Nude. Parte 1
La playa tiene muchos peligros. Si es nudista mucho más. Incluso entre hermanos.
Hace tiempo leí un relato sobre relaciones entre familiares. En el mismo se afirmaba lo siguiente:
“Acostarse con un familiar no es algo que se desee, no es lo habitual, no es una fantasía, pero a veces la vida te lleva a situaciones inesperadas que, o bien no saben resolverse, o bien se resuelven de una forma deseada”
Esa frase se me metió en la cabeza, y hasta hace poco no descubrí su verdadero significado. Descubrí lo que es tener sexo con una persona de tu familia, una de esas tan cercanas con las que convives desde que naciste.
Esta historia tuvo lugar en una época del año donde es habitual que sucedan tórridas situaciones, porque todo invita a ello: la temperatura, la falta de ropa, el alcohol…
Tengo una pequeña familia formada por mi mujer, con la que llevo de relación más de veinte años entre noviazgo y matrimonio, y un pequeño demonio de nueve años que es mi pasión. Las relaciones de pareja pasan por infinidad de etapas: pasión en los inicios, aburrimiento en los años siguientes, rupturas temporales, reencuentros fogosos, vuelta al aburrimiento…y todo ello deriva en una de estas dos cosas: ruptura definitiva o costumbre.
Sí, costumbre. Cuando una pareja se acostumbra la una a la otra es muy fácil que lleguen juntos al final de sus días aunque ya no exista pasión, y casi ni amor. Lo malo, es que la libido suele estar ahí hasta casi bien entrada la vejez, y la libido es la responsable de muchas cosas buenas y malas en las relaciones humanas.
Mi hermana es de esas personas que no se acostumbró a su matrimonio, con lo cual lo que hizo fue separarse y empezar a vivir la vida loca, como dice la canción. Llegó a un acuerdo con su ex-marido en lo que a la custodia de sus hijos se refiere, y disfrutó de quince días de vacaciones sin niños: «un lujo» según ella.
¿Adivinas dónde pasó esos primeros quince días de soltería renovada?
Obvio que en nuestra casa. Vivimos en la costa, ¿y qué mejor lugar para pasar unas vacaciones que cerca de la playa sin tener que gastarse un duro?
Nuestra relación, a lo largo de los años, no es que hubiera sido ni buena ni mala, simplemente distante. No recuerdo ningún episodio de afecto mutuo, ni ninguna situación subida de tono entre ambos en la adolescencia. Jamás se me ocurrió espiarla ni hurgar entre su ropa sucia, o sus posibles cosas en busca de algo con lo que erotizarme o chantajearla. Ella es seis años mayor que yo, y a esas edades cuando yo todavía jugaba con los clics, ella seguramente se estuviera dejando manosear por algún malote en la parte de atrás de un Seat.
Y allí estaba ella, con su rotundo pero bonito cuerpo de profesora de gimnasia más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. Con una pinta de «guiri» que echaba para atrás: muy blanca de piel, con un sombrero de ala bastante grande, dos maletas enormes y nada más que una falda y una blusa escotada.
La recogí en la estación a las seis de la tarde de un 15 de Julio y tras los protocolarios besos y «qué tales» nos fuimos a casa en coche. Me fijé —sin nada de erotismo— en sus desnudas piernas y en su sonrisa propia de toda persona que inicia unas vacaciones.
—Qué contenta te veo, ¿eh?
—Pues claro «Tate», no tenía quince días para mí sola desde antes de casarme. Estoy entusiasmada.
—Me alegro, además la semana que viene tendrás la casa solita para ti.
—Vaya, ¿y eso?
—Ya te lo dije por Whatsapp, me voy a casa de mis suegros con Lucía y el niño. Una especie de «vacaciones»
—¡Es verdad! No lo recordaba. Bueno, pues tendré que conocer a alguien. ¿Tenéis vecinos o algo para presentarme?
—Sí claro que sí, vamos a la playa con un grupo de…—Caí en la cuenta de mi error y no supe cómo salir del atolladero.
—¿De qué?
No dije nada y seguí conduciendo, por suerte el tráfico estaba a tope a esa hora de la tarde y lo utilicé como excusa.
—No sé, si tiro por esa calle tardaremos menos. —El remedio fue peor que la enfermedad, porque por el dichoso atajo fuimos a dar a un polígono en el que a plena luz del día, decenas de prostitutas ofrecían sus servicios. El clima ayudaba y estaban todas casi desnudas.
—No me digas Tate que te conoces este sitio como un atajo—rio mi hermana.
No supe cómo reaccionar, me puse rojo y empecé a sudar. Comenzaban bien las vacaciones…de ella.
Llegamos a casa y por fortuna no volvió a preguntar lo que quise ocultarle con recelo. Aunque no tardó mucho en averiguarlo.
Vivimos en un modesto adosado de dos plantas, pero al que no le falta de nada: una pequeña piscina elevada, barbacoa, solárium y porche. Ideal para el verano.
Mi hermana se saludó con mi mujer, con la que no se llevaba, igual que conmigo, ni bien, ni mal; y corrió a coger al pequeño hasta achucharle. Me gustaba verlo con más gente que nosotros, y me agradó aquella escena.
—La próxima te traes a los tuyos para que jueguen juntos —dijo mi mujer.
—Pues no me lo digas dos veces, que a finales de agosto no tengo dónde ir, y quedarnos en la ciudad en esa época va a ser un poco infierno con los dos —respondió mi hermana.
—Te lo digo completamente en serio, nosotros nos vamos ahora unos días, y desde principios de agosto estaremos aquí, así que vente otros días y así están juntos.
—Trato hecho, cuñada.
Se fueron juntas al cuarto de invitados, que estaba justo en frente del nuestro, y se pusieron a cotillear un poco. Yo me fui con el pequeño a la piscina y estuvimos jugando un rato. A los pocos minutos apareció «la tita» con un trikini de estos que dejan el escote muy abierto y, sin maldad, lo juro, me fijé en su pecho. Era un pecho grande, de los que llaman la atención, y le dije con sorna:
—Cuerpazo.
—Se hace lo que se puede —sonrió ella.
La verdad que su trabajo le permitía tener ese físico tan cuidado. La piscina no es muy grande, por lo que al saltar dentro de ella en plan bomba, salpicó muchísimo y me puso perdido. El niño se lo pasaba en grande con su tía y decidí salirme para dejarlos jugar solos.
Comida y siesta, lo que todo buen verano se merece. Y por la tarde se vino el primer acontecimiento peliagudo: visita a la playa.
¿Y por qué esto tiene que ser peliagudo? Por que mi mujer y yo hacemos nudismo y tenemos un grupo de amigos nudistas con los que vamos siempre a la misma playa. Unas bonitas calas con acantilados, que se comunican unas con otras por caminos naturales, tanto por el acantilado, como por la misma playa. Nos quedan a quince minutos en coche y son una delicia.
—¿Qué hacemos, vamos con ella, vamos a otra playa? —preguntó mi mujer.
—No sé, yo creo que mejor nos vamos a la que nos queda más cerca y ya si eso le presentamos mañana a Marcos, y si quiere, que vaya con ellos la semana que viene ¿no? —respondí.
—¿Quién es Marcos? Espero que esté soltero y buenorro —dijo de repente mi hermana que había escuchado la conversación. —A ver ¿cuál es el problema?
Me quedé sin saber qué decir, pero mi mujer, mucho más responsable, ¡dónde va a parar!
—A ver, cuñada, tu hermano y yo hacemos nudismo desde hace un año más o menos, conocimos a una pareja cuyo hijo era amigo de tu sobrino, y nos animamos a hacerlo con ellos. Poco a poco fuimos conociendo más amistades de ellos, y tenemos un pequeño grupito.
Mi hermana se quedó en silencio, pero al instante soltó una carcajada.
—Pues genial, me apunto, así veo pililas al aire —dijo divertida.
—Y sí, Mario está soltero y está bastante bueno.
—¡Oye! —le di un codazo a mi mujer
Total, que las cartas ya estaban sobre la mesa y a pesar de que a ellas dos no parecían cortadas, yo sí lo estaba. Y mucho.
No me apetecía ir empelotas delante de mi hermana, mi idea era pasar esos dos días hasta que nos fuéramos mi mujer y yo, en otras playas y luego que ella hiciera lo que quisiera durante el resto de su estancia allí.
Pero no, mi mujer tuvo que soltarlo. En el fondo ella parecía sentirse orgullosa de ser una nudista, novata pero nudista se repetía. El tema es que cuando fuéramos a casa de sus padres, ese orgullo lo taparía de la forma más ocurrente posible.
—Cuando vayamos a casa de tus padres les voy a decir lo mismo, que si se vienen con nosotros a las calas nudistas de allí —dije cuando nos quedamos a solas.
—Pues mira, ya a estas alturas de la vida me da igual —dijo dejándome a cuadros.
—Lo dices con la boca pequeña. Porque sabes que no lo haré.
—Te lo digo en serio, haz lo que quieras. Mis padres están ya muy mayores y …
—Pues se lo diré a tus dos hermanos, que con eso de que están ahora haciendo tanto deporte tendrán cuerpazos.
Me sacó la lengua y se marchó de la habitación.
A las seis y media de la tarde llegamos a la cala donde solíamos reunirnos con nuestros amigos. Íbamos como cualquier bañista que se precie: sombrilla, bolsa con toallas, hinchables para los niños, y una pequeña nevera para unas cervezas cuando cayera el sol. La diferencia es que bajo los pantalones no llevaba bañador, ni siquiera calzoncillo, y mi mujer un simple tanga. ¿Mi hermana? Pues no me fijé, pero supuse que llevaría su trikini.
Cuando bajamos las empinadas y casi inexistentes escaleras de acceso a la cala, saludamos a nuestros amigos e hicimos presentaciones pertinentes.
Lidia y Marcos, la pareja más joven del grupo: 29 ambos, nada atractivos, pero con una vitalidad que contagiaba al resto del grupo.
Lourdes, la soltera, entrada en kilos pero con una bonita sonrisa y objeto del deseo de muchos.
Jesús, Elisa y Pepe. Pepe es el amigo de nuestro hijo y el culpable de meternos en aquel lío. Ambos por encima de los cuarenta años, fondones pero con gran corazón.
—¿Dónde está Mario? —dijo mi mujer.
—Me parece que hoy no puede venir —respondió Jesús, creo que tiene trabajo.
—Mucha turista para ponerse en forma, es la época —contribuyó Elisa.
Reímos todos, y mi mujer puso cara de circunstancias a mi hermana. Esta, lejos de entristecerse estaba encantada. Es un tanto extraño dar besos en las mejillas a personas que, primero, no conoces, segundo están desnudas, tercero, tú estás vestida.
Supuse que por dentro estaba nerviosa y divertida, porque nuestros amigos, lejos de ser ideales de belleza de hoy en día, lo tomaban todo de forma más natural que si estuvieran vestidos. Y como complemento, se daba la casualidad de que tanto Marcos como Jesús, portaban dos enormes trofeos entre sus piernas. Trofeos que, aunque fuera de soslayo y aunque estuvieran en estado de reposo, mi hermana tuvo que fijarse.
Llegó el momento de la verdad, me iba a despelotar delante de mi hermana, como cuando nos bañábamos en la tinaja del pueblo cuando éramos niños. Aunque de aquello yo solo recuerdo las fotos que nos enseñaron nuestros padres.
Procuré separarme de ella todo lo que el grupo daba de sí, me puse al lado de Lidia y Marcos y me quité la camiseta y los pantalones. Me senté su lado e inicié una conversación banal esperando que la situación pasara.
No pasó.
Mi mujer me llamó para que fuera a jugar con los niños. Le dije con gestos que fuera ella, y con gestos ostensibles me dijo que fuera yo.
Y se dio la casualidad de que cuando llegué a su altura, mi hermana se estaba quitando la parte de arriba del bikini y dejando al aire su imponente delantera. Tragué saliva y no le di importancia, cogí a los niños y el flotador y me los llevé al agua.
No sé si me miraron el culo, aunque no me importó. En el fondo, a todos nos gusta que nos miren. Y yo, sin tener un cuerpazo de gimnasio, hacía el suficiente ejercicio como para tener los glúteos, las abdominales en su sitio. Que pasados los cuarenta años ya es mucho decir.
Un poco de chapoteo, unos lanzamientos al aire, un poco de holgazanería sobre el hinchable y vuelta con el grupo, le tocaba el relevo a Lourdes.
Al llegar mi mujer y mi hermana tumbadas boca abajo, las dos desnuditas y charlando con el resto del grupo. Mi hermana se giró, me vio de lleno y sonrió, supuse que sin maldad. Pero yo seguí con la estrategia de ponerme lejos y me senté de nuevo al lado de Marcos.
—¿Qué te cuentas? —Dijo.
—Poca cosa, con ganas de vacaciones,¿ y tú?
Se acercó a mi oreja y me susurró.
—Tu hermana no es nudista, ¿verdad?
Me encogí de hombros y giré la cabeza. No me apetecía hablar de ello, aunque era normal que fuera la comidilla del grupo. Me quedé unos minutos mirando al mar, ensimismado, extraño, como con ganas de no estar allí.
De nuevo las voces de mi mujer me sacaron del trance. Que cuándo iríamos a la otra cala, la más escondida.
La cala más escondida era para ir sin niños, porque era habitual que cuando cayera la noche las parejas y no tan parejas dieran rienda suelta a la pasión.
Nunca habíamos ido a esa cala. Al menos ella y yo juntos, pero yo sé que ella sí había ido con las dos chicas. Y yo también había ido con los dos chicos.
Era obvio que querían molestarme, porque los demás reían, incluida mi hermana. Habrían estado hablando de ello, y mi mujer quería ponerme en un aprieto. Pero me había cansado de estar incómodo. Así que me levanté, orgulloso de mi anatomía y me puse los brazos en jarras.
—Ahora mismo, ¿quién se viene?
Mi mujer calló por un segundo y todos se quedaron sorprendidos.
—Venga, valientes, ¿quién se viene?
—Yo voy, dijo Marcos.
—Venga, ¿alguien más?
—Y yo, dijo Lourdes.
Miré a mi mujer, noté la mirada de mi hermana pero la obvié. Mi mujer estaba como con ganas de decir algo pero no se atrevía.
—Sister, ¿te vienes?
Ella tosió, como que no se lo esperaba. Miró a mi mujer como pidiendo permiso, y esta se encogió de hombros.
—¿Yo?
—Venga, si es una tontería en el fondo, además es pronto aún…
—¿Pronto? —Dijo ella.
Se notaba que estaba nerviosa, no se esperaba mi reacción.
—¿Tú te quedas con los niños, no? —Dije a mi mujer.
Ella asintió, resignada.
—Venga sister, vente, ya que te has despelotado por primera vez que sea a lo grande.
Lourdes la ofreció la mano. Ella dudó, pero al final se la tomó y se levantó.
Nos fuimos los cuatro y me giré para sacarle la lengua a mi mujer que me hizo una peineta, aunque sonriendo.
Llegamos al final de nuestra cala, y para acceder a la otra debíamos transitar por unas pequeñas rocas que, sin representar un gran esfuerzo, desnudos y sin calzado, tenían una cierta dificultad. Marcos le ofreció la mano a Lourdes y la ayudó a subir con un pequeño empujón en el culo. Entre nosotros no había ni rastro de intenciones sexuales. Ya lo teníamos todo muy hablado, y el único que se quizá se habría saltado la norma era Mario. No lo sabíamos a ciencia cierta, pero era más que probable que alguna de las tres mujeres del grupo, o las tres, hubiera caído. Eso incluía a mi mujer, sí, pero la costumbre es la costumbre, y no estaba yo por la labor de joder esa costumbre. Además, la que más papeletas tenía era Lourdes, por su soltería y tal.
Tal y como acabo de decir, la sexualidad no formaba parte de nuestro grupo nudista, y nos conocíamos los cuerpos de todos y cada uno de memoria, así que un empujoncito en el culo no suponía mayor problema. En mi caso era distinto, tocarle el culo a mi hermana y verla sus partes íntimas desde atrás no estaban en mis planes al comenzar el día.
Y me azoró que me fijara más de lo debido en ello.
Dicen que la curiosidad mató al gato.
Una vez en la otra cala, a simple vista no había nada que llamara demasiado la atención.
Predominaban los hombres solos, siendo la homosexualidad la dominante del lugar.
—No es para tanto, como ves —dijo Lourdes a mi hermana.
—¿Qué querías decir con lo de la hora? —Me preguntó ella.
Suspiré y contesté porque no tenía sentido intentar ocultar nada.
—Pues que hasta que no cae el sol, no suele haber movimiento.
—¿Movimiento?
—Folleteo —me ayudó Lourdes
—¿Y tú cómo sabes tanto? —Terció Marcos.
Lourdes le sacó la lengua y siguió caminando.
—No, no, Lourdes. Ahora lo cuentas —dije.
Ella se plantó con los brazos en jarras. Me miró, nos miró a los tres.
—¿Qué quieres saber?
—Si has estrenado esta playa —dijo Marcos.
--¿Por qué no habláis claro?
—Joder Lourdes, pues porque nos da vergüenza —dije.
—Pero tío, con la confianza que tenemos y todo lo que hemos hablado te da vergüenza preguntarme eso.
—Supongo que será por mí —dijo mi hermana. — No te cortes, Tate. Si total, ya, de perdidos al río.
Me daba mucha vergüenza mirarla, y lo hice de forma fugaz. El tema es que al agachar la mirada me fijé en sus bonitos y firmes pechos. Craso error.
—Venga va, tienes razón, Lourdes. ¿Has «follao» o no has «follao» en esta playa?
—A ti te lo voy a decir, sátiro —dijo entre risas.
—Serás…
La cogí por sorpresa y la levanté en volandas hasta tirarla al agua. Ella me llamó de todo y yo la señalaba riéndome. No la vi venir.
Mi hermana me asaltó desde atrás y se subió a mi espalda. Sí, noté sus tetas sobre mi chepa y una punzada de culpabilidad me asaltó. Pero no hubo tiempo porque Lourdes vino corriendo hacia mí y entre las dos consiguieron tirarme al agua también. Por el camino más de una porción de piel toqué sin saber a quién de las dos mujeres pertenecía.
Marcos, no iba a ser menos, y cuando me desembaracé de las dos fieras, vino a reclamar su parte de juego ¿y de carne? Se fue directo a por Lourdes, pero antes de que pudiera abordarla esta dijo.
—Guerra de caballitos.
No era la primera vez que hacíamos la típica tontería adolescente de la guerra de caballitos desnudos. Ni tampoco con mi hermana, pero las veces previas, con ella, siempre había bikini de por medio entre entrepierna y cogote.
Lourdes se subió encima de Marcos y mi hermana y yo nos miramos. Me encogí de hombros y me agaché para que se subiera.
Noté su calor, es biológicamente imposible no notarlo, y, a causa del juego, hubo roce. Mucho roce, porque ninguna de las dos se daba por vencida. Y cuando ellos perdieron, Lourdes reclamó venganza. Y jugamos otra vez. Y otra. Y cambiamos pareja. Y entonces pude fijarme en el rostro desencajado de mi hermana.
Estaba ¿cachonda?
Sí, lo estaba.
Porque cuando Marcos propuso que nos cogieran ellas en los hombros aceptó. Y se vino conmigo. Así que, aunque esté mal, le puse la polla sobre su nuca. Y también hubo roce. Y cuando decidimos que habíamos dado demasiado espectáculo, ya había caído el solo lo suficiente para que pudiera haber otro tipo de espectáculo.
Entre Marcos, Lourdes y yo teníamos claro que no podía haber ningún tipo de excitación sexual.
¿Lo teníamos claro?
Si mi hermana estaba cachonda, Lourdes no parecía estar muy lejos de estarlo. Porque fue ella la que dijo que siguiéramos caminando hasta el final de la cala.
—¿Dónde nos llevas, Lourditas? —Dije.
—No me llames Lourditas o te la corto.
—No se la cortes por favor, que para algo bueno que tiene —dijo mi hermana consiguiendo sacar una carcajada de todos. De todos menos de mí que contraataqué.
—Sí, en la familia los apéndices son los que más se valoran. No hay más que ver tus pechotes.
Volvimos todos a reír.
—Oye, pues muy modernos vosotros, ¿eh?. Yo si viniera mi hermano aquí me moriría de vergüenza —dijo Lourdes.
—¿Por qué? —Dijo Marcos.— ¿La tiene muy grande o muy pequeña?
Lourdes le dio un codazo y le llamó salido y más cosas.
Entre risas y complicidades llegamos al final de la cala, y la luz se estaba marchando. Y entonces los vimos.
Una chica con dos amigos, retozando en las toallas en pegamos a una roca que les tapaba en parte, pero dejaba ver otra gran parte de sus maniobras.
Lourdes le dio la mano a Marcos y nos miró. No hizo falta decir más y le di la mano a mi hermana sin ser capaz de mirarla a los ojos. Caminamos muy despacio hasta llegar hasta casi la altura de los chicos. La chica estaba tumbada entre los dos chicos y mientras se besaba con uno, masturbaba al otro que se perdía entre los pechos de la muchacha.
Noté cómo mi hermana me apretaba la mano, pero cuando la miré, sorprendido por ello, aflojó.
—¿Qué hacemos aquí?— pregunté.
—Tú querías venir —dijo Lourdes.
—Por que me tocasteis los huevos —respondí.
—Pues mira, ahora te los van a tocar otra vez —dijo Lourdes.
Y sin mediar otra palabra más me agarró la polla y empezó a masturbarme.
—¿Pero qué haces, tía? —Dije echándome hacia atrás. Pero mi polla reaccionó al breve estímulo.
—Calla, lo que pasa en esta cala se queda en esta cala —replicó ella, mirando a mi hermana y guiñándola un ojo.
Marcos fue entonces hacia mi hermana y se puso a tocarla los pechos por detrás, pero ella se apartó.
—Por favor, no.
La miré entonces, miré a Marcos que captó el mensaje y se retiró. Lourdes lo llamó y le agarró de la cintura para besarlo. Todo esto sin dejar de masturbarme. Se dieron un buen lote allí delante nuestra. Yo ya tenía la polla bien dura y caliente y ellos seguían magreándose sin mirar hacia ningún sitio que no fueran sus párpados.
Mi hermana hizo el intento de soltarse pero le apreté la mano para que no se escapara. La miré, ella miró hacia abajo para ver como Lourdes no paraba de machacar mi polla.
—¿Nos vamos? —La dije en voz baja.
Ella se encogió de hombros.
Se encogió de hombros.
Si te quieres ir de un lugar sales corriendo, no hay mano que te retenga.
Si te preguntan si te quieres ir y realmente te quieres ir, dices un sí rotundo.
No te encoges de hombros.
Y siguió mirando cómo Lourdes me masturbaba. Pero Lourdes se cansó de masturbarme y se puso a cuatro patas.
—¿Quién de los dos me va a follar?
Marcos no dio ni opción, se puso detrás de ella y la penetró con su enorme estaca.
Tras tres o cuatro gemidos, invitó a mi hermana a unirse.
—Nena, ¿te vas a quedar con las ganas —dijo girando la cabeza todo lo que pudo —follarte a tu hermano es una locura, pero seguro que a Marcos no le importaría cambiar. ¿Verdad Marquitos?
—No, joder, claro que no —dijo mientras la embestía.
A todo esto vimos como la chica también estaba a cuatro patas mientras uno de la follaba y se la chupaba al otro.
Miré de nuevo a mi hermana, le dije con la cabeza que se uniera a ellos pero ella rehusó.
Bajó la cabeza y volvió a encontrase con la imagen de mi polla. Me miró entonces de nuevo a los ojos, como interrogando. Entendí su pregunta.
—No pasa nada —dije sonriendo.
Lourdes y Marcos seguían a lo suyo. Pero Lourdes volvió a sorprendernos.
—Ven que te la chupe, que la tienes enorme —me dijo.
Obvio que mi polla pensó antes que mi cabeza, e inicié el primer paso para ir a metérsela en la boca. Lourdes tenía su atractivo. Soltera, cuerpo normal, y un sorprendente morbo, que era lo que en ese momento más me atraía. Fue como si de repente tu profesora de matemáticas te propusiera sexo. Así que mis sentidos me obligaban a ir a que la mamara.
Pero una mano me detuvo. Si antes yo había tirado de ella, en esta ocasión fue mi hermana la que me tiró de la mía.
La miré, me miró. Llevaba el no marcado en su mirada.
Lourdes gimiendo, Marcos bufando, la chica de más arriba chillando.
Yo con la polla dura, mi hermana a mi lado, desnuda, con dos tetas impresionantes y su mano aferrada a la mía.
Entonces tiré de dicha mano y la acerqué hasta mi polla.
Continuará