Nuestra jefa

Dos alucinados empleados de una agencia de publicidad acuden al llamado de su jefa, un auténtico bombón, para realizar una reunión de trabajo, donde tendrán más tarea las pollas que los lápices.

Llevaba trabajando en la misma agencia de publicidad cinco años. Mi compañero Juan y yo formábamos un gran equipo y estábamos contentos con el trabajo que realizábamos, y no podíamos estar mejor con la jefa que teníamos, era increíblemente atractiva.

Era alta, con caderas voluptuosas, una larga melena rubia, más bien ceniza, labios carnosos de los que deseas besar, y unos ojos verdes que cuando te miran parece que te desnudan. Sus pechos son grandes pero proporcionados con el resto del cuerpo, erguidos firmes y duros. Cuando lleva vestidos escotados tu vista se escapa por el canalillo que forman al estar apretados por su sujetador. Su voz cálida y aniñada suena como si estuviera a punto de correrse y eso te deja completamente excitado.

Un día estábamos Juan y yo discutiendo en nuestra mesa sobre diferentes proyectos de publicidad cuando ella entró en la oficina y se dirigió hacia donde nos encontrábamos. Llevaba una blusa blanca que dejaba ver su sujetador, una minifalda negra estrecha que casi no la dejaba andar por el peligro de que se le subiera, unas medias negras y zapatos de tacón alto. - Hola chicos. ¿Cómo van con la campaña de publicidad sobre ropa interior femenina? - Estamos en ello, dije yo, aunque estamos faltos de ideas. - Bien, entonces los espero hoy a las 19:00 en la sala de juntas. Traen todo el papeleo, vamos a intentar solucionarlo entre todos,...y no hay excusas, quiero verlos allí...

Dijo esto mientras se alejaba contoneándose y moviendo su trasero al tiempo que su melena se levantaba al girar su cabeza. No era la primera vez que nos reuníamos todos los de la oficina para trabajar sobre algún tema. Normalmente cada uno exponía sus ideas y entre todos se sacaba la solución a cualquier problema. Pero lo extraño de esta cita era que sólo nos lo había dicho a nosotros y además las siete de la tarde era una hora poco habitual para una reunión.

A las siete en punto Juan y yo estábamos en la sala de juntas, era una habitación pequeña con dos ventanas y una gran mesa rectangular rodeada de sillones en el centro. En uno de los extremos de la habitación había una pequeña pizarra llena de garabatos y palabras que sacadas fuera de contexto no decían nada. Poco después entró Sissi, nuestra jefa, iba vestida igual que por la mañana excepto que llevaba un saco negro que se quitó al entrar. Se sentó en un extremo de la mesa de espaldas a la pizarra, mientras que nosotros lo hicimos a izquierda y derecha de ella en las esquinas de la mesa.

  • Comencemos - dijo ella - vamos a intentar salir de aquí con la campaña publicitaria de esa ropa terminada

Estuvimos trabajando durante tres horas sin parar, ella hablaba y hablaba, mientras que se levantaba y escribía en la pizarra, borraba, se sentaba y volvía a levantarse para escribir algún esquema o idea, todo esto durante las tres horas. Cuando ya casi habíamos establecido la idea inicial sobre la que versaría la campaña paramos para descansar:

  • Uff, ¡qué calor!
  • dijo Sissi mientras se sentaba sobre la esquina de la mesa por el lado en que yo estaba sentado. - Sí, la calefacción debe estar muy alta - respondió Juan. - Cierto. Entonces no les importa si me quito las medias, verdad, dijo mientras me miraba.

Ninguno de los dos dijimos nada, tan solo nos miramos, aunque creo que eso fue como decir que por supuesto que no nos importaba porque ella levantó sus largas piernas y comenzó a bajar sus medias. Para ello primero subió un poco su minifalda y soltó su liguero, lo que me permitió ver un poco más de sus muslos y parte de lo que me parecieron sus bragas pero que luego pude ver que era un tanga.

Nosotros no podíamos dejar de mirarla mientras deslizaba sensualmente sus medias negras a lo largo de sus piernas. Todo el mundo estará de acuerdo en que ver a una mujer quitarse las medias es excitante y si además ella lo hace bien y con un poco de teatro mejor. Nuestra jefa en esto era insuperable.

Una vez que estuvo lista, se giró y colocó sus pies sobre el brazo de mi sillón.

  • Estoy agotada, estos zapatos me han destrozado los pies. ¿te importaría darme un masaje?
  • No por supuesto - dije yo al tiempo que tomaba sus pies y les daba un masaje.

Ella me miraba con sus ojos verdes medio tapados con su melena rubia que le caía por delante mientras humedecía sus labios con la punta de su lengua.

  • Sé que es mucho pedir, pero ya puestos y habiendo confianza, tu Juan podías darme otro masaje en mis hombros, si no te importa claro.

Antes de que hubiera terminado su frase Juan ya estaba a su lado dando masaje a sus hombros.

  • Súbete a la mesa y así alcanzarás mejor. Prometo no reñirte por subirte en una mesa de la oficina.- dijo sonriendo con picardía.

Juan le hizo caso y se subió en la mesa detrás de ella.

  • Ummm, es fantástico. Pero todavía hace demasiado calor, estoy ardiendo...

Cuando acabó de decir esto desabrochó los botones de su blusa y la abrió ante nuestro asombro dejando a la vista un sujetador de color blanco, con su pechos redondos aprisionados y seguramente con ganas de salir libres. Me extrañó ver que su ropa interior era de distinto color, supongo que el sujetador era blanco para evitar que se trasparentara en su blusa, aunque también podía ser un capricho o una manía.

Inmerso en mis pensamientos no me di cuenta que ella había separado sus piernas y las había colocado sobre mis hombros, de manera que sus muslos quedaban pegados a mi cara y podía ver su diminuto tanga de color negro que apenas cubría su sexo dejando ver a su alrededor algunos vellitos.

Juan seguía dándole un masaje, aunque sus manos comenzaron a deslizarse bajando por delante de su cuello en dirección a sus pechos. En mi situación no pude evitar besar sus muslos ligeramente, mientras subía cada vez más arriba donde podía oler su delicioso perfume que emanaba de su entrepierna.

La oí gemir levemente, y cuando levanté la vista hacia ella pensando que yo había provocado esa sonora señal de gusto pude ver como su cabeza estaba inclinada hacia atrás y Juan había levantado su sujetador acariciando sus pechos al tiempo que besaba su cuello. Qué pechos más hermosos tenía, sus pezones eran sonrosados y no muy grandes, ideales para ser succionados.

Si él hacía eso, me dije, yo debía aprovechar la situación, así que con un poco de miedo empujé su minifalda hacia arriba y deslicé muy despacio su tanga esperando alguna reacción negativa. Pero esto no se produjo, es más, ella levantó su culo para facilitarme el que pudiera quitarle su diminuta tanga. Cuando se la quité pude comprobar que estaba empapado por los flujos de su vagina. Por primera vez pude ver su rajita, la más preciosa que nunca había visto, rodeada de una pequeña mata de pelo rubio y con sus labios turgentes y entreabiertos, brillando por su humedad. Me tiré sobre él como si quisiera zambullirme en una piscina, metí mi cabeza entre sus muslos y lo besé para luego pasar mi lengua a lo largo de él. Ella cerró sus piernas al sentirme y agarró mi cabeza empujándola con fuerza contra su sexo. Tenía que estar realmente excitada porque de su surco no paraba de salir su caliente jugo que me ahogaba.

Entre gemidos nos pidió que nos acostáramos sobre la mesa. Obedecimos al instante y sin darnos tiempo ya estaba bajando nuestras cremalleras y quitándonos los pantalones. Al ver nuestras trozos de carne duros se lanzó a lamerlas ferozmente, con salvajismo, recorriéndolas desde la base hasta la punta del capullo con su lengua. Para ayudarse mientras trabajaba una con la boca, usaba sus manos para menear la otra.

Yo deseaba hacerla mía, bueno ese era el deseo de todos los hombres de la empresa, así que aprovechando que estaba ocupada con mi compañero me coloqué detrás de ella y la penetré. Fue genial sentirla dentro de aquella gruta húmeda y caliente. Ella se movía con ritmo sin dejar de hacerle un espectacular trabajo a Juan; acaricié sus redondos pechos desde atrás y con una de mis manos me entretuve en acariciar los pelillos rubios que rodeaban su coño.

Después de estar un rato con ese delicioso movimiento de adentro afuera, ella propuso a Juan que se tumbara sobre la mesa, me besó y me dijo: "ahora le toca a él". Se subió a la mesa y sentándose sobre él se metió su miembro hasta el fondo, moviéndose como si estuviera cabalgando un caballo. Mientras tanto me quede pasmado, observando esa escena, con la boca casi abierta...

No te quedes ahí como menso,¡métemela por detrás!¡vamos! quiero a los dos dentro de mí, dijo en medio de fuertes jadeos de placer.

Me subí a la mesa y me coloqué detrás de ella. Desde esta posición separé sus nalgas y pude ver el sonrosado orificio de su ano. Lo lamí despacio hasta humedecerlo totalmente y cuando estuvo a punto comencé a meter mi pene en su interior, lo hice despacio, deleitándome con cada centímetro que iba entrando.

Así estuvimos un rato, acompasando nuestros movimientos, llevándonos hasta la mismísima gloria...

Nuestros jadeos se vieron interrumpidos por su voz pidiéndonos que no nos corriéramos aún, ya que quería todos nuestros jugos en su boca. Se sentó en uno de los sillones mientras que Juan y yo nos poníamos a ambos lados meneando nuestros miembros a punto de estallar.

Ella nos miraba en espera de que el preciado líquido blanco saliera de nuestras mangueras para saciar su sed. Yo fui el primero y me descargué completamente en el interior de su boca. Me dejó perplejo el ver cómo cerraba su boca y lo tragaba todo sin dejar ni una gota. Juan se corrió al momento disparando un chorro contra su cara y el resto en su boca que lo tragó igual que antes.

Nos quedamos satisfechos y relajados después de tan duro trabajo. Sissi recogió su ropa y se fue hacia la puerta:

-Bueno, por hoy es suficiente, los espero mañana aquí a la misma hora...

No podíamos creer lo que decía, pero sabíamos que significaba: más de lo mismo.

-Ah- dijo ella- ...y esto lo he grabado todo en un video que pienso ver haciéndome disfrutando de mis dedos, por supuesto están invitados a mi casa para verlo juntos. Adiós.

Y ahí nos quedamos Juan y yo con cara de idiotas, medio desnudos y sin saber qué decir.

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