Nude. Parte 2

La playa sigue teniendo sus peligros. Y no entiende de sangre.

Cuando llegamos a donde estaban mi mujer, los niños, Elisa y Jesús, un nuevo invitado irrumpió en escena.

Mario.

Mario y su imponente físico y sonrisa. Era ya prácticamente de noche, pero la luz de las pequeñas lámparas portátiles dejaba vislumbrar la silueta de los cuerpos.

—¿Pero dónde coño habéis estado? —Dijo Jesús.

—Pues follando, ¿qué íbamos a hacer allí? —dijo Lourdes

—Más bien, mirando follar como adolescentes salidorros —agregó Marcos.

Lo habíamos hablado, lo que pasa en la cala, quedaba en la cala. En el camino de vuelta sellamos el pacto y ensayamos la mentira. Era la primera vez que había sexo en nuestro grupo, al menos que yo supiera. Y debería permanecer en secreto.

Todo.

Cuando Mario vio a mi hermana se abalanzó como un guepardo lo hace sobre una gacela. Esta lo recibió solícita, y dejó que le pusiera la mano en la espalda.

Con ayuda de las cervezas y algo de picar, el ambiente se distendió y Lourdes contó como habíamos visto a la chica follando con los otros dos. Mintió diciendo que nos escondimos como críos mirones a disfrutar del espectáculo y cómo ellas nos tuvieron que sacar de allí arrastrándonos.

Sin duda sabía mentir muy bien, y entonces empecé a entender cómo se las gastaba mi amiga Lourdes.

—Yo me pregunto, con lo bien que nos llevamos y todo el día empelotas, cómo no nos hemos liado alguna vez entre nosotros —dijo.

Todos rieron nerviosos.

—Fácil, Lourditas, contigo al menos es porque no nos pones cachondos.

—Gilipollas, ya quisieras tú —dijo visiblemente ofendida.

Me la jugué porque podría haberme buscando un problema, pero me sacó de quicio su hipocresía mordaz disfrazada de humor. Me asqueó que se sintiera superior por haber roto un tabú entre nosotros.

Me acerqué a mi mujer y la di un beso. Me miró extraña, interrogándome con la mirada. Por supuesto, no dije nada.

Mario no se separó ni un minuto de mi hermana, y yo no les quité ojo tampoco ni un minuto. Salvo el rato que estuve jugando con los niños en el iPad.

La noche era agradable, pero pasadas las doce era hora de irse a casa. A la mañana siguiente tenía que trabajar.

—¿Alguien se queda un rato? —Dijo Mario. —Yo mañana no trabajo.

—Yo tampoco —dijo, cómo no, Lourdes.

—¿Te quedas? —Mario preguntó a mi hermana que usó su gesto preferido de la noche: encogerse de hombros.

Lourdes se encargó de convencerla.

Y se quedaron las dos chicas y Mario, y Marcos se hubiera quedado sino llega a ser porque Lidia le obligó a irse.

—No te preocupes, yo te la cuido —dijo Lourdes con toda la mala baba que pudo, mientras abrazaba a mi hermana por la espalda.

Ella, me miró como pidiendo permiso para quedarse, y yo, imitándola, me encogí de hombros.

Antes de irme, vi como Mario cogía a las dos chicas por la cintura y las llevaba al agua. Me mordí el labio de ¿celos?

Joder, estaba celoso. Lo que me faltaba.

Apenas hablé en el camino a casa y cuando el niño se quedó dormido mi mujer se puso seria y me preguntó qué me pasaba.

—Lourdes, que es una tocapelotas —dije cargado de razón.

—Pero eso ya lo sabemos, ¿qué ha pasado en la cala?

—Pues todo el rato diciendo que si no me da vergüenza estar desnudo con mi hermana —mentí—. Cuando hemos visto a los niñatos follar, pues lo mismo, todo el día con el tema de mi hermana.

—-¿Y no te da vergüenza?

Callé.

—Dime.

—Pues no sé, sí, al principio sí, pero luego ya no.

Eso lo dije cargado de razón. Era lo que sentía, pero ya no solo estaba hablando de desnudez sino de algo más.

—Bueno, déjala, ahora se las follará el Mario y se les quitará la tontería a las dos.

La miré, serio. Me aguantó la mirada. Solté una sonrisa falsa para quitarle hierro al asunto.

Dejé al niño en su cama, y cuando llegué a la habitación de matrimonio mi mujer estaba desnuda secándose tras la ducha. La cogí con violencia y la follé con dureza. Mentiría si dijese que no pensé en la experiencia de la playa en todo momento. Deseé que la espalda de mi mujer fuera la de Lourdes. Deseé que su culo fuera el de…

Me estaba volviendo loco y no habían pasado ni veinticuatro horas desde que mi hermana había llegado a casa.

Conseguí arrancarla un orgasmo que hacía meses que no tenía. Y se dio la casualidad de que yo no conseguí llegar. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, imágenes y sensaciones que me lo impidieron. Así que la saqué para fingir una corrida «extraña» fuera de su interior. Acabé tumbado sobre ella que reía.

—Joder, nene, hace tiempo que no lo hacíamos. Vas a tener que ir más veces a la cala esa con tu hermana, parece que te anima.

Me incorporé y la di un azote en el culo llamándola pervertida.

Se levantó y se fue de nuevo a la ducha y yo me quedé con mis pensamientos. Tardó lo suficiente para que me quedara dormido cinco minutos, craso error porque eso, y la ducha que me pegué me espabilaron más de lo debido para una noche en la que al día siguiente habría de madrugar.

Todo ello sumado a la falta del orgasmo, a los incidentes de la tarde y a la desazón ante la tardanza de mi hermana en llegar, me desvelaron.

Así que me levanté.

Me levanté y puse la televisión.

Y busqué algo subido de tono porque tenía que correrme o no sería capaz de pegar ojo.

Y no sé si consciente o inconscientemente deseé que ocurriera.

Al poco rato de empezar a masturbarme entró mi hermana en casa.

Y lo hizo tan despacio que podría no haberla oído. Sí lo hice. Pero fingí no haberla escuchado.

—Joder Tate, no paras hoy, eh. —dijo sonriendo.

—Joder, sister —fingí sorpresa e hice como el que se tapaba.

Ella, borracha, se sentó el sofá de al lado.

—Menudo día.

—Y eso que es el primero, ten cuidado no te vayas de aquí preñada.

—Qué bruto eres.

—¿Yo? Me vas a negar que Mario y tú…

—Pues no, listo. Que no todos piensan con la polla.

—Ese sí, créeme. Y lo sabes.

Ella rio, y se levantó y se puso a mi lado. Casi encima.

—A ver cómo te lo digo para que me creas —susurró y me puso la mano sobre mi paquete. Te juro por la paja que no te he hecho que no me lo he follado.

No, no me hizo la paja.

Cuando le llevé la mano sobre mi polla solo la puse por encima, sobre mi bajo vientre. Deseé que ella tomara la iniciativa, y por un momento lo hizo, movió la mano jugando con mi escaso vello púbico. Mientras cambiaba sus ojos del polvo que estaban echando Lourdes y Marcos a mi polla dura. Yo no hice nada. Ella siguió moviendo los dedos, hasta que la vi morderse el labio. Y en ese momento suspiré. Y ella lo notó. Y Lourdes dio un grito y Marcos un bufido. Y nos separamos. Y después hicimos el juramento de silencio.

—Está bien, entonces te creo —dije—. Pero te lo follarás uno de estos días, ya verás.

—Bueno, no digo que no. —Respondió—. Pero a lo mejor también te hago esa paja uno de estos días.

Me dio un beso en la comisura de los labios y se marchó a vomitar al baño.

No pude hacerme la paja, no con ella vomitando al lado y después de todo aquello. Puse un canal de viajes y me quedé dormido en el sofá.

El día siguiente fue infernal. ¿Mi trabajo? Fotógrafo de modas e interiorismo. Era lunes y tocaba una sesión ¡de lencería!. Lo peor que podría pasarme en un momento así.

Sobra decir que no me concentré y tardé mucho en terminar toda la sesión. Llegué a casa pasadas las seis de la tarde y me encontré a mi familia en la pequeña piscina. Los tres.

Mi hijo me insistió en que me metiera con ellos y tuve que hacerlo. La piscina, profunda pero pequeña, propicia para los roces.

Pregunté a todos qué tal el día.

Mi hermana casi todo el día en la cama con resaca.

El niño en el campamento de verano.

Mi mujer con papeleo del negocio. Ella llevaba las cuentas de mi pequeña agencia de fotografía.

—Tengo una buena o mala noticia, según se mire —dijo seria.

—Dispara —contesté.

—No sé si vas a poder venirte de vacaciones.

—¿Cómo?

—Me ha llamado, Lolo, el del equipo de básquet.

—¿Y?

—Necesita una sesión con toda la plantilla.

—¿Y?

—Que tiene que ser este fin de semana.

—¿Y?

—Basta de «y» —dijo furiosa—. Ya sabes que no podemos decir que no, es un cliente demasiado importante.

—¿Y por qué no has hablado con José para que lo cubra él?

—Lolo solo te quiere a ti.

—Genial, pues al carajo las vacaciones.

—Bueno , puedes venirte el lunes.

—Pero si nos íbamos el miércoles y volvíamos el martes, ¿no? —Protesté— ¿Qué días dices que tengo que hacer la sesión?

—Viernes, sábado y creo que la mañana del domingo.

Suspiré, furioso, estaba agotado y me apetecía desconectar. Aunque solo fueran unos días en casa de mis suegros.

Volví a suspirar.

Espera.

¿Casa de mis suegros?

¿Trabajo con el mejor equipo de básquet de la zona?

¿Mi hermana y yo solos en casa?

Esto último lo tuve que repensar.

¿Eso era un pro o un contra?

—Venga Tate, yo si quieres te ayudo con el trabajo, puedo ser tu asistente —dijo mi hermana. Y con un poco de suerte conoceré a los jugadores, ¿no?

La miré resignado, nervioso.

Miré a mi hijo y le cogí en brazos.

Los dos días siguientes transcurrieron parecido, trabajo por la mañana y piscina al llegar a casa. Entre mi mujer y mi hermana noté como un grado más de complicidad de lo habitual. Incluso un día se fueron ellas solas a la cala nudista por la mañana. Sin dar detalles, claro.

El jueves, se marcharon mi mujer y mi hijo al que abracé como si no fuera a ver más y al que pedí que se portara bien.

—En septiembre nos iremos tú y yo solos, ¿vale?

Él asintió sin decir nada.

Nos quedamos solos mi hermana y yo. Era la hora de la comida y la invité a comer fuera.

—Bueno, ¿lo estás pasando bien?

—Pues claro, muy bien.

—¿No has quedado con Mario?

—Qué obsesión tienes.

—¿Obsesión? Si no te he vuelto a decir nada.

—Sí, tu mujer me dijo ayer que se lo volviste a comentar.

—Buah, pero ese fue solo un comentario.

—¿Quieres que quede con él? No para de escribirme para que vayamos a la playa.

—Por mí puedes hacer lo que quieras.

—Vente conmigo.

—¿Yo? ¿Para qué? ¿Para sujetar una vela?

—Eres tonto, y no me has dejado ni explicarte lo de la otra noche.

—Es que lo de la otra noche fue muy fuerte, sister.

—Vaya que sí lo fue, se nos fue la olla bastante, eh —dijo riendo.

La miré avergonzado, pero también me inundó una ola de simpatía y rompí a llorar.

—La petarda de Lourdes la que lió.

Reímos juntos.

—Te voy a confesar un a cosa pero no te vengas arriba —dijo.

La miré con los ojos como platos.

—Si no se llega a correr en ese momento, creo que te la hubiera agarrado.

¿Sabes ese momento de las películas donde los protagonistas escupen lo que están bebiendo porque se atragantan?

Pues exacto, lo mismo hice con el vaso de agua que estaba bebiendo.

Y no quedó ahí la cosa, porque lo hice sobre la camiseta de mi hermana que, casualidades, no llevaba sujetador.

Se levantó al baño y al volver había arreglado más o menos el estropicio, pero el pezón se seguía marcando. Sobre todo el derecho.

—¿No me jodas que lo dices en serio?

—Joder tío, el momento, yo que sé. ¿Tú sabes el tiempo que hace que no …?

—Follas

—¡Qué tacto tienes, hijo!

—¿Y por qué no te lo haces con Mario, si lo está deseando?

—Pues porque no me gusta como me debería gustar.

—¿Y eso? Si me gusta hasta a mí.

Esta vez fue ella la que casi se atraganta.

—Pues fóllatelo tú.

—Un día que esté borracho.

—Estás fatal.

—Sí, en eso tienes razón —dije  y me acerqué a su oído—. Fíjate si estoy mal que hasta quise que mi propia hermana me hiciera una paja.

Ella me empujó la cara, cariñosa, divertida.

—Venga, vamos a la playa esta tarde.

—¿Tú y yo?

—Sí, ¿o quieres llamar a Mario? —Preguntó.

—Escucha, ¿me dejarías hacer de Celestino? —No sé porqué dije eso. Al menos en ese momento. Luego adiviné el por qué.

—Qué pesado…

—Es que es muy buen tío, y está bueno, joder.

—Vaaaale, pesado. Pero le avisas tú, que no se confunda.

—¿La otra noche fue cuando decidiste que no te gustaba?

—Pues claro, como bien dices, es buen tío, y está muy bien. Pero es obvio que no tiene abuela. Y a tu amiga Lourdes se la ha tirado más de una vez y más de dos.

Confirmó algo que era una secreto a voces.

Así que por la tarde, nos fuimos a la playa. Pero no solo avisé a Mario, sino que avisé a todos, a todos menos a Lourdes.

Pero solo pudieron venir Jesús y Elisa, y Lidia. Marcos tenía trabajo, y se estuvo lamentando por Whatsapp todo el tiempo que pasamos allí. Sobre todo porque le dije que íbamos a la cala de al lado y Elisa se animaba.

Lo dije de broma, pero una vez allí todos, Lidia me llevó aparte y me dijo que si de verdad quería ir a la cala.

—Era broma, para picarle.

—Ajá —dijo como decepcionada.

—¿Quieres ir?

—Sí, la verdad es que sí.

Eran casi las ocho, y estaba cerca la hora de las brujas.

—Si quieres ir, tienes que proponérselo tú a Elisa y ya me apunto yo o mi hermana o lo que sea.

Ella aceptó y lo propuso. Jesús y Elisa se sorprendieron y yo me hice el sorprendido.

—Qué vicio tenéis, ¿no? -Dijo Jesús—. Pues yo me apunto

Elisa lo fulminó con la mirada.

—No, tú por listo, te quedas con el niño y voy yo.

No hubo discusión.

Empecé a hacer mis labores de celestino.

—Mario, sister, os animáis.

Mario dio un salto y ofreció la mano a mi hermana, que de mala gana se la aceptó.

Así que Jesús se quedó mirando como su mujer se iba a una cala nudista en la que el sexo era el pan nuestro de cada día.

Cuando llegó la hora de subir por las rocas, Mario quiso ayudar a mi hermana, pero esta no se dejó. Yo estaba bastante desinhibido así que ayudé a las dos mujeres, con sendos panderos que magrear.

Cuando cruzamos a la cala, me puse entre ellas dos y las cogí a cada una de una nalga.

—Lo que pasa en esta cala se queda en esta cala.

Lidia me miró divertida y Elisa medio asustada, pero no rehuyó el contacto.

—¿Por qué no ha venido Lourdes? —Preguntó Elisa.

—Porque mi hermano no la soporta —dijo mi hermana.

—Es que es un poco tocapelotas —me excusé.

—Literal —corroboró ella.

—¿Cómo? —Preguntó Lidia.

Mario reía.

Yo reía

Mi hermana reía.

Nos sentamos en mitad de la playa los cinco.

Mi hermana en una esquina, seguida de Mario, Lidia, yo y Elisa a mi derecha.

El agua golpeaba nuestros pies y la brisa era muy agradable.

Giré a la cabeza y al fondo, tras la roca, parecía empezar el movimiento.

—Mario, no sé si las señoritas se escandalizarán, pero allí hay una pareja o algo más follando.

Mario miró y rio.

—No creo que a estas alturas de la vida se escandalicen. ¿Verdad chicas?

—Mi marido me contó el otro día que visteis a una chica con dos ¿verdad? —dijo Lidia

Asentí.

—A ver, Lourdes tenía parte de razón —dijo de nuevo-. ¿Cómo es que no hemos follado aún entre nosotros?

Dicho esto, le puso la mano a Mario sobre la polla y empezó a acariciársela.

—Lidia, joder —Mario se apartó—. Porque somos amigos y si nos liamos a follar, dejaremos de serlo y se joderá todo.

—Pus a Lourdes bien que te la follas y no se jode nada —dijo Elisa.

Mario se quedó de piedra, pero supo contraatacar.

—A ver, vale, sí. Pero Lourdes está soltera y yo también. No habrá malos rollos con vuestros maridos ni nada.

—No si yo estoy muy bien con mi Jesús, pero aquí la amiga Lidia dice que tiene que probarte antes de morirse.

Lidia miraba con ojos de cordero degollado a Mario, que no sabía donde meterse.

—A ver, chicas, lo primero es que aquí hay dos hermanos y sería un poco incómoda la situación ¿no?

—Por mí no te cortes —dije divertido, no era lo que había planteado, pero este era mucho mejor plan—. Hay confianza.

—Sí, no te preocupes Mario, el otro día vimos como se tiraban a la chica esa mi hermano y yo. No pasa nada.

Mario estaba con la boca abierta, como en estado de shock. Al igual que yo, él no se esperaba esta encerrona. Encerrona que completamos entre mi hermana y yo.

—Venga vamos —dijo ella—. Al final de la cala estaremos mejor.

Le ofreció la mano a Mario que, esperanzado de que pudiera tener algo con ella, la siguió como un autómata.

Yo ayudé a levantarse a mis dos orondas amigas, y volví a agarrarlas del culo y a seguir a mi hermana.

Al llegar a la roca nos encontramos con un espectáculo que no había presenciado nunca. Un trenecito de tres chicos que no paraban de dirigirse improperios mientras se penetraban el uno al otro. Buscamos acomodo entre otras dos rocas y una vez allí, Mario intentó besar a mi hermana que le hizo la cobra.

—Tschh, primero a ella —dijo señalando a Lidia.

Lidia, que vio el cielo abierto no tardó ni dos segundos en agacharse a por la polla de nuestro amigo. Mi hermana por detrás le empujaba el culo y él se dejó llevar.

Una mamada es una mamada, y seguro que pensó que sería el calentamiento previo a follarse a mi hermana.

Yo estaba cachondo y la situación lo requería, así que empecé a meter mano en el enorme trasero de Elisa que me miró estupefacta. Tras unos segundos de sorpresa se dejó hacer.

¡Ay, Jesús!

Nunca mejor dicho.

Cuando Mario ya estaba en su máximo esplendor, se olvidó de mi hermana. Empezó a follarle la boca a Lidia que disfrutaba como en su vida.

Elisa parece ser que tuvo envidia y la imitó.

Se arrodilló y empezó a chupármela de una forma bestial.

Yo también me olvidé de mi hermana.

Me olvidé hasta que se puso detrás mía y empezó a susurrarme en el cuello.

—¿Te lo estás pasando bien, Tate?

Me giré y me encontré con su boca a milímetros de la mía.

—Me lo podría pasar mejor —no me iba a amedrentar a esas alturas.

—¿Ah, sí? ¿Cómo?

Dejé a un lado las palabras y pasé a los hechos.

La cogí del culo y la apreté con toda mi fuerza contra mí.

Noté sus tetas sobre mi pecho, su coño sobre mi cadera.

Y la mordí el labio.

—Lo pasaría mejor si tú ocuparas el lugar de ella.

--¿De cuál de las dos?

Reí.

Rio

—De la que prefieras.

—Dímelo.

—De Lidia

Le cambió el rostro, de morbo a decepción.

Se separó.

—Espera.

Se fue.

Mi polla empezó a desinflarse. Elisa me miró como pidiendo explicaciones.

Quise irme tras de ella. No fui capaz. Al otro lado, Mario follaba a Lidia a cuatro patas con fuerza. Cogí a Elisa en volandas y me agaché para comerla su peludo coño.

No tardó ni cinco minutos en correrse en mi boca.

Me besó y me dijo que le gustaba desde el primer día. Y a nuestro lado Mario seguía follando con fuerza a Lidia.

Miré a Elisa.

—Lo que pasa en esta cala…

—…se queda en esta cala.

Volvimos a la otra playa.

Cuando llegamos no había nadie, solo las cosas. Miré el móvil y en el grupo había un mensaje de Jesús diciendo que el niño estaba muy cansado y que lleváramos a las mujeres a casa, que él llevaría a mi hermana que también se encontraba mal.

Mario se encargó de llevarlas y yo me fui disparado a casa. Al llegar no estaba.

La llamé por teléfono y no me lo cogió.

Insistí pero nada.

Me fui a la ducha lleno de rabia y cuando salí me la encontré en el salón, viendo la tele.

—¿Se puede saber qué te pasa?

—Mañana me voy.

Me puse delante de ella tapándola la tele, con la toalla.

—¿Por qué?

—Quítate, no me dejas ver.

Me quité la toalla de la cintura quedándome desnudo delante de ella. Recién duchado, perfumado y depilado.

—¿No prefieres ver esto?

Ella me miró y vi el brillo en sus ojos.

¿Continuará?

Si quieres que termine esta saga, ruego me dejes un comentario o me escribas por email. Gracias.