucía le sostuvo la mirada y le sonrió también.

Tras unos instantes que fueron eternos para Lucía, aquel hombre se giró hacia su pareja, comentando algo. Inmediatamente ella también miró hacia Lucia, y también sonrió.

Carlos era testigo desde la barrera del cruce de miradas entre su chico, aquel hombre y ahora también aquella mujer. Creía que no podía estar más caliente pero su intuición le decía que aquel día tendría más de una oportunidad para comprobarlo.

A Lucía le recorría una excitación por el cuerpo que le estaba pillando completamente por sorpresa. Llevaba con los pezones erizados y erguidos desde que empezó a desabrocharse el bikini. Y menos mal que ahora no tenía la braguita porque sospechaba que la dejaría chorreando. Jamás imaginó que le pudiera gustar este tipo de experiencias. Mostrarse frente a desconocidos. No solo mostrarse, casi exhibirse. Y que su voyeur supiera que ella era consciente que la observaba, sin que hiciera nada por evitarlo, incluso alentándole con miradas y sonrisas, la excitaba todavía más. Que rabia le daba tener que darle la razón a su marido.

Su marido, estaba dormitando a su lado, boca abajo y con los brazos bajo la cabeza.

“Para dormir estoy yo”. Pensó Lucía. Ella seguía con cruces ocasionales con aquel hombre, que cada vez mantenía más la mirada en ella. Sutilmente, de vez en cuando hacía algo para llamar la atención de aquel espectador. Se acariciaba la pierna, se “sacudía” la arena de las tetas, de su tripa, de su entrepierna… siempre con vistazos hacia su lado para comprobar que seguía con público. Unas veces él solo, otras veces los dos, miraban hacia ella, ya siempre con una sonrisa y como siempre, sin ningún disimulo.

Ya eran las 4, y el calor del sol, y otros, apretaban a la pareja.

  • Cariño, creo que necesitamos un poco más de crema, que, si no, nos vamos a poner como nuestros vecinos- Dijo Lucía riendo a un adormilado Carlos.

  • ¿eh? Ah, sí, crema. Pero antes creo que me voy a dar un chapuzón para refrescarme.

  • Te acompaño, yo también necesito enfriarme un poco- dijo mientras volvía a mirar hacia su vecino.

Carlos se levantó, ya con su herramienta en estado de reposo después de la siesta, y vio como Lucía hacía el amago de coger su bikini.

  • No jodas ¿de verdad?

Lucía se quedó con la prenda en la mano, sentada en la toalla y mirando a su marido. Miraba el bikini y a su marido alternativamente. Y finalmente lo miró a él, que con el movimiento de la pareja había vuelto a prestarles atención. Y Lucía, sonriendo de nuevo hacia su marido, soltó el bikini y dijo -tienes razón.

Carlos estaba exultante. Su mujer iba a pasearse desnuda por el borde la playa, a la vista de todos. Esta situación le estaba poniendo a mil, como pudo comprobar al volvérsele a amorcillar el aparato.

Su, hasta hace escasas horas, recatada mujer, estaba levantándose, poniéndose primero sobre las rodillas y manos, como un perrito, y casualmente con su culo y su sexo en dirección de aquel desconocido. Y no tuvo suficiente con eso, que cuando estuvo de pie, se estiró como si acabara de levantarse de la cama, poniéndose de puntillas, estirando los brazos hacia arriba y arqueando hacia atrás la espalda.

Y cuando recuperó su posición lo primero que hizo fue comprobar que su mirón no se hubiera perdido el espectáculo. No se lo había perdido ni él ni la mujer a su lado, ambos mirando fijamente el cuerpo de Lucía.

Una sonrisa de satisfacción apareció en la cara de Lucía, que les mantuvo la mirada unos segundos antes de ir con su chico al agua cogidos de la mano.

De camino al agua Carlos no perdía vista de la reacción de los demás ante su mujer. A pesar de la normalidad de la desnudez de casi todo el mundo, obviamente, siempre había miradas más o menos intensas. Y su mujer, acaparaba muchas de estas miradas. Comprobaba como más de uno, y de una miraba a su mujer, a sus tetas, a su rebosante culo, y no podía estar más orgulloso.

La quería, la quería con auténtica locura, aunque estuvieran tan desacompasados en el tema del sexo. Pero ese día Carlos tenía la certeza de que sería un punto de inflexión en eso.

Carlos, durante el paseo, aprovechó para ir acariciando aquel culo que le traía de cabeza, sin, sorprendentemente, una negativa de Lucía, que se dejaba hacer.

Ya en el agua, se juntaron, se abrazaron, se besaron, como el matrimonio feliz que eran. Y se magrearon, como la pareja excitada que eran en ese momento.

Carlos amasaba el culo de Lucía, mientras ella le comía la boca y le rodeaba el cuello con los brazos.

El agua fría le estaba ayudando a controlar, más o menos, la erección, que estaba solo en fase morcillona.

  • ¿Qué tal va el día, amor?- Le preguntó a su mujer.

  • ya te lo he dicho en el chiringuito, que sorprendentemente bien

  • Ya, pero es que desde el chiringuito hasta este momento han pasado bastantes cosas jajaja.

Carlos tenía razón. En un par de horas había pasado de hacer topless, que ya le parecía impensable al comienzo del día, a desnudarse frente de desconocidos, a ver como un extraño la devoraba con la mirada, como se acariciaba la polla observándola, a exponer su cuerpo conscientemente a la vista de aquel hombre. Y todo eso no solo no le molestaba, ¡le estaba encantando! Habían sido dos horas, pero parecían dos vidas.

  • Pues sigue sorprendentemente bien jajaja. Respondió después de valorar la evolución y como se sentía con ella.

  • ¿Algún día me harás caso a la primera para probar cosas nuevas? Inquirió un sonriente Carlos.

  • jajajaja puede que empiece a escucharte un poquito más, pero no prometo nada.

  • ¿y tú? ¿qué te está pareciendo la experiencia?. Que también es tu primera vez.

  • fantástica, genial, asombrosa, estupenda…- enumeraba Carlos mirando hacia arriba y contando con los dedos de la mano.

  • ¿y no te molesta que desconocidos (pensando en su vecino) devoren con la mirada a tu mujercita?

  • Me está volviendo completamente loco- Sentenció

Realmente lo pensaba así. Todo este juego de voyeurismo entre ellos y la pareja de al lado le estaba encantando.

Salieron del agua riéndose los dos, y cogidos nuevamente de la mano.

“Hora del tercer round” esta vez Carlos lo pensó en vez de decírselo a su mujer. Iba a intentar volver a darle otro empujoncito a su mujer. Seguro que con la ayuda de sus vecinos.

La cara de decepción de los dos cuando llegaron a las toallas fue tremenda. Sus vecinos se habían ido. Obviamente no dijeron nada, pero el bajonazo para ambos fue tremendo.

Cogieron las toallas para secarse un poco. Los dos de pie, sin decir nada, y mirando ambos a un lado y a otro.

Cuando Carlos miró hacia el chiringuito tocó en el hombro de su mujer, que, cuando le miró, le señaló con la cabeza, para que se fijara hacia allí.

Sus vecinos volvían con sendas bebidas en las manos y manteniendo sus gafas de sol como único vestuario. A Lucía se la cambió la cara. Parecía una niña la mañana de Reyes. Ahora podía mirar un poco más a sus fans. Rondarían los 40 años, con cuerpos razonablemente en buena forma.

Ambos morenos y completamente depilados ambos. Ella debería rondar el 1,60, alguna estría normal de la edad, un culo en su sitio correcto, pero a años luz de las dimensiones del de Lucía y, efectivamente, unas tetas adornadas con piercings, que seguro eran obra de un cirujano, en lugar de la naturaleza. Miró a su chico, y vio que estaba hipnotizado con aquellas dos aldabas. Obviamente, no podía reprocharle nada, porque ella enseguida volvió a mirar hacia donde tenía especial interés. Aquel hombre mediría casi 1,90, con unas espaldas anchas que le daban un aire de nadador. Le recordó a las películas de Johnny Weissmüller haciendo de Tarzán. Solo que no recordaba que Tarzán se paseara con esa liana al viento por la selva.

Tenía una polla de dimensiones considerables. Es verdad que la de Carlos no le iba a la zaga, pero esta parecía haber tomado un par de petit suises más. Se movía con una cadencia que parecía un diapasón hipnotizándola. Mientras estaba mirándola, puede que demasiado, fijamente, apareció una mano en mitad del plano para empezar a acariciarla. Levantó la vista y vio a su dueño con la mirada hacia ella y volviendo a sonreír. Esta vez ella se puso un poco colorada porque creía que se había pasado de intensa.

Lo siguiente que paso es que aquel hombre, mientras la miraba se levantó por primera vez las gafas de sol y sus ojos se cruzaron con los de Lucía, mientras seguía sonriendo. A Lucía le afloró también una sonrisa, aunque no se le bajaron los coloretes de las mejillas.

Cuando llegaron a su sitio, recuperaron sus posiciones sobre las tumbonas, ella volvió a su revista y él volvió a Lucía.

Lucía empezó a estirar la toalla de nuevo en la arena, mientras seguía alternando la mirada entre los ojos y la polla de aquel hombre. Volvió a recrearse en los gestos. La estiró desde los pies, arqueada hacia delante. Se puso de rodillas sobre ella, y como una gatita, fue, lentamente recorriendo las esquinas, a cuatro patas, girando sobre sí misma, mostrando primero su culo y luego su cara a aquel hombre.

Su vecino no se perdió detalle de las maniobras de colocación de Lucía. Cuando empezó a estirar la toalla y puso su culo y su rajita, que volvía a humedecerse por la situación, hacia él ya estaba acariciándose. Pero cuando volvió a girarse, las, aparentemente, inocentes caricias habían dejado paso a una paja en toda regla. Lentamente, veía la mano de aquel hombre subir y bajar de aquella polla que tanto le empezaba a gustar.

Esto turbó por un momento a Lucía, pero la excitación alcanzó un nuevo nivel.  En el momento de estirar la última esquina, con su culo en dirección a Carlos y su cara hacia aquel extraño, lo hizo sin mirar ni un momento a la toalla. Tenía la mirada fija en aquel hombre, aquellos ojos y aquella polla en proceso de paja, y sonreía mientras lo hacía.

Carlos miraba la escena, embellesado por los movimientos de su mujer y cachondo perdido. En el momento que vio que aquel guiri empezaba a hacerse una paja con la vista en el culo de su mujer pensaba que iba a correrse sin tocarse. Era lo más excitante que le había pasado en su vida. Pero cuando su mujer se giró, vio al vecino masturbarse, y no apartó la mirada, comprendió que el límite de lo más excitante de su vida podría ser roto de nuevo ese día.

Finalmente Lucía se tumbó, apoyada sobre los codos, mientras seguía mirando a aquel hombre pajearse. Pero, al comprobar que el espectáculo había acabado, el guiri decidió dejar tranquilo a su amiguito, colocarse de nuevo las gafas y retomar su lectura.

Una decepcionada Lucía miró hacia su marido para comprobar que también él la miraba a ella con una sonrisa socarrona en la cara

  • ¿qué?

  • Nada nada- Rio Carlos.

De repente Lucía se acordó. -Hostia la crema

-Estaba viendo cuanto tardabas en volver a la consciencia jajaja

Lucía miró con los ojos achinados y los labios y el ceño fruncidos a su marido, que seguía riéndose.

-Jajaja venga, ¿Quién empieza con quién?- Pregunto Carlos

  • Mmmh, yo soy más blanquita, creo que lo necesito más- poniendo el tono de más niña buena que podía.

  • tienes un morro que no te lo crees ni tú, pero venga- dijo Carlos, cogiendo el bote de crema.

Una victoriosa Lucía se puso bocabajo, con la cabeza, obviamente, mirando hacia aquel hombre.

Carlos, se puso a horcajadas sobre su mujer, colocando, inevitablemente su polla un poquito más relajada entre los cachetes del culo de Lucía. Duró más relajada aproximadamente 5 segundos.

Lucía notó aquella intrusión, y, si bien hacía 5 horas hubiera puesto el grito en el cielo y se hubiera sacado a Carlos de encima, ahora, no solo no le importó, si no que se movió un poquito de lado a lado para que encajara aún mejor.

Lucía miraba a su vecino, que esta vez no parecía atenderla. Suspirando, cerró los ojos, y se dejó masajear y aplicar crema por Carlos.

Carlos, mientras tanto, se afanaba en dar un buen masaje a su mujer. Tenía que aprovechar la situación lo que durara. Pasaba suavemente las manos por la espalda de Lucía, que se dejaba hacer. Hombros, costado arriba, costado abajo, caderas, bajando poco a poco. saltándose el culo, se giró y pasó a las piernas. Se cambió de posición, y se puso de rodillas a los pies de Lucía. Ahora, en vez de bajar, subía cada vez un poquito más. Su polla se debatía entre fases de erección y relajación.

Poco a poco, acabó llegando a su objetivo principal. Se volvió a colocar sobre Lucía, esta vez a la altura de sus piernas, y empezó a masajear ese montón de carne que casi reverenciaba.

Lucía se estaba dejando llevar. Desde luego que, si llega a saber esto, hubiera dejado a su marido que se prodigara más veces con esta aplicación de crema. Mientras masajeaba su culo, se le escapó un suspiro de relajación y placer.

A su vecino no se le pasó por alto aquello, que al escucharlo miró hacia Lucía. Al ver que tenía los ojos cerrados miró hacia Carlos, que le devolvió la mirada, y sonriendo el guiño un ojo de complicidad. El hombre sonrió también y se centró en el movimiento hipnótico del culo de Lucía.

Carlos se acercó al oído de Lucía y susurró -Vuelves a tener espectadores-

Lucía inevitablemente abrió los ojos y un escalofrío de placer le recorrió la espalda al comprobar que era de nuevo observada.

Ya no volvió a cerrar los ojos. Le estaba encantando esta sensación de excitar a extraños solo con verla. Y tenía que reconocerlo, también le encantaba mirar a ella. Pudo notar como su coño volvía a humedecerse al ver crecer lentamente de nuevo aquella polla ajena.

Como aquel capullo se hinchaba y crecía, aflorando del prepucio la estaba trayendo loca. Y que su marido estuviera allí también, no le importara, sino que más bien jaleara la situación, incrementaba la excitación a niveles inesperados. Claro, que, además, la estuvieran masajeando el culo, con caricias cada vez más cercanas a su coño, pues no ayudaba a la relajación.

Ya sin tapujos, y mirando fijamente, distinguió como el líquido preseminal afloraba de la punta, después de tantas erecciones sin culminar.

Apartó un momento la vista de aquel miembro para mirar a su dueño, que también abandonó el espectáculo para mirarle a los ojos. Cuando volvieron a conectar, volvió a levantarse las gafas, al tipo que volvía a agarrarse la polla.

Tenía el coño encharcado. No recordaba haber estado tan caliente en su vida. Empezó a moverse inadvertidamente intentando frotarse con la toalla. Obviamente, ni era una opción viable, ni era posible que Carlos, que estaba encima de ella no se diera cuenta.

Viendo la situación, Carlos, después de volver a mirar a su voyeur, se acerco de nuevo al oído de Lucía, pidiéndole que se diera la vuelta.

Una obediente y encharcada Lucía se giró, dejando la cabeza, obviamente, girada hacia su espectador. Aunque ya no era solo uno, también la mujer la miraba. Y mientras uno se agarraba el miembro, ya completamente erecto y descapullado, la otra se acariciaba sutilmente las tetas y los pezones con una mano.

Carlos, empalmado como nunca, se puso sobre su mujer, y repitió la operación de la crema y el masaje. Ya estaban en un punto en que la crema era más para facilitar el magreo que para prevenir una quemadura. Recorría parsimoniosamente la geometría de Lucía, que se dejaba hacer sin rechistar.

Mirando a sus vecinos, vio como la mano libre de la mujer apartó la del hombre de aquella polla, sustituyéndola.

Y otro nivel de excitación recorrió la columna, los pezones, las orejas, el clítoris y todas las zonas erógenas que tenía Lucía en el cuerpo. Notaba hasta contracciones en su vagina cada vez que Carlos le recorría y pellizcaba los pezones. Ya resoplaba y gemía sin disimulo.

Se incorporó sobre sus codos, primero para ver mejor a su marido y su excitación y luego para tener mejor visión de lo que pasaba en la polla de su vecino. ¿O puede que fuera otro orden?.

La mujer seguía agarrada al mástil y pudo ver como su mano empezaba a estar pringada en los flujos que producía su acompañante. No sabía si se podía considerar paja lo que estaba haciendo, porque movía tan despacio la mano que parecía que iba a cámara lenta.

Carlos se volvió a mover, poniéndose de rodillas al lado de Lucía. Obviamente en el lado que no entorpeciera la visión de su mujer a sus vecinos, y que, por supuesto, le permitiera a él seguir mirando.

El siguiente paso fue aplicar crema en las piernas. Y empezó como siempre, de abajo arriba. Poco a poco, de las pantorrillas se llegó a los muslos, donde se recreó más tiempo. Cada pasada era un poco más larga y un poco más profunda, internándose cada vez más en la cara interna de las piernas.

Con el primer roce en sus labios mayores Lucía pensaba que se corría. Soltó un gemido que hasta sorprendió a Carlos y echó la cabeza para atrás del espasmo de placer.

Carlos, viendo que su mujer no iba a detenerlo, siguió siendo cada vez un poco más arriesgado en sus caricias. Con las manos completamente en el interior de los muslos, subía hasta atrapar el sexo de su mujer como una pinza, para volver a liberarlo. Subir, atrapar y liberar, subir, atrapar y… quedarse. En uno de esas subidas, atrapando los labios del coño de su mujer, en vez de soltarlos, movió las manos como si frotara, para que rozara entre sí aquel coño rezumante de flujo.

Lucía estaba obnubilada. Mientras su marido la masajeaba cada vez más explícitamente ella seguía mirando hacia sus vecinos. En un momento dado, él se giró hacia su pareja, que, después de decirle algo, le soltó el miembro y se levantó cogiendo la toalla. Él la imitó, aún con la polla en su máximo esplendor.

No no no no, pensó Lucía, ahora no. Con todo lo que os estoy dando, no os podéis ir ahora, no jodáis. Lleváis todo el día calentándome, digo, calentándonos, y ahora que estoy medio rendida, digo, medio rendidos ¿os piráis?. No puede ser. Estaba en proceso de odiar a aquella pareja hasta el infinito, cuando vio que se dirigían hacia ellos con una sonrisa.

Al llegar a su altura, se quedaron un instante de pie al lado de Lucía y, sonriendo, señalaron el trozo de arena de su lado. Automáticamente una sonrisa de oreja a oreja se le dibujó a Lucía, que miró a su marido, y al comprobar que también sonreía, les asintió con la cabeza.

Estiraron las toallas a su lado y se recostaron. Repitiendo la posición de antes. Él al lado de Lucía y ella a continuación. Ahora mismo ordenados Carlos, Lucía, él y ella. Lucía temblaba entre excitación y nervios. Su codo y el de su nuevo mejor amigo estaban a escasamente 10 cm de distancia. No tendría ni que estirarse para tocarle.

Carlos seguía afanado con su tarea, que había pasado ya a un masaje sobre el sexo de su mujer, que ahora mismo, debido a la excitación, estaba abierto como un clavel, exponiéndose en todo su esplendor. Labios mayores, menores, la entrada de la vagina, el clítoris. Todo lucía expuesto, rosadito, suave, y extremadamente lubricado.

A su lado, la mujer había vuelto a agarrar aquella polla que tenía a Lucía fascinada. Otra vez, con un movimiento a cámara lenta. Lucía miraba como aquel capullo aparecía y desaparecía lubricado de entre el prepucio. Y como le ponía. La miraba sin perderse detalle.

La otra mano de la mujer, esta vez, en vez de atender sus pezones, estaba entre sus piernas. Ligeramente ladeada, con las piernas abiertas y separadas, mientras pajeaba a su chico, ella frotaba su clítoris.

Viendo aquello, Lucía también dobló y abrió las piernas, en una clara invitación que no hubo que explicarle a Carlos. Éste, empezó a centrar su atención en el botoncito de su mujer. Primero suavemente, alrededor de él, como amagando, poco a poco, subiendo la intensidad de los roces.

Lucía estaba fuera de ella. El grado de excitación en el que estaba desde hace un rato casi se podía igualar con algunos orgasmos que había tenido.

Envidiando a aquella porque tuviera una polla en la mano, estiró el brazo y agarró la de Carlos. El pobre estaba como una moto, y ella no le había hecho ni caso, centrándose solo en su calentura. Empezó una paja como la otra. Tan como la otra que, mirándola, repetía el mismo ritmo que aquella mujer aplicaba.

Carlos seguía acariciando el clítoris de Lucía, pero, en un momento dado, empezó a jugar con la entrada de su vagina con la otra mano. Un índice la masajeaba el clítoris, mientras que otro acariciaba en círculos su entrada, para, instantes después, perderse dentro de ella.

Lucía casi se desmaya de placer. Se corrió. Tuvo el mejor orgasmo que había tenido en su vida. No es que no pudiera competir con otros que hubiera tenido, es que ni siquiera jugaban en la misma liga. Coño, no jugaban ni al mismo deporte. Tuvo que soltarle la polla a Carlos y dejarse caer de espaldas sobre la toalla y agarrarla con las manos, apretando la tela, mientras espasmos la sacudían todo el cuerpo.

Carlos, conocedor de su mujer, sabía que cuando se corría ya estaba, que quería parar, que entraba molestias si seguía. Entonces, después de acompañara caballerosamente el orgasmo con las caricias sobre el sexo de su mujer iba a retirar la mano. Iba a retirarla hasta que Lucía se la agarró y la mantuvo firme sobre su coño, añadiendo -como pares te la corto. Y Carlos, obediente, como no podía ser de otro modo, continuó.

Lucía no lo entendía, pero quería más, necesitaba más. El orgasmo había sido increíble, pero notaba que no era el final. Mientras su marido continuó con sus caricias, ella se empezó a pellizcarse un pezón mientras continuaba con los ojos cerrados.

Se lo retorcía, apretando hasta que doliera, aguantaba un instante y soltaba, notando como su cuerpo se contraía por nuevas oleadas de placer. Repitió esto tres o cuatro veces, incrementando la presión y la duración cada vez más.

En un momento que tenía el pezón prisionero entre sus dedos, notó una caricia en su costado. Abrió los ojos de golpe para comprobar que, como sospechaba, aquella mano no pertenecía a su marido.

Miró a aquel hombre, que había detenido su mano sobre su tripa, para, sonriendo y con las cejas levantadas, confirmar que le daba autorización para continuar. Lucía le sonrió y volvió a asentir con la cabeza y en ese momento se reanudaron las caricias.

Estaba en una nube. Su marido le estaba acariciando el clítoris con una destreza tremenda, la estaba metiendo, ya dos dedos, en el coño, y jugando en su interior. Ahora, tenía la mano de un completo desconocido acariciando su cuerpo y no tardaría en llegar a su pecho su pezón. Y como sospechaba, en ese momento la mano empezó a acariciar la parte de debajo de su teta. Lucía cada vez se deshacía más. Estaba en una nube, casi fuera de su cuerpo.

Miró hacia su lado, y vio que la mujer había soltado la polla para dedicarse a ella. Mientras que con una mano seguí frotándose el clítoris, con la otra, amasaba sus tetas.

Lucía miraba esa polla, iniesta, dura, surcada de venas y brillante de tantos jugos y estiró el brazo. Estiró el brazo y la aprisionó entre sus manos. Estaba caliente, resbaladiza, dura como un Yunque, jugosa. En un momento de lucidez, se acordó de su marido y, sabiendo que esto era un juego de los dos, le miró buscando aprobación. Carlos, que no estaba perdiendo detalle de nada, miró a su mujer asintiendo.

Acto seguido, empezó a pajear aquella barra de carne. Dios, que caliente estaba. La polla y ella. Como resbalaba en sus manos. Alternaba la mirada entre aquella polla, aquella mujer y su marido.

La mujer, viendo que estaba quedándose fuera de la diversión se levantó y se acercó dónde estaba Carlos, acomodándose sobre su toalla. Después de mirarle, y con esa sonrisa que ya todos conocían, le agarró la polla y empezó a pajearla también.

Carlos perdió rápidamente la concentración por culpa del placer que le estaban dando y abandonó un instante el palpitante coño de su mujer. El voyeur no tardó ni un latido en ocupar su lugar y mover la mano del pezón de Lucía a su jugoso coño.

Otro orgasmo recorrió el sistema nervioso de Lucía en el momento que aquel hombre atrapó su clítoris. Espasmo tras espasmo le acometieron, arqueando la espalda, apoyándose en su culo y en su cabeza sobre la toalla. No sabía si habían pasado segundos o años desde que comenzara este orgasmo hasta que terminó. Y en todas esas décadas, no había soltado aquella polla, estrangulándola con fuerza.

Cuando recuperó un poco el control de su cuerpo, miró al dueño de la polla que agarraba y le sonrió intentando transmitir todo el agradecimiento que podía con su cara.

Él se retiró de su sexo y retomó las caricias en sus tetas. Ella se giró sobre su costado, cambiando de mano sobre esa polla que la había cautivado. Esta nueva postura permitió al hombre acariciar su culo, con el que se alternaba con sus tetas.

Lucía seguía con la paja, sorprendida del aguante que estaba teniendo. Llevaba todo el día acariciándosela, él, su pareja, y ahora ella, y aún no se había corrido.

En un vistazo hacia su marido le vio incorporado sobre sus codos, con aquella mujer entre sus piernas, que había pasado de masturbarle con la mano a hacerle una cubana con sus enormes tetas.

Una punzada de celos le pasó por el cuerpo. No porque a su marido le estuvieran masturbando con las tetas una extraña, sino porque su pequeño pecho no permitía tales alardes amatorios.

Se incorporó sobre sus rodillas, apoyando el culo en sus talones y acercándose aún más a ese trozo de carne que quería inspeccionar al detalle. Se acercó cada vez más hasta quedar a escasos centímetros de sus ojos. De su nariz. Tenía un olor embriagador. De su boca. No podré hacerte una cubana, pero veras. Pensó. Y acto seguido se la tragó casi de golpe. Empezó una mamada digna de película porno. Subía, bajaba, succionaba. La sacaba un poco, parar, mientras miraba a aquellos ojos, le daba unas lamidas al glande para volver a engullirla otra vez.

Y se volvió a llevar su mano al coño. Y volvió a acariciar su ya sensible clítoris. En un momento se sacó la polla de la boca para tomar aire y aprovechó para mirar su marido. Quería ver si había algún signo de reproche. Pero lo descartó al ver que la situación en la otra toalla era casi idéntica. La mujer engullía la polla de su marido por completo, con, claramente más experiencia que ella, hasta que la nariz tocaba el pubis de Carlos, mientras se frotaba furiosamente su coño. Las miradas del matrimonio se cruzaron y en ninguna de ellas había atisbo de reproche.

Después de que Carlos le guiñara un ojo a su mujer, Lucía volvió a su tarea. Volvió a tragarse la polla que tanto deseaba en ese momento. Siguió mamándosela a aquel desconocido mientras su propia mano se acariciaba en busca de un tercer orgasmo y una ajena le recorría todo el cuerpo.

El hombre hizo un amago de moverse. Lucía levantó la vista y le miró. Agarrándole la pierna hacia gestos para que se pusiera encima de él. Así lo hizo, quedando en la posición de 69. Las manos de aquel hombre la empujaron hacia arriba, hasta que su coño quedó a la altura de su boca, que inmediatamente empezó a succionar y lamer con avidez.

Nuevas oleadas de placer inundaron por completo a Lucía, que, por un momento se olvidó de que estaba en medio de una tarea. Pero inmediatamente retomó sus labores orales. El ritmo se resintió, al perder la concentración con cada lamida que aquel hombre le daba. Pero estar chupando una polla que no era la de su marido, mientras le comía el coño una boca que no era la de su marido, mientras, esta vez sí, su marido miraba, la estaba derritiendo de placer y siguió mamando como si le fuera la vida en ello. Empezó a empujar con la cadera, intentando que esa lengua la follase más profundamente. Y lo conseguía, vaya que si lo conseguía.

En un momento notó que la lengua dejaba su entrada para recuperar su puesto en el clítoris. Pero enseguida volvió a notarse llena. El extraño le había metido dos dedos de golpe y jugaba con ellos como si estuviera buscando algo en algún rincón de su interior. Los giraba, rascaba las paredes, metía y sacaba, sin dejar de chuparle el clítoris.

Mientras tanto Carlos había vuelto a cambiar de posición. Ahora estaba de pie, mirando hacia donde su mujer, con la mujer arrodillada frente a él, mientras seguía comiéndole la polla de una manera magistral. La sujetaba la cabeza con ambas manos, pegando fuertes empellones para follarse aquella boca desconocida. La mujer aguantaba perfectamente, rebotándole la nariz contra la tripa, mientras se castigaba furiosamente el coño con su mano.

Carlos se iba a correr, y en un momento de caballerosidad soltó un “me voy a correr” de aviso. La mujer, sin saber si le había entendido o no, le miró y aceleró aún más el ritmo de la mamada. Y se vació, se vació en esa garganta, soltando una corrida que no imaginaba que fuera capaz. Notó hasta cinco latigazos que fueron directamente hasta el estómago de la mujer, que mantenía estoicamente la polla atrapada entre sus labios. Después del último estertor, por fin se la sacó de la boca, y mirando a Carlos, sonrió y se dedicó a darle lamidas por toda la polla para dejarla reluciente y en perfecto estado de revista.

Un agotado Carlos se desplomó en la toalla y se quedó de espectador del show que su mujer y aquel hombre les estaban dando.

Parecían pelear para ver quien chupaba y comía a quien con más intensidad. Y era un combate reñidísimo.

Lucía volvía a estar a las puertas del tercer orgasmo. Sin darse cuenta, cada vez era capaz de meterse un trozo más grande de aquella polla en la boca. Seguía chupando, lamiendo, succionando. Se estaba tragando todos los fluidos que producía esa manguera con absoluta glotonería. Y ocurrió lo que se sorprendía que no hubiera pasado ya hace horas. Escuchó a sus espaldas un “i will cum”. Y contra todo pronóstico, no hizo el amago de apartarse, sino que también intensificó el ritmo. El también aumentó considerablemente el ritmo de sus dedos, que se había convertido en una follada en toda regla.

El primer lechazo le inundó la garganta, tragándoselo sin remedio, el segundo ya se quedó en la boca, pudiendo saborearlo. Sacándosela, continuó pajeando y apuntando a su cara contra la que se estrellaron, al menos 3 o 4 chorros más que la pintaron la cara de arriba abajo.

Su solícito amante, no solo no había dejado de follarla con los dedos, sino que cuando se corrió cogió un ritmo que parecía que quería hacer fuego.

Y se corrió, por tercera vez, en la tarde, y por primera vez con otro hombre desde que conoció a Carlos. Las contracciones de su vagina estrangulaban aquellos dedos, que seguían moviéndose, prolongando su placer en ese orgasmo infinito. Se desmadejó sobre el cuerpo del hombre, que notó cuando su cuerpo ya se relajó, descendiendo el ritmo de sus acometidas hasta que salió por completo de ella.

Como pudo, se dejó rodar a un lado, quedando tendida fuera de la toalla, con la cara aún cubierta con el semen de aquel hombre.

Notó como su amante se movía y abrió los ojos. Tanto él como ella se estaban levantando y cogiendo sus cosas. Sin cruzar una palabra, y cuando tenían ya todo miraron al matrimonio, hicieron una leve reverencia, sonrieron y se fueron cogidos de la mano.

Carlos gateó hasta su mujer, que había cogido la toalla para limpiarse los restos de semen de la cara. Cuando llegó a su lado se miraron nuevamente, se cogieron de la mano y se sonrieron sin decir nada.