Nuestra historia.
Hay algo que quiero contarte, y hasta ahora no he encontrado el momento. Pero creo que debes saberlo, por eso te he escrito esta confesión, porque quiero contarte un secreto.
Hay algo que quiero contarte, y hasta ahora no he encontrado el momento. Pero creo que debes saberlo, por eso te he escrito esta confesión, porque quiero contarte un secreto. Me apetece recordarte nuestra historia, nuestro primer encuentro, deseo volver a sentir lo que una vez hubo entre tú y yo, y necesito que tú también puedas sentirlo, que puedas saber lo que fue para mí, que puedas saber lo que sentí por ti. Pero para eso debo antes pedirte un favor. Un favor que creo no podrás negarme a estas alturas.
Quiero que respires profundamente y cierres los ojos, así, muy bien… Cierra los ojos e imagíname como era entonces. ¿Quién soy? Soy quién tú quieras que sea. ¿Cómo soy? Soy como tú quieras imaginarme. Porque ahora ya, esta historia es sólo tuya y mía, y de nadie más. Te lo cuento siendo quien tú más desees, porque esto está escrito para ti, y sólo para ti. Compartamos esta historia entre los dos.
¿Qué si puedo ser esa jovencita que una vez conociste y por quien bebías los vientos? Por supuesto que sí. ¿O tal vez prefieres ver en mí a aquel chico que se sentaba tras de ti en la facultad y con quien nunca te atreviste a hablar? Si lo deseas puedo ser tu vecina, o tu mejor amigo, tu amor platónico o la persona con la que compartes cama noche tras noche. Solo cierra los ojos e imagina…. Imagina aquel día tan nítidamente como seas capaz, tan nítidamente como yo lo recuerdo, imagíname a mí, recuérdame a mí.
No sé de donde venias, ni a donde te dirigías, eso es algo que ahora mismo carece de importancia, sólo sé que cuando el autobús se detuvo en la parada, tú te montaste en él. Lo recuerdo tan claramente como si hubiera sucedido ayer, ¿tú no? Inténtalo. Yo iba hablando con la persona que me acompañaba sentada a mí lado, manteniendo una conversación intrascendente a la que dejé de prestar atención cuando apareciste. Porque entonces te sentí. No fuiste el único en subir, otras personas te precedieron, pero cuando te vi ya sólo tuve ojos para ti.
Te quedaste en pie, sujetando con fuerza el agarrador, mientras el vehículo arrancaba y el mismo suelo temblaba cual profecía desgarrada bajo nuestros pies. Ese fue el momento en el que me fijé en ti por primera vez con verdadera devoción, recorriendo tu cuerpo con la mirada, casi con deseo incontrolado. No sé como fuiste capaz de provocar ese efecto en mí, pero mi corazón se encabritó, galopando desbocado, intentando alcanzarte por su cuenta en frenética carrera.
Y cuando por vez primera nuestros ojos se cruzaron, el mundo en un momento se detuvo. Pero sólo fue un instante, en que el brillo de nuestras miradas pudo más que el mismo tiempo. Con vergüenza retiré la vista, sufriendo por sí te habías percatado, no quería que te dieras cuenta de que te estaba observando. El sonido de mil violines me acompañaba, y el alma se me perdía en un sueño que sin aún tú saberlo, contigo compartía.
Un suspiro traicionero escapó de entre mis labios candentes, mientras la temperatura de mi cuerpo comenzaba a subir de forma efervescente. Ya no sabía donde posar mis ojos, que una y otra vez volvían a buscarte, a detenerse en cada centímetro de tu cuerpo, a encontrarte entre los pliegues de tu ropa, a evitar que me descubrieras. Pero tú te habías dado cuenta, y me correspondías. Dos veces más nuestros ojos se cruzaron, dos veces más el tiempo se detuvo, dos veces más aparte la vista de ti con sofoco, mientras mi arrebolado corazón me imploraba que no te abandonará, que no separara de ti mi mirada.
Y entonces tú me sonreíste. El corazón sintiose victorioso y arreció con fuerza, tiñéndome el rostro de ardiente carmesí, no sólo me mirabas, también me sonreías. No supe como actuar, pero mis labios, casi con propia conciencia de sí mismos, te devolvieron el saludo, y mi sonrisa te correspondió sin que yo tuviera nada que opinar. Un escalofrío recorrió mi espalda y mi estómago revoloteó lleno de brumas, que bailaban al son de canciones tocadas por mariposas. Descubrí por vez primera lo que se sentía al hallar el amor. Y me gustó.
Tras tomar conciencia de mis sentimientos, las señales se volvieron más evidentes, lo vi claro cuando me guiñaste un ojo con picardía. Mi respuesta no se hizo esperar, e hice a mis dientes hincarse en el labio inferior, mordiéndolo con lujuria, en obvia muestra de deseo.
No sabía ya quién era ni donde estaba, tan sólo sabía que sentía, pues sudaba y tiritaba, tan pronto volaba, como a tu lado aparecía, el alma desbocada y el corazón sin aliento palpitaba.
Y entonces, de repente, mi acompañante se levantó. Durante todo el trayecto sólo había tenido ojos, alma y corazón para ti. No me había percatado de que mi destino habíamos alcanzado, fin del trayecto, fin de lo nuestro. Cuando el autobús comenzó a aminorar la marcha, caminé por el pasillo, despacio, hacia la puerta más próxima a ti. Me acerqué lo más que pude, parándome a tu lado, haciendo que nuestros cuerpos se rozaran.
El autobús se detuvo con una repentina sacudida, momento que aprovechaste para rozar mi mano con la tuya. El contacto fue fugaz, pero intenso. Aún recuerdo esa sensación, esa caricia. Casi puedo asegurar que saltaron chispas entre nosotros, piel contra piel, alma contra alma.
Las puertas se abrieron con un siseo que me pareció ensordecedor. Bajé del autocar echándote de menos, sabiendo que posiblemente nunca volveríamos a encontrarnos. De pronto me detuve y me volví. Allí seguías tú, de pie, en la misma posición, mirándome con la misma tristeza con la que yo te contemplaba.
El autobús arrancó y se marchó, alejándote de mí. Aquella noche soñé contigo, soñé que volvía a encontrarte, soñé que nuestros caminos se reencontraban y soñé que doquiera que estés, leerías mis palabras. Hasta siempre, amor mío.