Nudistas
Una mujer se excita ante la posibilidad de mantener sexo con un desconocido en una playa nudista.
NUDISTAS
Se incorporó sentándose en la toalla. Llevaba media hora boca arriba dejando que el sol abrasase su cuerpo desnudo. Rebuscó en su bolso una botella de agua y bebió. Una gota se escapó por la comisura de sus labios y descendió por su cuello antes de encajarse entre sus pechos provocándole un escalofrío.
Volvió a ponerse crema protectora masajeando todo su cuerpo con delicadeza. Se entretuvo entre sus maravillosos pechos. Siempre habían levantado pasiones sus tetas y ahora, observándolas con detenimiento, aún eran la parte de su anatomía que más le gustaba. De un buen tamaño sin ser exageradas tenían una forma perfecta pese al paso del tiempo. Sus areolas, de color marrón claro, eran perfectamente redondas y rodeaban a un pezón grueso que pellizcaba al terminar de ponerse la crema provocándole cierta excitación.
Se recolocó las gafas de sol y se recostó sobre sus codos mirando hacia el vaivén hipnótico de las olas. Alrededor pero alejada había alguna que otra pareja que también tomaban el sol totalmente desnuda. En su mayoría turistas extranjeros más cercanos a los sesentas que a los cuarenta.
De repente, y cuando se disponía a girarse para echarse una siesta bocabajo, alguien llamó su atención. Vio cómo, a unos treinta metros de donde se encontraba, un hombre caminaba hacia el agua. Desde su posición, y retirándose las gafas de sol para agudizar la vista, pudo comprobar que el tipo no tenía mal cuerpo. En la distancia parecía alto y ancho de espaldas. Con un culo redondo y unas piernas fuertes. Su bronceado era regular lo que le decía que era un habitual al nudismo.
La mujer se sentó con las piernas cruzadas mirando en dirección donde aquel hombre se había sumergido. Tras unos largos que apenas le llevaron cinco minutos, salió del agua en dirección a su toalla. La visión frontal no desmerecía en nada a la trasera. Su torso aparecía lampiño y apenas había vello púbico. Sus brazos se veían torneados sin llegar a ser los de un culturista. Su miembro tampoco se mostraba de dimensiones descomunales; “ eso solo pasa en las películas porno” pensó la mujer para sí. Le siguió con la mirada hasta localizar donde reposaba.
Entre la mujer y el hombre se ubicaban apenas dos parejas más. Ella se sintió tentada y decidió darse un baño rápido que le permitiese saber más de aquel desconocido. Se levantó y paseó hasta el agua. Su cadencia hacía que su cadera se moviera de manera sexy. A sus 47 años tenía un buen físico. En sus 165 centímetros de altura se repartía perfectamente bien sus 60 kilos.
La mujer echó un vistazo hacia el lugar donde se encontraba el hombre y vio que permanecía tumbado y recostado sobre su brazo izquierdo en dirección hacia donde ella tenía su toalla. El hombre parecía que leía y por tanto no habría estado pendiente del baño de la mujer. Un poco decepcionada caminó hacia su toalla. Mientras se secaba saludó a una de las parejas que tenía más cerca. Unos guiris sobre cincuenta años en los que no se había fijado demasiado. Tras secarse se volvió a tumbar al sol.
Una brisa proveniente del mar la despertó haciendo que toda su piel se erizase. Descolocada por el sueño se incorporó hasta sentarse y pudo comprobar que había pasado casi una hora. Ahora entre ella y el hombre no había nadie. Como no había nadie en 100 metros a la redonda. El hombre se levantó y se volvió a meter en el agua. La mujer volvió a seguirle con la mirada y se le ocurrió darse un chapuzón también.
Manteniendo las distancias de sus toallas ambos, hombre y mujer, permanecieron en el agua por 15 minutos. Entre largo y largo, siempre acababan mirándose. Apenas cruzaron un par de sonrisas. Él era bastante más joven que ella. Pero aun así el hombre se sentía en la curiosidad de observar el bien proporcionado cuerpo de su vecina.
Se miraron en la distancia y se dispusieron a salir del agua. En la orilla ella permaneció parada mientras trataba de evacuar el agua de su melena apretando con las manos. Sin perder de vista el tonificado cuerpo masculino que se alejaba en dirección a su toalla. Todavía en la orilla, la mujer pudo ver como el hombre cogía su toalla y su mochila y se encaminaba hacia la orilla en su dirección. No pudo sino sentirse decepcionada al entender que el hombre abandona la playa.
A medida que se acercaba, el hombre miraba con deseo el cuerpo de la mujer. Ésta permanecía parada en la orilla deleitándose con el buen cuerpo de surfista que se le acercaba. Sus pezones reaccionaron a la excitación que su mente le provocaba imaginando lo que le gustaría hacer con ese tío. La polla del hombre comenzaba a adquirir un tamaño considerable denotando que la admiración era mutua.
Metros antes de coincidir en la orilla, la mujer le miró con media sonrisa y comenzó a andar hasta su toalla. El hombre, que también le sonrió, la siguió sin decir palabra. A estas alturas su erección era tremenda. El culo de la mujer se movía al ritmo de sus caderas a cada paso.
Manteniéndose dos pasos por detrás, él pudo observar que ella se colocaba de rodillas en su toalla apoyando el culo sobre sus talones. Sus ojos color miel le miraban fijamente. Sus pezones estaban endurecidos y su media sonrisa hacían presagiar un pensamiento. El hombre avanzó dos pasos hasta colocar su polla empalmada a la altura de la cara de la mujer. Ésta no dudó un instante y acercó su boca hasta el miembro que la reclamaba. Con sus labios abrazó el glande amoratado de él para ir engullendo cada centímetro de polla que aquel desconocido le ofrecía.
El hombre suspiraba mientras la mujer movía su cabeza a lo largo de su polla. Lo hacía con una lenta cadencia. Adelante y atrás, dejando que la polla se incrustase en lo más profundo de su boca para luego permitir que resurgiese de nuevo ensalivada. El hombre sentía como si se le derritiese dentro de aquella ardiente mujer. Ella lo miraba con lascivia mientras él, de pie frente a ella, la observaba con superioridad.
La mujer se llevó una mano al coño y con la otra agarró aquel trozo de carne. Acompañó la fantástica mamada con un movimiento masturbatorio de la polla de aquel tío del que no sabía ni como se llamaba al tiempo que movía sus dedos sobre su excitado clítoris.
El hombre comenzó a jadear de placer y apoyó sus manos en la cabeza de aquella pureta desconocida para marcarle el ritmo. Ella se dejó hacer y aumentó el ritmo de su cabeza y de su mano. Cuando notó que la corrida de aquel tipo era inminente se introdujo su polla entera y la mantuvo hasta tragarse todo el semen que eyaculó con gritos de placer.
Al notar que el viscoso líquido resbalaba por su garganta aceleró el ritmo de su mano para llegar al orgasmo arrodillada ante un desconocido que le acababa de llenar el estómago de leche. Ambos se miraron. Se sonrieron. Y sin despedirse se alejaron.
Camino de casa, y aun con el sabor de la polla de aquel desconocido, la mujer recibió una llamada en su móvil. Era su marido que le anunciaba que estaba a punto de aterrizar en Sevilla. Ella le comentó que ya estaba en carretera camino del aeropuerto para recogerle. Tenía ganas de verle.